Disclaimer: Canción de Hielo y Fuego, sus personajes y universo, son de George R. R. Martin.
Este fic participa en el Reto #105 "Orgulloso de amar" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
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A veces recuerda con nostalgia su infancia en Campoestrella. Era otra época, una de paz y de irreverencias infantiles que lo llevaban de un lado a otro, conociendo cada vez más el lugar al que llamaba hogar. Recuerda correr entre la arena, con las olas lamiéndole los pies mientras salpicaba a Ashara entre juegos. Había canciones también; las cantaban mamá y Ashara, y a veces la Princesa Elia cuando visitaban los Jardínes de Agua o Lanza de Sol.
Son memorias felices de tiempos mejores, y Arthur piensa en los sonidos de la felicidad de aquel entonces. Risas, carcajadas, y el sonido del acero golpeando acero cuando fue lo suficientemente mayor para aprender bajo la tutela del maestro de armas y de su padre. Su hermano mayor también participaba y la voz de él dando órdenes a Arthur es de los recuerdos más cálidos que tiene.
Ahora, con sus pecados a cuestas, no sabe si sería bienvenido de nuevo en Campoestrella. Incluso pisar las arenas de Dorne le parece un sacrilegio por la traición a su Princesa, la deshonra a la capa blanca y a las palabras de su casa. No se siente como cuando fue recién nombrado caballero del reino.
Y su corazón se estruja al escuchar la voz de Lyanna Stark hablarle dulcemente a Rhaegar mientras él custodia la puerta que oculta del mundo a esos dos desalmados. Sí, son desalmados por no importarles que hay otros que sufren por sus caprichos. Esos gemidos y tiernas palabras son las únicas canciones por aquí.
Ya ni siquiera Rhaegar canta y Arthur no puede más con ello.
Pero él es, antes que otra cosa, leal a su Príncipe. Le cuesta admitir ese detalle, pues el Rhaegar que conoció años atrás difiere mucho del Rhaegar que se acuesta una y otra vez a la chica robada.
Él tampoco es el mismo caballero de honor.
Con ojos entrecerrados por el calor de Dorne que ya hace tanto había olvidado, Arthur piensa en aquellas memorables (deshonrosas, hermosas) ocasiones en que fueron él y el Príncipe, Arthur y Rhaegar, quienes jugaron al amor escondiéndose entre paredes rojas, negras y trágicas. Siente en su piel las manos hábiles y tiernas de Rhaegar al acariciar su pecho, sus brazos, su espalda y todo él, y despierta de su ensueño al notar que los gemidos de Lyanna Stark armonizan con los del hombre que alguna vez fue su amante.
Es hora de que Rhaegar se marche. Los realistas están perdiendo y su Príncipe ya no puede ignorar la guerra que azota cruelmente a los Siete Reinos.
Arthur, como si fuese un escudero cualquiera, arma a Rhaegar con la pesada armadura negra con rubíes. Su propia armadura aperlada le pesa como recuerdo de lo que juró proteger.
—Estás nervioso— Rhaegar le dice. Busca la mirada de Arthur mientras él intenta pensar en algo más. Algo que no le hiera —. ¿Acaso no confías en que ganemos la guerra?
La pregunta no es la que Arthur quiere oír.
—¿Qué pasará con Lyanna?— dice, usando el nombre de pila de la chica que muy a su pesar se ganó algunas sonrisas y la lástima de Arthur. Le cae bien, y no la odia tanto como se odia a sí mismo por dejarse enamorar por un hombre que, al parecer, piensa más en canciones proféticas que en cantos de amor (hacia quien sea, porque son tantos los corazones rotos por Rhaegar).
—No te preocupes por ella, Arthur. Es fuerte y joven; estará bien y pronto regresaré por ustedes. Por ella y mi hija. Y por ti, Arthur.
Entonces Arthur alza la vista y es nuevamente capturado en el hechizo. Las palabras de Rhaegar son pasadas por alto por los otros caballeros porque no los conocen a ellos como más que amigos. No saben lo que para Arthur significa escuchar a Rhaegar decir eso. Duda incluso que Rhaegar lo sepa.
Y la duda se nota en su semblante porque Rhaegar cambia su expresión después de un segundo de contemplarlo. Arthur palidece al ver en los ojos índigo de Rhaegar un destello de lástima (la misma lástima que la corte seguramente le tiene a Elia; la misma lástima que él le tiene a Lyanna).
—Arthur— comienza a decir Rhaegar poniendo una mano sobre el hombro de Arthur. Otras veces ha hecho lo mismo, y algunas de ellas han terminado con risas borrachas o sensuales besos, e incluso el ardiente tacto de sus cuerpos entremezclándose. Arthur cree, por un instante tan fugaz como los meteoros sobre el desierto, que Rhaegar lo consolará. Se cegaría a las palabras del Príncipe sin dudarlo.
Pero Rhaegar lo traiciona una vez más.
—La profecía se cumplirá y regresaremos a casa.
Arthur asiente y se separa de él. De lejos, advierte que Ser Oswell lo observa con detenido interés mientras Ser Gerold habla con Rhaegar de lo que el futuro depara para los que se quedan atrás.
Apenas nota cuando Rhaegar por fin se va sin despedirse de Lyanna Stark o de él, seguramente sumido en sus pensamientos de profecías, dragones y canciones.
Entonces, muy a su pesar, Arthur comprende en su totalidad que incluso si lograban vivir y ganaban la guerra, su historia era una canción que jamás cantarían los bardos.