[Dark-Fic]

Sentimientos Humanos

—Sesshōmaru & Rin—

—Rin… ¿sabes guardar un secreto? —preguntó el demonio. —Haré lo que sea por Sesshōmaru-sama —él sonrió tocando la mejilla de ella, satisfecho por su respuesta. —Quítate la ropa…y acuéstate en la cama. —En ese momento, ella era su nueva "Obra Maestra", y él, era el pintor que ansiaba retratar su belleza con sangre.

Advertencias: Lemon. | Escenas un poco grotescas. | Actualizaciones lentas. | OOC en cantidad moderada, en cada personaje. | Semi universo alterno. | Diferencia descomunal de edades. | Lenguaje soez. | Violencia. | Temas adultos varios, se recomienda discreción.

Disclaimer:

InuYasha © Rumiko Takahashi

Sentimientos humanos © Adilay Fanficker

Notas:

Francamente no sé en qué año eliminé el fic o en qué año lo comencé. Sin embargo, cuando lo inicié, pensaba en pisar terreno peligroso nada más por hacer, en esta página. La verdad es que no creí que el fic sería tan bien aceptado y hasta uno de los más comentados que había tenido.

En aquel momento, este fic podría llegar a ser categoría MA por tocar temas muy delicados como la ped0filia y la obsesión hacia una persona, pero actualmente no es mi deseo tocar esos puntos tan fuertes, y de cierto modo, me dolió dejar un proyecto al que le tenía tanto afecto, precisamente porque no quería hacer una historia con tal temática.

Hace poco hablé de este fic en un grupo SesshōRin de Facebook, donde se me alentó a continuarlo. Algo a lo que yo accedí, sin embargo, hubo una condición, y es que me pondré un auto censura en la cual modificaré los detalles que me hicieron dejar el fic en primer lugar.

Para empezar, Rin en esta versión del fic, será mayor de edad. Y Sesshōmaru mantendrá un poco de autocontrol contra sus propios instintos, a diferencia de la versión original donde él de plano podría pasar por psicópata y Rin tenía 14 años. ¿Ya ven el problema? Jejeje.

Seguro no muchos lo recordarán que alguna vez subí esta historia, y es que no fue el más comentado del fandom, sin embargo… de alguna forma, fue bien aceptado durante su primera publicación. Aprovecho para disculparme con aquellos que esperaban la continuación y de repente ya no visualizaron la historia.

Una cosa más, como último. Por favor, no denuncien el fic. Las advertencias podrán dar mala espina, pero no pienso ser demasiado gráfica ni vulgar, como dije, Rin no será menor de edad y las escenas violentas de Sesshōmaru no van a ser tan detalladas. Tampoco usaré el bashing a ningún personaje, cosa que tampoco había en la primera versión. Y procuraré terminar la historia de una buena vez jeje.

Saludos y espero que estén tan emocionados como yo por saber quién será la madre de las gemelas de Sesshōmaru. ¡Todos los fans del SesshōRin, revivimos para apoyar a la OTP!

Por favor, no olviden comentar y seguir la historia. Eso me ayudaría mucho para isnpirarme.



Prólogo

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« Artista de Sangre »

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Para un yōkai o una persona, medianamente cuerda; o siquiera con una pizca de compasión, la imagen que estaba ante sus afilados ojos amarillos, no podría ser para nada hermosa o siquiera no vomitiva debido al potente hedor a orina y sangre que esta desprendía.

El humano a sus pies estaba completamente deformado, sangriento, pero todavía vivo… apenas.

Con sus últimos alientos de miseria, éste patético ser todavía pedía piedad con su ojo un poco abierto. Entre movimientos erráticos debido a los tics del cuerpo mallugado, el humano rogaba por la única muestra de compasión que se le podía dar a estas alturas: la muerte.

Pero, hacer eso destruiría la imagen que se había tomado su tiempo en hacer, lo que evidentemente quebraría su inspiración. El gran daiyōkai, Sesshōmaru, no iba a siquiera considerar tal tontería.

Los humanos podrían llamarlo sádico, pero Sesshōmaru sabía que no era ni por asomo, tan torcido como podrían llegar a ser algunos gusanos de esa insignificante especie. Él al menos actuaba por su amor al arte, algunos humanos actuaban peor que él por diversión o por creerse en algo, superiores al resto de las criaturas habitantes de este mundo. Una estupidez ególatra más que errónea.

En el mundo donde vivía Sesshōmaru, los seres humanos no eran más valiosos como una simple cucaracha, a pesar de que creían serlo. Eran mayoría por lo fácil que les resultaba reproducirse, y era por eso que se creían invencibles. Sin embargo, los yōkais y daiyōkais como él, sabían que el reinado de los humanos era sólo una ilusión.

Eran ellos, los inmortales, quieres de verdad gobernaban.

Sólo los más astutos y codiciosos, pudieron camuflarse a la perfección entre los humanos y su política para hacerse con puestos que les hacía prácticamente intocables a las estúpidas leyes de los mortales. En sus tronos, donde los ocultaba la oscuridad, ellos movían las fichas que quisieran.

Durante años, los yōkais habían encontrado varias formas para pasar desapercibos debido a que el verdadero poder, según ellos, no era el que se conseguía lanzando esferas de energía o poseyendo armas demoniacas propias, como en la antigüedad se pensó. No, el actual poder estaba en la habilidad de manipular a la mayor cantidad de esclavos posibles. Manejar sus hilos, y verlos matándose los unos a los otros como si todo este planeta se hubiese transformado en un tablero de ajedrez gigante.

Sesshōmaru, a pesar de su poderosa condición, no pensaba en tales cosas tan mundanas. Dinero, él ya lo tenía, y aunque no le movía la codicia, pobre de aquel que intentase quitárselo; política o no política. Terrenos, también los poseía a montones. ¿De dónde lo conseguía? Nadie lo sabía más que él.

Fuera de ahí, a Sesshōmaru no le hacía falta nada más, por lo que luego de un par de cientos de años viviendo sin preocupaciones más que no descuidar su entrenamiento, vino el brutal aburrimiento. Y cuando pensó que se volvería loco por no encontrar alguna actividad en la cual pasar su ilimitado tiempo, encontró un refugio en la pintura.

Y helo aquí.

Cuando terminó de preparar a su modelo de esta noche, Sesshōmaru se quito los guantes de látex ensangrentados y los aguardo en una bolsita oscura, que después puso adentro de uno de los bolsillos de su gabardina oscura. Se puso otros guantes nuevos con delicadeza y calma, para luego sacar de un maletín (el cual hizo aparecer en su mano izquierda) su gran cuaderno con hojas blancas y una pluma antigua.

Extrajo también del maletín un pequeño tintero de cristal con tinta negra, la cual abrió sin prisas.

No tuvo problemas en sentarse en el suelo. Cuando se acomodó y abrió el cuaderno en una zona completamente blanca, metió a fina punta de plata de la pluma, adentro del tintero, para comenzar su obra.

Sin perderse de ni un solo movimiento de su (casi muerto) modelo, Sesshōmaru apoyó el cuaderno en medio de sus piernas y pies cubiertos por las botas oscuras.

Inhalando profundo, comenzó a trazar delicadas y precisas líneas.

Oh sí. Esto le era bastante relajante.

Con precisión, Sesshōmaru dibujó sobre su cuaderno cada detalle, delineó con suavidad los bordes del boceto y mientras respiraba el potente aroma a sangre, el temible daiyōkai que era, se dijo que nada estaba mal con él. No es como si hiciera esto demasiado seguido y con personas al azar.

¿Quién iba a extrañar a un sucio ladrón de casas?

Si se le veía desde otro ángulo, estaba haciendo una buena obra, al mismo tiempo que enfocaba su tiempo en una sana actividad. ¿Quién podría juzgarle ahora?

—¿Po-por qué? —preguntó aquella pila de pedazos que habían conformado a uno de los seres más despreciables de la civilización.

Sesshōmaru no toleraba a los ladrones.

—Ssshh —se limitó a chistar. Tampoco le agradaban mucho las conversaciones—. Ni se te ocurra llorar —susurró cuando notó que aquellas lágrimas corrían el perfecto manto de color rojo (que cuidadosamente él había marcado) de sus cortadas mejillas.

El daiyōkai frunció el ceño.

—No quiero volver a repetírtelo. No-llores —entrecerró los amarillos ojos engruesando más la voz.

Era extraño… ya no estaba tan inspirado como hace unos minutos. Y no, no era porque el idiota estaba arruinando todo con sus estúpidos quejidos y lagrimeos.

De cualquier forma, a él no le gustaba dejar nada a medias y seguro recobraría algo de pasión como en ocasiones anteriores, cuando ya llevase por lo menos la mitad de su proyecto terminado.

—Ayu-ayuda —trato de decir el lamentable ser.

Estúpido ese acto, en verdad. Estaban en un cuarto tan oscuro, tan apartado de la vista de cualquier humano, que Sesshōmaru no se inquietó por nada tan solo por la irritación que le causaba escucharlo.

—Bas-ta… por favor… má-tame —pedía moviendo lo poco que le quedaba de boca.

Debió haberle arrancado la lengua.

—¿Matarte? —se burló fríamente—, ¿tienes idea de lo estúpido que se oye eso? —dijo sin dejar de trazar líneas sobre el cuaderno, esta vez… dándole forma a los cortados dedos esparcidos a un lado de la cabeza—. Si te mato… ya no me servirías.

El ojo teñido en sangre, de iris azul se cerró pidiendo a su Dios, que la liberará de ese tormento, de ese dolor, de esa humillación.

Pasaron cinco minutos, luego diez. Al final, luego de casi una hora, el daiyōkai hizo una ligera expresión que parecía ser una sonrisa.

—Ya está —musitó un poco satisfecho—. Terminé —anunció Sesshōmaru al cabo de un rato, levantándose de forma elegante. Sin prisas.

Pero, aún faltaba algo más. El toque final de sus pinturas, era un poco… sucio, pero necesario.

Sin pedirle permiso al cadáver, que hace rato se había enfriado, Sesshōmaru deslizó cuidadosamente la punta de plata sobre la sangre derramada y con ella, hizo una firma al costado de la obra, luego, con tan solo pensarlo, el cuaderno, el tintero, la pluma y el maletín negro, desaparecieron.

Todo le esperaría de vuelta en su estudio en el castillo.

Ya estaba listo y él se sentía bastante tranquilo.

Esta había sido su pintura número 353.

Aún no se acercaba ni a la mitad del final… pero, estaba satisfecho, por el momento.

Suspiró al momento de sentir el alma de su víctima irse al infierno. No todos los daiyōkais podían hacer eso último, pero Sesshōmaru no era como los otros. Él no era tan simple.

Como si nada acabase de ocurrir, Sesshōmaru se dio la vuelta y se alejó de la (ya inservible) escena del crimen, con pasos cautelosos, usando la escalera, importándole muy poco si dejaba un rastro de sangre con su calzado o no.

¿La policía volvería a armar un escándalo por lo que había ocurrido? ¿Los periódicos volverían a prender el pánico al pequeño pueblo que estaba más cerca de su castillo? Seguro que sí, y como siempre, no iban a encontrar nada que los guiase a él.

Ante la gracia que aquella persecución sin fin le causaba, Sesshōmaru, ligeramente curvó un poco sus labios, caminando de forma muy lenta, por algunas oscuras calles a la redonda.

Esto había sido algo relajante, pero ahora debía ir a casa a dormir puesto que su hermanastro, Inuyasha, y su cuñada, lo visitarían más pronto de lo que él quisiese.

Al principio, Sesshōmaru pensó que sería una mala idea puesto que junto a ellos, vendría una invitada más, alguien que no conocía de nada. La primogénita de Sango (la amiga de Kagome) y su marido, un tipo llamado Miroku.

Él no estaba de ánimos para vigilar que una niña indeseable estuviese por ahí corriendo por sus pasillos, tirando cuanto jarrón carísimo se le cruzase.

De no ser porque Izayoi (la madre de Inuyasha) vivía con él en su castillo, y era ella quien tenía una gran facilidad para convencerlo de aceptar casi cualquier cosa que involucrase a su estúpido hermano pequeño, Sesshōmaru le habría dicho a Inuyasha que alimentaría a unos caimanes con su carne si se atrevía a molestarlo con tonterías que no le incumbían.

Los pleitos de su hermanastro no eran, en lo absoluto, de su interés.

Pero…

»Mi niño. Yo no busco reemplazar a tu madre… nadie puede hacerlo, yo solo soy una mujer que ama a tu padre, y desea llevar una vida amena contigo. Claro, si tú también quieres.

Inuyasha tenía suerte de haber nacido de una madre que también había sido la de Sesshōmaru, a pesar de conocer bastante bien lo que él pensaba acerca de los humanos, o sea, la especie a la que ella pertenecía.

Cabe mencionar que Izayoi no sabía nada de lo que hacía Sesshōmaru con los humanos que le inspiraban a pintar. Ella ni siquiera sabía que Sesshōmaru tenía ese pasatiempo. Además de que el daiyōkai jamás le había permitido a la mujer, tocar siquiera el pomo de su estudio; el cual estaba bien protegido. Ese sitio donde él guardaba sus obras celosamente.

Antes de desaparecer, su padre (y el de Inuyasha) le había dado a Izayoi un poco de su sangre para evitar verla envejecer y morir en un parpadeo. Esa había sido la marca de su unión. Sin embargo, una noche lluviosa, luego de salir del castillo porque debía enfrentar a un poderoso enemigo de su pasado, él no volvió. El daiyōkai al que se enfrentó su padre tampoco dio señales de vida, por mucho que Sesshōmaru los buscó.

Su padre desapareció, justo como hizo su madre cuando él apenas era un niño de 13 años. Actualmente, Sesshōmaru ya no contaba sus cumpleaños, pero sabía que tenía más de 2,000 años existiendo.

Con la sangre de su padre, la mujer humana había logrado mantenerse joven y bella durante más de 1,000 años. Hace poco más de 900 años, Izayoi dio a luz a Inuyasha, lo que por supuesto no agradó a Sesshōmaru al principio, debido a que él mismo se había apegado mucho a la mujer para esos entonces y la idea de compartirla no le agradaba.

Fue cuando Inuyasha aún era un bebé, cuando el padre de ambos desapareció. Izayoi no volvió a casarse ni a enamorarse desde entonces. Ella aun esperaba noticias de su marido, lo que no tenía sentido para Sesshōmaru. Si él ya se había resignado a buscar a su padre, ¿por qué ella no?

Por otro lado, la relación que tenía con Inuyasha fue bastante difícil. El híbrido le causaba rechazo y éste a su vez respondía a su desagrado con perfección. Sin embargo, con el tiempo, los hermanastros lograron mantener una relación más saludable, manteniéndose lo más lejos posible el uno del otro.

Apenas tuvo edad de salir del nido, Inuyasha agarró camino propio, sin interés en la fortuna que su padre les había prácticamente dejado a ambos. En todos esos años de andar por el mundo, su hermanastro jamás había pedido dinero para sí mismo, cosa que preocupaba a Izayoi.

Inuyasha no necesitaba de la caridad de nadie, cosa que casi podía darle algo de reconocimiento. Eso claro, hasta que a Inuyasha se le dio por llamar a mami y pedirle que convenciese a Sesshōmaru sobre dejarlos quedarse en su castillo, por algún tiempo.

»Es terrible —le dijo ella hace ya una semana, hablándole por primera vez del tema—. Tu hermano necesita de nuestra ayuda. Miroku está gravemente enfermo, Sesshōmaru. Intuyen que ese demonio, contra el que han estado luchando, ha decidido matarlo lentamente con una maldición. Y Sango… la pobre tiene una infinidad de deudas y problemas. Además, su hermano menor, Kohaku, no aparece. Ay no… qué tragedia.

Por lo que sabía, gracias a que Izayoi no dejaba de hablarle del asunto que aquejaba a Inuyasha y sus amigos, Kikyō Higurashi, la hermana gemela de Kagome, se quedaría con Sango en China, que era donde habían estado viviendo hasta que el enemigo mortal de Inuyasha (un ser que a Sesshōmaru no podía importarle menos) los atacó con todo lo que tenía, y como consecuencia, casi se llevó la vida de Miroku, dejándole como secuela, una potente maldición que, evidentemente no podía ser curada en ningún hospital.

En teoría, Izayoi podría vivir con Inuyasha; ya que era su madre biológica, pero ambos hermanastros sabían que la mujer no estaba muy cómoda con la idea de vivir en China debido a su pasado allá. Aunque hubiesen pasado ya muchos años. Además de que seguía esperanzada en volver a ver a su marido volver a casa. Lo que, por supuesto, ayudó a Inuyasha y sus amigos a encontrar un refugio temporal en el castillo de Sesshōmaru, hasta que Sango y Kikyō encontraban una cura para Miroku y trataban de conseguir alguna pista sobre el paradero de Kohaku.

A Sesshōmaru le daba bastante igual quién era ese demonio del cual Inuyasha no podía encargarse solo, pero, sólo por Izayoi, si este llegaba a mostrar su inmunda cara por sus terrenos, no quedaría lo suficiente de él para que ninguno de los débiles amigos de su inútil hermanastro se preocupasen.

Con todo eso en mente, Sesshōmaru volvió a su castillo donde se aseguró que una barrera mágica invisible se mantuviese imperturbable. Se aproximó a sus aposentos y ahí se cambió de ropa para acostarse y dormir un poco, no sin antes lavar su cuerpo para quitarse los rastros de sangre del cabello y el rostro.

En teoría, a él no le molestaba ensuciarse de vez en cuando al pintar, pero si Izayoi veía la sangre en él, comenzarían los interrogatorios y las miradas preocupadas. Prefería el agua fría, por mucho.

Sesshōmaru sabía que estaba soñando. Y también sabía lo que eso significaba.

Él no soñaba, el veía un posible destino. El más probable de todos los que le aguardaban.

Eso era algo que aplicaba únicamente para sí mismo y a veces, dichas visiones no se cumplían. Pero, había ocasiones en las que sí sucedía todo lo que veía, y ojalá esta fuese una de esas ocasiones, porque no podía concebir lo que estaba presenciando.

No…

Como si fuese un espectador invisible, se vio a sí mismo en su cama. Estaba con una joven mujer de cabello oscuro y ojos marrones. Ella estaba acostada de espaldas, desnuda, con él encima, en medio de sus piernas; usando sólo los pantalones.

Sus labios marcaban perfectamente el cuello blanquecino de esa extraña, con una suavidad que Sesshōmaru sabía que no tenía. La escuchaba gemir de forma débil pero agradable. Las pequeñas manos de ella se aferraban a su espalda, y las suyas, se cerraban sobre el colchón llevándose consigo las sábanas de color rojo.

Como cuando pintaba, Sesshōmaru estaba tomándose su tiempo con ella. Pero, por mucho que él restregaba sus dientes sobre aquella piel, no estaba haciéndole daño.

¿No había sangre? ¿Y estaba relajado?

—Se-Sesshōmaru-sama…

Maldición, su nombre sonaba a la perfección con cada caricia que él le daba usando su lengua.

Con una, también inusual y repentina, impaciencia. Él se desabrochó el pantalón sin dejar su cuello, iba a penetrarla, cuando despertó.

Los ojos amarillos se abrieron de golpe. Sus manos se aferraron instintivamente a su cabeza (la cual punzaba de sus sienes) echándola hacia atrás, hundiéndola un poco más en las almohadas tratando de recuperar el aliento. Su miembro dolía por la erección que tenía, y su garganta estaba más seca que el desierto.

Más enojado de lo que quisiera estar, Sesshōmaru se sentó sobre la cama, para luego darse una rápida segunda ducha. Meditando mientras lavaba su cuerpo, él se dijo que no había vivido tantos años siendo un perfecto estúpido. Aunque era orgulloso, Sesshōmaru sabía reconocer un potente peligro cuando lo tenía enfrente.

Nadie se lo había dicho todavía, y aun si no tenía una evidencia física que aprobase su hipótesis, estaba claro que en estos días iba a conocer a esa mujer. Y ella, de alguna forma, iba a encender en él una pasión que hasta entonces desconocía, y Sesshōmaru creía no tener.

Se parecían un poco físicamente, pero Sesshōmaru sabía que esa mujer no era su cuñada.

A medida de que se vestía, él llegó a una conclusión que le hizo ir directamente al comedor donde esperaría a Izayoi.

¿Cuántos años tenía la hija de Sango y Miroku?

Si ella era la niña que él esperaba ver atravesando sus puertas, entonces iba a relajarse un poco ya que, supuestamente, su libido iba a despertar con aquella extraña dama, que ya era una adulta. Pero, si veía a esa mujer entrando a sus dominios, iba a tener otra razón para odiar a Inuyasha.

—Aquí tiene su café amo —le dijo el pequeño hombre de cabellos verdes con algunas canas. Realmente, Jaken era un demonio que más bien tenía el aspecto de un sapo, sin embargo, para camuflarse entre los humanos, adoptaba una imagen más acorde a los tiempos en los que vivían.

Sesshōmaru no obligaba a Jaken a usar ese aspecto, el por qué la usaba incluso adentro del castillo, le daba igual. Mientras sirviese de forma competente, daba igual si se transformaba en una mariposa. Además, Jaken había sido un fiel sirviente de su madre, incluso antes de que él naciese, por lo que eso le convertía en una biblioteca de conocimientos con boca. Por otro lado, su lealtad era palpable.

—¿Has recibido llamadas de Inuyasha? —preguntó Sesshōmaru, bebiendo un poco del café que se le servía todas las mañanas sin falta a esta hora. Sin azúcar ni leche o algún tipo de endulzante.

—Sí, amo. Solo una, fue ayer a las seis de la tarde mientras usted estaba fuera. Dijo que llegaría al castillo, posiblemente hoy.

—¿Posiblemente?

A Sesshōmaru le desagradaba ese "posiblemente" porque no le gustaban las sorpresas, menos si estas tenían que ver con Inuyasha. ¿Iba a venir hoy o no?

—Vendrá hoy, señor.

—Hora —mordió un pedazo de pan tostado que Jaken le había traído en una bandeja junto con el café.

—Con toda seguridad, estará aquí entre las siete de la tarde u ocho de la noche dependiendo de sus pausas en el trayecto —contestó Jaken siendo bastante eficiente a la hora de detectar a un demonio por muy débil que sea, si Inuyasha estaba en su campo de percepción, el yōkai sabría qué tanto camino le faltaba por recorrer.

Sesshōmaru asintió.

—Hoy estaré en mi estudio y no quiero que se me moleste hasta que llegue Inuyasha. Cuando pise el interior de este castillo, dile que quiero hablar con él ahí.

—Entendido, amo.

—Vete, y no olvides el desayuno de Izayoi.

—Sí, señor. Aunque, ella todavía no ha despertado, ayer me dijo que se levantaría un poco más tarde hoy de lo acostumbrado.

Luciendo imperturbable, aunque le irritaba tener que esperar para obtener la respuesta que quería de Izayoi, Sesshōmaru hizo un ademán con la mano y Jaken se retiró después de hacer una ligera reverencia.

—Continuará…—


La verdad es que no puedo enumerar los cambios que se han hecho. En el anterior fic, nuestro amo bonito era más expresivo, pero más torcido y enfermo, además de que por alguna razón lo hice trabajar en hospital y tener un gusto muy especial por jugar con la policía, ¿por qué? Lo siento pero ya no me acuerdo, así que decidí deshacerme de todo eso y enfocarme solamente en la razón de por qué Rin junto a Inuyasha y Kagome se van a quedar con Sesshōmaru en el castillo.

Se agregó un poco más de detalle acerca de la relación de los hermanastros y el motivo por el cual Sesshōmaru vive con Izayoi y Jaken, quien prácticamente es el único sirviente del castillo. La razón de existir de su fortuna, se tocará más adelante, pero como no es un detalle tan relevante, no me pareció necesario describirlo en este capítulo, el cual es un poco más largo que en su primera versión.

El sueño de Sesshōmaru también es diferente, por claras razones, al de su predecesor. Y debo decir que me gusta más ya que no hay ese pequeño rastro de incomodidad con respecto a la edad. Espero que a ustedes también les haya agradado.

Gracias por leer y hasta el próximo capítulo.

¡Hasta la próxima!


Reviews?


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