Disclaimer: Los personajes que se presentan en esta historia son propiedad de la autoría de Masami Kuromada y Toei Animation. La historia que se presenta es ficción ya que nunca ocurre en la serie original, y su fin es meramente de entretenimiento sin intención de ofender o plagiar a alguien.

El fuego de la vida

Décimo séptimo capítulo: "Lemnos"

-Miren…- indicó Lillean apuntando con un dedo.

Ambos Caballeros observaron igualmente hacia donde indicaba la elfa. El portal parecía terminar justo a unos metros, donde estaba una luminosa salida circular que no dejaba ver lo que había al otro lado. No sabían cuánto tiempo habían estado caminando a través de la arremolinada agua, pero un ligero cansancio en ellos les decía que era algo considerable. Aldebarán se detuvo junto a sus compañeros; el final del camino resplandecía con un hipnótico movimiento y nadie dijo palabra alguna por unos segundos. Kanon frunció el ceño e hizo una rápida mueca en los labios. Se adelantó, estirando cuidadosamente un brazo.

-Espera…- pidió la elfa, deteniéndolo con su mano- tal vez no sea seguro-

-Tenemos que averiguar qué hay en el otro extremo, o nunca sabremos si estamos en el lugar indicado, ¿No lo crees?- dijo el peliazul certeramente, y con el mismo tono que no admitía objeciones.

Lillean arrugó los labios en una mueca indecisa, y finalmente cedió en su agarre. El Caballero devolvió la vista al frente, decidido a atravesar el portal. Las yemas de sus dedos se aventuraron, encontrando una suave sensación al adentrarse al umbral; la superficie reaccionó, brillando solamente un poco más, y entonces el gemelo decidió atravesarla con los dedos enteros y luego su brazo.

-Es... cálido-

Y sin esperar respuesta, entró completamente al campo de luz, desapareciendo en un instante. Aldebarán miró a Lillean y ella a él. El Tauro asintió con determinación, para después hacer lo mismo que el Géminis. La chica dudó un poco más, pues no confiaba en lo que pudieran encontrar cuando dejaran los territorios del Dios del mar, sin embargo, no había cabida siquiera para pensar en regresar. Miró hacia atrás, encontrándose con lo que parecía un infinito conducto de agua, y después al frente, donde le aguardaban. Respiró, y dando un paso al frente se atrevió a cruzar. La luz la cegó, obligándola a cerrar los ojos. Todo su cuerpo fue rodeado por un aura cálida y un pacífico e inquietante silencio, como si se hallase en un lugar recóndito del espacio y el tiempo, sin inicio ni final. Un vacío se formó a su alrededor, sin consistencia fija. Poco a poco logró percibir cómo su cosmo se reordenaba en una misma dirección que la guiaba, y la sensación de paz infinita comenzaba a tornarse en algo más. La firmeza de un suelo se creaba ante ella, su piel recibía sensaciones de nuevo mientras su energía comenzaba a despertar del momentáneo letargo. Una brisa realmente fría acarició su rostro y sus botas pisaron la irregular roca. Abrió un ojo tratando de captar algo, luego el otro, enfocando con somnolencia a su alrededor.

La elfa miró sobre sus hombros un par de veces, luego hacia arriba, encontrando el oscuro techo de piedra de donde pendían afiladas estacas. Giró a sus espaldas, y de la entrada luminiscente ya no quedaba rastro. Escuchó el tenue paso de una corriente de agua a lo lejos, el canto del viento en las afueras de la caverna y el olor a tierra húmeda llegó a su nariz.

-¿Lillean?- llamó Aldebarán a escasa distancia.

-¿Sí?- contestó todavía desubicada.

-Es posible que la energía de Poseidón le haya afectado- comentó con algo de preocupación el segundo guardián.

-Quizá…- contestó Kanon, mirando a sus compañeros desde unos metros al frente.

-¿Por qué no descansas un momento?- sugirió el Tauro a la elfa, ayudándole a sentarse sobre una roca.

Géminis regresó sobre sus pasos y se acercó a ambos jóvenes. Se inclinó un poco sobre Lillean, observando su cara pálida y el enfoque perdido de sus ojos en algún lugar. Compartió una rápida mirada con Aldebarán, para volver a clavar su atención en ella. Levantó los brazos, logrando estirarse solamente para tomar la capucha de la capa que caía en la espalda femenina y cuidadosamente cubrir la cabeza de la elfa con ella.

-¿Te sientes bien?- preguntó el peliazul.

Lillean asintió sin emitir sonido.

-Escucha, La villa de Lemnos está bajo esta montaña. Caminaremos hasta el poblado y seremos enviados del templo principal de Hefesto desde entonces, ¿Entiendes?- de nuevo ella hizo un movimiento con su cabeza- Aldebarán dejará resguardada su armadura en este lugar, y tú serás una sacerdotisa al servicio de ese Dios. Nadie debe ver tu rostro mientras estemos aquí. Todo saldrá bien si logramos mantener las apariencias hasta encontrar el contenedor de Hefesto-

-¿Y cuando eso suceda...?-

-Volveremos aquí y el portal deberá abrirse de nuevo- contestó el gemelo, levantándose de inmediato- es tiempo-

-Es más sencillo decirlo que hacerlo- replicó ella sin estar segura de la idea. Pero Kanon sonrió orgulloso.

-Esas preocupaciones no son tu asunto. Conservar el bienestar de los santos de Athena, sí-

Y a pesar de que hizo un gesto de inconformidad, decidió aceptar las palabras de Kanon. En ese momento el Tauro cerró los ojos y, de un segundo a otro, las piezas de su armadura se desprendieron de su alto cuerpo para formarse inmediatamente en el suelo como el toro dorado. Lillean miró asombrada la estructura de la indumentaria sagrada, luego a su guardián, que ya se acomodaba otra capa sobre los hombros. Kanon movió ligeramente la cabeza, indicando que le siguieran. Los tres avanzaron, dejando al fondo de aquel paraje rocoso la vestimenta del segundo guardián. La entrada se vislumbró en seguida y al dar el primer paso fuera de la caverna, la luz provocó que la pelinegra entrecerrara los ojos, pero cuando la claridad llegó, un hermoso paisaje se presentó ante ella.

El lugar de donde salieron estaba ubicado en algún punto de una alta ladera. Un dorado atardecer bañaba al bosque frente a ellos, donde todas las copas parecían de oro; se extendía hasta donde podía alcanzar la vista, bajando por la montaña y subiendo otra vez por la cordillera que, al parecer, atravesaba la isla entera. Las sombras comenzaban a alargarse sobre el suelo. A lo lejos, si miraban a la izquierda, podía distinguirse la recortada tierra a causa del mar que bordeaba la orilla, y a lo lejos el sol declinaba en las aguas occidentales. Sin embargo, ahí abajo, podía distinguirse con facilidad algo más que maleza y rocas: casas, había construcciones bien edificadas, con techos rojos que abarcaban un buen terreno, y cerca del mar, algunos barcos se mantenían arraigados a un larguísimo puerto.

Kanon dio la media vuelta, acercándose de nuevo a la cueva. Extendió su brazo derecho al frente y cerró los ojos; de sus manos surgió un pequeño resplandor dorado, lentamente su energía fluyó hacia la abertura, esparciéndose uniformemente por el espacio hueco hasta que comenzó a cambiar su forma, y las ondas sobre la roca ya no fueron de oro, sino de un pálido gris, mimetizándose con la piedra de la montaña. El gemelo abrió los párpados, observando detenidamente su ilusión. No había vestigio alguno de que antes ahí hubiera una cueva. Se ajustó la capa una vez más, sacó del pequeño morral el perfecto medallón con la insignia y se lo llevó al cuello, asegurándose de tenerlo a buen resguardo, después comenzó a caminar. Se adentraron al bosque que descendía por la ladera y bajaron con cuidado, atentos a cualquier movimiento o sonido que apareciera en su trayectoria; la senda resultó ser accidentada, pues las hojas de los árboles estaban por doquier y su cantidad hacía del suelo una superficie resbaladiza e irregular, ramas afiladas se desprendían de los troncos, que poco a poco comenzaban a agolparse frente a ellos, como si quisieran cerrarles el paso.

La elfa de pronto escuchó algo. Se detuvo instantáneamente y aguzó el oído; parecían pisadas, tenues y distantes, también el suave tintineo de objetos metálicos, frunció el ceño, insegura. Tomó como apoyo una vara y dio un paso al frente con intenciones de escuchar más, sin embargo, el pequeño montículo donde estaba parada se deshizo, provocando que cayera de espaldas y resbalara violentamente hasta que golpeó una corteza seca. Kanon y Aldebarán voltearon en seguida al escucharla; el gemelo se apresuró a subir hasta donde estaba ella y se arrodilló a su altura.

-¿Estás herida?- preguntó. Pero ella negó.

-No es nada-

Volteó hacia él, entonces el peliazul notó la larga herida en su mejilla. Acercó una mano y limpió de prisa la sangre que corría del corte mientras suspiraba, en parte aliviado en parte fastidiado; ella se sintió pillada por aquel gesto tan suave que provenía de alguien, que parecía ser un hombre de muchas virtudes, pero no gentil. Tomó la capucha y la echó sobre su cabeza, lista para disculparse y retomar el camino, mas el gemelo la detuvo con un brazo.

-No te muevas...- susurró Kanon, mirándola fijamente.

-¿Qué...?-

En un parpadeo, cinco lanzas se abalanzaron sobre sus cuellos, deteniéndose a escasa distancia. Lillean parpadeó atónita ante la inesperada situación, levantó la mirada, para encontrarse con los dueños de las armas que les amenazaban. Tras ellos, otros tres hacían lo mismo con Aldebarán. No los había escuchado cerca ni visto venir. Al encuentro salió otro hombre, portando una broncínea armadura que tenía grabados minuciosos en el peto, y fuertes protecciones en las piernas sobre gruesas prendas de piel, a su espalda una capa roja, como si hubiese salido de una leyenda de las épocas antiguas; los custodios que imposibilitaban movimiento a los guerreros del Santuario, vestían similar, con indumentarias de acero templado y capas blancas que rozaban los suelos. Se quitó el casco, revelando los fieros ojos marcados por el tiempo con experiencia y conocimiento, de un castaño claro al igual que su piel morena.

-Dos hombres y una mujer vagando por estos parajes- habló - algo que no me sorprende en estos días extraños, y sin embargo es difícil que los pobladores se atrevan a internarse cuando ya casi anochece. ¿Quiénes son y qué buscan aquí?, ¡Hablen rápido!-

-Sería más fácil responder, si el filo de las armas estuviera más lejos de nosotros- respondió Kanon con hastío.

-No estás en posición de exigir nada, extraño. Una palabra equivocada y terminarán todos en los calabozos, así que seré paciente y preguntaré otra vez: ¿Qué los trae a la lejana Lemnos?-

-Nuestro viaje ha sido largo y fatigoso- empezó el gemelo, agravando aún más la voz- sin embargo esto es lo que vengo a encontrar- dijo mirando severamente al grupo que los amenazaban- hombres armados que me rodean como si fuese el peor de los ladrones-

-¿Por qué habríamos de recibir a un grupo de extraños, del que nada sabemos, en nuestro territorio?- preguntó afilando la mirada.

Pero el gemelo volvió a sonreír cínicamente, los ojos esmeraldas le brillaron y su rostro cambió de pronto, desenvolviendo una personalidad diferente. Se levantó rápido ayudando a Lillean en el proceso, pero solamente provocó que el grupo de soldados acercaran aún más las puntas de sus armas contra ellos.

-Entonces es así como el ejército de Lemnos recibe al Mariscal de Atenas...- negó con la cabeza sin borrar su expresión- Agamenón jamás mencionó tales conductas-

El hombre abrió los ojos instantáneamente, mostrando un asombro asaltando a sus orbes castañas, que ahora miraban con sorpresa al peliazul. La lengua se le entiesó por unos momentos en que no pudo decir nada. Dio otro paso más, apartando firmemente a uno de sus subordinados para estar frente a Kanon.

-¿Agamenón?, ¿El mismo Agamenón de...-

-De Atenas, sí- respondió con hastío- ¡El gran Patriarca de nuestro señor Hefesto!- y el rostro de todos pronto empalideció- no estará complacido con lo que he de decirle acerca de esto. Atreverse a apuntar con un arma digna de Ares al cuello de una sacerdotisa, y encorralar al capitán de su guardia- dijo desviando la mirada al Tauro.

Y en seguida retiró con cuidado una parte de su capa, suficiente para dejar ver el reluciente medallón que colgaba sobre su pecho, y en él, el labrado símbolo del martillo sobre las llamas. La expresión del hombre no hizo sino empeorar, como si hubiese visto un espectro; en seguida se arrodilló, colocando el puño derecho en pecho, imitado unos segundos después por el séquito de soldados que le seguían. Las lanzas fueron colocadas a los pies de los guerreros, como símbolo de respeto. Aldebarán y la elfa miraron igualmente atónitos al gemelo, impresionados por su manera de llevar la situación con tanta facilidad.

-Pido el perdón del mariscal de Atenas. No estaba enterado de que...-

-No era la intención del Patriarca hacer un aviso abierto de nuestra llegada- replicó Kanon- nos ha enviado con instrucciones específicas y los rumores son enemigos en esta época-

-Soy Aetos, capitán del ejército de Lemnos- se presentó el oficial, irguiéndose- mi ofensa ha sido grande, pero yo...-

-Suficiente- pidió el Géminis, alzando una mano- ya no hay espacio para disculpas, ni tampoco tiempo- se acercó un poco más al capitán- es preciso que vea al regente de esta isla. Sucesos importantes ocurren fuera de estos límites-

-Entiendo. Es tal como ha dicho- dijo casi en un susurro- Han ocurrido eventos extraños y el patriarca se ha limitado a decirnos muy poco- miró hacia arriba, encontrando la luz del sol colarse entre las hojas- pronto anochecerá. Los llevaré ante él: Giles el sabio. Síganme-

Los soldados tomaron sus lanzas, ordenándose en una fila frente a los santos y la elfa. Aetos inclinó el rostro ante el gemelo, y comenzó a caminar colina abajo. El camino era igual de engañoso y difícil, pero a medida que avanzaron, la tierra dejó de ser hostil, los árboles se encontraban más separados, pero ahora eran más altos y fuertes que antes; a los pies de éstos crecían setos de pasto suave, que forraba todo con un brillo especial. El espacio entre ellos se convirtió pronto en un amplio pasaje, la voz de un caudaloso río cantaba a cierta distancia, no visible, y sin duda cercano.

Poco a poco, les pareció ver paredes de piedra blanca, cada vez más nítidas; un camino empedrado apareció, como una amplia y concurrida calle donde aún a esas horas la algarabía estaba presente. Las personas se volvieron hacia ellos en cuanto los vieron, el silencio se hizo presente mientras el capitán avanzaba con sus nuevos acompañantes, a los que muchos hombres y mujeres miraron con cierta duda mientras hablaban en susurros sobre ellos. Se internaron en el corazón de la villa, donde estaba el mercado principal que se abastecía gracias a los barcos que viajaban por tierras lejanas: había jarrones entintados y decorados en un local, pescado seco en otro, cientos de especias en contenedores de madera se exhibían a unos pasos, joyas, carne y más pescado. Los habitantes vestían como inalterados por el tiempo, de ropas ligeras de algodón que confeccionaban hermosos vestidos para las mujeres, túnicas o pantalones de tela más gruesa para los hombres, conservando casi a fidelidad la visión del viejo imperio griego.

La calle de pronto se dividió en dos grandes secciones, a la izquierda continuaba hasta llegar al puerto, donde los barcos se veían muy cercanos ahora, y a la derecha se extendía entre más casas, hasta perderse en la ascensión de la ladera del monte elevado. Aetos tomó esta dirección, continuando hasta que alcanzaron un sendero que iba en serpentín hacia arriba. De nuevo los árboles formaron parte del paisaje, pero ahora ordenados en la orilla, creando la ilusión de un muro de cortinas verdes a los lados. Tras unos minutos de recorrido, el pesado metal de dos puertas se interpuso en el paso, y custodiándolas dos hombres con lanza en mano y espada en el cinturón. El capitán fue apenas visto para que los portales se abrieran y dieran paso a todos.

Fue en ese preciso instante en que la imagen de la villa quedó atrás, y sus hermosos muros blancos parecían ahora sombras, pues ante los santos y la elfa, se erguía majestuoso el recinto dedicado a Hefesto como digna construcción para un Dios. El lugar era enorme, la pared de roca de la montaña lo acunaba con gracia, como si hubiese sido colocado ahí por las mismas deidades. Los jardines estaban rebosantes de flores, que a la luz del ocaso, parecían de oro y cobre, todas dispersas hasta donde podía alcanzar la vista. Varioss templos estaban ordenados en diferentes niveles, de manera similar al propio santuario en Atenas, todos hechos de mármol blanco, de pilastras gruesas que sostenían a los techos tallados, los que a su vez contenían fragmentos de historias mitológicas. Las enredaderas trepaban por las paredes de algunos de los edificios, y otras colgaban por la pared de la cascada que corría justo por en medio de los templos, serpeándolos entre las escaleras y cruzando por debajo de pequeños puentes. Finalmente, hasta el lugar más elevado, se erguía el más grande de todos los templos: la casa principal. Era contemplar una belleza que rivalizaba con el mismo recinto de la Diosa de la guerra justa.

-Este es el Santuario de Lemnos, dedicado al maestro herrero, el forjador del Olimpo. Bienvenidos- dijo Aetos.

-Capitán- un joven se acercó hasta ellos, a paso apresurado y susurró en su oído- el patriarca pide su presencia...-

-¿Dónde está él?-

-En el anfiteatro-

Asintió a su subordinado, volviéndose hacia los guerreros.

-Sé que están cansados a causa de tantos inconvenientes, pero él ya debe estar enterado de su llegada-

-Entiendo- dijo Kanon- llévanos a donde está cuanto antes-

Atravesaron algunos jardines, justo a los pies de la escalinata de los templos, y cruzaron por unos campos verdes bien cuidados, donde se encontraba un estanque de aguas cristalinas, y en el centro de éste la imagen en piedra del herrero del cielo forjando uno de los rayos de Zeus en su fragua. Después el suelo dejó de ser parejo y fue en declive, hacia unas escaleras que se arraigaban la ladera formando un gran anfiteatro donde estaba un grupo de al menos diez niños, y al frente de todos, un anciano. La escolta se detuvo tras el capitán, formándose en línea, y éste simplemente continuó caminando, señalando que le siguieran los tres guerreros. Una vez abajo, al pie de los escalones, Aetos se detuvo, y con una reverencia se presentó ante el hombre.

-Gran maestro- habló solemnemente- he vuelto de cumplir sus órdenes, y he traído conmigo a emisarios de Atenas-

Giles levantó la mirada y asintió con una sonrisa oculta entre la larga barba gris. Sus ojos arrugados inspiraban sabiduría y también amabilidad infinita. Aquel manto azul de bordes rojos y oro, lo hacía ver como un magnífico rey, sin necesidad de portar joyas ostentosas. Indicó al grupo de niños que permanecieran en su lugar, y entonces a paso lento se acercó a los otros.

-¡Emisarios de Atenas!- repitió con alegría- muchos años han pasado desde que enviados de la gran ciudad han venido a Lemnos. ¡Bienvenidos!-

-Nos honra estar ante el protector de la cuna de nuestro señor Hefesto- habló Kanon de nuevo, inclinando la cabeza- soy Leandro, mariscal de Agamenón en Atenas- se presentó sin duda, reverenciando a Giles.

-¡Mariscal! y tan joven. Los tiempos han cambiado sin duda- dijo con otra sonrisa- entonces eras tú el de esa energía tan poderosa que sentí antes-

-No fue mi intención perturbarlo, quería anunciar nuestra llegada de la manera más discreta-

-Agamenón ha estado sin comunicarse durante mucho tiempo, y me pregunto qué es lo que sucede más allá del mar como para enviar a su Mariscal hasta acá. Y además acompañado- comentó mirando a los otros dos.

-Él es Néstor, capitán de la guardia del patriarca- presentó a Aldebarán, quien hizo otra reverencia- y ella es Cora, sacerdotisa del templo- Lillean solamente inclinó la cabeza cubierta.

-Me honra tenerlos aquí. Espero que no hayan pasado dificultades en su camino hacia acá, Aetos es difícil de carácter- dijo el patriarca serenamente- y sólo cumplía mis órdenes-

-No es necesaria una disculpa, maestro. El capitán de Lemnos fue amable con nosotros, y nos ha escoltado hasta aquí. Pero ahora solo quisiéramos descansar, y mi señora aún más- dijo mirando hacia la elfa- no está acostumbrada a estos viajes-

-¡Por supuesto!- exclamó espantado- una sacerdotisa en tierras distantes, y yo aquí hablando sin parar. Mis disculpas. En seguida dispondré las mejores habitaciones para ustedes y una cena abundante, después podremos hablar tranquilamente sobre ciertos asuntos cuando el sol esté nuevamente arriba- dijo mirando seriamente al peliazul, quien asintió- Aetos, adelántense, iré después tras ustedes-

Dio la media vuelta, y volvió al frente de los niños, dedicándoles algunas palabras. El castaño los llevó de vuelta hacia las escaleras y finalmente subieron, y ahí en el borde miraron hacia el oeste, donde el sol terminaba de hundirse en el mar.

-Debo felicitarlo, capitán- habló Kanon- su escuadrón es uno muy bien capacitado. Son casi imperceptibles allá en la montaña-

-Estos hombres están a mis órdenes desde que eran adolescentes- contestó Aetos señalando con un gesto al séquito que los seguía de cerca- demasiado tiempo los entrené; dudan de cualquier sombra que merodeé por las noches, del más mínimo murmullo en los bosques y hasta la cara más inocente, pues su deber ante todo es la protección de este sagrado lugar-

-Has hecho un excelente trabajo, capitán- se atrevió a hablar Aldebarán, más por inercia que por necesidad- ¡No los vi venir!-

-Han sorprendido tanto a capitán como a mariscal en un solo instante. Entonces puedo decir que sí- completó sonriendo cortamente.

La luz se extinguía, pero al mismo tiempo era reemplazada por una hermosa luna redonda de plata. Atravesaron de nuevo los campos, observando cómo el panorama se transformaba lentamente ante sus ojos; los pequeños faroles estaban siendo prendidos en los jardines y las antorchas ya ardían en el camino de los templos, por donde ahora pasaban, entre flores que colgaban al libre albedrío de las columnas y techos, desprendiendo su aroma nocturno. El sonido de las aguas corriendo era el único murmullo que escuchaban cerca de ellos cada vez que salían de un templo; y así siguieron atravesando seis edificaciones más, hasta que el principal se hizo presente sobre la ancha escalinata que marcaba el final de la subida. Eran pocos escalones y fue rápido llegar a la terraza; ahí el templo parecía mucho más grande y bello, jarrones en la entrada, bajo cada columna, contenían una maraña de plantas que colgaban hasta el suelo. En la entrada guardaban el paso dos estatuas idénticas de bronce del herrero, joven y con un mazo en la mano.

...

Cuando la última de las damas que la acompañaban se retiró, cerrando la puerta tras ella, finalmente pudo respirar tranquila. Soltó una gran cantidad de aire que sentía, había retenido desde que llegaron a la isla. La cena había sido larga, alegre y abundante tal como dijo el patriarca, pero retrasó su tan ansiado descanso. Lillean retiró la capucha y dejó que cayera a su espalda, suspiró una vez más y se sentó en el borde de la amplia cama. La habitación estaba bien iluminada con un gran candelabro de velas colgando desde el cielo raso, combinándose a momentos con los rayos lunares que se colaban, casi tímidos cuando las cortinas se removían con el viento. El aposento era muy grande, acogedor y elegante. Un ligero dosel colgaba sobre la cama, unas sillas de madera con tapices estaban frente a ésta, sobre una alfombra de pieles y un pequeño cajonero al lado de la cabecera estaban cerca de la elfa, pero al final se encontraba un hermoso diván y a su lado un arpa; tras éstos, dos puertas de madera que cerraban la entrada a una habitación de baño. La elfa se recostó en el lecho, cerrando los ojos por un momento, tratando de descansar. El sonido del agua fluyendo llegaba nítidamente hasta sus orejas, como un ligero canto a mitad de la noche. Se sintió liviana, como entrando en un sueño profundo, donde podía verse viajando por las frías tierras del norte, allá en su reino.

-No es tiempo de dormir, tenemos que discutir unos asuntos, "sacerdotisa"-

De inmediato Lillean se incorporó asustada al escuchar aquella voz. Resopló con alivio cuando vio que Kanon era quien estaba de pie a unos metros, cerrando la puerta con cuidado. Su ropa estaba desordenada, pues ya no traía la capa y su chaqueta de tela oscura, solamente un camisón blanco, cerrado con algunos botones, con los mismos pantalones resistentes y rústicos.

-¿Te ha visto alguien?- preguntó ella, mirando la entrada.

-No, estos pasillos están desolados, y lo estarán hasta el amanecer. Pedí "absoluta paz"- comentó con una sonrisa traviesa. Ella se acomodó en la cama y miró a Kanon.

-Eres un excelente actor. Has convencido a todos de que somos fieles del Dios herrero-

-Normalmente alguien diría que soy un "manipulador", y no lo culparía, tengo ciertas habilidades para persuadir a las personas- aceptó divertido- además, ese era el propósito ¿No es cierto?- comentó encogiéndose de hombros- los habitantes de esta isla no creerían que somos aliados presentándonos desde el inicio como santos de Athena, y nuestros nombres no son seguros fuera del santuario. Alguien se ha asegurado de que nos consideren una amenaza-

-¿Quién?-

-No lo sé con certeza- dijo acercándose hasta el lecho y sentándose en él- pero estoy seguro que Zeus está enviando mensajeros a cada lugar donde se encuentra lo que buscamos. Nos está cazando-

Por un momento hubo silencio; Lillean miró los ojos enigmáticos del peliazul, perdidos en el espacio frente a él. Bajó el rostro, pensativa. No estaba segura de muchas cosas, la situación parecía ser de pronto demasiado abrumadora y peligrosa.

-Tu herida ya no está- comentó Kanon de pronto, acercando una mano a su propio rostro y golpeteando el lugar. Lillean tocó su mejilla.

-Los elfos podemos recuperarnos de cosas como esas- dijo trazando la línea de la inexistente cicatriz- nuestro cuerpo sana de casi cualquier lesión-

Kanon la contempló con cierta fascinación. Desde que la conoció, ella no era más que una chica que hallaba la manera de fastidiarlo, pero ahora se percataba realmente de quién era y reparaba en su verdadera raza, pues no era una mujer humana, sino una elfa, de una estirpe que él sólo conocía por las historias que le contaba el patriarca en su remota infancia y de algún que otro libro en los estantes de la biblioteca. De pronto le pareció que era muy hermosa, aunque no estuviera adornada con un vestido o joyas; su cabello negro era largo y brillante, el rostro claro, alegre, y esos ojos grises como plata que relucían a la luz.

-¿Es algo muy importante lo que ibas a decir?- preguntó la pelinegra, obteniendo la atención de él- estoy algo cansada-

-No, no realmente, algunos detalles para nuestra estadía aquí- dijo deshaciéndose de su ensoñación.

-Ah, era eso, bien- mencionó ella, mirándolo fijamente, esperando que hablara, pero notó algo- Kanon...- habló asustada mirando la mano del santo.

Una mancha oscura comenzaba a formarse en sus dedos, Kanon no se había percatado de eso hasta que reparó en la insistente mirada de la elfa en él; levantó la extremidad para verla con mayor detenimiento, y pudo notar cómo comenzaba a teñirse de rojo y negro. Lillean acercó una mano, casi o más aterrada que el propio santo, pero apenas lo rozó, él apretó los ojos y la mandíbula con expresión de dolor. Entonces se apresuró sobre los botones de su ropa, desabrochándolos en seguida ante la asombrada mirada del peliazul. Apartó la prenda en total, dejando desnuda la parte superior del guerrero. Lo revisó de prisa con la vista, y arrugó el entrecejo, observando la enorme mancha que nacía del Géminis sobre sus costillas en el lado derecho y subiendo por su hombro para bajar por el brazo nuevamente. Quiso tocarlo con cuidado, pero provocó que el santo se pasmara otra vez.

-¿Hace cuánto tienes esto?- preguntó Lillean preocupada.

-Desde ayer... tal vez- respondió respirando hondo, tratando de aliviar el dolor.

-¡¿Y cuándo pensabas decírmelo?- insistió molesta- esto es grave, y muy extraño-

-Estaré bien-

-¡Esto no está nada bien!-

Él apretó los dientes y los párpados cuando sintió el punzante dolor recorrerle como mareas ascendentes en su interior. Estaba seguro de que se iría pronto, pero no estaba cesando en absoluto, al contrario, sintió que se desataba cada vez más; aquella mancha comenzaba a lacerarlo y quemarlo al mismo tiempo. Agarró una parte de la cubierta de la cama y la estrujó con el puño contrario, mientras reunía fuerzas para tranquilizarse, mas no funcionaba. Respiró accidentadamente un par de veces, donde cada inhalada lo perforaba como agujas, y al segundo siguiente dejó escapar un grito de dolor cuando el límite de su resistencia fue superado; se dejó caer en la cama, retorciéndose ante la aterrada asgardiana.

-¡Kanon!- lo llamó nerviosa- ¡Kanon!-

Tomó el rostro del santo con las manos, pero él seguía moviéndose violentamente mientras siseaba preso del sufrimiento. La mancha comenzó a hacerse más grande, expandiéndose por su abdomen lentamente y desgarrando en el interior como navajas de miles de filos. El gemelo ya no fue capaz de soportarlo, comenzaba a perder la conciencia racional, donde su mente sólo tenía espacio para aquel infierno del que jamás había sido víctima. Sudaba frío y era presa de los temblores que se presentaban en todo su cuerpo.

-Lau, lau- pronunció asustada.

La pelinegra trató de concentrarse, buscando algunas palabras de alivio en su memoria. Acudió a su cosmo, con precaución de no mostrarlo demasiado para que otros lo sintieran, se aferró a Kanon, juntando su frente con la de él, y colocando una mano extendida en su abdomen. El aura apareció como rayos de luna: plateada, hermosa, pura. Rodeó al guerrero, danzando sobre él grácil y musical. Separó los labios, hablando en voz baja en su propia lengua, que sonó con armonía en la habitación, como un susurro del viento de verano, o las gotas de lluvia sobre el bosque.

-Anteim Odin, Asgard-o heru. Haster yendox nahalt, ¡Thau nin!- exclamó desesperada con su dulce voz- thau nin...- repitió en un susurro- gildor vanya sínomello- dijo pasivamente, desprendiendo su energía con precisión sobre el cuerpo del santo. Él se aferró a la capa de ella, tembloroso- gildor vanya sínomello... elwë ar serë anna len, Kanon-

Dijo aquello una última vez, y la luz se consumió poco a poco bajo la piel masculina; el viento entró intrépido por la ventana y con su ráfaga apagó las velas del candelabro. Las sombras reinaron en el lugar, donde sólo era posible ver algo con la iluminación de la luna filtrada. La acelerada respiración de Kanon provocaba que su fuerte pecho subiera y bajara, pero ahora comenzaba a disminuir su ritmo, el sudor resbalaba de su sien y la cordura volvía a él. La nórdica lo miró a los ojos, también extenuada por sacrificar parte de su energía, sin embargo logró sonreír al ver que el guerrero volvía a estar bien. Sintió que el agarre de la gruesa mano se debilitaba en su ropa, y ahora el otro también la miraba, cansado. Lillean se retiró un poco, pues se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de Kanon, sin saber exactamente qué hacer o decir. La masculina anatomía se definía bajo el camisón abierto en contrastes de luz y sombras como musculosos brazos, amplios hombros y un estómago firme y trabajado, que la dejó muda un momento.

-Lo siento...- murmuró sintiéndose avergonzada e intimidada- deberías descansar- sugirió cuando se incorporó del todo.

-No- se rehusó- hay... muchas cosas por hacer-

-Eso puede esperar- replicó la elfa- estás muy débil. Apenas he logrado ayudarte y sería mucho esfuerzo para tu cuerpo- le dijo intranquila- duerme un poco, que yo me encargaré de despertarte-

-Gracias...- mencionó apenas audible, levantándose a medias- pero no he venido en vano hasta aquí, y esto- posó la palma entera en su costado ya limpio- esto no era nada-

-¡Tu orgullo debería ser "nada", santo de Athena!- exclamó frustrada la nórdica- ¿Cómo puedes ser tan necio?- pero Kanon sonrió.

-Ya has cumplido con tu deber de sanadora ¿Cierto?, déjame los problemas de ego y necedad a mí-

Quiso levantarse, pero Lillean no lo permitió. Lo devolvió a la cama, mirándolo desafiante, como si en verdad pudiera oponerse a él físicamente. Kanon se quedó un momento estático, hasta que después amplió la sonrisa, realmente divertido con esas palabras, negó con la cabeza y finalmente accedió como si estuviera complaciendo a una niña; se acomodó en el lecho, deshaciéndose en un movimiento de las sandalias de cuero, y con una mano atrás de la cabeza se recostó completamente, estirando las largas piernas en el edredón.

-¿Contenta?- preguntó mirando el techo de tela del dosel. Ella asintió, hubo otro silencio hasta que él habló de nuevo- basta de esa mirada, no intentaré nada más por ahora, estoy cansado-

-Me es suficiente- dijo ella más tranquila- pero no me deja de preocupar del todo. Jamás había visto algo así. Era como si algo actuara dentro de ti para hacerte daño-

-Y en realidad es así- contestó Kanon- Athena utilizó una parte del cosmo de Zeus para lograr materializarnos, pero la intención de él era diferente de ayudar. Su cosmo solamente logró desequilibrar nuestras líneas vitales y si no obtenemos lo que buscamos en menos de un mes...-

Se quedó mirando hacia arriba, a un punto perdido donde sus ojos se encontraban. La pelinegra no dijo nada, tratando de comprender las palabras del santo. Diferente a su hermana, que mostraba rechazo total a los fieles de Atena, Lillean les tenía cierta empatía, y ahora que conocía a dos de ese grupo élite de hombres, como Aldebarán y Kanon, no le parecían desagradables del todo; estaba dispuesta a ayudarlos hasta el final.

-¿Qué fue lo que dijiste hace un momento? cuando... pasó eso- rompió el silencio el gemelo.

-Estaba pidiendo la ayuda de mi señor Odín. Para ayudarte a regresar del dolor- aseguró Lillean seriamente- es un rezo élfico que aprendí cuando era pequeña-

-Tu cosmo...- comentó, comenzando a sentirse más cansado- es como el viento frío, pero agradable. Y tu voz se volvió diferente... más hermosa-

-No lo es- replicó la elfa con las mejillas rojas- la de mi madre sí que era hermosa- comentó al instante.

-¿Era?-

-Hace mucho se extinguió su canto, cuando Lorin y yo éramos pequeñas- recordó con nostalgia- también era muy bella ¿Sabes?, su cabello rubio como el sol, alta y blanca. La descendiente de un linaje muy antiguo de elfos de la luz de Asgard- Lillean dijo con una sonrisa triste. Luego vio a Kanon, quien estaba atento a ella- disculpa, lo dije sin pensar. No quiero molestarte con estas cosas-

-No estoy molesto- dijo Kanon, volviendo su vista arriba- es sólo que...-

El gemelo se detuvo, meditando lo que iba a decir. Estaba a punto de contestar que él no conocía ese tipo de sentimientos, pero tal vez era demasiado hablar, y él nunca había tenido una conversación de esa naturaleza con nadie; después de todo, Saga era su gemelo y tenía la misma historia de su infancia. Habían crecido sin tener una madre, al igual que la mayoría de los aprendices a santo del santuario.

-¿Qué?-

-Nada- dijo él, posando su brazo sobre los ojos- ahora me quedaré a dormir aquí, "sacerdotisa", ya que tanto quieres que descanse-

Y dicho esto, comenzó a dejarse vencer por el agotamiento, mientras Lillean abría los labios, dándose cuenta de lo que acababa de hacer y preguntando mentalmente dónde dormiría ella.

...

Desde donde se encontraban, podían observar el vasto territorio que se extendía a la lejanía, sin poder distinguir el origen y el fin de las milenarias montañas del Parnaso. El magnífico monte parecía rozar el cielo con sus elevadas cimas de roca maciza, ahí donde se perdían entre las nubes que cubrían vaporosamente los lindes. Las faldas de las montañas estaban recubiertas con un denso follaje de abetos que descendían hasta las bajas regiones, donde comenzaban los hermosos prados silvestres. Los laureles y olivares estaban regados de un lado a otro en las fértiles tierras de la cordillera sagrada, y ahí, en medio de tanta belleza creada por las diosas de la naturaleza, se encontraba la construcción derruida del santuario de Apolo, al que las cumbres de caliza protegían celosamente. El sol comenzaba a hundirse en el oeste lentamente, y sus rayos eran débiles pues pronto caería la noche. Los bosques se pintaron de bronce y las nubes de oro en aquel ocaso. Las siluetas recortadas de las antiguas pilastras comenzaban a formar sombras sobre el suelo, donde estaban más escombros esparcidos entre la vegetación; Las construcciones que aún permanecían erigidas iban perdiendo su brillo conforme el astro desaparecía de las alturas. El silencio reinaba en el santo lugar, solamente el soplar del viento irrumpió con un tímido paso a través de las hojas en los árboles. Delfos comenzaba a tornarse oscuro, sin embargo su etérea belleza se acrecentaba. La mística zona parecía desprender una calma y energía sobrecogedoras mientras la noche caía en las ruinas del santuario.

Los guerreros observaron a su alrededor, sin saber exactamente qué buscar, pues el desértico y calmo lugar no ofrecía nada más allá de una exquisita vista arquitectónica. Milo dio unos pasos adelante, pisando firmemente el suelo de piedra que componía uno de los tantos caminos en ascensión por el terreno. Fijó la celeste mirada sobre los niveles en que se dividía el mítico templo del oráculo, tratando de saber en qué parte exacta se encontraban del enorme sitio. Observó los restos que yacían a lo lejos y cercano, los vestigios de templos que antes ocupaban un lugar, así como los que aún persistían sobre sus bases. Frente a él estaba una escalinata de apenas tres niveles, pero ésta era larga a lo ancho y gruesa a lo alto; al final, unas cuantas columnas cercanas a un muro de contención donde se encontraba un nivel más.

-"El Pórtico de los Atenienses"- pronunció en voz baja, observando hacia arriba- aquí solo hay ruinas- dijo volteando a sus compañeros rápidamente.

-Lo que queda del templo de Apolo está arriba- prosiguió Camus- pero no encontraremos nada ahí, él no dejaría a la merced de nadie ese árbol-

-Está oculto en Delfos, es seguro, la pregunta es ¿Dónde?- habló Milo así mismo, dejando que el céfiro ondeara su capa, calló un instante pensando lo que haría. Después comenzó a caminar.

-Milo- llamó Camus seriamente- tu orgullo no te llevará lejos. No puedes hacer esto tú solo-

-Claro que sí- replicó con una sonrisa irónica, sin mirar atrás- no necesito a alguien para cuidarme la espalda... no te necesito-

-Esto no se reduce solamente a ti. Piensa por un momento tus acciones- insistió fríamente el de Acuario.

Pero Milo lo ignoró, y dio unos pasos más, sin embargo, antes de que pudiera continuar, un hálito gélido comenzó a invadir sus piernas, subiendo rápidamente hasta las rodillas y cristalizando la armadura, aprisionando al octavo guardián. El escorpión frunció el seño cuando se vio inmóvil, entonces encendió su cosmo, que deshizo el hielo de Camus, dio la vuelta y levantó la mano derecha, mostrando la letal aguja que crecía de su dedo. Ambos Caballeros se miraron, desafiándose en silencio, y en la mirada del Escorpio ardía la furia, mientras en el francés el azul glaciar de sus iris era casi mortecino.

-Basta- intervino Lorin, quien estaba a unos metros entre las ruinas cercanas- deténganse, esta discusión no nos ayudará en nada-

-Mantente fuera de esto- ordenó Milo sin despegar sus ojos del otro- tú... no eres más que un traidor, deja de decirme qué es correcto y qué no, preocúpate por ti mismo como hiciste antes, cuando aceptaste ser siervo de Hades y darle la espalda a tu Orden- dijo con el brazo temblándole a causa de su propio enojo; bajó el semblante, ocultando sus ojos- el solo hecho de ver tu rostro me enfurece, no eres más que un fantasma, una sombra... ¡Quiero matarte aquí mismo!- exclamó alterado el escorpión.

-Hazlo- respondió Camus sin emociones, casi sereno- hazlo si tanto odio me tienes. Hazlo-

Milo levantó la mirada fúrica, y la aguja escarlata se mostró filosa y vacilante en su mano. Observó al Caballero de Acuario frente a él, inmóvil y sin doblegar su postura. Alzó un poco más la extremidad, cegado por la ira, el brío dorado lo rodeó de pies a cabeza y formó un remolino de viento a su alrededor cada vez más violento. En ese instante la elfa se colocó en medio de ambos, con la larga espada desenvainada que apuntaba directamente al escorpión.

-Detente- le pidió firme- es el territorio de otro Dios el que pisas, no lo olvides. De nada nos servirá una discusión justo ahora, un paso en falso y el propósito de todo esto se perderá-

-Muévete- mandó entre dientes. Pero ella no se retiró- muévete- siseó otra vez.

-No-

-¡Lorin!-

-Tranquilízate, porque si das un paso, enterraré el filo de mi espada en tu pecho-

El peliazul entiesó la mandíbula mientras la observaba con severidad, pero ella parecía decidida a todo. Después de unos momentos que parecieron eternos, Milo apagó lentamente la energía descontrolada de su interior. La uña roja se volvió normal, y esa mano la empuñó con fuerza. Todo su cuerpo temblaba, el corazón le latía fuerte; hacía tiempo que no sentía esa ira tan temible que lo dominaba en segundos, que corría por la sangre en sus venas como si fuese una droga que lo cegaba y llenaba de adrenalina con el deseo ferviente de asesinar a alguien, como lo tuvo en un tiempo oscuro de su pasado. Respiró con pesadez y miró hacia al cielo pocos segundos, luego volvió a prestar atención a su compañera, que ya bajaba su arma. Fácilmente pudo haberla hecho a un lado y atacar a Camus, pero no lo hizo, la determinación de la nórdica pareció más fuerte que él, y no pudo sino rendirse ante ella.

-Nos están vigilando, aseguraré los alrededores. Permanece con él- dijo Camus a Lorin con su cosmo.

Antes de que se dijera nada más, el santo de Acuario dio la espalda a sus compañeros y brincó hasta el siguiente nivel, donde estaban las ruinas del templo principal, de nuevo más saltos con gran altura y agilidad, hasta que se perdió de vista entre los olivos que crecían en la montaña y escondían los parajes interiores del santuario. Lorin se quedó parada en el mismo sitio, mirando hacia arriba con el rostro cansado. Se giró en dirección al peliazul, quien se dejó caer sentado sobre uno de los grandes peldaños del pórtico, con las piernas separadas y sosteniéndose la cabeza con una mano. Ella se acercó un poco más, suficiente para oír lo entrecortada que era la respiración del santo.

-Eres una mujer orgullosa y testaruda- dijo Milo en apenas un murmullo- pude haberte lastimado también-

-Sé que no lo hubieras hecho- replicó Lorin- ni a él, ni a mí-

-¿Por qué estás tan segura de eso?-

-No lo estoy, y tampoco sé nada de ti... pero no parecías decidido a dañar a ese Caballero; dudaste, en vez de simplemente matarlo-

Lorin suspiró, cruzando la mirada con la sombría del peliazul. Su aspecto había cambiado de nuevo y no dejaba de sorprenderla aquel detalle. Él bajó la vista otra vez hacia el suelo lleno de hierba seca y piedras, perdiéndose en muchos pensamientos intranquilos. Sintió la compañía de la elfa, que se sentó a su lado.

-Hiciste bien... en detenerte-

Milo perdió el gesto implacable en su rostro y suspiró largamente.

-¿Por qué te interpusiste?, sé que nos odias, ¿No sería mejor para ti que nos hubiésemos matado?- preguntó irónico, todavía cabizbajo; la elfa negó sutilmente.

-No me beneficia en nada, ni ahora ni después. Pero es egoísta de su parte querer desperdiciar la oportunidad que les ha dado su Diosa, no todos los muertos pueden regresar- dijo con melancolía en su hablar- deberías aferrarte a eso: a la vida que está ante ti-

-¡Esto es un infierno!- exclamó de inmediato, perdiendo el control- ¿Una vida, dices?, dime qué es lo bueno de todo esto. No hay paz, ni perdón, no hay nada a lo que pueda aferrarme-

-Morir es más fácil que vivir- contestó la pelinegra simplemente- todo eso es necesario; el dolor, la tristeza, el llanto y la desesperación, para saber que estás vivo y que debes creer que después de una herida, viene una cicatriz que sana; después de una lágrima está una sonrisa, y de la desesperación nace la esperanza-

Suspiró nostálgica, y sus labios se curvaron tímidamente en una sonrisa al recordar muchas cosas de pronto. El santo tenía su completa atención en aquella joven que lo había hipnotizado con sus palabras, esas que él idealizó en su servicio como guerrero de Atena, las que le habían enseñado los buenos momentos de su vida a pesar de que lo entrenaron para pelear y entregarse a la muerte en batalla, pero que en algún momento olvidó. Sus palabras sonaron sinceras, lejanas a los continuos rechazos que tenía la joven nórdica hacia la orden de la Diosa, como si ella misma hubiera revivido parte de su vida en aquella pequeña conversación. El corazón del guerrero se estabilizó lentamente, latiendo en armonía con su respiración ya tranquila. Soltó un suspiro y peinó su fleco con rapidez para volver a encararla, y ahí notó que la elfa brillaba sutilmente bajo la luz de la luna, misma que ella miraba en completa atención con sus ojos grises y penetrantes, con esa sonrisa que lucía serena pero a la vez triste, y sin embargo al guerrero le pareció hermosa de esa manera, sin el desprecio o la arrogancia reflejada en su rostro. Estaba por decir algo, cuando escuchó una melodía al aire; su oído se agudizó y arrugó el entrecejo ante la repentina intrusión en el silencio. Era una tonada delicada, creada con las vibraciones de muchas cuerdas, tal vez de un arpa. Lorin prestó atención y se paró de inmediato al igual que Milo, escudriñando cada rincón del recinto sumido en sombras, tratando de divisar el origen de la canción. La armonía subió de volumen de a poco, haciéndose cercana, pero aún sin delatar al autor; el cuerpo del santo comenzó a sentirse pesado, y sus párpados abrían y cerraban con lentitud, pues aquella música estaba adormeciéndolo completamente. Intentó mantenerse alerta, sin embargo la fuerza comenzaba a desvanecerse en sus piernas, estaba perdiendo lucidez a cada segundo. Entonces escuchó un golpe contra la tierra, volteó a su izquierda, encontrando el cuerpo inerte de la elfa sobre el suelo; Milo entreabrió los labios y quiso acercarse, mas no logró moverse... la canción seguía ahí, hechizándolo con sus dulces notas. Cayó al suelo por igual, de rodillas y la vista perdida al frente, hasta que la oscuridad lo cegó por completo.

Continuará...


Notas de la autora:

No sé si lo recuerdan, pero dije que no se emocionaran mucho con la posible "pronta" actualización. Ya saben que para cuando yo subo cap nuevo, el cometa Halley ya pasó por la tierra tres veces XD. En fin, ¿Qué más puedo decirles?, ehm... ya terminé mi semestre, tengo tiempo libre estos días, y también ganas de escribir (que descarada XD)por eso me apresuré a terminar.

¡Ah sí!, bueno, sobre los siguientes caps quiero decirles que estaré enfocándome en una misión mayormente durante todo el cap, y al final una pequeña parte de otra, así como en este donde lo central fue en Lemnos, y al final un poquito en Delfos. Lo hago para no estar escribiendo escenas entrecruzadas, porque luego se me hace un lío al escribir :P, aunque si me surgen más ideas en un mismo cap, pondré más escenas.

Creo que eso es todo, como siempre, gracias por leer y estar pendientes : P

*Aclaraciones*

Mariscal: Ostentaba el máximo mando militar. Tenía mando sobre las armas, armaduras, máquinas de asedio, municiones y las guarniciones de los caballos. Él distribuía a las milicias y daba las órdenes tácticas.

Lau: no.

Rezo de Lillean: -Dios Odín, señor de Asgard. Protector de todo lo bueno, ¡Ayúdame!, ayúdame. Vete de aquí oscuridad, vete de aquí oscuridad... luz y paz para ti, Kanon-