CAPÍTULO 3
Isabella paseaba furiosa de un lado a otro dentro de sus aposentos. La rabia y la impotencia bullían en su interior haciendo que lágrimas de frustración brotasen involuntariamente de sus ojos siendo incapaz de controlarlas.
Cuando recibió la noticia de la llegada de su padre y su hermano, corrió feliz a su encuentro sin pensar en que las noticias que traían iban a cambiar su vida.
Desde niña había sido muy apegada a su familia, apego que aumentó tras el fallecimiento de su madre, cuando ella tenía diez años. Desde su nacimiento había sido la niña de los ojos de su padre, pues tanto para él como para su hermano, Bella era y seguiría siendo siempre una florecilla silvestre a quien proteger. Su madre, siempre les había tachado de exagerados, pero en el fondo le conmovía saber que tanto su marido como su hijo se desvivían y preocupaban por ella.
Ahora, a sus dieciocho años, podían considerarla una mujer, aunque en su interior siguiese conservando la vulnerabilidad de aquella niña que permanecía pegada a las faldas de su madre, a quien amaba y admiraba.
Lady Renné Swan dedicó su vida a su esposo, sus hijos y su clan. Como esposa del laird, se entregó a las gentes que con ellos convivían, ayudando y procurando el bienestar de todo el mundo. Valores que inculcó en su hija, quien, en un futuro, deseaba pudiese llegar a ser una respetable dama, pues debido a su posición, estaba claro que su destino sería desposarse con alguien que ocupase un cargo similar al de su padre. En su interior, como madre, ansiaba que su hija pudiese unir su vida a la de un hombre que la amase al igual que ella había hecho con Charles, por eso mismo, haría todo lo que estuviese en su mano para procurar un futuro feliz para sus dos hijos.
Su madre poseía ciertos conocimientos sobre plantas curativas, remedios que desde pequeña aprendió de su abuela y que a día de hoy no dudaba en ofrecer a aquellos que necesitaban.
Isabella adoraba pasar tiempo recolectando plantas junto a ella y elaborar los preparados que después, su madre en persona se encargaba de repartir. Para ambas, esos pequeños momentos eran especiales, pues les ayudaba a estrechar la relación madre e hija.
Ironías de la vida, hicieron que Renné Swan, quien había ayudado a curar numerosos males, no pudiese sobrevivir a unas fiebres que le sobrevinieron tras sufrir un aborto. Dicho mal, acabó con su vida dejando a sus dos hijos y su esposo sumidos en un profundo dolor.
Charles Swan quedó devastado tras el fallecimiento de su esposa. Se enamoró de ella siendo un joven guerrero y aún con la oposición de los padres de ella, no dudó en secuestrarla y casarse.
El matrimonio de sus padres había estado lleno de amor e Isabella anhelaba algo así para ella. En su memoria, aun perduraban las imágenes de sus padres besándose en la mejilla, paseando agarrados de la mano o simplemente mirándose como si solo estuviesen en el mundo ellos dos.
Sus sueños infantiles imaginaban un futuro igual para ella, aunque al parecer, no podría ser así.
La voz de su cuñada Rosalie la sobresaltó y sacó de sus pensamientos haciéndola detenerse.
—¡Quieres dejar de pasear de un lado a otro! ¡Vas a desgastar las piedras del suelo!
El tono de reprimenda era cariñoso, pero aun así no sirvió para aplacar el mal humor de ella.
Cualquiera que viese a su cuñada, pensaría que era un ser divino caído del cielo. Su hermano era afortunado. Alta, delgada, rubia y de ojos azules como el mar, Lady Rosalie Swan era una mujer calmada y extrañamente serena, aunque en ocasiones también perdía los nervios.
—¡Por mi como si se abre un agujero y caigo en el infierno! ¡Al fin y al cabo en eso se convertirá mi vida dentro de poco! —Se quejó apoyando las manos en el alfeizar de la ventana.
—¡No seas exagerada! Es normal que la noticia te haya impactado, yo misma no podía creerlo cuando Emmet me lo contó, pero si lo piensas con detenimiento, era algo que tarde o temprano iba a suceder. A tu edad, lo normal es casarse.
—¡Pero no así! Se supone que iba a casarme por amor, ¡Mi padre se lo prometió a mi madre! Siempre nos lo dijo. ¡Ella lo quería así!
—Pero para el rey Aro esa promesa no tiene valor, —Habló calmadamente— Y si no quieres tener problemas será mejor que aceptes su decisión. Es un decreto real, ni tu padre ni tu hermano han podido hacer nada por evitarlo. Debes aceptar tu destino.
—Es muy fácil decirlo desde tu posición. —Le reprochó girándose para enfrentarla sin poder ocultar su disgusto— Mi hermano es un buen hombre que te ama a ti y a sus hijos, al igual que tú a él. ¡Emmet no es ningún bárbaro sanguinario!
—Y sir Edward tampoco, no te equivoques... —Rosalie agachó la mirada y jugueteó con la cinta de su vestido mientras continuaba hablando— Dicen que es un gran guerrero, pero justo y cabal. No es partidario de derramar sangre de manera innecesaria. Los Cullen y los Swan se parecen más de lo que ellos creen.
—¿Y cómo sabes eso? —Preguntó intrigada tomando asiento a su lado.
—Algunas conversaciones entre tu hermano y yo son muy interesantes. Hablamos mucho y de muchas cosas, Además, puedes considerarte afortunada, el elegido podría haber sido peor…
—¿Peor? ¡Lo dudo!
Rosalie enarcó una ceja incrédula a sabiendas que ni la propia Isabella se creía sus palabras.
—Podrían haber ordenado tu enlace con Sir Crowley. Dicen que está tan gordo como un tonel, y que su mal aliento se huele desde el clan vecino.
—¡Rosalie! —Rio Isabella ante las ocurrencias de su cuñada— No seas tan mala, además tampoco sabemos cómo es físicamente ese tal Edward. Igual, Sir Crowley a su lado es todo un príncipe.
—De Sir Edward comentan otras cosas… Y te puedo asegurar que son muy diferentes a las que dicen de Sir Crowley —Continuó apartándose de su lado haciéndose la interesante.
—¿Qué cosas? —Preguntó sin ocultar su interés sentándose a su lado en la cama. Los comentarios de Rosalie acerca de ese hombre habían despertado su curiosidad.
Siempre que escuchaba a su padre o u hermano hablar acerca de los Cullen se referían a ellos con palabras nada agradables.
—Bueno... Dicen que es… fuerte y grande como un león, que tiene dos ojos verdes que hacen que el suelo tiemble bajo tus pies cuando te mira y que sabe manejar muy bien la espada...
—Es un guerrero, es normal que sea diestro en la batalla. —Isabella rodó los ojos ante tal obviedad.
—No me refiero a esa espada, Bella.
—¡Rosalie! —Exclamó escandalizada y completamente ruborizada por el comentario— ¿Cómo sabes esas cosas? Dudo que mi hermano converse contigo sobre las armas de sus enemigos...
—Tu hermano, no, pero las mujeres del clan hablan y yo... Tengo muy buen oído.
—Ya veo, ya...
—Yo solo digo que podrías haber tenido un candidato peor.
—¿Peor que casarme con el enemigo de mi padre? ¿Peor que tener que abandonar a mi familia y mi hogar? Ese hombre nos odia, no va a tener consideración alguna conmigo. Ni siquiera sé si me dejará escribiros. No veré crecer a mis sobrinos. —Se lamentó.
—Todas debemos dejar a nuestras familias cuando nos casamos. Yo lo hice en su día y tampoco me resultó fácil.
—Sí, pero es muy diferente hacerlo sabiendo que estarás al lado de un hombre que te ama a tener que marcharte a un lugar donde todos te odiaran solamente por llevar un apellido. Además, Emmet y tú visitáis a tus padres con frecuencia.
—¿Acaso no es lo que tú estás haciendo con Sir Edward? ¿O le conoces lo suficiente para crearte tu propia opinión? Te riges por los comentarios de tu padre y tu hermano.
—No, no le conozco y… ¡Ojalá no tuviera que hacerlo! Además, ¿No sé supone que tú estás de mi parte? No sé qué pensaría mi hermano si te escuchase hablar así.
Rosalie se aceró hasta ella y rodeó sus hombros para reconfortarla
—No soy tu enemiga, Bella. Te quiero y lo sabes. Que no te guste lo que digo no significa que no esté de tu parte. Siempre te apoyare. Eres como una hermana para mí.
Bella respondió al abrazo de su cuñada. Ella también la quería como a una hermana.
La llegada de Rose a Swan supuso una alegría para ella, pues desde la muerte de su madre, había echado en falta a una mujer con la que conversar. Tenía amigas, y las mujeres del clan la adoraban, extrañaba tener a alguna mujer de su familia con ella. Rose era dos años mayor que ella, por lo que al tener casi la misma edad congeniaron enseguida.
Isabella adoraba a su hermano Emmet y el afecto era recíproco, por eso cuando le confesó que se había enamorado y conoció a la afortunada se sintió inmensamente feliz por él.
—Intenta calmarte un poco y despejar tu mente. —Le aconsejó su cuñada— Sal a dar un paseo y recapacita. No castigues a tu padre y a tu hermano por algo de lo que no son culpables. A ellos tampoco les agrada la situación y menos al verte sufrir a ti. Esa boda se llevará a cabo sí o sí. No te gustará pasar tus últimos días en Swan enfadada con ellos, después lo lamentarás.
Isabella tomó en cuenta el consejo de Rosalie y salió a dar un paseo.
En el fondo su cuñada tenía razón. No debía seguir con esa actitud o lo lamentaría. Debía cambiar el foco de su rabia hacia alguien que no fuese de su familia y que mejor objetivo que su futuro marido: Sir Edward Cullen.
Esa misma noche, cuando bajó a cenar pidió disculpas a su padre por su comportamiento. Ver el alivio reflejado en el rostro de Charles le alegró, pues no quería que su padre cargase con ese tormento.
Durante la cena, tanto Emmet con su Charles le explicaron todo lo relacionado con la decisión que había tomado Aro.
—Cullen vendrá en una semana para conocerte. —Le explicó Emmet— Hablaremos con él.
—Por supuesto que lo haremos, no voy a permitir que ese demonio abuse de su poder. Por mucha orden real que haya de por medio, tendrá que jurarme que cuidará de ti antes de abandonar estas tierras. No permitiré que sufras, hija mía.
—Gracias, padre.
—Tendrá que darme su palabra de honor si es que acaso tiene algún valor.
—Padre…—Le reprendió Emmet.
Los días transcurrieron en una tensa calma. Isabella permanecía inquieta ante la llegada de su prometido, sin embargo, el día en el que supuestamente tenía que llegar nadie acudió a Swan.
Su padre, airado, estuvo blasfemando todo el día. El plantón en cierto modo supuso un alivio para Bella, alivio que desapareció días después, cuando los guardias encargados de vigilar el terreno le informaron a su padre de la entrada de Sir Edward Cullen en sus tierras.
La guardia del bosque era tan sigilosa que resultaba invisible ante los ojos del enemigo, y al parecer, Sir Edward Cullen tampoco se había percatado de ello.
Según los cálculos de su padre, Cullen llegaría dos días antes del matrimonio.
La noticia del enlace había corrido como la pólvora entre los habitantes de Swan y aunque cuchicheaban contrariados, nadie se atrevía a expresar en voz alta el descontento por el enlace. Sin embargo, si mostraban tristeza ante la marcha de Lady Isabella.
Isabella intentaba controlar sus lágrimas, pero a veces le resultaba imposible. Su cuñada Rosalie intentaba animarla y distraerla con los preparativos del enlace, pero para ella más que una distracción esos menesteres eran una tortura.
El nombre de Edward Cullen la perseguía día y noche. Se imaginaba como sería, cómo reaccionaría al verle, y cada vez reaccionaba de una manera distinta.
Ansiaba y se maldecía al mismo tiempo por desear conocerle, pero una vez aceptado su destino quería que ese momento llegase cuanto antes. Si Sir Edward Cullen iba a formar parte de su vida, necesitaba acabar con esa incertidumbre cuanto antes.
¡Hola! Parece que Edward se está haciendo de rogar. ¿Llegará a tiempo para el enlace? ¿Conocerá a su futura esposa?
Muchas gracias a todos por la acogida que le estáis dando a la historia. Sé que estáis deseosas de que ambos se conozcan, pero…tranquilidad, que todo lo bueno llegará.
Gracias por los favs, follows y reviews.
Espero vuestros comentarios.
Saludos.