- Mi idioma principal no es el castellano, por lo que lamento los errores gramaticales y las faltas de ortografía.

- La historia avanza lentamente, pero lo hace. Me haríais un gran favor leyendo hasta el final. Gracias.


"A través de la ventana"

Capítulo 1

El paso de un año a otro no supone nada más que cambiar la fecha que escribes en los exámenes. O esa era la idea que hasta hace poco había tenido. Es decir, entiendo que para la mayoría de las personas representa dejar atrás "el yo pasado", el afán de convertirse en una mejor persona, el planteamiento de una mejor época… Pero al final del día es sólo un número. La vida cambia porque lo hace. Nadie va a despertarse un 1 de enero diferente, simplemente habrá adoptado otra capa a su personalidad. Otra faceta. Una nueva máscara con que cubrir la cara, que nadie conoce. Y eso no es cambio, es ilusión, hipocresía.

Pero que voy a saber yo. Esto no es más que un intento desorganizado y pretencioso de reflexión, a raíz de que mi vida cambió la madrugada de un 1 de enero.

El jueves 31 de diciembre me encontraba en mi habitación como de costumbre, terminando unos deberes de química. Masa molar, peso molecular, NCH, etc. eran los acompañantes de esa lluviosa tarde, donde además los reportes del tiempo pronosticaban una fuerte tormenta para la misma noche, lo que significaba la cancelación de los eventos al aire libre de celebración del nuevo año. No que me afectase, no soy un adepto a las actividades exteriores; pero seguro les trunca los planes a muchas personas. Nuestra familia, compuesta únicamente por mi madre y yo, pasaría la festividad en casa de unos conocidos, la familia Bakugo. Esto suponía un gran esfuerzo por mi parte, dado que el hijo de la familia Bakugo y yo no nos llevábamos bien. Prefería mil veces encerrarme en mi habitación y pasar el fin de año como otra noche cualquiera, leyendo o mirando alguna serie.

Los padres son buena gente y se portan muy bien conmigo. Me caen bien pese a las excentricidades, pero la relación con Katsuki era, por simplificarlo mucho, violenta. Las dos familias se conocieron en la guardería "El tranvía azul", la única en el barrio. Y a partir de ahí la cercanía vecinal y que ambas madres congeniaron formó una relación que, a mi parecer, solo ha traído problemas.

No sé decir exactamente cuándo empezamos a llevarnos mal, aunque tengo mis teorías. Pero actualmente sólo sé que no hay mejor término para definir la relación con Kacchan que bullying. Él hacia mí. Él y todos los compañeros de clase, porque por casualidades de la vida vamos a la misma escuela. Pero prefiero no pensar en toda esta historia.

Terminados los deberes, y visto que aún tenía tiempo hasta irnos a cenar con los Bakugo, me dispuse a entretenerme un rato en la fantasía de los videojuegos. En este caso un nuevo juego de estrategia militar que por algún motivo causaba furor entre los jóvenes de mi edad. Escuchaba a algunos compañeros de clase comentar la dificultad estratégica de las campañas y la complejidad de conseguir las máximas estrellas, pero personalmente no encontraba el reto tan imposible. Por un lado, siguiendo el clásico y universal método de ensayo y error un par de veces conseguías conocer el patrón de movimiento de la inteligencia artificial, lo que marcaba los pasos necesarios para ganar. Y, seguidamente, las máximas puntuaciones se consiguen con paciencia y razonamiento; tomando notas, etc. Practicando. Juego o no sigue basándose en táctica y pericia; ajedrez con otras piezas. Como dijo Sun Tzu, "reflexiona y delibera antes de hacer un movimiento", o algo así.

Un fuerte rayo me sacó de mis pensamientos, iluminando fugazmente la oscura habitación hasta ahora única y cálidamente alumbrada por una lámpara de escritorio. Sin levantarme de la silla, retiré las cortinas de delante y miré al exterior, a la calle. La tormenta había llegado antes de lo previsto; en un instante el leve sonido de la lluvia se convirtió en un estridente repicar. Abrí la ventana -a sabiendas del peligro de hacerlo- y saqué la mano para notar la precipitación, que se dice tiene una calmante magia. Hace que te vengan a la cabeza grandes actos de películas, la idea de salir a la calle y mojarte; y dar vueltas como un tiovivo mientras piensas en un desamor o te replanteas la vida. Y llegas a lo más hondo de tu desgracia, desde donde solo queda una dirección, el duro pero deslumbrante camino a la cúspide. Pero nada de eso es real, la vida no es Hollywood. Es tangible, cierta. Una tragedia griega.

Cerré la ventana. Estar en el tercer piso del bloque de apartamentos proporciona una buena vista de los alrededores, una zona residencial de clase media-baja a las afueras de la ciudad. Un barrio formado principalmente por edificios del boom inmobiliario: no muy altos, baratos y uniformes. Aunque recientemente los solares vacíos que había dejado la crisis estaban siendo ocupados por chalés de más alto standing. Mi madre decía que debíamos estar muy agradecidos a las nuevas familias, pues el negocio había aumentado mucho en la frutería donde ella trabaja, lo que permitirá pagar antes las deudas dejadas por papa. Mi habitación daba directamente a la calle, una vía de doble sentido que desemboca a mano izquierda en una modesta plaza repleta de árboles y cuidados parterres, sin salida. Por las mañanas esta se llena de ancianos que conversan en los bancos, y a veces juegan a la petanca. Por las tardes, son los niños los que ocupan el espacio, jugando animadamente a fútbol o pilla pilla.

Fue entonces cuando por el borde de la visión aparecieron dos furgones blancos, los típicos de mudanzas. Llenos de pegatinas e inscripciones indicando la empresa, que no conseguí distinguir por la lejanía y la energética lluvia. Apagaron las luces y aparcaron justo enfrente de mi edificio, pero en lado contrario de la calle, donde había una casa de dos plantas recientemente construida. Aún estaban afuera los sacos de construcción repletos de runa, la entrada no era más que tierra con unas llanas piedras a modo de camino, y se podía apreciar una excavadora en la parte trasera. Seguramente estaban construyendo una piscina. Además, faltaba terminar el muro que separaba la propiedad de la calle. Las obras me habían amargado tres o cuatro meses; ruido de maquinaria desde temprano hasta el anochecer, polvo por todas partes… No era una locura arquitectónica moderna; era un edificio sencillo y agradable a la vista, que denotaba clase. Quizás mis conocimientos arquitectónicos son primitivos, se limitan a considerar "eso es bonito y eso no". Y en este caso consideraba que era mona. Una vivienda cuadrada, pintada de un claro color crema, con una terraza arriba del todo y un tragaluz tapado con unas telas. No se apreciaba el interior, aunque seguro es muy luminoso gracias a las muchas ventanas, cubiertas también. Habían empezado los trabajos de jardinería, los menudos árboles que delimitan la finca así lo indicaban. Cipreses, o algún similar.

Ni la hora ni el día parecían los normales para una mudanza, cosa que me llamaba mucho la atención. Siempre hemos vivido en el mismo piso, y no he ayudado en otros traslados, pero por lo que sé del cine es algo complejo que requiero tiempo y esfuerzo. Físico y mental. No es algo que hagas en fin de año. Me levanté sin quitar la vista de los furgones y cogí de la próxima estantería los prismáticos -un regalo de cumpleaños de mama-. Sentado de nuevo, esta vez de rodillas para tener mejor visión, observé con atención los furgones. Del primero se bajaron tres hombres vestidos exactamente igual: mono azul marino sucio de pintura, con lo que supuse eran gastadas inscripciones de la compañía; zapatos de construcción, y por el cuello asomaba una camiseta blanca. No llevaban chaqueta ni chubasquero. Nada más salir se pusieron un gorro de lana del mismo color que el mono, para intentar proteger la cabeza de la lluvia. Completamente inútil con la tormenta que había.

Esos gorros hacían difícil distinguir la forma de la cabeza y la estructura facial, si bien pude ver un oscuro mostacho en uno de ellos. Se dirigieron rápidamente a la parte trasera del furgón y abrieron las puertas, subiendo uno de ellos al interior y desapareciendo, mientras el del bigote trataba de encender un cigarrillo. No lo consiguió. Del otro furgón no bajaba nadie, aunque podía distinguir dos figuras a través de las ventanas, ambas aparentemente masculinas. Surgió el hombre de dentro del furgón con tres impermeables, repartiéndolos entre sus compañeros. Inmediatamente del otro vehículo descendió un individuo con una negra gabardina e igual sombrero que se dirigió a la puerta de la casa, abriéndola. Su postura era impecable, erguida como si tuviera una escoba por espalda. Transmitía seguridad y carácter, seriedad aristocrática. No podía verle el rostro con claridad, sólo el perfil izquierdo con su recorrido a la entrada. Los prismáticos, aunque de calidad, tenían límites. Y con el añadido de la lluvia y la poca iluminación…

Inconscientemente creé la imagen de un hombre de edad media, cincuenta y algo años, de negruzco cabello grueso y largas patillas setenteras. Su cara parecía alargada aunque proporcional, con un mentón pronunciado como rasgo principal. Las patillas dificultaban más análisis. Era un hombre alto, por lo menos metro noventa, y cojeaba levemente de la pierna derecha. Seguramente de familia acomodada y alta educación, el modelo típico de banquero o distinguido empresario.

Nos encantaba jugar con mama a crear historias de la gente que veíamos; a imaginarnos su trabajo, aficiones, relaciones… Era un modo de entretenerme en los ratos que estaba en la frutería. También me pasaba horas en la trastienda, sentado delante del televisor viendo series detectivescas; Poirot, Monk, Se ha escrito un crimen… Esta distracción se convirtió en una afición que ocupa hoy gran parte mi tiempo libre. Me encanta analizarlo todo. Me encanta la investigación, me encanta la criminología, me encanta prestar atención a los detalles. O al menos intentarlo. Analizo héroes principalmente (lo mejor del mundo en mi opinión), aunque en mis libretas hay otras curiosidades; desde villanos obviamente a personas del barrio. Recientemente he profundizado en las novelas policíacas, intentando imaginarme los casos antes de tener mucha información, y resolverlos. Incluso he creado algunos míos propios, pero no se me da muy bien.

El hombre de la gabardina había desaparecido tras la puerta de la casa, mientras los ahora cuatro mozos descargaban los vehículos a toda prisa. Salía de todo: sillas, estanterías, un sofá, dos escritorios, una lavadora, cajas y más cajas… Era obvio que no estaban cómodos, completamente mojados y pasando frío, el temblor de manos al coger las cosas así lo indicaba. Seguro que todos estarían enfermos en un par de días, pero siguieron rápidamente bajando y entrando los muebles y demás a la vivienda. El trabajo es lo primero. Casi se les cayó el lavavajillas por un resbalón, mas todo quedó en un susto. Era una escena cotidiana, aburrida, que por algún motivo captó mi interés por encima del videojuego.

Pensando que podría crear una historia a partir de ella, o que serviría para practicar mis habilidades de análisis, cogí una nueva libreta de tapa blanda del cajón del escritorio y apunté lo que veía: como eran los hombres -incluido el del sombrero-, las furgonetas y su matrícula, la hora actual y de llegada, el tiempo, qué salía de los vehículos y en qué estado (envuelto en plásticos, en mantas, cajas de cartón o de plástico…), todo. Intenté también descifrar las inscripciones de las furgonetas, el nombre de la empresa. Fijándome al máximo terminé con "Exprés Mudanzas", bastante adecuado para la ocasión. Luego, con calma, redactaría la impresión de la escena y de los participantes. Las sensaciones las guardas en la mente por más tiempo. Ahora todo era desorganizado y esquemático, varias páginas de errático grafito. Dibujos simples y sueltas palabras. Se dice, con más o menos acierto, que una imagen vale más que mil palabras. Podría haber sacado el teléfono y fotografiarlo todo, pero no se trataba de eso, sino de un ejercicio mental. Y físico, pues el me brazo dolía de mala manera.

Pasaron diez minutos sin que aparecieran los trabajadores al exterior, la tormenta seguía igual de intensa y mis rodillas empezaban a flojear. Me puse de pie prismáticos en mano a esperar algo. Dudaba entre reírme por no tener nada más que hacer que mirar como unos nuevos vecinos se trasladan o abogar por el argumento de que esto era práctica para el futuro. Supuse la tardanza en salir significaba que estaban terminando de organizarlo todo y que no había más cosas por traer, lo que terminaba la diversión. Ya volvería a prestar atención cuando viese las luces de las furgonetas encenderse.

Así, me puse a mirar otros edificios. Especialmente uno de enfrente un poco a la derecha que hace esquina con otra calle. Ahí vivía la compañera de trabajo de mama. Mirando la intersección, unas luces se colaron en los prismáticos y me deslumbraron brevemente. Aparté la mirada y cerré y abrí los ojos varias veces, recuperando la visión. Un coche estaba girando y se disponía a estacionar delante de los de la mudanza, más cerca de la plaza. Los limpiaparabrisas trabajaban frenéticamente, y parecía una berlina de alta gama, aunque tengo cero conocimientos en automóviles. Del vehículo bajó por la puerta del conductor un hombre que abrió el paraguas tan rápido que podría optar a un Récord Guinness. Me daba la espalda, el paraguas cubriendo parte de esta, aunque vi que vestía unos pantalones de vestir color plomo, sin enseñar calcetín como está de moda ahora. La parte superior era una chaqueta de traje, de color plomo también, y con líneas marrones caramelo como patrón. Avanzó hasta la puerta de atrás, colocándose con postura militar entre la puerta y el maletero. Parecía congelado, y no del frío. La perfecta definición de una estatua, o de un mayordomo. Poco a poco, la puerta que ahora protegía con el paraguas se abría, hasta que ap-

- ¡Izuku! ¡Cariño! ¡Es hora de irnos! Recuerda coger el anorak que hace frío, y apaga la luz del pasillo que me la he dejado encendida, por favor –oí gritar a mama a través de la puerta. Me puse en marcha inmediatamente. Dejé los prismáticos en el mismo escritorio, apagué la lámpara y me guié a oscuras por la habitación hasta el armario, donde intenté coger el anorak. No lo encontraba, y eso que tengo poca ropa. Estúpido, pensé. Encendí la luz general y cogí el abrigo.

- ¡Date prisa que llegamos tarde, que me he despistado!

- ¡Ahora mismo voy! – grité -. ¡Diez segundos que repaso si lo tengo todo!

De una palmada revisé los bolsillos delanteros de los tejanos: móvil en el derecho y cartera en el izquierdo. Las llaves van en el bolsillo trasero derecho, pero están en el salón. Ya las cogeré al salir. Di una vuelta sobre mí mismo, comprobando que todo estuviera bien, en relativo orden. Costumbre que tengo antes de salir de la habitación, por si hay una inspección sorpresa al volver. No quiero horas extra de tareas del hogar. Estaba algo nervioso; notaba el cuerpo excitado, y mi cerebro activo revisándolo todo, pero aún distraído con la investigación anterior. No me gusta dejar las cosas a medias. Los nervios vienen solo de pensar que tenía que ir a relacionarme con otras personas, aunque haya conocidos. Me entra terror. Un cosquilleo paralizante por todo el cuerpo. Y como al hablar el cerebro y la boca se desincronizan…

Me fijé en que había dejado la persiana subida, mala idea con la tormenta. Apresurándome a bajarla discerní como una figura femenina desaparecía por la puerta de la casa de enfrente, acompañada por el hombre del paraguas. Una silueta con mallas y grisácea falda, con un oscuro cabello caído hasta media espalda. No pude ver más.

Habitación cerrada y anorak puesto me dirigí a la entrada, donde mi madre me esperaba con dos paraguas. Estaba contenta y sonreía cómodamente. Sin forzar. Últimamente ha estado muy cansada, y yo no he ayudado mucho en casa, por lo que hemos tenido alguna discusión.

- No has cerrado la luz del pasillo –dijo con voz cansada-.

- ¿De verdad hemos de ir? -pregunté elevando el tono mientras corría a cerrar la luz-. Me apetece quedarme en casa y ver una película. Podemos alquilar algo.

- Ya sabes que nos hemos comprometido, he comprado vino y todo – Me acercó el paraguas, esbozando una sonrisa que enseñaba los dientes-. Nos lo pasaremos bien.

- Tú te has comprometido, yo no.

No respondió. Únicamente negó suavemente con la cabeza, de esa forma que te hace sentir mal, con desaprobación. Capté el mensaje enseguida. Cogí el paraguas y salí a la escalera.

Los diez minutos de camino a la casa de los Bakugo fueron gélidos y tensos. La lluvia había calmado un poco y la temperatura era razonable; solo tenía frío en la punta de los dedos de las manos. Siempre tengo las manos frías, la sangre no me llega, o eso opina mama. Pero no, era el ambiente entre los dos que era helado. Incómodo. Me había disculpado nada más salir a la calle, no se habla así a una madre, pero no era suficiente. Todo y aceptar el perdón -acompañado del clásico "yo no he criado a un maleducado", el aire seguía cargado. Cara larga y ceño fruncido. Tenía toda la razón, a veces no se valora lo suficiente el trabajo de las personas. Y mama me ha cuidado desde que papá se fue hace ya ocho años, enfrentándose sola a deudas bancarias y jornadas imposibles.

Piqué el interfono en dos rápidas series, sonando muy levemente. Las pilas empezaban a estar desgastadas. Se escuchaba des del interior cierto rumor de música, el latido de los bajos de una canción, y estaban encendidas las luces de ambas plantas. Luces cálidas, anaranjadas. Mama se giró con un profundo suspiro.

- Siempre te portas bien, que hoy no sea una excepción. Por favor.

- Lo haré.

- Así me gusta – dijo suavemente, acariciándome el pelo-. Mañana iremos al cine a ver esa película de héroes que tanto insistes. ¿De acuerdo?

- ¿Y podremos comprar palomitas?

- Y algodón de azúcar si quieres.

Volvimos a picar pues nadie abría, esta vez durante más rato. Tras bastantes segundos escuchamos una voz masculina que se disculpaba honestamente por la tardanza y nos permitía el paso. Avanzamos a través del jardín hasta la entrada de la casa, donde el padre de la familia, Masaru, nos esperaba en el porche. Vestía más elegante que de costumbre, con el pelo engominado hacia atrás y corbata color vino tinto, a juego con la oscura camisa. Llevaba lentillas en lugar de las cuadradas gafas en las que siempre le había visto. Era diferente, un tanto pícaro, pero le favorecía. Le quitaba al menos cinco años. Se inclinó perfectamente en un ángulo de cuarenta y cinco grados y volvió a disculparse enérgicamente por hacernos esperar fuera en la lluvia.

Cuando nos hizo pasar no sé qué esperaba, pero no era tanta gente. Imaginaba a algunos familiares y conocidos del barrio, pero no a toda la ciudad. La casa era un bullicio; había varias mesas por todas partes con comida, personas de pie con platos desechables conversando, niños pequeños corriendo… La música estaba alta, pero era imposible entender la letra de la canción. Únicamente notabas un temblor en el pecho.

- Menudo montaje -. Balbuceé impresionado.

- Si – afirmó rascándose el cuello en señal de vergüenza-. Mitsuki ha querido celebrarlo por lo alto.

Mama no sabía que decir. Mirándolo todo con ojos como platos.

- Os habrá costado mucho prepararlo todo.

- No tanto como piensas. Mover algunos muebles y poco más. La comida es encargada.

- Igualmente. Sentimos no haber podido ayudar a montarlo todo.

Inclinó la cabeza en señal de disculpa, forzándome a mí a hacer lo mismo. Le entregó la botella de vino.

- Inko, no hacía falta.

- Es lo mínimo que podemos hacer – dijo formalmente-. Os ayudaremos a recoger cuando termine la fiesta.

Masaru intentó reprocharle, pero entendió por la mirada que no era negociable. Normalmente no hay tanta formalidad, nuestras familias se conocen desde hace mucho, pero hoy parece flotar cierto aire de respeto extra. De precaución.

- Estaremos encantados -dijo con una cálida sonrisa-. Comed y bebed todo lo que queráis. Hay de todo.

- ¿Zumo de naranja? – Pregunté-.

- En la nevera hay una botella solo para ti.

- ¡G-Gracias! – Conseguí formular. El escándalo del salón me estaba alterando, necesitaba calmarme de algún modo. Además, olía mucho a tabaco. Excusándome de la conversación con que tenía que ir al baño, me dirigí a la segunda planta, que con suerte sería más tranquila. Maldito pánico social. Nada más poner un pie en la escalera al segundo piso mama gritó:

- ¡Izuku, algunos de los niños están en el porche de jardín! Pasa si quieres a saludar.

Mejor no. El objetivo era sobrevivir la noche para ver un nuevo día. E ir con los de su relativa edad suponía que Katsuki estaba allí, lo que era muerte. No física, -o no debería al menos-, sino muerte de orgullo y dignidad. Muerte de vergüenza. No tenía claro qué niños estarían en la fiesta, pero con uno que empezase el juego de "burlarse del indefenso y tímido sin quirk" es suficiente. Y Kacchan está aquí, es su casa, ósea que ya hay uno. El peor de los que conozco.

Tras limpiarme la cara e intentar poner un poco de orden en el pelo -para estar más presentable, todos somos algo presumidos-, pensé en la forma de pasar desaparecido. Podía quedarme en el baño encerrado toda la noche, pero con la cantidad de personas en la fiesta seguro que alguien sube a la segunda planta; y desaparecer en una habitación tampoco porque levantaría sospechas, mama vendría a buscarme tarde o temprano. Y tenía bastante sed y hambre. Mientras ideaba el plan perfecto alguien intentó abrir la puerta, pero se dio cuenta de que estaba bloqueada.

- Oh. Lo siento. Iré a buscar otro servicio-. Dijo alguien desde el otro lado. Era una voz grave y monótona; sin subidas ni bajadas de tono y con fuerza de garganta. Bastante radiofónica.

- ¡No-o hará falta, en-n-seguida salgo!

Sin respuesta, me sequé rápidamente las manos de nuevo y salí. Fuera había alguien con una de las apariencias más curiosas que había visto en vivo directo. Era un muchacho de una altura similar a la mía, no más de metro sesenta y cinco, pero con la cabeza de un pájaro. Un cuervo para ser más exactos. Además, llevaba el estilo Allan Poe hasta nuevos límites. Todo lo que vestía era negro, lo único que resaltaba en su apariencia era el pico amarillo apagado y sus ojos. Ubicados a cada lado de su cabeza, me observaban estoicamente como el objetivo de una cámara de los noventa, punto rojo incluido. No me dio mucho tiempo a observarlo, o la situación se volvería bastante incómoda.

- To-d-o tuyo – dije señalando al baño y apartándome. Sinceramente, daba bastante miedo. Si me encontraba a alguien con esa apariencia en una calle oscura, o de día yo solo, rezaría a todos los dioses que conozco para no morir. El muchacho por el contrario, con calma, simplemente hizo una muestra de respeto con la cabeza y entró al baño.

Pensando en lo apetecible que parecían una pizza que había visto antes abajo y el refrescante y fresquito zumo de naranja me dirigí al salón, pero unas voces que subían por las escaleras me paralizaron.

- Ese nivel lo pasamos antes, imbécil.

- Vale vale. Solo era para revisar.

- Shhh. Mira quien tenemos aquí – dijo Katsuki. Hizo una larga pausa mientras subía el último tramo de la escalera y se acercaba a mí a través del pasillo. Intimidatoriamente, como un tigre escondido entre la maleza esperando a atacar-. Ya decía yo que había visto a Inko. Hola, Deku.

- ¿Por qué tiemblas, si no he dicho nada? -. Lo preguntó con cansancio, como quien escribe puntos suspensivos al final de una frase. Avanzó un poco más-. ¿Te lo estás pasando bien, Deku?

- Sii-i. Habéis mo-n-ntado una fiesta increíble.

Yo estaba inmóvil, levemente tembloroso. Con suerte un adulto subiría al baño, lo que me brindaría la posibilidad de escapar de aquí.

- Lo sé. ¿Te apetece venir a jugar a mi habitación un rato, Deku?

- Oh, no, no. Yo iba a, a coger algo d-de, de comer. Por-qqque tengo hambre. Con, con ham-bre se come.

- No es un poco irrespetuoso rechazar una invitación como esta, del anfitrión de la fiesta además.

Dijo uno de los seguidores de Katsuki desde atrás, un chico regordete que siempre estaba con él. Solo se dedica a eso, a acompañar a Bakugo y a repetir lo que este dice, a inquirir en el tema. Lo odiaba. Me fijé en el grupo, eran varios los que estaban en el pasillo, siete si el rápido cálculo era exacto. Estaba demasiado preocupado mirando lo interesante que era el suelo. Siempre lo mismo. Plantar cara es malo, no plantarla también. ¿Cómo podía escapar esta situación? Inspiré profundamente, relajándome; calmando la respiración, aunque oía mi propio pulso. Un bum-bum al fondo del oído.

- Es m-muy considerado. Mucho. Peroo tengo hambre. Ade-demás, seré una molestia.

- No serás una molestia, para nada. Tú no eres eso. ¿Verdad chicos? – Dijo otro chaval de su séquito, asintiendo los demás. Todos mirando expectantes. Yo tenía una lucha personal entre la sumisión de mirar el suelo y la tensión de aguantar las miradas.

- Exacto. Nos lo pasaremos bien, Deku.

- Se-seguro que sí. Pero como he dicho tengo hambre, y habéis preparado una comida que tiene muy buena pinta y no quiero irme sin probarla, y hay zumo de naranja en la nevera y mi madre me espera abajo, y estaba hablando con tu padre sabes, y le queda muy bien el nuevo estilo, y aún he de saludar a tu madre y darle las gracias y-

No conseguí terminar, una serie de sonoras pero controladas explosiones producidas desde su mano me callaron, poniéndome aún más en aviso. Maldito sea su quirk. Empecé a retroceder poco a poco. Kacchan por el contrario avanzaba, produciendo más explosiones. Nos observábamos ahora atentamente, él tenía esa horripilante mirada; como el ludópata que asegura que esa es su última partida, o como un comedor compulsivo con la última bolsa de patatas fritas. Reculé hasta pasar la puerta del baño, Bakugo a dos pasos de distancia.

- Nunca has sabido callarte, Deku.

- Ni tu controlarte.

Y ahí va mi vida.

- Ser-

La puerta del baño se abrió como si se tratase de un videojuego: repentinamente con un movimiento brusco hacia el interior que ninguno de los dos esperábamos. El chico cuervo de antes -si así se le puede llamar- dio un paso y se paró justo debajo del margen de la puerta, percatándose de nuestra situación (o lo que fuera que se imaginase), a la vez que seguía secándose las manos en los lados de los pantalones, aparentemente inalterado. Nos observó girando la cabeza de lado a lado y fijándose brevemente en cada uno de nosotros y los acompañantes de Katsuki; interesado, pero sin que la cosa vaya realmente con él. Bakugo se encontraba a un brazo de distancia de mi cara, la puerta justo entre nosotros. Le había subido el color a la cara, ahora de un rojo semáforo, y parecía realmente enfadado. Estaba realmente enfadado. Creo que siempre lo está.

- ¿Interrumpo algo importante?

- Fuera de aquí, extra.

- La oscuridad no trata bien a los maleducados.

- ¿De qué coño estás hablando? – Bakugo se giró a mirar a sus compañeros, señalando al chico y riéndose. Dijo algo pero no lo escuché bien-. Largo de aquí, tú y esa oscuridad me podéis comer los huevos.

- Eso… no es muy agradable la verdad.

- Ni tampoco lo que te voy a hacer.

- Estás enfadado porque tus padres no te han comprado la muñeca que querías o es esto frustración sexual?

Me reí. No una risa fuerte ni especialmente sonora, pero suficiente para que todos me mirasen. Por suerte no se me consideró importante, así que Bakugo y el extraño volvieron a encararse. Suficientemente cerca para darse y esquivar golpes. Si esta escena tuviera banda sonora sería una tetera hirviendo; subiendo la intensidad y los agudos. ¿Llegaría a algún punto culminante?

- No te conozco y me estás hartando, ¿quién coño se supone que eres?

- Nadie. Yo soy nadie. Nadie está aquí.

- Que gracioso. Ya estás saliendo de mi casa, o te hecho a patadas.

- Hi -

- ¡Aquí estás! – dijo desde la escalera la madre de Kacchan, alta y orgullosa con las manos en las caderas, mirando fijamente a su hijo-. Mueve tu culo abajo y ayúdame a repartir unas cosas.

- Íbamos a la habitación a jugar - Protestó Kacchan-.

- Me da igual. Todos abajo.

No huvo reacción, nadie quería entrometerse en la discusión familiar. Nadie sabía qué hacer.

- ¡Ya!

La respuesta no fue automática, pero sí unánime. El grupo del pasillo descendió como una procesión, siguiendo a Katsuki que iba el primero mientras terminaba de discutir con su madre. A pulmón limpio, gritando. Un clásico de la familia. Por fin respiré, profundamente. Dicen que va bien hacerlo una vez al día; y yo había agotado hoy toda una semana de repeticiones. Me había quedado quieto. Bajar podía esperar un rato, hasta que me tranquilizase. El desconocido del baño también se había quedado, y estaba igual de inalterado e inexpresivo. Simplemente me miraba.

- Tokoyami Fumikage – se presentó formalmente, haciendo una breve reverencia-.

- Midoriya Izuku.

- Espero no haberte metido en ningún lío, pero ese chico es un capullo. Lo he escuchado todo desde el baño.

- Oh. No, no. Nad-da de eso. G-gracias por salvarme – dije entre risas, rascándome el pelo e intentando pensar en las variables de la conversación. Tratando de imaginar cómo se desarrollaría. La situación era incómoda para mí. Bueno, casi todas lo son, pero esta más de lo normal-. Kacchan es, difícil.

- Un capullo. Dilo sin pelos en la lengua.

- Nno siempre ha,-ha sido así.

- Lo que no significa absolutamente nada.

- Si, bbueno – esto era difícil-. ¿Y cómo, cómo es que estás en es-sta fiesta?

- Mi padre conoce al que organiza esto, Masaru creo, y ha considerado que aceptar la invitación de la fiesta sería bueno para la relación entre empresas.

- ¿A qué se de-deddica tuu padre?

- Tiene un negocio de distribución de material de oficina – hizo una breve pausa, la típica que se usa para intentar controlar lo que vas a decir, pensando en la reacción del interlocutor-. ¿Te apetecería ir a coger algo de comer abajo?

Me caía bien. Quizás era la inexpresiva apariencia que me relajaba, o la naturalidad de su forma de hablar. O quizás eran imaginaciones mías y simplemente confío con facilidad en la gente, pero parecía un chico serio y amable. Alguien respetuoso que no se reiría de mí y de mis defectos a la cara. Además, me había sacado de un serio apuro.

Asintiendo, le indique el camino haciendo una reverencia de portero de hotel, lo que le produjo una risita que me sorprendió. No esperaba que el sonido se pareciera tanto al que hacen los cuervos en las películas.

- ¿Os conocéis de hace mucho tiempo?

- ¿Quién?

- El rubiales y tú.

- Ah, Kacchan – dije asintiendo. Nos habíamos sentado en un rincón de la sala donde había unas sillas de madera plegables bastante incómodas. Los dos disfrutábamos de un refrescante zumo de naranja, y teníamos visión del panorama de la fiesta, que empezaba a animarse bastante. Faltaba poco más de una hora para las doce. Algunos adultos mostraban el comportamiento típico del que no va borracho pero está a dos cervezas de sacarse la camisa y bailar "la macarena". Habíamos comido de pie, dando vueltas por las mesas probando los mil y un platos. Ninguno de los chicos del grupo de Kacchan nos había molestado, estaban ocupados repartiendo bebidas y ayudando a Mitsuki, aunque de cuando en cuando los veía que nos señalaban.

Sorprendentemente la forma de comer de Tokoyami era normal, me esperaba un comportamiento más parecido a su faceta animal. Me fijé en que incluso tenía dientes dentro del pico, dientes humanos. Lo que era un poco raro. No conversamos mucho, lo suficiente para comentar qué platos están mejor y las cordialidades típicas, aparte de tener que saludar a un par de conocidos.

- Si no te apetece hablar no hay problema.

- No, no. Ees solo que es una largga historia.

- Tranquilo.

- ¿La versiiión rápida o la i-interminable?

- Sorpréndeme.

- Nos hic-cimos muy amigos de pequeños, luego él desarrolló su quirk y yo no – Dije poco a poco, tratando de recordar y simplificar a la vez-. Y, supp-ongo que eso en su cabeza suupuso que la promesa que noos hicimos de ser héroes juntos no sería posible. Y ahí eemmmpezó todo.

Hubo una larga pausa, aunque no era incómoda. De fondo escuché lo que parecía el inicio de la canción Help! de los Beatles. Ese inicio es imposible no reconocerlo.

- Lo siento.

- ¿P-por?

- Que no puedas convertirte en un héroe.

- Si bb-bueno, llámame loco pero sigo dispuesto a aa intentarlo.

No hubo respuesta, aunque creo que me miró por primera vez de forma diferente a la estoicidad que hasta ahora había mantenido. Era difícil comprender sus emociones; sus expresiones faciales eran claramente limitadas, y los ojos transmitían tanto carácter como un led. Todo aquello que indica el estado de una persona no existía en su rostro. No había arrugas en la frente ni movimientos específicos de la boca, no había surcos en las mejillas. Además, su lenguaje corporal era lo que esperabas de su carácter, serio pero sin parecer una piedra. Presencia, sin acaparar. Lo que no significaba que hubiera falta total de emoción en sus acciones; tenía la costumbre de esperar la respuesta con la cabeza levemente ladeada, y sus ojos se habían abierto más de lo normal al ver unas tostadas en la mesa. Y era obvio que le gustaba el color negro y todo lo que quieras relacionar con éste, desde música -por cómo de cuando en cuando marcaba el ritmo con el pie de las canciones que sonaban de fondo- hasta cómo había escogido el rincón más oscuro de la sala. Analizar a Tokoyami era divertido.

- Interesante.

- ¿Ttú crees?

- A parte de que estás chiflado, no había conocido nunca a alguien sin quirk.

- Somos bastante especiales -dije entre sonrisas-.

- Sabes, yo también quiero ser un héroe -se detuvo, mirando fijamente el zumo como si de este fuera a aparecer la frase que buscaba-. Uno que inspire terror a los villanos.

- Eeso no será di-difícil, si fuese uun villano y te encon-trase de noche saldría corriendo.

Esperaba no haberle ofendido, y por suerte no fue así pues se volvió a reír como un cuervo, lo que me hizo gracia a mí también. Estaba cada vez más cómodo con él, era una conversación interesante y agradable.

- No eres el primero en decírmelo.

- ¿Y c-cuál es tu quirk, si si ppuedo preguntar?

Del interior de la negra sudadera, a través del cuello, apareció rápidamente una sombra flotante que se extendió hasta quedarse justo delante de mí. Era una masa oscura con la fisonomía de Tokoyami, su semblante facial, aunque más animalístico. No era un humo exactamente, se parecía más a una especie de energía sólida -si eso tiene sentido-. Parecido a una bobina de tesla, pero formando una inacabable y negra aglomeración. Lo más llamativo de su aspecto eran los ojos, amarillos brillantes. A la cabeza sólo me venía la imagen de los mofletes de Pikachu estallando en energía. Sorprendentemente, todo seguía conectado al cuerpo de Tokoyami por un hilo de la misma energía, o lob que fuera que fuese.

Alargué la mano para tocar el pico, pero la masa retrocedió ágilmente, flotando unos pasos más allá de donde estaba sentado.

- ¡Eh, eh! ¡Lo primero es el consentimiento!

Había hablado. La cosa esa había hablado.

- Y-y-yo, ehhmmm, ¿l-lo siento?

Que fuerte. Estaba dudando entre pedir perdón a lo que fuera que tuviera delante o a Tokoyami. Así que girando la cabeza energéticamente me disculpé repetidamente a ambos, haciendo reverencias entre medio. La noche era cada vez más rara.

- Tranquilo, no pasa nada -dijo Tokoyami entre risas-. Este es Dark Shadow. Es muy complicado explicarlo todo, pero básicamente es una extensión de mí, y hace de todo.

- Increíble.

- Gracias, muy amable – habló de nuevo la entidad, ahora conocida como Dark Shadow-. Pero sigo sin dejar que me toques.

Entonces, Dark Shadow desapareció por completo bajo la sudadera de Tokoyami, esfumándose tan rápido como fue su aparición.

- Es mejor no mostrar los quirks en público. Además, con mucha oscuridad es difícil de controlar.

- No me dejas divertirme, que es diferente -oímos gritar bajo la ropa a Dark Shadow-.

- Ee-ntiendo.

Estaba alucinado y nervioso a partes iguales. Pero eran nervios buenos, los que sientes cuando sabes la respuesta a la pregunta de un examen. Y tenía muchísimas preguntas. Y también estaba enfadado conmigo mismo por no haber traído la libreta y poder apuntar inmediatamente todo esto. Tokoyami era un chico muy interesante. Increíblemente interesante. Fuera del aspecto y la personalidad, tenía un quirk aparentemente muy poderoso. ¿Cómo se comunican? ¿De donde sale? ¿Cuál es el rango de Dark Shadow? ¿Hay límite de tiempo? ¿Puede ser completamente independiente? ¿Cómo más de fuerte es con la oscuridad?

Tokoyami percibió mi interés, y me invitó a preguntar lo que quisiera, aún teníamos tiempo hasta las doce. Además, parecía muy contento de poder hablar de estas cosas. Había hecho un amigo.

Apenas faltaban diez minutos para las doce, y Tokoyami y yo habíamos estado charlando sin parar de su quirk; héroes, villanos, escuelas, ideas, ideales… Estaba siendo la noche más agradable en mucho tiempo, alguien con quien conversar de tú a tú, con respeto, pero sin cortarse. Los nervios desaparecían poco a poco.

Fue durante una discusión sobre las capacidades del tercer mejor héroe, Hawks, que Mitsuki nos interrumpió para darnos dos bolsas de cotillón, cada una con una variedad de cosas: globos, serpentinas, trompetas de plástico, un sombrero, un par de antifaces y una peluca. Nos dijo también que había vasos de champán en la mesa, acompañado de un guiño de ojos.

- Ponte la peluca. Te quedará bien.

- Solo si tu te pones esse sombrero taan mono -dije señalando a un sombrero rosa brillante repleto de purpurina de una mesa de enfrente. El que él tenía era casualmente, negro-.

- Trato.

Con eso me puse la peluca de mi bolsa, que era tan horrible como de esperar. Una melena rubia oro que me llegaba hasta pasado el cuello. No fue fácil de poner, mi pelo sobresalía por todas partes, especialmente la frente, donde el amarillo chillón contrastaba terroríficamente con el negro y verde de mí pelo natural. Además, no la había llevado más de cinco segundos y empezaba a picarme todo. Y ese sintético olor, olía a tantos productos químicos que era posible que muriese solo por haberla tocado.

- Te queda muy bien.

- ¿Tt-tú crees?

- Si – dijo con una risita Tokoyami-. Estoy seguro.

- Te esetás riendo – dije intentando sonar enfadado-.

- No, no – intentó continuar entre más risas, cada vez menos disimuladas-. Esta noche vas a triunfar.

- Idiota.

Acompañando la peluca de surfista californiano Tokoyami me dio un antifaz negro de plástico con un lejano parecido al que llevaba "El Zorro", y un collar hawaiano. Era una combinación que hacía daño a los ojos, aunque parecía hacerle reír. Intenté ponerle un atuendo igual de horrible, pero no había forma de ponerle un antifaz, y más de lo mismo con el sombrero rosa.

Oímos gritar a Mitsuki que se preparase todo el mundo, que faltaban sólo dos minuto para el nuevo año. La televisión estaba puesta a todo volumen, y los altavoces de la sala reproducían el sonido de los presentadores del programa que, tras una larga discusión, se había decidido poner. Esa mujer tiene unos pulmones de cantante de ópera.

La sala estaba ahora únicamente iluminada por un par de lámparas de pie pues se habían apagado las luces generales para dar esa sensación acogedora, y casi nadie hablaba. Todo el mundo estaba pendiente del televisor con un vaso de plástico de champán en la mano, y en la otra a la familia o amigos con los que compartía el momento.

Me despedí de Tokoyami, tenía que buscar a mi madre, y él lo mismo con sus padres, pero quedamos en encontrarnos después para seguir hablando. Había una discusión sobre Hawks por terminar.

Con un recién cogido vaso de champán me fui a buscar a mama, que estaba apoyada en una pared cerca de la entrada de la casa. Estaba alegre o, al menos, daba esa impresión. Desde esta parte del salón tenía una vista lejana del televisión y al grande grupo de gente congregado delante de este. En cuanto al champán, no me gustaba el gas, pero por un día se puede hacer una excepción. Y lo mismo con el alcohol.

- Veo que has hecho un amigo.

- Es muy simpático -dije descansando a su lado en la pared-. Tenías razón.

- ¿En qué?

- En que me lo pasaría bien.

- Las madres somos un poco brujas.

La sala súbitamente explotó en gritos con los diez segundos, chillando el inicio de la cuenta atrás. Nos pusimos completamente de pie y avanzamos unos pasos, para estar más cerca de todos los congregados. 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1. Alegría, felicidad, risa… Emociones del paso de un año a otro. Para mi no era más que un número que marcaba como de cerca estaba la decisión del futuro propio. Pero eso son cosas mías.

Abracé fuertemente a mama y nos quedamos así unos largos segundos, en el momento. La sala era un jaleo absoluto, aunque era agradable ver tanta alegría. Serpentinas volando por todas partes, trompetas sonando por encima de las felicitaciones… Un ruido divertidamente ensordecedor.

- Una duda, ¿de donde ha salido este disfraz?

- De aquí y allá. Tokoyami me ha retado a ponerme la peluca y bueno, ya ves -dije dando una vuelta y mostrando el conjunto-.

- Quizás te deberías teñir el pelo de rubio, no te queda del todo mal.

- Por favor, intenta decir eso sin reírte.

Volvió a abrazarme, este vez tomándome por sorpresa. Me tocó un poco la peluca, ajustándomela perfectamente.

- Bueno, voy primero a felicitar el nuevo año a Mitsuki y compañía – dijo mama dejando el vaso de champán vacío en una mesa cercana-. Tu deberías hacer lo mismo.

- Lo haré.

- Y recuerda que nos quedamos hasta tarde a ayudar a recoger.

Vi como mama se dirigía al cúmulo de personas y desaparecía, dejándome sólo con mi vaso de champán. Había dado un par de sorbos, pero estaba horrible. Gas y un sabor amargo desagradable… No sé cómo la gente es capaz de tomar esto. Enseguida tenía pensado ir a felicitar el año nuevo a los conocidos de la fiesta, solo necesitaba un momento para prepararme; para pensar las frases para parecer lo más formal posible, y también ser rápido para no alargar incómodamente las conversaciones.

Justo cuando iba a dar el primer paso, una fuerte mano me agarró por el cuello, apretándomelo mucho. Grité algo incomprensible, pero nadie de la fiesta pareció percatarse. Quien me había cogido del cuello me forzó a mirar al suelo, mientras me obligaba a avanzar hacia la puerta de la casa, que estaba al lado, a apenas cinco metros. Yo vociferaba "Ay" y "Uy", e intentaba coger el brazo que me agarraba tan fuertemente, pero no llegaba. Me resistía como podía, pero el atacante tenía mucha fuerza, y me hacía daño. Me era imposible girarme ni hacer otra cosa que avanzar.

El individuo abrió la puerta y me empujó fuera, dejando por fin mi cuello libre. Caí al suelo sobre el camino de entrada, pasado el porche de la casa y bajo la lluvia, que volvía caer intensamente. Había parado bastante el golpe con las manos, aunque lo primero que hice fue mirar si me las había rascado mucho. Estaban bien, pero me dolerían durante unos días, igual que el cuello. La peluca seguía asombrosamente intacta en mi cabeza, mama me la había puesto muy bien. El antifaz seguía en su sitio, pero el collar sí que se había roto.

Sacudí levemente la cabeza y miré a la puerta de la casa. Ahí estaba Katsuki, sólo. Había cerrado la puerta y me miraba fijamente. Me puse de pie con la máxima calma posible, transmitiendo sumisión, no hay que enfadar más a un animal rabioso.

Esta era quizás la primera vez que subía de grado la violencia; desde siempre en nuestras discusiones ha habido insultos, empujones, quemar algunas de mis cosas… Pero ahora parecía diferente, algo realmente personal. Supongo que estaba pagando el atrevimiento de Tokoyami.

- No creas que me he olvidado de lo de antes.

- Oyy-oye Kacchan, looo siento sii te he, he hecho quedar mal.

- No, vamos a solucionar nuestros problemas ahora.

- Ppp-eroo yyyo no tengo problemas contigo.

No era cierto. Pero soy por naturaleza diplomático, antes de todo hay que dialogar. Se puede salir de la mayoría de las situaciones con astucia y malabarismo gramatical. La sumisión también suele ayudar.

- Yo sí – dijo avanzando y saliendo del porche, ahora bajo la lluvia-. Sigues queriendo robarme el protagonismo.

- ¿Qqqué protagonismo?

- No te hagas el tonto, he oído tu conversación con ese pájaro. Ser un héroe… eres quirkless capullo.

- ¡Y donde está el mal en intentarlo!

- Enfréntate a la realidad joder. Eres un perdedor, no eres nada.

- Ppeeero ees mi sueño, puedo intentarlo.

- No puedes hacer nada – dijo sorprendentemente con un tono suave, lo que creo era peor-. Si tanto quieres ser un héroe, prueba a tirarte de un tejado haber si en la siguiente vida tienes más suerte.

Idiota. Enfado. Amargura. Frío. No podría creer que Kacchan hubiera dicho eso. Nuestra relación es difícil, lo sé, pero admiro infinitamente a Kacchan por un motivo superior a mí, que ni siquiera sé si podría explicar. Simplemente me dejo llevar. Él es una luz que brilla frente a todos.

Y dentro de esta tensión que tenemos yo me he defendido siempre, y al final del día conozco la forma de pensar de Kacchan. Es solo una faceta que sé superará, y aspira a ser el mejor héroe; el mejor en todo lo que hace. Y puede ser el mejor héroe.

Pero las palabras tienen consecuencias. Si me suicidase no sería difícil acusarle de inducción al suicidio. No hace falta ser un lumbreras para eso. Yo sabía que esto era bullying, siempre lo he sabido, pero me dejo llevar pensando que todo mejorará.

- ¿Te has quedado mudo?

Estábamos empapados, y el ruido de la lluvia empezaba a agobiarme mucho. No me dejaba pensar. No podía oírme a mí mismo. Kacchan comenzó a producir explosiones desde la palma de sus manos amenazantemente, y de nuevo avanzaba. Odiaba eso. Estaba temblando, de frío y de miedo, ambas reacciones naturales. Todo esto era demasiado. Y actué.

Salí corriendo a toda velocidad, tan rápido como mis piernas podían. Estaba seguro de que Kacchan no se lo esperaría, nunca había huido, siempre de una forma u otra me había enfrentado a él. Salí a la calle torpemente y corrí hacia cualquier dirección.

Era difícil correr con tanta lluvia, ésta me daba golpes en la cara y me obligaba a cerrar los ojos, no me fijaba exactamente dónde estaba yendo. Solo distinguía las luces y una vaga forma de las cosas. No soy muy veloz, pero cuando corres con todas tus ganas entras en esta especie de trance donde tienes una visión de túnel y todo se mueve mucho y te duele todo, pero sigues adelante. No me fijé en ningún momento si Kacchan me seguía o no, no tuve la tentación de mirar atrás. No pararía hasta desmayarme, no sabía por qué. No era muy racional, pero era lo que pensaba en el momento.

Estuve así unos minutos, corriendo, escuchaba mis fuertes respiraciones y los pasos que daba sobre el asfalto, cada uno dolía más que el anterior, las rodillas se resentían. Cada contacto con el suelo producía un eco en los huesos. Llegué a lo que parecía una calle principal, reduciendo la velocidad como nos enseñaron en educación física, dando cada vez más cortos pasos hasta detenerse. Estaba muy alterado, y no me sonaba nada, no tenía ni idea de donde estaba. Viendo un cartel que indicaba que a la calle siguiente a mano derecha había un supermercado 24h, decidí que esa era una buena opción donde pensar con calma. Después de todo tenía la cartera, el móvil -si había sobrevivido a tanto movimiento y al agua, y… ¡Joder¡ Me había dejado las llaves en casa. Mira que había pensado en cogerlas, pero se me pasó. Da igual, ahora tenía que refugiarme.

Avancé rápidamente los ciento cincuenta metros hasta la esquina, y nada más girar algo o alguien chocó conmigo y caí al suelo.


Y hasta aquí el primer capítulo. Sé que la historia es un poco lenta, pero me gusta darle forma poco a poco a las cosas. También entiendo que mi forma de escribir no le guste a todos.

Sinceramente, he tenido "esta" idea en mi cabeza por mucho tiempo, y ahora con la cuarentena me he sentado a escribirla. Y he escrito algo totalmente diferente. Igualmente, espero que os haya gustado o, si más no, que os haya entretenido.

JayTzar out.