Disclaimer: Harry Potter y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad, por si no lo sabes todavía, de la multimillonaria J.K Rowling.
"Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores: Uno con el que te casas o vives para siempre, puede ser el padre o la madre de tus hijos…Esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella."
— Ron, recuerda que debes pasar por el Callejon Diagon a recoger la nueva túnica de Hugo, la que trajo estaba tan desgastada que ni siquiera tu madre ha podido arreglarla con alguno de sus hechizos especiales – comentaba Hermione Weasley a su esposo mientras afianzaba el moño en el que había recogido su cabello con unas cuantas horquillas.
En seguida el pelirrojo salió del cuarto de baño abrochándose los últimos botones de la camisa y se acercó al tocador donde ella estaba sentada. Contempló un momento el bello trabajo que ella se había hecho en el pelo y se inclinó para darle un suave beso en la mejilla.
— Lo tengo presente. De hecho, compraré unas flores también, para llevar esta noche a la cena en casa de Harry y Ginny – añadió el hombre mientras se calzaba sentado en la gran cama de matrimonio que compartían. Ella sonrió.
— Seguramente nuestros sobrinos agradecerán más una caja de pastelillos de polvo de Munchkin – replicó haciendo referencia a unos nuevos dulces que hacían las delicias, literal y metafóricamente, de los niños por su mágico sabor que iba cambiando según se masticaba y que, si encontraban el Munchkin sorpresa de la caja, tenían al que se lo comiese maullando durante más de una hora.
— Compraré ambas cosas, entonces – aseguró Ron poniéndose en pie y lanzándole un beso a la par que salía del dormitorio.
Hermione suspiró mientras observaba su reflejo en el enorme espejo del tocador. Los años le habían sentado bien. A pesar de ser madre de dos hijos, su rostro había adelgazado ligeramente, siendo sus nuevas facciones más afiladas. Su piel seguía siendo tersa y resplandeciente, aunque las primeras arrugas comenzaban a asomar. Sus suaves pecas seguían estando ahí, ahora cubiertas por el maquillaje, sobre aquella naricita cuyo tamaño permanecía inmutable a pesar del paso del tiempo.
Sacó una barra de labios de uno de sus cajones. Le encantaba aquel rojo cereza. Se lo aplicó despacio, con parsimonia, deleitándose. Llevaba un tiempo planteándose si no aplicarse algún hechizo sobre sus labios. Le disgustaba un poco lo finos que eran.
Volvió a suspirar recordando aquella ocasión que sus labios se sentían tan suaves que no tendrían nada que envidiar a la seda. Y tan enrojecida su boca que aquel labial que tanto le gustaba se le antojaba pálido en comparación. Tan turgente y voluptuosa que ni el mejor de los hechizos podría replicar el resultado.
Se levantó despacio, taciturna.
Descubrió sobre la mesilla de noche las gafas, recién compradas, que le habían prescrito a su esposo.
Sonrió al recordar como él había farfullado que las gafas eran el sello de identidad de Harry y que él simplemente se sometería a un procedimiento mágico para eliminar su incipiente miopía. Ella había negado con la cabeza y conseguido hacerle entrar en razón.
A su edad ya no necesitaban de vanidades. ¿Para que arriesgarse a una operación si podía solucionarlo con unas gafas?
Pero Ron seguía "olvidándolas" en cualquier parte.
Suspiró por tercera vez consecutiva en aquel corto rato.
Ella tampoco tenía derecho entonces a operarse los labios, pensó.
Tampoco es como si fuese a servir para algo.
"Y dicen que hay un segundo amor, una persona que perderás siempre, alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan de la razón y te impedirán siempre, alcanzar un final feliz."
La devoraba, ansioso, y ella se dejaba hacer alcanzando un enorme placer en permitirse perder el control.
El muffliato silenciaba aquellos clandestinos encuentros, sino todos en Hogsmeade habrían creído que la Casa de los Gritos volvía a estar ocupada, haciendo honor a su nombre.
Él la poseía, primero con una lentitud que la obligaba a retorcerse y a suplicar por más, una y otra vez.
Y no era hasta que ella pronunciaba su nombre en un agónico gemido que él la complacía.
"Draco"
Entonces él enterraba el rostro en su largo cabello, suelto y enredado, desparramado sobre la desgastada alfombra, y aceleraba el ritmo. Y jadeaba en su oído. Y su aliento caliente bajo su oreja la llevaba al paroxismo.
Solo cuando ambos habían calmado su sed por el otro, era que ella regresaba a ser la sabelotodo de Hermione y le agarraba el brazo intentando usar su proverbial e inagotable retórica para evitar que saliesen de allí, una vez más, como enemigos irreconciliables.
Pero él la callaba volviéndola a besar, mordisqueando sus sensibles labios. Dejándolos enrojecidos e hinchados. Sufriendo de la misma clase de dolor que su dueña. Ese que se entremezcla con el placer y desafía todo lo que nuestros sentidos han aprendido.
Y antes de volver a la sala común de Gryffindor se veía obligada a utilizar un hechizo reductor de leve reacción que había encontrado en uno de los viejos volúmenes de la biblioteca. Muy diferente de clásico reducio que casi la deja sin boca aquella primera ocasión en la que se le había ocurrido usarlo. Este tampoco parecía estar indicado para uso sobre otra cosa que no fuesen objetos, pero no tenía otra opción si quería evitar que sospechasen de ella.
Si alguien contemplase sus labios en aquel instante en seguida sabría que Hermione Granger era besada de una manera que no debería permitir.
Se inclinó sobre el espejo tras aplicar el hechizo, para revisar el resultado con su habitual meticulosidad.
Y tuvo que entrecerrar los ojos, dudosa, creyendo que sus labios se veían ligeramente, casi de manera imperceptible, mas finos que en su estado natural.
Se encogió de hombros. Era ya muy tarde y no debía seguir tentando a la suerte.
Sobretodo si pretendía hacer lo mismo la noche siguiente.
"Hasta que cierto día dejarás de intentarlo…Te rendirás y buscarás a esa otra persona que acabarás encontrando, pero te aseguro que no pasarás ni una sola noche sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más."
— No me pidas lo que sabes que es imposible.
Sintió que la furia la invadía y quiso abofetearle como había hecho ya una vez, años atrás.
— No es imposible, Draco. ¡Pero necesito que seas valiente! – exclamó ella incorporándose en su desnudez para poder mirarle a la cara.
— Entonces habría estudiado en Gryffindor y esto no tendría que ser un secreto – habló el tomándola por la cintura y acercando mucho sus bocas. – Pero quizás sucedió, precisamente, porque no soy un valiente león sino una astuta serpiente – susurró él sacando su lengua y recorriendo con ella los labios de Hermione.
Aunque se habría dejado hacer, gustosa, necesitaba convencerle. Voldemort había sido derrotado, él y su madre exonerados por desertar a tiempo, y ella no podía posponer más su enfrentamiento a las consecuencias del beso que se había dado con Ron durante la batalla de Hogwarts.
Se apartó del chico, y los grises ojos de él se oscurecieron.
— Déjalo, Hermione. No va a pasar. No podemos ser más de lo que somos ahora.
— ¡Si! ¡Si podemos! A mi me da igual que nos juzguen. Tú eres libre. Eres inocente. Y yo te necesito – habló anhelante, hambrienta de él.
— ¡No! ¡No puede ser ni será! ¡No existen una casa y tres hijos y el cuento feliz del chico malo que se casó con la chica buena! ¡No puede existir un Harry Potter siendo padrino en esa boda! – estalló rabioso, molesto porque ella que era tan lista, se negaba a entender. – No existe un para siempre – murmuró, jadeante todavía tras su arrebato.
— Te apuesto lo que quieras a que sí. A que si que es posible – le retó ella.
— ¿Lo que quiera? ¿Un beso, quizás? Uno de nuestros besos…
Enredó sus dedos en su enmarañado pelo y la empujó con suavidad hacia atrás, besándola de nuevo.
Aquello no la tranquilizó. Su furia era inmensa y muy pronto se colocó sobre él, marcando su propio ritmo. Tan apasionado y agresivo que los llevó a hacerse uno muchas veces aquella noche.
No se sorprendió, pues, al sentir el sabor de la sangre en su boca. Tendría que volver a usar el maldito hechizo. Por suerte o por desgracia, probablemente nunca más volvería a necesitarlo.
"Ya sabes de quién que estoy hablando, porque mientras estabas leyendo esto, te ha venido un nombre a la cabeza. Te librarás de él o de ella, dejarás de sufrir, conseguirás encontrar la paz (será sustituido por la calma), pero te aseguro que no pasará ni un solo día en que no desearás que este aquí para perturbarte."
— Te lo aseguro, no sabía donde meterme. ¿Cómo podía saber yo que se estaba guiando por un viejo libro con el reglamento de 1976? ¡Y al pobre hombre le habían engañado diciendo que el libro tenía un hechizo sobre él y que actualizaba solo cada vez que hubiese algún cambio en la regulación!
Las risas inundaban el salón de los Potter ante las anécdotas que se sucedían una tras otra. Esta última la había contado Ginny, rememorando aquella vez que después de un partido con las Arpías el jefe del comité había declarado inválido el resultado por un supuesto juego improcedente de la propia pelirroja.
Harry se levantó a por café, revolviendo el cabello de su esposa al pasar por su lado. Hermione la contempló disimuladamente, mientras estaba entretenida hablando con su hermano.
Ahora llevaba el pelo un poco más corto, pero seguía igual de incandescentemente rojo que cuando estudiaban en Hogwarts. No veía síntomas de vejez en su rostro, quizás porque no podía permitirse tomar el sol con aquella piel tan blanca, propensa a quemarse con facilidad.
Pero lo que más le interesaba a Hermione era su boca. Los labios de Ginny se veían llenos, sonrosados y brillantes.
Envidiaba su felicidad.
Qué no daría ella por volver a tener esos labios…
— ¿Hermione?
— ¡Oh! Perdona, Harry… Me distraje por un momento. Sí. Con leche, por favor.
— Por cierto, Harry… ¿Me dirás que vas a hacer si es cierto eso de Lily y el hijo de Malfoy?
— Ron, por favor, apenas tiene quince años.
Hermione jugueteó con la cucharilla haciéndola girar despacio en la bonita taza de porcelana azul de los Potter. ¿Qué noche de sus quince años no tuvo ella boca de seda?
— Eso no son más que rumores que se empeña en soltar James, que no le soporta — explicó Ginny a su hermano.
— Por lo pronto es cierto que Albus y el chico son mejores amigos, ¿verdad? – terció nuevamente Ron.
— Si. De hecho, te recuerdo que también Rose es muy amiga de Scorpius y los tres suelen pasar el rato juntos en el colegio – contestó la pelirroja con cierto tono de peligro.
Harry y Hermione intercambiaron miradas.
— Bueno, bueno… Todavía son todos muy jóvenes – atajo Hermione conciliadora. – Dejémosles tranquilos. La vida ahora es pacífica y podemos disfrutar con calma de lo que haya de venir.
Ron, tras pensarlo unos instantes, terminó por asentir. Tomó la mano de Hermione entre las suyas y se la llevó a los labios.
— ¡Nunca podré agradecer lo suficiente a Merlín por la suerte que tuve con esta chica!
"Porque a veces se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo el amor con alguien al que aprecias."
El pelirrojo se giró hacia un lado con un leve suspiro de satisfacción. Ella le dedicó una dulce sonrisa. Aburrido, como de costumbre, pero tierno y devoto. Nada nuevo en el horizonte después de tantos años. Abrió mucho los ojos al contemplar de refilón la hora en el reloj de la mesilla de noche, incorporándose deprisa, agarrando la sábana para tapar su desnudez.
— ¡Ron! ¡Debemos darnos prisa o llegaremos tarde!
Al final llegaron casi tres cuartos de hora antes de lo supuesto, algo que tampoco suponía ninguna novedad. Por todos era sabido que Hermione tenía un concepto muy interesante acerca de la puntualidad.
Se sentía ciertamente insegura, lo que sí resultaba poco habitual en ella. Ginny le había pedido si podía revisar que todas las bebidas se hubiesen colocado ya en la enorme mesa habilitada en el jardín mientras ella subía a la habitación de Lily a cuidar que estuviese lista.
Harry y Ron se habían ido a dar un breve paseo e intercambiar confidencias propias de un momento como aquel, así que tras cumplir con la diligencia encomendada por Ginny; se sentó en una de las sillas bellamente decoradas con lirios blancos y rosados.
Un leve carraspeo a su espalda la hizo levantarse de golpe, sabedora de a quien pertenecía.
— Draco… — murmuró – No puedo decir que me resulte una sorpresa verte aquí. No hoy, al menos – bromeó ella a la par que esbozaba una sonrisa burlona.
— Lo que a mi me sorprende es verte aquí sola. ¿Dónde está tu marido, mi buen amigo Weasley? – inquirió el con cierta sorna.
Hermione rodó los ojos, molesta por su tono.
— Eres incorregible. ¿Es que no piensas comportarte ni en la boda de tu hijo?
— Si eso sirve para que tú me castigues no veo porqué habría de hacerlo.
— Déjate de bromas, Malfoy.
— Vaya, el clásico recurso del apellido. Los dos sabemos que te gusta más mi nombre. ¿No recuerdas como lo pronunciabas? – susurró Draco, dado un paso hacia ella.
Hermione apretó los puños. Se estaba encendiendo. Lo peor es que de todas las maneras posibles. Comenzaba a enfurecerse y a sentir oleadas de calor invadiendo su cuerpo.
Todo murió en seguida.
— ¡Draco, ven! ¡Scorpius quiere hablar contigo!
No fue hasta un rato más tarde, durante la ceremonia, que se deleitó observando con parsimonia a Astoria Malfoy. Era muy guapa. Llevaba su negra cabellera en un corte a la altura de la nuca, muy moderno. Sus ojos brillaban de alegría y la felicidad la hacía parecer más joven de lo que realmente era. Cuando se fijó en sus labios el horror y el pesar la invadieron.
Era otra de esas bocas resplandecientes, jugosas. Su carmín mate la hacía parecer poseedora de unos labios de terciopelo.
Respiró hondo y clavó su vista en el suelo, reparando en su mano izquierda entrelazada con la de Ron, sentado a su lado.
Alzó la mirada y observó a su esposo, quien contemplaba la ceremonia con un gesto de ligero disgusto.
¿Si Draco no amaba a Astoria, por qué tenía ella aquella boca?
Sabía que estaba bebiendo más de la cuenta, pero se dijo a sí misma que nunca más tendría porqué volver a hacerlo. Tan solo en aquella ocasión necesitaría Hermione Weasley bajarse dos botellas de ron de grosella por sí misma para poder olvidar que estaba casada con un hombre al que no amaba.
A quien apreciaba, porque era bueno, trabajador y fiel y le había dado dos hijos maravillosos.
Pero no le daba una boca como la que llevaba Lily Potter en ese instante, Lily Malfoy en realidad, que bailaba ajena a la mirada de Hermione sobre sus labios.
Una absurda idea la invadió y trató durante un buen rato de negarse a ella. ¿Acaso estaba loca? Aquello no era la abandonada Casa de los Gritos, sino la rebosante de gente casa de los Potter.
Pero cuando llegó el anochecer; y magos y brujas se reunieron a bailar en torno a un fuego mágico que Harry había conjurado, no pudo contenerse más.
Tomó la mano de Draco, aliándose con la oscuridad para que nadie pudiese ser testigo. Él la siguió sin oponer resistencia por el gran jardín de los Potter, hasta refugiarse tras el ancho tronco de uno de los robles milenarios que allí crecían.
— No has cambiado nada, Hermione – susurró él, apretujándola contra la corteza del árbol. — Pero los tiempos si han cambiado. Te dije que no estábamos…
— Un beso – le cortó ella. – Me lo debes – aseguró en voz baja.
— Ahh… Lo recuerdo. Pero yo gané aquella apuesta – habló contra la boca de ella, sin rozarla, no obstante.
— Esta es la casa con tres hijos. La chica buena se ha casado con el chico malo. Harry Potter ha sido el padrino – siseó ella con malicia. Draco abrió mucho sus grises ojos, sorprendido de veras.
— Siempre serás una listilla, Hermione Granger – admitió él su derrota con un suave suspiro.
— Para siempre – finalizó ella levantando la barbilla y ofreciendo sus labios al hombre.
Ansioso de ella, con la misma intensidad que hacía ya tantos años, se hizo con su boca en apenas un segundo. La apretó entre sus brazos y la besó con urgencia, usando su lengua para jugar con la de la mujer, provocándole un gutural gemido.
— Draco…
Suspiró mientras contemplaba su reflejo en el enorme tocador.
Ron había tenido que asistirla cuando llegaron a casa, ya casi al amanecer, mientras ella vomitaba hasta la primera papilla.
— Te has pasado celebrando, querida – le había dicho él cariñosamente. No estaba enfadado. La última vez que había visto a Hermione borracha había sido la noche que salieron a celebra su compromiso, y ya había llovido desde entonces.
Parpadeó disgustada con la imagen que el espejo le devolvía. Tenía el cabello que parecía un nido de pájaros. Su rostro presentaba un color amarillento salvo por las oscuras ojeras que también lucía. Casi podía jurar que estaba por salirle un grano en la barbilla.
Pero entonces miró su boca, voluptuosa, enrojecida y suave como la seda.
Y sonrió satisfecha.
No tengo para nada claro como he acabado por escribir esto.
De hecho, y por si algún lector del Club S cae por aquí que sepa que estoy viento en popa con la historia. Precisamente porque llevo días escribiendo capítulos sin parar es que decidí tomarme un descanso y escribir durante un rato alguna otra cosa, por despejarme.
Llevaba largo tiempo rondándome la idea de escribir un Dramione. Desde aquellas declaraciones de J.K diciendo aquello de que escribió el Romione más por un deseo personal que porque verdaderamente fuesen dos personas afines, o destinadas a estar juntas.
Yo, demasiado amante del Romione y del Hinny (y del Scorly, lo confieso) no sabía si sería capaz de aventurarme con éxito en un Dramione.
Y hoy, buscando frases inspiradoras, me topé de nuevo con un texto que ya conocía, el de los dos grandes amores de Paulo Coelho. Copié el texto, separé los párrafos, comencé a escribir…
Y ahí se lió todo un poco. Creo que Hermione no está del todo en sus cabales al final de la historia. Y, sobretodo, como no deje de mirar las bocas de otras mujeres va a haber más de una que se piense que le está tirando la caña ;)
A pesar de todo no me desagrada del todo el resultado final, si bien (como me suele pasar) no ha salido exactamente lo que tenía planeado en un principio.
¡Espero que os guste igualmente!
Me regreso al Club S, el cual actualizaré nuevamente en breves.
Un abrazo y mucha salud para tods, especialmente en estos tiempos.
Inuka