Renuncia: todo de Tatsuki Fujimoto.
n.a: mi primer fic de csm iba a ser un makishibe para wan pero luego el cap 77 pasó y encima siempre pienso en esta ship así que salió akimeno…., todavía para wan
advertencia: spoilers & ooc
(Ella dice: No mueras, Aki.
Y sin embargo es su ausencia una herida abierta a medio infectar.)
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La conoce pequeña y llena de amargura, una flor que creció en tierra de carnicería sin otra opción más que arrancarse los pétalos a modo de resignación, camuflajeándose como hiedra venenosa para huir de los ratones de campo aunque inútilmente, al final.
Aki tiene entonces las piernas y brazos demasiado largos y los ojos muy azules, sin desecho tóxico. Pero sólo lo mueve el rencor— el rencor y la sonrisa de Makima, un poco demasiado grande, tal vez mentirosa, "te daré el poder de vengar a tu familia si me vuelves tu ama"— así que bien podría estar partido a la mitad como Himeno pese a los años y pesadumbres que les separan, la diferencia entre un abismo y otro.
(No le ha sonreído ni una vez desde que los presentaron. Él a ella tampoco, le enerva con honestidad. Ese cinismo callado tan diferente del suyo pero cínico al fin y al cabo.)
Himeno pasea entre las tumbas cada día, tarareando el tema de un comercial de sake, y es casi como si estuviese practicando el volverse un fantasma que acompañe al resto eventualmente, como si se estuviese acostumbrando desde ya a la idea de ser un cadáver. Los movimientos fluidos, nada torpes, familiares.
Aki se pregunta si ella desea realmente continuar peleando. Aki se pregunta un montón de cosas.
(dónde está el Gun Devil, cuántas vidas le tomará perder antes de asesinarlo— porque lo asesinará, eso es una certeza—, cuánto tiempo desperdiciará acompañando a Himeno al cementerio, si Makima tiene novio...)
Himeno no es nunca irreverente ante las lápidas, no obstante. (Trae ramos de flores sólo para cinco pero deja sus respetos frente al resto; todavía tarareando, todavía sin sonreír.)
— Mis compañeros, y los compañeros de mis compañeros, tal vez hayan sido basura en vida —explica ella, su mente un libro que olvidó cerrar y al que le ha dado un vistazo sin permiso. Aki tuerce la boca al ser descubierto y trata de no mostrar que le afecta—. Pero eso no significa que no fuesen dignos de respeto, ¿sabes?
Aki no sabe.
Piensa en el número seis.
Piensa en balas y nieve, nieve y balas por todas partes.
— A los muertos no les importa cómo los trates —replica él en un impulso, antes de darse cuenta siquiera. Y suena grosero pero no se retracta ni arrepiente, no en realidad, porque Himeno no es Makima y Aki sólo respeta a Makima. Porque Aki no comprende a Himeno y ahora es hijo único y sigue huérfano y la rabia es algo que todavía no aprende a domesticar, que tardará en controlar con correa y bozal bastante. Además es cierto—. A los muertos no les importa nada de lo que hagamos los vivos —añade sin titubear.
Sino... sino tal vez volverían a por nosotros, y nadie estaría solo en el mundo.
Himeno se detiene y voltea hacia él, estudiándole con atención. Parece un cuervo de pronto, no un fantasma. Casi le dan ganas de retirar lo dicho, con tal de que Himeno deje de mirarle.
Es demasiado silenciosa, demasiado hueca. Aki la llenaría con un poco de su ira, si fuese capaz.
— No. Supongo que no —concede Himeno, tras una pausa breve. No tarda en seguir avanzando. Himeno siempre está avanzando—. Pero incluso la basura tiene su valor propio. Es sólo... —y se detiene—. Es sólo que no hay utilidad alguna para la basura en un matadero.
Aki se permite fijarse por primera vez en sus vendajes, la sangre seca y el perfume de antiséptico. Debe ignorar la caracola desnuda de su cuello, sólo por poquito. Se reprocha por ello.
— ¿Así que crees que soy basura? ¿Me recordarás con respeto y llorarás frente a mi tumba aún así?
Himeno no duda en responder.
— En lo absoluto.
Y él parpadea.
Hay humo acariciándole las mejillas a Himeno.
Toma el cigarrillo entre sus dedos finitos y delgados con una práctica envidiable para llevárselo a la boca. Aún no sonríe. (Considera Aki de repente que Himeno es una muchacha de vidrio, vacía excepto cuando inhala humo y bebe cerveza con miel.)
— No me malentiendas. Tú me agradas mucho.
— Pero no llorarás frente a mi tumba.
Da otra calada al cigarro. Su corbata firmemente atada. Y el cuello aún a la vista.
Aki traga saliva.
— Pero no lloraré frente a tu tumba, exacto. No es nada personal —más tumbas se extienden en el horizonte, como cigarrillos ya apagados, inútiles sin nicotina. Quizá Himeno ya derramó todas las lágrimas que podía. Quizá el número seis tiene suerte y no haga falta un séptimo. No hay motivo para ofenderse, o sentirse herido. Y sin embargo...
(no mueras, Aki.)
— Con lo mucho que fumas, no me sorprende que vayas a morir primero —dice Aki, aunque sin malicia—. Me aseguraré de rendir respetos a tu tumba entonces —Himeno no se inmuta, pese a que su ojo brilla como fruto maduro rogando ser devorado.
— Oh, ¡el niño conoce el sentido del humor! Vaya sorpresa —responde ella, de espaldas—. Eso está bien. Yo también lo conozco —y su voz es suave súbitamente. Más suave de lo que Aki podría imaginar proviniendo de alguien como ella—. Tengo el presentimiento de que serás un gran compañero. Definitivamente vas a vivir, eh Aki.
Tarda un par de minutos en reconocerlo, pero es suave como la nieve (sin balas.) Y Aki no se ha acordado de Makima en toda la tarde.
— No puedes decidir eso por cuenta propia.
Pero Himeno le ignora y se dirige hacia él. Exhala todo el humo de sopetón frente a su rostro, y Aki tose. Los labios desesperados por respirar, por probar otro tanto de ella.
— No, lo sé. Estoy segura.
Porque no eres basura, Aki. Eres fuego.
— Vas a consumirme a mí antes que cualquiera te consuma a ti.
Himeno, resulta, es crudamente preciosa. Aki apenas se percata.
A su alrededor: más tumbas, másbalasmásbalasmásbalas, el chillido de un ratón— y su primer beso con sabor a antiséptico y humo.
(en un instante la sonrisa de Himeno no está ahí, y al siguiente sí.)
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(Ella dice: No mueras, Aki.
Y sin embargo sólo plomo sabe sangrar él ahora.)