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Las hojas secas crujen bajo tus pies descalzos y el aire frío te cala en los huesos. Por tu boca, en cambio, se extiende un calor abrasador, ardiente. La boca de Xellos quema tus labios y extiende las llamas a tu cuerpo congelado.
Sus manos tocan tu piel y es extraño que alguien como él irradie un calor tan humano, porque es tan cálido como un sol otoñal y te sientes reconfortada en sus brazos.
Te susurra al oído sinsentidos innombrables y tú sabes que no puedes repetir lo que sale de sus labios. No es que pretendas hacerlo, de todos modos, no podrías con las consecuencias de poner en palabras, en voz alta, aquello que él te dice. Y es que no entiendes ni el cómo ni el por qué de lo que está sucediendo.
Su relación es algo así como el otoño, justo en el medio de extremos tan opuestos. Eres verano y él es invierno, encontrándose en un algún punto de inflexión donde puedes sentir sus palmas y es frío pero es tan cálido que quema, incluso a ti, que eres fuego en estado puro.
Fuego que se congela, le dices cosas horribles, que le odias con toda tu alma porque se ha llevado a tus amigos. Pero.
Hielo que se derrite, porque se deshace en tus manos cuanto intentan alcanzarlo con un golpe demoledor. Sus ojos destilan tristeza y amor al mismo tiempo.
¿Cómo podrías, realmente, odiarlo?
Solo es otoño cuando se ven, y el calor y el frío se mezclan. Tus labios sobre los suyos, tus manos sobre su cuerpo, sus manos sobre tus mejillas y sus ojos compartiendo las lágrimas. Solo es otoño cuando se aman.