Nota aclaratoria. Todos los personajes del anime y el manga de Candy Candy no me pertenecen, son propiedad de Kyoko Mizuki, de Yumiko Igarashi quien con su arte los plasmo en papel y de Toi Animation Co. Que llevo la serie a la televisión.
Te miré.
Abrió los ojos despertando con la misma sensación de opresión en su pecho que tiempo atrás. Todavía lo recordaba todo como si hubiera ocurrido recientemente. Una nostálgica sonrisa se esbozó en sus labios al evocar la primera vez que lo vio. Eran un par de perfectos extraños tomando el mismo subway por casualidad en New York. Su alta figura y su porte llamaron de inmediato su atención, así como el rubio arenoso de sus lacios cabellos cortos que cubrían parte de su recto perfil. Supuso de inmediato que trabajaba en alguna oficina pues iba vestido de traje oscuro y camisa gris. Tan enajenado como el resto de las personas, se sostenía de un pasamano mientras que con la otra revisaba concentrado su celular. Pronto la parada del subterráneo hizo que levantara su rostro y la dejó impresionada con el color de sus ojos, pues en definitiva eran tan claros como el mismo cielo. Desde que subió hubiera querido hablarle, sin embargo no existiendo un pretexto válido prefirió solo mirarlo. Lo hizo tan intensamente que cualquiera lo habría notado, pero nadie y mucho menos él lo hizo. En un segundo la gente comenzó a moverse rápidamente para salir y entonces lo miró alejarse junto con el resto.
Desde ese día y a sabiendas que era una locura, optó por cambiar su ruta al trabajo para volverlo a encontrar. Ella era "Sous—Chef" en un pequeño pero moderno y sofisticado "Bistró" de comida francesa ubicado en el centro de aquella ciudad. Pero esa noche antes de acostarse –sin poder borrar de su cabeza aquella hermosa mirada— estuvo a punto de cambiar de parecer, pues reconocía un absurdo realizar media hora más en su trayecto tan solo por un desconocido. Sin embargo a la mañana siguiente y con evidentes nervios, tomó el mismo subterráneo sintiéndose la mujer más tonta del mundo por reaccionar así a sus 24 años, pero como en el corazón no se manda, cuando entró lo primero que hizo fue buscarlo entre el aglomerado de gente a su alrededor. Ella no era particularmente alta, así que parándose de puntitas recorrió el vagón lo más discreto que pudo y cuando se resignó su ausencia, al final, cerca de una de las puertas estaba él. Había encontrado un asiento, pero se le notaba incómodo, así que en cuanto pudo lo miró cederle el lugar a una mujer y afianzarse de un pasamano. Volvió entonces a fijar sus ojos verdes en aquellos azules que la invitaban a perderse, pero para su desgracia, para esas alturas estaba segura de que no era la única en el vagón que lo reconocía atractivo, pues se dio cuenta que varios ojos –al igual que ella— descaradamente lo repesaban de arriba abajo. Pero el apuesto joven parecía sumergido en su propio mundo, pues jamás levantó la vista hasta llegar a su estación y bajarse.
La emoción inicial —por la esperanza de tal vez provocar alguna reacción en él— pronto se desvaneció con el pasar de los días, pues el atractivo rubio nunca la miró. Sin embargo al término de tres meses se aceptaba enamorada y a la vez muy avergonzada, pues su corazón le gritaba que se hallaba irrevocablemente perdida por un completo desconocido. A nadie había contado sobre su secreto, ni si quiera a sus mejores amigos, pues ya imaginaba lo que le dirían, ya que ella misma se sentía ridícula, pues nada sabía de ese hombre. Y aunque en sus suposiciones pensaba que alguien tan gallardo y varonil seguramente no estaría solo, tampoco había observado ningún anillo comprometedor en sus manos. También desconocía su edad, pero por su apariencia lo distinguía más grande que ella por algunos años –aunque no calculaba qué tantos—. En las noches y sóla al acostarse, se torturaba con toda clase de preguntas que sabía jamás tendrían respuesta: " ¿Y si no es casado pero vive en pareja?. ¿Tendrá hijos?. ¿Estará comprometido con alguien? ¿Qué tipo de mujer le gustará?". Todo era ilógico e incoherente pues no había reciprocidad, pero necia aun así no dejaba de abrumarse con la duda: "¿Por qué no me ha mirado ni siquiera una sóla vez?".
Entonces después de una noche en que su desvelo llegó a lo incongruente por pensarlo, decidió que por su propia salud mental necesitaba dejar de buscarlo, siendo así que una mañana se arregló como siempre, tomó sus cosas y salió de su departamento rumbo a su anterior camino hacia el trabajo. Estaba decidida, pero al hacerlo, al subir al antiguo vagón, sintió que cierta tristeza se instalaba en su corazón, pues pensaba que no lo vería más. De hecho así sucedió, ya que jamás regresó a lo que consideraba definitivamente su obsesión más exquisita.
Así los días —que en principio parecieron eternos— comenzaron a correr, convirtiéndose pronto en semanas, después en meses y más aún. Es predecible que su vida no se detuvo por aquel incidente, no, era feliz en su trabajo y sus seres queridos estaban con ella. Siempre disfrutó desde que era una pequeña niña el ver a su mère (madre) y su grand—mère (abuela) cocinar. Provenía de una familia francesa de arraigadas tradiciones gastronómicas, así que creciendo entre platos típicos como el: "Coq au vin, Cassoulet, Salade niçoise y hasta un sencillo Aligot (puré de papas con queso)" fue sencillo elegir aquello a lo que quería dedicar su vida, pues sin duda alguna, amaba el exquisito sonido de la mantequilla al caer sobre una sartén caliente, así como el crujir de un buen corte ante los fuegos inclementes de la cocina. Para ella cocinar era tan sencillo como respirar y tan delicioso como pasar una tarde nublada de otoño junto a una taza de café humeante y un buen libro como compañero.
La vida pasa tan rápido y sin previo aviso que pronto dos años habían transcurrido desde aquel "episodio", y todo lo vivido –aunque fue unilateral— se había convertido en un divertido recuerdo. Así que una tarde en la que tomaba el café con sus dos mejores amigos —que llegaron de visita a la ciudad— pensó en contarles su más preciado secreto, pues poco podía ya acordarse de aquel personaje que volteó —sin saberlo— su mundo durante algunos meses.
Cuando terminó su relato, con ojos increíblemente asombrados y sonoras carcajadas, el par de jóvenes le comentó.
—Ay Candy sólo porque has jurado que es verdad puedo creerlo. –Dijo Tony, un chico dos años mayor que ella, rubio y de tiernos ojos azules—
—Así es. Me parece increíble que te hayas atrevido a ser la acosadora de un hombre. –Siguió riendo Stear, un chico dos años mayor que su amigo, de cabello oscuro y ojos café claro —
Este último comentario no le pareció tan agradable a la chica, por lo que reclamó fingiendo indignación.
—¡Ey!. En mi defensa debo decir que no considero haberlo acosado, pues jamás hablé con él, ni traté de investigarlo o algo parecido para mandarle mensajes y ese tipo de cosas. Yo solamente quería verlo. –Se defendió—
—Sí, pero todos los días durante tres meses. –Rebatió Tony—
—Bueno, bueno… Ya no importa. Eso pasó hace dos años Candy, además creo que todos nos hemos obsesionado con alguien alguna vez. –Recalcó esto último mirando a su amigo—. Piensa que será una buena anécdota que contar a tus nietos en un futuro. –Volvió a reír un poco—
Esa tarde de Sábado continuó pasando entre pláticas de la universidad y sus buenos momentos. El par de muchachos se estaban quedando por ese fin de semana en el departamento de la rubia, pues ella insistió en que no se hospedaran en un hotel cuando contaba con un cuarto de invitados y un sofá cama, además del hecho de que tomarían un vuelo de regreso a Miami al otro día por la tarde y quería pasar con ellos el mayor tiempo posible.
Pronto llegó la noche y ellos seguían –ahora después de cenar— disfrutando de su reencuentro con una buena botella de vino como compañera, pero dando las once de la noche Stear le dijo.
—Pues muy a mi pesar Candy creo que debo dejarlos. No sé Tony, pero yo pretendo levantarme temprano y aunque me encante estar contigo necesito dormir y descansar. Así que nos vemos en la mañana.
Después se levantó de la mesa, se acercó a Candy y le dio un beso en la mejilla al tiempo en que le decía.
—Muchas gracias por todo, eres maravillosa.
—Tú también Stear. –Respondió cariñosa—
Segundos después se escuchó cómo cerraba la puerta del cuarto de huéspedes.
Tony y ella siguieron platicando por un rato más, pero al cabo de un rato en el que Candy sintió que había bebido lo suficiente y se encontraba algo cansada, se levantó. Entonces tomó su copa y un plato para llevarlos a la cocina. Tony la siguió y una vez a dentro, cuando ella hubo dejado todo tomó su mano, a lo que Candy no opuso resistencia y le sonrió, pero después se acercó muy despacio hasta su rostro en donde deposito tiernamente un beso. Para ese momento Candy se sentía un poco mareada por el vino, así que sólo le dijo con una sonrisa mientras trataba de zafarse de la situación.
—Yo también te quiero mucho Tony, anda es hora de que vayas a descansar, mañana será un día pesado para ustedes.
Pero el joven hizo caso omiso y fue acorralándola contra la pared hasta que la rubia quedó pegada ella.
—Tony por favor… —Dijo suavemente—
El acarició su mejilla con la misma delicadeza con la que se toca el pétalo de una rosa.
—Tony yo…
—Shh… no digas nada. –Le dijo rozando con su pulgar sus labios rojos— Entonces si más, los tomó en un pequeño beso muy anhelado para él desde que la conociera. Cuando se separó de ella le dijo con su voz enronquecida.
—Candy eres una mujer hermosa. No tienes necesidad de andar persiguiendo a nadie. Si tú quisiera yo…
Pero ella lo interrumpió, así que tratando de no lastimar sus sentimientos le contestó.
—Por favor Tony… no te hagas esto. Sabes que sólo puedo verte como mi amigo.
El chico había quedado prendado de su belleza desde que se topara con sus intensos ojos verdes durante la licenciatura, pues ambos estudiaron gastronomía.
—Siempre te he amado… —Dijo en un susurro y sin resignarse a soltarla—
— Tony… discúlpame, no debí permitir que ésto ocurriera. Sólo estoy confundiéndote más.
El suspiró y recargando su frente en la de ella le dijo.
—¿Sabes que siempre estaré para ti verdad?. Aunque sea como amigo siempre contarás conmigo Candy.
—Lo sé Tony no te preocupes. Ahora hay que descansar.
Así fue que se despidió de su amigo y aunque presentía que las cosas no volverían a ser iguales desde ese momento, quiso pensar optimistamente.
A la mañana siguiente como buena anfitriona acompañó a sus dos invitados al aeropuerto y una vez que partieron regresó a su departamento. Tan pronto abrió la puerta un silencio abrazador la golpeó con fuerza. De nueva cuenta se hallaba sola. Parecía mentira, pero le parecía increíble como aquellas dos personas trajeron tanta alegría a su rutina en un par de días. Volvió a mirar a su alrededor y aunque ella era generalmente muy optimista, ésta vez sentía un pequeño vació en su pecho. Caminó hasta sentarse en su cómodo sofá y marcó a donde su madre para distraerse un rato, pero en lugar de su cálida voz le respondió el buzón. En su obstinación siguió intentándolo un par de veces más, pero o su madre había olvidado de nuevo el celular o estaba en su casa y lo había dejado por ahí sin darse cuenta como era su costumbre y por eso no lo escuchaba. Sin más remedio y tratando de sacar provecho de su fin de semana, preparó un poco de un rico café colombiano que reservaba para ocasiones especiales, tomó su libro preferido "Orgullo y Prejuicio" y pasó esa tarde de otoño releyendo la historia de amor entre Mr. Darcy y Elizabeth Bennet hasta que la noche llegó y con ello el descanso para comenzar su jornada al otro día.
Despertó y después de arreglarse como siempre se encaminó al Bistró, faltaban pocas calles para llegar cuando tuvo la sensación de sentirse observada, así que detuvo su andar y volteó hacia varios puntos buscando algún rostro conocido pero no encontró a nadie. Sin darle importancia entró al lugar y rápidamente fue a donde el cambiador para ponerse su uniforme.
El trabajo siempre era abundante en el lugar sin importar el día o la hora, pues había tomado bastante popularidad entre los Neoyorkinos el último año y la rubia ahora se había convertido en el segundo chef oficial. Candy —como era su deber— siempre estaba dentro de la cocina dirigiendo todo, pero de vez en cuando salía a reunirse con algunos comensales que la llamaban para felicitarla por los platillos degustados. Ese día por la noche una pareja la llamó a su mesa y ella tan amable como siempre era fue con ellos. Cuando regresaba a la cocina se sintió observada como le sucedió horas antes, pero siguió caminando y cuando estaba por entrar a su área el presentimiento se tornó más fuerte, así que nuevamente giró su rostro buscando disimuladamente entre las mesas y entonces lo vio. Por un segundo notó claramente como su corazón dejaba de latir, pues ni en sus sueños más atrevidos imaginó toparse con él en lo que le restaba de vida y aunque creyó que poco era lo que recordaba de aquel hombre se equivocó, pues sus ojos azules hicieron que todos aquellos días regresaran de golpe a su cabeza.
Se sentía una boba parada casi en la puerta de la cocina y sin poder desviar la mirada de aquel rubio que le sonreía disimuladamente. Sólo reaccionó cuando uno de los cocineros salió y sin querer la golpeó en la espalda.
—Disculpe chef, pero tenemos problemas con una reducción… —Dijo pidiendo ayuda—
—Claro Jones. Vamos.
Después de arreglar el desperfecto en la cocina, Candy siguió atendiendo el servicio de aquella noche. Casi para finalizar la jornada otra mesa la llamaba para agradecerle y más emocionada por mirar a su atractivo y desconocido rubio, salió de la cocina, pero su sorpresa fue grande al notar que aquel que le robara el sueño durante meses se había marchado, entrando y saliendo ante sus ojos sin que la vida le diera la oportunidad de conocerlo.
Es por demás decir que esa noche al llegar a su casa Candy se sentía triste. Sabía que era un tontería y hasta infantil sentirse así, pero estaba segura de que él le había sonreído y que esos expresivos ojos azules la miraron con cierta y velada expectación. Pasó un rato meditando mientras bebida una copa de vino hasta que decidió que debía continuar con su vida y terminar con aquello que sólo fue una preciosa casualidad.
La noche dio paso al día y Candy regresó a su rutina pero nuevamente se sintió observada. La diferencia fue que ahora con unas cosquillas recorriendo su cuerpo enteró se volteó buscándolo a "él", pero fue en vano. Sin embargo nuevamente en la tarde noche se repitió la escena anterior y volvió a verlo. Tenía una mirada tan intensa que hacía que se le aflojaran las piernas de solo de mirarlo. De nueva cuenta le sonrió veladamente y aunque supo perfecto que su cara se tornaba casi carmesí por el calor que sentía, entró tan rápido como pudo a la cocina sintiendo que su corazón se saldría de golpe por lo rápido que le latía. Hubiera querido hablarle, pero: ¿Qué iba a decirle?. En definitiva nunca había sido una mujer tan desinhibida como para presentarse ante un desconocido y él no era un comensal que la estuviera llamando para felicitarla, de hecho sólo tomaba café. Así que por más que lo deseara se guardó sus ganas y se concentró en su trabajo.
Así transcurrieron los días. Con la impresión de que la miraban por la mañana y el encuentro casi al finalizar la jornada con su rubio y dorado tormento que se limitaba a sonreírle pero nada más. Para cuando la semana llegó a su fin Candy presentía que se iba a volver loca, pues el rubio –como quiera que se llamase— no se acerba a ella, así que mandando a volar todos sus prejuicios decidió que al día siguiente se acercaría a su mesa y lo saludaría, pero desgraciadamente no pudo hacerlo, pues el no volvió a presentarse en el Bistró.
Aquello entristeció a la rubia, pero después de otra semana llena de mucho trabajo poco a poco volvió a imaginar su vida sin la presencia de él y nuevamente se sintió cómoda en su rutina. Sin embargo aquella sensación de que alguien la miraba jamás desapareció.
Un Domingo después de que un mes entero pasara después de aquellos encuentros, Candy se levantó temprano y se dirigió al mercado en donde el Bistró compraba todos sus vegetales y legumbres, además de diferentes tipos de carne ya fuera blanca o roja, pues era su responsabilidad hacer un "checklist" para que todo lo que se abasteciera al día siguiente en el pedido fuera lo que ella había escogido.
Se encontraba examinando unas setas cuando escuchó una grave voz a su lado decirle.
—¿No crees que es demasiada dedicación para unos hongos?.
Evidentemente ella no reconoció quien le hablaba, así que se giró para encarar al entrometido llevándose la impresión de su vida, pues dejó caer al piso su preciada adquisición. Parpadeó un par de veces completamente sorprendida cuando lo volvió a escuchar.
—Hola Candy. –Dijo con una preciosa sonrisa—
—Hola… —Dijo tímidamente y desconcertada—
—Es un placer al fin conocerte. Soy William Albert Andrew.
Después observó las setas y las recogió.
—Toma esto es tuyo. –Dijo amable mientras se los entregaba—
—¿Cómo sabes mi nombre? –Preguntó aun impactada—
—¿Qué te parece que te invite un café y platicamos?. Conozco uno cerca de aquí. —Respondió con cierta picardía en su voz—
Aunque Candy hubiera querido decirle que no era imposible. Se había enamorado de aquel hombre dos años atrás y pese a que ese Domingo vestía casual continuaba mirándose arrebatadoramente guapo.
—Está bien.
—Excelente. –Contestó animoso—
Caminaron un par de calles en silencio pero intercambiando miradas curiosas. Cuando por fin llegaron al mencionado lugar y tomaron asiento ella le dijo tratando de controlar su emoción.
—¿Y bien…?.
—Bueno… primero que nada te pido una disculpa por haberte seguido todo éste mes. –Se sinceró—
Ella abrió grandemente sus ojos.
—¿Fuiste tú?.
—Así es… lo lamento pero no tuve otra opción.
—¿A qué te refieres?. –Dijo ahora tomando de su "Expreso" (Espresso).
—Te vi…
—Perdona. ¿Cómo dices?.
—Hace dos años. Todos los días te miré tomar el mismo subterráneo que yo. –Dijo con cautela—
Ante éste comentario la rubia se puso roja cual granada.
—Yo… no sé qué decir. Yo sólo…
—Me mirabas. –Afirmó mientras observaba cautivado sus preciosos ojos verdes—
—Pero… ¿Cómo lo notaste si jamás volteaste?. –Respondió franca al sentirse descubierta—
—El primer día no me di cuenta, pero el segundo tus rizos capturaron por completo mi atención. A partir de ese momento siempre estaba pendiente de ti por la pantalla de mi celular. –Contestó con una sonrisa apenada—
Candy que seguía sin comprender le preguntó.
—¿Cómo puede ser cierto?. Siempre te veías concentrado, como checando algo.
—No hacía nada Candy. Mi celular siempre estuvo bloqueado y si me mirabas concentrado era porque buscaba tu imagen en el reflejo de la pantalla.
Aquella respuesta asombró a la rubia, pues siempre pensó que le era indiferente.
—No imaginé que no taras mi presencia… —Dijo recordando sus tormentosos pensamientos del pasado—
—Eres muy bella, créeme que no es posible que pases desapercibida. –Contestó guiñándole un ojo—
—Pero entonces… ¿Por qué nunca te acercaste si sabias que te observaba?. Jamás demostraste interés.
—Sucede que el día en que me había decidido a hacerlo nunca volví a verte.
Candy se mordió un labio como siempre hacia cuando estaba nerviosa.
¿Por qué esperaste hasta ese día?. Digo… sé que un subterráneo no es la mejor manera de conocer a alguien pero…
—No era fácil para mi… —Dijo recordando y con una mirada con un dejo de nostalgia—
—¿Por qué lo dices?.
—Soy viudo Candy. –Le respondió sin más— Sé que podrías pensar que no es un pretexto válido, pero a pesar de que Johanna para ese entonces recién cumplía tres años de haberse ido, no me sentía preparado. Es decir, aunque me gustaste desde el primer momento, sentía que de alguna manera estaba traicionándola.
El escuchar la confesión hizo que a Candy se le oprimiera el corazón, pero sin quererlo se escuchó preguntándole de repente.
—¿Aun la amas…?.
Albert suspiró.
—La amé no puedo negarlo y aun cuando aprendí después de su partida que mi vida continuaba, cuando te encontré toda mi estabilidad se alteró. Sé que es ilógico pues no estaba haciendo nada malo, pero cada día que me levantaba con la intención de acercarme a ti, aparecía su recuerdo como una muralla impidiéndolo, así que me conformé con verte de lejos o por un reflejo todas mis mañanas, pero como te digo, cuando superé mis miedos no regresaste.
—Yo tampoco tuve valor de hablarte… —Admitió con timidez—
—Pude notarlo. –Respondió con una sonrisa y tomando su mano que reposaba sobre la pequeña mesa—
En ese momento ambos sintieron que la calidez del otro reconfortaba sus almas y aunque eran casi un par de desconocidos, ninguno se sentía incómodo.
¿Cómo diste conmigo…?. Imagino que trabajas lejos de aquí Albert.
—Empiezo a creer que el famoso "Hilo rojo del destino" existe, porque te encontré por casualidad una mañana hace poco más de un mes. Por ironías de la vida ahora vivo cerca de donde tú trabajas y fue una increíble sorpresa verte caminar entre las personas, así que sin pensarlo un segundo fui siguiéndote hasta que te vi entrar al Bistró. –Dijo acariciando el dorso de su mano—
—¿Pero por qué no me hablabas?
—No quería espantarte. Necesitaba que te acostumbraras a mi presencia. No sabía si quiera si me reconocías. Por eso nada más te saludaba y me iba al terminar mi consumo como cualquier cliente.
—Pero ya no regresaste… ¿Por qué?.
—Porque te notaba nerviosa y llegué a pensar que te incomodaba, pero la atracción que sentía por ti fue más fuerte que yo y no pude evitar observarte todos los días al salir de mi loft . De hecho observaba por la ventana para verte llegar a lo lejos y bajar después que tú y desaparecer antes de que lo notaras. Candy no sabías que me gustabas y pudiste pensar lo peor de mi. –Dijo tan sincero— y finalmente yo no sé si…
—¿Si me gustas?. –Contestó abochornada pero con el corazón palpitando de alegría— La respuesta es sí. Me gustas Albert. Desde el primer momento en que vi tus ojos. –Respondió devolviendo la caricia en su fuerte mano—
—No soy un niño Candy… y debo ser sincero contigo. Quisiera intentar una relación. Sé que puedo sonar atrevido, pero somos adultos y ambos ahora sabemos lo que sentimos. Al menos yo en cuanto miré tus ojos verdes quede completamente hechizado y no pienso alejarme. Dame la oportunidad de enamorarte… —Dijo con esa grave voz que de sólo escucharla erizaba la piel de ella—
Así que aunque locura o no ella aceptó.
—Sí Albert, yo también quiero intentarlo.
El moría por besar esos carnosos y tentadores labios rojos, pero no deseaba hacerlo dentro de una cafetería, así que se reservaría por un momento más el placer probarlos.
—Bien. Yo te he dicho mi nombre y también sé el tuyo porque en mis escapadas al Bistró escuché que algunos compañeros te nombraban Candy y otros Chef White, por lo que eres Candy White. Ahora es tu turno señorita. Puedes preguntarme lo que quieras que te responderé con sinceridad. –Dijo sonriente—
Ella con ojos pícaros le dijo.
—Dices que no eres un niño y evidentemente eres mayor que yo. ¿Cuántos años tienes Albert?.
—Tengo 34. ¿Tú?.
—26.
—¡Qué alivio!. Llegue a pensar que tenías 20 años Candy. –Dijo soltando una pequeña y encantadora risa—
—No te preocupes siempre me pasa. Creo que es porque soy algo pequeña y traga años.
—Si es lo más seguro. –Le contestó tomando su mano y llevándola a sus labios para depositar un pequeño beso como si en otra época estuvieran—
El calor de sus labios sobre su piel hizo que un placentero calor invadiera el cuerpo de Candy y para cuando Albert volvió a sostener su mano sobre la mesa, de nueva cuenta se encontraba ruborizada hasta la punta de la cabeza.
Después de un momento se aventuró a preguntar.
—¿Cuántos hijos tienes Albert?.
El dejó escapar un suspiró y luego contestó.
—No tengo hijos Candy.
—Pero estuviste casado, yo imaginaba que…
—Johanna y yo nos casamos a los 24 años. Teníamos la misma edad, sin embargo ella no podía concebir.
—Lo siento… no quise hacerte sentir mal o que recordaras algo doloroso.
—No tienes de qué disculparte Candy, era normal tu curiosidad. Además yo siempre supe que ella no podía tener bebés. Cuando éramos novios le detectaron ovarios poliquísticos y tuvieron que hacerle una histerectomía total. Siempre supo que me casé con ella por amor y no por los hijos que fuera a tener.
Así siguieron platicando y después de un par de horas salieron del lugar camino a Central Park. Todo el camino fueron tomados de la mano y con la confianza de una pareja que se conoce de toda la vida. Se detuvieron justo a la mitad de un puente desde donde podían observar un bello lago. Entonces…
—Candy no tengo la menor idea de lo que nos depare el futuro pero gracias por no negarnos esta oportunidad. –Dijo cariñoso mientras la tomaba por la cintura y la acercaba poco a poco a él—
Ella sabía que iba a besarla y un cúmulo de mariposas se desataron en su estómago. Sintió pronto cómo poco a poco el comenzó a besar su mejilla, bajando lentamente con cada uno hasta llegar a sus labios. Entonces se separó un poco de ella para mirar esos brillantes ojos verdes y colocando delicadamente su mano sobre su nuca se acercó torturantemente lento hasta tomar sus labios. La tenía ceñida a su cuerpo y en un beso que aunque tierno, estaba lleno de atracción y esperanza de sueños por construir.
De repente escuchó su voz decirle mientras lo sentía comenzar a juguetear en su cuello.
—Buen día hermosa…
Ella que llevaba mucho rato despierta le contestó entre un suspiro.
—Buen día amor…. Veo que amaneciste inquieto. –Confirmó llevando su mano al sur de su anatomía, provocando un exquisito jadeo de Albert—
—¿Hace mucho que te despertaste?. –Le preguntó él y en respuesta a su caricia con su boca atrapó uno de sus senos—
—¿Ah…?. –Preguntó ella mientras otro suspiro salía de su boca—
Él sonrió para sí mismo y decidido a provocarla, deslizó su mano traviesa por debajo de las sábanas hasta su centro.
—Albert… —Respondió anhelante mientras inútilmente trataba de alcanzar sus labios, pues él jugando la prohíba de besarlo—
—¿En qué pensabas hermosa?. –Le preguntó mientras la dejaba y se colocaba sobre de ella.
—En la manera en la que nos conocimos… —Dijo con evidente deseo en su voz—
—De eso hace mucho tiempo ya mi vida. Mañana cumplimos 10 años de casados. –Le respondió entre besos que bajaban por su vientre—
—Lo sé, por eso lo recordé. Siempre lo hago cuando llega esta fecha. –Respondió aferrándose a las sábanas—
El de pronto subió hasta su rostro y le dijo mientras se perdía en sus esmeraldas.
—Te amo Candy.
—Yo también te amo Albert.
Fin

18