Capítulo I

Las finas hebras doradas resbalaban por entre sus dedos. A simple vista parecía una labor tediosa, pero ella disfrutaba cada instante como el más valioso de sus tesoros. Aplicó el aceite de manzana sobre la cabellera, que sólo hacía brillar aún más su color tan único, al menos en Japón.

—¿Falta mucho? —escuchó el tono aburrido.

Era un tanto desesperada.

—Casi nada, Anna—respondió, creando la coleta—Si te movieras menos…

—Así es, si te movieras menos—repitió el castaño— ¿Verdad, Matamune?

El gato paseaba entre sus manos con un auténtico placer, sin preocuparse del arreglo personal. Contrario su hermana, que llevaba una hora sentada ahí sin hacer nada. Pero no era raro, pasaba casi todas las mañanas. Y para él resultaba ser un deleite , acompañarla en su rutina de belleza, sin importar el tiempo. No porque fuera solidario, sino porque le gustaba burlase y desmentir cada halago de su madre.

—Verás que cuando termine te verás como una hermosa princesa.

—Uy, sí, una princesa—se burló una vez más el pequeño, haciéndola rabiar.

—Princesa serás tú, Hao—respondió jalándose para alcanzarlo.

Sin embargo, corría el riesgo de quedarse calva, dado que Keiko no se movió ni un centímetro.

—¡Mamá! —exclamó molesta.

—Anna, para tener ocho años tienes un carácter muy impetuoso. Ya sabes lo que dice la abuela: las buenas mujeres deben ser prudentes.

—Sí, Anna, debes ser una señorita prudente—comentó Hao —Bien, es suficiente. Ya me aburrieron y yo estoy listo desde hace horas. a otro lado.

Suspiró cansada. Esto del cabello le resultaba un tanto fastidioso. Y todo por culpa del cumpleaños de Manta Oyamada. Por él estaba sentada ahí con ese ridículo peinado y tendría que usar aquel bonito vestido que colgaba en el mueble.

—Como dije, Anna. Si no querías jugar con nosotros, nos lo hubieses dicho desde antes. No habríamos perdido nuestro tiempo aquí esperándote—dijo irritado, señalando al gato—Bien, vámonos Matamune. Mejor busquemos a Yoh, es más divertido.

Apretó su puño con fuerza. Tenía unas ganas inmensas de estrellarle la muñeca de porcelana en la cabeza antes de que viera el último de sus cabellos abandonar su alcoba. Su insolencia ya la tenía cansada. Pero su madre no prestaba la más mínima atención, sólo tarareaba aquella extraña melodía, ignorando todo lo que pasaba a su alrededor.

—¡Mamá! ¡Porqué demonios no le dices algo!

—Ya lo conoces, Anna—respondió con una pequeña sonrisa—Él siempre es así.

—Sí, Anna, él sólo quiere llamar tu atención—dijo Yoh, entrando con un tocado de flores en sus manos.

A diferencia de su otro hermano, Yoh siempre estaba ahí para hacerla sentir mejor, nunca lo contrario. Sonrió hacia ella, y ese simple gesto fue suficiente para tranquilizar su mal genio. Relajó su cuerpo, permitiendo que Keiko continuara la labor.

Al cabo de unos minutos estaba lista.

—Te lo agradezco, Yoh—dijo su madre bastante feliz—Gracias a ti hemos terminado.

—Te ves muy bonita, Anna—pronunció con sinceridad —Mucho muy bonita.

Un ligero rubor cubrió sus mejillas gracias a las auténticas palabras del castaño, al menos él apreciaba lo que veía.

—Así es—añadió Keiko, mirando el reloj—Ahora debo terminar de arreglarme. Ponte el vestido y los zapatos que están ahí. Cualquier cosa, me llamas y vengo para ayudarte.

Dos minutos después ya estaba apresurando a Mikihisa al otro lado de la habitación. Resopló escéptica. ¿Por qué tenía unos padres tan descuidados que dejaban todo a último minuto?

—Bueno… creo que entonces iré con Hao.

—Espera, siempre tengo problemas con el cierre del vestido—le dijo la niña—Cierra la puerta para que pueda cambiarme.

—¿Y… no te importa que me quede contigo?

No comprendió del todo su pregunta, más cuando lo notó un poco nervioso.

—¿De qué hablas? Papá a veces me viste, no es la gran cosa—aseguró, quitándose la blusa y el pantalón—¿Te incómoda?

—No…—negó mirando con curiosidad el cuerpo femenino—Bueno, te ayudaré.

Introdujo sus pies y subió el vestido, apartando la coleta para que él pudiese abrochar los botones finales y subir la cremallera. A veces lo hacía sola, pero casi siempre terminaba siendo desabotonado o arreglado por su madre. No se explicaba por qué la falta de coordinación si no era nada extraordinario.

—¿Puedes hacerlo?

—Claro… claro…—dijo, parándose detrás de ella—¿Y… te molesta mucho lo que dice Hao?

—Todo el tiempo.

Bufó y apretó la muñeca de tela que estaba a un costado de su cama.

—Es un odioso—declaró la rubia.

—Sí, pero yo sé porque es un odioso

—¿Por qué? —cuestionó con rapidez.

—Porque… él cree que soy tu favorito—aseguró deslizando con lentitud el cierre hacia arriba—Listo.

—Perfecto—respondió Anna, mirándolo de reojo—Bueno… en ese caso... puede que tenga razón.

—¿La tiene?

Parpadeó un par de veces, sólo para asegurarse que estaba delirando.

—Sí, porque eres mi hermano favorito—añadió, tomando su mano.

Eso había sido lindo, más por la forma tan segura en que lo decía. Se quedó inmóvil, hasta que la rubia giró su rostro. El ruido en el pasillo evidenciaba que pronto uno de sus padres entraría para apresurarlos.

—Fuiste muy amable al ayudarme.

Era lo más cercano a un agradecimiento. Y fue más lindo aún, porque sonaba igual de madura que su abuela.

—De nada, me gusta ayudarte—respondió feliz, soltando su mano.

—Lo sé, por eso eres mi favorito.

Su relación era bastante buena, tal vez no eran ultra cercanos, porque ella solía tener amigas en el colegio. Pero no se llevaban mal. No peleaban, ni se entrometían en los asuntos del otro sólo porque sí. Por eso, a pesar de todo, dar las gracias resultaba un tanto extraño, más por la forma tan fija en que a veces se miraban, casi con curiosidad.

—Bien, niños, vámonos—dijo Mikihisa abriendo la puerta de golpe—Los quiero en el auto ahora mismo o su madre se pondrá histérica.

Casi rieron por el exagerado comentario. Entonces, la rubia buscó el bolso rosa sobre la encimera para poder salir, tal como lo había sugerido su padre: a toda velocidad. Pero antes de que corriera, Yoh llamó su atención, observándolo desde el marco de la puerta.

—Anna—dijo estirando una mano al frente—Tú también eres mi chica favorita.

Y jamás estuvo consciente de lo que un par de palabras pudiesen originar, al menos no de forma tan positiva. Una delicada y hermosa sonrisa adornó su rostro el resto del recorrido a la mansión Oyamada, regalándole una imagen que seguro no olvidaría jamás.

—Vámonos, es tarde—escuchó a su padre desde el patio.

Ambos corrieron para subir a sus respectivos asientos. Durante el trayecto, Hao no paró de molestar a su padre, aludiendo lo torpe que era para manejar al saltarse más de dos luces rojas continuas. Fue gracioso, tuvo que admitirlo, en especial por la manera en que lo reprendía su madre. Porque si algo había destacable en Keiko, es que nunca llegaba tarde a los eventos sociales, menos si los anfitriones eran una familia amiga.

Al llegar, la fiesta era tan majestuosa como se esperaba. Los niños no tardaron en buscar diversión en los juegos, mientras su madre charlaba con la anfitriona.

—¿Cómo estás, Keiko? —preguntó su homónima.

—Excelente, creo que jamás me he sentido más feliz en toda mi vida—confesó sin poder evitarlo, aunque con algo de pena al ver la conducta tan fuerte de su hija.

Keiko Oyamada no le dio importancia, aun cuando el objetivo era su hijo mayor. Ella sólo sonrió, un gesto que destilaba elegancia. Justo como la clase a la que pertenecía. Pese a eso, no utilizaba aquel encanto para menospreciar a nadie, era una persona tranquila y amable en su trato. Más cuando en sus brazos descansaba la más pequeña de la familia: Mannoko.

—Eres un enano—escuchó la lejana voz de Anna.

—No, Anna, por favor…—rogó Manta.

Era claro que se moría por regañarla, mas no lo hizo. No era necesario que lo dijese, traslucía a simple vista, por la manera en que miraba a la pequeña rubia, por qué ni siquiera lo intentó.

Se conocían desde la infancia, así que sabía a la perfección los anhelos de su amiga. Fue su anhelo ser madre, pero su sueño siempre fue tener una niña. Ahora que la tenía, veía realizada esa ilusión, que por desgracia ya no podía cumplir por motivos biológicos. Pero esa adorable y mandona criatura rubia era suya, en todo el sentido estricto de la palabra, porque la había criado casi recién nacida.

—Parece que lo de la adopción fue buena idea —indicó al ver a la pequeña mandar a sus hermanos—Se nota que a tus hijos les cayó muy bien una hermana.

—Así es. Hao y Anna a pesar de que pelean mucho, son muy unidos e Yoh es el neutral, ya sabes, por ser el de en medio.

Se notaba en la conducta de los tres.

—¿Y… algún día les dirás? —cuestionó, arrullando a su bebé—No he podido localizar a sus padres, es como si la tierra se los hubiese tragado.

Lo correcto sería decir que sí, pero no podía. Aunque al principio se ofreció a cuidarla unos días. Mikihisa terminó por amarla y no dudó del cariño tan intenso que sus gemelos le profesaron desde bebés. Sus padres también estaban fascinados con la rubia, en especial Kino, de quien era su consentida.

¿Cómo podría siquiera romper esa burbuja tan perfecta con una verdad tan cruel?

—Bien, niños, dejen de maltratar a Manta—intercedió Mikihisa—Así es, no más golpes, Anna.

Negó con la cabeza esa idea. No importaba cuántas veces repitiera que nada malo ocurriría, a veces sentía temor por el futuro. ¿Y si ella se enteraba? ¿La odiaría? ¿Se sentiría menos? No quería perderla, no podría soportarlo.

— No veo necesidad de hacerlo, Keiko—negó casi susurrándolo— Y te lo imploro, no le digas a nadie que ella es adoptada. No quiero que se sienta excluida, o que comience a buscar a dos personas que la abandonaron como si fuera un simple gato callejero.

—Pero…

—No hay nada más que discutir, Keiko—dijo más firme— Anna es una más de los Asakura. Y siempre lo será.

Años después

Estrechó la mano de aquel hombre y se jactó con alevosía del grandioso trato que estaba logrando para el despacho. Su firma, sin duda, le otorgaría el glorioso ascenso que tanto había buscado. No en vano lo consideraban: el mejor de su generación. El más poderoso, atractivo, sobresaliente abogado de su edad. Y también, el más próximo a casarse de sus hermanos.

Tres meses más y estaría viviendo con otra persona.

—Me alegra cerrar negocios con usted, señor Hao.

—Placer el mío, Luchist—reconoció orgulloso el castaño—Mis inversiones son pequeñas, pero estoy seguro que nos beneficia a ambos. Yo entrego buenas cuentas a la empresa y tú ganas dinero.

—Por eso usted es un gran estratega.

—No sólo sirvo para separar parejas, créeme—respondió con orgullo—Ahora… dame un minuto, acabo de perder a la niña de mis ojos.

Sonrió enternecido de la forma en la que se dirigía a su prometida, quien conversaba animada con dos mujeres: una rubia y otra de extensiones azules. Era natural que él la buscara si estaban en la celebración del compromiso.

—Mattilda es una mujer afortunada.

—¿Mattilda? Vamos, en serio no crees que hablaba de mi novia—se burló el castaño, tomando una copa—Es mi prometida, cierto, pero la niña de mis ojos es ésa engreída.

Señaló al fondo del salón, donde una temible, pero muy hermosa charlaba con un selecto grupo de caballeros. Anna Asakura era una de las mejores estrategas en comunicación política. Para nada se veía intimidada con el círculo de políticos con los que intercambiaba tarjetas de presentación, quienes estaban más que fascinados por su indómito carácter.

—Le he dicho mil veces que deje de intercambiar papelitos con perdedores que sólo se la quieren llevar a la cama—expresó molesto mientras sorbía el resto del licor—¿Tienes hermanas, Luchist?

—Emmm… no, señor.

—Pues no las tengas—describió molesto—Y ese otro perdedor…Tampoco tengas hermanos.

El modo tan efusivo en que se expresaba sólo provocó la risa de Luchist, en especial cuando observó que Yoh estaba coqueteando con una bonita rubia junto a la fuente de chocolate.

—Es el colmo con los dos—dijo a nada de arrancarse el cabello—Yoh debería cuidarla mientras yo cierro negocios.

—¿Y su hermano a qué se dedica?

No creía que fuera guardaespaldas profesional.

—Es violinista—reveló algo incómodo—Así que tiene bastante tiempo libre, imagino que has oído hablar de él, es conocido aquí en Japón.

—¿En serio? —cuestionó desorbitado, mirándolo de mejor manera— No puedo creer que él sea Yoh Asakura.

Aunque por la relación de apellidos era bastante lógica. Pero al verlo a distancia, no encontró algo extraordinario en su porte. O al menos algo que aludiera a lo magistral de su música.

—Es soberbio.

—Sí, Anna lo forzaba a sostener el violín por horas—describió con nostalgia—Buenos tiempos, mis hermanos son sobresalientes, se parecen a mí. Lo heredaron todo de mí.

Tal vez si sus padres no estuviesen intercambiando chismes con los Oyamada o los Tao, sería posible que apelaran a la cuestión, mas no había nadie que contradijera sus palabras. Además, era cierto: en verdad se sentía orgulloso de su familia.

Palmeó la espalda de Luchist antes de percibir el delicado aroma a manzana. Estando ella ahí, tenía una preocupación menos.

—¿Y bien? ¿Fue interesante? —cuestionó en mal modo al verla guardar en su bolso algunas tarjetas—Te dije que no quería trabajo en mi fiesta.

—Qué cortesía la tuya, Hao—contestó escéptica—Anna Asakura.

—Un placer, Luchist Lasso—se presentó el hombre—Soy el nuevo socio y cliente de su hermano.

Miró de reojo su vestimenta, parecía un hombre adinerado y confiable. Justo como lo describía Hao, cada vez que salía el tema a colación.

—Me alegro, pronto se casará y no tiene fondos para solventar la boda.

—¡Anna! —exclamó apenado—Para tus altanerías.

—Lo siento—se disculpó con fingida inocencia—Sólo me preocupo por tu futuro.

Tonterías, la haría sufrir por aquel descaro y no le importaba que Luchist presenciara lo mucho que la quería. Así que la abrazó de lado, atrayéndola con una mano sobre su hombro. Para algunos eran gestos exagerados , para él: era la única forma de sentirla cerca.

—Perdona a mi hermana, Luchist, ya te dije que soy su adoración.

—Oh… pensé que to era su adoración—añadió Yoh por sorpresa.

El menor no tardó en presentarse. Y quedó fascinado por la peculiar dinámica de los hermanos. Ninguno cedía, todos tenían importancia uno en el otro y eso era fácil de detectar por la manera en que se hablaban.

—¡Eres un torpe, Yoh! Te dije que la cuidaras.

—No soy una niña—objetó de inmediato.

—A mí eso no me importa, yo le ordené a este tipo que te cuidara a sol y sombra. Es lo único que tiene que hacer y no lo hace.

No era nuevo, había escuchado millones de sermones por parte de Hao, así que se limitó a sonreír hasta que terminó. Una vez aclarado el panorama, se mantuvo tranquilo y no volvió a separarse de Anna en toda la velada. Y la verdad es que le tuvo lástima a más de la mitad de los hombres de la fiesta, porque cada vez que trataban de invitarla a bailar, su hermano mayor no dudó en amenazarlos a todos con la mirada.

—Tu hermano está loco—dijo molesta en el jardín, donde todavía podía escuchar la música ambiental—Hao está loco.

—Lo sé—respondió sereno, invitándole una fresa con chocolate del palillo—Es muy protector contigo.

—Ni siquiera lo es con su novia, que no sea ridículo.

Aunque ella no quisiera comprenderlo, él veía de forma algo razonable las acciones de Hao, a pesar de verse bastante posesivo. Quizá deberían dejar de hacerlo, desde niño nunca cuestionó sus ideas, sólo se limitó a seguirlo en casi todas sus locuras. Ésta no era la excepción.

Se recargó en el barandal de madera y miró abajo a todas las personas que limpiaban el desastre de la fiesta. La casa en el árbol parecía ser resistente y poco ortodoxa para dos adultos como ellos. Aun así se sentían cómodos en ese refugio. Anna estiró los brazos y entró al cuarto de madera. No había nada, ahora que no estaban los juguetes, sólo cojines en el suelo, donde ambos se sentaron.

—Dime algo que no sepa de ti—pronunció Anna.

—¿Algo que no sepas de mí? —repitió pensativo, reclinando su cabeza en las piernas de su hermana—Convénceme un poco.

Lento, sus manos se perdieron en el cabello castaño imitando un suave masaje que terminó por relajarlo.

—¿Cómo haces eso?

—¿Qué cosa? —preguntó la rubia.

—Calmarme así… se siente muy bien—dijo en voz baja—Eres la única mujer que me hace sentir mucha tranquilidad.

De pronto escuchó un grave carraspeo. No necesitó abrir los ojos para saber que era Hao, quien subía con una botella en mano.

—¿Se puede saber qué demonios hacen aquí sin mí?

—¿Qué no te quedarás con Matti esta noche? —respondió ella.

—No tengo ganas.

—¿No tienes ganas? —respondió Anna con dureza—Acabas de anunciar tu compromiso hace unas horas.

—¿Y qué?—dijo indiferente, restando importancia a la cuestión— Quiero tiempo con mis hermanos, ¿eso tiene algo de malo?

—No, no lo tiene—respondió Yoh incorporándose del suelo.

Nadie objetó nada. Los tres prendieron una lámpara mientras comían en silencio el resto de los bocadillos. Más que un acto que celebrar, parecía que eran parte de un funeral. Había un aire de melancolía en el ambiente imposible de ignorar.

—Bueno, sigamos tomando—sugirió Hao.

—Eres un borracho.

—No me he emborrachado en años y sabes bien porqué.

Anna miró confundida a Yoh, quien de inmediato devolvió una sonrisa nerviosa.

—Es que si no, se le escapaban los hombres que a mí se me pasaban por alto—explicó breve.

—¿Y lo dices con ese cinismo?

—Tú preguntaste—añadió Hao—¿Qué tal un juego?

Ambos lo miraron con un ápice de desconfianza.

—No vamos a dar dinero, sólo vamos a sincerarnos un poco.

—Está bien—aceptó Yoh—¿Qué hacemos?

—Todos toman una ronda y el último en acabar tiene que responder una pregunta hecha por el que sostenga la botella en ese momento.

—¿Y si él mismo sostiene la botella? —ironizó Anna.

Era un punto que no tenía del todo contemplado.

—Evita la pregunta.

Todos aceptaron. Locuras habían hecho muchas antes, ésta no sería la más irracional. El primer turno correspondió al mismo Hao, quien casi se ahogó con el primer sorbo de whisky.

—¿Y bien…?

—¿Realmente te quieres casar con Matti? —cuestionó Yoh.

Calló un instante al ver los ojos de Anna centrarse en él.

—Sí quiero, pero también siento muchas otras cosas más.

Siguieron tomando. Bastó una segunda ronda para que el licor retumbara en su cabeza como una ligera jaqueca.

—Tu turno, Anna—dijo Yoh al ver que Hao sostenía la botella.

—¿Alguna vez te has enamorado? —preguntó intrigado.

El silencio predominó por breves segundos, viajando en su memoria con rapidez, hasta que el sopor del alcohol la abandonó a la única verdad.

—No… no me he enamorado.

—¿Cómo lo sabes? Que tal…

—Una pregunta a la vez, Hao—objetó la rubia—¿Quieres la tercera ronda?

Los tres bebieron volvieron a beber. Tal parecía que el calor del líquido ya había hecho efecto en sus gargantas, aun así pasaron tres rondas para que Yoh fuera elegido.

—Dime, Yoh, ¿alguna vez has amado a alguien prohibido para ti? —preguntó Hao—¿Alguien a quien no puedas amar?

Sonrió, contemplando a Anna dormitar en su hombro unos segundos.

—¿Alguien prohibido? —repitió el cuestionamiento— No, jamás.

Continuará...


N/A: Esta es una petición especial de una persona que me pidió subiera el fic que le había escrito para ella. Obviamente, antes de que me avienten piedras, les diré que no hay porqué preocuparse, estoy trabajando en mis otras historias. Contigo Siempre y Sunshine son las dos historias seleccionadas para actualizar a partir de la siguiente semana en forma continua hasta no verles el fin. Pero mientras, les dejo este pequeño fic de breves capítulos.