TÍTULO: Ikigai.

RESUMEN: [Significado] «Razón de vivir, aquello que da significado a nuestra vida y por lo que merece la pena vivir.» En medio de la noche, un medio demonio encuentra a una cría humana abandonada en el bosque. Desde ese momento, sus vidas estarán enlazadas hasta el final de sus días. [Semi-AU]

NOTA: Historia conformada por viñetas (capítulos de entre 500 y 1000 palabras) y dividida en partes. Se considera semi-AU, porque, aunque sigue la historia oficial, me he tomado el atrevimiento de poner algunas licencias temporales y de la trama para adaptarla mejor a mi idea. Si tienen alguna duda, pregunten lo que sea.

Y, por último, pero no más importante, mientras que todos los personajes pertenecen a la maravillosa mente de Takahashi, la trama sí es enteramente de mi propiedad.

¡Espero que la disfrutéis!


PARTE 1:

I have died everyday waiting for you...


I.

Maldito demonio. Maldita la vida. Y maldita su suerte.

InuYasha chasqueó la lengua y una mueca se formó en sus labios cuando se dio cuenta de que las garras de ese demonio con el que acababa de luchar le habían hecho un buen tajo en el brazo. Sabía que su cuerpo era más resistente a los daños y las heridas se curaban más rápido que a un humano, gracias a la sangre de demonio que corría por su vena, pero el flujo de sangre todavía no se había detenido y ésta aún se escurría por la extremidad.

Mascullando algo para él, se alejó del claro donde había tenido lugar el enfrentamiento y se encaminó hacia la dirección en la que creía oír el discurrir de un río, no muy lejos de allí. Debía limpiarse la herida e intentar taponarla para que cicatrizara más rápido si no quería que otros demonios fueran atraídos por el olor jugoso rastro que dejaba tras de sí y, la verdad sea dicha, en estos momentos se encontraba demasiado cansado y malhumorado como para aguantar otra pelea más. Si podía, prefería ahorrársela. Ahora, lo único que quería era llegar a casa cuanto antes.

Llegó hasta un riachuelo de aguas cristalinas que en encontraba en medio del bosque y, antes que nada, sació su sed. Con los característicos sonidos de la naturaleza de fondo -el arrullo de las ramas meciéndose por la brisa, los pasos de los animales nocturnos, el ulular de los búhos-, se quitó la parte de arriba de su traje escarlata y la dejó a un lado. Como bien había supuesto, la herida estaba casi cerrándose ya, pero la sangre aún permanecía a su piel y eso era peligroso. Suspirando, empezó a refregarse, esperando que esta vez desapareciera con facilidad.

Estaba ya medio decente cuando sus orejas captaron un sonido extraño.

Se irguió, curioso y atento, mientras su mirada ambarina recorría el bosque que lo rodeaba, en busca de cualquier peligro o anomalía.

Pero todo parecía estar tranquilo.

No, espera.

Porque ahí estaba otra vez.

Y esta vez estaba completamente seguro de que no se lo estaba imaginando.

Lentamente salió del agua, su cabeza olvidando por completo la tarea que estaba realizando, y de forma cuidadosa se dirigió hacia donde escuchaba el ruido. Era en el bosque, adentrándose un poco en los arbustos y matorrales que colindaban con el riachuelo. Gracias a su buena vista, también influenciada por la sangre demoníaca, no le molestaba que las copas de los árboles le tapasen la poca luz que desprendía la luna esa noche.

El sonido aumentó de volumen.

InuYasha se paralizó.

«No, no puede ser», susurró una voz en su cabeza cuando pudo reconocer de qué se trataba.

Impulsó a su cuerpo moverse y rápidamente acortó la distancia que lo separaba del lugar mientras buscaba con frenetismo. El aire escapó de sus pulmones con una exhalación cuando sus ojos se toparon con la imagen.

Un pequeño y mullido bulto se movía y lloraba acurrucado entre la hierba.

A primera vista lo único que advirtió fue una tela, vieja pero cálida, que rodeaba un cuerpo. Entonces, esta se movió, dejando al descubierto una piel clara y el destello de unos cabellos azabaches encima de la cabeza.

InuYasha sintió como si le hubieran dado una patada en el estómago.

Porque era un bebé.

Un bebé humano.

Y tenía toda la pinta de que lo habían abandonado allí en el bosque.

Palabras: 572