Disclaimer: Akatsuki no Yona no me pertenece.
Advertencia: Posible OoC. Si soy franca, no recuerdo por qué escribí esto. Por lo que menos recuerdo por qué no lo subí.


Princesa

—¿Por qué duele tanto?—


Hak sintió su garganta cerrarse y el peso de la mirada penetrante de Yona. Que Shin-Ah hablara con Yona tan informalmente por su nombre lo había hecho darse cuenta de que no estaba más en el palacio, y a pesar de que nada quitara la posición de Yona ante sus ojos y los de muchos, y que si él la conocía hace años y Shin-Ah hace a penas unas horas, entonces podía tener más derecho a llamarla así.

Y estaba seguro de que no era el único que lo había sentido así. Aunque los otros dos no la conocieran desde hace tanto.

Sin embargo la seguridad en la mirada de Yona y sus palabras solo había provocado en él un sentimiento de exclusión. Comprendía la postura de la princesa, él era el único que comprendía exactamente todo lo que estaba pasando y que entendía también lo que había pasado por la cabeza de ella, pero no podía evitarlo.

Hak era incapaz de soltar un miserable sonido. Yona parecía esperar su respuesta, aunque no le hubiera dejado otra opción. Una parte de él se sintió feliz por ser el único que comprendía todo con profundidad, lo que significaba que era el único que podía darle su apoyo respecto al tema. Al menos hasta que compartiera los detalles con los demás. Y el otro lado de Hak estaba casi agónico, incapaz de entender por qué debía ser el único en mantener esa distancia con la princesa. Por qué no podía llamarla por su nombre, por qué no podía decir Yona y disfrutar de la dulzura que transmitía su nombre en la lengua.

Cuando Hak intentó alejar el lado que estaba loco por la princesa, pretendiendo también convencerse de que podía seguir llamándola por su nombre en su cabeza, movió la cabeza suavemente, dudoso en un principio, sin desearlo. Y finalmente agachó la cabeza, mirando a Yona a los ojos por última vez durante unos segundos, en los que seguía sintiéndose tan desdichado que no dudaba que la amargura pudiera verse en sus iris. Y deseó que, igual como de costumbre, Yona no notara lo mucho que le dolía el trabajo que le había dado.

Estar ahí para que nadie pudiera olvidar que seguía siendo la increíble princesa de cabellos rojos, tan gentil, tan dulce. La hermosa princesa Yona.