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Encuéntrame en Oscuridad
Hasta el día de su secuestro, Helena Brown había sido una universitaria chica común, oriunda de Inglaterra que estudiaba en Grecia debido a un programa de intercambio. Sin embargo, sus captores no querían nada ordinario, ni su cuerpo ni su dinero. Querían que les diese indicaciones, y aceptase que se llamaba "Agasha".
AGAFICA
WEEK 2019
ALBAGASHA
4
TEMA: REENCARNACIÓN.
Disclaimer:
Saint Seiya © Masami Kurumada
"The Lost Canvas" © Shiori Teshirogi
Encuéntrame en Oscuridad © Adilay Fanficker
Advertencias: Lenguaje un poco fuerte. | Semi-UA. (Universo alterno). | Un poco de OOC.
DÍA 4: REENCARNACIÓN.
Notas:
Esto, que se supone que era parte de una semana, lo he tomado como parte de un año entero jajaja.
Perdonen, pero entre "Milagrosa Piedad" y "El Deseo de la Amazona", ya no tengo tanto tiempo y energía para escribir y escribir sin parar como me gustaría jajaja.
Espero este nuevo fic les guste. ¡Hasta la próxima!
Y espero no se confundan demasiado con los nombres jaja.
NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.
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—¡Ya les dije que yo no me llamo Agasha! —lloraba ella desesperada, amarrada en la silla.
Al salir de la universidad aquella noche, por estar hasta tarde en la biblioteca (pues tenía un importante examen de cálculo que aprobar) luego de una larga tarde reforzando sus conocimientos, caminar por aquel sendero tranquilo donde habían puros edificios con departamentos, Helena no se había esperado que una camioneta negra se aproximase rápido hacia ella y luego de rechinar los frenos, cerrándole el paso, dos hombres fuertes y tapados de las caras con pasamontañas, la tomasen y con todo lujo de violencia la metiesen en los asientos traseros del coche.
De inmediato, le pusieron un negro saco apestoso sobre la cabeza y arrojaron su mochila junto a su celular y cartera afuera de la ventana. Más tarde arrancaron nuevamente hacia un destino desconocido.
Durante todo ese tiempo, Helena había querido zafarse, gritar y suplicar por su vida. Dijo que sus padres no vivían cerca y ni siquiera la llamaban, que fuera de ahí ella no tenía familia y que no tenía a nadie de importancia cerca suyo salvo un hámster.
También les dijo que no iban a poder conseguir dinero secuestrándola y que por favor la soltasen, ella a cambio no llamaría a la policía. Aunque en el fondo, y en sus cinco sentidos, sí iba a hacerlo.
Pero de inmediato, luego de que uno de los hombres le gritase porque se callase, Helena se imaginó que la querían realmente para vender sus órganos o para venderla como esclava sexual o algo peor, usarla para uno de esos horribles vídeos snuff en los que mataban a la víctima de forma sádica en medio de una tortura inimaginable comandada por algún enfermo que hubiese pagado por ello.
Para parar sus desgarradores chillidos, le golpearon el estómago, la cara y le exigieron que se callase.
Sangrando de la nariz y la boca, llorando y casi meándose encima del miedo, Helena Brown accedió a tragarse sus quejidos. Por "suerte" los tipos no la violaron o siquiera la manosearon, a pesar de que llevaba una falda bastante corta de mezclilla y una braga un tanto provocativa porque, bueno, a ella no le gustaba usar licras debajo de ellas y actualmente pasaba por una fase de locura hormonal que no incluía acostarse con alguno de sus brutos compañeros de clase.
Una vez que el auto arribó en algún sitio que Helena no pudo reconocer, fue expulsada con empujones y jaloneos hasta un cuarto vacío (con mucho eco, quizás una bodega) donde fue llevada a una silla.
Ahí la amarraron, sus pies a las patas de madera de la silla y sus manos atrás del respaldo de la misma con tal fuerza que le dolían mucho los músculos, pero temía que al intentar reacomodarse, sus captores volviesen a pegarle.
Ahí comenzó un horrible interrogatorio, donde se le advirtió que si no hablaba, iba a morir a golpes.
»Ahora, Agasha. Vas a hablar. ¡¿Dónde está?!
Helena fue sincera, dijo que ella no se llamaba Agasha. Pero hacer eso sólo le costó que le echasen agua fría encima. Incluso había hielos.
Ella gritó por el impacto, pero peor fue cuando una vara de madera hizo contacto brusco y rápido contra sus piernas desnudas. El dolor fue inmenso y Helena podría jurar que estaba sangrando.
»¡Perra mentirosa! —vino un segundo golpe. Helena volvió a gritar—. Tú lo tienes. ¡Será mejor que no busques vernos la cara de idiotas!
Temblando por el frío, pero más por el miedo y el dolor, ella lloró.
»Les juro que me llamo Helena, Helena Brown. Nací en Inglaterra —gimoteó sin importarle que su nariz también comenzase a escurrir, quizás moco o quizás sangre era con lo que se estaba ahogando. Ella ya no sabía nada. De hecho, no sabía si a estas alturas ya se había orinado encima o era el agua que le habían arrojado lo que sentía bajo sus nalgas—. Soy de un programa de intercambio… soy de un programa de intercambio… —y así era.
Ella era una chica inglesa al 100 por ciento, había nacido hace 21 años ahí, y llegado a Grecia en un programa de intercambio que realizó su universidad para que ella adquiriese conocimientos en el gran país, pues en su natal tierra, había aprendido el idioma local de estos lares. Su campo: arquitectura.
Hasta hoy todo había sido color de rosa, sus clases habían ido bastante bien, su perfecto manejo del idioma le había hecho bastante sociable y aunque ella no tenía amigos en los cuales confiar plenamente, tenía buenos contactos.
Sin embargo, estos cavernícolas… o no le entendían, o realmente estaban aferrados a su verdad. Otros golpes con la vara (que la hicieron gritar) vinieron. Esta vez fueron sus brazos los sometidos.
»¡Juro que no me llamo Agasha! No sé de quién me hablan… no sé, no sé —lloró tendidamente, convencida de que iban a matarla.
Chilló dolorosamente otra vez cuando la vara de madera golpeó su brazo izquierdo. Esta vez el doble de fuerte que los anteriores.
»¡Eres tú! —otro golpe—, ¡no puedes engañarnos! —sus piernas otra vez—, ¡pequeña zorra! ¡Habla! ¡Habla! ¡¿Dónde está?! ¡¿A quién se lo entregaste?!
La tuvieron así por lo menos un par de horas, además de querer hacerle aceptar que se llamaba Agasha, también le preguntaban sobre sus aliados y dónde estaban ellos. Y si ellos lo tenían.
Al no tener las respuestas que buscaban de ella, le volvieron a echar agua fría, pues Helena no podía pensar en decirles nada más salvo la realidad.
La azotaron más tarde con un cinturón de cuero. Sabrá dios cómo habrían quedado sus piernas y brazos.
Para hacerla peor, luego de su primera sesión de tortura, también le habían dejado el saco en su cabeza y el cuerpo atado. Tenía tantas ganas de vomitar… tampoco podía respirar. Sentía el orificio nasal izquierdo completamente obstruido. Al menos ya no sentía ganas de orinar.
Pero debía ver a un doctor urgentemente.
—Eres patética, Agasha. Y pensar que nuestros hombres se enfrentaron y el mío perdió ante el tuyo… claro, en mayor parte porque tu muñeco recibió ayuda de otro cerdo miserable —escuchó a una chica quejándome más para sí misma que para Helena.
Ella debería tener quince años aproximadamente, sonaba chillona y orgullosa. Incluso podría decirse que le divertía su situación.
Incorporándose un poco, Helena abrió los ojos, el derecho lo sentía adormecido. Su párpado apenas pudo abrirse a diferencia del izquierdo. Santo cielo… ¿por qué? ¿Qué había hecho ella de malo para merecer tal tormento?
Y apenas llevaba un día cautiva.
—Todo sería tan sencillo para ti, si tan solo nos dijeses lo que sabes. Lo que queremos saber.
Helena inhaló fuerte, tragando su propia mucosa nasal impregnada de sangre, antes de responderle.
Sentía tanto miedo…
—Lo juro por dios —susurró respirando entrecortadamente, temblando, a punto de volver a echarse a llorar—, me llamo Helena… Helena Brown. No me llamo Agasha. Por favor… déjenme ir… por favor.
No pudo retener las lágrimas. Estaba aterrada. No sabía qué sería lo próximo que iban a hacerle.
—Quisiera creerte, de verdad. —La chica, que sin duda sonaba como una adolescente, puso una mano sobre su cabeza, agarrándole el cabello con todo y el saco. Helena gritó cuando su cabeza fue echada hacia atrás con brutalidad—. ¿Pero sabes una cosa? —le susurró aterradoramente, muy cerca de su propio rostro cubierto—. Si no nos dices lo que queremos saber… vas a desear estar muerta, y lo siento —se rio—, pero ese es un placer que no se te va a dar aquí como sigas queriéndote hacer la heroína del cuento.
Con enfado, la adolescente empujó su cabeza hacia adelante, soltándola.
—Espero que te gusten las navajas y el alcohol. Me siento creativa para jugar contigo mañana… no tienes idea de lo mucho que deseo hacerte sufrir por lo que ocurrió… pero te dejaré respirar por ahora. Tendrás tiempo para gritar en unas horas —decía mientras se retiraba.
Cuando oyó un fuerte portazo, Helena se permitió llorar, pero aun así se contuvo para no hacerlo fuerte. Una vez que desgastó cada lágrima que pudiese tener, se negó a dormir.
«Dios mío, por favor… ayúdame».
La inconsciencia se llevó su último gramo de fuerza.
…
Cuando Helena abrió los ojos, sintió que su cuerpo había sido partido en pedazos y cosido de vuelta con un alambre de púas. Apenas pudo ver un techo blanco, también una lámpara de araña color dorado con unos focos de iluminación baja que apenas le hacía mirar a su alrededor para darse cuenta de varias cosas:
Ya no estaba amarrada a una silla. Su entorno olía a hierbas curativas y un poco a medicina. Como el consultorio de un doctor.
Su cuerpo se hallaba acostado en una enorme cama sobre un suave colchón. No pudo abrir su ojo derecho, lo sentía completamente adormecido. De hecho, todo su ser se encontraba lejos de poder mover siquiera un dedo y si apenas podía mover un párpado era porque estaba esforzándose.
—Hola.
Helena se asustó, y brincó sobre sí misma cuando vio a un hombre extraño… pero bastante apuesto, su cabello era corto con un llamativo color azul oscuro. Lucía como un motero con la chaqueta de cuero y la postura rebelde amenazante, sin embargo, él olía bastante bien, a un perfume que no debería ser nada barato.
No se veía drogado o bajo los efectos del alcohol, pero por muy confiable que se viese, nadie le aseguraba que no fuese un criminal buscando algo de ella por otro medio que no fuese golpearla hasta el cansancio.
¿Qué fue lo que le dijo aquella chica loca? Que no iban a matarla.
De cualquier forma, Helena estaba muriéndose de miedo.
—Yo no soy Agasha —masculló dado a que su boca fue más rápida que su cerebro y su deseo por intentar salvar su propio pellejo todavía no moría del todo.
—Tranquila —le dijo el hombre sacando desde el interior de su chaqueta una placa policiaca, ¿sería auténtica?—. Me presento, detective Manigoldo Nikolakopoulos. Investigaba el caso de la desaparición de algunas jovencitas alrededor de la ciudad, cuando en la estación recibimos una llamada anónima de un informante que avisaba de un presunto secuestro.
Desde el piso a un lado de la cama, el agente Manigoldo le mostró a Helena su propia mochila.
—Acudimos al sitio donde nuestro informante nos indicó que sucedió tu rapto, además de que nos otorgó las placas del auto. Así pudimos encontrarte la noche de tu secuestro.
La cabeza de Helena trató de hacer conexión con la hora en la que ella había perdido el sentido, sin embargo, se sentía tan mal que lo único que quería era volver a su casa en Inglaterra. Quería ver a sus padres… a sus amigos, en su país… quería que su madre la abrazara y le dijese que todo ya estaba bien.
—¿Dónde estoy? —masculló haciendo una pregunta, cuya respuesta, le inquietaba.
Si realmente había sido salvada, ¿por qué no estaba recuperándose en un hospital? ¿A dónde había sido llevada?
—Verás… es difícil de responder a eso —el detective Manigoldo dejó la mochila de Helena para sentarse en una silla que se hallaba atrás de él.
—Quiero irme a mi casa —no se sentía segura, estaba poniéndose demasiado nerviosa. Más que antes.
—Yo también quisiera que estuvieses en casa y no pasando por esto —el hombre la miró con tristeza—, pero lamento decirte que esto todavía no termina, Helena Brown.
Por ambos ojos, aunque el derecho estuviese muy hinchado y posiblemente amoratado, Helena comenzó a llorar.
—¿No es policía… verdad? —el miedo volvió a subírsele al pecho.
—Lo soy —él asintió con la cabeza—, pero este no es un caso en el que tranquilamente hubiese podido llevarte a un hospital y dejar un par de guardias afuera de tu puerta. No habría funcionado.
—Miente —gimoteó rogando piedad con su ojo no cerrado—. Sea lo que sea… que quieran de mí… yo no sé nada.
—Yo sé… que no sabes nada —lentamente, Manigoldo se levantó de la silla, pero en vez de hacerle daño como Helena creyó que haría, salió de su campo de visión y cuando volvió, traía consigo unos pañuelos desechables. Sacó un par y con cuidado limpió sus mejillas.
Todavía no segura de poder confiar en él, Helena chilló ante el deslizamiento del papel por su pómulo izquierdo. Manigoldo se disculpó por eso. Luego de limpiarle el rostro, él volvió a sentarse.
—Verás… la versión real de los hechos no es tan sencillo de explicar cuando la gente de esta época, en general, piensa que los dioses y los monstruos de los que nos hablaban nuestros abuelos cuando éramos niños, eran puros cuentos.
—¿Mmm?
—Por el momento, entiende que aquí nadie te hará daño —se levantó dejándole la caja de pañuelos a un lado de su cabeza—. Mis compañeros en la estación, a esta hora, ya han contactado con tu escuela y tus padres para hacerles saber tu situación, podrás llamarlos mañana cuando tus heridas te no duelan como ahora, pero supongo que comprenderás que cualquier llamada que hagas deberá ser breve, desde un teléfono especial, y cuando te esté vigilando, ¿verdad?
—Ajá —masculló sintiéndose adormecida de pronto.
—Bien, trata de descansar.
Apenas el oficial cerró la puerta tras él, Helena volvió a quedarse inconsciente.
…
…
…
—¿Segura que estás bien? —preguntaba en inglés la madre de Helena con desespero. Todo mientras la joven universitaria miraba hacia la pequeña mesita a un lado de la ventana, que tenía la jaula de su hámster con el animalito adentro de él jurando con su rueda—, tú padre y yo pensábamos en viajar de inmediato a Grecia para verte, pero el oficial que nos comunicó dijo que eso sería peligroso y dadas las circunstancias debían tenerte bajo máxima seguridad en una casa de protección. Cariño, ¿cómo te sientes? ¿Esos animales se atrevieron a violarte? —estaba llorando, angustiada y apenas recuperando el alma.
No era para menos. Los oficiales no le ocultaron que había sido golpeada durante su cautiverio.
—Me siento mejor, mamá, se me ha tratado bien —sin darse cuenta, había dicho eso en griego así que cuando su madre le pidió que repitiese lo que había dicho, trató de enfocarse en su idioma natal.
No fue hasta que Gioca Nikolakopoulos, la esposa del agente Manigoldo, le tocó el hombro, que Helena supo que su tiempo había terminado y debía colgar el teléfono.
Al cabo de 4 despedidas en las que su madre insistía en que la llamase si la necesitaba, Helena finalmente pudo ver cómo la dama de cabello negro se identificaba como su enfermera colgaba para dejar el teléfono en el buró del otro lado.
—Bastien se ha portado bien —le dijo Gioca, refiriéndose al hámster anaranjado—, le he dado de comer y limpiado su jaula —sonrió feliz.
—Gracias —susurró ella bajando la mirada a sus piernas cubiertas por la sábana.
Habían pasado 5 días desde que fue admitida en, lo que ahora sabía, era una mansión bastante lujosa… y bastante alejada de su propio hogar.
¿Qué clase de oficial de policía, detective o cual fuese que sea su rango, tenía una casa como esta? La respuesta era: ninguno.
Resulta que la casa pertenecía a un magnate llamado Hasgard Tsartsaris, y este señor junto a Manigoldo le habían contado una historia que ella no terminaba de creerse.
Por todos los santos del cielo, ¿cómo podía creer algo así?
Aunque ante sus ojos haya habido pruebas para eso. ¿Cómo creer… algo así?
¿Dioses griegos peleando entre ellos por la salvación o perdición de la humanidad?
»En aproximadamente otros quince o diez años más…
¿La diosa Athena iba a reencarnar en un bebé? ¿En un Santuario lleno de guerreros súper fuertes, ubicado en una zona secreta del país, al que era prácticamente imposible acceder a menos que fueses admitido en él?
»Aunque parezca algo imposible, y no te culpo por no creerlo, es cierto. Las cosas que parecen sacadas de un libro infantil, no siempre son así.
Helena Brown entonces supo por qué la habían raptado.
Los tipos que se la llevaron eran parte de un culto secreto.
Ante la ley, fueron tomados como secuestradores, ladrones y asesinos comunes luego de ser arrestados. Para ellos, el resto del mundo, y ella hasta que comenzó a oírlos, estos sujetos trabajan como un grupo criminal como muchos otros. Pero en la explicación de aquellos hombros, este grupo operaba clandestinamente en nombre del dios griego Hades.
Helena los escuchó sin interrumpir, parcialmente porque no tenía fuerzas para hablar y llamarlos "malditos locos" a todos ellos. En otra parte porque tenía curiosidad por saber un poco más de aquella alocada historia.
Sin embargo, su arraigado escepticismo se interpuso en cualquier momento que ella quería dejarse convencer de aquel cuento. Hasta que Manigoldo alzó una mano y sobre ella, aparecieron unas luces blancas/azuladas que ella misma sintió rozándole la cara. Eran frías como reales. Él las nombró "Ondas Infernales". En opinión de la joven, el nombre le sentaba a la perfección a esas lucecitas.
Pero en su momento, ella se quedó sin habla.
»Lo increíble no siempre es falso —Manigoldo hizo desaparecer aquellas luces mientras su cuerpo era rodeado por una extraña aura dorada que, mientras andaba de un lado al otro de la habitación, Helena tuvo que admitir que no habían luces o lámparas que pudiesen crear ese efecto sólo para engañarla—. Lamentablemente, eso es bueno… y malo al mismo tiempo.
Helena oyó el relato de Manigoldo y Hasgard, quien bastante pronto tuvo que salir porque tenía algo más de qué ocuparse.
En resumen, la diosa Athena luchando contra el dios Hades desde tiempos inmemorables… sus respectivos guerreros obedeciendo sus órdenes y muriendo por ellos de ser necesario… maldición. El hecho de que estos dos hombres eran… de los guerreros más fuertes. Los llamados Santos Dorados… aquellos que incluso luchaban contra el mismísimo dios del inframundo…
¿Qué clase de persona cuerda podía escuchar todo aquello sin sentir que le estaban jugando una broma para nada graciosa?
Entonces Helena Brown hizo su pregunta.
»En caso de que todo lo que digan sea cierto. ¿Qué tiene que ver esa tal Agasha, y ustedes, conmigo?
Todo un día se fue en explicarle a ella… que ella, Helena Brown, tuvo una vida pasada en el siglo XVIII, en la anterior "Guerra Santa". Entre los alaridos negatorios de Helena y la desesperación de Manigoldo por querer que ella dejase de gritar, Gioca Nikolakopoulos entró en acción.
Fue la mujer de cabello negro quien calmó a ambos y le pudo explicar a Helena, mejor que su esposo, lo que la involucraba a ella con sus secuestradores. Los secuaces menos importantes de entre los soldados más desechables del dios Hades, y quiénes por órdenes suyas, buscaban una forma de hacer su victoria algo irrefutable en esta nueva era.
»En el siglo dieciocho, Agasha fue una florista en el pueblo de Rodorio, sitio cercano al Santuario de la diosa Athena —le dijo Gioca—, verás… cuando se llevó a cabo esa guerra, muchos, de ambos bandos, murieron de formas salvajes. Mi esposo, en aquella época, también se llamaba Manigoldo. Pero como ahora sabrás, él fue conocido como el Cuarto Santo Dorado. Manigoldo de Cáncer.
Helena pidió, tratando de mantener la calma, que le explicase más sobre eso de "el cuarto". ¿Y cuántos de esos "santos dorados" había?
»Doce. Y seguro ya lo habrás notado, Cáncer es el cuarto signo del zodiaco —suspiró algo agobiada—. Los hombres más fuertes al servicio de la diosa Athena, y quienes vistieron aquellas armaduras doradas para pelear contra Hades, todos ellos portaban la bendición de cada signo del zodiaco con el que habían nacido. Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario, y Piscis.
»Cada uno de ellos peleó hasta que sus huesos humanos ya no pudieron más, y uno a uno fueron cayendo, no sin antes llevarse consigo a la mayor cantidad de enemigos con ellos. Al final, la diosa Athena venció a Hades una vez más y se retiró al Olimpo a restaurar sus fuerzas. No sin antes haber sellado el alma del dios Hades y el de su ejército.
Y por si eso no sonaba lo suficientemente loco o jodido:
»Lamentablemente… —continuó Gioca—, algunos seguidores de él, no fueron neutralizados. Son los de muy menor rango los que no dormitan y en este tiempo se han unido para buscar la forma despertar a su amo antes de lo previsto. Incluso antes de que la diosa Athena pueda renacer en estas tierras. Si lo logran, estaremos en graves problemas.
»¿Dónde entro yo? —ante esa cuestión, Gioca la miró con seriedad.
»De verdad lamento mucho decírtelo, pero en verdad, eres la encarnación de aquella mujer. Agasha.
Helena rememoró más de aquello. En esos instantes, ella necesitó de más tiempo para procesar aquella información. Gioca, siendo bastante comprensiva o muy buena actriz, le dio su espacio diciéndole que sus cosas personales serían trasladadas a aquella habitación, pues con toda seguridad, habría más seguidores del dios Hades tratando de buscarla. ¿Para qué? No lo supo hasta el día siguiente cuando Helena se sintió preparada para recibir las respuestas, luego de desayunar, por supuesto.
Para esos entonces sus heridas ya estaban bastante mejor, aunque siguiese conservando varios moretones y cortadas.
»Resulta que, por cuestiones que todavía no comprendemos del todo, uno a uno, muchos de los involucrados en aquella guerra pasada hemos encarnado y despertado en esta época. Mi marido, Hasgard, yo… y hasta el momento, todos nosotros siempre hemos estado conscientes de nuestro pasado, incluso nuestros nombres son los mismos que en aquella época.
»¿Entonces cómo aseguran que yo soy esa "Agasha" que buscan? ¿Acaso no es un error?
»No —Gioca negó con la cabeza tristemente—, y es que… después de investigar, pues llevamos años tratando de desenvolver este enredo. Descubrimos que tú, como Agasha, descubriste algo en la cámara del Patriarca.
»¿Quién es ese? —miró confundida a la mujer. Ésta suspiró, carraspeando su garganta.
»Es el líder humano encargado por la misma diosa Athena para dirigir a su ejército hasta día en el que ella vuelva. Es la autoridad máxima del Santuario.
Según Gioca, ella… como Agasha, había entrado a la cámara por alguna razón desconocida y se hizo con un objeto valioso que estaba en el sótano de ésta. Cuando tomó dicho objeto… algo escapó de él.
Cuando Helena (ya cada vez más familiarizada con el tema) le preguntó qué había sido lo que escapó, Gioca negó con la cabeza.
»¿Qué más? Un parásito —Gioca se rascó la cabeza con cierto nerviosismo—, una criatura que Hades una vez usó como un arma. Hace ya varios años. Tantos que, el entonces Patriarca, había dejado de recordar su existencia.
»¿Qué parásito?
»No lo sabemos. Pero por lo que hemos investigado, tenemos la certeza de que se trata de una alimaña nacida del río Lete.
»¿El del olvido? —Helena recordó sus clases de historia antigua, entre ellas los mitos en los que se creían—, ¿entonces esa es la religión verdadera?
Mostrándose más y más agobiada por todo lo que tenía que explicarle, Gioca procedió a explicarle a Helena sobre los Panteones. Todos los infiernos existían. Y todos los dioses en los que se creían, también.
»Del río Lete salió esa criatura. Lo sabemos por sus "efectos".
»Déjame adivinar: provoca la pérdida de memoria.
»Pero no tan a largo plazo como lo haría beber del agua del río directamente —Gioca se rascó la cabeza—. No sabemos cómo lo hallaste, ni tampoco cómo… o por qué lo liberaste. Hemos intentado contactar con el actual Patriarca y él parece tener una teoría.
»¿Esa teoría me ayudará a quitarme a esos sujetos de encima?
»Con suerte, todos ellos serán arrestados por la policía, tomados como locos, y podrás volver a tu país de origen.
Luego de esa explicación, más otros días para que fuese acostumbrándose a ver a Hasgard y Manigoldo agarrando brillo dorado de pronto para luego decir que tenían que deshacerse de los enemigos que estaban afuera, Helena había tenido libertad de pasearse por la mansión, bajo la condición de que no saliese, pues nadie podría asegurar que las órdenes de "capturarla" hayan cambiado a "matarla" de un tiro en la cabeza.
Helena tomó notas de eso luego de que se le permitiese hablar con su madre, que hasta este momento, había tenido noticias de ella por Manigoldo y su (todavía desconocido) compañero policía.
La única buena noticia era que por fin su cuerpo se sentía mejor para caminar por los pasillos junto con Gioca, a quien encontraba agradable.
—De verdad nos hubiese gustado mantenerte fuera de esto, parecías muy feliz sin saber nada. Sin embargo, cuando te raptaron y él se dio cuenta, no pudimos mantenerlos al margen.
—¿Él?
—Escucha… —Gioca la miró seria—, Manigoldo no te lo dijo porque sabía que en tus condiciones iniciales no ibas a entenderlo… sin embargo, alguien ha estado siguiéndote desde que llegaste a Grecia.
Helena detuvo sus pasos abruptamente, mirando a Gioca con una cara pálida.
—¿Y qué te hace pensar que me lo voy a tomar bien ahora? —preguntó pasmada. Asustada.
—Porque de todos los que hemos reencarnado, él sería el último que te haría daño.
Helena recordó que Manigoldo le había dicho que había recibido la llamada de un informante anónimo.
—¿Y si vio todo? ¿Y si me lleva siguiendo? ¿Por qué permitió que me dañarán? —se enfadó, como era lo usual. A nadie le agradaba saber que tenía un acosador que, además, en vez de hacer algo por evitarte un mal trago con unos secuestradores, sólo se limitase a llamar a la policía y esperar sentado a que todo se solucionase.
Por otro lado, todo fue muy rápido.
—No es lo que…
—¿Qué? ¿Acaso ese informante acosador no tiene esos súper poderes también? ¿No brilla o viste una armadura? —le recriminó, esperando a que Gioca le respondiese.
—Él no tiene poder —dijo con tristeza—, no cuando está cerca de ti.
—¿Ah sí? —sonrió irónica—, ¿yo soy la culpable?
—Helena…
—¿Y quién diablos es él? Porque si me dices que "me ha estado siguiendo" desde que llegué a Grecia… lo siento, pero no confío en alguien que me sigue para… sabrá dios qué.
—¡Helena! —Gioca la tomó de los hombros—, él está muy enfermo.
Helena no se iba a dejar lavar el cerebro con eso.
—Seguro. Lo suficiente como para seguir a una mujer que ni siquiera lo conoce…
—No es un acosador, entiende —le espetó—. Él sabía que en algún momento los secuaces de Hades podrían hacerte daño porque con cada paso que dabas en este país, él había tenido que enfrentarlos para que no se te acercasen. Pero desde hace más de un mes, su enfermedad se ha agravado, y lo ha mantenido casi al borde de la muerte.
—¿Ah sí? —entrecerró sus ojos ante la idea de que alguien que no conocía de nada, iba a morir—, ¿y qué enfermedad, si se puede saber?
—Los doctores lo llaman cáncer de corazón.
—¿Y ustedes? —musitó con un deje de antipatía.
—El retorno de su sangre envenenada.
Ambas cosas se oían horribles. Desviando un poco su mirada y bajando su tono de voz, Helena aflojó un poco sus defensas.
—Las dos suenas horribles —dijo lo pensado.
—Lo son —Gioca la soltó, bajando la mirada—. Él dice que el cáncer le fue detectado desde hace un año, pero Manigoldo acaba de descubrir que lo ha tenido (y padecido con eso) desde los quince años.
Curiosa, como ya un poco afectada dado a que no se imaginaba con ese tipo de daño a tan temprana edad, Helena frunció el ceño.
—¿Cuántos años tiene ahora?
—Dieciséis.
Era un niño.
¿Qué demonios?
—Y… seguro me dirás que a él le conocí en… esa vida pasada.
—No sólo lo conocías, también lo viste morir.
El escepticismo de Helena quiso resurgir. Aparte de hombres brillando y una fantástica historia bien estructurada, no tenía más pruebas de lo que estuviese escuchando fuese algo real. ¿Ahora querían que ella se tragase eso de que un posible acosador era más bien un súper héroe en las sombras o algo así? ¡Por favor!
—Escucha, puedo ver en tus ojos que no quieres creer. Y no te culpo por eso. Si estuviese en tu sitio, no me tragaría una sola palabra, pero al menos cree esto: él hubiese ido por ti de haber podido hacerlo. Pero al final, en esta vida o en la otra, somos seres humanos. Todos nosotros. No somos dioses, ni semi-dioses, ni gente especial. Sólo sabemos y hacemos un poco más que la mayoría.
Relajándose, Helena suspiró.
—¿Y quién es? ¿Cómo se llama? —así quizás podría levantar una demanda en caso de ser necesaria.
—Albafica. ¿No te suena de nada ese nombre?
No.
Helena negó con la cabeza.
—Jamás he oído ese nombre antes.
—Quizás en esta vida no.
—Pues si en la otra vida sí supe quién era él (como ya te habrás dado cuenta) ya no lo recuerdo.
—Ven —dijo al cabo de un corto rato viéndose a los ojos.
Caminaron juntas por un largo pasillo con varios cuadros y puertas de madera. La mayoría de las obras eran sobre los dioses griegos, uno que otro egipcio una que otra estatua o vajilla con grabados antiguos que seguro, valían mucho dinero.
Luego de dar vuelta en otro pasillo, Gioca le abrió una puerta al fondo.
—¿Después de ti?
—Pasa primero —desvió la mirada, todavía desconfiada.
—Entiendo.
Las luces se encendieron y Agasha pudo ver una enorme habitación con cuadros de pintura. Cada una de estas, mostraba a diversos hombres con… armaduras de oro. Armaduras que ella nunca había visto antes.
No eran medievales, ni tampoco algo muy griego. ¿En serio eran de oro?
—Son estos… los doce de los que me hablaste, ¿cierto? —preguntó Helena luego de contar los cuadros y pasar a algunas vitrinas de cristal que poseían en su interior algunos artículos que se moría por curiosear.
—Así es. El señor Hasgard en esta vida posee un grandioso talento artístico, y él mismo ha pintado estos cuadros que… por obvias razones, nadie más que nosotros, debe ver.
—Nadie salvo yo.
—Nosotras —la corrigió Gioca—. Ve y trata de no romper nada, ¿de acuerdo? Saldré para ver cómo prosigue la cena.
—De acuerdo.
Helena quería irse pronto a casa, pero también había sido una fan (no tan empedernida) de la historia griega. De sus creencias. De sus dioses. Todo lo que tuviese que ver con la vida antes de los teléfonos celulares y los pantalones para mujeres.
Gioca se marchó, mientras Helena pasaba de uno en uno, los cuadros que Hasgard había pintado.
En el primero, Helena se quedó sin aliento al contemplar a un galante hombre de cabello rubio y ojos de un curioso color morado. Posaba como si estuviese listo para patearle el trasero incluso hasta a Lucifer. Su armadura, brillante e impresionante, destacaba por un par de cuernos de lado a lado de su cuello. Abajo en un griego muy antiguo, ella apenas pudo leer: Shion de Aries.
Nada mal, nada mal.
En el segundo cuadro, vio con impacto al artista, sólo que, en la pintura, él tenía varias cicatrices en su rostro y un ojo perdido aparentemente. Aun así, era como ver a un antiguo gladiador al que nadie haría enfadar por su propio bien. Con su mismo cabello blanco largo que el pintor, lacio hasta su cintura, vistiendo una poderosa armadura con cuernos en los hombros no tan grandes como los del anterior. Bajo el brazo sostenía un casco asombroso, y debajo de la imagen, en un griego antiguo también, se leía: Aldebarán de Tauro.
Helena apenas pudo leer aquello, pasando al siguiente. Antes de eso, echó un último vistazo a las pinturas que vio. Eran perfectas, como fotografías, pero indudablemente se notaba el trabajo de un profesional del pincel.
Se quedó impresionada por ver en el tercer cuadro a dos hombres. Guapísimos los dos. Gemelos ni más ni menos. Se daban la espalda, mirando cada quién por su lado, uno de ellos con una piel más oscura que el otro y una mirada más acentuada, casi furiosa. Su parte del cuadro estaba adornado por la noche. El otro poseía un aspecto más bien triste a pesar de que su lado fuese alumbrado por el día y el sol. Aun sí, los dos a su modo transpiraban poder y elegancia. Defteros y Aspros de Géminis, leyó.
¡Carajo! ¿Acaso todos en esa dichosa orden ateniense eran así de guapos? Los dioses bendijeran a sus descendientes con la mitad de esa perfección física.
Tragando saliva, esperando que no haya cámaras de seguridad que captasen sus expresiones al ver hombres más atractivos que los que se pudiesen encontrar en las revistas o sesiones de modelaje de Calvin Klein, se dirigió al cuarto cuadro, que, según sus cálculos, debería ser…
Sí, ahí estaba. El señor Manigoldo.
Oh sí, era él. Con esa sonrisa arrogante pero que trasmitía una buena vibra, y aquella postura de decía "si no te gusto, dímelo para que mandarte rápido al infierno". Helena no se sentía con la confianza de admirarlo con la armadura, completamente distinta (pero casi igual) a las otras que había mirado, pues… sea todo esto real o no… este tipo tenía esposa. Manigoldo de Cáncer.
El quinto. Un niño…
¿Sería él acaso?
Helena miró rápido el nombre y frunció el ceño. Regulus de Leo.
No… este no era Albafica… y francamente, por muy lindo e inocente que se viese el muchacho de cabello castaño y ojos azules, Helena sintió que se quitaba el sombrero por pensar que incluso a una edad muy joven, alguien pudiese embarcarse en una batalla.
No era anormal enterarse que, en las épocas antiguas, muchos guerreros hayan empezado su carrera militar desde muy chicos. Pero si todo aquel circo de fantasía era cierto, y estas batallas no eran contra otros seres humanos sino contra un dios…
El simple hecho de permanecer entre los 12 más fuertes, le daba más respeto y admiración a ese joven muchacho.
Regulus de Leo, Helena se preguntó si él también viviría en esta época.
Se talló los ojos, continuando con el sexto cuadro.
Oh… my… fucking… GOD.
Alto, rubio, con un aspecto inocente, pero de porte maduro a la vez que… ¡diantres! Helena no podía enamorarse de dibujitos.
¿Le dejarían conocer a estos tipos si es que (como dijo Gioca) eran guerreros revividos? Por favor, que sean por lo menos la mitad de atractivos de lo que se veía en las imágenes.
«Eso haría que valiese la pena esa golpiza» luego se abofeteó a sí misma por pensar así.
Antes de retirarse, pues si se quedaba admirando a aquel hombre, comenzaría a babear, leyó su nombre: Asmita de Virgo.
Por favor, que el hombre no haya muerto virgen. Sería un completo desperdicio.
«Deja de pensar estupideces» se dio unos golpes en la cabeza, pasando rápido con el siguiente.
¿Dónde diablos estaba? ¿En un harem?
¿Por qué todos estos tipos eran tan exquisitos?
Leyó rápido, Dohko de Libra. ¡Madre de dios hermoso! Alto, castaño, y con una sonrisa que provocaría orgasmos femeninos (y uno que otro masculino, seguramente) a montones, ¡no! ¡No!
¡Siguiente!
Cuando miró el cuadro del hombre de cabello azul con una larga (y seguramente afilada) uña roja que resplandecía por alguna razón, a ella se le escapó la lujuria de las manos y pensó antes de poder detenerse:
«Entiérrame eso donde quieras».
Automáticamente, avergonzada, se dio una bofetada real.
«¿Acaso no tienes respeto por los muertos?» se reprendió, y como si una Helena malvada hubiese cobrado vida, se respondió a sí misma, «si están vivos puedo tener la esperanza de que alguno sea soltero todavía».
Kardia de Escorpio, leyó, con la cara completamente roja.
Este tampoco era Albafica.
Faltaban 4. Y entre uno de ellos, Helena estaba segura, estaba el hombre que ella moría por ver.
Como fuese el único no agraciado de estos cuadros, Helena se largaría de ahí esperando que alguien con un francotirador le diese entre los ojos.
¡Vamos! Había leído Pride and Prejudice, y si ese dichoso Albafica no era ni la mitad de lo que ella se había imaginado como su príncipe soñado, en resumen: como el Mr. Darcy, oficialmente se tiraría del techo.
Ya suficientemente malo era saber que el tipo la había seguido, sean por los motivos que sean, desde que llegó a Grecia, como para enterarse de que era el único hongo en medio de tantas flores. Al menos podían darle algo bueno y dejarla recrearse la pupila con él dado al tiempo que él había estado siguiéndola a ella.
Helena no sabía cómo había sido esa fulana con la que todos la confundían todo el tiempo (esa tal Agasha) pero ella no era ninguna puritana, aunque no tenía planes de tener novio pronto, ya tenía algunos candidatos (tanto aquí como en Inglaterra) en mente para intentar casarse antes de los 30 años.
Ahora que lo pensaba, Helena esperaba que Manigoldo o el pintor no hayan visto sus coleccionables revistas de Calvin Klein, donde anteriormente ella había arrancado la sección femenina para quedarse únicamente con lo que le importaba.
"Sisyphus de Sagitario", un adonis de piel blanca y un atuendo brillante que destacaba de las otras por unas fabulosas alas.
Ahora que lo pensaba, Helena cayó en cuenta de que cada armadura era acorde a cada signo que representaban. El arquero, incluso llevaba consigo un lindo arco que seguramente tendría su propia lista de muertos en su haber.
Pero como si Sisyphus notase la mirada lujuriosa de Helena sobre él, mantenía en su hermoso rostro un ceño fruncido y una llameante postura de querer castigar a los pecadores, por lo que ella dejó de verlo y pasó al siguiente.
Un silbido salió de sus labios.
En el décimo cuadro, Helena vio a un enigmático y elegante hombre cuyo nombre figuraba como "El Cid de Capricornio". Aunque se le veía lo malhumorado en la cara, hasta donde ella estaba parada, Helena podría afirmar que este era el tipo de hombres que por fuera eran como un témpano de hielo, pero en la intimidad eran capaces de hacer el amor como un animal.
Sí… a ella nadie la engañaba con ese aspecto de seriedad. Seguro habría estado con 3 mujeres al mismo tiempo en algún momento de su vida, pero era bastante bueno ocultando sus fetiches sexuales, bajo su aspecto sensual de severidad.
«Bueno, por él… yo sí besaría a otra mujer» torciendo un poco los labios, Helena arqueó una ceja pensando en eso; asintiendo con la cabeza sin darse cuenta, deslizando sus ojos de arriba abajo sobre la pintura.
"Dégel de Acuario". Wow, si el anterior parecía un témpano de hielo… este era de plano el Polo Norte en su totalidad. Pero… un Polo Norte donde con gusto se quitaría un par de prendas.
¿Qué eres? ¿Una gata en celo?
Oh vamos, como si otras mujeres a su alrededor no hubiesen pensado lo mismo.
Aunque todos los tipos en las pinturas tuviesen (con distintos estilos) la postura que decía a la perfección: "te voy a patear el trasero si me tocas", el resto de ellos… como sus sonrisas o de plano esas miradas frías u ojos de diversos colores, exclamaban con más fuerza: "podrías intentarlo y tener suerte".
Helena detuvo sus pasos…
Si éste y los otros diez no eran Albafica… o era el último, o había estado siendo seguida por un peón.
Le dio dramatismo a su acercamiento, manteniendo la mirada sobre el piso hasta que pudo leer el nombre del último cuadro.
Santo cielo, Santo cielo, ¡Santo cielo!
«Albafica de Piscis» leyó tratando saliva. Okey, era momento de la verdad. Levantó la mirada poco a poco, deslizando sus ojos por encima de las botas doradas… luego por el torso (¡my goood!) Para finalizar con…
…
—¿Crees que fue buena idea? —le dijo Albafica de Piscis a Gioca, antes de que empezase a toser.
—Por amor a ti mismo, tómate la maldita medicina —regañó Manigoldo, lanzándole un frasco con pastillas.
Luego de bajar el jarrón de cristal, Gioca le pasó al joven de cabello azul celeste un vaso con agua para que pudiese beber con su medicamento. El chico, extremadamente delgado y cansado, volvió a respirar medianamente normal luego de eso.
—¿Qué pasará si no recuerda nada? ¿Qué haremos con ese Grost? ¿Dónde lo buscaremos?
—Lo buscaremos El Cid y yo. Ya viene de camino desde España. Tú te quedas en un hospital —le espetó Manigoldo—. No sé ni siquiera por qué sigues aquí.
—Porque no estoy tan débil como para no huir de nuevo de ese sitio.
Sí, de nuevo.
Gioca suspiró.
—Has gastado demasiada energía.
—Todos ellos eran humanos —respondió Albafica, reposando su cuerpo en la silla mecedora.
—No, esa mocosa hija de perra no era humana —señaló Manigoldo—, ese bastardo de Minos… jodiendo incluso a través de sus aprendices.
—Ya está muerta —susurró Albafica, abriendo un poco los ojos con mucho cansancio—. No volverá hasta que Hades despierte.
—Qué será en unos diez años y poco más —masculló Gioca, preocupada. No tanto por el Santuario, qué según un viejo maestro Dohko ubicado en China, les había informado que ya tenía a los actuales Santos Dorados, sino por Albafica y su pésima condición.
En su crítico estado, debería estar en un hospital, no aquí.
—Y todo por tu afán de querer salvarla —farfulló Manigoldo—. Si no hubiésemos llegado, habrías muerto.
—Estabas lejos… no pude impedir que se la llevaran, incluso a mí me tomó por sorpresa.
—Sí, y cuando te encontramos, esa lunática fan de Minos iba a matarte del mismo modo que hizo su maestro bastardo.
—Pero no lo hizo. Cállate ya.
—¡¿Acaso eres…?!
—¡Basta! —lo detuvo Gioca.
Los tres presentes de pronto sintieron un fuerte cosmos, justamente donde dejaron a… Helena Brown.
Albafica se levantó rápido, pero, así como lo hizo, así cayó de rodillas sosteniéndose el corazón.
—No hagas estupideces —le reprendió Manigoldo, usando su máxima velocidad para acabar con ese Grost.
El Grost, era aquella esencia maligna que vivía en Agasha desde que logró manipularla a distancia para hacerla romper su sello, hace muchos años atrás. Aquel que le impedía recordar como si hubiese bebido el agua del río Lete. El que sólo podría ser expulsado de su cuerpo cuando las memorias de su pasado fuesen más fuertes que él.
Algunas veces Manigoldo, Hasgard o incluso Dégel, quien vivía actualmente en Francia con su mujer, habían intentado despertar algún recuerdo en ella desde que la encontraron y con eso, al ser maligno que Hades lanzó sobre Athena para hacerla olvidar su misión de proteger a la humanidad. Ese que Dohko mismo sintió renacer junto con Agasha y apenas pudo encontrar a Manigoldo, hizo contacto para que siguiesen a la chica y la ayudasen a deshacerse de esa cosa. Ya que, si el Grost usaba a Agasha para atacar a la futura encarnación de Athena, todo ellos estarían más que jodidos.
»¿Y se puede saber por qué no lo hacen esos nuevos Santos Dorados? —le reclamó Manigoldo a Dohko, quien ya se le veía como un anciano.
»Todavía son muy jóvenes e inexpertos en esos temas. Además, presiento que muy pronto ellos tendrán sus propias luchas.
Manigoldo se había rehusado durante un segundo a cumplir esa tarea. Sin embargo, poco después fue el primero en ponerse en marcha para deshacerse de la alimaña que había trascendido en el tiempo junto a una chica inocente.
Fue Manigoldo quien pudo encontrar a su actual esposa, Gioca. A Hasgard. Y casi al final, a Albafica, quien ya había hallado a Agasha quien para variar vivía bajo el nombre de Helena Brown.
El ser que la estaba usando como incubadora, se había protegido bien provocando que su nombre fuese por completo diferente al anterior. Todo para evitar que ella recordase nada y de ese modo, pudiese alimentarse de su alma hasta que pudiese volver a terminar lo que empezó: atacar a Athena en su estado más débil. Sin embargo, seguramente Agasha era lo suficientemente fuerte para lograr (de forma inconsciente) volver a Grecia por sus propios pies.
Muy estúpidamente, los seguidores de Hades, incluso la aprendiz de Minos, habían estado a punto de ocasionar una estupidez para con su propio bando. Creían que ella debía darles la ubicación del parásito de su dios para usarlo contra Athena, cuando realmente era ella quien lo protegía con su ignorancia. De haberla asesinado a golpes, seguramente el Grost habría tenido que esperar una nueva oportunidad.
Sin embargo, Albafica también tuvo que intervenir.
Es cierto, esa chica. Anna, si mal él no recuerda. Se había presentado ante él como la aprendiz número uno de Minos, y según ella iba a vengar la muerte de su maestro.
¡Pppfff! Como si el bastardo no fuese a revivir para la siguiente guerra…
Pero cuando ella tenía en sus manos (literalmente) la vida de Albafica, Manigoldo cayó como un ángel guardián sobre ambos y la aniquiló con mucha facilidad. Luego tomó a su compañero y a Agasha (Helena Brown) para dirigirse directamente a la mansión de Hasgard, luego, a dejar a Albafica en el hospital, de donde apenas acababa de huir.
Manigoldo comenzó a maquillar un cuento sobre ser policía. Pidió una identificación prestada a un amigo suyo (un corrupto que fuera de tener algunos tratos ilegales con algunos comerciantes de drogas ilegales, no era tan mal sujeto) se hizo pasar por oficial delante de Helena y así ganarse un poco de su confianza.
El amigo de Manigoldo se llevó el crédito por encontrar a la famosa banda de secuestradores (lo único cierto en esta historia) a cambio de que este amigo, fuese el que mantuviese contacto con la madre de Agasha/Helena y le pidiese a la mujer llamarlo únicamente a él y al teléfono de Gioca, al que se tenía como "seguro".
No había que involucrar más en este asunto, a la policía, de lo necesario.
Ahora…
Quizás lo que Manigoldo llevaba diciéndole a Albafica desde antes del secuestro era cierto. Él hubiese podido destapar los recuerdos impactantes que ella necesitaba para despertar.
Pero no quería que ella lo viese así.
Apenas era la sombra de lo que fue en el siglo XVIII. Actualmente se le notaba demasiado enfermo y cansado como para presentarse ante cualquier persona. Incluso las enfermeras lo veían con lástima porque sabían que pronto moriría. La época todavía no era lo suficientemente avanzada en medicina para tratar males como el suyo.
Tosió sangre una vez más sobre el pañuelo negro. Sólo un tonto usaría pañuelos blancos si estaba expulsando sangre cada cinco minutos.
Albafica sintió el cosmos de la criatura desaparecer, y por fin pudo cerrar sus ojos ante los constantes pero lejanos llamados de Gioca.
—¿Albafica? ¿Te sientes mal? ¡Ay no! ¡Albafica! Albafica… Alb…
Todo se volvió oscuro para él.
Al menos… ella estaba a salvo.
Volvería a su vida ordinaria y quizás se hiciese amiga de Gioca.
Él ya podría irse en paz… otra vez.
…
…
…
5 meses después.
…
…
…
—Esto es ridículo —musitó Albafica de Piscis a Helena Brown. O más bien, a Agasha.
Ambos estaban sentados en el mismo sofá, esperando a que los señores Brown dejasen de hablar entre ellos en la cocina. ¿Había que mencionar que podían escucharlos discutir?
—Cariño, nuestra hija se hizo novia de un niño. ¡Van a arrestarla! —exclamaba el hombre que tanto él como ella reconocían como el antiguo florista de Rodorio.
Helena sonrió divertida.
—Eso es cierto —destacó Agasha.
Incluso a ella, le parecía divertido que, en esta época, fuese ella la mayor de su convivencia. Albafica estaba a punto de cumplir los 17 años mientras Agasha acaba de celebrar sus 22 primaveras.
—No soy tan menor —farfulló Albafica.
—Lo sé —le dijo coquetamente, poniéndole colorado.
—¿Quieres dejar de hacer eso? —desvió su mirada, apenado pero indignado.
—No —le susurró a su oído, estremeciéndolo.
—¡Ay, pero míralo! ¡Es tan guapo! Yo quiero nietos parecidos a él, ¡serían exitosos modelos o famosos del cine! —la señora Brown chilló emocionada—. ¡Te prohíbo te interfieras! ¡Quiero un yerno atractivo y no habrá mejor que ese!
—¿Escuchaste eso? Mi madre te aprueba —le felicitó codeando a Albafica, quien, a pesar de su edad, medía casi lo mismo que su anterior versión adulta.
Luego de aquella tarde en la que el parásito de Lete fue finalmente destruido por Manigoldo, Albafica mágicamente había recuperado la salud. De algún modo que nadie se explicaba, el espíritu había estado dañándolo a medida que se acercaba a Helena Brown como un mecanismo de defensa en su contra.
Al ser exterminado, Albafica sólo requirió reposo absoluto de una semana entera en la que estuvo inconsciente sobre una cama de hospital.
Albafica y Agasha volvieron a verse cuando él se escapó de las instalaciones y luego de correr por casi una hora, la encontró en los jardines de la mansión, en medio de una fantástica barbacoa griega.
Al grupo se integraron El Cid, o Alejandro Castillo, como se le nombró en España, acompañado de su esposa Minerva… o Mine, para abreviar.
También habían llegado Kardia. Quien nació en México bajo el nombre de Raúl Estrada, acompañado de su esposa, a quien presentó como Calvera a pesar de que el permiso de conducir de ella decía Consuelo Hernández.
Los presentes al verlo de pie, caminando hacia ellos lentamente, dejaron de reírse de un chiste contado por Kardia, que insistía en ser llamado así ahora que estaba de vuelta, para abrirle paso.
Helena Brown le sonrió, y cuando él tropezó fueron sus delicados pero fuertes brazos quienes le sostuvieron.
»¿Escapaste de nuevo, Albafica? —le susurró casi en forma recriminatoria, pero con un gran alivio en sus palabras—, me alegra saber que ya puedo acercarme a ti.
Con eso, él fue llevado a un cuarto especial donde pudo dormir y recuperarse un poco hasta que fue trasladado al hospital de nuevo apenas salió el sol. Helena le había confirmado que recordaba ser Agasha, y lo cuidaría bien, o más bien, le vigilaría para que no huyese. Sin embargo…
»No me gustan estos sitios —en medio de la inconsciencia producto de las medicinas, Albafica le confesó a Helena el motivo por el cual, incluso enfermo, escapaba de los hospitales.
»¿Por qué?
»Porque huele a sangre, y a muchas flores.
Ella no quiso irse de su lado hasta que fue dado de alta, bastante pronto, y pudo seguir su recuperación desde la mansión de Hasgard bajo el cuidado de una enfermera que no dejaba de coquetearle. Pues a medida de avanzaba en su mejoría, su aspecto físico varonil iba sacando lo peor de cada mujer que le veía.
Albafica una vez se rio cuando Agasha sacó a empujones a la enfermera diciéndole que debía irse a su cuarto a descansar.
»¡Te ves agotada, cariño! No queremos dos enfermos aquí.
»Pero aún me falta darle su baño…
»¡Qué vayas a descansar! —la sacó cerrándole la puerta en la cara, luego miró a Albafica con una cara irritada—, ¿de qué tanto te ríes, niño?
»Qué ahora vas a tener que ser tú la que me ayude con la ducha —así le confirmó que no sólo ella había dejado lo casto y recto en su vida anterior.
No hubo toqueteos indebidos, pero sí uno que otro momentito incómodo, más cuando ella debía ayudarlo a secarlo y vestirse.
»¿Estás viendo? —él jugó con ella, pues Agasha se había puesto una venda en los ojos para, precisamente, no mirarlo.
»No —gruñó bravamente.
»Seguro estás viendo.
»¡Calla ya!
Entre juegos y bromas, fue en última semana de descanso que sucedió. Un beso luego de una charla sobre lo que recordaban de sus respectivas vidas pasadas.
»Jamás fuiste una molestia para mí —le susurró él a centímetros de rozar sus labios con los de ella—, y me maldecía a mí mismo por no poder…
»¿Por no poder, qué? —Helena no hizo nada cuando él finalmente y como respuesta, eliminó la distancia entre ambos.
Fueron inexpertos, más él que ella. Pero había sido especial.
Así fue que comenzó. Una serie de eventos tiernos y románticos hasta que decidieron viajar en las vacaciones de ambos (pues Albafica cursaba la escuela también y estaba a un par de años de comenzar la universidad en el área de astronomía) hacia Inglaterra donde bastante rápido, el joven manejó el idioma local que era el inglés.
Por lo que, en estos momentos, Albafica podía entender muy bien a los padres de Agasha. Sobre todo, las cosas que decían sobre su persona.
—¿Puedes creer que esto esté pasando? —le dijo Agasha en perfecto griego, sonriéndole con cariño—. Tú… yo… juntos aquí.
—¿Francamente? No. Todavía pienso que despertaré en el hades o peor… en un hospital.
Ella le tomó la mano empatizando mucho con él y su aversión a los hospitales.
—Pues créelo, porque estamos aquí. —Atrevidamente le dio un beso rápido antes de que llegasen los señores Brown y les invitasen a pasar a comer.
Ante el primer sorbo a un su zumo de naranja, mientras los demás bebían champagne, Albafica ya pudo creerse que no estaba soñando ni alucinando en un hospital.
Pues esta cálida sensación de sentirse bienvenido en una familia común, se sentía bastante real.
Agasha nunca se lo preguntó, pero él nunca quiso dar detalles de su entorno familiar.
Él sólo le había dicho que escapó de casa a los 13 años porque no había tenido elección… nunca le dijo que fue porque a esa edad había descubierto su poder, luego de utilizarlo contra sus propios padres.
Su padre biológico en esta época no fue Lugonis, pero él resultó ser un buen hombre. Trabajador y amoroso al que Albafica recordaba con aprecio. Pero una tarde, su propio padre se encargó de propiciarle una fuerte paliza a su madre (una alcohólica ni más ni menos) por encontrarla intentando abusar de su propio hijo luego de llegar temprano del trabajo.
No fue algo que Albafica haya querido… pero las Espinas Carmesí salieron de su cuerpo mientras le rogaba a su padre que parase de golpearla. Pues a pesar del daño provocado, ella aún era su madre.
Ambos murieron y él en su desesperación y desconcierto huyó de esa casa para nunca volver.
Fue encontrado por Hasgard meses después cuando él estaba de viaje en Escocia, que era el lugar donde Albafica vivía bajo el nombre de Alastair Glenn, y actualmente lo hacía bajo su nombre pasado: Albafica, junto al apellido de Hasgard luego de que este moviese sus influencias para hacerse su tutor.
Como Helena Brown, él había rechazado su pasado. Maldijo haberse llamado Albafica, junto a todo lo que tuviese que ver con él, y durante meses insistía en que su nombre era Alastair.
Repudiaba su pasado y durante días trató de escapar de Hasgard, quien siempre lograba atraparlo y contenerlo.
Algún día, Helena sabría que no fue Alastair quien la encontró. Fue Agasha quien encontró a Albafica.
Ella no lo recordaba, pero él jamás podría olvidarlo.
Durante una intensa lluvia, él escapaba por milésima vez de la casa de Hasgard cuando Alastair tropezó con una bella chica con un paraguas. Ella lo miró enojada al principio, pero luego de verle la estatura, llevando casi todo su cabello cubriéndole la cara, le regañó por estar afuera con esa tormenta. En su desconcierto, Albafica parpadeó lento cuando ella paró a un taxi y le tendió su paraguas.
»Ve a casa y sé bueno —le dijo corriendo hacia el auto, abriendo la puerta para irse. ¿A su casa, tal vez?
Desde entonces, él buscaría encontrarse con ella. Luego de saber que era portadora de un parásito del dios Hades, abrazaría su poder para cuidarle la espalda hasta que éste comenzó a hacerle muchísimo daño en su corazón.
Ahora aquí estaba, junto a la mujer que amaba y una familia completa.
¿Y todo por qué? Porque fue ella quien, sin saberlo, lo encontró en un día de lluvia.
Irónicamente, ella fue quien cubrió la cabeza un chico que corría bajo la intensa tarde de lluvia.
—FIN—
Espero puedan perdonar toda la biblia que acabo de publicar jajaja, más que nada, el retrazo con el que se presenta jaja. No sé qué tipo de inspiración me vino a la cabeza para hacer todo esto, cuando tengo un montón de fics por actualizar, pero espero que este haya sido de su agrado.
No tengo mucho que decir hoy, así que sólo les seguiré enviando buenas vibras en estos tiempos difíciles. :(
¡Gracias por leer y por adelantado, gracias por sus comentarios!
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