Realidad digital
Punto de no retorno
"A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad."
[P. Rothfuss]
4.
—Es una locura.
La voz de Yamato desgarró el silencio que se había cerrado alrededor de ellos pero, pese a la fuerza de su declaración, era innegable que el vídeo había tocado en él las mismas fibras sensibles que en el resto de ellos. No era para menos, por supuesto: no siempre te dicen que llevas una vida llena de mentiras y engaños.
No siempre ves que lo que consideras irrefutable es derribado como un castillo de naipes. Koushiro ni siquiera podía despegar los ojos de la pantalla.
—Es una locura —repitió Yamato, como desafiándolos a que lo negasen. Había llegado a la oficina apenas un par de minutos después que Mimi le dio la tarjeta de memoria y, desde luego, se había sumado a su grupo para ver lo que estaba en la grabación.
La información era nueva, filosa y desgarradora.
—Yamato.
La voz de Sora, apagada y frágil, pareció enfriar un más el aire de la habitación. Koushiro no necesitaba mirar para saber que ella se había acercado y había sido rechazada. No necesitaba mirar para saber que Yamato había fulminado la computadora, a Koushiro, a Mimi... Todo a su alrededor. Y que se había marchado. El portazo fue señal suficiente.
Sora, por supuesto, fue tras él. Con lo alterado que estaba, a Koushiro no le extrañó que quisiera detenerlo. (Se preguntó si los dos iban a ir a buscar a Taichi, si llegarían lejos en ese ánimo turbulento).
Una vez que el zumbido de su computadora se erigió como elemento dominante en su oficina, Koushiro apartó los ojos del Jou congelado en la pantalla. Mimi, que se había mantenido lejos, en una esquina, no se había movido. Abrazada a sí misma, indefensa, y con la cabeza gacha, parecía otra persona. Mimi Tachikawa, la Mimi que conocía de toda una vida, jamás había parecido tan gris. Su exuberancia se apagó, se endureció, se evaporó.
Quería abrazarla. Consolarla, de algún modo. Afirmar que todo estaría bien y que lo que acababan de ver carecía de significado. Quería volver el reloj hacia atrás, girar las manecillas y perder la noción del tiempo. Quería borrar las huellas y el saber. Quería decirle a Mimi, más allá de todo, que todo seguía igual.
Las palabras, sin embargo, no salían.
Koushiro apenas podía articular una oración en su mente y por qué era una cuestión injusta para hacer. Para hacerle a Mimi, especialmente. Preguntarle cómo estaba se sentía inútil: él sabía perfectamente como estaba Mimi. Ella era tan transparente que el dolor que estaba sintiendo se les escapaba por los poros.
—Pregunta lo que debas preguntar —dijo Mimi, súbitamente. Tenía los ojos rojos, llorosos, cuando levantó la mirada para encontrarse con la de Koushiro. Se tambaleaba al borde del llanto—. Sé que tienes preguntas. ¡Siempre tienes preguntas!
—Mimi.
—¡Pregunta! —exigió.
—¿Lo crees?
El rostro de Mimi se contorsionó y un número de emociones dispares se encontraron en sus ojos. Esperanza. Dolor, anhelo, decepción, angustia... Resignación. —Es Jou. El del vídeo, ese es Jou.
—Mimi.
—Tengo pesadillas —confesó ella, al final. Koushiro la vio cerrar los ojos. Su piel se veía enfermiza bajo la luz amarilla de su oficina, su pelo parecía desteñido—. No siempre, no todo el tiempo, pero a veces hay noches en las que no puedo cerrar los ojos. Sueño con laberintos sin salida. Y castillos. Y hay muchas caras que no conozco. Me aterra, me siento muy fría y no sé qué… Cuando me mudé... En Estados Unidos fue lo peor. Terrores nocturnos, les decían. Mamá estaba tan angustiada. A veces dormía en la habitación conmigo.
—Nunca dijiste...
Mimi no había terminado.
—A veces me quedaba horas mirando la foto, la que mandaste, porque Palmon... porque olvidaba a Palmon. La olvidaba. Era un vacío. En mi pecho. Y sus colores... ¿Era verde claro? ¿Era más oscura? Quise pintar mi cuarto de rosa, del color de sus pétalos, pero no podía... no podía distinguir el color… No podía dejar de llorar cuando me di cuenta —Koushiro la vio sacudir la cabeza frenéticamente. Permanecía con los brazos cruzados, lejana—. Su voz... A veces su voz es como la de mi mamá y a veces es como la tuya...
—¿La mía?
Estaba horrorizado ante la idea. Mimi lo ignoró.
—Y Jou... Koushiro, es Jou. Jou-senpai. En ese vídeo. Es el superior. No puedo volver a pensar en Jou sin escuchar las cosas que dijo. No puedo. Por eso le mostré el vídeo a Sora. Por eso te lo trajimos... —Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Mimi y Koushiro estaba congelado. Tragó saliva, incapaz de romper la distancia. Incapaz siquiera a reaccionar a lo que estaba pasando: su mente lo traicionaba con cada palabra que escuchaba—. No puedo dejar de escucharlo. Koushiro. Kou-chan.
(Kou-chan. Ella solía llamarlo así, de niños. Después del Mundo Digital, antes de que se mudase a América).
Tragó saliva. —Mimi, no…
La determinación hervía en la mirada de color miel. —Tenemos que saber que pasó. Tú, mejor que nadie, lo entiende. Debería entenderlo.
Koushiro lo hacía. Se sentó frente a la computadora nuevamente.
(***)
Yamato movió sus dedos en el aire, evocando el movimiento que harían sobre su bajo cuando sintió que todo su cuerpo se congelaba. No podía derrumbarse en plena vía pública.
—¿Hermano? —La voz de Takeru hizo que el pitido en sus oídos se suavizase—. ¿Qué sucede? ¿Estás bien?
Exhaló. —Sí.
Un latido. Dos. Tres. El mundo había dejado de dar vueltas.
—... Está bien. ¿Hay alguna razón para esta llamada o solamente me extrañabas?
—Quería saber... Voy a tener que suspender los planes para la cena.
—¿Por qué? —Takeru, suspicaz, sabía que algo había pasado.
Gabumon era estupendo leyéndolo pero Takeru siempre había derribado sus defensas como nadie.
Gabumon. Leal y bueno, amable y cálido. Gabumon...
"Los digimon no existen".
Cerró los ojos, apoyando la frente contra la pared. No tenía idea de en qué lugar se encontraba. Lo único que quería era dejar de escuchar la voz de Jou, necesitaba dejar de pensar en que Gabumon...
—No me siento muy bien hoy.
—¿Hermano? —Takeru sonaba alarmado ahora—. ¿Qué pasa? ¿Tienes que ir al hospital?
—No.
—¿Necesitas que llame a Taichi?
—No te hubiese llamado si necesitara hablar con él.
—Estoy camino a casa de Hikari, ¿recuerdas? Quizá querías hablar con su hermano. Hablas más con él. O Sora... ¿quieres que le marque?
—Sora está conmigo.
No era mentira. Llevaba dos calles tratando de dejarla atrás. Ella era implacable cuando quería. En cualquier momento, la pelirroja lo alcanzaría.
—Bueno —dijo Takeru, renuente. Se notaba a kilómetros que no le gustaba el ritmo de la conversación pero no lo diría. Takeru no le diría eso—. ¿Entonces me llamabas para cancelar la cena? Podrías haberlo hecho por mensaje, ¿sabías?
—Supongo.
—Aunque entiendo si necesitabas escuchar mi melodiosa voz. No te culpo, hermano.
—Tu voz no es melodiosa.
Otra pausa.
—¿Me avisarías cuando te sientas mejor?
—Takeru.
—Dime.
"Patamon no existe, en realidad. Lo dice un video casero que grabó Jou hace años. ¿Te lo puedes creer?"
Jamás podría decirle eso a Takeru. Nunca podría encontrar la fuerza para destruirle el corazón a su hermano menor con esa crueldad.
—Te llamaré después.
No obtuvo respuesta inmediata. Takeru parecía debatirse entre seguir la llamada o respetar sus deseos. Posiblemente pensaba marcarle a Sora y a Taichi, una vez que dejase la línea.
—¡Muy bien! Cuídate. Estaré esperando que me llames.
—Sí.
La llamada se desconectó y él se sintió hueco.
—Yamato.
Sora lo había encontrado. Su voz era tentativa, el tono que a Sora jamás le sentaba bien y que a él le dejaba una sensación de hormigueo bajo la piel. Un hueco en el estómago. Se alejó de la pared de piedra fría, volviendo sobre sus pasos, y miró a su amiga. A la luz de la tarde, lejos de la artificialidad del computador y la oficina de Koushiro, Sora debería ser brillante. Ella siempre lo había sido. Majestuosa, de niña. Un fénix. Pero Sora estaba pálida y ojeriza, con los ojos llenos de penumbra y cielo opaco.
—No puedes creerlo, Sora —murmuró. Sora no podía creerlo. Ni Sora ni Taichi deberían dudar. Ellos dos tenían que quedarse de su lado, permanecer firmes. Esa era la razón por la que habían sobrevivido tantas veces, tanto tiempo—. No, tú.
Los tres se habían mantenido firmes y con la boca cerrada para evitar que los más pequeños…
Yamato sintió una sacudida en su estómago ante el repentino pensamiento, la fugaz idea que lo asaltó. Se sintió llevado a una cueva negra, un lugar oscuro que carecía de nombre, y la claustrofobia hizo que las paredes se cerraran a su alrededor desde la distancia y la cercanía de Sora se volviera casi insoportable.
El corazón le tronaba en las orejas.
—Respira, Yamato.
Gabumon.
No, no era Gabumon. Era otra voz. Una cadencia familiar, y una voz desconocida. En su cabeza, en el fondo, la memoria se agitó y tembló, saliéndose de control. Gabumon le suplicó que no pensara en ello. Que no importaba, que si pensaba en ello no podrían estar juntos.
La voz de Gabumon suplicaba y él se estaba ahogando.
—Yamato… —Sora todavía estaba allí. Su mano contra su hombro sirvió como ancla, como guía, pero él no estaba haciendo pie en el espacio—. Yamato, por favor. Vas a empezar a hiperventilar. Inhala conmigo. Vamos.
Lo intentó.
"Son recuerdos falsos"
Gabumon seguía llamándolo a lo lejos, sonriendo en su cabeza como si él estuviera retornando a su hogar y Yamato quería escucharlo. Alcanzarlo. Creerle. Gabumon siempre había sido quien mejor lo había entendido, su confidente. Más que eso. Gabumon era su refugio.
"... ideas que metieron en nuestras cabezas para ocultar lo que realmente pasó en el verano de 1999"
Le dolía la cabeza.
—Llame a Taichi. Viene de camino —susurró Sora, que parecía haber recobrado su fuerza. Ella siempre había lidiado mejor con la angustia de otros que con la que encerraba en su pecho—. Por favor, descansa. No te alteres.
—No puedo calmarme.
Sora se mordió el labio inferior. Era un gesto que casi nunca usaba. A ella solían encontrarla dueña de sí misma en cada momento. —Sé lo que se siente, Yamato.
La risa que se le escapó no tenía humor, no tenía emoción. Era hueca, vacía. —¿Lo sabes?
Sora endureció el gesto. Arrugó las cejas. —No eres el único que… Todos vivimos ese verano, Yamato. Todos estuvimos ahí. Piyo… Piyomon es tan real para mí como Gabumon lo es para ti.
—Ellos son reales.
Sora lo miró largamente. Algo en su postura, en la línea encorvada de sus hombros, en la curva de su espalda, hizo que Yamato se sintiese culpable. Odiaba hacerle daño a la gente importante. Odiaba hacerle daño a todo lo que tocaba.
Apretó los dedos contra sus párpados, hundiendo la cara en el hueco de sus manos.
Al parecer de verdad estaba envenenado.
"Estás envenenado y necesitamos que te mejores. Lo que vamos a hacer es por tu propio bien, Yamato".
La voz que era Gabumon y que, a la vez, no era Gabumon era tan clara en medio de la confusión que se sintió tentado a mirar a la izquierda para ver si su digimon estaba allí.
—Sora…
—¿Entiendes lo que pasa? —preguntó ella—. Nunca… Nunca antes me había pasado pero desde que vi… desde que vi ese vídeo… Hay cosas en mi cabeza. Memorias… No, no son. O sí, ya no lo sé. Piyomon no está aquí pero la escucho tan, tan claro… Yamato… Las cosas que me dice...
Quería decirle que la entendía, que sabía perfectamente lo que quería decir. Que sabía de lo que hablaba. La negación absoluta que había sentido apenas concluyó el vídeo de Jou, una negación violenta que le incitó a romper toda evidencia, a destruir la computadora y la oficina, cedió. No completamente, no, pero dejó de nublar sus ideas.
Le dejó pensar.
Podía pensar.
—¿Esos archivos que Jou le dejó a Koushiro? —preguntó—. ¿Qué son?
Sora lo miró con recelo. Y simpatía. —¿Quieres borrarlos también?
—¿También? —Enarcó una ceja—. ¿Lo intentaste?
—Después que Mimi me mostró el video… yo quise… Casi rompo su computadora. No sé qué ocurrió conmigo. Lo vi todo… lo vi todo negro. Mimi me detuvo. Por eso sé… por eso supe. No soy así, Yamato. No soy-
Sora no destruiría por destruir. Ella no derramaba su rabia hacia afuera, al exterior, sino que lo volcaba todo hacia adentro, en su mente y su corazón. Sora se envenenaba a sí misma —igual que Yamato— y nunca se permitía ir más allá.
—Sé que no eres así —le confesó.
No importaba lo que el vídeo dijese sobre lo que pasó, ellos no eran otros. Ellos eran las mismas personas que fueron el día anterior. Y el día antes que ese.
Y sin embargo…
—¿Dijiste que llamaste a Taichi?
Sora se tomó otro momento para responder. Su cara era la de una muñeca. Yamato quería preguntarle si se sentía bien pero sabía exactamente cuál sería la respuesta. Era una pregunta estúpida.
—Sí. Lo envié a la oficina de Koushiro. Creo… Creí que ellos podrían explicarle mejor lo que estaba pasando.
—Taichi fue quien siempre sufrió más cuando estábamos separados de los digimon.
Sora asintió, inquieta. —Él también es uno de los más adaptables de todos nosotros.
Era verdad.
No por nada todos seguían a Taichi. Él podía caer en una situación indeseada y terminar por levantarse. De niño, aquello había sido automático. Con el tiempo, desde luego, tardó en adaptarse más pero, igualmente, el resto de ellos también se encontraron en el dilema y siempre terminaron siguiendo los mismos patrones. Siempre iban a seguir a Taichi.
—No puedo dejar que Takeru descubra esto, Sora. No puedo dejar… Sora. Él tenía ocho años. Hikari, Sora, Hikari también. Eran… Eran tan…
Inocentes.
Todos lo eran, en aquellos tiempos. Incluso él. Yamato, con su veneno y todo, era inocente a muchas cosas a los once. Pero, entre los ocho, Takeru y Hikari. Los que más. Y Mimi, quizá.
Sora estiró su mano y Yamato no pudo evitar aferrarse a ella como si fuese un ancla a la realidad, un cable a tierra. La ciudad se perdía en la distancia, una cacofonía de ruidos distorsionados.
—Vamos con Taichi, Mimi y Koushiro. Regresemos a la oficina. Tenemos que decidir qué hacer, Yamato. No podemos dejar esto así. Debemos… Debemos encontrar la verdad.
—No podremos volver atrás. Si avanzamos con esto. Si descubrimos lo que pasa...
—¿Puedes volver atrás ahora?
(***)
—Llegas más tarde de lo que esperaba —dijo Hikari. Tenía la sonrisa que desmentía su dulzura, la que asomaba cuando todos la pensaban nívea y frágil. No muchos tenían la suerte de ver su picardía.
Takeru quería sonreírle, pero no pudo. —Lo siento... Mi hermano me llamó, y…, no sé. Me dejó una sensación extraña.
—¿Tenía noticias del superior Jou? —La sonrisa de Hikari se disolvió en una mueca de preocupación. La angustia amaneció en sus ojos de cobre—. ¿Comentó algo sobre eso?
—No. Quizá… Quizá me preocupo demasiado. Le envié un mensaje a Sora, igual, porque Yamato dijo que estaba con ella. Ella me dijo que se quedaría con él.
Hikari hizo una pausa, renuente a dejar el tema, pero decidió correctamente no insistir. Siempre había sido muy intuitiva y sabía cuándo Takeru ocultaba cosas. Él no tenía más para contarle.
Dejó que la conversación tomase otro rumbo.
—¿Te he hablado del nuevo vecino...? Su nombre es Aki. Aki Himekawa, si no recuerdo mal. Quiero presentártelo porque me recuerda a alguien y ¡es muy agradable! Ha ayudado mucho a mi hermano con-
5.
Ken vio que su compañero se masajeaba los ojos por un largo momento. —No creo que tenga sentido insistir en esta investigación por mucho más tiempo, Ichijouji. Claramente fue un intento de suicidio. Su familia pagó el traslado a otra clínica y eso es todo. Su estado de salud es reservado. Pedir una orden para ello no servirá de mucho en este punto.
Ken quería protestar. Él había conocido a Jou Kido —había sido años antes, cuando era un niño perdido en un mundo oscuro— y aún no podía creer que Jou habría atentado contra su propia vida. Algo le decía que no estaba bien, pese a que todas las pistas apuntaban a ello. Su historial era impecable. Sus colegas el hospital alababan su ética y el trato con los pacientes.
Y Ken tampoco podía creerlo. Probablemente no hubiese significado demasiado su opinión, considerando que perdieron el contacto durante muchos años, y que había cuidado no mencionárselo a la gente, a su compañero, para permanecer en la investigación. Mimi no parecía haber dado señales de reconocerlo, afortunadamente, cuando habló con él. Aunque, en parte, podría haber sido el shock. Pareció aturdida durante la entrevista, como perdida, y Ken sintió una chispa de pena al verla. Miyako siempre hablaba maravillas de ella, pese a que el tiempo las había distanciado también, y de su buen humor, de su luz de inocencia. Estaba seguro que ella, igual que él, estaba aturdida por la posibilidad de que lo ocurrido fuese real más que por el hecho en sí mismo.
—A veces simplemente hay que aceptar las cosas —dijo su compañero. Tal vez Ken no le había dicho todo, pero Hiro llevaba varios años en la fuerza y sabía leer muy bien a las personas. Su rostro estaba lleno de tibia serenidad, de cicatrices invisibles—. A veces solo hay que aceptar la realidad. Jamás llegas a conocer del todo a las personas. Siempre te sorprendes con las cosas de las que la gente es capaz.
Ken vio que cerraba el expediente y lo dejaba sobre la pila de hojas destinadas al archivero de casos cerrados. No tenía sentido, realmente, insistir en la investigación por mucho tiempo más. No con Hiro.
—Supongo que tienes razón —admitió.
El nombre de Jou, que identificaba el archivo y lo separaba del resto, lo fulminó desde la portada.
(***)
A: Ken I. [kenichijouji (arroba) only-one. com].
De: Daisuke M. (yo) [davis-dai-motomiya (arroba) two-top].
Asunto: Hey!
Primero que nada, ¡Hola, desgraciado! Estoy muy bien. Gracias por preguntar. Tú sí que eres un buen amigo, no como Miyako que solo envía mensajes para molestar. Dile a tu novia que se controle, ¿quieres? (todavía son pareja, ¿verdad? Estaban raros la última vez. Y no puedo creer que haya pasado tanto desde la última vez que hablamos, te juro que no parecía tanto). ¿Cómo está todo?
No puedo creer lo que me cuentas sobre el superior Jou. Tuve que leer un par de veces... No convivimos mucho en nuestro tiempo (siempre estaba con exámenes) pero recuerdo que era siempre amable y estaba preparado para todo. Iori lo admiraba especialmente. Sé que no puedo hacer mucho desde aquí y quizá esta sea una pregunta idiota pero, ¿crees que deba volver? ¿Ayudaría en algo que estuviera allí con lo que está pasando? No quiero quedarme sentado, si es que puedo cambiar las cosas.
No, no he estado en Japón en un buen tiempo. El último primero de agosto fue la última vez que vi a la mayoría y todos me desearon suerte cuando les dije que viajaría. Sigo hablando con Hikari y Taichi, sí, aunque no tan a menudo como me gustaría. Ella me mandó saludos para mi cumpleaños, en diciembre y Taichi me llamó hace un par de semanas. (Es difícil esto de ser adultos, ¿cierto?).
Puedo pasarte sus contactos nuevos, creo que los del resto no han cambiado (pero mejor les preguntas a ellos, ¿sí?).
Hablas más por correo que por llamadas.
Deberíamos seguirlo así.
PD: ¿Recuerdas el sueño extraño que te comenté el otro día? Creo que estoy extrañando mi casa en Japón. O estoy enloqueciendo. De cualquier modo, gracias por no pensar que soy un trastornado. Necesitaba comentárselo a alguien.
PD2: Me encantaría que V-mon estuviera en Nueva York conmigo. Le fascinaría.
(***)
A: Daisuke M. [davis-dai-motomiya (arroba) two-top].
De: Ken I. (yo) [kenichijouji (arroba) only-one. com].
Asunto: Hey!
Me alegro que estés bien. Gracias por responder tan pronto. Sí, hace tiempo que no hablamos, pero espero cambiar eso. He sido muy desconsiderado con nuestra amistad. Lo siento. Por mi parte todo está bien. Desde que salí de la Academia he estado en la fuerza. Y ya te hablé de mi compañero. Creo que Hiro te gustaría.
Miyako y yo... Supongo que sí. Es un poco difícil vernos ahora que está lejos ella también pero tenemos planes. Y ella te envía mensajes porque se preocupa por ti, lo sabes.
Tuve que cerrar la investigación sobre lo que pasó con Jou, aunque no me sienta bien. Siento que hay algo que nos estamos perdiendo. Sus hermanos hablaron conmigo pero no dijeron nada útil y Mimi, cuando la entrevisté, estaba tan aturdida que no me reconoció enseguida. Ella fue la última persona que vio a Jou antes de lo que pasó.
Gracias por los contactos actualizados, no sabía que ellos habían cambiado de número. Llamaré a Taichi y a Hikari, así aclarar algunas cosas. Todo esto me hizo pensar mucho en ellos, en todos ustedes, la verdad. Y en otras cosas. El pasado. Siempre está esta sensación, ¿no crees? Que estamos conectados a pesar del tiempo que pase. Supongo que es eso. Quizá debería dejarlo correr.
Sobre tus pesadillas; me temo que nada puedo hacer más que escucharte. Se supone que no pueden hacerte daño, eso lo que dicen los especialistas, pero las mías siempre fueron bastante dolorosas.
Espero que las tuyas estén mejorando y no empeorando. Puedes llamarme, si lo necesitas.
Te mantendré informado sobre lo que averigüe. No sé si lograré averiguar mucho más ahora.
6.
—¿Lograste abrir los archivos?—dudó Yamato. Su voz parecía ser un desafío, una acusación y una súplica. Sora le apretó los hombros con una mano mientras que Mimi le golpeó la pierna con su rodilla, dos gestos repentinos y espejados. Los tres se habían apiñado en el sillón más grande de la oficina, ninguno demasiado lejos del otro.
—Por supuesto que lo hizo —dijo Taichi, apenas audible. Seguía sentado frente a la computadora, en el lugar de Koushiro, y pese a que la luz de la pantalla daba de lleno en su cara, costaba entender qué estaba ocurriendo. Taichi solía ser pura luz de niño, alguien a quien Koushiro admiraba enormemente, y le costaba pensar que acababa de apagar la memoria de ese niño anaranjado.
Koushiro asintió a Yamato, ignorando a su mejor amigo y su reflexiva quietud. Taichi, en ocasiones, se encerraba en sí mismo para afrontar decisiones inesperadas. —Jou no era un experto en cifrado, realmente. La protección es eficiente, pero simple. Y ya hice una copia de todos los archivos y demás para tener un respaldo.
—¿Hay otros vídeos como ese? —dudó Mimi. Le lanzó una mirada intensa a Taichi y luego dejó que sus ojos vagasen por el rostro de Koushiro. No estaba seguro que era lo que buscaba.
—No lo sé aún. Por lo que he visto son imágenes y... algunos archivos de texto. Tendré que administrarlos y clasificarlos. Es... —Koushiro vaciló—. No es imposible que encontremos otras cosas parecidas.
Yamato suspiró. —O algo peor.
Koushiro lo estudió durante un breve lapso de tiempo. Yamato estaba tan tenso como había estado desde que dejó su oficina la primera vez, casi como si estuviese deshaciéndose por dentro y queriendo escapar fuera de su piel. A su lado, Sora era un monumento al estoicismo. Ella siempre había sido reservada pero, en especial, se mostraba distante cuando era algo con lo que no sabía cómo lidiar. Mimi, por su parte, era una mezcla entre ellos, el punto medio. Las huellas de sus lágrimas estaban secas pero no se habían borrado y su seriedad inusual era igual de inquietante que la distancia de Sora. Paralelos y contrastes, los tres de ellos.
Koushiro no quería saber cómo se veía. Cómo se sentía. Se había determinado a no pensar en Tentomon. No podía pensar en Tentomon, recordarlo, o todo lo que estaba pasando podría derrumbarse sobre él y llevarlo al abismo, hundirlo en la desesperación que había hecho tambalear a Yamato, empujarlo a la desconexión de Sora. A la apatía de Mimi.
Koushiro miró a Taichi. —¿En dónde nos deja esto?
—En nada bueno —contesto Taichi, encontrándose con la mirada de Koushiro. Había envejecido en años en pocos segundos durante la reproducción de la filmación casera que Jou había dejado para ellos—... Estuve investigando... Bueno, no yo. La novia de Jou, ¿la recuerdan?
—Si —aseguró Sora. Posiblemente solo era aliciente para que Taichi terminase de hablar.
—Ella estuvo investigando en el hospital al que llevaron a Jou. Dijo que no pudo comunicarse con él y se cansó de esperar información.
Mimi levantó la mirada. No llevaba maquillaje, algo que no dejaba de sorprenderlo. —¿Tenemos noticias Jou?
—Tenemos algo más que eso. Aparentemente, un acta de defunción.
Los ojos de Mimi se llenaron de lágrimas. —¿Qué...?
—Jou-senpai, ¿él...?
—Falso —concluyó Yamato—. Jou dijo que él se marcharía lejos para ser libre.
—Eso puede significar que... —Sora titubeó. Koushiro vio que entrelazaba sus dedos sobre su regazo, alejándose un poco de Yamato—. Esas palabras son muy ambiguas.
Yamato la miró por un momento y asintió, pero Koushiro pensó que estaba pensando en lo devoto que era Jou a sus pacientes, a la vida. Pero, ¿qué tan real era la imagen que ellos tenían de Jou Kido? ¿Cuánto de su vida no era solo humos y espejos ocultando la realidad? Ninguno de ellos tenía idea de lo que era capaz Jou. No realmente. Y, aún así, Koushiro también prefería creer que era mentira. Que era falso.
Tenía que ser falso.
Todo tenía que ser falso.
(Excepto que Koushiro, en el fondo, sabía que no todo lo era).
—Mariko también pensó eso —admitió Taichi, en voz baja—. Pero no sabía cuánto de eso era su deseo de que fuese así.
Yamato frunció los labios.
—Pero eso no es todo —continuó Taichi—. Un paquete extraño llegó a su casa, no mucho después. Mariko me dijo que la nota tenía la letra de Jou y que nada de lo que había en la caja era para ella. Tenía el nombre Yamaichi Izuminouchi. Le dije que iría a buscarlo… y luego, bueno, tuve que cambiar de planes.
Pese a todo, Yamato soltó una carcajada. —¿Yamaichi…? ¿Es una broma?
Mimi sacudió la cabeza. Koushiro volvió a dejar que sus ojos siguiesen sus movimientos delicados. La tristeza se había tatuado permanente en sus facciones. Y el cansancio también. —Así es como los llamábamos a ustedes cuatro, Jou y yo. A Takeru y a Hikari les decíamos los angelitos. Nosotros éramos Joumimi.
Sora esbozó una sonrisa. O, al menos, lo intentó.
—¿Y qué haremos ahora?
—Creo que deberíamos revisar todo lo que nos dejó Jou —opinó Koushiro. Siempre había sido bueno separando cosas, dándole a cada elemento un espacio y una caja—. Con calma. Esa caja de la que te habló Mariko-san también. Mientras más cosas…
Taichi asintió sin decir nada. Se empujó hacia arriba con esfuerzo.
—Iré de una escapada a buscar esa caja.
—Iré contigo —dijo Yamato, de inmediato. Hizo amague de levantarse del sofá—. No es bueno que vayas solo.
—Será más llamativo si vamos los dos.
Yamato alzó una ceja. —¿Llamativo? ¿Para quién?
—Mi vecino nuevo —susurró Taichi. Su mirada había caído en una de las pantallas que pendían de las paredes y se habían quedado prendados allí—. El hombre que está afuera esperando a que salga. El que fue a ver a Jou a la clínica.
Koushiro trabajaba solo y generalmente se quedaba hasta tarde en la oficina por lo que siempre había preferido saber qué ocurría en los alrededores. Tenía cámaras en el exterior y la costumbre de dejar el sector de vigilancia encendido en alguna de sus pantallas para no descuidar los movimientos. Enfocó su atención en el monitor que estaba mirando Taichi.
Del otro lado, en la pantalla, el hombre parecía que les devolvía la mirada. Estaba mirando directamente hacia la cámara.
(***)
—Gracias por dejarme entrar, Izumi.
Koushiro asintió. En realidad, a sus ojos, el agradecimiento era inerte e innecesario. El hombre, al que Taichi refirió como Aki, había ido hasta su puerta en primer lugar, y claramente, tenía la intención de hablar con ellos. Los había buscado. Taichi se mantuvo en su esquina, la mirada claramente recelosa, mientras que Yamato, Mimi y Sora se mantuvieron los tres en el sofá que habían ocupado toda la tarde. Los cuatro de ellos tenían expresiones tan dispares que, quizá, en otras circunstancias le habrían hecho reír. Yamato parecía aburrido y Sora, enojada. La cara de Mimi reflejaba pura desconfianza.
El recién llegado miró a Taichi por un largo momento. —Lamento haber mentido.
—Eso es lo de menos ahora —respondió Taichi. Se mantuvo serio, impasible, pero Koushiro podía notar los trazos de la decepción en su expresión. En una persona que usualmente confiaba plenamente, la traición siempre era dolorosa—. ¿Quién eres tú?
—Voy a comenzar por el principio, para que vean mis intenciones. Mi nombre no es Aki Himekawa —replicó el aludido, serio. Su expresión era ilegible—. Y es posible que ustedes no me conozcan, pero yo sí que los conozco muy bien a ustedes. A todos ustedes. Llevo tiempo queriendo acercarme.
—¿Acercarse, para qué? —espetó Mimi.
—Para decirles la verdad de lo que pasó en el verano de 1999. Para explicarles lo que ocurrió durante el año 2002. Para que sepan lo que llevó a Jou Kido a ser ingresado a la clínica el mes pasado.
Koushiro se inclinó hacia adelante, a la expectativa. Vio que Taichi se movía por el rabillo del ojo.
—Él no está muerto, ¿verdad que no? —La esperanza en la voz de Mimi era avasallante.
—Jou Kido se ha ido. —Fue la réplica que obtuvo pero el asomó de sonrisa, un esbozo ligero, era más que suficiente confirmación—. Es libre ahora.
Mimi se enderezó en su sitio, pero no fue la única. Sora soltó un suspiro de alivio que hizo eco dentro de Koushiro. Yamato y Taichi intercambiaron una mirada que decía mucho sin decir nada en absoluto.
—Es lo que puedo decirles sobre eso —continuó el desconocido, sin alzar la voz—. Pero no es todo lo que puedo decirles.
—¿Qué más?
Daigo miró a Koushiro, y luego a Taichi. —Me preguntaste quién era. Ahora no importa. Aki no le importa a nadie. Solía ser Daigo Nishijima. Solía ser parte del proyecto Digimon y la organización que lo llevó a cabo mientras estuvo en vigencia.
El aire se congeló.
Koushiro no había escuchado la palabra luego del vídeo de Jou. Se había negado a pensar en Tentomon, en su significado, en sus aventuras. Había ignorado deliberadamente el recuerdo, el poder de la memoria. Podía perfilar la imagen de Tentomon en el fondo de la memoria, la silueta roja y negra, y si se concentraba en ella sentía que incluso podía escucharlo. Podía imaginarlo susurrarle palabras de aliento y decadencia. Tuvo la tentación de arrojarse al suelo y hacerse un ovillo.
Sora fue la que logró romper la quietud.
—¿Proyecto Digimon?
Daigo asintió con lentitud. Koushiro resistió el impulso a pedirle que tomase asiento. —Empezó en los noventa, a principio de la década. Se suponía que era un experimento social, una investigación sobre patrones de conducta y que se enfocaba en estudiar cómo era el comportamiento de niños en un ambiente que ellos no podían controlar en absoluto. Y el cómo lidiaban con el trauma.
—E imagino que bajo la premisa de que el desconocimiento es parte del experimento —interrumpió Yamato, sombrío—. No se les informa a los participantes de lo que realmente harán.
—Así es —concedió Daigo, sin perder el ritmo. Sus ojos se detuvieron en el suelo sin embargo, como si estuviese avergonzado—. Se les dijo a sus padres que se harían observaciones sobre ustedes durante las actividades del campamento. No estaban muy de acuerdo al principio pero uno de los profesores formaba parte del equipo y habló con ellos.
Koushiro recordaba a su madre preguntarle si realmente quería ir al campamento. No había parecido inquieta sobre otra cosa que su comodidad, entonces, pero no podía dejar de preguntarse si no tenía otro significado. Algo se retorcía en la boca de su estómago.
—Si el campamento de verano era una fachada —concluyó Taichi—. Nosotros… no fuimos los únicos. Hubo más.
—Ustedes fueron el grupo que superó las pruebas iniciales, los elegidos —respondió Daigo. La palabra tenía el filo de un cuchillo en el aire de la habitación—. Siete niños. Y con edades a adyacentes. Se los vigiló durante el campamento y en los años siguientes, para ver su evolución.
Taichi endureció el rostro. —Éramos ocho.
Hikari había sido la octava niña elegida, después de todo. Koushiro intercambió miradas con Sora.
Daigo sacudió la cabeza. —Fueron ocho, primero. Jou Kido y, luego, Meiko Mochizuki fueron considerados voluntarios. Tuvieron experiencias distintas al resto de ustedes.
Mimi levantó la cara, su gesto se había encendido con furia. —¡Jou tenía doce años!
Daigo se detuvo por un momento. Estaba notablemente fuera de su profundidad. —Los señores Kido eran parte del proyecto también, igual que el señor Mochizuki. Ellos dos fueron considerados casos especiales y así fueron tratados.
Koushiro no tenía idea de qué pensar. Pensó en Jou, que había dejado de hablar con ellos y con sus padres, que se había arrastrado por el borde de la locura y sintió escalofríos. No recordaba a Meiko, en lo absoluto, y el desconocimiento, la incertidumbre era aún más angustiante.
—En diciembre del '99 sumaron dos niños más. Y luego, tres años más tarde, otros tres. Dos de estos últimos tuvieron secuelas realmente graves. Uno perdió todo contacto con la realidad.
Yamato se removió, incómodo, pero fue Sora quien alzó la voz para hacer la pregunta. —¿Ken?
Daigo sacudió la cabeza. —Ryou Akiyama.
—Ryou… —repitió Taichi. Estaba claramente en shock.
—Ken también tuvo secuelas graves, no me malinterpreten y tuvimos que realizar una seria intervención. Pero Akiyama y Mochizuki se desconectaron totalmente de lo que pasó.
—¿Digimon era por monstruos digitales?
Daigo asintió, lento y receloso. —Sí. Los digimon se supone que los representan a ustedes, son sus avatares. Se los investigó a fondo y se los interrogó. Las personalidades que desarrollaron esos digimon se deben exclusivamente a ustedes.
—¿Y los… las cosas que recordamos?
—Las memorias se arman. Se pueden cambiar y reconfigurar. Era parte de la hipótesis. Se suponía que estábamos ayudando a lidiar con las cosas.
—¡Mentirosos! —chilló Mimi. Era obvio que llevaba tiempo conteniéndose—. Se aprovecharon… se aprovecharon de nosotros y… ustedes….ustedes… monstruos.
Sora se levantó, ayudando a Mimi a ponerse de pie también, y las dos salieron de la habitación. Koushiro estaba lívido, tenso, pero dejó que su cuerpo se relajase cuando Taichi se paró a su lado. Vio que Yamato se aferraba al apoyabrazos del sofá. Se preguntó, si sus amigos lo detendrían si estallaba o, en cambio, lo ayudarían a volcar su furia.
—El proyecto se dio por terminado en diciembre del 2002 debido a lo que experimentaron Akiyama, Ichijouji y Mochizuki —continuó Daigo, que obviamente había llegado para revelar toda la información que poseía y no pensaba detenerse. Su cara estaba llena de culpa y pesar pero, con todo lo que sabían, no podían estar seguros si era real—. Pero mi jefe insistió que deberíamos seguir con la vigilancia para asegurarnos de que no había secuelas graves y que ustedes podían continuar con su vida después de lo que pasó.
—Malditos —murmuró Yamato. Temblaba, furioso e impotente.
—¿Y qué es lo que pasó en el campamento? —preguntó Taichi, con una nota de histeria en su voz. Koushiro temía que atacase a Daigo en cualquier instante y le partiese la cara—. ¿Qué hicieron con nosotros...?
—Eso es lo que está en los archivos que usted le dio a Jou, ¿cierto? —dedujo Koushiro—. Usted hizo que Jou filmase esa grabación y nos dejase todo… todo esto.
—Sabía que si me acercaba ustedes no me creerían. Tenía que ser alguien que lo hubiese vivido con ustedes. Y Jou me conocía. Trabajé con sus padres. Él era el único de todos que lo sabía todo y que aún así había logrado...
—No volverse loco.
—Sí —admitió.
—¿Y por qué nos está diciendo todo esto ahora? ¿Por qué se cambió el nombre y quiere ayudar? —Taichi se había llenado una frialdad que a Koushiro le daba escalofríos—. ¿Qué es lo que quiere a cambio?
—Quiero destruir a Apocalimon —dijo Daigo—. Ustedes fueron el grupo más grande pero no el único grupo que fue elegido. Antes fuimos Maki y yo. Y llevo años queriendo vengarme.