Para Ange, ¡feliz cumpleaños!


Gracias por haber nacido

Tanto el amor como la felicidad son lo mismo que el aire. Aunque llena el mundo, si no lo entiendes, es lo mismo que si no existiera. 」

Hikari había arribado nuevamente a ese mundo. Últimamente sucedía todas las noches. Una premonición corría en ella, que no le quedaba mucho tiempo en ese reloj de arena que veía hundirse en el oscuro mar. Poco a poco, los granos caían al igual que cada suspiro que escapaba de su corazón. Esta vez, sabía que no iba a despertar.

Comenzó a caminar, por algún motivo tranquila, por más que supiese que era el final. Nunca lo había planeado de esa manera. Nadie puede escribir cómo deseas que sea tu muerte a no ser que planees hacer algo al respecto con tus propias manos.

Hikari Takaishi no era así.

Al estar sin zapatos ni calcetas, podía sentir la aspereza de la arena entre los dedos de sus pies, recordando días en los que el cielo era azul, lleno de nubes, en vez de una panza de burro gris. Nunca supo cuándo su salud se quebró tanto al punto de tener que estar cerca a un respirador artificial, sus energías pereciendo cada día y sus noches se hacían más largas de lo normal. Soñaba con el Mar de la Oscuridad y sabía que, al despertar, tres bellos rostros la esperarían con sonrisas.

No obstante, sabía que esta vez dormiría para siempre, incapaz de verlos.

Los cuatro caminaban bajo ese encantador cielo que ilustraba con pinceladas de acuarela en su mente, en ese entonces todos riendo. Ella también.

Takeru platicaba sobre sus novelas, Kouichi componía una melodía con su silbato y Tsubasa, atento como siempre, se mantenía en silencio, hundiéndose en las voces que lo rodeaban al igual que a Hikari.

Esos días de color carmesí, llenos de amor.

Hikari se preguntaba por qué era incapaz de regresar a ellos. El reloj de arena era su única respuesta: su tiempo estaba cesando. Por ende, ese sueño sería su último sin poder verlos.

Un sueño sin fin que ahora parecía poder observar. En ese exento, fue capaz de observar en la distancia lo que parecía ser una luz. No, no es la que se ve al final del túnel, sino una voz que la guiaría hacia esos seres queridos que no deseaba dejar atrás. ¿Qué tan lejos debe de ir para llegar ahí? ¿Requiere esfuerzo? ¿Requiere que cruce el océano sin dejarse teñir?

Repentinamente, el cielo se desvaneció, al igual que las últimas palabras que esas personas le dijeron, incapaz de recordar.

Se esforzó, realmente se esforzó en hacerlo. Empezó perseguir algo invisible, tal vez palabras.

No lo sabía, tan solo quería seguir junto a esas sonrisas, felicidad y amor que había dado y recibido en su vida. Quería ver a sus dos hijos crecer, amar, llorar, caer, sonreír, envejecer. Quería estar al lado de Takeru y perecer ambos juntos de las manos en la misma cama por más melodramático que suene.

Por eso decidió adentrarse al mar, persiguiendo, persiguiendo a quien sea que estuviese siguiendo para alcanzar esa luz y desafiar al reloj de arena que marcaba el inicio de su final en aquel mundo de tinieblas. Si iba a morir, no sería dentro de un mundo como ese. Sería en un lugar donde todos no estarían tristes, un mundo donde sabía que podría esperarlos por más que fuese una eternidad.

A la distancia, escuchó el latir de tres corazones indicando que su meta estaba cerca. Sobre todo, dos de ellos latían dentro de ella, causándole remordimiento y dolor. ¿Por qué tenía que irse antes de que Kouichi y Tsubasa crecieran? Anhelaba verlos ingresar a secundaria, luego a preparatoria, a la universidad, empezar una carrera, o seguir sus instintos si esos no eran sus propósitos. Los apoyaría a como dé lugar.

Takeru, quería que Takeru, le contase todas sus historias mientras descansaban en el campo, o leyéndole como un cuento antes de ir a dormir mientras arropaban a sus hijos.

Cómo Tailmon la acompañaba en sus noches de insomnio ayudándola con los compañeros Digimon de sus hijos.

Muy lejos, Hikari había ido arrojando cosas para poder llegar a esa luz, por eso, no se percató cómo fue que recogió una memoria en particular que la separaba de la oscuridad que la cernía y la cálida luz.

Se trataba de dos cartas.

Dos cartas escritas para el día de la madre.

Claro, hoy era día de la madre.

¿Cómo lo había olvidado?

Esas cartas llegaron ahí junto a miles de otras desde el cielo.

Finalmente lloró, agradeciendo esas cartas que Kouichi y Tsubasa siempre le escribían. Recordó lo que es realmente amar y la felicidad. Podía respirarlas en ese momento como el mismo aire.

Pero, aun así, ¿por qué está tan sola?

Siempre se sintió así, que desde niña se le sería difícil que la comprendieran.

No, sabía que eso ahora era una mentira, no iba a permitir que sus últimos momentos sean tan solo palabras y recuerdos dolorosos. Sus memorias rebosaron en el mar, logrando que alcanzara un jardín celestial tras la luz.

Despertó sola en ese lugar, incapaz de ver los tres rostros que siempre anhelaba encontrar tras abrir sus ojos.

Lentamente, sostuvo dos pares de zapatos cerca a su pecho, al igual que un libro y un silbato.

Finalmente había comprendido.

—Gracias por haber nacido, Takeru, Kouichi, Tsubasa, Tailmon. Siempre estaré con ustedes, y ustedes conmigo. Los estaré mirando siempre desde este lugar. Gracias por haber existido para mí, por nacer en este mundo volviéndolo más hermoso.

El reloj de arena dejó de correr.

Una máquina cesó su sonido.

Un corazón dejó de latir.

Hikari Takaishi era ahora un ángel.


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Ange, PERDÓN que haya escrito algo tan triste por tu cumpleaños. Me inspiré mucho en una canción que me encanta y le iba tan bien a Hikari que no me resistí y pude haberlo hecho feliz pero… oh no, tenía que caer en mis manos llenas de angst y tragedia. Espero no haber arruinado tu día especial de esta manera. Espero te haya gustado el detalle de poner el nombre de tu versión de los hijos del Takari.

¡Feliz cumpleaños de nuevo!

Y para todos los demás, ¡gracias por leer!