CAPÍTULO 36

LOS CAMBIOS TE HACEN FUERTE

La universidad estaba desierta, al menos mi facultad y la de leyes parecían de vacaciones. Evité acercarme a las oficinas del decano. Tengo miedo, aquel "B. Swan" con el que firman algunos anarquistas puede traerme problemas. Fui caminando hacia el lugar de la concentración, desde dónde iniciaría la marcha. Me quedé varios minutos pensando si realmente tendría el valor de participar si esto se salía de control, si sería capaz de gritar y golpear policías. Finalmente decidí que esa no era la manera, tal vez lo mío es escribir y desde un lugar más seguro, participar con mis ideas en bien de un trato más justo para la mujer. Di la vuelta para dirigirme a casa. Lamentablemente en la siguiente calle me crucé con Esme Platt-Evenson. Me reconoció e intentó saludarme, parecía bastante incómoda en medio de algunas mujeres que se veían fuertes de contextura.

Me acerqué a hablarle, necesitaba saber qué pensaba de todo esto pues parecía que acabaría de un momento a otro en violencia..

—Buen día señora Esme— saludé.

—Hola Isabella ¿Qué haces por aquí?— preguntó preocupada por mí.

—Soy amiga de una de las organizadoras de esta marcha— confesé.

—¿Vas a marchar con nosotras?— miró hacia el lugar donde estaban repartiendo los carteles hechos de un gruesa madera.

—No lo sé— dije intentando volver a definir mis ideas.

—Ve a casa Bella, es mejor que no presencies algunas cosas— contestó tristemente.

—¡Bella! ¡Viniste!— Leah llegó corriendo hacia nosotras, dos de las mujeres que custodiaban a Esme me miraron con desprecio al escuchar que me negué a participar.

—Lo siento Leah, creo que es mejor que no intervenga. Ya tengo un problema en casa— me excusé.

—Lo imagino Bella, no quisiera estar en tus zapatos. Creo que debe esconderte un buen rato, no vayas a la universidad en estos días— dijo preocupada.

—Ya estuve allí. Entonces sí viste el periódico de hoy— dije atando cabos. —¿Tienes idea de que facultad son los que hicieron esos destrozos?— pregunté.

—No lo sé. A los de leyes les gusta azuzar a la gente pobre, les ofrecen cosas para hacer desastres. Ten cuidado por si empiezan a buscar a todos los Swan inscritos este semestre en la universidad— me advirtió. Iba a replicarle como es que un escrito de Literatura llegó a las manos de los dirigentes de Leyes pero nos interrumpió otra de las manifestantes.

—¿Tu eres B. Swan?— preguntó una de las acompañantes de Esme. Una mujer mayor que nosotras por mucho, parecía ser una señora.

—¡No!— negué asustada

—Isabella, es mejor que te vayas— advirtió Eme asustada.

—No puedes irte ¡Tienes que marchar con nosotras!— gritó una mujer.

—Yo... lo siento— intenté salir de allí pero más mujeres se habían congregado alrededor de Esme. Ya debíamos ser más un par de docenas y todas parecían querer estar al lado de la líder de la marcha que escoltaba a Esme.

El chirrido de las ruedas de un auto nos asustó, se estacionó ruidosamente muy cerca, casi toca a una de las feministas. Del vehículo bajaron dos hombres altos, detrás de ellos un tipo con traje blanco y sombrero llamó mi atención. Traía gafas oscuras pero se las quitó para mirarnos mejor, de unos 50 años, cabello color maíz engominado.

—¡Con que aquí estás! ¡Y rodeada de anarquistas!— gritó con una sonrisa.

"¡Váyase de aquí!" "¡Largo!" escuché algunos gritos proveniente de las voluntarias para la marcha.

Algunas empujaron desde atrás y se apretaron unas a otras, ya no era posible salir. Me acerqué más a Esme que parecía asustada.

—Es Charles Evenson— me susurró Leah.

—¿Quién?— pregunté.

—El marido de Esme. Ella dejó de usar su apellido de casada pero aún no están divorciados.

Me quedé intranquila, aquel hombre no parecía tener intensiones de cometer algún acto de violencia.

—Mi propuesta es sencilla querida, deja a estas locas y entra al auto. Perdonaré tus "indiscreciones"— sonrió aquel sujeto, muy seguro de sí mismo. –El lugar de la mujer es su hogar, haciendo de comer y cuidando a sus hijos— dijo con algo de temor mirando a su alrededor. Un murmullo se levantó, Esme dio unos pasos adelante con los puños temblando.

—¡Quizás ese sería mi lugar sino hubieras matado a nuestro hijo en mi vientre!— gritó furiosa. – ¿Crees que soy solo una vasijas para satisfacerte? ¿A la que puedes golpear cuando estás de mal humor?— preguntó a voz en cuello. A mi lado las feministas repetían a coro "¡Justicia!" "¡Igualdad!" "¡Basta ya!"

Muchas mujeres se unieron al nuestro grupo, algunas que estaban paseando en la calle se interesaron en aquella discusión. Quise salir nuevamente pero fui empujada junto a Esme. Estaba tan cerca de ella que no pude evitar abrazarla al ver lágrimas en su rostro tenso. No podía imaginarme una vida así, obligada a casarme con alguien que no ame, teniendo miedo y sufriendo golpes dentro de una hermosa residencia. Eso no era vida, era un martirio. No sé si las mujeres somos iguales a los hombres pero estoy segura que merecemos respeto.

Entonces tomé la decisión de quedarme allí, de apoyar a alguien que yo conocía y estimaba, no podía darle la espalda con mi ausencia. Si fuera yo, querría que me ayudaran a mostrarle al mundo que tenemos derecho a ser felices, que no le pertenecemos a un hombre porque éste nos dé su apellido.

Tomé la mano de Esme y junto con las demás mujeres congregadas empezamos la marcha, el señor Evenson subió a su auto y se marchó. Caminamos en silencio, respondiendo a las arengas de la líder que clamaba por justicia, respeto, libertad, igualdad. Cuando estábamos a dos calles del ministerio de justicia vimos el cordón policial que nos cerraba el paso. No podríamos pasar de allí, demasiados uniformados para iniciar un disturbio.

Nos mantuvimos juntas y unidas, elevando nuestra voz, entonando algunas canciones que aprendí en ese momento cuando me pasaron la letra en papeles improvisados.

Mujer cansada, dolorida, infeliz, atrapada.

Mujer que ama, sufre, y calla

Mujer que despierta, que pelea,

Porque somos guerreras

La líder y Esme avanzaron para pedir paso hacia el ministerio, los policías no se movieron, ni contestaron. Parecía que le hablaban a la pared. A muchas de nosotras nos pareció una falta de respeto que no se nos dé una razón o nos responda un miembro del poder judicial.

—Mira allí llegó la prensa— me susurró Leah. –Nos sacarán fotografías— ahogó una sonrisa. Tal vez a ella le parezca divertido y hasta un honor salir en un diario de esa forma pero a mí no. Recordé la mirada dura de Edward y el temor en los ojos de mi abuela. ¿Qué estaba haciendo? Apenas tenía 17 años.

Me deslicé ente las manifestantes lentamente en dirección contraria de los periodistas. Caminé unos pasos alejándome del gentío y me recosté en la pared de una tienda. Respiré hondo, mi corazón latía a prisa. "Todo era más sencillo en mi pueblo" tuve ganas de llorar. Mis ojos se humedecieron pero me contuve al escuchar una voz.

—¿Estás bien Isabella?— cerca de mí estaba aquel joven de sonrisa pícara que había visto cuando llegue a Chicago y en casa de Victoria. James Witherdale

—Sí— dije rápidamente. –Estoy bien, yo sólo... necesitaba aire— intenté sonreír.

—Me parece que te encuentras lejos de casa ¿Me permites escoltarte?— ofreció su brazo. Lo miré reticente. No tenía intenciones de aceptarlo, aunque no pudiera caminar. Algo en él me daba miedo, me hacía temblar. Las palabras de mi abuela en mi mente me lo recordaron "Es el sobrino del jefe de la mafia"

—Muchas gracias— dije suavemente intentando pensar cómo zafarme de él. –Espero a alguien— sonreí intentando parecer firme ante su mirada insistente. Sus ojos eran hermosos no podía negarlo, de un azul profundo y penetrante pero aquella mirada no me gustaba. Contrastaban tanto con aquellos luceros esmeraldas a los que yo estaba acostumbrada. La calidez en los ojos de Edward no tenía comparación. Aunque la última vez que me miró no estaba feliz.

—¿A quién esperas si se puede saber?— James sonrió de lado y me recorrió un escalofrío. Parecía un animal salvaje a punto de saltar sobre mí. Instintivamente puse mis brazos delante para alejarlo.

—Me espera a mí— la voz aterciopelada que tantas veces me había arrullado ahora se oía más firme. Mis ojos se desviaron hacia él. Mi novio, mi mejor amigo.

—Edward, amor— dije saliendo del alcance de James y corriendo a los brazos del hombre que amaba. –Gracias por venir— él abrió los brazos y me recibió en su pecho.

—No deberías dejar tan sola a tu chica— sonrió James antes de darnos la espalda y caminar con rumbo a la manifestación.

—Es por eso que no quiero que te expongas— murmuró Edward sin dejar de mirar a la espalda de James que ya estaba lejos para oírlo.

—Lo siento— dije hundiendo mi nariz en el pecho de mi novio.

—Vámonos a casa Bella— tomó mi mano y caminamos algunas calles hasta encontrar su auto. Me abrió la puerta y él subió al volante.

—¿Ya tienes licencia?— dije sorprendida al ver que no llevava chofer.

—Sí, me la dieron esta mañana— sonrió levemente. –Necesito hablar contigo— dijo antes de arrancar. Manejó unos cuantos minutos en el centro de la ciudad y luego tomó rumbo hacia las afueras de Chicago, no se dirigía a mi casa. Paramos en un restaurante pequeño a las orillas del lago. Me miró al apagar el motor del auto.

—¿Qué es lo que sucede contigo?— preguntó llevando una de sus manos a su cabello.

—No lo sé— dije muy despacio. –Es que... ya nada es igual que antes. Tú estás siempre ocupado, yo no encajo en ningún lugar. Ya no escribo lo que me gustaba. Ahora sólo trato de agradarle a todo el mundo, a mi abuela, comprando cosas que no necesito. A Alice dejando que ella y su amigo raro me vistan a su gusto. A mis maestros dejando mi lado cursi en el olvido. A mis compañeros impactándolos con mis escritos violentos. ¿Qué puedo hacer para complacerte?— lo miré elevando la voz. Se me hacía un nudo en la garganta confesar lo que sentía. — ¿Qué tengo que hacer para que estés feliz conmigo?— grité rompiendo a llorar.

—Sólo ser tu misma. Mi Bella. Aquella niña de la que me enamoré— susurró.

—Pues ya no soy ella. Tú te enamoraste de una niña y ella creció. Tengo 17 años, Edward. Pronto cumpliré 18 y técnicamente tendré edad para conducir, para decidir por mí misma y hacer mi vida— lo miré a los ojos fijamente.

—¿Esto es crecer?— me dijo triste. –Entonces ¿Creciste? ¿Ya no eres más la niña dulce de la que me enamoré? ¿Aquella que cuidaba de sus animales, que me hizo bautizar a un cordero recién nacido y robar lana de mi madre para jugar a que eras Rapunzel?

—¡No lo soy! Yo crecí, qué pena que tú no lo hicieras— giré mi rostro para que no vea las lágrimas que se agolpaban en mis ojos.

—Yo también he crecido. Pero a pesar de todo no olvido nuestras promesas— reclamó. –Soñamos un futuro juntos y eso hago. Trabajo sin descanso para poder ser digno de ti. Para poder pedir tu mano dentro de poco. Me faltan dos años de estudios para graduarme, uno más de servicios a la comunidad para obtener mi título profesional y poder ejercer. Creí que eso era lo que queríamos. Un para siempre— su voz se quebró en la palabra siempre. Y yo sólo tenía la necesidad de echarme a llorar.

—Y yo no hago nada...— murmuré.

—Yo, no sé qué es lo que deseas Bella. ¿Quieres ser revolucionaria? Adelante. ¿Quieres ir a reclamar por los derechos de las mujeres? Pues ve. Nadie lo impide. Pero ten en cuenta que con cada paso que das te alejas de mí. De nosotros. Ya no te reconozco...

—¿Cómo me vas a reconocer si sólo tienes cabeza para la medicina?— grité furiosa.

—¿Es eso? ¿Te molestan mis estudios?— preguntó.

—¡No! Ve por tus sueños, anda. Pero déjame a mí buscar los míos— me bajé del auto apresuradamente. No quería que me viera llorar, desde hace tiempo tengo esto en el pecho. He sido relegada, él tiene sus estudios, Alice su sueño de poner su boutique, mi abuela vive cuidando de su jardín en Huntington. ¡Hasta Charlie hace servicio a la policía haciendo rondas nocturnas! ¡Y yo no tengo nada! No encajo en ningún lugar, me siento extraña, fuera de sitio. Como una mosca que empaña los cristales de un aparador.

Caminé furiosa bordeando aquel restaurante. No sé cuánto tiempo mis piernas resistieron sin protestar. Sin darme cuenta me alejé demasiado y no supe cómo volver al auto. Edward no me siguió. Eso me dejaba en claro que estaba harto de mí. Me senté en una banca mirando el pequeño lago y esperé que cayeran las sombras de la noche. Cuándo oscureció fui hacia la avenida y detuve un taxi. Regresé a casa en silencio, mi abuela y Edward estaban en la entrada esperándome.

—¡Bella!— él se acercó pero lo evité. – ¿A dónde te fuiste? No pude encontrarte— intentó tocarme.

—Ya no te esfuerces— dije calmadamente. –Tienes razón, cada paso que doy me aleja de ti y de mi pasado. Y así debe ser, si quiero encontrar mi lugar aquí debo caminar sola— sostuve su mirada sin mostrar nada. Por dentro estaba cansada, sólo quería acostarme y derrabar mis lágrimas en mi almohada. –Abuela, perdóname, me perdí y no sabía cómo volver— dije mirándola. –Si me disculpan necesito darme un baño y descansar— subí las escaleras apresuradamente y me derrumbé detrás de la puerta de mi habitación.

Los cambios duelen pero son necesarios para transformarse, para hacerse más fuerte. Abriré mi mente a nuevas posibilidades, a nuevas ideologías. Quizás pueda ser el comienzo de algo nuevo. Me duele y me da miedo pero debo decir adiós a mi niñez y mirar hacia adelante.

La universidad estaba desierta, al menos mi facultad y la de leyes parecían de vacaciones. Evité acercarme a las oficinas del decano, tengo miedo aquel B. Swan con el que firman algunos anarquistas. Fui caminando hacia el lugar de la concentración, desde dónde iniciaría la marcha. Me quedé varios minutos pensando si realmente tendría el valor de participar si esto se salía de control, si sería capaz de gritar y golpear policías. Finalmente decidí que esa no era la manera, tal vez lo mío es escribir y desde un lugar más seguro, participar con mis ideas en bien de un trato más justo para la mujer. Di la vuelta para dirigirme a casa. Lamentablemente en la siguiente calle me crucé con Esme Platt—Evenson. Me reconoció e intentó saludarme, parecía bastante incómoda en medio de algunas mujeres que se veían fuertes de contextura.

Me acerqué a hablarle, necesitaba saber qué pensaba de todo esto pues parecía que acabaría de un momento a otro en violencia..

—Buen día señora Esme— saludé.

—Hola Isabella ¿Qué haces por aquí?— preguntó preocupada por mí.

—Soy Amiga de una de las organizadoras de esta marcha— confesé.

—¿Vas a marchar con nosotras?— miró hacia el lugar donde estaban repartiendo los carteles hechos de un gruesa madera.

—No lo sé— dije intentando volver a definir mis ideas.

—Ve a casa Bella, es mejor que no presencies algunas cosas— contestó tristemente.

—¡Bella! ¡Viniste!— Leah llegó corriendo hacia nosotras, dos de las mujeres que custodiaban a Esme me miraron con desprecio al escuchar que me negué a participar.

—Lo siento Leah, creo que es mejor que no intervenga. Ya tengo un problema en casa— me excusé.

—Lo imagino Bella, no quisiera estar en tus zapatos. Creo que debe esconderte un buen rato, no vayas a la universidad en estos días— dijo preocupada.

—Ya estuve allí. Entonces sí viste el periódico de hoy— dije atando cabos. —¿Tienes idea de que facultad son los que hicieron esos destrozos?— pregunté.

—No lo sé. A los de leyes les gusta azuzar a la gente pobre, les ofrecen cosas para hacer desastres. Ten cuidado por si empiezan a buscar a todos los Swan inscritos este semestre en la universidad— me advirtió. Iba a replicarle como es que un escrito de Literatura llegó a las manos de los dirigentes de Leyes pero nos interrumpió otra de las manifestantes.

—¿Tu eres B. Swan?— preguntó una de las acompañantes de Esme. Una mujer mayor que nosotras por mucho, parecía ser una señora.

—¡No!— negué asustada

—Isabella, es mejor que te vayas— advirtió Eme asustada.

—No puedes irte ¡Tienes que marchar con nosotras!— gritó una mujer.

—Yo... lo siento— intenté salir de allí pero más mujeres se habían congregado alrededor de Esme. Ya debíamos ser más un par de docenas y todas parecían querer estar al lado de la líder de la marcha que escoltaba a Esme.

El chirrido de las ruedas de un auto nos asustó a todas, se estacionó ruidosamente muy cerca, casi toca a una de las feministas. Del vehículo bajaron dos hombres altos, detrás de ellos un tipo con traje blanco y sombrero llamó mi atención. Traía gafas oscuras pero se las quitó para mirarnos mejor, de unos 50 años, cabello color maíz engominado.

—¡Con que aquí estás! ¡Y rodeada de anarquistas!— gritó con una sonrisa.

"¡Váyase de aquí!" "¡Largo!" escuché algunos gritos proveniente de las voluntarias para la marcha.

Algunas empujaron desde atrás y se apretaron unas a otras, ya no era posible salirí. Me acerqué más a Esme que parecía más asustada.

—Es Charles Evenson— me susurró Leah.

—¿Quién?— pregunté.

—El marido de Esme. Ella dejó de usar su apellido de casada pero aún no están divorciados.

Me quedé intranquila, aquel hombre no parecía tener intensiones de cometer algún acto de violencia.

—Mi propuesta es sencilla querida, deja a estas locas y entra al auto. Perdonaré tus "indiscreciones"— sonrió aquel sujeto, muy seguro de sí mismo. –El lugar de la mujer es su hogar, haciendo de comer y cuidando a sus hijos— dijo con algo de temor mirando a su alrededor. Un murmullo se levantó, Esme dio unos pasos adelante con los puños temblando.

—¡Quizás ese sería mi lugar sino hubieras matado a nuestro hijo en mi vientre!— gritó furiosa. – ¿Crees que soy solo una vasijas para satisfacerte? ¿A la que puedes golpear cuando estás de mal humor?— preguntó a voz en cuello. A mi lado las feministas repetían a coro "¡Justicia!" "¡Igualdad!" "¡Basta ya!"

Muchas mujeres se unieron al nuestro grupo, algunas que estaban paseando en la calle se interesaron en aquella discusión. Quise salir nuevamente pero fui empujada junto a Esme. Estaba tan cerca de ella que no pude evitar abrazarla al ver lágrimas en su rostro tenso. No podía imaginarme una vida así, obligada a casarme con alguien que no ame, teniendo miedo y sufriendo golpes dentro de una hermosa residencia. Eso no era vida, era un martirio. No sé si las mujeres somos iguales a los hombres pero estoy segura que merecemos respeto.

Entonces tomé la decisión de quedarme allí, de apoyar a alguien que yo conocía y estimaba, no podía darle la espalda con mi ausencia. Si fuera yo, querría que me ayudaran a mostrarle al mundo que tenemos derecho a ser felices, que no le pertenecemos a un hombre porque éste nos dé su apellido.

Tomé la mano de Esme y junto con las demás mujeres congregadas empezamos la marcha, el señor Evenson subió a su auto y se marchó. Caminamos en silencio, respondiendo a las arengas de la líder que clamaba por justicia, respeto, libertad, igualdad. Cuando estábamos a dos calles del ministerio de justicia vimos el cordón policial que nos cerraba el paso. No podríamos pasar de allí, demasiados uniformados para iniciar un disturbio.

Nos mantuvimos juntas y unidas, elevando nuestra voz, entonando algunas canciones que aprendí en ese momento cuando me pasaron la letra en papeles improvisados.

Mujer cansada, dolorida, infeliz, atrapada.

Mujer que ama, sufre, y calla

Mujer que despierta, que pelea,

Porque somos guerreras

La líder y Esme avanzaron para pedir paso hacia el ministerio, los policías no se movieron, ni contestaron. Parecía que le hablaban a la pared. A muchas de nosotras nos pareció una falta de respeto que no se nos dé una razón o nos responda un miembro del poder judicial.

—Mira allí llegó la prensa— me susurró Leah. –Nos sacarán fotografías— ahogó una sonrisa. Tal vez a ella le parezca divertido y hasta un honor salir en un diario de esa forma pero a mí no. Recordé la mirada dura de Edward y el temor en los ojos de mi abuela. ¿Qué estaba haciendo? Apenas tenía 17 años.

Me deslicé ente las manifestantes lentamente en dirección contraria de los periodistas. Caminé unos pasos alejándome del gentío y me recosté en la pared de una tienda. Respiré hondo, mi corazón latía a prisa. "Todo era más sencillo en mi pueblo" tuve ganas de llorar. Mis ojos se humedecieron pero me contuve al escuchar una voz.

—¿Estás bien Isabella?— cerca de mí estaba aquel joven de sonrisa pícara que había visto cuando llegue a Chicago y en casa de Victoria. James Witherdale

—Sí— dije rápidamente. –Estoy bien, yo sólo... necesitaba aire— intenté sonreír.

—Me parece que te encuentras lejos de casa ¿Me permites escoltarte?— ofreció su brazo. Lo miré reticente. No tenía intenciones de aceptarlo, aunque no pudiera caminar. Algo en él me daba miedo, me hacía temblar. Las palabras de mi abuela en mimente me lo recordaron "Es el sobrino del jefe de la mafia"

—Muchas gracias— dije suavemente intentando pensar cómo zafarme de él. –Espero a alguien— sonreí intentando parecer firme ante su mirada insistente. Sus ojos eran hermosos no podía negarlo, de un azul profundo y penetrante pero aquella mirada no me gustaba. Contrastaban tanto con aquellos luceros esmeraldas a los que yo estaba acostumbrada. La calidez en los ojos de Edward no tenía comparación. Aunque la última vez que me miró no estaba feliz.

—¿A quién esperas si se puede saber?— James sonrió de lado y me recorrió un escalofrío. Parecía un animal salvaje a punto de saltar sobre mí. Instintivamente puso mis brazos delante para alejarlo.

—Me espera a mí— la voz aterciopelada que tantas veces me había arrullado ahora se oía más firme. Mis ojos se desviaron hacia él. Mi novio, mi mejor amigo.

—Edward, amor— dije saliendo del alcance de James y corriendo a los brazos del hombre que amaba. –Gracias por venir— él abrió los brazos y me recibió en su pecho.

—No deberías dejar tan sola a tu chica— sonrió James antes de darnos la espalda y caminar con rumbo a la manifestación.

—Es por eso que no quiero que te expongas— murmuró Edward sin dejar de mirar a la espalda de James que ya estaba lejos para oírlo.

—Lo siento— dije hundiendo mi nariz en el pecho de mi novio.

—Vámonos a casa Bella— tomó mi mano y caminamos algunas calles hasta encontrar su auto. Me abrió la puerta y él subió al volante.

—¿Ya tienes licencia?— dije sorprendida al ver que no llevava chofer.

—Sí, me la dieron esta mañana— sonrió levemente. –Necesito hablar contigo— dijo antes de arrancar. Manejó unos cuantos minutos en el centro de la ciudad y luego tomó rumbo hacia las afueras de Chicago, no se dirigía a mi casa. Paramos en un restaurante pequeño a las orillas del lago. Me miró al apagar el motor del auto.

—¿Qué es lo que sucede contigo?— preguntó llevando una de sus manos a su cabello.

—No lo sé— dije muy despacio. –Es que... ya nada es igual que antes. Tú estás siempre ocupado, yo no encajo en ningún lugar. Ya no escribo lo que me gustaba. Ahora sólo trato de agradarle a todo el mundo, a mi abuela, comprando cosas que no necesito. A Alice dejando que ella y su amigo raro me vistan a su gusto. A mis maestros dejando mi lado cursi en el olvido. A mis compañeros impactándolos con mis escritos violentos. ¿Qué puedo hacer para complacerte?— lo miré elevando la voz. Se me hacía un nudo en la garganta confesar lo que sentía. — ¿Qué tengo que hacer para que estés feliz conmigo?— grité rompiendo a llorar.

—Sólo ser tu misma. Mi Bella. Aquella niña de la que me enamoré— susurró.

—Pues ya no soy ella. Tú te enamoraste de una niña y ella creció. Tengo 17 años, Edward. Pronto cumpliré 18 y técnicamente tendré edad para conducir, para decidir por mí misma y hacer mi vida— lo miré a los ojos fijamente.

—¿Esto es crecer?— me dijo triste. –Entonces ¿Creciste? ¿Ya no eres más la niña dulce de la que me enamoré? ¿Aquella que cuidaba de sus animales, que me hizo bautizar a un cordero recién nacido y robar lana de mi madre para jugar a que eras Rapunzel?

—¡No lo soy! Yo crecí, qué pena que tú no lo hicieras— giré mi rostro para que no vea las lágrimas que se agolpaban en mis ojos.

—Yo también he crecido. Pero a pesar de todo no olvido nuestras promesas— reclamó. –Soñamos un futuro juntos y eso hago. Trabajo sin descanso para poder ser digno de ti. Para poder pedir tu mano dentro de poco. Me faltan dos años de estudios para graduarme, uno más de servicios a la comunidad para obtener mi título profesional y poder ejercer. Creí que eso era lo que queríamos. Un para siempre— su voz se quebró en la palabra siempre. Y yo sólo tenía la necesidad de echarme a llorar.

—Y yo no hago nada...— murmuré.

—Yo, no sé qué es lo que deseas Bella. ¿Quieres ser revolucionaria? Adelante. ¿Quieres ir a reclamar por los derechos de las mujeres? Pues ve. Nadie lo impide. Pero ten en cuenta que con cada paso que das te alejas de mí. De nosotros. Ya no te reconozco...

—¿Cómo me vas a reconocer si sólo tienes cabeza para la medicina?— grité furiosa.

—¿Es eso? ¿Te molestan mis estudios?— preguntó.

—¡No! Ve por tus sueños, anda. Pero déjame a mí buscar los míos— me bajé del auto apresuradamente. No quería que me viera llorar, desde hace tiempo tengo esto en el pecho. He sido relegada, él tiene sus estudios, Alice su sueño de poner su boutique, mi abuela vive cuidando de su jardín en Huntington. ¡Hasta Charlie hace servicio a la policía haciendo rondas nocturnas! ¡Y yo no tengo nada! No encajo en ningún lugar, me siento extraña, fuera de sitio. Como una mosca que empaña los cristales de un aparador.

Caminé furiosa bordeando aquel restaurante. No sé cuánto tiempo mis piernas resistieron si protestar. Sin darme cuenta me alejé demasiado y no supe cómo volver al auto. Edward no me siguió. Eso me dejaba en claro que estaba harto de mí. Me senté en una banca mirando el pequeño lago y esperé que cayeran las sombras de la noche. Cuándo oscureció fui hacia la avenida y detuve un taxi. Regresé a casa en silencio, mi abuela y Edward estaban en la entrada esperándome.

—¡Bella!— él se acercó pero lo evité. – ¿A dónde te fuiste? No pude encontrarte— intento tocarme.

—Ya no te esfuerces— dije calmadamente. –Tienes razón, cada paso que doy me aleja de ti y de mi pasado. Y así debe ser, si quiero encontrar mi lugar aquí debo caminar sola— sostuve su mirada sin mostrar nada. Por dentro estaba cansada, sólo quería acostarme y derrabar mis lágrimas en mi almohada. –Abuela, perdóname, me perdí y no sabía cómo volver— dije mirándola. –Si me disculpan necesito darme un baño y descansar— subí las escaleras apresuradamente y me derrumbé detrás de la puerta de mi habitación.

Los cambios duelen pero son necesarios para transformarse, para hacerse más fuerte. Abriré mi mente a nuevas posibilidades, a nuevas ideologías. Quizás pueda ser el comienzo de algo nuevo. Me duele y me da miedo pero debo decir adiós a mi niñez y mirar hacia adelante, con o sin Edward.


Ay Bella ¡No! No dejes a Edward :(

Gracias por leer

PATITO