Esta historia será totalmente AU (Universo alterno).

Los personajes protagonistas no me pertenecen, sólo la trama.


El Ermitaño

BY: YaniitaPotter


Introducción

Un molesto ruido lo obligó a despertarse. Un golpe sordo le llegó desde abajo, unos susurros de suplica y un llanto desesperado.

Saltó de su cama con sumo sigilo, pues algo le decía que debía ser cuidadoso y estar calladito. Salió de su habitación, dirigiéndose a las escaleras que daban a la sala de su hogar.

- Por… Por favor…- el tono de desesperación en la voz de su padre, le provocaron un nudo en la boca del estomago y una bola en la garganta. Su corazón se aceleró al reconocer el llanto de su madre y su cuerpo se paralizó al detallar la escena en la salita. Sus pies se detuvieron a la mitad de la escalera e instintivamente se agachó sobre sí, ocultándose del malhechor que irrumpió en su casa, y el cual apuntaba a sus padres con un arma, sin piedad alguna por ellos.

- No… no entien…

- ¡Ya cállate, Potter! – la arrastrada voz de un hombre lo hizo estremecerse de pies a cabeza. Aferró sus manos a las barandillas con fuerza, se podían ver sus nudillos blancos. – No eres quién para pedirme explicaciones.

El llanto de su madre resonó en sus oídos, el hombre prestó su atención a la mujer y negó con la cabeza, repetidamente.

- No hay porque llorar… será rápido – apuntó el arma hacia la cabeza de la sollozante pelirroja. Harry se levantó rápidamente, a tiempo para capturar la mirada de su padre. Esa suplica silenciosa, esa desesperación en sus pupilas.

Lo vio negar con la cabeza con disimulo. Lo supo de inmediato, supo lo que quería decirle con aquel gesto… y su corazón inocente, comenzó a fracturarse.

- Uno, dos, tres y cuatro – contaba el extraño hombre dando pasos, acercándose a la mujer. La punta de la pistola se clavó en su sien y el disparo zumbó entre las paredes. El grito de su padre se le clavó en el pecho dolorosamente, lágrimas bañaron sus mejillas y el inicio del dolor más grande apenas daba comienzo en su interior.

Un segundo disparo se presentó, seguido por la risa desquiciada de un demente…

Lo vio, el hombre guardó el arma en su ancho abrigo, tomó un sombrero gastado que reposaba en la mesa central y desapareció por la puerta principal.

¿Qué había pasado? ¿Quién era? ¿Por qué había asesinado a sus padres? ¿No sabía de él? ¿Por qué no lo buscó, y lo mató también?

Sus pies corrieron hacia los cuerpos inertes del matrimonio Potter. No se atrevió a tocarlos, no se atrevió a mirarlos por más de cinco segundos, sólo pudo llorar. ¿Qué más esperaban? Era un niño, y lloraba como nunca.

Despertó apenas el sol se asomó por lo alto de las montañas próximas. Sentía cierto rastro líquido correr por su mejilla izquierda, lo limpió violentamente y se levantó, empezando su rutina.

Se aseó en el pequeño riachuelo que surcaba frente a su cabaña, de agua fría y con aún varios peces de diversos colores. Cogió lo poco de pan que le quedaba, acompañado de las naturales frutas obtenidas de su propia montaña, y se sentó en la mesa con la mínima cantidad de alimento que tenía, sabiendo ya que era hora de surtirse. Comió en silencio, con una sensación amarga en el paladar; un sabor desagradable que ni la fruta más dulce del mundo sería capaz de quitar.

Cinco años de soledad en esa airada montaña. Cinco años de vida sin compañía, cinco años sintiéndose el ser más miserable del planeta.

Un objetivo que se originó años atrás; un objetivo que logró cumplir en cada fase, pero que lo hicieron alejarse de aquellos que amaba.

El encuentro del maniático asesino de sus padres y su plan de venganza para deshacerse de él de la forma más cruel que su corazón se lo permitía, fue lo que lo llevó a ese desierto y verde lugar. Después de cumplir con aquella promesa entablada a sus diez años, sintió no poder permanecer en Londres por más tiempo. No podía, el sufrimiento y la culpa eran muy grandes.

El dolor seguía presente en su persona, el vacío y la sensación de estar incompleto incrementaban con el pasar del tiempo. Pero no volvería, jamás volvería y allí se quedaría.

Se levantó apenas terminó de comer y hurgó en los bolsillos de sus pantalones, para dar con el poco dinero que le quedaba. Nuevamente, se vería en la obligación de cortar leña para vender en el pueblo.

Se vistió con una vieja camisa y salió de casa.

Una pequeña cabaña, situada al pie de la desierta montaña, fue bautizada como su hogar apenas la vio al llegar. El lugar no estaba en sus óptimas condiciones, pero con trabajo y esfuerzo logró armar algo medianamente aceptable, que le brindó seguridad. Un techo, cuatro paredes, ¿qué más necesitaba?

La llegada al pueblo le tomaba cuarenta y cinco minutos. El camino, así como el resto del sitio, era insociable. El rumor de la llegada de un hombre extraño se expandió rápidamente por todos y cada uno de los habitantes del pequeño pueblo de Leystaum, al igual que el rumor de ser una persona fría, sola, sin amigos ni familia.

En realidad, tres de aquellas suposiciones eran totalmente ciertas, Harry Potter no era una persona fría. Debían conocerlo, y así se darían cuenta. Nada más estaba solo, y muy triste.

- Buenos días, señora Martha – aquella anciana mujer le sonrió, cariñosamente. Era una de las pocas personas –por no decir la única- Que veía en Harry Potter más que a un ermitaño desolado.

- Buenos días, hijo – saludó con tono amable, muy característico de ella. – Sabía que vendrías pronto, pues hace mucho que no te pasas por acá. – sacó de su mostrador una gran bolsa, lista y equipada con todo lo que el ojiverde necesitaba para su estancia en la montaña.

- Muchísimas gracias – tomó la bolsa de comestibles con ambas manos, para luego extenderle el dinero.

- No hay de qué hijo, ya sé lo que te gusta – sonrió nuevamente. – Ah, tomé el atrevimiento de surtirte de mis galletas de chocolate.

- No tenía porque…

- Ya, hijo, sé que te gustan mucho. Siempre hago de más, pero tanto mi viejo Albert como yo estamos demasiado viejos para saturarnos de ese dulce.

- Muchas gracias, señora Martha.

- Cuando quieras, hijo – se despidió con una cordial sonrisa, saliendo del pequeño local.

Estaba, por decirlo de alguna forma, tranquilo, sin molestias ni preocupaciones banales… El volverse ermitaño fue su paso para un nuevo inicio, a pesar de no sentirse completo en ningún sentido. Pero agradecía el estar solo en ese pueblo, en esa montaña, tratando de reconstruirse, de empezar desde cero… que todo cobrara un poco de sentido, al menos.

Pero era inimaginable estar un poco de buenas, si el amor de su vida se hallaba a miles de kilómetros de distancia.

La pensaba todo el tiempo, a cada rato, por cualquier cosa.

¿Qué sería de ella? ¿Era feliz? Esperaba que sí, y esperaba, por sobre todo, que lo hubiese olvidado, pues la idea de volverse a ver, por más que lo deseara, que lo necesitara, era completamente imposible.

La quimera de su vida. Una simple utopía.

- Que esté feliz. Pese a todo, quiero que ella esté feliz – se llevó una galleta de chocolate a la boca, evitando en vano unas cuantas lágrimas bandidas.

O O O

Dejarlo ir… decirlo era tan fácil como sacudir el polvo que te queda entre las manos después de limpiar.

¿Por qué le costaba tanto?, era estúpido. O no, no lo era. Pero el chico se fue, se alejó de ellos, huyó y los abandonó. ¿No debería estar enojada? ¿No debería odiarlo? ¿Era una completa necia al seguir amándolo con locura, después de años?

- Definitivamente – , con la mirada perdida. Una lágrima se derramó por su mejilla, recorriendo su piel hasta caer por su mentón, formando diminutas y casi imperceptibles ondas de agua al aterrizar en el pequeño lago.

Presionó con fuerza la pequeña caja.

- Déjalo, Ginny – abrió la cajita, observando quieta el contenido en su interior. No tenía mucho; unas gafas redondeadas con un cristal un poco rayado, un par de guantes con la tela gastada debido al constante uso en el invierno, una bufanda tejida por su madre, y una fotografía. La tomó con una mano temblorosa y sollozó. Aquella imagen sólo provocó el nostálgico recuerdo de lo que antes vivió con aquel ser.

No era la única fotografía que tenía. Había al menos una entre las páginas de su diario, que por ahora no se veía arrojándola a los desechos. Quizá más adelante, cuando en realidad lo hubiese superado. Quizá. Más adelante.

Con sus ojos brillando de tristeza, colocó de nuevo la foto en su lugar, cerró la caja, respiró hondo, y allí la tiró al bote de basura a su lado.

Mantuvo la vista al frente, detallando como el cielo se teñía de ese naranja dorado debido a los tenues rayos del sol que aún resplandecían. Pronto sería de noche.

El tiempo pasó y ella aun seguía ahí, perdida entre recuerdos que ya no valían la pena recordar siquiera.

- Suficiente – se dijo a sí misma, secando con el dorso de su mano sus pegajosas mejillas.

Ya no estaba, desde hace cinco años que no estaba y ya no volvería. ¿Qué debía hacer? olvidarle y seguir. Seguir. Renacer nuevamente, revivir a aquella Ginevra Weasley de antes y ser feliz con lo que la vida le había preparado, con lo que había obtenido después de tanto esfuerzo. Su trabajo, su familia, sus amigos… por todos ellos valía la pena; sí que la valía. Era una joven adulta afortunada. ¡Tenía que abrir los ojos y darse cuenta!

Se ajustó su abrigo, dando la vuelta y caminando hacia su auto. No volvió a ver hacia atrás, sus iris castañas no percibieron de nuevo el brillo del atardecer desde aquel alto puente, aún cuando era una imagen muy hermosa.

Condujo sin prisas hasta llegar al edificio. Entró por las enormes puertas corredizas, tomó el ascensor directo al séptimo piso, llegó a su lugar de destino, saludó a su secretaria e ingresó a su oficina. Era muy espaciosa, con un enorme ventanal que le permitía disfrutar de las concurridas calles de Londres. Era agradable; en sus ratos libres gozaba de sentarse en su cómoda silla giratoria, frente al gran ventanal, y perder su vista en aquellas personas aceleradas de allá para acá, madres con sus niños yendo o viniendo de la escuela, ancianas, ancianos, parejas, jóvenes, familias y gente a veces enfurruñada… era entretenido. Incluso se imaginaba mil historias, en donde cada extraño era el protagonista.

- Buenos días, Ginny – Hermione Granger entró sin permiso a la oficina de la señorita Weasley. La pelirroja le obsequió una sonrisa, mientras la mujer tomaba asiento.

Mejores amigas, y pronto cuñadas formalmente.

Su amistad con ella creció con el pasar de los años gracias a uno de sus hermanos, Ronald Weasley. La relación entre la joven mujer y su hermano se desarrolló sin espera a los pocos meses de conocidos. Ambos graduados de la misma Facultad de Ingeniería. Ella tan brillante, y él tan inmaduro... Definitivamente, Cupido realizaba una extrañas mezclas que al final resultaban ser exactas, y siempre perfectas.

¡El zángano de Cupido! Así como le atinaba en algunos casos, en otros la cagaba, el desgraciado.

- ¿Café? ¿Chocolate? ¿Una gaseosa? Puedo llamar… – preguntó la pelirroja.

- No, gracias. – Interrumpió - Sólo pasaba a saludarte, y preguntarte si querías desayunar con Ron y conmigo.

- ¡Me gustaría! Pero… - hizo una mueca - debo acabar con un artículo que tengo a la mitad.

- ¿Aquel del abuso infantil?

- Es fuerte… espero poder realizar un cambio con él – se removió en su silla.

- ¿Y si cenamos en la noche?

- No creo, ya que…

- Ginny, llevas enfrascada en tu trabajo desde hace mucho, ya casi ni hablamos…Y, me preocupas.

- Hermione…

- No sé si es por lo de siempre, o por algún otro problema que te guardas para ti, pero…

- Hermione, tranquilízate…- sonrió, interrumpiendo el parloteo de su compañera - No podré, ya que tengo una cita – realizó un gran esfuerzo por no reír, ante la expresión de la mujer.

Era entendible la sorpresa en Hermione. Hacía mucho, mucho, mucho tiempo que Ginevra no salía con alguien.

- ¿Una cita?

- Una cita – asintió con la cabeza, sin dejar de sonreír.

- ¿Con…?

- No lo conoces… trabaja en el área de deportes, Steven Hanswos – miró a su amiga, su cara pasmosa - ¿Qué pasa?, pensé que…

- Es… realmente bueno… que empieces a salir, Ginny – Hermione sonrió – De verdad que sí – lo decía con sinceridad.

- Sí, yo también lo pienso – bajó la mirada, concentrándose en sus dedos jugueteando con un bolígrafo azul. Quería pasar por alto una fastidiosa punción en su pecho. ¡Ya había sido suficiente!

- ¿A dónde irán? – la voz de Hermione provocó que volviera a dirigir su atención en ella.

- No lo sé, creo que quiere que sea sorpresa.

- Espero y él…- la castaña calló, precavida.

- Él… ¿qué? – Ginny la incitó a continuar.

- Tenga preparado algo divertido – argumentó después de pensar. Ginny la miró fijamente. – Será mejor que me vaya…- se levantó, tomando su bolso y ajustando nuevamente el chaleco. Ginny creyó que era muy grueso, pronto le daría calor – Te llamaré mañana en la mañana y me contarás todo. ¡Todo! – rieron.

Cuando Hermione se fue, Ginny se perdió, de nuevo, en aquellos pensamientos que la atormentaban. Era fatídico, increíblemente desalentador, sentirse tan mal por algo que pasó hace años atrás.

- ¡Olvídalo, Ginevra! – llevó ambas manos a su cabeza, apoyando sus codos sobre su escritorio y enterrando la cara en sus manos… Aquel vacío, aquella opresión, parecía aumentar con el pasar de los minutos… la espinita clavada en algún lugar, sintiéndola insoportable.

- ¡Basta! – Palmeó su escritorio, respiró hondamente un par de veces, calmó sus ideas y pensamientos dolorosos y se concentró en su trabajo.

Trabajo. Trabajo. Trabajo.

Se lo prometió esa mañana, ver hacia delante y olvidar toda la mierda. Se centralizó en sus quehaceres, la charla de sus compañeros, la conversación animada con su colega Steven… El joven era agradable, sin duda alguna. La iban a pasar muy bien.

La noche llegó pronto. Se miraba al espejo atentamente, satisfecha con el resultado. Un último detalle, brillo labial con un ligero toque rojizo.

Miró sus manos, las cuales se revolvían nerviosas una sobre la otra. Hacía mucho que no salía a divertirse, y menos con un apuesto joven. ¿Estaba haciendo bien? ¡Claro que sí! joven, bonita, independiente, ¿no se merecía ser feliz con alguien? ¿No se merecía divertirse? ¡No era una mala persona! Merecía cosas buenas, merecía gente buena.

- Casi lo olvido – se dijo, yendo a su mesa de noche. Un poco de perfume en sus muñecas, no podía faltar.

El toque de un puño golpear contra su puerta le indicaron la llegada del sujeto. Una última mirada en el espejo, un suspiro de nervios, y un último toque de perfume a su cuello.

Como lo supuso, el joven era encantador, amable, carismático, aparentemente sencillo. Fue una bonita velada. Una cena deliciosa acompañada de una charla entretenida sobre cualquier tema. Steven podía sacar comentarios muy divertidos sobre cualquier trivialidad, haciéndola reír.

Fue una cita que bien podría repetir.

- No pensé que te gustara la fotografía – llegaron a la puerta de su departamento. Rió, ligeramente divertida, mientras su acompañante la observaba sonriendo de oreja a oreja.

- Pues, además de escribir los artículos, soy el encargado de las imágenes. La edición pasa por encima de mí, pero vale más la fotografía, ¿no crees? El click de la cámara en el momento justo.

- Son excelentes.

- Sólo hago mi trabajo – la miró y ella a él. Cierta tensión invadió el ambiente, ella lo sentía, y era él quien la provocaba.

Un acercamiento, un beso y el permiso de pasar a su departamento dieron el inicio a una noche apasionada, una noche candente, algo que no vivía desde hace muchísimo tiempo.

El último hombre con el que había salido no logró excitarla en ningún sentido. Su última experiencia sexual cumpliría pronto un año. Su cuerpo pedía erotismo, y Steven se lo proporcionó, con todo el gusto del mundo.


Nota de la autora:

¡Hola, hola a todos!

Esta historia, es el resultado de una idea que me surcaba por la mente desde hace días. Me senté a escribirla y acá la tienen. No soy muy buena con el drama, pero haciendo se aprende, ¿verdad? Amo escribir, y en este espacio pretendo aprender.

Es uno de mis primeros fics "largos", así que pido comprensión y paciencia , jejejeje.. Cualquier comentario es bien recibido. Me gustaría mucho recibir sus críticas, ayudan a mejorar.

¡Pronto el próximo capítulo!