Todo por amor

Por

Rakelluvre

Los personajes de Crepúsculo no son míos, la trama es un UA por lo tanto es mía.

Capítulo IV

El príncipe que no viste de azul

Edward busca en el compartimiento de su portafolio la argolla de matrimonio que lo hace sentir prisionero. Al encontrarla dentro de un pequeño sobre, la saca y luego la examina. Es de oro puro y tiene grabado el nombre de Bella. Quiere recordarse los motivos por los que se casó con ella, y hallar la fuerza necesaria para los siguientes días en ese pequeño objeto. No obstante, lo único que consigue es incrementar su malestar y de mala gana se coloca la argolla en el dedo anular.

«¿Por qué accedí a esto?», se pregunta.

—Volver a ser el de antes… Eso quieres, ¿Bella? —Expresa en voz alta y enseguida, suelta una risa amarga al recordar el día que la conoció.

Bella, había sido una chica tímida escondida en el rincón más oscuro de una fiesta; envuelta en un vestido de color rosa pastel que combinaba a la perfección con su piel pálida. La prenda que a simple vista era recatada, en realidad dejaba entrever su hermosa figura. Su lenguaje corporal le indicó su incomodidad, algo que de alguna manera perversa lo complació, porque tampoco él estaba a gusto en esa fiesta. Ella le pareció más como un ángel a medida para su paraíso personal y en definitiva no debió compartir su presencia con gente tan mundana.

Cuando fue por ella, su timidez le resultó más atractiva que el carácter impulsivo y coqueto de Alison, —la hermana de su mejor amigo, Mike—, con la que estuvo hablando desde que lo vio llegar. En el instante que bailó con Bella y la sostuvo entre sus brazos se dio cuenta de que, era más de lo que dejaba ver a simple vista.

Después de esa noche iniciaron una amistad que duró un año. Edward estaba atraído por la mujer que por momentos le correspondía, para luego retroceder con una frialdad que lo dejaba helado. Era el clásico estira y afloja constante que lo trastornaba. Sin pensarlo siquiera Bella había provocado que se esforzara para enamorarla como nunca lo hizo. Y cuando ya no tuvo duda de los verdaderos sentimientos de Bella, dio el siguiente paso; la hizo su novia.

Durante los seis meses que duró su noviazgo, se sintió pleno y feliz con ella. Por ese motivo, decidió que la familia tenía que conocer a la mujer que sería su esposa. Y su hermana, Alice, fue quien preparó a sus padres para la noticia.

Edward vio a Alice entrar a la nevería con su uniforme de instituto de prestigio, con un saco azul marino, blusa blanca y falda escocesa; su pequeña estatura y el uniforme la hacían parecer más joven de lo que realmente era. Tal vez de catorce, aunque en realidad su edad era de diecisiete años. Su cabello era castaño hasta la espalda media, con suaves ondas que enmarcaban su rostro, Edward, supo de inmediato que lo había recortado, pero nunca se lo diría. Sus ojos azules se encontraron con los grises de él.

—¡Hola! Siento llegar tarde —dijo mientras tomaba asiento—. Estaba en clase cuando leí tu mensaje. ¿Sabes? Antes de exigir ver a la gente, deberías preguntar si pueden o no, ir en tu auxilio en ese momento.

—Pudiste responder que tardarías. ¿No crees?

Edward sonrió. Amaba sus confrontaciones y el dramatismo de la adolescente.

—¿Y para qué? Solo te importa tu bienestar. Eres egoísta y seguramente me dirías «No me interesa, esto es más importante que tu tonta clase de lo que sea que estés estudiando» —dijo la joven mal humorada imitando con torpeza la voz grave de Edward.

—¡Ya no eres una niña, Alice, compórtate! —reprendió con dureza fingida. La verdad era que su hermana menor lo sacaba de su estresante rutina. Además, la amaba como era.

— ¡Basta de reclamos! —Alice golpeó la mesa con su pequeño puño—. Y bien dime, a qué se debe que me hayas hecho venir hasta aquí. ¿Qué es eso tan importante y misterioso que has de confesarme? —Le preguntó mientras tomaba la carta que estaba sobre la mesa a un lado de Edward.

Tras leerla, echó un vistazo a la nieve de su hermano.

—¡Voy a casarme! —escuchó.

—¡Ya! Es un buen chiste —dijo sin darle importancia a sus palabras, solo se limitó a continuar debatiéndose entre el helado de cereza y el de coco—. Ahora dime, ¿por qué no estoy en clase?

—Ya te lo dije, no es broma. Voy a casarme.

Alice levantó los ojos para mirar el rostro serio de su hermano. Él no mentía.

—¡No es cierto! No. ¡No puede ser verdad! —La adolescente chilló y tapó su boca con ambas manos, al mismo tiempo que daba de brincos en su silla.

—¿Qué es tan difícil de entender? ¿Qué voy a casarme o que estoy enamorado?

Ella se detuvo entonces y preocupada interrogó:

—¿Quién es la susodicha?

— La mujer perfecta.

— ¡Dios mío! Edward, el que una mujer sea buena en la cama y te haga ver luces de colores no significa que estés enamorado y mucho menos que sea perfecta.

Edward, entrecerró los ojos e inclinó lentamente su cuerpo al frente, no lograba comprender a su hermana. Primero lo acosaba con comentarios sobre sus gustos femeninos, le exigía que dejara de lado las relaciones pasajeras y lo sermoneaba cuando coqueteaba con alguna mujer bonita y extravagante. Y en el momento que se dispuso a "sentar cabeza", ella simplemente no lo aprobó.

—Mira Alice, no voy a discutir contigo, tampoco voy a hablarte de mi novia para obtener tu aprobación. Estas aquí porque como tu hermano mayor, tengo el derecho de pedirte un favor.

—¡Ah! ¿Qué?... —Alice respiró hondo y decidió escucharlo antes de poner al cretino en su lugar—. Está bien, si tú lo dices, te escucharé, aunque creo que vas a cometer un error. Ni siquiera la conozco, ¿o sí? —Entrecerró los ojos.

—No hace falta. Lo harás el próximo domingo. Voy a invitarla a conocer a la familia y quiero que seas tú quien prepare a nuestros padres para la noticia.

Edward regresó a su posición inicial y llevó a su boca lo que le ha quedado del barquillo.

—¿Quieres una cena especial para la susodicha? ¿Quién es esa mujer y qué te ha hecho? —Preguntó haciendo comillas con las manos y continuó—: No estará embarazada… ¿verdad?

—No. Alice confío en ti y espero tu ayuda. —Se inclinó de nuevo hacia el frente y le susurró como si fuera un secreto—. Ese día anunciaré nuestro compromiso.

— ¡¿Estás demente?! ¿Noticia doble? Definitivamente has perdido la razón.

— ¿Lo harás?

—Cuando llegue el momento te diré: «Te lo dije». ¡Ah! Y no esperes que la reciba con los brazos abiertos—apuntó la joven y negó con la cabeza de un lado a otro en desaprobación.

—No. Yo te diré «Te lo dije».

—Insisto, Edward, la clase de mujeres que te gustan no son confiables, la última que te conocí es la amante del padre de una amiga.

—Solo hazme ese favor Alice.

—¿Por qué no les dices tú? Es tu asunto, eres un hombre mayor, no vives en su casa como para pedirles permiso para casarte y llevar a su mesa una boca más que mantener…

—Si voy y me presento con ellos y les digo lo que a ti, no me dejaran marchar hasta que su curiosidad quede satisfecha. Y tú mejor que nadie sabe que jamás su curiosidad queda satisfecha.

—Lo que no quieres es dar explicaciones que, desde mi humilde punto de vista, deberías responder como mínimo cuánto llevas de relación con ella.

—La conozco desde hace un año y medio y llevamos seis meses de relación. ¿Feliz? No te pregunto si estas satisfecha porque como una Cullen es claro que no lo estás.

—¿Y de compromiso?

—Ese día le propondré.

—A ver déjame entender esto: ¿Dices que ese día le propondrás?

—Sí.

—¿Te escuchas, Edward? Quieres armar un show y ni siquiera sabes si ella te dará el «Sí».

—Aunque te cueste creer, nos amamos. Ella me dirá que sí.

—De acuerdo. Solo porque tengo curiosidad de conocerla, te ayudaré. Que quede claro. Y recuerda que una vez que esté hecho: ¡No habrá vuelta atrás!

—Tonta. Pide tu orden y cuéntame cómo escapaste del instituto.

—¿Ya notaste mi nuevo corte de cabello? Hermanito.

Bella, se removía nerviosa en el asiento del auto y sus manos estaban sudorosas y frías. Edward, que la conocía bien, sabía que él era la causa. Nunca le habló mucho sobre sí mismo; no porque no quisiera, en realidad, su único deseo era que lo amara a él y no a la posición social de sus padres. Cuando estacionó el auto, se bajó y luego abrió la puerta para ayudarla a salir. Al sentir el temblor de sus manos, permitió que respirara un poco de aire fresco antes de tocar la puerta.

—Tranquila. Todo saldrá bien, ellos van a quererte —tomó su mano —después de que ella la limpiara con su ropa—, y depositó un suave beso en su palma.

—Edward, no estoy segura. ¿Qué haremos si no les gusto?

—Bella, ¿es que no lo entiendes? Eres la mujer perfecta.

—¿Por qué solo no me presentas como tu novia?

—¿No estás segura de querer casarte conmigo? No me digas que eres de las que se casan solo porque les dan un anillo.

—¡Claro que no! Sí estoy segura de querer casarme contigo, soñaba con ello todos los días, solo digo que primero deberían conocerme. Y tal vez, en un par de meses ya no será tan extraño que nos casemos. Bueno… seguirá siendo extraño, pero ya sabrán que llevamos tiempo juntos y se darán cuenta de que nos amamos de verdad.

—Primero que nada, señorita… Quien debe conocerte a la perfección soy yo. En segundo lugar, no les voy a pedir permiso voy a informarles que nos vamos a casar. Y en tercer lugar, te amarán.

Edward le dio un suave beso en los labios, que pronto se profundizó. Distraídos, no escucharon cuando la puerta de la casa se abrió. Una tos, los sacó del ensueño y cuando se giraron, se encontraron con la enorme sonrisa de Alice.

—¡Buenas noches! —Dijo Alice de manera simpática y ojos brillantes.

—Alice te presento a mi prometida Bella. Amor, ella es Alice mi hermana.

—Es un gusto conocerte, Bella —dijo Alice mientras la escaneaba de arriba abajo y jugaba a la mujer intimidante.

Edward sintió la agresión velada de Alice, por lo que se juró matar a su hermana más tarde. No obstante, fue sorprendido por Bella que, educadamente sonrío y tendió la mano a su hermana, como si no hubiera visto su mirada despectiva.

—El gusto es mío —dijo Bella.

— ¡Edward has llegado! —Una mujer madura salió detrás de Alice, ella lo abrazo y depositó un beso en su mejilla.

—Hola mamá. ¿Dónde está papá? Quiero que conozcan a Bella —la mujer castaña, al igual que su hija, escaneo a la tal Bella.

—Está en la sala.

Al pasar al lado de su hermana ella le susurró. «Me gusta, es valiente». Edward sonrió feliz de que Bella se ganara al miembro de la familia más difícil.

Condujo a su prometida hasta donde se encontraba Carlisle, su padre, al parecer encendiendo la chimenea. Aunque, no se dejó engañar, era obvio que momentos antes estuvo husmeando desde la ventana junto con su madre y su hermana.

Lo primero que vio Bella del hombre frente a ella, fue una media sonrisa amigable y fraternal. Carlisle era un hombre que inspiraba confianza, su profesión de médico y experiencia le dieron ese toque. Cuando Edward se postró frente a su padre supo entonces que su altura era heredada de él, aunque no logró encontrar otro parecido. Ya que su padre era rubio y sus ojos eran de un tono azul más claro, que los de Alice.

—Papá —Edward llamó su atención colocándose frente a su progenitor que le lanzaba una mirada interrogante—. Papás, quiero presentarles a una persona muy especial para mí —guardó silencio por un momento, evidenciando su nerviosismo—. No. Olviden eso. Lo que deseo decir es: Quiero que conozcan a la mujer con la que voy a compartir el resto de mi vida, a la mujer que amo, a Bella Swan. Mi prometida.

— ¡Oh por Dios! —Exclamó su madre.

Carlisle miraba a ambos con una sonrisa forzada.

—Bella, ella es mi madre Esme y él es Carlisle Cullen mi padre —Bella contuvo el aire en sus pulmones y solo lo soltó al hablar:

—¡Mucho gusto señores! —Sonrió para luego ofrecer su mano a la madre y luego al padre de Edward.

—El gusto es nuestro, aunque estoy asombrado, Edward —dijo el hombre mayor que aun sonreía.

—Lo sé y lo comprendo, debí decirles antes, pero…

—Pero nada. Estoy feliz por ti, hijo —interrumpió Esme, dándole un cariñoso abrazo a su hijo mientras que decía—: Si ella es la indicada, te apoyaremos.

—¡Gracias!

Luego Esme, abrazó a Bella.

—¡Bienvenida a nuestra familia, querida!

Edward se sienta en la cama y peina su cabello con las manos. Piensa en lo distinta que era en ese entonces, y lo hermosa que le parecía. Se levanta de la cama y camina hacia el closet y saca su ropa. Suelta una risa amarga sin razón aparente, esa noche llegó a al departamento de Bella —él había puesto a su nombre el departamento, aunque ella no lo sabía—, con la intención de hacer las maletas y dar fin a su matrimonio, sin embargo, todo salió mal y ahora está regresando al lado de su patética esposa para quedarse unos días más.

Su móvil timbra y ve en la pantalla el nombre de su amigo Mike. Que al saber que está en trámites de divorcio, no deja de acosarlo para salir en busca de aventuras. Edward, gime frustrado. Antes no se consideraba atado a Bella, la amaba, ella era una pieza fundamental en su vida. Hoy no puede dejar de sentirse traicionado y considerarla una carga muy pesada, ya que le robó la oportunidad de formar una familia juntos. Le duele, porque nunca volverá a ser dichoso y completo. Maldice su suerte, si hubiera salido con Mike en esa ocasión tal vez las cosas serían diferentes o ¿no?...

Después de una larga y cansada jornada de trabajo solo deseaba llegar a casa al lado de su amada esposa y hacerle el amor. Tocar sus adorables curvas y dejarse mimar por ella. Al cruzar la puerta de su hogar, se le hizo extraño no ser recibido por unos cálidos brazos. Bella, siempre se lanzaba sobre él para devorarse en un apasionado beso. Que casi siempre terminaba en un toqueteo sensual. En esa ocasión no hubo su acostumbrado recibimiento. «¿Dónde ha ido?» se preguntó, mientras que inspeccionaba la cocina. Nada. Se dirigió a la habitación donde la encontró sentada de espalda a la puerta.

—Hola amor. No escuché ruido y pensé que no estabas. ¿Qué ocurre? —Se acercó y tocó su hombro con suavidad. Bella se puso de pie y se giró frente a él, su rostro estaba marcado por rastros de llanto.

—¿Qué sucede Bella?

De nuevo le preguntó, aún más preocupado.

—No podremos tener hijos — Edward sintió un frío recorrer todo su cuerpo y alojarse en su corazón.

—¿Por qué dices eso? —La pregunta salió en automático. En realidad, ya sospechaba la respuesta.

—Los resultados médicos dicen…— La voz de Bella se quebró y fue entonces que Edward confirmó una sospecha que se negó a ver. Fue como una abofeteada a su felicidad.

—¡Cállate! No digas nada. —No la abrazó ni dijo palabras de consuelo. Edward dio media vuelta y se fue.

Demasiado conmocionado y herido por la noticia manejó furioso durante un rato antes de estacionarse frente a la casa de lenocinio, donde años atrás cuando era soltero, iba para encontrar desahogo. Salió del auto y entró al lugar. Hombres bien vestidos y acompañados de mujeres desnudas, se encontraban hablando o tocándose. Una chica morena se acercó al reconocer a su antiguo cliente.

—¿Te puedo ayudar en algo?

Sus pechos falsos de silicona se mostraban asfixiados bajo el diminuto sujetador de lentejuelas. La pequeña falda, le daba una buena vista de su trasero.

—¿Aún sigues aquí?

—Estaba esperándote.

Edward, bebió la copa que la mujer le ofreció y exigió:

—Bueno, muéstrame cuánto me has extrañado.

A la mañana siguiente, se sintió asqueado por sus acciones. Tenía el deber de permanecer a su lado y darle apoyo moral. Su obligación era romper la relación antes de traicionar sus valores. Pero no pudo, los sueños de una familia como la que tuvo en su infancia se desmoronaron. Su deseo de un hijo varón al cual poder enseñarle a jugar pelota, andar en bicicleta, darle consejos de cómo conquistar a una chica cuando tuviera edad y a llevarlo a tomar su primera cerveza, todo eso desapareció.

Y cuando llegó a casa y la vio dormida el amor y su necesidad de ella fueron más fuertes que sus ganas de abandonarla. Se maldijo por su canallada, pero era verdad, que ya no podía prometerle que siempre estarían juntos. Ella no podría pensar que se conformaría con solo ellos dos. Solo esperaba que el tiempo le diera la fortaleza a su corazón para poder aceptar que su mujer ya no merecía estar a su lado. Esperaba que él pudiera dejar de necesitarla, aunque sea solo un poco.

Horas más tarde, cuando se levantó de la cama, tomó su ropa y entró al baño. La ducha de agua tibia le cayó de maravilla, ya que su cuerpo ardía por el exceso de alcohol en su sistema. La cabeza parecía querer estallarle de un momento a otro, y los malditos recuerdos de la prostituta estaban muy presentes. Al salir del baño, su mujer, entró a la habitación con una taza de café y un par de aspirinas.

Te sentirás mejor con esto —le dijo con voz dulce. Y lo primero que pasó por la mente de Edward era que se hallaba culpable y que no sabía cómo remediar las cosas y obtener su perdón. Y lamentablemente su mal era irremediable. Pensaba que tendría que volver a nacer, pero esta vez sin imperfecciones en su vientre inerte.

Gracias —respondió más por educación.

Edward, sé que esto no es fácil para ti, pero tampoco lo es para mí. Quizás… Podríamos considerar la adopción…

Al escuchar su voz entrecortada y sus ojos brillosos se le oprimió el corazón; solo por un momento el remordimiento se sintió latente en él, pero al mencionar la adopción…

¿Estás loca? ¡Jamás! ¡Escúchame, nunca llamaré hijo a un niño que no lleve mi sangre!

Su dolor de cabeza y la ira casi incontrolable lo hacían querer salir corriendo de la habitación, por eso pasó a su lado deprisa y sin darse cuenta de que la golpeó en el hombro. Alcanzó a escuchar el impacto de la taza haciéndose añicos, —no le da importancia—, solo pensaba en su atrevimiento para insinuar que, él, podría cuidar un niño sin saber por quiénes o cómo fue engendrado. Si sus padres o familiares tendrían alguna enfermedad rara e incurable, o si pertenecía a una familia de drogadictos o asesinos.

—¡Ilusa! —Dijo con resentimiento.

Edward vuelve al presente al escuchar timbrar su celular; toma el aparato y lo apaga, sabe que Mike no dejará de insistir. Continúa guardando sus cosas para volver con su esposa por solo cinco días. A pesar de tener la sensación de estar cometiendo un grave error.

Detesta reconocer que su hermana tenía razón, aunque ellas se hicieron buenas amigas, Bella, no era la indicada para él. «¿Cómo pude ser tan ciego?», se reprocha. Y lo peor de todo era que se había convertido en un patán que engañaba a su esposa y todo porque necesitaba ahogar su amor por Bella. Al principio para probarse que ella no significaba demasiado en su vida, luego, para probarse que podía dejarla. Porque no estaba ni está dispuesto a no cumplir su sueño de ser padre, por una mujer que al final resultó ser una completa decepción.

Bella da vueltas dentro de la habitación, siente que las cuatro paredes que la rodean se hacen cada vez más pequeñas; y que de un momento a otro estás la aplastarán.

—¡Maldita mujer! ¡Déjalo regresar! ¡Él es mío! —Grita con desesperación mientras hala su cabello. Cuando toma aire escucha la puerta de la entrada, él, al fin ha vuelto. Corre a la cama para recostarse y fingir que duerme. Apenas logra cubrirse la cabeza con la sabana cuando Edward entra al cuarto haciendo el menor ruido posible.

Observa a su esposa recostada, no sabe si acercase y hacerle saber que ha llegado o bien dejarla dormir e ignorarla de nuevo. Se detiene al pie de la cama mientras piensa que en realidad no está preparado para conversar con ella, por lo que da media vuelta y sale de la habitación.

Bella deja salir el aire contenido mientras que su corazón late deprisa por saberlo de vuelta. Después se maldice, ya que no sabe si él quiere cenar con ella mientras conversan sobre su día. Está segura de que en esos días fuera de casa no se alimentó correctamente. A Edward siempre le gustó su cocina. Se levanta de la cama y sale de la habitación en su búsqueda.

Descalza deambula en penumbra, intenta detectar a su esposo en alguna parte del departamento. Escucha su voz provenir de la cocina —sonríe porque no se ha equivocado él extraña su comida; eso oprime su corazón a la vez que la hace sentir un poco de esperanza—, no logra distinguir lo que habla, pero conforme se acerca más puede identificar las palabras con mayor claridad:

—Lo sé, lo sé y lo lamento, pero no pude rechazar su oferta. Si está de acuerdo el proceso de divorcio es más rápido, ya te lo he explicado…

Bella siente que su corazón, el que late apresuradamente, se detiene por un momento. Aunque sabe que él está ahí por su chantaje no puede creer que se encuentre hablando con alguien sobre su relación a esas horas de la noche.

—Ya te lo dije solo serán cinco días nena…

Bella siente un profundo dolor en su pecho y se pregunta si en verdad un corazón puede romperse. Inevitablemente ahora sabe que está hablando con ella. Su rival.

—No confundas las cosas nena, solo es lástima. Después de todo, ¿quién va a amarla si es incapaz de procrear?... Ya no quiero hablar de esto por favor.

Edward escucha a su amante y husmea dentro del refrigerador.

Bella no puede creer lo que ve, Edward lleva a su boca lo que con amor preparó para él, durante la semana, con la esperanza de verlo regresar. No comprende cómo no ve que en el refrigerador solamente se encuentran los platillos que tanto le gustan.

—No mi amor, ella me dará el divorcio. Bella siempre cumple lo que promete. Ya verás que pronto estaremos juntos. ¿Me amas? Dímelo

—…

—Bien. Ahora descansa y sueña conmigo, preciosa.

Deja el móvil en la encimera de la cocina y es cuando Bella sale de las sombras. Llevando a su boca un trozo de lasaña, Edward, levanta la mirada de su plato al escucharla aparecer; se sorprende al verla. Solo le basta con mirar su rostro lleno de dolor para saber que ha escuchado su conversación, pero no hace ningún intento por justificarse o pedir perdón.

«¿Para qué? De todos modos, va a dejarme para irse con su amante. ¿Para qué tomarse la molestia en fingir lo que ya no existe?» se pregunta Bella.

Bella da media vuelta marchándose con su dignidad arruinada. Le avergüenzan sus malas decisiones, las mentiras que le impide en ocasiones mirarlo a la cara sabiendo que es una egoísta tan mentirosa como él o peor —al menos él ya no niega su infidelidad—, en cambio ella ni siquiera era capaz de reconocer sus errores. Sí, es peor. Ella que día a día intenta retenerlo más por miedo a quedarse sola, a no tener a nadie que la ame, a nadie a quien amar que por el simple hecho de verdaderamente amarlo. Porque si lo amara lo dejaría ser feliz.

Todavía recuerda la sala de espera del enorme hospital de fertilización; con su horrible aroma a antiséptico y sus paredes blancas, los doctores y enfermeras yendo y viniendo con sus rostros fríos e indiferentes:

Sentada frente a una mujer de mediana edad, su semblante es sereno y tierno mientras se encuentra atenta a la charla de su esposo, la ve acariciar suavemente su abultado vientre de forma inconsciente, lo ha visto en varias ocasiones en distintas mujeres embarazadas, Bella los envidia e intenta pensar en un futuro prometedor.

Desde el comienzo del matrimonio, Edward le habló sobre la numerosa familia que deseaba. Lo platicaron detalladamente tomando la decisión de esperar a que ella terminara su carrera para poder dar inicio a la búsqueda de su primer hijo. Cumplido el plazo dejó de tomar la píldora, sin decirle nada. Ansiaba darle una sorpresa, aunque le hubiera gustado ejercer su profesión no cambiaba la idea de tener un hijo de Edward. Y ahí estaba, después de un año sin poder concebir. Sintiéndose temerosa por no poder darle un hijo al hombre que ama. Pero no deseaba hacerse ideas erróneas en la cabeza por lo que buscó ayuda profesional.

Cuando Bella le propuso acudir al hospital, no quiso atormentarlo con sus sospechas, por lo que no le dijo el verdadero motivo para ir. Traer a un niño sano al mundo fue el pretexto perfecto. Edward no se resistió como lo supuso, de hecho, estaba feliz porque las cosas se hicieran de la mejor manera, le agradaba la idea de prepararse antes de la concepción por lo que ambos tomaban vitaminas y él dejó de beber. Siempre estaba pendiente de que ella no olvidara las pastillas de ácido fólico y de que su alimentación fuera la adecuada. Pero ya habían pasado otros seis meses desde entonces sin lograr el objetivo, aunque siguieron al pie de la letra las indicaciones médicas. Al final comenzaron los estudios médicos más profundos.

Ese era el día en que les darían los resultados y sabrían el origen del problema. Edward, se negó a ir con ella alegando un exceso de trabajo, pues se negaba a creer que hubiera algo mal en ellos. Decía que eran los efectos de la píldora anticonceptiva al consumirla por tanto tiempo y que cuando estos pasaran, ella volvería a ser fértil. Lo que no sabía Edward era que ella había dejado la píldora hace más de un año.

La puerta con el nombre de Dra. Catherine White era la que Bella, esperaba se abriera en cualquier momento.

—Señora Cullen, pase por favor.

—Gracias —respondió a la enfermera con una sonrisa.

—Buenas tardes Bella. ¿No viene su esposo? —preguntó la doctora tras ver a su asistente cerrar la puerta.

—Buenas tardes Dra. Catherine. No. Está en una audiencia. —Bella tomó asiento, tratando de mantenerse serena.

—Bueno… Podríamos cambiar la cita.

—¡Oh! No… No hay problema puede darme a mí el resultado de los análisis. — Se mordió el labio inferior y mantuvo sus manos muy quietas en su regazo — ¿Salió algo mal en mí?

—Tus resultados salieron muy bien. No hay nada que te impida concebir.

La mujer, miró a Bella a los ojos. La respuesta a la pregunta estaba escrita en letras grandes en ese rostro lleno de sabiduría.

Edward tenía un problema.

Nota:

Gracias a todos los que leen de nuevo la historia, a los nuevos lectores; y a los que escriben un review, mail o un PM son geniales. De verdad estoy agradecida por darme de nuevo la oportunidad de leerme.

Adriana Molina, Jocelyn, Stefanny Solarte, Leah de Call, Lya, MikoHerondale, Twilight all my love 4 ever, Tulgarita, Marme, Lauren Lopa. Lya, Veronica (no solo la primera parte con el tiempo tal vez las demás). Nimia Forctis, Nayely, , Alma Cullen Masen, Tabys, JenLaw90, Laura 898, Lya.

Tataxoxo

Yoyis28, , Lupita2768, y almarobotica87.

Un abrazo desde México y por favor: Quédate en casa lo más que puedas.