NDA: Christie Monteiro es propiedad de Bandai Namco. Todos sus derechos van dirigidos a su respectiva empresa y los títulos Tekken a los que pertenece. No planeo ni debo lucrar con él.

Sin más, comencemos.


—Perdona, necesito un momento.

La joven señorita cerró sus ojos. Un peculiar dolor de cabeza la acompañó, haciendo que tallara sus ojos y diera un ligero masaje en su frente.

Aprovechó para acomodarse la boina negra ya que sentía que ésta iba a caerse.

Christie se hincó en el suelo. Extendió sus brazos y dejó sobre el cemento un ramo de flores envueltas en un papel blanco.

A diferencia de otros cuerpos que estaban enterrados a su alrededor, el sitio donde yacía el Gran Maestro era el único que tenía un precioso ramo.

Uno traído con tanto amor y cariño y, también con dolor.

¿Por qué dolor?

Por el recuerdo.

Por el motivo.

—Ha pasado ya tanto tiempo... el mundo cambió desde que te fuiste.

Monteiro entrecruzó sus manos e hizo una mueca.

Miraba con mucha tristeza el epitafio, en él el nombre del fallecido y la fecha de vida y muerte.

—He seguido tus enseñanzas tal y como me dijiste. La vida ha sido dura... todos hemos entrado a una guerra, abuelo... una pelea tanto física como mental.

Christie derramó una lágrima. Mordía sus labios y veía apenada al cielo.

—Es irónico... ¿Sabes? Practico un arte que habla del diálogo y la libertad... y el medio en el que me he desarrollado me ha dejado algo claro.

La morena suspiró agobiada.

—Somos esclavos... seguimos siéndolo. Estamos atados a nuestras pasiones, abuelo, a nuestra ambición, al deseo... algunos al control o al poder... Creo que Eddy ha estado dando malos pasos.

Le daba vergüenza admitirlo. Acariciaba su codo a modo de abrazarse a sí misma para reconfortarse.

—Creo... que estoy agradecida con que hayas muerto.

La brasileña negaba con su cabeza mientras más lágrimas salían de sus ojos tan bonitos.

—Mírate... yaces aquí, tan tranquilo. No tienes preocupaciones, ni siquiera sufres por esa enfermedad.

Limpió su rostro con un pequeño paño que tenía guardado.

—No sé qué es peor... verte en la cama del hospital tan apagado o aquí. Sé que es natural... y tal vez debí prepararme, pero me aferré a la esperanza de que algún día te volverías a levantar...

Sabía que el tiempo se le iba a acabar. Tenía otras cosas que hacer, además de preparar unas funciones con su trabajo como corista.

—No sé cuándo te vuelva a visitar... pero haré lo que esté a mi disposición para traerte un ramo más bonito, y contarte cosas que no sean tan... tan...

La voz se le quebró.

—Te extraño, abuelo.

No paraba de decirlo.

—No importa cuánto tiempo pase... se sigue sintiendo como si fuera ayer.

Cerró sus ojitos y dejó que el lúgubre ambiente la envolviera. Sentía ese frío aire tocar sus hombros, parecía que le susurraba detrás de los oídos.

Y el sonido que ocasionaban las copas de los árboles.

Daba tanta tranquilidad que podía olvidarse de todo por unos segundos.

Qué escalofríos.

No dijo palabra alguna. Necesitaba salir de ahí.

Por alguna razón el camino a la entrada del cementerio se hacía eterno. Conforme sus tacones hacían ese sonido peculiar, con cada paso distintos recuerdos venían a su mente.

Tan lúcidos.

Imágenes de una infancia colorida.

Christie necesitaba dejarlo ir. No podía permanecer toda su vida llorando la pérdida.

Era difícil, pero TENÍA que seguir adelante sin él. Debía acostumbrarse a los buenos días sin su voz, a las comidas con un plato faltante... a un lugar vacío.

Pero no lo haría así sin más.

Era un proceso que debía seguir paso a paso en ese duelo que ganaba terreno.

Sin darse cuenta ella ya había salido y estaba parada en la calle vacía.

—Adiós, abuelo.

Dió media vuelta y con elegancia siguió adelante sin mirar atrás.