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El sol brillaba con fuerza sobre su cabeza, pero la brisa del mar aminoraba el calor. Un leve sudor se deslizaba desde su frente, mientras caminaba sin prisas a la casa del calígrafo que hace no mucho tiempo había llegado a la isla.

Hiroshi pensó en su vida antes de conocerlo, en cómo se veía envuelto en la nebulosa de las dudas, en la imprecisión de los deseos contradictorios que le agobiaban los días. Eran días nublados, lluviosos.

Deslizó la puerta de entrada, soltando una solicitud de permiso tardía. Handa se encontraba dormido sobre su trabajo, con tinta cubriendo casi todo su rostro.

Sensei.

Él despertó desconcertado, con una mueca de confusión que a Hiroshi le resultó divertida.

—Le traje de comer.

Handa sonrió y le invitó a comer, Naru los acompañó después.

Sus días ahora eran todos coloridos, con dudas y contradicciones pero, sin duda, felices.