INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI, NO ES UNA ADAPTACIÓN Y SÓLO LO HAGO DE DIVERSION.
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EL DUQUE DE SUFFOLK
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CAPITULO 16
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Sorpresa.
Pasmo.
Estupefacción.
Y finalmente una profunda indignación e irritación se apoderaron de Kagome.
En los primeros segundos, mientras lo veía bajar por las escaleras, y tenía la voz de Kikyo que le silbaba acerca de su verdadera identidad, Kagome estaba incrédula. Pero luego con la voz del lacayo confirmando su nombre, a Kagome se le cayó el alma al suelo.
Y lo peor es que el susurro de la condesa viuda de Berry rezumaba en sus oídos. Que el duque estaba jugando para alejarla de su hermana, metiéndola en un juego de engaños y mentiras de fábula.
Kagome ya no quería estar ahí, y no quería encontrarse con ese hombre, que todo este tiempo se fingió quien no era para ganarse su confianza y que se aprovechó de su estúpida inocencia, hurtándole la virtud de forma despiadada, sólo para probar su punto de hombre déspota y snob.
Giró y se marchó a toda prisa del lugar. Iba a volver a casa, corriendo y sin mirar atrás.
Lagrimas descontroladas empezaron a caer de su rostro antes que de su consciencia pudiera frenarlas. Se tapó la cara con una mano y huyó.
Todos estaban ocupados con el baile, el gentío y aquel formidable hombre que bajaba por los escalones, como para percatarse de su huida.
Pero cuando iba a empujar el portal para entrar a casa, unas manos enormes le apretaron el cuello y la boca para que no gritara.
No pudo girarse, porque al intentar hacerlo, sintió un profundo y doloroso escozor en la cabeza, que la hizo desmayar.
Le habían dado un golpe en la cabeza.
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Bankotsu la vio correr justo cuando estaba a punto de llegar a ella. Se había estado deleitando con su belleza, mientras bajaba los escalones, sin prestar atención a las otras voces y otras caras. Ella estaba ahí y con la voz del lacayo, supo que ella se daría cuenta de su auténtica identidad, que, de todos modos, era algo que pensaba revelarle.
Al final, el descubrimiento fue un pelín más dramático de lo previsto. Pero como sea, los sentimientos de él eran los mismos y más fuertes incluso, porque su decisión de pedir la mano de ella a su padre iba a ser el plato fuerte de la noche.
La vio mirarlo pasmada con la boca abierta. Y luego huir a toda prisa.
Iba a seguirla en ese preciso instante, pero varios señores se le acercaron a hacerle reverencias y a saludarle. Sería una descortesía total dejarlos con la boca abierta.
Miró hacia un rincón y tanto el barón Ludlow como la amiga de Kagome seguían en la velada.
No tenía más remedio que quedarse unos minutos más mientras saludaba a todos, pero luego saldría a buscar y traer de vuelta a Kagome. Esta era la fiesta que él mandó organizar para ella.
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El barón Ludlow daba cuenta de una copa de champagne cuando Sango vino junto a él.
─Señor Ludlow ¿no ha visto a Kagome?, he buscado por el salón.
El barón meneó la cabeza.
─Tal vez tuvo una emergencia, que la he visto salir. Quizá fue un momento a casa a buscar algo. Hay un pequeño portal que unen la casa Ludlow con Hardwick Hall ─replicó el hombre, tranquilo.
Pero Sango no lo veía de ese modo. Kagome no se había olvidado de nada en su casa, y todo esto se le figuraba muy extraño. Igual decidió pasear por el salón, a ver si se topaba con el tal señor Austen que Kagome tanto prodigaba antes de salir en búsqueda de su amiga.
Pero justo cuando Sango iba a ponerse a buscar por el salón, la monumental presencia del hombre más elegante de la velada se acercaba a donde estaban ella y el barón Ludlow.
Era nada menos que el propio dueño de casa y anfitrión, el duque de Suffolk.
Al verlo, ambos le hicieron una reverencia.
─Que gusto verlo, milord ─saludó el duque
─A usted por la invitación, su excelencia
─Permíteme presentarle a la señorita Sango Benwick, que es amiga de mi hija Kagome ─presentó el barón a la muchacha que estaba con él.
El duque hizo un gesto con la cabeza.
A decir verdad, no estaba muy seguro aun que decirles, por eso prefería encontrar a Kagome primero.
─ ¿Sabe usted donde pudo haber ido la señorita Ludlow?
La pregunta descolocó al barón. Que un señor tan importante como ése preguntase por su hija. Por un momento temió que era para alguna regañina por las continuas incursiones de Kagome por el portal.
─Su excelencia, creo que fue a casa hace un momento.
─Si me disculpáis, volveré más tarde ─refirió el duque y se marchó.
Iría a buscar a Kagome y a traerla. Ya tendrían tiempo de arreglar el problemita de su verdadera identidad. Esta noche lo que deseaba era poder finiquitar su compromiso con ella ante el mundo y principalmente ante su padre.
No le costó mucho atravesar el portal de Kagome y tocar la puerta.
Quiso reír bajito cuando notó la cara de sorpresa de la señora que le atendió, y que se apresuró en hacerle una reverencia.
─Milord ¿en qué puedo ayudarle? ─saludó Kaede, con algo de terror porque conocía al caballero. Era el duque de Suffolk, a quienes todos le tenían un temor reverencial.
─¿Podría llamar a la señorita Ludlow?
La pregunta descolocó a Kaede.
─Perdonad, milord, pero tengo entendido que la señorita Ludlow está en la velada en Hardwick Hall, con su padre y una amiga de la familia.
─ ¿Cómo? ¿es que no regresó aquí? ─preguntó él contrariado ─. ¿Lo jura, usted?, que soy capaz de entrar y buscarla
Kaede meneó la cabeza, pero igual Bankotsu no pudo con su genio y sus impulsos, y haciendo a un lado a la estupefacta mujer, entró a la casa.
─! Kagome! ─empezó a llamarla a gritos, recorriendo el salón
Otros criados se levantaron al oír el clamor de voces.
─Milord, os juro que la señorita no ha regresado aquí, por favor os lo pido, no hagáis esto ─pidió Kaede, encarecidamente.
Bankotsu se estaba conteniendo, porque ya estaba perdiendo la paciencia y giró a examinar el rostro de Kaede. No parecía mentir. No creía que estuviera ocultando a Kagome, porque no estaba allí.
Furioso salió del lugar para seguir buscándola en su propia casa. También podía pasar que Kagome se hubiera ocultado en Hardwick Hall, así que regresó como vino, ante la asombrada mirada de Kaede y los otros criados.
Como sea, Kagome no podía hacerle aquello, una pataleta como esa, aunque comprendía que estuviera asustada con la revelación de su identidad.
Es que realmente él hubiera querido decírselo en privado, pero no esperaba que ella estuviera cerca y que oyera el anuncio del lacayo. Eso no lo pudo prever.
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Kikyo era una dama de recursos y sumamente inteligente. En cuanto notó que el duque bajaba por los escalones, se escabulló para que él no la viera.
De todos modos, Kagome ya no reparó en ella al oír la información de que todo este tiempo estuvo siendo utilizada y manipulada por un hombre poderoso, con el único fin de alejarla de su hermano, a quien creyó su primer amor platónico.
Kikyo se deslizó, suave y veloz como serpiente para esconderse y vislumbrar desde las sombras.
Examinar a gusto y placer al hombre tan atractivo en la que estaba convertido Bankotsu.
A los veinte, ese chico brillaba, pero ahora en la madurez de los treinta, con ese porte altivo de gran señor, eran sencillamente exquisito. Kikyo tuvo que contenerse para no quedar con la boca abierta ante semejante visión de hombre.
Y tenía que volver a ser suyo. Así debía jugar bien sus cartas. Kagome ya había huido como ella y Naraku previeron.
Naraku tenía que aprovechar para atraparla si la joven estaba sola. En caso de que tal cosa hubiese ocurrido, enviaría a Yura con el recado, que la joven quedó a vigilar en las cercanías y era la encargada de avisar por su alguien venia.
Yura se vendió para este acto a cambio de diez monedas de plata.
Una vez que supo que Naraku se llevó a Kagome lejos del lugar, empezó a prepararse mentalmente para su siguiente actuación.
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Bankotsu bramaba y para no llamar la atención entró por la puerta trasera, que daba a las cocinas. No quería toparse con ningún invitado, pero de todos modos su actitud no resultaría extraña para nadie, siempre fue un misántropo y hosco.
Pero cuando iba hacia la zona de la biblioteca y el despacho, para empezar su búsqueda por ahí, sus ojos percibieron una hermosa figura parada frente a la puerta del despacho.
Por unos segundos, Bankotsu creyó que sus ojos le jugaban una mala pasada, y estaba teniendo una reacción de un pasado que ya casi no recordaba.
Incluso se sintió transportado, por unos segundos, diez años en el pasado.
Kikyo Eliot.
Dueña de una piel y una figura sinuosa, deslumbrante y hermosa. Claro que era ella, que no había cambiado nada.
─Hola, Bankotsu ─saludó la mujer. La voz de mujer que él identificaba tan fácilmente, no en vano, ella tendría que haber sido su mujer de no haberlo abandonado.
─Kikyo… ¿qué haces aquí?
─Te has hecho impaciente ¿no?
Él se adelantó unos pasos. No entendía que hacía esta mujer en su casa.
─Para empezar no tengo idea de lo que haces en este lugar ¿Dónde está tu marido?
─Quedé viuda, hará un año ─respondió la mujer, sin apartar la mirada
─Pues lo siento por ti, igual eso no responde el que haces en mi casa.
Ella sonrió.
─He venido invitada a este baile, vivo en el pueblo y se extendió una invitación a casi todo Derbyshire. Era natural que viniera ─refirió ella, pero enseguida añadió ─. No vine aquí con ganas de pelear ni hurgar en el pasado, vine porque deseo ayudarte y ponerte en conocimiento de algo que te atañe.
Él enarcó una ceja.
─No sé qué tienes para decirme que me interese a estas alturas. Si vienes a recordar lo ocurrido hace diez años, no tiene sentido.
─Y juro que no vine a hacerlo ─expresó la mujer ─. Vine porque la culpa me ataca y tiene que ver con la señorita Ludlow.
Al oir ese nombre, Bankotsu se tensó.
Kikyo aprovechó para arrojar el veneno.
─La señorita Ludlow tenía planes de fuga con un hombre. No conozco su identidad. ¿Te preguntas como sé esto?, soy amiga de su familia y cometí el error de solaparle una salida con ese hombre. Pensé que las cosas iban en serio, pero resultaría sólo en un escándalo. Vine a alertar a su padre y a ti, pero creo que llegué algo tarde.
Bankotsu ya no contuvo más al oír semejante acusación.
Kikyo le extendió la carta autentica de Kagome y otras, que ella hizo redactar, emulando la letra original de la muchacha. Habia contratado a un escribiente hábil para eso.
Bankotsu los tomó.
─Ella se veía con un hombre, cuya identidad no conozco. Yo le solapaba eso, creyendo que era un amor serio. Y a la par me confesó que también se veía con otro hombre que vivía en Hardwick Hall, que ella llamaba señor Austen, alguien a quien catalogó de diversión, porque suponía que era alguien cercano al duque de Suffolk, y podía reportarle algún beneficio. Ella me describió al supuesto señor Austen. Y ahí supe que eras tú ─relató Kikyo, fingiendo unas lágrimas.
Bankotsu miraba las cartas con horror. Era la letra de Kagome.
Todas dirigidas a Kikyo, la honorable condesa viuda de Berry.
Las más letal era esta:
Amiga.
Le agradezco tanto sus atenciones, pero planeo hoy marcharme a Gretna Green o a Irlanda con el hombre del que le he hablado.
El juego con el señor Austen me ha cansado. Además, es un simple secretario y aunque tenga ascendiente sobre el señor duque, eso no me beneficia a mí. Con la noticia del posible compromiso del hermano del duque, no tiene sentido seguir con esa farsa. Estaré en contacto con usted cuando me haya asentado.
Kagome Ludlow.
En todas las cartas era lo mismo, que usaba al señor Austen para acercarse más a Hardwick Hall e intentar comprometer al vizconde de Burnes, Koga.
Kikyo se echó a llorar. Habia practicado como si fuera una actriz de teatro.
─Yo solo quería ayudar, pero tampoco creía que una muchacha tan joven fuera capaz de esta clase de planes. Por eso vine, porque cuando me percaté que el supuesto señor Austen eras tú, supe que tenías que saber de esto, antes que se supiera en público y se volviera motivo de burla. ¡Me siento mal por su padre, el pobre barón!
Bankotsu nunca fue manipulable. En el caso de su tío, siempre oía sus ideas, pero la decisión final siempre fue suya.
Pero aquí las evidencias incriminaban a Kagome de manera inexorable. Por un momento, hasta quiso creer que todo era un juego de maldad de Kikyo, como una actuación de teatro. Pero dentro de todo, la Kikyo que él conoció hace diez años era una muchacha con ambiciones, pero no era malvada.
─No debiste cubrir a una mujer con esas inclinaciones infieles ─replicó él duramente.
En eso, los pasos de Ryura se hicieron presente y los interrumpieron.
─Sobrino, la fiesta ¿no vas a ir departir con tus invitados? ─dijo mirando extrañado a la mujer que estaba allí. No sabía que había entrado y recordaba las veces que hizo interceptar sus cartas dirigidas a su sobrino. Siempre la creyó una mala hierba.
Bankotsu arrugó las cartas y pasó por lado de su tío.
─Despáchalos en cuanto se pueda. Miente que estoy enfermo o algo. Pero deja al barón Ludlow, temo que hay malas noticias.
─ ¿Dónde vas?
─Iré a cambiarme. Probablemente tendremos que salir al galope a buscar a alguien ─adujo y luego señalando a Kikyo, agregó ─. Déjala quedarse, tiene que dar también una explicación.
Ryura asintió. Aunque nada tenía sentido para él.
Ordenaría cerrar la fiesta más temprano, aduciendo una repentina enfermedad del duque.
Eso sí, apenas Bankotsu desapareció, Ryura ojeó con desconfianza a Kikyo.
Algo no andaba bien.
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¿Es que nuevamente había sido engañado como un idiota, por una mujer?
Lo peor es que se suponía que él comenzó todo este juego tendiéndole una argucia a Kagome para alejarla de Koga, y resulta que ella también lo utilizaba.
Esas horribles palabras en las cartas la incriminaban ferozmente. Pero Bankotsu se negaba a creerlo en su corazón. Quería encontrarla y que Kagome le dijera la verdad doliente en el rostro.
Y que le dijera que todo eso que decía sentir por el señor Austen siempre fue mentira.
Él lo sintió tan real.
Estar en sus brazos, fue como renacer. Tanta ternura pudo contra toda su hosquedad, misantropía y decepción.
Era capaz de verla, aunque no la tuviera frente a sus ojos, de tanto haber memorizado el color de su piel, el olor de su cabello y la forma de su cara. Podía decir todo sobre ella, aun sin verla.
Y resulta que todo fue una estratagema.
¿Pero es posible que siempre fue jugadora de hombres y cazafortunas?
Todo por Koga, su propio hermano.
¿Acaso puede fingirse la doncellez?
Bankotsu estaba seguro de haberla tenido, virgen en aquel inolvidable lecho junto al lago.
Apretaba sus puños mientras se cambiaba de ropa. El señor Harrison, solícito le estaba ayudando a cambiarse porque Bankotsu no quería verle la cara a su ayuda de cámara.
Estaba furioso, desilusionado, frustrado y con ganas de matar a alguien.
Pero, aun así, pese a tanta traición, no deseaba que el padre de Kagome se enterara de tantos detalles, sin que ella estuviera aquí para defenderse. Le daría eso, pero debían informar al barón Ludlow de la desaparición de la muchacha.
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Hardwick Hall se vació de invitados, ante el pedido de dispensas del conde de Tallis. De todos modos, era algo tarde así que muchos estaban cansados e hicieron pocas conjeturas sobre la repentina enfermedad del dueño de casa.
Sólo quedaron el barón Ludlow, Sango que se negó rotundamente a marcharse y que además intuía que Kagome estaba en problemas.
Ryura y Kikyo también estaban en el lugar, hasta que apareció el duque de Suffolk ya con la ropa cambiada y con cara muy seria.
─Milord, me temo que no tenemos noticias agradables ─anunció Bankotsu ─. La señorita Ludlow desapareció esta noche y la señora aduce que se ha marchado con una persona ─agregó, señalando a Kikyo.
─ ¿Cómo dice? ─refutó Sango
El barón miraba alternativamente a Kikyo y al duque sin saber que decir.
─ Pero ¿cómo pueden aducir algo tan grave, excelencia?
Kikyo quiso intervenir allí y explayarse en las supuestas cartas, pero Bankotsu no la dejó. No dejaría que el pobre padre de Kagome tragase esa información, sin encontrar primero a Kagome.
─Pongo a su disposición todos los recursos logísticos de Hardwick Hall para traer de vuelta a la señorita Ludlow. Es posible aun interceptarla en los caminos si es que es verdad lo de Gretna Green. Se puede enviar otro grupo a testear los caminos a Irlanda ─ofreció el duque, aunque no tenía suficiente valor para mirar a los ojos al barón.
─ ¿Qué clase de juego es esto?, yo no creo nada de esto, Kagome no se fugaría así nada más ─acusó Sango ─. ¿Dónde está el señor Austen, su secretario?, a él también deberíamos poder interrogarle.
En eso el barón empezó a hiperventilar, y Sango corrió a auxiliarle. El barón era como un padre para ella. Ryura también se acercó a ayudar al pobre hombre.
─Mi hijita…esto …no puedo creerlo…
─Tiene que creerlo, barón. Yo también me negué a hacerlo y ahora cargo con la vergüenza de haber ayudado en esta atrocidad ─replicó Kikyo.
Eso sí que indignó a Sango.
─ ¡Cállese, arpía!, que la haré tragar sus palabras. Kagome es una buena muchacha. Nunca haría tal cosa como jugar con hombres y escapar con uno. Esto deber tener una explicación y sólo la tendremos cuando la encontremos.
Esa pasión fervorosa con la que Sango defendía a su amiga llamó la atención del duque.
─Basta. Organizaré las cuadrillas de hombres que saldrán a rastrearla en los caminos mencionados ─anunció el duque.
─Si quieres, yo me pondré a la cabeza de alguno de ellos ─ofreció Ryura, quien observador notaba todo muy extraño.
Probablemente Bankotsu al verse envuelto en forma tan personal no lo veía claro como él.
─Enviaremos a los mejores hombres, no será necesario ─ordenó el duque, observando al barón ─. Llama al señor Harrison, que se lleven al barón en una de las habitaciones de huéspedes, mandaremos buscar al médico y es mejor que se quede aquí, mientras localizamos a Kagome.
Ryura tocó la campanilla para llamar a Harrison y ordenarle aquello.
Bankotsu lo lamentó por el barón, pero en parte lo aliviaba que el hombre no hubiera entendido la gravedad de las acusaciones contra la reputación de su hija.
El barón ni siquiera pudo leer las cartas que hablaban sobre el escarceo con el supuesto señor Austen y lo de su deseo de usarlo para acercarse al vizconde de Burnes.
Sólo llegó a escuchar que aparentemente Kagome había huido con un sujeto, en palabras de Kikyo.
El barón no protestó y se dejó hacer. Kagome era su niña querida y él le había jurado a su madre que la cuidaría siempre. No era posible que un seductor desalmado la hubiera timado.
Finalmente durmió luego de que el médico le recetara unas sales calmantes.
Ryura y Bankotsu, en tanto despacharon los mejores hombres de cuadrilla, con recordatorio de discreción, de rastrear a Kagome y su supuesta pareja en los caminos de salida.
Kikyo quiso quedarse, pero Bankotsu se negó a que siguiese en la casa, pero la mujer insistió en quedarse, que finalmente el duque le otorgó una habitación de huéspedes, pero con la condición de que le entregase todas las cartas y se marchara al día siguiente.
Además de ese modo, Bankotsu creía que podía controlar que la información no se dispersara.
La mujer se los entregó, creyente que, al estar en el lugar, podría seguir manipulando los hechos.
Bankotsu se incomodaba mucho con la presencia de la mujer, que terminó encerrándose en su despacho. La verdad podría echarla de la casa, pero en este momento, pese a toda la frialdad exterior que aparentaba, era un hombre atormentado. Incluso estaba pensando en hacer ensillar un caballo y galopar para seguir a los rastreadores.
Leía las cartas una y otra vez.
Pese a todos los sentimientos negativos que Kagome le podía producir, él nunca haría publicas estas malditas cartas. Por eso se aseguró de quitárselas a Kikyo.
Le martirizaba pensar que los rastreadores encontraran a Kagome y a su amante. No quería ni pensarlo. Él no querría seguir viviendo cerca de ella luego de eso. Quizá sería hora de regresar a Estados Unidos y no volver jamás.
Cogió una botella de jerez y se sirvió.
Pensaba beber hasta perder el sentido.
─Kagome…
CONTINUARÁ
Hola amigos, ya estamos en la recta final. En el 17 veremos que pasó de Kagome y que le hizo Naraku.
Como siempre mi agradecimiento a todas mis bellas comentaristas: AZZULAPRINCESS, NITOCA, NENATAISHO, LJUBISAMA, YUMAIKA Y DOÑA NETTE SAN.
UN RECORDATORIO ESPECIAL A FERNANDA POLANCO por el fanart que me regaló en el Circulo Mercenario. Me he sentido conmovido.
Nos leemos en dos dias.
Las quiero, y perdon por los errores de ortografia, dedazos y palabras repétidas.
Paola.