Psycho-Pass pertenece a Gen Urobuchi.
Este fanfic está situado después de "Psycho-Pass 3: First Inspector."
El pez que se muerde la cola
Mika no entiende nada.
Su nueva asistente personal roba las miradas de todos los ejecutores cuando revolotea los pasillos de Seguridad Pública. Ni siquiera la perra —porque ya no tiene un apelativo mejor para esa horrible rubia— gana tanta admiración masculina y femenina siendo que, objetivamente, es mucho más guapa.
Porque sí, Tsunemori no le parece guapa. En lo absoluto. Podría serlo si usara el cabello largo, pero no, lo usa corto... Cortísimo. Mucho más de lo que suele llevarlo una mujer joven, y no es que Mika sea prejuiciosa o algo así (porque la gente prejuiciosa seguramente tiene un Psycho-Pass muy turbio, ¿no? Y ella es una ciudadana ejemplar, ¡el mismo sistema Sibyl lo avala!), sino que sabe diferenciar muy bien lo que es normal de lo que no, de otra manera no podría liderar un grupo de insubordinados criminales latentes.
Por lo mismo, sabe que la atención que recibe Tsunemori no es normal.
Pero lo que realmente le frustra es admitir que la única forma en la que puede competir con ella es si considera las miradas de miedo que le lanzan algunos de sus agentes. Como jefa, no puede esperar algo diferente... ¿O si?
Ah, pero eso no es todo lo que le fastidia la jornada. Hay algo peor. Y es que cuando Asuntos Exteriores aparece, cierto criminal latente —ahora a cargo de la perra esa— le lanza a Tsunemori unas miraditas insoportables, añorando cada migaja de atención de ella. Una palabra suya basta para iluminar su rostro, como cualquier hombre conformista e idiotizado.
Y a Mika esto le irrita profundamente, aunque no entiende del todo por qué.
Ginoza no entiende nada. O quizá sí, pero preferiría no hacerlo.
Y es que debería estar muy feliz por su amigo Kougami. Tardó siete largos años en encontrar la redención, pero lo hizo y regresó. Su coeficiente criminal sigue siendo alto, pero eso no evitó que pudiera reinsertarse en la sociedad ocupando un puesto que calzara perfectamente con su perfil y, a la vez, se acomodara a los exigentes estándares del sistema Sibyl. Gracias a la invitación de Frederica Hanashiro de Asuntos Exteriores, el fugitivo tiene una nueva oportunidad.
Pero Gino no esperaba que fuese a tener oportunidades de otro tipo, en especial en lo que refiere a la ejecutora Tsunemori. El tiempo no pasa sin dejar huella, piensa, por lo que la muchacha ya debía haber superado ese crush adolescente que tuvo a sus dieciocho.
Bueno, tal no parece ser el caso.
Los momentos a solas y las miradas cómplices continúan como si nada, como si los años no fuesen la gran cosa para ellos. Cuando Tsunemori estuvo reclusa, Kougami iba a visitarla y no él, a pesar de la angustia que sentía por su situación y la lealtad acérrima que le tiene. Dejó que fuese su amigo antes prófugo en su lugar porque conoce los deseos de ella, no en vano estuvo aguardándola durante tanto tiempo. Puede leerla a la perfección.
Por doloroso que fuera de admitir, Akane no quiere a otro hombre que no sea Kougami. Nunca pudo dejar el pasado atrás, aún después de las muchas experiencias que vivió y su gran evolución como agente. No pudo hacerlo aún después de que Gino le insistiera en olvidarse de él. Sin importar cuánto se esforzara, ella solo lo ve como un compañero de trabajo, un ex ejecutor, un perro de caza. Un amigo, tal vez.
Siempre fue Kougami.
Es por eso que no puede alegrarse del todo por su regreso. Es un sentimiento que vive con culpa, pero no puede evitar. A pesar de que vean a Tsunemori muy de vez en vez, ya nada le impide a Kougami tener una relación con ella... Si es que no la tienen ya y simplemente no se ha enterado.
De solo pensarlo, Gino se amarga en silencio. Y se sabe egoísta al desear que las cosas sean diferentes.
Akane no entiende nada. Nada de nada.
Se supone que Kougami superó el pasado, venció a sus demonios en la fuga o, al menos, hizo las paces con ese caótico interior suyo. Y con él de regreso, todo iba a cambiar. Ambos podrían darse al fin esa anhelada oportunidad. Un momento que ella esperó a lo largo de siete años.
Pero no.
Cuando se ven —las pocas veces que lo hacen, debido a sus respectivas ocupaciones— hablan como de costumbre, ríen como de costumbre, confían sus pensamientos en el otro como solían hacer antes de su partida... Incluso tuvo la deferencia de disculparse por dejarla tirada a su suerte esa vez, la vez en la que Makishima eclipsó su mundo.
Nada cambia y eso la aterra.
Porque significa que quizá planee irse de nuevo. O se enamoró de otra en uno de sus viajes. O simplemente no la quiere de esa forma. Tal vez nunca lo hizo, y todo fue parte de una patética ilusión suya, de un malentendido.
Akane no entiende por qué a pesar de tenerlo cerca, lo siente cada vez más lejos.
Kougami no quiere entender.
La verdad está ahí, cada vez que abre los ojos por la mañana y cierto rostro intercepta su mente como un molesto recordatorio. Pero no la acepta. Solo fluye, día tras día, como un muerto viviente que espera caer y no despertar a la primera oportunidad. ¿Qué otra opción tiene?
Sabe de su mala reputación en la agencia. Sabe de sus viejos amigos, cansados de esperar su regreso. Y lo integra, de algún modo, a esa realidad que no quiere aceptar. Pero no más. No alcanza a apropiarse de esa información. El desprecio y el afecto no logran tocarlo, tal y como le sucede a esas máquinas que tanto llegó a odiar.
Lo que muchos ven como resiliencia no es más que la cáscara de sus hondos pesares. De la maldita resignación que lo mantiene ajeno y en vela cada noche, acompañado de un cigarro y de cierta pistola.
Porque ya entendió —muy a su pesar— que no importa cuán lejos huya ni cuántos montes escale, ni a qué sistema corrupto enfrente, ese fantasma le perseguirá a todos lados.
— Si no regresas, esta obsesión te consumirá — le había dicho su jefa una vez. En específico, después de acostarse con ella y gruñir otro nombre, o mejor dicho, otro apellido. Fue antes de volver a Japón.
En aquel entonces, ambos encendieron un cigarrillo y no volvieron a tocar el tema. Kougami lo agradeció.
Fin