Título: Ocaso.

Resumen: «Él la miró; sus ojos azules, aún medio adormilados y que se entreveían por la maraña que era su flequillo, se clavaron en ella y una pequeña y divertida sonrisa tiró de sus labios. Yona creyó que se desmayaría al ver semejante imagen. —Muy bien, soy todo tuyo, ¿qué estabas diciéndome?»

Disclaimer: Historia sacada de mi mente con los personajes de Mizuho Kusanagi. Hak, no importas lo que me digan, tu eres mío 3

Nota: Es un universo alterno, es decir, mismos personajes, pero la historia la alterado como me ha dado la gana, queriendo encajarla con mi idea. Está ambientada en el presente.

¡Espero que os guste!


I.

Sentía el pesado calor sobre su cuerpo, a su lado, aferrándose a ella, y era tan familiar y agradable, que una involuntaria sonrisa apareció en sus labios cuando despertó esa mañana.

Faltaba poco para que amaneciera y tan solo quedaban unos minutos para que sonara el despertador como todos los días, así que Yona cerró los ojos por un momento y se apretujó aún más contra las sabanas y el calor humano que tenía a su espalda.

Escuchó un gruñido ronco y somnoliento, que consiguió estremecerla y ponerle los pelos de puntas, y el brazo que rodeaba su cintura se ciñó un poco más, asegurándose -inconscientemente, estaba segura- de que no pudiera escapara de aquel confortable lugar.

"Como si quisiera hacerlo", pensó sacudiendo mentalmente la cabeza.

Lentamente, y con mucho cuidado de no despertarlo, se dio la vuelta sobre sí misma hasta quedar tumbada mirando al techo y, rozando con la yema de los dedos la suave piel del brazo que la sostenía, ladeó el rostro para mirarlo.

Jamás olvidaría la primera vez que vio aquel rostro lleno de paz. El pelo despeinado y alborotado como si hubiera pasado los dedos cientos de veces por él. Sus labios formando una pequeña mueca de reposo y serenidad. Sus interminables pestañas oscuras rozándole las mejillas.

Sin embargo, no importaba las veces que lo hubiera visto ni el tiempo que llevasen en esa extraña y confortable rutina, que siempre que lo veía sentía ese habitual salto del corazón -a punto de escapársele por la garganta- y el irritable cosquilleo que parecían cientos de dragones volando en el interior de su estómago.

Y esa vez, cómo no, no fue la excepción.

—¿Piensas desgastarme con tu mirada?

Yona sintió sus mejillas enrojecer hasta quedar en el mismo color de su cabello y apartó las pupilas como si le hubieran dado una descarga eléctrica, pasando a observar el impoluto techo al igual que si fuera lo más importante del universo. Lo escuchó reírse ligeramente -un sonido ronco y bajo que penetró por cada poro de su piel- y soltar un sonido gutural, parecido al de un animal desperezándose, antes de inclinar la cabeza delante y restregar su frente contra el hombro de ella en un movimiento involuntario.

—Buenos días, princesa— murmuró aún con media conciencia dormida— Hoy estás especialmente madrugadora, ¿eh? ¿Estás nerviosa por el examen?

¿Examen? ¿De qué examen habla?, se preguntó, momentáneamente confundida. Entonces recordó la prueba de matemáticas que tenía esa mañana y se aferró a un clavo ardiendo. Porque si él, algún día, llegaba descubrir lo mucho que le gustaba verlo dormir, tranquilo y apacible, no dejaría de molestarla hasta que la muerte se los llevara -o ella misma decidiera ir a su encuentro.

—Hum, sí— se mordió el labio inferior. Percibió, entonces, los dedos de él clavarse en su cintura -muy muy por el borde del bajo de la camiseta del pijama, a unos milímetros de su piel- y su notó como su corazón daba una voltereta.

—Seguro que te saldrá genial, deja de darle tantas vueltas o será peor con los nervios— gruñó y, por el tono de voz que usó, Yona sabía que aún tenía los ojos cerrados; como siempre, aprovechaba hasta el último momento holgazaneando— Has pasados las últimas tardes encerrado con Yoon en la biblioteca, relájate, que todo irá bien.

Sin embargo, a pesar de sus palabras, él mismo sabía que eso era como pedirle peras al olmo, o que Shin-Ah se presentara voluntario para hablar en voz alta en clase, o que Kija decidiera visitar el terrario del zoo municipal, o que Jae-Ha tirara la chaqueta de cuero que llevaba a todas partes; algo absoluta e irrevocablemente imposible.

—Pero…

—¡Sshh! Todavía no ha sonado la alarma, ¿no? Seguro que afuera ni siquiera las calles están puestas, así que, concédeme unos minutos para que me despierte y despeje y entonces tendrás toda mi atención puesta en ti, princesa.

Yona refunfuñó algo por lo bajo, sintiendo como las mejillas se acaloraban de nuevo, y un apacible silencio se instaló entre ambos. Minutos después, casi se atragantó con su propia saliva cuando los -aventureros y muy tentadores- dedos de él que estaban sobre su camiseta realizaron movimientos ascendente y descendente de forma distraída, y Yona -infame y pecadora muchacha- deseó que esos dedos bajaran un poco más, tan solo un poquito más.

De pronto, y sacándolos de esa íntima y tranquila burbuja que los alejaba de todo y todos, la alarma resonó en la habitación -tan estridente y molesta- y Yona soltó todo el aire que no sabía que estaba conteniendo; aunque este volvió a quedarse retenido cuando lo escuchó resoplar por lo bajos algo que no llegó a entender antes de incorporarse por encima de ella para apagar el dichoso aparatito que descansaba en su mesita de noche. Sus cuerpos estaban pegados, de una forma completamente diferente a la que ella estaba acostumbrada, y ella no pudo moverse porque estaba segura de que, si lo hacía, su cuerpo estallaría en mil pedazos o sería calcinado por el fuego que había nacido en partes de interior que no sabía que existían.

Él la miró; sus ojos azules, aún medio adormilados y que se entreveían por la maraña que era su flequillo, se clavaron en ella y una pequeña y divertida sonrisa tiró de sus labios.

Yona creyó que se desmayaría al ver semejante imagen.

—Muy bien, soy todo tuyo, ¿qué estabas diciéndome?

·

«—Mira, Yona, ven.

La pequeña de cuatro años se escondió aún más detrás de las piernas de su padre y asomó ligeramente la cabeza por un lateral, lo justo para observar con curiosidad y cierto recelo al niño dos años mayor que no dejaba de mirarla a unos metros de ella. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y el pelo oscuro le caía por la frente, tapándole un poco sus ojos claros, mientras la miraba como si fuera una especie rara de animal, nunca antes descubierta.

—Él es Son Hak, y su abuelo, Mundok, es muy buen amigo mío— siguió diciéndole Il, sonriéndole alentadoramente— ¿Por qué no vas a saludarlo?

La niña sacudió la cabeza y se escondió sin cumplir la petición del hombre.

—Abuelo, ¿qué le pasa? ¿Es muda? — preguntó Hak, al ver la reacción de ella, frunciendo el ceño; sus palabras consiguieron que se ganara un buen golpe en la cabeza por parte del señor Mundok— ¡Auch, eso ha dolido! — se quejó, llevándose una mano a la zona golpeada.

—Eso por insolente, mocoso— gruñó el hombre fulminando con la mirada al pequeño— Anda, ve y acércate tú.

—¡Pero si no quiere ni verme! — exclamó Hak mirando incrédulo a su abuelo. "Está perdiendo la cabeza", no pudo evitar pensar con burla— Ya estás viendo cómo se esconde.

—Porque eres un bruto. Vamos, pórtate bien y hazlo como te he enseñado— le instruyó Mundok sin ceder ni un ápice.

Hak suspiró y, bajo la divertida de Il, dio un par pasos vacilantes hacia él; sus ojos estaban fijos en el bulto tras sus piernas y, especialmente, en esos ojos violetas -que le habían llamado la atención la primera vez que los vio- fijos en él, que estudiaban cada movimiento que hacía el niño como si él fuera el cazador y ella la presa. Cuando solo quedaron un par de pasos entre ellos, esbozó una sonrisa -le costó, sí, pero así decía el abuelo que había que hacerlo- y, entonces, se inclinó hacia delante en una burda reverencia.

—Encantado, princesita, mi nombre es Hak.

De más está decir que se ganó un nuevo golpe, esta vez en la parte superior de la cabeza y con los nudillos, y él se quejó en voz alta por el dolor que le recorrió de arriba abajo.

Sin embargo, la sonrisa que ella mostró en sus labios ante semejante escena permanecería para siempre en su memoria.»

·

—¿Cómo te ha salido? — inquirió Yoon, quién se encontraba a su lado guardando sus útiles en el estuche; prácticamente todos en la clase ya habían salido, pues, Yoon, en su incansable deseo de que todo saliera perfecto, se había quedado el último repasando y retocando una y otra vez las respuestas hasta que las veía impolutas.

Yona sonrió ampliamente.

—Mejor de lo que pensé, es decir, las dos primeras seguro que la tengo bien porque fue las que hicimos hace un par de días, aunque menos mal que las repasé anoche, y la tercera ha sido muy fácil— la comisura de sus labios decayó un poco e hizo una meca— La cuarta es la que más dudas tengo, pero bueno, me puedo permitir un margen de error…

El guapo joven la miró con petulancia y una media sonrisa de orgullo, y se colgó la mochila al hombro.

—Sabía que con mis clases te iba a ir genial, Yona. Sacarás buena nota, seguro.

Salieron de la clase y juntos se encaminaron hacia el comedor -donde ya tendrían que estar los demás, seguramente preguntándose dónde se habrían metido y siendo Kija el único que les esperaría para comer- y, por el camino, el móvil de la chica le vibró en el bolsillo. Curiosa, lo sacó y se detuvo a mitad de un paso.

Yoon, viendo que su amiga no lo seguía, le echó un vistazo por encima del hombro.

—¿Yona? ¿Qué pasa?

La chica al principio no contestó. Después, sonrió -una sonrisa amplia y brillante, una que subía hasta su mirada y parecía alumbrar hasta el más oscuro rincón del planeta- y luchó contra las ganas de ponerse a saltar y gritar en mitad del pasillo.

—¡Adivina quién me ha escrito!

·

«Cuando la escuchó suspirar por décima vez en lo que llevaban de comida, no pudo ignorarla más y la miró de reojo.

Se encontraba sentada a su lado, sus piernas balanceándose inconscientemente, y no dejaba de juguetear con los granos de arroz que había en su plato. Tenía la cabeza apoyada en la palma de una de sus manos y tarareaba una canción muy bajito, de forma que solamente él podía oírlo.

Las voces de Il y Mundok llenaban la mesa, hablando de sus trabajos o algo que habían dicho en las noticias; no estaba muy seguro porque tampoco es que les estuviera echando mucha cuenta.

Honestamente, él también se encontraba bastante aburrido.

Hubiera preferido quedarse con Han Dae y Tae Woo jugando a la consola que tener que ir a esta aburrida comida con Il y su hija. A ver, no es que los detestara ni mucho menos. En realidad, el señor Il le caía bien, siempre que le veía le preguntaba por sus partidos de fútbol y alguna que otra vez había ido a verlo junto con su hija, y, aunque jamás lo admitiría en voz alta, le gustaba cuando la pequeña Yona -o "princesita", como a él le gustaba llamarla- lo animaba efusivamente en los partidos, como si se estuviera jugando la vida en cada jugada.

Sin embargo, sabía que las comidas entre el abuelo y su amigo se alargaban a veces demasiado tiempo, y él se había comprado un juego nuevo para la play que estaba deseando estrenar.

Escuchó a Yona suspirar una vez más.

—¿Qué te pasa?

No pudo aguantar más. Intentando que los mayores no lo advirtieran, Hak se inclinó hacia la derecha y le susurró aquellas palabras, ganándose una mirada sorprendida de una pequeña Yona de cinco años.

—Estoy aburrida— farfulló, sacando ligeramente el labio inferior en una mueca.

Hak no pudo evitar pensar en lo dulce y tierna que se veía.

—Yo también— le confesó, apartando la mirada rápidamente— Pero tenemos que aguantar hasta que terminen y volvamos a casa.

¿Por qué justo ese día habían decidido ir a la calle y no quedarse en alguna de las dos casas? Así, por lo menos, podrían irse a ver la tele o a jugar un rato. Yona siempre estaba pidiéndole jugar a princesas y dragones y, aunque no le entusiasmaba mucho la idea, ahora mismo prefería estar haciendo eso que pasar un minuto más allí.

Volvió a su sitio y su mirada se perdió en el restaurante al que habían ido. Por el rabillo del ojo vio como Yona volvía a suspirar y seguía jugueteando con su comida mientras los mayores seguían enfrascados en la conversación como si no hubiera nadie más, sus platos a medio comer aún.

"Estos no tienen prisa ninguna", pensó frustrado.

¿Qué podían hacer entonces?

—Abuelo— dijo, ganándose la atención no solo de los dos hombres, sino también de la pequeña que estaba a su lado— ¿Podemos irnos Yona y yo al parque que está en la calle de al lado? Cuando terminéis podéis ir a buscarnos allí.

La sonrisa que mostró Yona hizo que su corazón aumentara de velocidad.

—¿Podemos ir, papá, por favor? — sus ojos brillaron entusiasmados.

Tanto él como Mundok se miraron entre ellos indecisos.

—Bueno, no sabemos si…— empezó a decir Il lanzándole una mirada preocupada a Yona.

—¿Por favor? ¡Nos portaremos bien! — insistió Yona.

Il miró a Mundok y vio como este se encogía de hombros. Después, se giró hacia Hak, quién esperaba un poco impaciente.

—¿Prometes cuidarla, muchacho? Dejo a mi hija en sus manos.

—Sí, lo haré— asintió, con un rostro más solemne de lo que la situación requería.

Il asintió a su vez y terminó suspirando.

—Muy bien, podéis ir. Pero si tenéis algún problema volved de inmediato, ¿vale?

—¡Gracias, gracias, papi! — festejó Yona y bajándose de un salto de la silla, cogió del brazo de Hak y tiró de él— ¡Vamos, vamos al parque!

Hak ya se estaba arrepintiendo de su petición, porque lo último que quería era hacer de niñera de una entusiasmada y enérgica Yona que estaba seguro que no dejaría de ordenarle cosas sin parar; pero la sonrisa que mostraba y el brillo de sus ojos era excesivo para lo que él podía aguantar.

Así fue como Hak, escondiendo una sonrisa que quería surcar sus labios, fue tras la muchacha, pensando que, efectivamente, la cuidaría de cualquier cosa que le pasara. Esa sonrisa era demasiado bonita para que desapareciera.»

·

—Llegáis tarde— comentó Zeno cuando Yona y Yoon tomaron asiento en los dos únicos sitios que estaban libres en esa mesa de siete, ubicados entre el rubio y el peli azul.

Ya tenía su comida prácticamente terminada y le estaba echando miraditas de anhelo a las patatas que había en la bandeja de Kija, que todavía no habían sido tocadas. Tal y como habían pensado, fue el único que los esperó; incluso, el callado y bueno de Shin-Ah no dejaba de mordisquear en bocados pequeños su porción de piza, como si así su falta fuera menos grave.

—¿Y esa espléndida sonrisa, querida Yona? — preguntó Jae-Ha antes de darle un mordisco a su hamburguesa— Te hace ver aún más guapa. ¿Te ha pasado algo bueno?

—¿Es por el examen? ¿Te ha ido bien? — continuó Kija inclinándose hacia delante.

—¿Qué creéis? — bufó Yoon cogiendo una de sus patatas y llevándosela a la boca— Soy su profesor, os aseguro que le habrá salido muy bien.

Ese comentario se ganó unas risas entre los que estaban en la mesa. Yona sonrió aún más y su mirada se cruzó con la de Hak, con la mesa ubicada entre ellos, y sintió su estómago apretarse cuando él alzó una ceja en un interrogante mudo.

—Bueno— musitó, de pronto, poniéndose muy nerviosa. Apartó la mirada un instante para dejarla la superficie de la mesa, volvió a mirar a Hak furtivamente y después la apartó como se hubiera quemado; su comportamiento atrajo la atención de todos los de la mesa, en especial la del joven de pelo azabache— El examen me ha ido bien, pero también…

—¿Yona? — inquirió Kija con un matiz de preocupación ante su silencio repentino.

Hak frunció el ceño, contrariado, y este se hizo más pronunciado cuando cruzó la mirada con Jae-Ha y ambos vieron que estaban igual de confundidos.

—Es Soo Won— se metió Yoon cuando vio que ella no iba a decir nada más, echándole un breve vistazo a la chica— Le ha escrito hace un momento diciéndole que viene de visita este fin de semana.

Todos en la mesa se sorprendieron al igual que si Yona se hubiera levantado y puesto a bailar la conga encima de la mesa. Shin-Ah abrió los ojos como platos y murmuró un suave "oh", Kija soltó un "mierda" - vocabulario para nada usual en el chico y que si lo escuchara su abuela se llevaría un buen tirón de orejas-, Zeno soltó una carcajada seca movido por la impresión y Jae-Ha entrecerró los ojos ligeramente. Aun así, todos a una, como si hubieran sido accionados por un interruptor, miraron a Hak, quién no parecía haberse movido ni un milímetro desde que el chico habló. Tenía la mirada puesta en la bandeja y observaba su trozo de pizza como si pudiera hacerlo arder con solo su voluntad. Nadie dijo nada.

—Hoy es viernes.

Yona habría esperado cualquier respuesta menos esa. La cogió con la guardia baja, así que, lo único hizo fue abrir y cerrar la boca varias veces no sabiendo qué responder.

—Viene hoy, entonces— siguió diciendo y cuando sus miradas se encontraron, Yona sintió su corazón acelerarse, pues sus ojos azules se habían oscurecido hasta hacerlos ver casi negros—¿Y no pensaba mencionarlo antes? No sé, a lo mejor tendríamos nuestros planes e iba a joderlos un poco, pero eso qué importa, ¿verdad?

—Bueno…— musitó Yona aún muda.

Hak suspiró y sacudió la cabeza.

—Da igual, ya lo sé— se levantó, sin haber tocado mucho su comida, y miró a Jae-Ha y Shin-Ah con desinterés— Me voy ya para al campo que quiero entrenar un poco antes de esta tarde. ¿Venís?

Hum, claro— parpadeó Jae-Ha y lanzándole una mirada al peli azul, ambos se levantaron. Mientras Hak se marchaba sin despedirse de nadie, Shin-Ah sacudió la mano en una despedida silenciosa y el peliverde se acercó a donde la chica permanecía meditabunda— Ignóralo cuando se pone así, querida.

La pelirroja suspiró.

—Odio que Hak se enfade conmigo y el no saber por qué cada vez que menciono a Soo Won. Creía que eran amigos— murmuró ella mordiéndose el labio inferior y observando el lugar por el que el joven había desaparecido.

Jae-Ha soltó una suave carcajada.

"Ay, tan inocente e ingenua", pensó divertido.

—Te aseguro que Hak no está enfado contigo— "más bien creo que es consigo mismo y su cobardía a la hora de sincerarse" —, tan solo déjalo con sus tonterías. Ya se le pasará.

Yona asintió, nada convencida con sus palabras, aun así, y suspiró.

—¿Vendrás al partido esta noche?

La sonrisa que le mostró la chica consiguió deslumbrarlo por un momento y su corazón se apretujó un poco. Yona era su sol. Tan brillante y cálida, pero definitivamente inalcanzable.

—Claro, no me lo perdería por nada del mundo.

·

«—¿Por qué estás tan contenta? — inquirió Hak, viéndola revolotear de un lado para otro en su habitación. Su padre había tenido que hacer un mandado urgente, así que la había dejado al cuidado de su amigo Mundok y, por consiguiente, de él.

—Por nada— canturreó ella mientras cotilleaba en su estantería. El chico ya se había cansado de pedirle que no tocara sus cosas, así que había terminado por tirar la toalla, y se limitaba a pedirle que dejara las cosas en su sitio una vez terminara de toquetearlo todo.

—Si tú lo dices…— murmuró, encogiéndose de hombros, y, girando la silla de escritorio, continuó la partida que había pausado un momento.

La escuchó canturrear por lo bajo la canción de unos dibujos que estaban de moda, la miró de reojo, y se la encontró pasando las páginas de unos de sus libros: Eragon, el que siempre cogía cuando iba a su casa. La sonrisa de sus labios sería capaz de deslumbrar a un ciego y Hak se vio observándola embobado, sin darse cuenta de que había muerto en el juego.

En algún momento, la pelirroja alzó la mirada y cuando se encontró con que él no le quitaba ojo, sus mejillas se colorearon.

—¿Qué pasa?

Hak parpadeó, saliendo de sus pensamientos súbitamente, y farfullando algo, sacudió la cabeza.

—¿Podrías dejar de cantar? Tu voz me desconcentra— mintió descaradamente -porque Yona tenía una voz muy bonita y le gustaba mucho escucharla-, girándose al juego y volviendo a cargar contra los zombis.

La sintió acercarse a él, sin apartar la mirada, y eso lo puso más nervioso. Se obligó a mirar a la pantalla.

—¿Estás enfadado conmigo? — inquirió, y el tono dulce y triste que usó lo dejó aún más descolocado que sus palabras.

—¿Cómo?

Yona lo cogió de un brazo para llamar su atención y a Hak le dio igual volver a morir -metafóricamente hablando, por supuesto- si obtenía como recompensa la mirada violácea de la chica puesta en él como si fuera lo más importante del mundo. Su estúpido corazón tembló inevitablemente.

—Me has hablado muy feo… ¿Es porque estás enfadado conmigo? Lo siento si te molesté…

Ay, no, que no lo mirara así porque lo desarmaba por completo… ¿Cómo podía reprocharle algo cuando usaba ese tono de voz y sus ojos en su contra?

Iba abrir la boca para decir -o balbucear más bien- algún patético intento de palabras, pero en ese momento oyeron un par de golpes en la puerta de la habitación. Hak soltó todo el aire que no sabía que había estado conteniendo en sus pulmones cuando Yona apartó la mirada, y maldijo en su cabeza. Cómo se diera cuenta de la influencia que tenía sobre él, esa chiquilla podría hacer con él lo que quisiera.

—¿Hak? Yona, cariño, ¿estás ahí? — se escuchó la lejana voz de Il.

Hak observó el momento exacto en el ceño fruncido de la niña mutaba a la más absoluta felicidad y emoción y sintió su estómago tirarle, incomprensiblemente. Yona corrió a la puerta y la abrió, encontrándose con el rostro sonriente de su padre.

—¡¿Ya estáis aquí?! — exclamó entusiasmada saliendo de la habitación por un lateral suyo.

Hak la vio desaparecer, olvidándose completamente de él, y escuchó el chillido que soltó cuando iba, creía, por el medio del pasillo. Como si se hubiera quemado el trasero, saltó de la silla y corrió a la puerta. Se asomó, preocupado porque le hubiera pasado algo, y la escena que se encontró la dejó descolocado. Yona -su princesita- estaba abrazando a un chico de la misma edad que Hak con el semblante resplandeciente, con una sonrisa que podría partir su rostro por la mitad. El aire escapó de sus pulmones con fuerzas e ignoró el ardor que apareció en su pecho.

—Hak, te presento a Soo Won, mi sobrino— le dijo Il, quién se encontraba a su lado, admirando también la escena.

Hak lo escuchó a medias, por la dulce voz de Yona, parloteando sobre lo mucho que le había echado de menos y lo feliz que estaba de verlo, no dejaba de retumbar en su cabeza.»

·

—Nos vemos luego, Yona— se despidió Kija, saludándola desde el lugar del piloto. Zeno, a su lado, se despidió también con una sonrisa mientras mordía una papa del paquete que tenía en su regazo— ¿Sobre a qué hora quieres que venga a recogerte para ir a ver el partido? — se acordó en el último momento.

La chica reflexionó, colgándose la mochila al hombro.

—Pues… Soo Won dijo que estaría aquí sobre las 6… ¿Qué te parece venir sobre las 7? — les sonrió ampliamente.

El peliblanco asintió, correspondiéndole la sonrisa.

—Bien, iré a recoger a Zeno y Yoon primero y luego vendré a por ustedes dos, ¿vale?

—¡A Zeno primero que quiere sentarse delante! — pidió el rubio.

Kija puso los ojos en blanco.

—Hasta luego, Yona.

—¡Adiós, chicos!

El coche empezó a moverse y Yona los vio desaparecer al final de la calle residencial. Suspiró y se giró para entrar en su casa. Nada más abrir la puerta, unos pasos corriendo hacia ella la alertaron.

—¡Hermana, llegaste! — gritó Tae-Yeon, tirándose a sus brazos.

—Hey, ¿qué tal la escuela? — rio por el incansable entusiasmo del niño.

—Ha estado bien. Hoy he jugado al balón con los demás chicos— sus ojos brillaban mientras le iba contando— E incluso he marcado un gol, ¿lo puedes creer? Pero después me dolía mucho el pecho así que me senté en el césped y animé a los demás.

—Eso es genial, cariño— sonrió enternecida y preocupada, la salud del pequeño Tae-Yeon era demasiado delicada y aunque todos querían que tuviera una vida normal, no podían evitar saltar los problemas— Ojalá poder haberlo visto.

Fueron hacia la cocina y Yona sacó del frigorífico la botella de zumo y, echando en dos vasos, le dio uno al niño y el otro se lo bebió ella mientras Tae-Yeon seguía hablándole de la escuela.

—¿Dónde está el abuelo? — preguntó Yona con curiosidad; era raro no encontrárselo por ahí refunfuñando entre dientes por alguna pelea o roce que hubiera tenido con Hak o con sus trabajadores.

—En el despacho, terminando un trabajo— respondió Tae-Yeon.

—¿Ha pedido que no lo molestemos? — el abuelo odiaba que lo molestaran cuando estaba enfrascado en los negocios de la empresa, sin embargo, había algunas veces más que otras; así que cuando el abuelo pedía expresamente que no lo importunaran, se aseguraban de no hacerlo a menos que fuera estrictamente necesario -lo que se traducía a una recaía de Tae-Yeon y poco más.

—No, dijo que hoy no tenía mucho trabajo.

Bien, entonces podía ir a hablar con él.

Dejó al niño en el salón viendo la tele y subió a la planta de arriba para dejar la mochila en su habitación. Miró la cama, que se encontraba desecha de nuevo, y recordó la última mirada que le había dedicado Hak, allí, en la cafetería. Sintió un retortijón en el estómago -Hak cada día se aseguraba de recordarle lo idiota que era, y que su faceta de por las noches no era nada más que algo pasajero- y apartó esa imagen rápidamente de su cabeza. No quería perder su tiempo pensando en cosas imposibles y, en realidad, tenía mejores cosas en las que centrarse como, por ejemplo, la cercana visita de su querido Soo Won.

Una sonrisa curvó sus labios cuando pensó en su primo y luchó por no ponerse a bailotear en medio de la habitación; hacía ya casi medio año que no se veían y el mensaje de esta mañana había sido una grata sorpresa porque lo echaba mucho de menos.

Yona lo recordaba como una presencia constante en su vida, algunas veces más cercanas y otras más lejas, pero siempre con lugar muy especial en su corazón.

Su padre y el de él, Yu-Hon, eran hermanos y se llevaban muy bien, así que, a pesar de que vivían en distintas ciudades, se veían a menudo. Yona lo adoraba muchísimo y le encantaba pasar tiempo a su lado porque no había conocido a una persona más buena y dulce que él -siempre le traía una piruleta de cereza porque sabía que era su favorita, la llevaba al parque cuando era chica o la escuchaba en cada pataleta que ella tenía sin cansarse. Sin embargo, cuando Yona tenía cinco años, murió el padre de Soo Won y su madre se mudó a otra cuidad que estaba mucho más lejos. A la pequeña Yona se le partió el corazón y lloró a mares, y lo único que pudo calmarla fue la promesa de Soo Won de que jamás se olvidaría de ella y siempre estarían en contacto.

Y así había sido.

A pesar de la distancia que los separaba, ambos se mantenían en contacto, ya sea por mensajes, correos o llamadas de Skype, y la pelirroja sentía su corazón querer salírsele del pecho cada vez que él se acordaba de ella y le hablaba primero o alguien lo mencionaba en una conversación.

Y, sí, a Yona le gustaba, y ni siquiera recordaba el momento en el que todo empezó. De un momento a otro había pasado de sonreír feliz cuando lo veía a través de la pantalla del ordenador a sentir la boca seca, el corazón en la garganta y cientos de mariposas cada vez que escuchaba su voz a través del auricular

Sabía que era patética porque para Soo Won solo era su primita chica, pero el corazón no se rige por reglas y a Yona le había dado bien fuerte.

Suspiró y sacudió la cabeza para despejarse la mente. Debía hablar con el abuelo y decirle que Soo Won iba a quedarse en el fin de semana; sabía que él no se molestaría por el poco tiempo de antelación -como si lo hacía otro que ella conocía-, Mundok le tenía mucho cariño a ese muchacho.

"¿Por qué se enfada cada vez lo menciono?", no pudo evitar preguntarse. "¿Por qué parece que se ha tomado un vaso de vinagre cuando hablo de él? Siempre se han llevado bien, le sonríe sinceramente y hablan a menudo los dos… ¿Por qué, entonces, te comportas de esa manera, Hak?"

Preguntas y preguntas que no tenían respuestas.

·

«— ¿Qué? — jadeó, sintiendo como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho. Mundok, frente a él -aparentemente impasible e imperturbable- inclinó la cabeza derrotado— No, no, dime que es mentira…

—Jamás te mentiría con esto, hijo.

No, claro que no, él lo sabía. Era simplemente que no podía creérselo, su cabeza no podía digerir y aceptar la información que estaba recibiendo. Il, el bueno de Il no podía estar…

Un rostro se implantó en su cabeza y todo el aire fue sacado de sus pulmones mientras el suelo parecía inclinarse peligrosamente bajo sus pies.

—¿Dónde está Yona? ¿Cómo está ella? — inquirió frenético. Oh, no, Yona tendría que estar destrozada, ella… no…

La respuesta del hombre fue la de mover la cabeza en dirección a las escaleras.

—Arriba, en la habitación de invitados. Nada más me enteré de la noticia fui a recogerla del colegio y me la traje aquí— explicó en un tono forzadamente monocorde. Hak sabía que su abuelo debía estar sufriendo -no por nada estaba hablando de su mejor amigo- pero él no podía pensar en nada más que no fuera aquella niña de bonitos ojos y mirada violácea que lo volvía loco—Ella… parecía que iba a romperse en mil pedazos por la forma en la que lloraba…— murmuró con la mirada fija en algún punto indeterminado, buceando en sus recuerdos— Se quedó dormida en el sofá después de puro agotamiento y la llevé a la habitación de invitados.

No necesitó más palabras. Tirando la mochila de cualquier manera en una esquina del vestíbulo, dejó atrás a su abuelo y corrió por las escaleras en busca de la habitación de la chica. Su corazón golpeaba contra su caja torácica con fuerzas, parecía que estaba a punto de salirse, y sus ojos picaban por las lágrimas que retenía con mucho esfuerzo.

Llegó a la habitación y jadeó cuando, al abrir la puerta, observó el bulto que no dejaba de retorcerse bajo las sábanas. Sin perder ni un instante se acercó a la cama y sintió su alma caer a sus pies cuando descubrió el semblante de la niña -que seguía dormida- desfigurado por una mueca de dolor. Lo que sea que estuviera soñando no parecía distar mucho de la realidad.

—Papá…— murmuró, sacudiendo la cabeza— Papá… ¿dónde estás? No corras… Papá…

Algo dentro de él se rompió al verla tan perdida, frágil y asustada. No, no, ella no podía estar así. Ella…

—Princesa— susurró, acariciando su rostro con ternura— Princesa, despierta, por favor.

—Papá…

—Princesa, vamos…— le quitó un mechón de su cabello de la cara— Ven a mí, despierta.

Yona despertó y durante un momento se sintió perdida, como si el mundo le hubiera dado la espalda. Entonces, sus ojos se encontraron con los de Hak -que la observaba mudo de preocupación- y las lágrimas hicieron acto de presencia.

—Hak…— murmuró en un hilillo de voz.

Y se tiró a sus brazos, quienes la acogieron con fuerza y ternura.

Hak la sostuvo todo el tiempo. Sus sollozos conseguían desgarrar una parte de corazón -la parte que le pertenecía desde el primer momento que la vio- y la impotencia y la pena campaba a sus anchas su pecho como una losa de mil kilos aplastándolo sin piedad.

—Se ha ido…— decía ella una y otra vez— Hak, Hak, Hak, papá se ha ido. Papá no está, Hak— lo llamaba como si fuera lo único que conseguía mantenerla a flote— Quiero ver a papá, ¿por qué me tuvo que dejar? ¿Por qué, Hak? Quiero verlo. Llévame con mi papá.

El muchacho la escuchó y sostuvo sin derrumbarse, porque sabía que ella lo necesitaba entero. Il había sido importante para él y le dolía su pérdida, pero no podía imaginarse lo que debía estar sintiendo Yona en estos momentos. Él no había conocido a sus padres, Mundok era lo más parecido a una familia que tenía al adoptarlo a los 3 años, y estaba seguro de que si algún día ese viejo faltaba en su vida iba a sufrir y mucho.

—Me ha dejado sola…

—¿Qué? — habló por primera vez en lo que parecieron años, pero es que simplemente no podía dejarlo pensar— Ni se te ocurra volver a decirlo, princesa. Tú no estás sola, nunca lo estarás, no mientras yo esté vivo— la apretó con más fuerzas, su movimiento haciendo eco a la firmeza y veracidad de sus palabras.

—¿Me lo prometes? — sollozó Yona— No me dejes tú también, Hak, no me dejes…

—Jamás. Siempre estaré a tu lado.

Tenía nueve años cuando le hizo esa promesa. Nunca en su vida estaría tan seguro de una decisión como la que tomaría esa noche, una que le marcaría durante toda su vida.»

·

El campo de fútbol estaría a reventar y Los Dragones de Kouka apostaban su victoria a favor de ese hecho. Se notaba que estaban en la final del campeonato y estaban los nervios a flor de piel porque la gente no dejaba de llegar, aún a casi una hora para que comenzara el partido, y habría un momento en el que no cabría ni una hoja entre los asientos de las gradas.

Menos mal que había algunos asientos reservados para los acompañantes de los jugadores y entre Jae-Ha, Shin-Ah y Hak podían conseguir lugares suficientes para sus amigos, si no, se habrían tenido que quedar de pie.

Los mencionados se encontraban charlando en el banquillo con algunos más del equipo mientras esperaban a que el entrenador llegara después de encargarse de unos papeles de último momento para que pudieran empezar a calentar.

El otro equipo, Las estrellas de Xing, pertenecientes al instituto del barrio del al lado -y el enemigo acérrimo durante muchos años- ya estaban ocupando su parte del campo, corriendo por los límites en círculo.

En algún momento de la conversación -mientras Jae-Ha comentaba los últimos cambios que le había hecho a su moto-, Shin-Ah desvió su atención por encima del hombro de Hak y este no necesitó traducción alguna para saber lo que significaba: los chicos habían llegado. Una necesidad nacida desde lo más profundo de su interior fue la que le obligó a mirar también en esa dirección -necesitaba verla, aunque sea un segundo- y asegurarse -estúpidamente- de que estaba bien; sobre todo después de lo tirante que había estado la cosa tras su marcha -huida- del comedor, cuando la rabia que había sentido había sido demasiado para poder controlarla y si no se hubiera marchado de allí como alma que lleva el diablo le hubiera gritado lo tonta e infantil que estaba siendo.

Cuál fue su sorpresa cuando, al girarse, encontró a solo tres chicos, sin rastro alguno de la pelirroja entre la multitud. ¿Qué…? Su cuerpo se tensó como las cuerdas de un arco y durante un instante vio todo rojo; la ira, que las horas paradas y su razonamiento frío habían conseguido que fuera menguando, creció hasta límites insospechables.

—Dijiste que vendría— no pudo evitar mascullar al peliverde que se encontraba igual de confundido a su lado; Hak, como tonto, le había creído y mira lo que pasaba.

—Y eso me dijo— su ceño se frunció— Y Yona puede ser despistada y olvidadiza, pero nunca ha faltado a uno de nuestros partidos si ha dicho que vendría, lo sabes.

—¿Puede estar en el baño? — comentó Shin-Ah, intentando calmar los nervios, aunque a él también le estaba dando muy mala espina.

—O también puede estar en casita con el est… con él— gruñó Hak— Que él viniera cansado del viaje y no quisiera salir y ella, tan dulce y buena como siempre, se hubiera tenido que sacrificar para acompañarlo.

—Eso no es algo que haría Yona— Shin-Ah sacudió la cabeza.

Sus amigos terminaron de acercarse a la valla que separaba las gradas del campo.

—Vamos y averigüemos que está pasando antes de sacar conclusiones precipitadas— dijo Jae-Ha, empezando a encaminarse a ese punto.

—¡¿Qué tal chicos?! — sonrió Zeno, saludando con la mano— ¿Muy nerviosos? No es como si estuvierais jugando ser los primeros en la liga ni nada— se apoyó en la valla y el pasador de pelo que siempre llevaba colgado en la cabeza con un medallón brilló a causa de los últimos rayos de sol— Bueno, en realidad, sí.

—Vamos a machacarles, eso ni se duda— afirmó orgullosamente Jae-Ha, recogiéndose el cabello en una coleta alta— Por cierto, ¿dónde habéis dejado a la hermosa Yona?

La mirada que se dieron Kija, Yoon y Zeno entre ellos subió los niveles de inquietud de Hak a la estratosfera. Se forzó para que la ira, el dolor y la furia no se mostrara en su rostro, pero no debería estar haciendo muy buenos esfuerzos porque notaba los breves vistazos de sus amigos hacia él.

—Se ha… retrasado un poco— fue Kija el que contestó, escondiendo la mueca que se formó en sus labios.

—¿Cómo? — saltó Hak, achicando los ojos— ¿No viene con nosotros?

La escuela estaba demasiado lejos de la casa para venir andando, por eso siempre iban y venían en el coche de él, o, en su defecto, en el Kija cuando él tenía que quedarse en los entrenamientos.

—No cabíamos todos en el coche de Kija, así que ella les ha ido indicando el camino para venir— contestó Zeno en tono serio, muy inusual para su carácter.

¿Les? — inquirió Hak, advirtiéndolo. "¿Quién más venía? ¿Qué estaba pasando?", se preguntó con la mosca detrás de la oreja. Sus amigos, Yona y Soo Won hacían un total de cinco personas, así que podían caber perfectamente en el coche del peliblanco. Además, esta tarde Tae-Yeon iba a casa de un amigo a dormir por un cumpleaños, así que no podía haberse incluido él como hacía a veces, y su abuelo jamás había pisado el campo de fútbol, dudaba mucho que cambiase ahora su rutina.

En ese momento, se escuchó la voz de Geun-Tae, el entrenador, llamando a todos los jugadores. Hak seguía observando a los otros esperando una respuesta y fue Jae-Ha el que tuvo que tirar de él para que emprendieran el camino; el entrenador era conocido por su mano dura y su poca paciencia.

Hak sacudió la mano de mala gana queriendo que lo soltara, y trotó hacia el medio del campo, ignorando la mirada que se dedicaron Jae-Ha y Shin-Ah. Se pusieron a calentar -correr, pasarse el balón y demás cosas- y una de las veces en las que Hak tenía tirar a portería, el balón se le desvió tanto que terminó pasando por encima de la valla.

El equipo quedó mudo de la impresión pues jamás habían visto a Hak fallar de aquella manera tan tonta.

—¡¿Qué cojones estás haciendo?! —le increpó el entrenador a toda voz— ¡La próxima vez que hagas un tiro tan malo te comes el balón, ¿me estás oyendo?!

Hak, si lo escuchó, no dio muestra de ello, porque su atención estaba puesta en otra cosa; específicamente en un punto de las gradas. En un cabello rojo e indomable y en unos ojos inusualmente violáceos, que lo miraban a él como si fuera el último salvavidas en la tierra. En un rubio alto, erguido y apuesto, que se encontraba a su lado, observando todo con aparente curiosidad.

Y en la desconocida chica que colgaba del brazo del muchacho como si los hubieran pegado con pegamento.