Las cosas estaban empezando a cambiar.
Podía sentirlo como algo inevitable pero no necesariamente malo.
Nada podía ser malo mientras ella y su humano estuvieran juntos, ¿Verdad?
Todos los pelos de su cuerpo anaranjado se erizaban de expectación y no podía evitar sentir un poco de miedo. No estaba acostumbrada a esos niveles de estrés.
Porque a pesar de lo que podría pensarse de Millicent, ella no era una gata demasiado intrépida. Prefería las temporadas tranquilas y definitivamente odiaba las explosiones.
Y últimamente había mucho de lo segundo en el Steadfast.
De hecho, la nave nunca le gustó realmente.
Ninguna le había gustado mucho, pero no quería volver a pasar por lo mismo que la última vez en el Supremacy, cuando tuvo que huir con su humano de manera precipitada, compartiendo el viaje con el odioso humano de cara blanca y cabello negro.
Bueno, es cierto nunca se aburría en un sitio tan grande, su enorme reino de durasteel.
Pero escabullirse por las ventanillas de respiración hasta llegar a las cocinas era tan fácil que pronto se convirtió en algo tedioso.
Algunos de los cocineros incluso le guardaban la mejor parte de algún piconegro triturado, que felizmente terminaría en su barriga antes que en la mesa del Líder Supremo.
Y cuando no estaba con su humano, se sentía un poco sola.
Era la única en su especie, no se permitían mascotas.
Y eso estaba muy bien, porque ella no se consideraba a sí misma nada de eso.
Era parte de la tripulación, leal a la Primera Orden siempre y cuando sus amigos cocineros también lo fueran y abundaran las existencias de comida.
Y en particular, las existencias de piconegro.
Siempre y cuando su humano cuidara de ella.
Porque no recordaba parte de su vida en la que Armitage no estuviera. Desde el principio se había sentido a gusto con él y confiaba en que el sentimiento era recíproco.
Él le había salvado de ser arrojada al incinerador cuando nadie más se había fijado en ella por lo pequeña que era. Él en persona se ocupaba de asearla y limpiarla, jugaba con ella y mantenía su caja limpia y perfumada.
Amaba a Armitage con todo su corazón gatuno.
Muchas veces fue testigo de sus malestares, presenció largas horas de frustración, incluso tuvo que esquivar algunos objetos que su humano arrojaba contra la pared. No iban destinados a ella, jamás la lastimaría.
Pero más allá de la manera en la que se comportaba, su humano era siempre atento y bueno con ella.
Millie sabía que era necesario tener un poco de paciencia, esperar el momento adecuado para poder acercarse a Armitage. Y cuando lo hacía todo era paz y cariño verdadero desde las dos partes.
Su humano hablaba con ella en tono suave, ya sin rastro de furia, y ella acercaba su pequeña cabeza para restregarse contra él, moviendo la cola también. Armitage era todo amor y ella recompensaba sus mimos con ronroneos.
Era un verdadero paraíso.
Porque Armitage no hablaba mucho, no tenía con quién hacerlo. Al parecer sus superiores lo maltrataban, como ese tal Pryde, que humano tan horripilante.
Pero entre él y su gata no había secretos.
Podría decirse que Millicent era depositaria de información valiosa acerca de la Primera Orden, y si hubiera existido algún mecanismo para extraer esos datos, su vida hubiera corrido un grave peligro.
Pero su humano siempre la protegería y Millicent protegería a su humano.
Claro que lo bueno no duraba para siempre.
Durante los últimos meses Armitage se comportaba de manera muy extraña. Millie estaba muy preocupada porque lo notaba distraído, olvidaba darle de comer y limpiar su caja de arena.
Esto en particular era el colmo, porque no le quedó otra opción más que la de recurrir a medios que no le causaron gracia al Líder Supremo, como tener que hacer "sus necesidades" en cualquier otro sitio.
¡Oh, sí! Ella tenía sus propias formas de protestar.
Aunque pensándolo bien, la caja de arena del cuarto del humano de pelo negro no parecía contener piedras sanitarias. Millie se dio cuenta un poco tarde de que eran cenizas. ¿De otro humano tal vez? No le importaba demasiado en realidad.
Bueno, el humano tuvo buenos motivos para enojarse entonces.
Pero ninguna travesura sacaba a Armitage del estado angustiante y nervioso en el que se encontraba.
Ni siquiera cuando se sentaba sobre él y estiraba sus patitas en señal de afecto.
Todo era muy inconveniente.
Muchas noches lo observó mientras se comunicaba por el holopad con alguien más, pero no pudo distinguir a la figura con la capucha, solamente podía escuchar su voz.
Al parecer Armitage estaba tan cansado como él de vivir en el Steadfast y de tener que aguantar al Líder Supremo.
Aunque Millie tenía que reconocer que el humano de cabello negro no era tan cruel como el alienígena cara pálida que estuvo antes en su lugar.
Por lo menos el humano no le ponía los pelos de punta cada vez que pasaba cerca.
Infinidad de veces había escuchado a Armitage decir que haría lo posible por evitar que él ganara. ¿Ganar qué? Los humanos eran demasiado temperamentales.
Estaba claro que los dos humanos no se llevaban bien, pero Millicent sabía que no era culpa de Armitage. Nada de lo que había sucedido entre ellos era su culpa. No podía explicarlo, simplemente lo sabía.
Llamémosle instinto animal.
Así era el estado de la situación.
Armitage estaba tramando algo y Millicent sólo podía esperar que fuera para su propio beneficio.
O para el beneficio de ambos, pero principalmente para el suyo.
Una noche incluso vio a su humano sonreír. Fue muy extraño.
No fue una sonrisa irónica, ni triste, sino una de auténtica felicidad. ¿Una sonrisa de esperanza?
¿A qué se refería con eso de ser el espía?
Después de unos meses las explosiones habían acabado y de alguna manera su humano se las había ingeniado para escapar de la Primera Orden.
Millie no se equivocó en sus presentimientos.
Porque de una nave pasaron a otra, y luego a otra. Y la última no era para nada divertida.
Lo peor de todo fue que la separaron de su Armitage.
Millie no podía preguntarles qué habían hecho con él y estaba muy preocupada, su pelo comenzó a caer y se negaba a probar bocado.
Un día escuchó que alguien decía "libertad condicional" y las palabras le produjeron un escalofrío. ¿Tendría Armitage alguien con quien hablar en ese lugar? ¿Acaso le estarían alimentando bien? ¿Extrañaría rascar su barriga?
Millie maullaba en protesta todos los días hasta quedar agotada, pero sus nuevos cuidadores no sabían qué hacer exactamente.
Por cierto, se estaba portando muy mal pero no podía evitarlo.
Se sentía extremadamente triste.
Y un día apareció la humana bajita de cabello negro y ojos risueños.
Millie aprendió su nombre, porque sintió algo especial en ella.
Rose.
Desde el primer instante fue amable con ella. Sus manos eran cálidas y siempre le dedicaba palabras tiernas y mimos.
Millie comenzó a comer de nuevo, su pelo se puso más anaranjado que nunca e incluso le creció la barriga un poco más que antes.
Aprendió a escabullirse de su hogar temporal y pronto encontró la manera de obsequiar a Rose con insectos que cazaba para ella. La humana se reía mucho, parecía no entender del todo, pero estaba complacida.
Y si Rose estaba bien, Millie estaba bien.
La humana era muy hermosa y Millie escuchaba que ella se refería a su humano como General Hux. Bien, tal vez no lo conocía en profundidad, pero estaba tratando de hacer algo por él y eso bastaba para la gata.
Muchas veces se enojaba y fruncía el ceño pero Millie entendía que su furia no era para Armitage, de hecho siempre lo defendía cuando otros hablaban mal de él.
Los humanos y sus guerras, ¿Tan complicados tenían que ser?
Escuchaba a Rose hablar todo el tiempo, se acostumbró a su voz. No se negaría si ella se ofrecía a ser su nueva humana, pero nunca podría olvidar a Armitage.
Así que intentó comunicarse con ella, en su idioma de maullidos, con la intención de que le hiciera llegar sus sentimientos al humano.
Al parecer estaba funcionando.
La humana le prometió que pronto iba a reunirse con su querido Armitage.
Millie estaba tan feliz que no podía pensar en otra cosa más que en su humano.
Arkanis sonaba bien, aún si se trataba de otra nave. Pero por lo que Rose decía, era un lugar infinitamente mejor, no era una nave sino un planeta.
Todo lugar podía considerarse un mejor lugar que una nave, aún si no tenía piconegro para ofrecer.
Y la humana le prometió que obtendría su ración diaria y abundante de piconegro en lata.
Desde la perspectiva de Millicent, todo empezaba a ir mejor que nunca.
Tenía a su humano de regreso, tenía una casa nueva que inmediatamente convirtió en sus dominios, incluso tenía una ventana para mirar a las aves del lugar durante horas.
Tenía también a Rose y cada día la apreciaba más. Y obtener el afecto de Millie era un mérito nada despreciable.
Y por supuesto, tenía piconegro en lata.
Pero una sola cosa le molestaba y era que los humanos no se llevaban del todo bien.
No es que a Millie le preocupara mucho lo que hiciera Armitage, siempre y cuando no la desatendiera. Pero quería mucho a la humana y por un instante se le cruzó entre oreja y oreja que ellos podrían llevarse bastante bien.
Eran bastante parecidos, después de todo.
Millie no podía decidir cuál de los dos era el más obstinado o el más inteligente. Los dos se esforzaban por proteger a los más débiles, cada uno a su manera, claro.
Y si ellos se llevaban mejor, tal vez podrían conservar a la humana. A la gata no le molestaría cederle un poco de espacio en la cama, lo justo y necesario para que pudiera descansar.
Y tenía que admitir que hacían una linda pareja.
Pero por el momento no veía que eso fuera a suceder pronto.
Tal vez, si ellos hicieran más cosas juntos sin pelear.
Tal vez si la humana tuviera oportunidad de conocer a Armitage como Millie lo conocía.
Tal vez si su humano se permitiera escuchar la risa de Rose o hacerle reír como Millie podía hacerlo.
Millie tenía un objetivo y no descansaría hasta lograrlo.
A medida que pasaban los días, Millicent fue testigo de un cambio feliz.
Sus dos humanos estaban aprendiendo a comunicarse mejor.
Ellos desayunaban juntos y hablaban bastante.
La humana siempre le guardaba alguna golosina para gatos y siempre le rascaba la cabeza al llegar.
A Millie le encantaba eso, pero sólo dejaba que Rose lo hiciera.
Rose tenía una forma dulce de dirigirse a su Armie pero él no parecía notarlo. Millie sabía que él había sufrido mucho por culpa de otros humanos y por eso era tan desconfiado.
No podría culparlo. A excepción de ellos dos, los humanos eran criaturas espeluznantes a veces.
Excepto los cocineros del Steadfast.
Y tal vez, los que preparaban las latas de piconegro.
Pero a Millie solamente le importaban sus dos humanos.
Cuando Rose se iba a trabajar, Millie observaba la manera en la que Armitage se quedaba mirando la puerta, pensativo, con una pequeña sonrisa en los labios. Y luego negaba con la cabeza.
Millie no lo entendería jamás. Incluso con maullidos ella conseguía siempre lo que quería, y sus dos humanos podían hablar pero no obtenían nada. ¿Acaso existen seres más absurdos?
Una noche Armitage llegó a la casa muy lastimado y Millie temió que el alienígena de cara pálida hubiera regresado. Porque algunos iban y venían, la gata no entendía muy bien cómo lo hacían pero eso tampoco le quitaba el sueño.
Estaba de mal humor y ella intentó calmarlo con ronroneos.
Entonces llegó Rose y hablaron un poco. Ella se ofreció a curar sus heridas.
Y por un momento ambos parecían estar en otro mundo. En un mundo sin Millie.
Ella pensó que valía la pena, tenía otras cosas que hacer.
Además, valía la pena ser dejada un poco de lado con tal de ver feliz a su Armitage.
Se consideró satisfecha, no podía hacer más de lo que había hecho.
Ahora le tocaba relajarse y ser espectadora. Confiaba en que ellos hubieran aprendido algo de su sabiduría felina, estaba segura de todo iría bien entre ellos.
Millie movió la cola despacio y sus bigotes se curvaron hacia arriba.
Al parecer esa era su forma de sonreír.