Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer,la historia es de mi propiedad y queda absolutamente prohibida su adaptación o traducción, ya sea parcial o total.


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Outtake I: Navidad

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Abrí los ojos con fuerza y me aferré al edredón que tenía enrollado en el cuerpo. Me giré y lo encontré durmiendo pacíficamente, bocarriba y desnudo desde el cuello hasta la cintura. Despegué el cabello de mi cuello, sudoroso y frío. La pesadilla me había desesperado a tal punto, que tenía las manos temblando y el cuerpo sudado de puro terror.

Era otra pesadilla infantil, no muy importante. Llevaba cerca de dos semanas soñando lo mismo, una y otra vez. Yo, pequeña, viendo a papá borracho en el último escalón junto al decrépito árbol de navidad que no pude hacer. Recordaba cómo mamá lo había botado y él se lamentaba constantemente por esto. Me decía que la navidad era mala, que mi propia madre era el Grinch y que jamás podríamos volver a ser felices. Odiaba el olor a alcohol que emanaba de su boca, porque papá no era así normalmente. Luego me transformaba en la Isabella terrible de hace seis o siete años, cuando era una mujer tosca, dura y miserable.

Di un respingo y acerqué mi mejilla hasta el pecho de Edward, necesitaba su calor otra vez.

Aún recuerdo a esa Isabella de mis sueños. Lloraba y despotricaba por su familia, la familia que le cagó la navidad completamente. Odiaba tanto a mamá esos días, no podía sentir el espíritu navideño cuando ésta se acercaba, porque simplemente ella me había dejado con mi borracho padre, comiendo chatarra fría y viendo las pobres luces navideñas que apenas y había podido color. Sola, con diez años.

Ya iban dos semanas que soñaba lo mismo, noche a noche, sin dejarme dormir. Y faltaban solo horas para la noche buena. ¿Era una alarma de mi cabeza? ¿Qué me quería decir? Carlie insistía en ver a su abuela, pero yo temo, temo realmente por el trauma que no puedo quitarme de la cabeza. Mi cerebro insiste en que algo podría suceder, que ese día no se lo merecen mis padres a pesar de todo.

Inconscientemente me puse a llorar, por la desesperación, por la tristeza que me traen los recuerdos. Intenté no sollozar para que Edward no despertara, pero el esfuerzo fue en vano, ya que no tardé en gemir como condenada en el pecho de mi cobrizo.

―Hey, hey, ¿qué sucede, Bella? ―me preguntó con desesperación, abrazándome torpemente por la somnolencia.

―Pesadillas, nada más ―le dije tranquilamente, sorbiendo por mi nariz.

Lo oí suspirar. Se despabiló y me abrazó con fuerza, apegando su barbilla en mi hombro y besando mi mejilla. Tenía los ojos cerrados, disfrutando de su calor.

―Ya van varios días, cariño ―insistió preocupado.

Se despegó unos centímetros para observarme con sus ojos verdes, brillantes y cálidos. Siempre surtía el mismo efecto: mis mejillas ruborizadas y el estómago retorcido.

―Algo debe estar ocurriendo en mi cabeza ―le susurré.

―¿Crees que necesites arreglar ese problema que te aqueja? Bella, necesitas cerrar esa herida, pasar por alto ese periodo de dolor aunque cueste.

―Se me hace difícil ver a mis padres en navidad, tú sabes todo lo que pasé, todos los años que me costó incluso pasar la navidad con alguien más. Mañana quiero estar con ustedes, mi marido y mi hija. ―Apegué mi nariz a la suya, respirando su aire.

Acaricié su quijada, la cual ya presentaba los indicios de una barba. Me apretó contra él y depositó un suave y cálido beso en mis labios.

―Carlie necesita ver a sus abuelos, por lo menos ésta vez. Además estarán sus primos. ¿No crees que deberíamos comenzar a cerrar ciclos y unirnos todos como deberíamos? ―insistió―. Solo faltamos nosotros.

Me separé y me senté erguida en la cama, mirando hacia la ventana gigante que había frente a mí. Podía ver el espeso bosque bajo la luna y las estrellas. La nieve se estaba haciendo aún más espesa y poderosa. Más allá había una gran figura de nieve que Carlie había elaborado junto a Edward cuando yo preparaba galletas. Sonreí de improvisto.

―¿Estás seguro que mañana no sobraremos? ―le pregunté―. Ya sabes, dudo mucho que nos esperen en la mesa, conocen mi temor de estar con ellos.

Edward pasó un dedo por mi cuello, quitando el cabello que hay a su paso.

―Ellos siempre te están esperando para pedirte disculpas.

Miré nuevamente hacia sus ojos verdes, le sonreí y me lancé hacia él para abrazarlo.

―Confiaré en ti ―susurré contra sus labios.

―Sabes que una vez que confías en mí, todos tus sueños se hacen realidad ―ronroneó, pasando su mano suavemente por la curva de mi cintura.

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Tenía los dedos débiles y las piernas se tambaleaban como si fuesen solo dos hilachas de lana. Frente a mí estaba Carlie, dándome la espalda, mientras yo peinaba su cabello para elaborarle dos suaves colitas en lo alto de la cabeza.

―Auch ―gimió.

―Lo siento, bebé ―le dije.

Había pasado a llevar su fino cabello. Ambas estábamos inquietas, ella por mi culpa y yo porque solo faltaban minutos para que Edward sacara el coche del garaje para irnos hacia la casa de mis padres. Ninguno de ellos sabía, por lo cual sería una sorpresa.

Cuando logré ordenar su cabello castaño oscuro en dos partes y anudarlo en lo alto de la pequeña cabeza con unas cintas blancas, Carlie se dio la vuelta y puso ambas manos en mis mejillas. Me quedó mirando, para luego abrazarme. Su pequeño cuerpo me infundió de un profundo valor, de valentía cálida, lo que necesitaba.

―Ve a arreglar los juguetes que quieres llevar, yo después voy por ti a tu habitación ―le dije al fin.

―Sí, mamá.

La vi salir saltando por mi puerta, levantando en el aire las dos coletas. Al mismo tiempo entró su padre, un Edward tan endemoniadamente guapo, como siempre quitándome la respiración.

Lleva un suéter rojo sobre una camisa blanca perfectamente abotonada, sus jeans oscuros se apegaban a sus caderas, haciéndole ver aún más apetecible. Y Dios, ese cabello cobre tan desordenado y sedoso, haciendo un leve baile en la frente estrecha.

Me lancé a sus brazos mientras el vestido se elevaba un poco con el aire de mis movimientos. Me agarró desde la cintura y me apego a su cuerpo, observándome mientras con su suspicaz mirada.

―Tranquilízate, si no quieres no vamos.

―Ya le dijimos a Carlie que iremos con sus abuelos. ―Pasé mis manos por el suave pectoral cubierto de tela.

Suspiró y pegó su frente junto a la mía, exhalando el aire que tenía dentro de sus pulmones.

―Vamos entonces.

Carlie se metió al auto con cierto entusiasmo que me desconcertó. Nunca había estado tan alegre. Bueno, adora en demasía a su familia, además es la alegría del hogar. Cierto grado de cariño es producto de todo lo que pasé cuando estaba embarazada, claro está. Y yo la cuidaba como si fuese una reliquia.

Recién tenía 3 años y unos pocos meses.

Edward me besaba en cada semáforo en rojo y yo me ruborizaba como mi vestido rojo. Una parte de esto era para que me tranquilizara. Él sabía perfectamente cuánto poder tenía en mí, y no era para menos, en pleno parto había podido ayudarme a minimizar el dolor.

Carlie comenzó a identificar los paisajes, así que aplaudía constantemente con sus pequeñas manos. La miré por el espejo retrovisor y no pude evitar sonreír. Era tan hermosa.

Desde lejos pude ver las múltiples luces de la mansión. Mamá y su afán por decorar todo con el espíritu navideño que a mí tanto me costaba tener. Si no fuese por Carlie o por el propio Edward yo no tendría siquiera un árbol.

Edward estacionó y dio la vuelta para abrir mi puerta. En cuanto saqué la pierna mis huesos se entumecieron, la nieve espesa emanaba un frío impresionante. Él me abrazó y me besó la frente, para luego tenderme su chaqueta sobre los hombros. Caminé hasta la puerta trasera, metí la cabeza y el torso dentro del auto, abrigué a Carlie y la tomé entre mis brazos para llevarla hasta la casa.

Desde lejos oía el canto de mi mamá, un karaoke de Jingle Bells. Sonreí sin poder evitarlo, levantando duramente las comisuras. Edward lo notó, pasó un brazo por mi cintura y Carlie apegó su carita a mi clavícula. Mi marido tocó la puerta principal y todos dejaron de hablar y de reír. Mi estómago se estrujó y la sonrisa desapareció; ésta sería una sorpresa para todos.

―¡Oh, por Dios! ―exclamó Sue, tapándose los labios con las manos.

―¡Sorpresa! ―exclamó Edward con timidez―. Supongo que hay tres cupos desocupados en la mesa.

Sue nos permitió la entrada, lo que permitió a que mi mamá se abalanzará contra mí.

―Nunca pensé que te atreverías a venir, cariño ―me susurró.

―Oh, mamá ―gimo, aguantando las lágrimas.

Renée se despegó unos segundos para besar a mi hija en innumerables ocasiones, en ambas mejillas, y luego dirigirse hasta Edward y agradecerle por traerme.

―Han completado mi noche. ¡Ya era hora que vinieras, hija por Dios! Carlie tiene que estar con su precioso abuelo… ―Papá agarró a Carlie entre sus brazos, y ella, naturalmente coqueta, le sonreía a su abuelo―. De verdad me alegra verlos ―susurró, mirándonos a ambos. Teníamos las manos agarradas, infundiéndonos valor. Edward era así, le gustaba tenerme conectada a él, sentirme a cada minuto cuánto era posible.

Pasé una mano por la mejilla de Charlie, agradeciéndole a la vida por dejarlo un año más con nosotros tan sano y sin problemas en ese corazón. Sufrí tanto por su infarto… No podría volver a llorar por algo así.

―Supongo que necesitaba quitarme ese trauma de encima ―intenté sonar despreocupada, pero el rostro de mi padre parecía preocupado.

Edward tomó mi mano y me condujo hasta la sala, la chimenea estaba caliente y enviaba chispas al rostro de Cameron. Estaba sentado en el sofá de tres cuerpos con su hijo sobre las piernas, enseñándole cómo las llamas eran peligrosas y muy extravagantes. El niño, de grandes y potentes ojos marrones, sonreía y movía las manos intentando agarrar la fogosa forma del fuego.

Jadeé levemente, pues quería llorar, la imagen de Cameron en un ambiente tan tranquilo me llenaba a mí de paz y me hacía sentir menos culpable.

Sintió mi presencia y de inmediato giró el rostro hacia mí, sonriendo y elevando el bracito de su pequeño hijo que ya comenzaba a patalear para que lo tomase.

Iba a caminar hasta él, pero Edward me agarró aún más fuerte de mi mano. Me sorprendió, pero luego él me indicó a mi hermano, que estaba de pie con el pequeño Luciano brincando entre sus brazos. Grité y corrí hasta él para abrazarlo, mientras mi marido se preocupaba de su sobrino. Cuando acabé de derramar mis lágrimas, Cameron se separó un poco para mirarme.

―Dio resultado ―susurró―. La operación dio resultado.

―¡Por eso no querías decirme! Estuviste meses en rehabilitación y ya estás bien.

―Quería que fuese una sorpresa. Y debo agradecer a Edward por guardarme el secreto.

Me giré hacia mi cobrizo, incapaz de creer semejante complot. Acabé sonriéndole de oreja a oreja y agarrándome a su cuello para besarlo.

―Es el mejor regalo de navidad que podría recibir ―les digo a ambos con sinceridad.

Fruncí el ceño de pronto. No podía dejar de llorar.

―Me parece que hoy ando sensible ―le dije a Edward, mientras le tomaba la mano para acercarlo a mí.

Noté cómo Carlie jugaba con su primo, Luciano. Ambos eran extremadamente tranquilos, al contrario de los mellizos de Alice y Jasper. ¡Esos eran incontrolables! En ese preciso momento jugaban junto a su papá, que, como buen pediatra, no podía evitar cabalgarlos en la gran alfombra persa de mi madre.

―Tus hormonas siempre juegan malas pasadas ―me susurró, acariciando mi quijada con sus dedos.

―¡Hey, par de idiotas! Aún no me han saludado como me lo merezco ―intervino Rosalie, separándonos abruptamente con su cuerpo.

La miré mal.

―Estabas en la habitación de arriba CON MI HERMANO ―exclamé.

Se encogió de hombros.

―Eso no evita que me saludes como tu cuñada favorita ―dijo con aires pícaros.

Rodé los ojos y le di un beso en la mejilla. Edward se acercó respetuosamente a ella y la saludó. Emmett llegó corriendo hacia nosotros y me abrazó con la fuerza necesaria para sacarme un grito ahogado.

―Cuidado, Emmett, que yo soy la único capaz de sacarle gritos ―molestó Edward, levantando levemente su ceja.

―¡Edward! ―gemí―. ¡Es mi hermano!

Rose, Emm y Edward rieron sin parar por mi rostro estupefacto. Esme y Carlisle se oían claramente en el karaoke junto a mis padres que cantaban en un duelo de parejas. Increíble.

Tocaron el timbre, oí como mamá dejaba de cantar y abría la puerta como buena anfitriona. Se oyeron dos gritos semifemeninos que anunciaban la llegada del champan. Mamá les avisó que había una sorpresa alucinante en la sala, así que los sentí correr rápidamente hacia nosotros. Ambos gais pegaron un grito desbordante y me elevaron con facilidad en el aire. Primero uno, luego el otro.

―¡Soy el hombre gay más feliz del mundo! ―gimió Jacob, apretándome las mejillas con fuerza. Dolió.

―Equivocación, amor, el puesto del hombre gay más feliz del mundo lo tendrás que compartir conmigo ―le siguió James, tomándolo del brazo para separarlo un poco de mí―. Estoy tan orgulloso de ti, Bella.

―Tenía que salir de casa una sola vez en navidad ―susurré.

James se separó y me quedó mirando con sus ojos claros. Su tono de piel superbronceado se tornó algo pálido y la ceja perfectamente depilada del lado izquierdo se levantó bruscamente.

―Estás más gorda ―me dijo―. No en el sentido feo de la palabra, claro ―intentó arreglarlo ante mi notoria cara de sorpresa e indignación.

Me miré los pechos y los brazos, pero ante mis ojos no veía nada extraño.

Saludé a Abby con un gran abrazo. La verdad era que nuestro lazo se había amenizado gracias a todo el tiempo que pasábamos juntas cuando ella estaba embarazada. Adoraba verla tan tranquila a pesar de todo, pues yo durante mis ocho meses y medio, no podía siquiera relajar mi respiración con el miedo que me provocaba Damian a cada segundo. Pero ya había pasado todo, gracias al cielo Damian estaba muerto hacía tres años y algo más.

Mamá nos pidió a todos que nos reuniéramos en la mesa del café, junto al gran televisor con el karaoke de fondo. En medio habían muchas copas con champan y algunas cosas para comer. Tomé un pedazo de queso, pero el olor fue tan repugnante que tuve que alejarlo por completo de mi presencia.

―¿Sucede algo? ―inquirió Edward en un susurro.

―El queso… Dios, está repugnante ―murmuré, buscando algún aroma que me quitara el asco que sentía.

Edward frunció el ceño, tomó un cubito y lo comió.

―Sabe bien. Es gruyere.

―Supongo que hoy ando más sensible.

Me quedó mirando un largo rato, pero no dijo nada más. Toda la atención se la robó Emmett que pidió silencio.

―Hoy, con todos ustedes presentes, agradecido de ver por fin a mi hermana y a su familia reunidos con nosotros, tengo la dicha de anunciarles mis ganas de casarme con la mujer de mi vida ―miró hasta Rosalie que se puso igual que su vestido: rosa chillón. Le tomó la mano y se arrodilló ante ella―. Rosalie Lilian Hale, eres la mujer más hermosa que pudo existir en este mundo, adoro tu forma de mirarme y hablarme, de darme consejos antes de mis juegos y de la increíble forma que tienes de hacer de mi mundo algo mejor ―suspiré duramente al escuchar eso, cómo adoraba escuchar, ver y sentir el amor―, por esas y por muchas razones más… ¿Te gustaría casarte conmigo?

Rose se tapó el rostro con las manos, luego separó unos dedos para mirar a Emmett. La inconquistable Rosalie Hale iba a ser capaz de casarse con mi hermano… ¿o no?

―¡Sí! ¡Quiero casarme contigo! ―exclamó, lanzándose a sus brazos para abrazarlo con todas sus fuerzas.

Mamá lloraba, al igual que la mayoría de las mujeres, incluyéndome. Carlie corrió hasta mis piernas, dejando la espada de su primo en el suelo. subió su cabeza y me quedó mirando.

―Má… ―gimió, entristecida.

La elevé y la cobijé para que no se preocupara, mientras Edward besaba su cabello.

―Mamá está bien ―le susurré.

―Mamá está muy sensible y papá quiere descubrir si sus sospechas son correctas ―dijo el cobrizo cerca de mi oído, mientras los demás corrían a abrazar a la pareja que iba a casarse.

Me separé un poco de él y lo quedé mirando un largo rato, recordando que hace tres años me sentía de igual manera. Miré a Carlie después. Iba a decir algo, pero el abrazo grande Rosalie me dejó sin aire.

―¡Tu hermano me hará la mujer más feliz de este mundo, Bella! ―gritó escandalosamente.

Bajé a Carlie y ésta se aferró a las piernas de su papá. Rose volvió a abrazarme, pero con mayor efusividad. Me apegó a su cuello, lo que permitió que su perfume se calara en mis fosas nasales. La bilis se subió a mi garganta, di una arcada y me separé de ella bruscamente. Me tapé la boca y corrí hasta el baño más cercano para expulsar todo lo que había comido en el día.


Buenas noches chicas, este es un pequeño regalo por la pasada navidad. Es un pequeñísimo extracto de lo que supone es la primera navidad de Bella junto a su familia. ¡Muchos besos a todas! Y agradezco a las muchas que sé estarán intensas con esta sorpresa.

Gracias a todas mis lectoras maravillosas, gracias por leer este fanfic que tanto ha estado presente en mi vida. ¡Sé que este outtake es muy poco, pero no puedo dar más detalles! Muchos, muchos besos y abrazos.

Si quieres leerme en una historia muy intensa y romántica, te invito a que te pases a mi fanfic SI ALGÚN DÍA DECIDES VOLVER: (quita espacios)

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