Disclaimer: Los personajes no son míos, son de la autoría de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Scarlettplay, yo sólo traduzco.

Advertencia: Esta historia es algo diferente, tienen que tener la mente abierta.

Capítulo uno

Exigencias táctiles

—¿Quién es ese? —preguntó Jessica, inclinándose sobre el escritorio de Bella señalando al chico nuevo que se encontraba en la puerta.

—No lo sé, pero parece que no está disponible, así que será mejor que te olvides de él —respondió Bella, apartando su tarea. Jessica puede copiarse de otra persona. Bella estaba cansada de ser usada así.

Jessica se volvió a su asiento, a dos filas, pero su mirada se mantuvo en ese estudiante.

El chico nuevo se encontraba en la entrada, tomado de la mano de una chica petisa y morocha. Ella le susurraba algo al oído con urgencia, y él parecía enojado. Su mano se estrechó en la de ella mientras lo empujaba hacia adelante. Este bloqueó sus piernas tercamente.

Era algo divertido de ver ya que ella era una pequeña y oscura versión del duende de Keebler, y él era una versión pelirroja del Gigante Verde. Desde el punto de vista de Bella, en la fila más alta, podía ver a la pequeña mujer sudar de cansancio, pero parecía ser más mental que físico. Él no era un gigante en realidad, solo alto, pero estaba definitivamente en forma como si fuera corredor o algo.

—No. No puedo. No lo haré —dijo él.

—Si puedes. Te acompañaré a tu asiento —le dijo su novia.

Él solo negó con la cabeza y parecía estar a punto del llanto.

De repente, los estudiantes cercanos al pasillo del medio se apartaron de él mientras era persuadido a moverse en la fila del salón en forma de estadio.

Pero no Bella. Ella se acercó hacia ellos.

—Puede sentarse aquí —dijo sin pensarlo mientras se sentaba en su lugar.

Bella apartó el asiento vacío a su lado, y la chica apuntó a su derecha.

—¿Ves? Allí está tu asiento. Apuesto que podrás ver bien desde ese lugar.

Bella notó la forma en que la chica le hablaba—no como una novia—sino como una figura de autoridad.

Era muy extraño.

—No puedo hacer esto sin ti, —él se quejó un poco más alto.

—Si puedes. Es solo una clase de cuarenta minutos.

—Cuarenta y dos —la corrigió.

—Está bien, cuarenta y dos. Volveré aquí ni bien termine.

Él frunció el ceño y su labio inferior tembló.

—Pero, ¿quién sostendrá mi mano? —Mantuvo su vista en la chica mientras ella intentaba hacer que se siente.

Ella se inclinó, besó su mejilla y le acarició con su mano libre.

—Sostén tus propias manos. —Sonrió y fue tan tierno y tan llena de afecto que Bella se sintió incomoda al presenciarlo.

—¿Cómo tomaré notas entonces? —preguntó él mientras se acomodaba en la silla.

¿Acaso iba a aferrarse a ella y causar una escena más grande aun?

La chica sacó su iPhone y lo dejó en la punta del escritorio.

—Voy a grabar la clase para ti. Luego podrás transcribir las notas.

Quitó su mano de las de él, pero este volvió a tomarla.

—No me gusta este salón. Huele a demasiados números. —Se estremeció.

—Ese es el punto. Le agradas a los números, y te mantendrán feliz. —Dio un paso hacia atrás y liberó su mano nuevamente—. Ya me voy, pero volveré pronto. Fíjate qué tan alto puedes contar mientras no estoy.

—Va a ser muy alto —dijo él, con un toque de diversión en su tono.

—No puedo esperar a escucharlo cuando vuelva.

—¿Alice? —la llamó.

—¿Sí?

—Te voy a extrañar. —Colocó sus manos en su regazo.

—Yo también —dijo y casi salió corriendo por la puerta.

¿Acaso estaba avergonzada?

El profesor terminó de escribir la tarea en el pizarrón y luego comenzó la clase.

Bella se dio cuenta que el iPhone no estaba grabando, y sus manos temblaban mientras las mantenía en su regazo.

Ella se acercó hacia adelante, y lo acomodó para él.

—¿Qué haces? —gruñó el chico nuevo.

—Presiono "grabar" así no tienes que soltarte las manos —explicó ella.

Este no lo hizo fácil mientras ella se acercaba a él. De hecho, su pecho derecho rozó su brazo dos veces mientras se movía incómodamente alrededor de él. Finalmente arregló el iPhone y cuando volvió a sentarse, él la miraba directamente sin expresión.

¿Acaso estaba enojado con ella por tocar las cosas de su Alice?

Cuando le devolvió la mirada, los ojos más brillantes y más verdes la sorprendieron. Estos eran suaves y agradecidos.

—Me gustas —susurró él, pero fue un susurro fuerte y áspero, que Bella estaba segura que toda la clase lo escuchó, incluso el profesor.

—Gracias —respondió ella en un susurro más bajo.

Él sonrió.

—¿Te gustó? —preguntó.

—Eh… claro.

Ella tomó su lápiz y comenzó a repiquetear. Miró al profesor, pero por varios minutos estaba segura que el chico a su lado, sentado a la derecha, seguía enfocado en ella.

Fue difícil tomar notas y concentrarse mientras él hacía eso.

—¿Cómo te llamas? —preguntó unos instantes después; esta vez en una voz más suave.

—Bella. ¿Y tú? —Mantuvo sus ojos en el profesor. No porque estuviera siendo una alumna dedicada, aunque ella solía serlo, pero porque este chico era hermoso y totalmente encantador.

—Edward. Edward Masen, y me gustas. Eres buena. —Sus manos unidas aterrizaron suavemente en el escritorio.

—También eres bueno, Edward. —Se aclaró la garganta, bajó su cabeza y dejó caer su cabello hacia adelante.

Estaba aliviada de tener algo entre ellos. Una barrera que la ayudara a respirar.

—Señorita Swan, responda, por favor —dijo el profesor con tono arisco.

—Es, eh…. —¿La había llamado? ¿Cómo se perdió de esa parte?

—Es pi, y el resto es tan pequeño que no vale la pena analizarlo —respondió Edward por ella.

—Bien hecho, señor Masen —contestó el profesor con una sonrisa. Sus ojos brillaron hacia el estudiante nuevo.

Bella miró hacia su compañero de banco, esperando una sonrisa. Pero, en cambio, él observaba las manos de ella, y parecía que lo hubiera estado haciendo todo este tiempo mientras le había respondido al profesor.

—Tienes lindas manos —dijo Edward. Está vez lo dijo tan bajo que ella a penas lo escuchó.

—¿Sí? —La voz de ella se elevó un octavo y frunció el ceño.

—Me gusta cuando las chicas tienen uñas cortas en vez de largas y falsas. Alice siempre mantiene las suyas cortas y lindas; limpias y prolijas. —Estudió más sus manos. Parecía que estaba deduciendo algo en su cabeza por la forma en que sus ojos se estrecharon un poco—. ¿Puedo sostener una de ellas? ¿Te molestaría? —Extendió su mano izquierda.

—No, no me molesta, pero ¿cómo tomaré notas? —Se dio cuenta después de soltar esta respuesta que, de hecho, si le importaba. ¿Qué hacía él pidiéndole esto cuando tenía novia?

—Podemos cambiar de asiento ya que escribo con mi izquierda y así puedes escribir con tu dominante. —Sonrió tan feliz que las objeciones que tenía en su mente se esfumaron.

—D-de acuerdo —tartamudeó ella.

Rápidamente cambiaron de lugar, y él se movió con una fluidez y gracia que parecía raro para alguien tan alto. Debe medir más de un metro ochenta.

—Listo. Estoy sentado. Dame tu mano, por favor —dijo.

Los dedos de ella se cerraron, pero mantuvo su mano firme mientras la extendía por debajo de la mesa hacia él.

Él la tomó casi con codicia; colocándola a su costado, por debajo de su brazo. Su bícep atrapó sus manos unidas y ella se preguntó si volvería a ver su mano izquierda alguna vez.

Su agarre no era tan desconcertante, como lo fue cuando apartó su cuerpo lejos de ella como si no quisiera estar cerca suyo. Y en cierto punto, su silla también fue alejada.

¿Acaso olía mal? ¿Pensaba que era fea?

Su cerebro se inundó de pregunta tras pregunta por el resto de la clase.

—Cuando sonó la campana, él se puso de pie y ajustó su agarre.

—Es hora de almorzar —dijo.

—No para mí. Tengo el almuerzo en el quinto periodo —contestó ella.

—Iré a que te cambien eso. —Tiró de su mano. Ella logró tomar su mochila, y seguirlo mientras bajaba las escaleras.

—No puedo cambiar mis horarios por ti. Tienes novia. —Finalmente dijo en voz alta su preocupación.

Él se giró abruptamente, enfrentándola, con sus narices solo a milímetros de distancia.

—Tú puedes ser mi novia.

—Yo… eh… —Tuvo que apartar la vista de sus penetrantes ojos verdes. Era como mirar a una esmeralda hipnótica.

Él los dirigió hacia la oficina.

Edward pasó al lado de dos estudiantes que esperaban en fila para hablar con la secretaria.

—Necesito ver a mi consejero ahora. Es una emergencia —le anunció Edward.

—Oh, por… ¿Y tú eres?

—Soy nuevo aquí, y mi nombre es Edward Masen. Necesito ver al Sr. Pérez ya mismo. —Edward tomó la mano de Bella, que parecía ya atada a la de él, y la colocó debajo de su brazo otra vez. Era calentito allí, pero parecían una pareja de locos.

La secretaria hizo lo que él pidió y Bella se quedó boquiabierta. ¿Cómo logró eso?

Unos momentos después, se encontraban en la oficina del consejero y Bella apenas pudo emitir palabra alguna, mucho menos tomar aire. Edward era como un tornado en el medio del desierto—azotando una nube de polvo tan grande que nadie podía ver y definitivamente se encontraba desorientada.

—Lo siento, jovencito, pero no puedo cambiar su almuerzo. Ella está atascada por las optativas que eligió —dijo el consejero.

—Pero tenemos que almorzar juntos. ¡Vea! —Edward tomó sus manos enlazadas y las colocó frente al rostro del sr. Pérez. Respiró profundamente y Bella juró poder ver sus costillas buscando su mano, rogando que volviera.

—¿Ver qué? —El sr. Pérez observó y parpadeó.

—Tengo que sostener su mano. Me siento a salvo cuando las personas que me gustan sostienen mi mano o me tocan. Me gusta ella. Mi hermana, Alice, está cansada de hacerlo como si fuera un bebé. Necesito a Bella para darle un descanso.

Bella abrió los ojos de par en par. ¿Hermana? Y, ¡ey! ¿Quién dijo algo de darle un descanso a su hermana? Esto parecía ser un trabajo a tiempo completo.

—No creo…. —comenzó ella.

Edward volvió a abrazar su mano. Seguro sería un excelente padre… resguardando a sus bebés bajo el brazo. Pero eso difícilmente era el punto…

—Te necesito —dijo Edward, callándola—. Por favor, sr. Pérez. Tengo una nota en mi historia. Debe estar en la computadora. Tengo un desorden. Y esto me ayuda a pasar el día aquí sin tener un episodio.

El sr. Pérez tipeó algo y se puso a leer rápidamente. Bella aprovechó la oportunidad de hacerle preguntas a Edward.

—¿Alice es tu hermana, no tu novia?

Edward sonrió y asintió como si ya fuera hora de que ella se diera cuenta, pero había algo infantil y sincero en ello. Sus ojos brillaban con adoración, no con desdén. Estaba siendo paciente con ella.

¿Cuándo fue que ella se perdió? Había estado asistiendo esta escuela por tres años ya. Estaba en ultimo año, y por eso, sabía cómo funcionaba las cosas aquí. Así que, ¿cómo fue que Edward la hizo sentir perdida en tan solo unos momentos?

—¿Y ustedes se toman de la mano para ayudarte? —continuó.

Volvió a asentir.

—¿Cómo te ayuda?

—Me agito y me pongo nervioso. Contacto piel a piel alivia mi sistema nervioso, tranquilizando mis reacciones. Así me siento a salvo y puedo concentrarme. Probé tu mano. Funciona. Es linda. Me gustaría sostenerla más. Y en el almuerzo estaría genial, porque me pongo muy nervioso en grandes cafeterías llenas de chicas que me observan.

Bella negó con la cabeza.

—Apuesto a que te miran. ¿Qué tal los chicos? ¿No te molesta si ellos te miran?

—No. No les gusto. Solo me miran mal si sus novias me observan. A esos los ignoro. —Se giró hacia el sr. Pérez como si ya hubiera terminado de responder sus preguntas.

¿Acaso su tiempo se terminó?

¿Y cuál era este desorden? Casi parecía inventado.

—Oh, eso veo. Sí, eh… Solo déjame… —dijo el sr. Pérez mientras tipeaba. Un momento después, levantó su mirada hacia Edward. Luego siguió de manera más coherente—. Voy a cambiar tu horario, no el de ella. Tienes más flexibilidad. Por supuesto, esto significará que estarás menos en las clases de tu hermana y más en las de Bella.

—Muéstreme —respondió Edward.

El sr. Pérez parecía estar bien con el tono brusco y demandante de Edward. Imprimió el horario y se lo acercó a su mano libre.

Bella apenas podía ver las notas que el consejero había agregado al final de los horarios, para que Edward se lo muestre a los profesores.

—Estos son cursos básicos, pero serán buenos para mí —dijo Edward, aprobando el cambio—. Gracias. Puede que mi padre lo llame para decirle algo, pero estoy seguro de que puedo convencerlo que es para bien. El almuerzo es la hora más importante para mí. —Y un segundo después, la arrastraba por la puerta y caminaba a un paso que ningún mortal podría igualar.

Ella trataba de seguirlo hasta que se toparon con Alice. Se encontraba llorando.

—Edward, ¿dónde estabas? Estaba tan preocupada. ¡Te busqué por todos lados! ¡Estaba por llamar a papá! —Alice lo abrazó con fuerza y parecía no darse cuenta de las manos unidas de Edward y Bella.

Al parecer, Bella iba a estar encadenada a este chico quiera o no.