Buenas noches mi gente... Espero que hayan empezado bien el día y que lo estén terminando lo mejor posible.

¡Hoy es día de actualización! Disculpen que me haya tardado un poco, pero con esto de que en la página de #WonderGrinch en Facebook estamos compartiendo historias de algunos fickers porque algunos/as no tienen Wattpad o Fanfianfiction se me había olvidado que debía actualizar "En el lecho del deseo"...

Pero acá estoy con el cap 3 de esta bella adaptación.

Sin más que decir... disfruten :)

Serie Seducción de Laura Lee Guhrke "En el lecho del deseo" (libro 3).

oooOooo

Capítulo 3

Touya siempre había sido una persona afectuosa, de buen humor y era difícil que se enfadara, pero cuando se lo provocaba, cuando se lo obligaba a sobrepasar sus límites, los resultados podían ser catastróficos. La mayor parte del tiempo le era fácil mantener el buen humor, pues sabía por su larga experiencia que una observación inteligente siempre podía calmar las tensiones y sobrellevar las cosas civilizadamente. Sin embargo, había raras ocasiones en que le costaba mucho esfuerzo comportarse de ese modo, y esas ocasiones tenían que ver habitualmente con la familia Tremore.

—Aprecio su interés por mis finanzas, mi querido duque —dijo con jovialidad deliberada—. Aprecio enormemente su oferta, pero soy bastante solvente en la actualidad.

Observó un breve movimiento muscular en la mandíbula de Tremore y, puesto que le acababa de rechazar un soborno, no pudo dejar de sentir cierta satisfacción ante la frustración de su cuñado.

—Su falta de interés ante mi propuesta me asombra, Miara. El dinero le fascinaba sobradamente en los días que precedieron al matrimonio con mi hermana.

—Me fascinaba su dinero, ¿quién podría culparme? —dijo gesticulando hacia el opulento vestíbulo color turquesa, oro y blanco—. Es usted muy bueno dando rodeos.

—Miara. —Una voz serena irrumpió desde el umbral de la puerta y ambos hombres se volvieron para ver a la duquesa entrar en la estancia—. Gracias por venir.

Touya estaba contento ante la llegada de una persona con cierta bondad, pero notó que Tomoyo no estaba con ella. En todas las crisis de su vida, Tomoyo siempre había corrido a pedir ayuda a su hermano, y éste siempre se la había prestado. Touya comenzó a recabar fuerzas ante la batalla inevitable que se avecinaba. Li era un oponente formidable, con bastante más dinero y poder que él, y su situación comenzaba a convertirse en un problema emocional, difícil, de coraje. Tomoyo sabía cómo odiaba ese tipo de cosas, pero si pensaba que iba a cejar en su empeño, estaba equivocada.

—Duquesa —dijo saludándola, con una inclinación y un beso en la mano—. Qué placer volver a verla, aunque su presencia siempre es un placer.

—Sentí la muerte de su primo. Por favor, acepte mis condolencias.

Se puso rígido ante sus palabras, la herida todavía era demasiado reciente como para reaccionar de forma convencional ante el recuerdo. Respiró hondo y sólo tardó un momento en contestar.

—Gracias.

Sólo había visto a la duquesa de Tremore un par de veces, pero siempre le había parecido una mujer muy sensible, muy perceptiva, y ella debía de haber notado algunos de sus sentimientos. Entonces, ella llevó la conversación hacia temas más triviales y, desde el punto de vista de Touya, su marido le siguió la corriente.

Se sentaron en las sillas doradas de petit-point y hablaron del tiempo, de los asuntos del momento y de su conocido mutuo, Eriol Hirahizawa, sobre su matrimonio el otoño anterior y la próxima representación de su nueva sinfonía en Covent Garden. Pero pasó una hora y media y Tomoyo todavía no había aparecido; la paciencia de Touya comenzaba a flaquear.

En un momento oportuno, llevó la conversación hacia su mujer.

—Perdóneme —dijo a la duquesa—, pero la vizcondesa y yo debemos emprender nuestro camino en breve. Me pregunto si podría pedirle a un lacayo que recogiera sus cosas.

—Voy a ver si Tomoyo ha hecho su equipaje —contestó, y la diferencia entre sus palabras y la exigencia de Touya confirmó sus sospechas. Estaba allí para entablar una batalla.

La duquesa se levantó y los dos hombres hicieron lo mismo, inclinándose a su paso. Tras su marcha, el duque y él se fueron a lados opuestos de la habitación, como si tuvieran un acuerdo tácito de mantenerse lo más lejos posible el uno del otro. Ninguno se volvió a sentar y ninguno habló. La tensión en el ambiente era espesa y pesada, como la calma de una tarde de agosto después de una tormenta.

Casi habían transcurrido nueve años desde que él había estado en esa habitación. Las ventanas todavía estaban coronadas con visillos de seda dorada, como recordaba. Los muros, todavía pintados de blanco, con las mismas molduras doradas y escayolas intrincadas. Tapices azules y verdes cubrían las paredes, y la misma alfombra Axminster azul, oro y rosada cubría el suelo. Li era un hombre tradicional. Touya sintió la extraña sensación de que había vuelto atrás en el tiempo.

Se volvió hacia las ventanas altas, amplias, que daban a Grosvenor Square. Miró a través del cristal, hacia el parque, contemplando los carruajes que pasaban por la calle, que se curvaba tras la hierba suave y el paseo de olmos; carruajes opulentos de las familias más importantes del barrio. Sin duda, sus ocupantes regresaban a casa tras una tarde de negocios. Sabía que sería de noche a las seis en punto.

Su propia calesa, abierta a la agradable tarde de primavera, permanecía abajo, un carruaje tan lujoso como los que pasaban por allí, aunque no siempre había sido así. La última vez que miró a través de aquellas ventanas, su carruaje y sus circunstancias eran muy distintas.

Ahora, de pie, muchos años después, todavía podía recordar al hombre que era entonces, un hombre que no sólo había heredado el título y la hacienda de su padre, sino también sus enormes deudas, un hombre abrumado por los deberes de la nobleza y sin ningún medio para cumplirlos.

Antes de la muerte de su padre, era como la mayoría de los caballeros de su entorno, canalla, estúpido y visceralmente irresponsable. Un hombre que gastaba cada penique de su asignación sin pensar de dónde venía, sin saber que los fondos que su padre le enviaba eran todos a crédito.

Apoyó la frente contra el cristal. Aquella primavera de hacía nueve años, en Londres, todavía se estaba recuperando del susto de descubrir que ser noble conllevaba responsabilidades, algunas que su padre había ignorado desvergonzadamente. Había que pagar a los acreedores, había colectores que era necesario reparar para aliviar el brote de tifus entre sus arrendatarios, animales que alimentar, grano que sembrar y sirvientes a los que pagar todos los meses que se les debía. Al contemplar entonces a sus arrendatarios y sirvientes, supo que lo miraban con cinismo, pues no lo consideraban mucho mejor que el señor anterior.

Nunca olvidaría la desesperación que lo atenazó, desesperación de tener a tanta gente a su cargo, de que fueran tan dependientes de él, cuando no veía forma de proporcionarles sustento.

Ninguna forma salvo una.

El sonido de las pisadas que se acercaban hizo que se apartara de la ventana, y contempló cómo Tomoyo aparecía en el umbral del vestíbulo.

La luz del sol que entraba por las ventanas se filtraba a través de su pelo suelto y su rostro, cristalizando en su mente más recuerdos de aquella primavera de hacía tanto tiempo.

Habían pasado nueve años, pero le pareció que había sido el día anterior la última vez que estuvo allí. La sensación de haber retrocedido en el tiempo fue más fuerte, pues Tomoyo parecía tan joven y encantadora, de pie, en el umbral, como entonces. Aquella primavera no le había importado que tuviera pretendientes haciendo cola a su puerta. El tiempo sólo había dejado una diferencia perceptible en su semblante. El rostro de la muchacha en el umbral siempre lo había iluminado como una estrella. Sin embargo, el rostro de la mujer nunca lo había hecho. La culpa era de ambos, pensó.

Entró en la habitación y se dirigió a su hermano:

—Shaoran, me gustaría hablar con Miara a solas, si es posible.

—Sin duda. —El duque salió sin mirar a Touya y Tomoyo cerró la puerta tras él. No perdió el tiempo en preliminares o en una conversación educada—. No me voy a ir contigo.

La lucha, según parecía, acababa de empezar.

—Está bien, pues tendré que llevarte atada a siete piedras —espetó, complacido.

—¿Acaso pretendes sacarme de aquí a la fuerza? —El desprecio invadió su rostro, cosa que no le sorprendió, pues desprecio y odio eran lo único que sentía por él en esos días—. ¿Realmente harías algo tan brutal?

—Sin dudarlo un segundo.

—¡Cómo les gusta a los hombres emplear la fuerza bruta cuando todos los otros métodos han fracasado!

—De vez en cuando es necesario —contestó.

—Shaoran nunca dejará que me lleves en contra de mi voluntad.

—Posiblemente, pero si se opone, pediré a la Cámara de los Lores que te obligue a volver a casa, y Li no tendrá otra elección que entregarte. Sin duda, ya te lo habrá dicho.

Ella no confirmó ni negó esta conclusión.

—Yo también podría cursar una petición de divorcio.

—No tienes ninguna razón y, tras el horrible escándalo que arruinaría para siempre tu buena reputación en sociedad y sumiría a la familia de tu hermano en la vergüenza, perderías. La única razón para el divorcio de una mujer es la consanguinidad o la impotencia, y ninguna de ambas tiene relevancia en este caso. No estamos emparentados de ninguna forma y, en cuanto a lo otro, nadie podría creerlo.

—No, ¡habida cuenta de tu reputación! —dijo con disgusto—. ¡Qué injusticia, si yo hubiera tenido amantes, podrías alegar adulterio para divorciarte de mí y, sin embargo, tus adulterios son bien conocidos y yo no puedo emplear esos argumentos!

—Sabes tan bien como yo cuál es la razón de todo esto. Un hombre tiene que saber que su heredero es suyo. Las mujeres no tienen esa incertidumbre.

—Entonces, quizá debería hacer como tú y tener mis amantes. —Alzó la barbilla con aire desafiante, como una reina resguardándose en su torre—. ¿Te divorciarías de mí si tuviera un amante?

Eso ni siquiera podía encontrarlo divertido. Sus ojos se abrieron y, dirigiéndose hacia ella, dijo:

—No lo intentes, Tomoyo.

Ella alzó una ceja con elegancia.

—¿Preocupado, Miara?

—La censura que caería sobre ti, si tienes un amante sin haber engendrado primero un heredero, te resultaría insoportable.

—Ya se me critica por no darte un heredero. A lo mejor merece la pena alargarlo un poco más...

—¡Que el infierno se hiele! —gritó poniéndose de pie—. ¿Es eso?

—Como una mujer despreciada —dijo ella terminando el refrán—. Al menos admites parte de tu culpabilidad.

Dio unos pasos alrededor de él y se distanció, como si ya no pudiera soportar tenerlo tan cerca.

—¿Y un hombre despreciado? ¿Qué dices a eso, Tomoyo?

Ella se detuvo en mitad del vestíbulo, y él contempló sus hombros. Ella volvió la cabeza, su perfil denotaba toda la considerable soberbia femenina que poseía. Él podía sentirla por su barbilla ladeada y la determinación de su mandíbula. Sabía que no había forma de que admitiera siquiera que había sido ella quien se había distanciado primero, quien había dado el primer paso, la que había dicho las primeras palabras amargas que lo habían llevado por ese camino.

Aunque todos estos pensamientos pasaron por su mente, aunque sintió la sensación de una ira razonable que resurgía dentro de él, sabía que nada de eso importaba ahora. No necesitaba tener razón, tan sólo necesitaba una tregua lo suficientemente larga como para tener un hijo.

Se puso detrás y la tomó por los brazos. Ella se sobresaltó con el contacto, pero él la apretó contra sí para que no se separara. A través de la seda verde musgo de su vestido, ella se sintió como una piedra bajo sus dedos.

—El divorcio no es una opción, Tomoyo —dijo con la mayor caballerosidad que supo—. Así que no sirve de nada desearlo. Además, no quiero que ambos pasemos por ello, y sé que tú tampoco.

—Pareces muy seguro de lo que quiero y lo que no.

—En este caso, estoy seguro. Tu amor por tu hermano es más fuerte que tu acritud hacia mí. Nunca los avergonzarías de esa manera, ni a él ni a su mujer ni a su hijo.

—Pero podría pedir una separación legal. Después de todo, ya hemos estado separados durante años. No sería más que una formalidad.

Se le estaban agotando las ideas. Él podía notar la desesperación que quebraba su voz.

—Nunca consentiré esa separación y, sin mi consentimiento, no hay posibilidad alguna de que ocurra. Casi todos los miembros de la Cámara de los Lores son hombres casados que no tienen intención de ofrecer a sus esposas un precedente legal para que puedan hacerles lo mismo.

—¡Hombres! —exclamó dándole la espalda—. Tienen un control absoluto sobre nuestras vidas gracias a las leyes que ustedes hacen, incluyendo la que dice que sólo los hombres pueden hacer leyes. ¡Qué fácil es la vida para ustedes!

—Sí —asintió—. Los hombres hacemos las cosas a nuestra manera.

—Shaoran pertenece a la Cámara y es muy poderoso, luchará por mí.

—Ni siquiera el duque de Tremore es lo suficientemente poderoso como para cambiar la ley matrimonial. Sin duda, iría a los infiernos y volvería si tú se lo pidieras, pero al final se vería obligado a devolverte. Eres mi mujer.

Ella se separó unos pasos.

—Podría huir, marcharme a Europa.

—¿Esconderte? —Eso le sorprendió. También le preocupó. Era una posibilidad con pocas perspectivas de éxito pero Li podía mantenerla allí donde quisiera irse, y entonces tendría que recorrer todo el mundo persiguiéndola. Si lograra esconderse con éxito el tiempo suficiente, podría superar su capacidad de engendrar, y en ese caso nunca tendría un heredero para suplantar a Laurence. En ese momento, supo que no podía permitirse una insinuación siquiera de su preocupación. Con lo impulsiva y testaruda que era su mujer, si él mostraba algún signo de preocupación por sus amenazas, estaría en Francia al cabo de una hora—. Siempre te encontraría —dijo con mucha más seguridad de la que en realidad sentía— y, si me permites decirlo, esconderte es poco propio de ti. Nunca pensé que podrías ser cobarde, Tomoyo.

Eso le tocó la fibra sensible y frunció el entrecejo.

—Tener el canal de la Mancha entre nosotros es una idea que encuentro bastante seductora.

—Sería una vida muy solitaria. Para huir de mí tendrías que ocultarte en algún lugar remoto, cambiar de nombre, ocultar tu identidad. No tendrías compañía. Conociendo tu gusto por la sociedad, estar tan aislada, sin tus amigos, acabaría contigo y, ¿no volver a ver a Shaoran y a Sakura nunca más? No lo podrías soportar.

Sus hombros flaquearon un poco ante aquellas palabras y, cuando contestó, él supo que ya no huiría a Europa.

—Estoy rodeada de imposibles —susurró y, de pronto, pareció tan desamparada y perdida que, si él no hubiera sido juzgado tan injustamente como un bruto y un canalla, y como razón última de su miserable situación actual, habría sentido pena por ella.

—Estás haciendo que esta situación sea mucho más difícil de lo necesario —dijo.

—¿Eso crees? —contestó, y la ira surgió de nuevo—. ¡Así que esperas que te lo ponga fácil! ¿Tan sólo debo yacer pasivamente y cumplir con mi deber para con mi marido y mi dueño, como hacen otras esposas?

Él prorrumpió en una risotada.

—¿Tú? Si yo ahora deseara que me partiera un rayo, tendría más posibilidades de conseguirlo.

Estuvo seguro, por su expresión ultrajada, de que ella no compartía su diversión, así que lo dejó estar.

—Primero, puesto que nunca fuiste pasiva haciendo el amor, no puedo imaginar por qué vas a empezar a serlo ahora. Segundo, me gustaría pensar que no sólo apreciarás la necesidad de engendrar un heredero, sino que también recuerdas el placer que supone.

Sus palabras la hicieron enrojecer. Ocho años no habían acabado con todos los recuerdos del lecho matrimonial. Touya prefirió considerarlo como una buena señal.

—Esta situación será tan fácil o difícil para ti como elijas hacerla.

—¿Y si elijo hacerla difícil? —contestó. Él se puso rígido y la miró. Tras el color amatista y suave de sus ojos, él vio algo más, el resplandor inequívoco del acero de Li. Era una mirada que conocía muy bien—. ¿Y si me niego a cumplir con mi deber conyugal? ¿Qué vas a hacer, Miara? ¿Tumbarme en la cama y forzarme?

De todas las mujeres del mundo, se había casado con la más testaruda.

—No he forzado a ninguna mujer en mi vida —contestó—, y deberías saberlo mejor que nadie. Hace ya mucho tiempo que podría haber derribado la puerta que cierras entre nosotros.

—¿Por qué no lo has hecho?

—Maldita sea, si lo hubiera sabido. Quizá fuera esa costumbre tuya de echarte a llorar cada vez que te tocaba.

—¡Creo que saber que mi marido me había mentido y engañado era una buena razón para sollozar!

—O quizá... —prosiguió como si ella no hubiera dicho nada—, quizá fue porque tú empezaste a lanzarme acusaciones cada vez que intentaba besarte, quizá porque tú empezaste primero a forcejear cada vez que te tomaba entre mis brazos. Perdóname, pero hacerme sentir como un canalla por tocar a mi propia mujer acabó con cualquier deseo.

—Nunca me amaste. ¿Cómo crees que me sentí cuando lo descubrí?

«Dios mío, ten piedad.»

¿Iban a hablar de sentimientos otra vez? Sin duda, esa batalla la tenía perdida. Siempre la había tenido. Dejó caer los brazos y no dijo nada.

—¿Cómo piensas que me sentí cuando supe que habías tenido una amante antes de nuestro matrimonio? Todo el tiempo que estuviste cortejándome, cada vez que me besabas, me tocabas o me decías que me amabas... —Su voz se quebró, sumida en la rabia. Sus manos se cerraron en un puño—. Justo hasta el día de nuestra boda, te acostabas con Brie Larson. Incluso después de casarnos, tú...

—No después de casarnos, Tomoyo, después no. —Él ya le había explicado todo el lío del collar y la liquidación del contrato con Brie más de una vez. No iba a hacerlo de nuevo. Apretó los dientes.

—Cinco amantes desde entonces, Miara, y Dios sabe cuántas otras mujeres que desconozco.

No iba a justificar sus romances después de que lo expulsara de su lecho. Un hombre jamás tiene que justificar ese tipo de cosas.

—¡Ah!, así que has estado prestando atención.

—Es difícil no hacerlo cuando las revistas de sociedad y las cotillas me lo cuentan con todo detalle. Tenía que sentarme junto a lady Langdon a tomar el té y parecer educada, sabiendo todo el rato que tú habías estado entre sus sábanas. Cuando lady Pomfrey se convirtió en tu amante, tuve que aguantar sus sonrisas de triunfo y sus indirectas veladas sobre tus artes amatorias en las partidas de cartas.

—Tomoyo...

—Tuve que oír a la gente murmurar en el teatro sobre lo hermosa que era Jane Foster —dijo interrumpiéndolo con voz fría, apretando los puños—, y oír cómo no importaba su falta de talento ante su asombrosa belleza, además de ser una anfitriona tan encantadora. Oí los elogios en los recitales sobre lo buena cantante que era Jennifer Aniston, y los comentarios indecentes sobre lo bien que cantaba en tu lecho, hasta que su marido te pegó un tiro. «¡Bien por él!», me dije. Y Yuko Tsukino es la mujer de esta temporada, la única de la que todavía no he oído nada acerca de su belleza, talento o artes amatorias.

—No estoy con Yuko Tsukino desde hace ya tres meses. Los rumores te llegan un poco retrasados con respecto a los acontecimientos.

—No te importa nada la humillación que he pasado contigo.

—Incluso me gustó cuando lo supe, después de que tú me rechazaras —dijo, furioso, odiando la forma en que ella lo había convertido en un villano por cumplir con sus necesidades masculinas, que eran naturales y justas, ya que ella se las había negado—. ¡Por Dios, soy un hombre, Tomoyo! ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Ir a tu lado y rogar? ¿Convertirme en un monje durante ocho años? ¿Ponerme el cilicio y flagelarme diariamente porque hice lo que tenía que hacer?

—¿Lo que tenías que hacer? —repitió ella con desdén—. Casarte conmigo por dinero, supongo.

—¡Sí! —gritó, fuera de sí—. Sí, me casé con una mujer de fortuna e ingresos para salvar mi patrimonio de la ruina. Contraje lo que pensaba que era un matrimonio sensible con una muchacha que me gustaba y deseaba. Cuando aquella joven me echó de su lecho, tratando de manipularme con lágrimas y culpa, me fui a otro lado. En mi situación, cualquier otro hombre habría hecho lo mismo.

—Tonta de mí, una vez pensé que eras mejor que cualquier hombre.

—Sé que lo pensaste.

Miró a la mujer cuyo rostro estaba lleno de resentimiento, y aquella muchacha adorable, tan vulnerable, de pie en el umbral de la puerta, volvió a pasar como una exhalación por su mente, una muchacha cuyos cabellos refulgían con la luz del sol, y que tenía toda la adoración del mundo en sus ojos, toda para él y el pedestal en que ella lo había puesto. Se odiaba ahora por su fracaso, porque había dejado de ser un héroe y se había convertido en un hombre imperfecto y corriente. Su ataque de ira se disipó tan rápido como había llegado.

—¿Qué quieres que te diga, Tomoyo?

—No quiero que me digas nada. Tan sólo quiero marcharme. Laurenc tiene dos hijos. Permite que él sea tu heredero.

—No puedo y no lo haré.

—Entonces estamos donde empezamos.

Sí, así era, y él estaba cansado, harto de discutir una y otra vez, de acusaciones, de silencios como piedras y lechos separados que lo devolvían al mismo problema. Ya no más. Decidió encontrar una solución.

—Comenzamos nuestra vida juntos hace nueve años, y las circunstancias ahora nos obligan a reiniciar esa vida. El único punto de discusión es en qué casa lo haremos. Enderby está a seis millas de Londres, lo cual es poco conveniente, y mi casa en la ciudad está equipada para un soltero, por lo que resulta un tanto espartana, así que...

—Ya no te conozco —dijo ella, meneando la cabeza y mirándolo con horror—. De hecho, nunca te he conocido realmente. No puedo volver a vivir contigo como tu mujer después de todo lo que ha pasado entre nosotros.

—No ha pasado nada entre nosotros. Creo que eso es lo importante.

—¿Y esperas que me lo crea?

Él aguantó su mirada iracunda e interrogante.

—No lo espero, Tomoyo. Lo exijo. Mañana es domingo, así que tendrás el equipaje hecho y estarás lista para el lunes. Vendré a buscarte a las dos en punto.

Ella dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Touya todavía no había llegado a la mitad de la sala cuando ella dijo, sobresaltándolo:

—¿No ves que esto nunca funcionará? ¿Acaso no lo recuerdas? Nuestra vida como marido y mujer era un infierno para ambos.

—¿Sí? —Touya se volvió para mirarla, y por su mente pasaron todas las veces que, en aquellos años, habían vivido juntos. Pero no las de los últimos años, cuando pasaban unos cuantos meses unidos durante la primavera para guardar las apariencias, ya que, en aquellas ocasiones, no hablaban y apenas se veían.

No, lo que recordó cuando miró a su mujer fueron los primeros días. Por aquel entonces, discutían y se peleaban como cualquier pareja de recién casados; probablemente más que la mayoría, pues ambos tenían un carácter fuerte y opiniones contundentes. Pero no recordaba que su vida fuera tan infernal hasta que ella lo echó de su cama. Recorrió con la mirada la figura de su mujer, y los únicos recuerdos que le vinieron a la mente fueron los primeros, los más dulces.

Su cuerpo, mucho más menudo que el de él, todavía no estaba exquisitamente formado, una figura de huesos delicados y curvas suaves, llenas. El cuerpo podía estar oculto entre capas de muselina y seda en ese momento, pero él todavía recordaba su aspecto sin todas aquellas ropas. Habrían pasado unos ocho años desde la última vez que la vio desnuda, pero hay cosas que un hombre nunca olvida.

Recordaba la forma perfecta de sus pechos y la curva de sus caderas, la profundidad de su ombligo y los hoyuelos a ambos lados del nacimiento de la columna. El sonido de su risa, la visión de su sonrisa y los gritos de placer. Recordaba aquellos lugares en que solía besarla, que la hacían derretirse como la mantequilla: el cuello, las rodillas, la marca de nacimiento en lo alto de su muslo. Con aquellos recuerdos, sintió que su cuerpo comenzaba a arder y no iba a ser bueno que su mujer se diera cuenta de que todavía seguía desestabilizarlo con su presencia.

—No fue un infierno todo el tiempo —murmuró—. Tal y como lo recuerdo, hubo algunos momentos deliciosos.

Antes de que ella pudiera contestar una palabra, recobró el sentido y dijo:

—El lunes, Tomoyo, a las dos en punto. Tienes tiempo para decidir dónde vamos a vivir lo que queda de temporada. —Abrió la puerta de la sala de estar—. Enderby o Bloomsbury Square.

—¡En ninguno de los dos sitios! —gritó antes de que él cruzara la puerta y la cerrara tras de sí.

Tomoyo ya no sabía qué hacer. ¿Podría lograr ser su mujer nuevamente?

oooOooo

Ok... La verdad que cada matrimonio es un mundo y el de estos dos es un verdadero mundo... tienen sus cosas buenas y malas. Eso lo vamos a ir desentrañando en los siguientes capítulos.

Ahora... ¿Ustedes qué opinan? ¿Touya tiene la razón? ¿La tiene Tomoyo? ¿Podrá nuestra amatista cumplir con su papel de esposa?

¿Touya logrará convencerla?

Como ven es una época diferente y eso conlleva costumbres diferentes. Por eso les digo siempre que lean con ojos críticos.

Espero les esté gustando leerla tanto como a mi adaptarla...

Nos leemos el miércoles que viene ;)