INUYASHA NO ME PERTENECE, SOLO HAGO ESTO DE DIVERSIÓN

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EL DUQUE DE SUFFOLK

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Capítulo 1

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Derbyshire, 1825

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Hardwick Hall era la mejor casa de campo de estilo isabelino de la región. Con una ubicación privilegiada con vistas a los campos de Derbyshire.

Era un palacete de campiña, lo primero que llama la atención es su aspecto acristalado, en la que son abundantes los vidrios. Se trata de una fachada, en realidad las cuatro del edificio, donde rigen los criterios geométricos, en el que imperan las formas compactas, y aquí ni siquiera los torreones que salen de la línea general de la planta rompe esa idea de unidad. Toda esa arquitectura da paso a un interior que se articula por una escalera central, que además de lugar de paso, es un espacio casi para el deleite de los ocupantes y visitantes de la vivienda. Por ejemplo, por ella llevaban los sirvientes la comida desde la cocina situada en la planta baja hasta el comedor de la segunda planta, siendo el mismo hecho de transportar la comida una especie de acto ceremonioso.

Algo que continuaba en el Gran Salón usado para los banquetes y las recepciones más suntuosas. Este Gran Salón, sobre todo por su decoración del friso de escayola, contiene en sí mismo magníficos ejemplos de las artes decorativas del periodo isabelino.

Y también es importante destacar los jardines que rodean la mansión. En ellos prima la originalidad y también la simetría. En realidad, se trata de un complemento visual a la casona. Pero también un espacio para el ocio de sus ocupantes y de sus invitados, ya que ahí se celebraban fiestas o se practicaban juegos entre los típicos laberintos de setos.

Hardwick Hall era el hogar ancestral de los grandes duques de Suffolk, una excelsa generación de pares de la corona inglesa que implicaba ser uno de los títulos nobiliarios más antiguos de Inglaterra.

Pero tanta parsimonia de nombre y sangre no le había servido de mucho, frente al derrotero del actual duque, que era un pésimo administrador y un financista desastroso.

Reginald, el actual duque de Suffolk, había dilapidado el patrimonio familiar y era de conocimiento popular que estaba en la bancarrota.

Es por eso que en los últimos años había permitido una práctica deleznable, la de arrendar a nobles de menor categoría, para que estos lo volvieran a subarrendar.

Uno de sus últimas muestras había sido la de arrendar una porción colindante de la residencia principal a un viejo vecino de la zona, el barón Robert Ludlow, un hombre que tampoco estaba en buenas condiciones económicas, pero al menos era un hombre practico y sin miedo a gerenciar trabajo.

Reginald le tenía aprecio al barón. Eran de la misma generación y se habían conocido en mejores épocas, cuando el gran duque aun tenia fortuna que dilapidar.

El duque había sido un calavera en su juventud, y ahora era un hombre de 60 años con numerosos achaques. Por sus infamias juveniles es que había tardado tanto en casarse, porque esperó a los cuarenta para hacerlo, y eso que siempre hubo candidatas para ello, pero Reginald no deseaba a ninguna. Solo el apremio por los herederos lo obligó a escoger a lady Victoria de Montress, la hija menor del duque de Cleveland.

No era ni por lejos, la mejor candidata para un hombre de sangre tan azul como la suya, pero a Reginald le pareció la más bonita y menos estirada de todas. El novio tenía 40 y la novia tenía 20 cuando la boda.

Una disparidad de edades que haría dar que pensar de que quizá la nueva duquesa de Suffolk se buscaría mejores diversiones, apenas el viejo durmiera. Pero no fue así, ya que increíblemente fueron felices.

Al duque le hacían reír las ocurrencias de la duquesa y eso mantenía vivo cualquier vínculo. Uno podía pensar que una dama como ella solo estaba hecha para leer y bordar. En cambio, sorprendió al duque con sus habilidades culinarias. Tal fue así que la voluntariosa duquesa escribió un libro de recetas que fue muy famoso en Derbyshire. Tal cosa hubiera sido intolerable, pero el duque se lo permitió. Y todo por el cariño que tenía a su esposa.

A pesar de que hacían un gran equipo como pareja, eso no ayudó a mejorar el carácter financiero del duque, porque la duquesa tampoco era buena administradora.

La pareja había tenido tres hijos.

El mayor, Bankotsu, serio como ninguno de sus progenitores, tenía a la fecha 20 años, educado en Eton, vivió siempre bajo la batuta de su tío Ryura, el hermano menor de su padre.

Como los duques pasaban casi todo el tiempo en Hardwick Hall, el joven Bankotsu se criaba en Londres con su tío, por eso era tan diferente.

Le seguían dos hermanos más, que aún eran pequeños: Koga de solo 10 años, un niño alegre y extrovertido y la pequeña Ayame de ocho años, una niña muy alegre a su vez. Muy diferentes a su serio hermano mayor.

Lo cual era obvio, porque ambos menores crecieron bajo la crianza de sus dos despreocupados padres, a diferencia del heredero.

Es por eso que en Hardwick Hall siempre estaba lleno de invitados ya que los duques y sus dos hijos menores vivían en el lugar.

El joven Bankotsu solo venia algunos veranos, no todos. Porque le disgustaba profundamente el derroche y al estar en cierta edad de comprender la situación familiar, sabía que la condición de la suya era crítica y estaba en aras de heredar un ducado arruinado.

Por eso, procuraba aprovechar los conocimientos que si podía obtener en Londres. La compañía de su tío había sido crucial en esto, porque Ryura era muy diferente a su hermano

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Jugar a las escondidas era una de las actividades favoritas del pequeño Koga. Así como la de molestar a Ayame.

Les encantaba moverse por toda la propiedad, y escabullirse de la vigilancia de los criados. Solía jugar a las escondidas con su hermana Ayame. Ese día se habían puesto en plan de jugarlo, y con tal de despistar a su hermana fue que decidió que podía trepar un árbol.

Tarea nada difícil para un niño vigoroso como él. Además, le daría un buen susto a Ayame.

Cuando vio el gigantesco árbol junto a uno de los portales del área que colindaba con Ludlow, sonrió. Ayame jamás podría encontrarlo, porque ese árbol era enorme y podría ocultarse.

El hermoso niño de piel tostada y ojos azules como el agua, se apresuró en subir por aquella.

Un pequeño grito ahogado casi lo hace caer de espaldas. Cuando Koga se incorporó, lo primero que ve es a alguien inesperado: una niña de la edad aproximada de su hermana o de él mismo que estaba trepada al mismo.

─ ¿Una niña? ¿pero qué haces aquí? ¿Quién eres? ─con la impetuosidad propia de un pequeño varoncito que no juega con niñitas.

─Es mi árbol ─respondió la niña ─. La pregunta sería ¿Qué haces tú en el?

Koga no pensaba amilanarse ante la pequeña intrusa irreverente.

─Este árbol esta en los dominios del gran duque de Suffolk, mi padre ─repitió el niño, recordando algo de lo que siempre había oído. Era interesante ponerlo en práctica con una niña insolente.

─Pero yo nunca he visto al duque trepar aquí, por tanto, el árbol es mío ─desafió la niña

Koga parpadeó confuso. Nunca había visto antes una niña como ésa que no se amilanase ante la mención de que él era hijo del duque.

─Yo soy Koga

─Pues yo soy Kagome

Por un instante los niños se miraron. Finalmente se echaron a reír por la situación tan particular.

Kagome era una niña perspicaz y voluntariosa. No era como las otras niñas de su edad, por una razón de crianza.

Su padre era un barón menor, pero mantenía cierta jerarquía y era un hombre respetado por su buena conducta. Pero su madre no había sido precisamente una dama noble. Habia sido la cocinera de la abuela del barón. Todo un escándalo para la época. Al final primó el amor y la pareja acabó yéndose del condado donde vivían y se mudaron a Derbyshire donde se afincaron.

La familia de él nunca se lo perdonó y jamás los visitaron. Aun así, Robert, el padre de Kagome, acabó heredando la baronía. Una baronía vacía y con deudas. La casa solariega de los Ludlow fue hipotecada y rematada por deudas, antes de que el padre de Kagome tomara posesión de ella.

Así que la familia creció, quizá con título, pero todo cuanto poseían era exclusiva propiedad del Barón, fruto de su trabajo. Nada había sido heredado.

Es por eso que tanto Kagome como su hermano mayor Henry crecían bajo ciertas reglas libres, nunca los atosigaron con condiciones. A Kagome, por ser la única niña la mimaron tanto que la dejaron ser, tanto así, que le permitían a la niña ayudar en la cocina, que le encantaba.

Una actividad que debería estar vedada para una futura señorita, pero a Kagome se lo dejaban.

La madre de Kagome, una experimentada ex cocinera que había preparado platos para una gran baronesa se enorgullecía de ella. Sabia ampliamente que estas libertades podrían costarle caro a Kagome en el futuro, en su preparación como hija de un barón. Pero su propia naturaleza la llamaba a dejar que su hija creciera con esta libertad.

La dejaba correr en libertad por toda la casa, permitía que trepara árboles, persiguiera mariposas, ayudara en la cocina y que leyese todo lo que veía. Esto último se lo permitió desde que la pequeña apenas hubo aprendido a leer. Habían contratado una institutriz en el pueblo que se ocupaba de la educación de la niña. La madre hubiera querido hacerlo, pero no se engañaba con respecto a sus limitaciones en su educación, así que ella solo se dedicó a inculcar a Kagome en lo que si sabía: la cocina y el manejo de una casa.

Quizá esto último podría considerarse algo pesado de enseñar a una pequeña, pero los padres de Kagome sabían que el mundo podría bastante cruel. Ellos bien lo sabían, ya que habían sido expulsados de su propia familia, por causa de los prejuicios.

Así que ese era el motivo por cual la niña no temía portarse como tal y menos frente a un niño que se presentaba como el hijo de un gran duque.

Igual eso llamó la atención del pequeño Koga.

─ ¿No quieres tomar una limonada?, estoy segura que la señora Gallens tiene lista una jarra ─invitó el pequeño.

─Mi padre me ha dicho que no debo ir con desconocidos.

─Pues ya te he dicho que soy el hijo del gran duque, no soy un desconocido.

La niña pestañeó. Quería ser lista y obedecer los mandatos de su madre, pero este niño le estaba ofreciendo la posibilidad de entrar a la gran mansión, ese sitio que siempre había sido secreto y anhelado por ella, por estar adjunto a su casa. Desde que tenía uso de razón, que siempre se trepaba para observar las fiestas en los jardines o cuando los duques daban bailes, podía observar las calesas y carruajes llegando.

Sería un sueño entrar dentro de Hardwick Hall.

¿Por qué no?

Si el niño quería pasarse de listo, siempre podría darle un pisotón.

─De acuerdo, pero te advierto que si me mientes te daré un doloroso escarmiento.

Koga sonrió y ayudó a la niña a bajar.

Desde allí, todo empezó a figurársele a Kagome como un sueño. Siempre había visto desde el árbol los jardines de la mansión, así que nunca creyó que algún día podría estar caminando por ellos. El niño, Koga le contaba que sus padres estaban tomando té con su hermano mayor que había venido de visita, pero que a él se le preparaban limonadas, porque no le gustaba el té, y que lo dejaban tomarlo en el comedor adjunto de la cocina, que se suponía era de los criados.

El pequeño era bastante vivaracho. A Kagome, quien caminaba obnubilada de tanto lujo y suntuosidad, ese niño le iba cayendo muy bien. Los niños de su edad solían mirarla por encima y con maneras apretadas, en cambio Koga era desenvuelto y menos formal.

Por supuesto que Kagome era muy pequeña para saber que todo aquello, era por las murmuraciones que corrían acerca de la baja extracción social de su madre. Hasta Derbyshire habían llegado los cruentos rumores acerca del barón Ludlow y su esposa.

Finalmente quedaron en un salón gigante, que dejó a Kagome con la boca abierta. Era evidente que estaban en la cocina, pero la niña nunca antes había visto fogones como estos ni mesadas tan blancas.

Numerosos y relucientes ollas, sartenes y cazos en perfecto estado colgaban de las paredes. Además de los infinitos utensilios, cabía en ella un delicioso aroma.

Aroma a pan fresco que era evidente que era lo que se estaba horneando.

Solo había dos mujeres en la cocina. Una vigilando el horno y otra revolviendo algo en un cazo.

Ninguna se percató enseguida de la presencia de los niños.

─Señora Gallens ¿todavía queda de la limonada? ─la vocecita de Koga despertó a la mujer que revolvía el cazo. Estaba elaborando una masa para unos pasteles de dulce.

La mujer, una señora de mediana edad, se giró con una sonrisa, porque apreciaba mucho a su pequeño amo. Por supuesto que le había guardado limonada. Pero la cogió la sorpresa cuando vio junto a Koga, a una niña.

A la buena señora Gallens solo le tomó unos segundos reconocerla, como la hija menor del barón Ludlow, vecino de Hardwick Hall y también arrendatario del duque de Suffolk.

─Joven Koga, se lo hemos guardado ─la mujer se acercó a la pequeña de grandes ojos marrones que la veía con cierta aprehensión ─. No me temas, niña. Soy la cocinera de este sitio, soy la señora Gallens ¿podrías decirme tu nombre?

─Me llamo Kagome ─replicó la pequeña.

La señora Gallens parecía examinarla.

─De todos modos, no es un lugar adecuado para una señorita, si desean les mandaré la bebida en la sala de té, donde estos los duques. Estoy segura que para ellos será un placer conocerte.

Kagome sintió que debía refutar parte de los dichos de la señora.

─Yo no considero que la cocina sea inadecuada para mí. Desde que recuerdo y me permiten, he practicado en la cocina de mi casa, aunque confieso que es la primera vez que veo unos fogones tan grandes. Mi madre me ha enseñado a amasar y hornear ─confesó la pequeña

La señora Gallens estuvo a punto de escandalizarse. ¿Desde cuándo las hijas de barones practicaban cocinar?

─La remodelación de la cocina ha sido gracias a la duquesa.

─ ¡Esa es mi madre! ─agregó el pequeño Koga con una sonrisa

─Conozco el libro de cocina que escribió la duquesa ─adujo la niña

Esto si fue más llamativo para la señora Gallens. Era muy pequeña y muy perspicaz.

─Eres una niña muy lista, pero, de todos modos, no puedo serviros aquí la limonada, así que id a la sala de té, que les acercaremos allí sus bebidas. Además, así los duques podrán conocerte, que eres vecina de la casa ─pidió la señora Gallens, deseosa de guardar las formas.

Ya suficiente tenía con saber que la propia duquesa tenia fijaciones culinarias, sino que ahora esta niña, hija de un barón, se estaba educando en la cocina de su casa.

─Gracias señora Gallens ─refirió la niña, aunque parecía que aún no acababa de entender que sería llevada nada menos que frente a los duques.

La ayudante de la señora Gallens se encargó de escoltar a los niños al salón.

Kagome creyó estar en un sueño aún más onírico que el otro.

Pasear por los salones de esta gran casa tenía que ser un sueño. No podía ser real.

Cuando llegaron finalmente a la puerta, esta se abrió antes de que la doncella que los guiaba lo hiciera. De allí se materializaron dos hombres, tan altos que la pequeña apenas pudo reparar en sus rostros. Si notó que ambos hombres, uno más joven que el otro hicieron una seña a Koga con la cabeza.

─ ¡Hermano Bankotsu! ¿ya te vas?

El hombre joven, que ya estaba de espaldas solo atinó a responderle bajito.

─Procurad no incomodar tanto a nuestros padres con vuestros juegos.

Luego de lanzada aquella advertencia, ambos hombres desaparecieron.

Koga hizo una mueca con la boca.

─Ese es mi hermano mayor, Bankotsu. Pronto va a casarse y mi madre dice que cuando eso ocurra, se convertirá en un hombre con mejor humor.

Kagome no respondió, porque no entendía mucho de aquello. Pero si se le quedó grabada en la retina la ancha espalda de aquel joven. Nunca antes había visto alguien de esa estatura y se había sentido intimidada.

Finalmente, los niños pasaron al salón donde los alegres duques de Suffolk reían en animada conversación. Cualquier tipo de reticencia o miedo que podría tener la pequeña desapareció en pocos minutos.

Los duques estuvieron encantados de conocer a la pequeña hija de su vecino y uno de sus arrendatarios. Era cierto que los barones de Ludlow siempre fueron invitados a las numerosas fiestas y veladas celebradas en Hardwick Hall, pero no menos cierto era la reserva de los barones.

Para la duquesa de Suffolk, quien tenía una hija de la casi misma edad que Kagome, fue fácil empatizar con la pequeña. Pero a diferencia de su propia hija Ayame, quien había resultado muy diferente a ella misma, la duquesa halló a Kagome con gustos muy particulares que le recordaron a ella misma, como por el gusto por la cocina. Le sorprendió saber que la niña conocía su famoso libro. Cuando la pequeña le expresó su admiración por el equipamiento e instalaciones de la gran cocina de Hardwick Hall, la duquesa la invitó expresamente a venir cuando quisiese a probarlo.

Kagome le había dicho que junto con su madre estaban trabajando en una receta de pastelitos de crema.

─Es que madre aun no me ha dado el visto bueno. Creo que todavía no le hemos dado el punto correcto al batido ─refirió Kagome en su inocencia infantil.

Koga se ganó puntos extras con sus padres esa tarde, al haber traído a una niña tan vivaz y elocuente, y eso que había sido algo accidental.

Al duque también le gustó la niña y más porque eso había puesto de buen humor a su duquesa, por quien él se desvivía.

Al terminar el té, envió a su propio mayordomo, el señor Harrison a escoltar a la pequeña a casa.

Koga también los acompañó.

─Si es cierto que haces esos pasteles de crema, tienes que mandar unos a casa ─se despidió Koga de su nueva amiga.

Esas palabras, munidas de una blanca sonrisa hicieron impacto en la pequeña niña.

Desde que pudo subir a los arboles había admirado la mansión contigua de su propia casa, y el hecho de que personas de allí fueran tan amables con ella, hizo profunda mella en ella. Consideraba a Koga como el causante de este particular recibimiento.

Se prometió a sí misma, esmerarse para que los duques no se decepcionaran de ella, y menos Koga.

Aprendería la receta de los pastelitos y los mejoraría para mandársela a la encantadora familia que vivía en Hardwick Hall.

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Algunos días después, Kagome desayunaba con sus padres y su hermano en el comedor de Ludlow House.

Tenían la costumbre de levantarse temprano y Kagome estaba alegre, desde el permiso que le dieron los duques de Suffolk de entrar a sus cocinas cuando quisiera. Los barones no veían aquella situación como inadecuada, sino como un pequeño honor a su niña.

Así que su madre la dejaba hacer, luego de haberse cerciorado que la señora Gallens velaría por su pequeña cuando fuera allí. De hecho, la intervención de la niña había supuesto un cambio interesante, porque los mentados pasteles de crema que fueron el motivo de acercamiento a aquella casa, eran ahora un alimento básico en el desayuno de Hardwick Hall. Al principio, los traía en una cesta ya listas. Pero al tomarse confianza y al tener el permiso de la duquesa, la niña se permitió experimentar en la cocina de los duques.

La señora Gallens la veía mezclar ingredientes y sazonar. Pero las tareas más pesadas como batir o hornear se lo dejaban a la ayudante de la cocinera. La señora Gallens estaba convencida de que esto era un pasatiempo vacacional para la niña, así que ya no es escandalizaba como al inicio.

Además, que la tranquilizaba saber que nadie más fuera de la casa, sabía que la pequeña de los Ludlow iba a practicar gastronomía en la cocina de los duques.

Henry, quien era su hermano mayor tenía 16 años. No había dinero para mandarlo a Eton, así que el chico se educaba con un tutor, así como Kagome lo hacía con una institutriz, ambos un matrimonio del pueblo.

El barón leía el periódico, mientras su mujer miraba un boletín.

Kagome iba a meterse a la boca un trozo de dulce con el té, cuando oyó a su padre comentarle a su madre.

─He oído un horrible rumor desde Hardwick Hall

La esposa prestó atención, y lo mismo hizo Kagome, quien siempre estaba a sumo interesada lo que ocurría en aquella casa.

Pero el barón parecía reparar en ella, así que se calló, y habló directamente.

─Hija, lo mejor es que por unas semanas no vayas a la casa del duque. Han tenido un problema y la presencia de extraños puede resultarles incomoda.

Kagome parpadeó confusa.

─Koga me ha dicho que hoy le llegaban unos caballitos de madera tallados.

─Pues esperarás unos días para ir a verlos. El hijo mayor del duque ha tenido un problema y no será correcto que andes por allí ─replicó el barón

─Me hubiera gustado poder practicar unos pasteles con dulce de bayas. La señora Gallens prometió que me guardaría de aquella mermelada.

─Puedes mandarles una cesta si tanto quieres, pero entiende, querida hija, que hoy no es un buen día ─repuso cariñosamente el barón, incapaz casi de negarle algo a su pequeña.

La niña no entendía, pero nunca se pondría en plan de desobedecer a su padre, así que asintió.

Solo cuando Henry y Kagome salieron, los duques se pusieron a hablar más distendidamente.

Kagome, lo oyó por supuesto, porque no pudo resistirse a quedarse oír tras la puerta, su intuición le decía que allí sus padres hablarían del problema que ocurría con sus vecinos.

Rogaba que el del problema no fuera Koga. Así que se alivió cuando oyó la plática de sus padres.

─He oído que el joven Bankotsu, el hijo mayor del duque está regresando de Londres. Su prometida, lady Kikyo Eliot rompió su compromiso con él y lo hizo de forma bastante publica, al aducir la situación económica del ducado que heredará el joven Bankotsu.

La señora Ludlow no pudo evitar sentirse apenada con aquel pobre joven.

─Pobre muchacho. No lo hemos visto mucho, porque se ha criado más en Londres, pero no puedo evitar sentir mucha pena por él.

Su marido asintió.

─Lord Bankotsu estuvo unos días aquí y luego viajó a Londres para arreglar con su tío, detalles de su boda con la señorita. El compromiso se ha roto y la señorita Kikyo se encargó de diseminar la información de que lo dejaba porque no quería ser esposa de un hombre en la ruina y heredero de nada.

─Eso es horrible ─adujo la baronesa, llevándose la mano a la boca.

─Bueno, todos sabemos de la fragilidad de la situación financiera del duque, pero que poca fe ha tenido aquella señorita con el joven Bankotsu, quien es muy diferente a su padre. Como sabrás, todo esto ha sido humillante para este joven y vendrá a recluirse aquí en el campo. Por eso no quiero que Kagome este rondando por allí, porque puede poner de mal humor al heredero.

─Tienes razón, pero de todos modos ayudaré a Kagome a hacer la cesta con los dulces para mandárselos. Yo sé que mi niña siempre los prepara para su amigo Koga, pero estos pasteles son deliciosos y estoy segura que la familia completa podrá disfrutarlos.

El barón asintió. El matrimonio siguió hablando de temas diversos, pero Kagome ya no los oyó porque se alejó de la puerta.

Le dio muchísima tristeza por el hermano mayor de Koga. La niña era lo suficientemente lista para entender que la ruptura de un compromiso matrimonial era grave. Pero tomó la palabra de su madre y fue corriendo a afanarse en la cocina. Igual prepararía sus dulces para mandarlos a la casa del duque.

Quizá comer uno le daría animo al hermano mayor de Koga.

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Días después de aquello, se cernió la tragedia en la casa Ludlow.

La madre de Kagome enfermó de unas fiebres y murió en pocos días. Fue un suceso fulminante y horrible por lo inesperado y fortuito.

Kagome y Henry se quedaron sin madre. El buen barón se quedó sin esposa, y además una por la había peleado con su familia. Aquella mujer había sido el bastión de su casa, la razón de ser de esta familia y perderla fue una catástrofe.

La vecina, la duquesa de Suffolk se ofreció inmediatamente a cuidar de los hijos Ludlow mientras duraba el duelo. E incluso hizo abrir un portal especial entre los muros medianeros entre ambas casas para que los hijos de la difunta vinieran a Hardwick Hall sin tanta ceremonia.

Kagome, ya sin madre y con un desconsolado padre caminaba errática por los pasillos de aquella inmensa casa como un fantasma triste.

Su madre se había ido y era una pesadilla. Justamente el hecho de andar como una sombra pequeña y lúgubre por aquella inmensa mansión le permitió pasar desapercibida en muchos sitios.

Aunque los duques y Koga eran atentos con ella, la niña estaba desolada. Hasta Ayame le había colaborado con unas muñecas para intentar consolarla.

Fue en una de sus fantasmales incursiones que oyó algo en el comedor principal, donde estaban los duques comentando. Notaba la voz del duque de Suffolk un poco enfadada.

─Es que me parece inaudito que pretenda embarcarse a otro continente, desafiando mi autoridad.

─Querido, Bankotsu siempre ha sido un indomable para nosotros. Se ha mostrado inflexible, pero creo que debemos dejarlo ir. Su tío Ryura estará con él y además que sabes que Bankotsu es diferente, él podrá ser capaz de sobrevivir allá ─replicaba la duquesa.

─ ¿Cómo es que tú y yo tenemos un hijo como ése?, tan diferente a nosotros. Pero supongo que no tendré más remedio que ceder, ya que él siente que su honor ha sido seriamente dañado luego del abandono por parte de Lady Eliot.

Kagome oía, pero no comprendía del todo.

Solo una voz en su espalda la hizo despertar.

─Mi hermano se va a Virginia ─la voz infantil y seria de Koga se oyó.

─ ¿Dónde queda eso?

─Tienes que subir a un barco y tardar bastante en llegar. Queda muy lejos de aquí, las viejas colonias inglesas ─replicó el niño, quien repetía alguna lección.

Kagome no dijo más nada. Pero lo que si empezó a tener en claro es que hermano mayor de Koga era una persona con muchos problemas.

─Nosotros iremos a Londres a despedirlo, Kagome.

Eso sí despertó a la niña.

─ Pero volverán pronto, ¿verdad?

─Claro que sí. Traeré algunos juguetes al regresar ¿Qué te parece?

La pequeña sonrió, aunque le dolía que justo ahora su pequeño mejor amigo se marchara.

Días después, la propia duquesa vino a despedirse de la niña en Ludlow House, le pareció correcto hacerlo, ya que ella se había estado haciendo cargo de los chicos Ludlow.

Se fue, pero dejó encargo de que si los niños querían ir a pasar el día en Hardwick Hall que eran libres de hacerlo. Que la habitación que Kagome ocupó unos días allí, siempre estaría disponible cuando quisiera. Lo mismo para Henry.

Fue un frio día de marzo, casi tres meses después de la muerte de la baronesa de Ludlow, que partió la calesa desde Hardwick Hall, llevando a los duques y a sus dos hijos menores rumbo a Londres.

Iban a despedirse de su hijo mayor, quien había tomado la decisión de embarcarse a Virginia, en América. Aquella legendaria tierra de sueños y prosperidad.

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Su situación de huérfana de madre y la perdida de contacto con su pequeño amigo, hizo que Kagome empezara a idealizar varias cuestiones.

Como hizo con el pequeño Koga.

Hardwick Hall ahora estaba vacía con pocos criados que ella no conocía tanto, porque la señora Gallens había ido con sus patrones a Londres, y por lo mismo, pese al permiso, la niña no quiso ir con frecuencia.

Después de todo, ni siquiera estaba Koga, el mejor amigo que había tenido nunca para que probara sus dulces. Igual siempre tenía lista alguna porción por si le daban el tino de volver pronto. Se lo había preguntado a su padre, pero él no tenía idea de cuándo podrían regresar.

Así que la niña pasaba largas horas frente al ventanal o encima del enorme árbol donde una vez se cruzó con Koga a esperar el regreso de los duques y de Koga, por supuesto.

Los días pasaron. También las semanas e incluso los meses, pero Hardwick Hall no se abría.

Incluso la cantidad de criados encargados empezó a menguar. No había señal de los duques.

Un día, casi un año después de la marcha de los duques a Londres, unas telas negras se colocaron por los característicos ventanales de Hardwick Hall.

Una terrible e inequívoca señal de una horrible desgracia.

El duque Reginald de Suffolk había muerto.

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Kagome maldijo esos días por ser tan pequeña, y no poder ir a Londres a buscar a Koga para abrazarlo. Él había estado cuando murió su madre y le había dado un beso en la frente como consuelo.

Kagome quería devolverle eso. Se tuvo que conformar con unas líneas que su padre le dedicó en la carta que el barón Ludlow despachó a Londres, una donde expresaba su profundo pésame.

De todos modos, Koga ni lo que quedaba de su familia regresaron ese verano tras la muerte del duque. Hardwick Hall quedó cerrada para las visitas.

Habia oído en una conversación entre los criados de Ludlow House, gracias a su capacidad de oír tras las rendijas.

La orden de clausura fue emitida por el nuevo duque de Suffolk, el hermano mayor de Koga. Y lo fuerte es que la orden la mandó desde Virginia, porque el joven no había venido a los funerales de su padre, aduciendo que no quería perder lo que estaba haciendo allá. Mandó a su tío Ryura que se encargue de algunas cosas y de contener a su madre y hermanos.

Ya él vendría en algunos meses, pero emitió ciertas ordenes, y eso incluía que su familia se quedara a Londres. También que ordenó que Koga sea internado en Eton de forma inmediata. Los días vacacionales en Hardwick Hall habían terminado.

Oír eso fue doloroso para la niña. Ella seguía esperando a su amigo. Y su mente romántica la llevó por el lado de idealizar a aquel niño de su infancia, llegó a imaginarlo como el marido que le gustaría tener cuando sea señorita. También empezó a percibir al hermano de Koga como el terrible ogro que los separó.

Y más cuando tres años después de la muerte del duque Reginald, el hermano de Kagome, el joven Henry de ahora 19 años expresó a su padre la oferta que había recibido del duque de Suffolk que residía en Virginia, dicen que forjando una fortuna. El barón Ludlow no tuvo corazón para detener a su hijo y lo dejó ir. Sabía que su hijo no estaba en aras de heredar gran cosa y el gran sueño americano se le figuraba maravilloso para hacerse de algún peculio. El barón lo dejó más que nada porque fue una invitación del duque de Suffolk, de quien se sabía era un gran propietario de plantaciones de algodón. Estaba haciendo una fortuna en los pocos años que llevaba allá.

Fue así que Kagome y su padre quedaron solos en Ludlow House

Los días, los meses y los años pasaron en Derbyshire. Kagome recibía muchas cartas de su hermano, pero ninguna de Koga, que solo vivía en Londres. Ella mandó varias por intermedio de su padre, pero el hermano del duque de Suffolk nunca respondió.

Kagome nunca perdió la esperanza, creció y se hizo una señorita. Pero algo que nunca dejó era fue lo ir todos los días a Hardwick Hall, ya sea para cambiar las flores o dejar hechas cestas con pasteles.

Cestas que los criados que cuidaban la casa se encargaban de mandar a la casa de Londres. Le habían tomado cariño a la vecina. Además, que los pasteles sabían muy bien.

Pero en esos años, nunca hubo palabras de agradecimiento del principal destinatario: Koga.

CONTINUARÁ

MUCHAS GRACIAS POR ACOMPAÑARME EN ESTE NUEVO PROYECTO DE FIC, UBICADO EN LA ERA GEORGIANA EN INGLATERRA Y CON ALGUNOS VESTIGIOS DE ESTADOS UNIDOS PRE GUERRA DE SECESIÓN.

POR SUPUESTO, EL FIC SERÁ BANKAG.

COMO SABEN, YO LOS FICS LOS USO COMO BORRADORES O PROYECTOS, Y ÉSTE EN PARTICULAR QUIERO TERMINARLO EN POCOS MESES, YA QUE TIENE PLANEADO UNOS 20 CAPITULOS, Y MI IDEA ES QUE ESTE ACABADA PARA MAYO.

MUCHAS GRACIAS POR LEER, AGREGAR A FAVS, FOLLOWS Y DEJARME RWS.

LA ACTUALIZACIÓN SERÁ SEMANAL, PORQUE ME ESTOY ESTRENANDO EN ESCRIBIR ROMANCE DE REGENCIA HISTÓRICA Y NO QUIERO METER TANTO LA PATA.

SUPONGO QUE TANTA CUARENTENA POR EL COVID AYUDARÁ, ESPERO QUE SI.

les quiero mucho.

Paola.