Me mudé de mi país hace tres meses exactos. Una de las cosas que me traje fue mi amada y fastidiosa lapto. Fastidiosa, sí; es muy vieja, grande y pesada, muuuuy incómoda para transportarla, pero la amo porque me permite continuar escribiendo y aquí tengo, además, un montón de archivos sosos que no veía desde hace muchos años.
Este intento de historia, por ejemplo, tiene fecha del 2014. Con este encierro y alejamiento del mundo, me he visto yendo a los viejos tiempos y rememorando episodios de mi infancia con el simpático cabeza de balón. Me he visto varios capítulos, es mi cartoon favorito, y limpiando mis archivos, recordé este fic. Aquí lo dejo, después de mucho sin publicar y con la plena certeza de que no es tan bueno como para homenajear a tan excelente programa infantil, ni siquiera un poco. Pero bueno, esta cuarentena nos está pegando a todos de diferentes formas.
Como mencioné, está escrito desde el año 2014, por ende, no se toma en cuenta lo ocurrido en la película de la jungla.
Y saben ya que los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Nickelodeon y Craig Bartlett, quien lee los comentarios de sus seguidores en instagram y les da like. Genio.
"Gerald y Helga"
No sonaba bien. No sonaba nada bien.
Era como una mala broma. El peor de los chistes. La película más burda de la historia.
Era terrible.
"Gerald y Helga".
Mierda, ¿cómo era posible?
La situación era para arrancarse los pelos, aún sin entender el por qué de aquel sentimiento.
—Y, ¿qué te parece? — preguntó su amigo, señalando el arte en tiza que adornaba la pizarra dispuesta a un lado del escenario de "La Choza de cacao"; un proyecto maravilloso que empezó en la primaria, entiéndase, en la P.S 118, y el cual los siguió hasta la preparatoria.
Ciertamente, fue extraordinario que el grupo se uniera para permitir la apertura de aquel pequeño espacio, ahora en aquellas inmediaciones repletas de adolescentes hormonales.
Los jóvenes solo querían divertirse, pasar el rato entre chácharas banales, hilarantes y sin peligros aparentes. Los profesores se vieron dudando para, después, aceptar gratamente el trabajo de los muchachos, pues descubrieron una gran cantidad de estudiantes muy talentosos, cosa a la cual le podrían sacar mucho provecho, y llevarse algunas medallas y trofeos para la escuela misma.
Sí, todo muy cultural y bonito. Arnold la pasaba muy bien con sus amigos, aplaudiendo, riendo y prestando siempre su incondicional apoyo con una agradable palabra de aliento y concejos llenos de sabiduría. Ya. Quizá demasiados sabios para su edad, pero así era, ya saben. No hacía participación con ningún tipo de acto, le bastaba con disfrutar de lo que sus compañeros ofrecían sobre el escenario, y se sentía muy orgulloso al saberse el mejor amigo de una de las estrellas, Gerald Johanssen.
Sí, sí, sí. Todo muy bien.
Pero un día, en la cafetería, alguien escupió su malteada y gritó: "¡Gerald y Helga!", así, "¡GERALD y HELGA!", con tanto brío y con tanta emoción que todos pensaron que mojaría sus pantalones.
Y no era para menos pensar así, ya que Harold había tenido un incidente una vez.
En la cafetería se burlaron, rieron y otros tantos copiaron a Harold, escupiendo la comida por todas partes. ¿Gerald y Helga? ¿De cuándo acá esa chanza tan estúpida? No podía ser.
Aunque, lo cierto era, que la relación entre su mejor amigo y la rubia se había afinado un poco, desde que ambos decidieron optar por la clase de Arte y Escena como materia extracurricular.
Sí, sí, sí. Todo seguía muy bien.
Gerald Martin Johanssen era un excelente orador y buen cantante; estuvo trabajando su voz con ardua insistencia después de que le extirparon las amígdalas, y al cantar, conseguía un tono tan profundo e intenso que mucho no tardó en tener su propio club de fanáticas locas. Tocaba el piano, además. Ajá, todo un paquetote, que quede claro.
Helga G. Pataki, ¿qué? ¿Qué cosa sabía hacer? ¿QUÉ? Porque él no le veía a la jovencita ni un ápice de creatividad en todo su cuerpo.
Y no es que no lo haya visto bien (el cuerpo, digo) porque, verán, Helga G. Pataki cambió, como cada niña con la cual estudiaba desde los tres años de edad. Maduró; emocional, mental y físicamente.
Ajá. Así era. Y todo seguía muy bien.
Continuaba tan mandona y arisca con la mayoría de las personas. Pero sepan, que ya no se metía con él con tanta agresividad, como cuando eran apenas unos niños traviesos e inocentes. Los insultos pasaron a ser cada vez menos utilizados por ella hasta que, un día, simplemente desaparecieron. Caput. No golpeaba a diestra y siniestra, aunque la rudeza en su voz y la fuerza de sus músculos seguían demostrándose en las prácticas de béisbol. Practicas que le hicieron mucho bien durante el desarrollo. La tonificaron, aplanaron su vientre, le levantaron las nalgas y definió sus piernas, antes tan delgadas como una barrita de pan, pero no menos fuertes.
Maldición, ¿para qué hacerse el tonto? Dios sabía lo muy caballeroso y educado que era. Pero, alma mía, era un joven como cualquier otro. Además, le era imposible ignorar los comentarios de sus compañeros cuando hablaban de chicas después de los entrenamientos de básquet, allá en las duchas, en donde más de un sonido bajo las regaderas lo puso en alerta máxima, y desde ahí solo se demoraba tres minutos en bañarse, sin descalzar los pies, sin tocar las baldosas de las paredes y evitando a toda costa mirar hacia los lados.
—Helga está buenísima — dijo Sid una vez, sin pudor ni vergüenza. El narizón conocía a la chica el mismo tiempo que la tenía él en su vida. Demasiados años. Y le pareció completamente inapropiado que se refiriese a ella de esa forma.
Un poco de respeto, por favor.
—¡Lo está! — coreó Stinky. — Pero su carácter sigue siendo un aguijonazo en el trasero, amigo.
—Una fierecilla, si me permiten decirlo — Curly se escuchó tres regaderas lejos de él. — Quizá sea más mansa que un corderito en la intimidad…
Arnold apretó el envase del champú, salpicando por todas partes. Una gota le cayó en el ojo derecho y maldijo por lo bajo, sintiendo el escozor insoportable en toda la retina.
—Pero no le gana a mi reina. ¡Oh, Rhonda querida, cuánto te amo! — Curly continuó, exagerando las palabras hacia su amada de siempre.
Sí, mejor discutir de otras. De otras. ¿Por qué? Arnold conocía a Rhonda desde los tres años, como a Helga. Conocía a Phoebe, a Nadine, a Sheena… y si bien mantenía fielmente su pensamiento de que no debían hablar de ellas así, de modo tan… caliente, por alguna razón, que los comentarios fuesen sobre ellas, y no sobre Helga, le alivianaba un poco la tensión estomacal.
De cuando acá empezó a sentir retorcijones en el estómago por algo relacionado a Helga G. Pataki, era un misterio.
Y de cuándo acá él empezó a manchar el piso y las paredes de la ducha, pensando en Helga… bueno, eso no era tan misterioso.
—¡Viejo! — Gerald sacudió su hombro, devolviéndolo al presente, a la pizarra enorme junto al escenario de "La choza de Cacao" y a los colores de la tiza con la que alguien escribió, de modo tan grácil y atrayente, los nombres de "Gerald y Helga", así, uno junto al otro. Los releyó y el ya reconocido retorcijón, pareció encrespar parte de sus tripas.
—Es… No sé. ¿Qué…?
—Sí, sé que será sorpresivo para todos. ¡Ya escuché lo que pasó en la cafetería! Helga y yo no seremos los mejores amigos, aunque nos estamos empezando a llevar muy bien. ¿Sabías que es la número uno en Literatura? — el rubio negó con la cabeza, demasiado atolondrado con el cumulo de emociones en su confundido y adolescente interior. — ¡Cierto! No vemos esa clase con ella, pero Sheena me lo contó, también me sorprendí, aunque ya había visto su talento en Arte y Escena. Creó unos monólogos que nos dejaron a todos con los pelos de punta, en el buen sentido. Y sabe actuar. ¡Vaya! ¿Recuerdas Romeo y Julieta? Debimos saber que allí había talento, hermano. Claro, no podíamos verlo con tanta antipatía de su parte. Pero, viejo, es increíble. Un salto terrible desde su primera dirección en la primaria, con la ridícula obra de las frutas de la cual queríamos escapar. ¿Lo olvidaste?
—¿Qué…? — el retorcijón no podía ser más insoportable. Y Gerald parloteando, alabando a Helga, seguía siendo como un mal, mal chiste para él. Muy malo. Pero PÉSIMO. Terrible.
—La convencí de que se presentase conmigo dentro de tres noches. ¿Ves? — el moreno regresó a señalar la pizarra. — Yo, el mejor orador de nuestra generación, y ella una creativa escritora. Porque, viejo, tiene una mente muy filosa y a su vez… Mm, mm, mm — negó repetidas veces con la cabeza, gesto que lo acompañaba desde niño. — ¡Bueno! ¡Ya lo verás! No haremos imitaciones, aunque ella lo pidió. Sabes que es uno de sus fuertes.
De acuerdo, Helga sí tenía creatividad. Mucha creatividad y mucha inteligencia. Ya lo sabía. Lo supo desde siempre.
Y Gerald lo pregonaba efusivamente como un asombroso e increíble descubrimiento, cuando él, ARNOLD, aseguraba ser uno de los pocos -por no decir el único- en sospechar desde el principio que, muy dentro de Helga, había todo un universo fantástico, decorado con diversos matices, claros y oscuros. Entre luces y sombras.
—¡Johanssen! — Arnold tragó en seco, carraspeando al momento y olfateando el aire, en busca del perfume de la jovencita, aquel que se desprendía de la piel sudada en los juegos, cuando corría cual celaje de luz brillante por su lado para robar las bases. Helga llegó desde atrás, con su pelo rubio sujeto en una alta cola de caballo por, ya saben, su muy rosado lazo infantil, ya no tan rosado de lo vieja que estaba la tela; pero era infaltable en el aspecto de la muchacha. Allí lo tenía, en una cola, a veces dentro de su trenza, cuando se recogía el cabello lo mejor posible para que éste no le molestara en los entrenamientos, o incluso enrollado en su muñeca, como una especie de brazalete de la buena suerte. Helga y su lazo eran como uno. — A esto estoy de arrepentirme, Johanssen, ¡a esto! — alzó una mano y casi juntó la punta del dedo pulgar con el índice. — Esos idiotas llamados compañeros, no hacen más que molestarme desde que se enteraron de esta estupidez.
—¡Vamos, Pataki! — Helga bufó, blanqueando los ojos. Arnold quiso reír, como un impulso nervioso, al aún no descifrar las raras sensaciones en su vientre. Sin embargo, de su boca sólo salió un siseo indecoroso, afortunadamente, demasiado bajo como para que Helga o Gerald escucharan.
El siseo bien pudo ser un alarido frenético, al ver como Gerald se posicionaba junto a la rubia y posaba, con mucha confianza, uno de sus brazos por encima de los hombros de ella.
Alguien o algo había encendido una brasa en su pecho. Le ardía, allí. Por Jesús que quemaba como la mierda.
Helga pudo haber cambiado en muchos aspectos, pero una cosa se mantenía bien afianzada en su personalidad, y eso era el repudio total hacia la violación de su espacio personal. Con una mano, quitó el largo brazo moreno de Gerald y le dio zape en la frente, fuerte para hacerlo quejarse, pero nada que le dejara una marca.
—Odio que me toquen — chifló ella, alzando el rostro. — Arnold — movió la cabeza como saludo.
Arnold no sabía qué carajos estaba sucediendo, no sabía por qué estaba tan jodidamente perturbado por "Gerald y Helga", y no sabía desde cuando empezó a extrañar el irritante apodo de "cabeza de balón".
Cabeza de balón.
Arnoldo.
Zopenco.
Bolas de papel.
Goma de mascar en el cabello.
Pintura en su ropa.
Toda la atención de ella. Mala atención, pero atención a fin de cuentas. ¿Desde cuándo lo echaba de menos? Quizá no la mala atención, solo la atención. ¿Se entiende? Que le atendiese, que lo mirase, que le hablara más, que le discutiera más, por cualquier estupidez.
Ciertamente, no sabía un carajo. Tan denso, tan atolondrado, tan lento y tan celoso.
—"Gerald y Helga" — la chica se dirigió a la pizarra, frunciendo la piel entre sus cejas; sí, cejas, en plural. — ¡Criminal! — bramó, levantando los brazos. Sus mejillas se colorearon, y Arnold apuntó aquel hecho, aquella imagen rosácea de su blanca piel, como algo para ser recordado por toda la eternidad. — ¿Por qué no "Helga y Gerald"? ¿Por qué tu nombre debe estar primero?
—Soy la estrella principal, damita — se mofó Gerald, aún cerca de Helga. El muchacho rubio tragó una bola de saliva, fatigándose ante la desagradable sensación de querer darle un puñetazo a su mejor amigo de toda la vida.
—Ya quisieras, cabello de estropajo — y Arnold quiso vomitar, dejarlo todo en una arcada porque, joder, Helga no lo había insultado desde hacía varios años atrás. Mas ahora llegaba, despampanante, siendo muy amiga de Gerald, y dándole toda esa atención, y todos aquellos apodos, que…
¿Estaría exagerando? Su corazón palpitaba demasiado rápido.
—¡Viejo! — escuchó a Gerald llamarlo. Él continuó, sin más. Rodeó a su amigo y a la chica y se largó, derechito a la calle. Todos esos sentimientos encontrados y todas esas sensaciones, lo estaban confundiendo y fatigando. Mucha película para su mente y su cuerpo. Mucho en tan muy poquito tiempo.
Que si recordaba Romeo y Julieta.
Que si recordaba Nenas de la bahía.
Que si recordaba Industrias Futuro.
¡Obvio que sí! Lo recordaba todo. Todo. Todo.
Salió de la preparatoria como quien tiene un cohete metido en el culo, así. Escupiendo para sí mismo un montón de groserías que en su vida se había permitido decir en voz alta, por respeto nomas. Ya lo conocen.
¿"Gerald y Helga"?
Que se jodiese todo el puto mundo, sí. Así estaba de cabreado, vean. Por "Gerald y Helga", eso, esa mala combinación. Ese nombre junto a ese otro nombre.
El peor chiste de la historia.
Eso, el nombre de Helga junto al de otro chico, otro chico, era el peor chiste de la historia.
N/A:
Pensé en llamarlo "El peor chiste de la historia", pero me decidí ahorita mismo por "Gerald y Helga", precisamente, como un mal chiste! ¿Se entiende? (jajajaja)
Es un one shot. No sé si planeé una continuación cuando lo escribí, pero ahora mismo, seis años después, no creo continuarlo. Aunque, bueno, nunca digas nunca y quizá algunos comentarios lindos me hagan seguir, ¿no lo piensan? jejeje...
¡Cielos! ¡Hace mucho que no hago esto!
Gracias por leer, si acaso alguien llegó hasta este puntito final.
Saludos, ¡y cuídense mucho!
Manténgase en casa,
Yanii.!