¡YAHOI! ¡Dios mío de mi vida, QUÉ LATA ME HA DADO ESTE CAPÍTULO!

El caso es que necesitaba relatar cierta escena y no sabía muy bien cómo plasmarla. Al final creo que he caído un poco en el típico cliché (ya sabéis por qué lo digo...) pero en fin, espero que me haya quedado bien y que no sea muy aburrido xD.

Disclaimer: Boruto: Naruto Next Generations y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto, Mikio Ikemoto y Ukyô Kodachi.

¡Espero que os guste!


6

¡En marcha!


Sarada sintió que la nariz le picaba. Mucho. Con esas picazones intensas que prácticamente te obligaba a llevarte una uña para rascarte con ganas a ver si así se te pasaba la molestia.

Hizo amago de levantar la mano para aliviar aquel molesto picor, pero, para su desgracia, su mejor amiga se percató de sus intenciones y le palmeó la mano, devolviéndola a su lugar sobre el cojín que hacía ahora de mesa improvisada.

―¡Quieta parada!―Sarada gimió, con los ojos cerrados, esperando a que Chōchō terminase de pintarle―o maquillarle, como la Akimichi decía―la cara.

―¡Me pica!―se quejó ella, en un tono totalmente infantil muy poco frecuente en ella. Chōchō acabó de aplicarle la sombra de ojos y suspiró, dejando la cajita a un lado sobre el suelo.

―Aguántate. ¿No has escuchado nunca decir que para presumir hay que sufrir?―Sarada gimió.

Sí, lo había escuchado, habitualmente, de sus compañeras de instituto en la ciudad, cuando alguna de las chicas se quejaban de que los zapatos nuevos de tacón le hacían daño o de que el nuevo rímel que habían comprado les daba alergia.

Pero para ella todo eso era nuevo. Sarada nunca se había preocupado especialmente por su apariencia, ni siquiera cuando era más consciente de que Boruto le gustaba y de que este andaba rondando por allí cerca.

Era una chica, sí, pero no era tan tonta como para ponerse ropa o zapatos que iban a molestarla o a hacerle daño. Su madre siempre andaba diciendo que no había nada de malo en querer arreglarse para sentirse guapa, aunque fuese solo para una misma, pero Sarada tenía pocos atributos femeninos de los que presumir.

Era bajita, delgaducha, apenas tenía pecho, sus piernas parecían palos de escoba, su pelo lacio y negro era de lo más común y por lo fino, imposible de domar para peinarlo de otra forma que no fuese suelto y liso. Sus gafas le restaban atractivo a su afilado rostro y, aunque hubiese estado dispuesta a usar lentillas, sus ojos negros tampoco eran nada del otro mundo. Su piel blanca, además, hacía que estuviese pálida todo el año. Ni siquiera podía broncearse en verano para obtener algo de color porque enseguida se quemaba. Incluso en invierno, cuando nevaba mucho, debía ponerse crema protectora, por si las moscas.

―¡Ay, déjalo ya!―exclamó Chōchō, cogiendo sus manos para soplarle a sus uñas, para que el esmalte color rosa que le había puesto se secase cuanto antes.

Además del maquillaje y el esmalte de uñas en manos y pies, Chōchō la había obligado a vestirse con un conjunto de ropa que ni en sus mejores sueños se hubiese puesto: unos pantalones blancos salpicados de purpurina a todo lo largo de las perneras, que hacían que sus piernas y su trasero parecieron más rellenos de lo que eran en realidad. Unas botas aptas para andar por la nieve, pero salpicadas de color rosa aquí y allá, como si alguien las hubiese pintado con spray para grafitis, consiguiendo un efecto moderno y muy chic.

Cuando Sarada hizo notar que era una tontería que le pintara las uñas de los pies si total no se le iban a ver con las botas Chōchō se limitó a poner los ojos en blanco y a decir que una chica nunca sabía cuándo un chico querría verle los dedos de los pies. La insinuación sexual implícita hizo a Sarada sonrojarse y mantener la boca cerrada durante un buen rato, permitiendo a la otra adolescente seguir "embelleciéndola".

Como parte de arriba se había puesto una camiseta de manga larga y color rosa claro, hecha de un material suave que se parecía a la franela. Bajo la misma llevaba una camiseta térmica, para preservar el calor y no congelarse. Estaban a principios de la primavera, sí, pero aún hacía un frío de los mil demonios, con los termómetros todavía marcando temperaturas bajo cero.

Suspiró mientras volvía a sentir los hábiles dedos de su mejor amiga pululando por su rostro, dando los últimos toques a su maquillaje―el cual aún no había visto―y a su peinado―que tampoco sabía cuál era ni cómo le había quedado―; suspiró por enésima vez en la tarde.

―Ya, ya termino… Hay que ver… ―Chōchō cerró el rímel y lo guardó en uno de los numerosos neceseres que había llevado a la casa del padre de Sarada―. ¡Listo! Venga, ¡abre los ojos!―Sarada obedeció. Esperó a que Chōchō le acercara un espejo de mano para poder admirar su nuevo look.

Sus labios pintados y sus ojos maquillados se abrieron ligeramente por la impresión; la imagen que la recibió en el espejo era diferente a su apariencia usual. El rostro que tenía frente a sí parecía el de una chica totalmente distinta a ella. Era el de una chica divertida, atrevida, coqueta. Todo lo que Sarada Uchiha no era. Desde luego, Chōchō había obrado magia, transformándola totalmente en una chica que podría atraer fácilmente a los chicos. Una sonrisa, un aleteo de pestañas y estaba segura de que esa fémina que le devolvía la mirada tendría a todos los seres masculinos a sus pies.

Suspiró y bajó el espejo, dejándolo cuidadosamente en el suelo, a su lado. Sentada con las piernas cruzadas delante de ella, Chōchō sonreía de oreja a oreja, orgullosa y entusiasmada con lo que había logrado en la apariencia de su mejor amiga.

Tragó saliva, sabiendo que sus siguientes palabras decepcionarían amargamente a Chōchō, pero realmente no se sentía a gusto teniendo que salir a la calle maquillada como si estuviera dispuesta a conquistar a cualquier chico. No era su estilo para nada.

Pero para nada.

―Chōchō… ―empezó, doliéndole ya en el alma romper las ilusiones de la Akimichi.

―¡Ah-ah! ¡No, no quiero escucharlo! Estás preciosa, arrebatadora, sexy… ―Sarada se ruborizó―, ¡y no pienso permitir que tus estúpidos miedos e inseguridades arruinen mi magnífico trabajo!―Sarada frunció el ceño y lo intentó otra vez, abriendo la boca para hablar―. ¡Que no! ¡He dicho que no quiero escuchar tus excusas!

―Pero…

―No.

―Chōchō…

―No.

―Escú-

―No.

―No puedo…

―Sí puedes. ―Chōchō gruñó y se frotó la cara―. A ver, ¿Qué no habíamos ideado un plan para hacer que el idiota de Boruto tomase de una puñetera vez la iniciativa de invitarte a salir o, al menos, besarte?―La última sugerencia hizo a Sarada abrir sus ojos negros como platos.

―¡¿Besar?! ¡¿Quién ha hablado de besar?!―Chōchō la miró como si fuese tonta o le faltase un hervor.

―¿Cómo que quién? ¿Para qué te crees que te he puesto así de guapa? ¿Para el aire?―ironizó la adolescente de ojos ambarinos.

―¡No, definitivamente no!―Sarada se levantó y tiró del cuello redondeado de su camiseta, sin duda buscando quitársela.

―¡Quieta parada, fiera!―La detuvo Chōchō, levantándose y cogiéndole las manos. Sintió el sudor perlando la piel blanca de Sarada y el pánico creciente que se entreveía en su mirada oscura―. A ver, Sarada, respira. Eso es, tranquila. ―Cuando percibió que Sarada se relajaba, le apretó las manos, para llamar su atención―. Venga, sentémonos, eso es… ―Se sentaron en el borde de la cama de la Uchiha, todavía con las manos de Chōchō sobre las de Sarada―. ¿Por qué te has puesto así? ¿Qué es lo que te da tanto miedo, Sarada?―Sarada se tensó y clavó una fría mirada en su mejor amiga.

―¿Miedo? ¿Yo? ¿Quién ha hablado de miedo? ¡Yo no tengo miedo!―Chōchō reprimió la risa que quiso escapar de sus labios.

―¿Segura?―Sarada cabeceó, más bruscamente quizá de lo que pretendía. Chōchō suspiró, pero, sabiendo que si iba por ese camino no obtendría ninguna respuesta, decidió cambiar de táctica―. Entonces… ¿qué es lo que ocurre?―preguntó, adoptando un tono suave de genuina preocupación.

Sarada bajó la vista un segundo y, cuando la volvió a levantar, sus pálidas mejillas se encontraban sonrojadas.

―Es que… yo no sé nada. ―Chōchō alzó una ceja, interrogante.

―¿De qué?―preguntó, al ver que, tras varios segundos de silencio, Sarada era renuente a dar más información.

Sarada inspiró hondo y exhaló con fuerza, lentamente, buscando calmarse. Chōchō era su mejor amiga, ella no la juzgaría, ni se reiría, ni se burlaría de ella por no tener experiencia, como hacían algunas de sus compañeras de su actual instituto.

―De eso… de… de los besos―dijo al fin. Chōchō ladeó la cabeza, con confusión, hasta que al fin comprendió lo que su amiga trataba de decirle.

―Oh… ¡Ooooooooh! ¿Quieres decir que tú… tú nunca has… besado a un chico?―Sarada asintió, muerta de vergüenza―. ¿Ni siquiera un roce? ¿Ni un mísero pico?―Sarada negó varias veces con la cabeza―. Oh. Eso… va a ser un poco complicado, entonces―murmuró, más para sí que para Sarada.

―¿Qué?

―No, no, nada. Solo que el plan va a tener que sufrir una ligera modificación. ―Sarada frunció el ceño, ahora mostrando ella confusión.

―¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres?―Chōchō suspiró.

―Es que… había pensado que… fueras tú la que lo besaras a él. ―Sarada sintió que se quedaba sin respiración al tiempo que sentía el calor acudir a su rostro.

―¡¿Qué?! ¡Pero… ¿cómo se te ocurre?! Y-yo… yo no puedo… no sé…

―¡Cálmate, mujer! ¡Que no es para tanto!―Esperó a que Sarada se tranquilizase y luego siguió hablando―. Escucha―le cogió los brazos, teniendo extremo cuidado de no hacerle daño ni dejarle ninguna marca, dado que su fuerza era considerablemente superior a la de su amiga―, Boruto jamás se atreverá a acercarse a ti de esa manera, no de forma voluntaria, al menos. ―Sarada sintió que una piedra le caía en el estómago al escuchar la cruda verdad de labios de Chōchō.

―Ya, no soy su tipo. Lo sé. ―Chōchō retuvo la carcajada que estaba a punto de escapársele. Ay, si Sarada tan solo supiera…

―No, al contrario, tú eres justamente su tipo. ―Sarada resopló.

―Por favor, no me mientas, Chōchō. Sé perfectamente que no soy su tipo.

―Y… según tú… ¿cuál es el tipo de Boruto?―Sarada se puso seria de repente.

―Altas, delgadas pero curvilíneas, voluptuosas. Coquetas, atrevidas… En fin, todo lo que yo no soy… ―Chōchō tuvo que hacer ahora verdaderos esfuerzos para no romper a reír.

―Bueno, los hombres no siempre saben lo que les conviene. Especialmente los nuestros.

―¿Qué quieres decir?

―Bueno… todo el mundo conoce la turbulenta historia de tus padres, de los padres de Boruto o de los tíos Shikamaru y Temari o de la tía Ino y el tío Sai. ―Sarada no tenía respuesta, dado que aquello era verdad. Si tan solo la mitad de lo que les habían contado era verdad, entonces los adultos de Konoha habían vivido ya dos vidas enteras, de tantos enredos y malentendidos en los que se habían visto envueltos en su juventud―. Así que… tendrás que ser tú la que se lance… o la que lo tiente, ya que lanzarte no creo que quieras… ―Sarada tragó saliva.

―¿Que lo tiente?―dijo Sarada, incrédula―. ¡No, ni de coña! ¡No puedo! ¡No sé cómo…

―Tranquila, tranquila―dijo Chōchō―. Tú no vas a tener que hacer nada.

―¿Nada?

―Nada. Bueno, no exactamente… tendrás que pasearte por el pueblo, tal vez dejar que uno o dos chicos guapos te hablen o te cojan de la mano, tal vez incluso un par de caricias inocentes…

―¡¿Qué?!

―Oh, no te preocupes, no tiene que ser nada serio. Tan solo lo justo y necesario para que Boruto te vea y se muera de celos… entonces la naturaleza hará el resto.

―Chōchō… no creo que sea buena idea.

―Que sí, mujer, ya verás como sí. Boruto no será capaz de resistirse a esto. ―La obligó a ponerse en piel y la recorrió de arriba abajo con la mirada, sonriente―. Créeme cuando te digo que le gustas, solo que…

―¿Solo que qué?―saltó Sarada, desconfiada. Chōchō suspiró.

No podía contarle nada a Sarada, nada de lo que eran ellos ni de su herencia, ni del por qué Boruto se había comportado con ella en los últimos años como si le repugnara o la menor de los Uchiha tuviera una enfermedad contagiosa.

―Solo que… es un cabezota. ―Sarada parpadeó; durante un segundo, había creído que Chōchō le iba a decir algo más… importante―. Ya sabes, los chicos a esta edad suelen tener una idea preconcebida de cómo tiene que ser su mujer ideal, y les cabrea muchísimo que la que les llama la atención no casa con esa imagen idealizada que ellos se han hecho en su mente. ―Sarada creyó que Chōchō le estaba contando el argumento de alguna película de esas malas para adolescentes cabeza huecas, si no fuera por la gravedad que mostraba en su bronceado rostro.

―Bueno… ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta por ahí, para ver qué le parece a la gente tu nuevo estilo?―Sarada sintió que se ruborizaba.

―Yo… esto… ¿a-ahora?

―¡Pues claro! Hay que hacer pruebas antes de ir a por el resultado final. Ensayo y error, Sarada, ensayo y error. ―Tragando saliva, Sarada vio cómo Chōchō guardaba los botes de potingues restantes en sus respectivos estuches y se ponía en pie, quedándosela mirando, instándola a levantarse también.

Resignada, Sarada se puso en pie y siguió a Chōchō escaleras abajo, con los hombros caídos, la cabeza gacha y los pies pesándole como plomo, y no era precisamente por las recias y pesadas botas que la resguardaban del frío del exterior.

Las dos chicas bajaron las escaleras y se encaminaron hacia la puerta. Sarada cogió del armario de la entrada un abrigo, gorro, bufanda y guantes, mientras Chōchō recogía y se colocaba asimismo las mismas piezas de abrigo en torno a su cabeza, cuello y manos.

―Muy bien. ¿Estamos listas?

―No―gruñó Sarada.

La réplica de Chōchō fue echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada. Sarada volvió a gruñir. La Akimichi se dio la vuelta y, alargando la mano, abrió la puerta, saliendo así al gélido aire exterior.

Fuera, las calles de Konoha permanecían silenciosas. Había unas pocas personas deambulando por las aceras, con bolsas o a pasos apresurados, para llegar a casa antes de que las temperaturas bajasen todavía más. Sarada salió tras Chōchō y cerró la puerta tras ella. Tarde se dio cuenta de que no se había acordado de dejarle una nota a su padre, para que no se preocupase por si llegaba antes que ella a casa y no la encontraba. Cuando le anunció a su acompañante de que iba a volver dentro para garabatear un aviso a su progenitor, Chōchō se lo impidió; le cogió la mano e hizo un gesto con la otra, como si eso no fuese importante.

―No te preocupes, estoy segura de que el tío Sasuke sabrá, o intuirá, que estarás conmigo, segura y a salvo de los lobos malos. ―Sarada frunció el ceño. Chōchō estaba apretando los labios, como si estuviese reprimiendo una risa, como si acabase de hacer una broma que ella era incapaz de comprender.

Aquello la irritó. Era consciente de que su padre, sus abuelos―y ahora Chōchō y Mitsuki el otro día―le ocultaban algo. Ya lo había intuido cuando Boruto apareció de la nada, para rescatarla de aquellos dos idiotas en la carretera, medio desnudo y descalzo, sin nada de ropa de abrigo encima.

No negaba que seguramente su amigo de la infancia se encontraba retozando con alguna pobre ingenua en una de las cabañas que había desperdigadas por el bosque―apostaba su excelente expediente académico a que se trataba de Sumire, esa chica que había coincidido en clase con él desde el jardín de párvulos y que sentía algo por él, ella misma se lo había hecho saber el verano anterior sin ningún tipo de vergüenza―, pero eso no explicaba que no le hubiese dado tiempo a calzarse, por lo menos, y a ponerse un abrigo o algo, para no morir congelado de frío.

Se zafó de la mano de Chōchō con más brusquedad de la que pretendía y echó a andar delante de ella. Chōchō pestañeó una vez y luego dejó salir un suspiro. Corrió hasta ponerse a su altura y enganchó su brazo con el de la morena, sonriendo como si no hubiese pasado nada.

―¡Vamos a la cafetería de mamá!

―¿A la de la tía Karui? ¿Por qué?―Chōchō la miró como si hubiese hecho la más estúpida de las preguntas en medio de una clase de lo más fácil.

―¡Por qué va a ser! Allí es donde se congrega el mayor número de gente mientras aún hace frío. O, bueno, en el vestíbulo del hotel. Pero casi es temporada alta, así que dudo mucho que a la tía Temari le haga gracia vernos sentadas en uno de sus sofás. Ya sabes cómo se pone… ―Sonrió, apretándole el brazo, para intentar infundirle, quizá, algo de ánimos y de valor―. Vamos, me apetece un café bien calentito y un montón de pastelitos de esos que hace mamá y que están de rechupete. ―Sarada sonrió.

―Si papá y la tía Hinata te oyen se ofenderían―dijo Sarada, olvidando momentáneamente su molestia por no saber lo que estaba ocurriendo. Chōchō se carcajeó.

―Mamá cocina mejor que ellos, te lo aseguro.

―No sé… El ramen que hace la tía Hinata está de muerte. Y las hamburguesas ya ni te cuento. ―Chōchō bufó.

―Eso solo porque son las comidas favoritas de su marido y de su hijo, respectivamente. Es lógico que sea lo que mejor le salga…

―Pero a la tía Karui se le da bien cualquier comida, ¿verdad?―Chōchō hinchó el pecho con orgullo.

―Por supuesto. No tiene punto de comparación.

―Y el tío Chōji es un maestro de los dulces.

―Oh, eso ni lo dudes. Papá es el Dios de los pasteles. Mmmm… tanto hablar de comida ya me está entrando hambre. ―Sarada rio al oír el sonido de protesta que hacía el estómago de su mejor amiga.

―Pues vayamos, pues. ―Ambas chicas siguieron caminando, charlando ahora relajadamente, entre risas y pellizcos cariñosos.

Llegaron al café restaurante de los padres de Chōchō y entraron, sacudiéndose los copos de nieve que se les habían quedado prendidos en el flequillo y en la lana de sus gorros.

―¡Chōchō!―La aludida se giró, ya con una sonrisa en el rostro.

―¡Mamá!―Con una cálida sonrisa, Sarada vio cómo su mejor amiga abrazaba el esbelto cuerpo de una alta mujer pelirroja enfundada en unos sencillos y prácticos pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga; la cubría un mandil atado en su espalda, lo que indicaba que Karui Akimichi acababa de salir de la cocina, seguramente para recibirlas. Las habría visto entrar desde el hueco que dividía esa estancia del local del espacio tras la barra, por dónde los camareros colaban los pedidos de los clientes.

―¡Sarada, cariño, pero mírate! ¡Estás preciosa!―Sarada se ruborizó ante el cumplido, dejándose abrazar por la señora Akimichi.

―Hola, tía Karui.

―Apenas me enteré hoy por la mañana de que andabas por aquí… ¿Está todo bien por casa?―preguntó, con cautela. Sarada suspiró, separándose de la madre de su mejor amiga y mirándola directamente a los ojos, no queriendo que dudara de su respuesta por nada del mundo.

―Sí. ―Karui Akimichi la estudió durante unos breves momentos y luego asintió, como si se hubiese tragado su mentirijilla.

No es que las cosas estuviesen mal pero tampoco estaban del todo… bien. Harían falta unos días para poner todo en orden, pero esperaba no tardar mucho. En cuanto su propia madre se percatase de su ausencia y llamase a su padre, histérica perdida y chillando como una loca, lo peor habría pasado y Sarada podría intentar razonar con ella.

Tarea difícil, pero no imposible. Ya había tratado antes con el complicado y explosivo carácter de su progenitora. No le tenía miedo.

Bueno, no mucho, al menos.

―¿Habéis venido a merendar algo, no es así? Venid por aquí, chicas. Tengo libre la mejor mesa de toda la cafetería. ―Sarada y Chōchō se miraron y se sonrieron, mientras seguían los andares enérgicos de la Akimichi mayor. Las guio hasta una mesa redonda, agradablemente recogida en un rinconcito y además justo al lado de la ventana, por lo que tenían un montón de luz natural. Sarada tuvo que parpadear un par de veces, hasta que se acostumbró a la claridad y a los rayos de sol que se reflejaban en la blanca nieve que cubría el suelo del exterior―. ¿Sabéis ya o queréis un tiempo para decidiros?

―¡Tráenos un surtido de todo, mamá!―Karui le lanzó una mirada reprobatoria a su hija. Chōchō rio nerviosamente y se puso a mirar por la ventana. Karui suspiró y meneó la cabeza. Su hija era como era, igualita a su padre. De tal palo, tal astilla decían, ¿no? Y en el caso de su manada, eso era más cierto que ninguna otra cosa.

―¿Sarada?―Se giró a mirar a una de sus sobrinas―posiblemente su favorita, dado que era la mejor amiga de la atolondrada de su primogénita y la única que conseguía meter un poco de sentido común en la cabeza de Chōchō―, quien estudiaba concienzudamente la carta que había sobre la mesa.

―Me gustaría… un capuchino, por favor, si no es molestia… ―Karui sonrió.

―Esto es una cafetería, cielo. A eso nos dedicamos. De comer… ―Chōchō interrumpió su pasatiempo de mirar por la ventana como si el paisaje fuese lo más interesante del mundo y dirigió sus ojos suplicantes a su madre. Karui se puso las manos en las caderas y suspiró―. Está bien, está bien, os traeré un poco de todo… Anda que… Estos Akimichi acabarán por arruinarme… ―masculló, dándose ya la vuelta para regresar a la cocina, dando orden a una de las camareras que trabajaban a su cargo para que la ayudase a preparar su pedido.

―¿No se da cuenta de que ella es una Akimichi también, verdad?―Sarada dejó el menú de nuevo en su sitio, tras el servilletero de la mesa, y se subió las gafas con el índice por el puente de la nariz, acomodándolas en su sitio. Sus uñas pintadas relucieron en la brillante luz del sol de la tarde que entraba por los cristales de la ventana.

―Por matrimonio―puntualizó Sarada―. Aunque lo decía en plan irónico, Chōchō. ―Su mejor amiga arqueó una ceja en su dirección.

―¡No me digas!―Sarada se sonrojó. Su manía de corregir a la gente le causaría un buen disgusto algún día, eso le decía siempre su madre, medio en broma medio en serio.

Karui regresó en ese momento acompañada de una camarera, ambas con sendas bandejas cargadas hasta los topes. Chōchō se puso muy recta y se lamió los labios, contemplando los exquisitos manjares que se desplegaban ante ella. Su madre le puso delante un descafeinado con leche grande. Chōchō la miró, decepcionada.

―¿En serio, mamá? ¿Un descafeinado?―Sarada y Karui la miraron. La primera con la frente arrugada, la segunda con una ceja alzada.

―¡Ni loca te dejo tomar cafeína a estas horas, jovencita!―Chōchō resopló.

―¡Pero si sabes perfectamente que la quemaré enseguida…

―Sí, pero hasta entonces somos los demás los que tenemos que aguantarte―gruñó su madre, dándose la vuelta para irse antes de que su hija le replicase.

Chōchō suspiró y miró decepcionada para la taza de descafeinado con leche que tenía delante.

―Será posible…―Dijo, agarrando el azúcar para echarse varias generosas cucharadas.

―Esto… Chōchō…

―¿Qué?―Sarada calló; había estado a punto de decirle a su amiga que tal cantidad de azúcar era casi equivalente a una dosis de cafeína, pero prefirió guardárselo para sí. Una Chōchō malhumorada no sería nada buena compañía.

Probaron sus respectivas bebidas y echaron mano a las delicias dulces que había entre ellas. Durante unos minutos, se dedicaron a disfrutar de aquella sabrosa merienda.

―Bueno, dime, ¿qué se siente con tu nueva apariencia?―Sarada pestañeó y se miró la camiseta, los vaqueros y las botas. Ni se había acordado de que iba arreglada y maquillada.

―Pues… ¿bien?―Sacudió la cabeza―. Lo cierto es que ni me había acordado hasta que lo mencionaste… ―Chōchō rio.

―Eso es bueno. Porque… ¿a que no sabes qué?―Sarada se inclinó sobre la mesa, con cuidado de no tirar nada al suelo de lo que había encima.

―¿Qué?―preguntó en un susurro.

―Que hay un par de tíos buenos que no han podido quitarte el ojo de encima desde que hemos entrado. ―Sarada parpadeó, como si hubiese entendido bien lo que su amiga le había dicho.

―¡¿Eh?! ¡¿Q-qué dices?!―Se puso nerviosa de repente y Chōchō sonrió, viéndola pasarse los dedos por sus sedosos mechones oscuros.

―Relájate, Sarada. Mira, están al otro lado, en una mesa de cuatro. Llevan mochilas de excursionistas. Son turistas, seguro… y no han parado de comérsete con los ojos. ―Sarada enrojeció y, tratando de disimular, miró en la dirección que Chōchō le había indicado.

Los divisó enseguida. Efectivamente, se trataba de dos chicos, bastante guapos, en realidad. Uno era rubio y el otro moreno. Uno le sonrió coqueto en cuanto la vio mientras el otro daba un sorbo a su bebida lentamente sin parar de mirarla. Sintió el rostro hervir de vergüenza y emoción a partes iguales y volvió su atención a su capuchino, con el corazón desbocado.

―¿Q-que hago? ¡Me están mirando! ¡Chōchō, ¿qué hago?!―Chōchō rio. Ay, qué adorable era su amiga…

―Tranquila, tranquila… Mira, parece que tú no vas a tener que hacer nada. Vienen hacia aquí.

―¡¿Qué?!―Chōchō volvió a reír, ahora más fuerte.

Sarada sintió que dos cuerpos se detenían junto a su mesa, pero no se atrevió a levantar los ojos de su café.

―Hola, chicas.

―Sois de por aquí, ¿verdad?―Chōchō se acodó sobre la mesa y sonrió ampliamente a los dos jóvenes. Sarada se dio cuenta de que su sonrisa, más que amabilidad, estaba plagada de sensualidad. ¿Desde cuándo se había convertido su mejor amiga en una devora hombres?

―Sí, así es. Yo soy Chōchō y esta chica tímida de aquí―le dio un golpecito con el pie para llamar su atención―es Sarada.

―Sois justo lo que necesitamos.

―¿Ah, sí?―El moreno sonrió y se inclinó ligeramente hacia Chōchō. Sarada frunció el ceño al ver cómo los ojos de ese desconocido se clavaban durante un segundo, con descaro, en los pechos que el jersey de Chōchō delineaba tentadoramente.

―Sí, necesitamos desesperadamente ayuda. Así que nos venís como caídas del cielo. ―Sarada se atrevió a levantar la mirada, solo para encontrarse la mirada del rubio clavada en ella. Enrojeció y volvió a desviar la vista, tratando de distraerse dando un sorbo a su capuchino.

―Estamos intentando llegar a un lago que nos han dicho está por aquí…

―¡Oh, el lago de la cascada!

―Sí, ese es. Nos han dicho que es precioso en verano pero aún más en invierno…

―Y os han dicho bien. ¿Verdad, Sarada?―La morena levantó la vista y vio la advertencia en los ojos ámbares de Chōchō. Respiró hondo y trató de recomponerse y de componer una amable sonrisa.

―Sí. Es muy bonito. Solía ir mucho por allí de niña…

―¿Podríais indicarnos en el mapa dónde está…

―Mejor aún. ¿Por qué no os llevamos hasta allí?―Los dos chicos y Sarada la miraron con sorpresa.

―¿Qué…

―¿No os importa?

―No, claro que no. Solo estábamos pasando el rato. Tenemos una semana de vacaciones, ¿sabíais? Así que estamos libres para ser todas vuestras. ―La insinuación implícita no pasó inadvertida para ninguno de los presentes.

―Vaya, creo que es nuestro día de suerte. Me llamo Sora―dijo el chico moreno, extendiendo una mano―, y este es mi amigo Hiroshi.

―Encantadas, Sora y Hiroshi.

―Hola―murmuró Sarada.

―Bueno, creo que no deberíamos demorarnos mucho o sino se nos hará de noche… ¿Tenéis un coche?

―Sí. Alquilamos uno nada más llegar.

―Oh, chicos listos. Sois de los míos. ―Chōchō se puso en pie y enganchó su brazo con Sora nada más levantarse―. Vamos, pues. ¡Mamá! ¡Voy a guiar a un par de chicos guapos al lago!―Karui se asomó por la puerta de la cocina. Examinó a los dos chicos y, tras concluir que no parecían peligrosos y que su hija no tendría mayor problema en mandarlos a volar si se pasaban de la raya, se encogió de hombros y regresó a los fogones de su cafetería.

―¡No llegues muy tarde! ¡Ya sabes que tu padre se pone nervioso si no llegas a tu hora!

―Ya, ya…

―Esto… ¿vamos?―Sarada suspiró y se puso de pie. Se abrigó bien de nuevo para volver a salir al aire frío del exterior y, temblorosa, tomó la mano que le ofrecía Hiroshi. El chico sonrió brillantemente y tiró de ella para ponerla a su altura.

―Así que… ¿chicas de pueblo?

―Y vosotros sois chicos de ciudad. ―Hiroshi rio.

Touché.

―¿Universitarios?―Hiroshi asintió.

―Acabamos de empezar el último semestre del año, así que decidimos hacer una excursión unos días antes de que los estudios nos chupen la energía y nos convirtamos en meros zombis sin alma. ―Sarada no pudo evitar curvar los labios en una sonrisa divertida.

―Así que… ¿tan terrible es la uni? Yo empiezo el curso que viene… ―dijo, como para justificar su curiosidad.

―Peor. Los profesores son demonios que no tienen compasión de nosotros, los pobres alumnos sin poderes. Te fríen a exámenes, trabajos y lecturas, para que no tengas ni un solo segundo de respiro, como si así pudieran resarcirse de esa misma tortura que ellos sufrieron en su día. ―Sarada soltó una risita.

―Un paseo, vamos.

―Nah, nada que una buena noche de fiesta no arregle. Al menos, hasta el lunes siguiente. ―Ambos rieron ahora.

Llegaron a un coche aparcado en la esquina de la calle, un modelo perfectamente preparado para rodar por las carreteras y los senderos nevados que rodeaban Konoha.

Hiroshi y Sora rodearon el coche y abrieron una de las puertas traseras y una de las delanteras, para dejarlas entrar como caballeros. Chōchō sonrió brillantemente a Sora y se subió al asiento del copiloto en la parte delantera del vehículo. Sarada lo hizo en la trasera. Hiroshi le sonrió antes de cerrar la puerta mientras ella se abrochaba el cinturón de seguridad. Hiroshi se subió a su lado en el asiento de atrás mientras Sora se subía al asiento del conductor y ponía en marcha el motor, agarrando el volante con una mano mientras desbloqueaba el freno de mano con la otra.

El motor rugió cuando se encendió, haciendo vibrar toda la estructura del coche. Sarada sintió que todo su cuerpo temblaba y fue una sensación… agradable.

Era la primera vez que hacía algo como eso: subirse a un coche con dos completos desconocidos. Bueno, no, también estaba Chōchō y, aunque no dudaba de las habilidades atléticas de su amiga, tampoco creía que ellas dos pudiesen con los chicos si estos tenían planeado asaltarlas o hacerles algo…

Estaba a punto de decirle a su amiga y a sus dos acompañantes que se lo había pensado mejor y que no le apetecía mucho esa improvisada excursión, cuando la puerta de su lado del coche fue abierta de golpe. El movimiento fue tan brusco y tan brutal, que a poco más la puerta se sale de los goznes. Sarada escuchó perfectamente el golpetazo que esta dio contra la carrocería del coche.

Pestañeó y trató de enfocar la vista, preguntándose quién sería el bruto maleducado.

―Baja del coche. ―El gruñido hizo que un escalofrío la recorriera entera de pies a cabeza.

Conocía aquella voz. Mejor que nadie en el mundo.

Tembló cuando se vio bajo la amenazante mirada de unos irises azules como el cielo, ahora oscurecidos por alguna cruda emoción. Tragando saliva, Sarada repasó el cabello rubio alborotado, la piel dorada de unos brazos delgados pero fuertes, ahora con todos los músculos tensos; los recios dedos que agarraban los bordes del hueco abierto del coche, blancos a causa de la fuerza empleada, la mandíbula del dueño de aquellas manos estaba asimismo apretada fuertemente, como si se estuviese conteniendo, controlando sus emociones con esfuerzo.

―¿Boruto… ―balbuceó, como una niña pequeña a la que han pillado en falta.

―El que faltaba… ―bufó Chōchō, mostrando fastidio pero regocijándose por dentro, entusiasmada de que su perfecto y maravilloso plan estuviese surtiendo el efecto deseado.

Había olido a Boruto desde que habían salido de la casa del padre de Sarada, y sabía que el muy cabezota no se resistiría a perseguirlas allá adónde fueran. Había pensado que iba a explotar antes de lo que lo había hecho, pero bueno, el resultado tampoco era malo. Seguro que se había convencido de que Sarada no era esa clase de chica inconsciente que se mete en un coche para ir a dar una vuelta con un par de absolutos desconocidos, por mucho que la acompañara un cambiante que fácilmente podría mandar al hospital a dos humanos sin despeinarse siquiera.

―Baja-del-coche―repitió, recalcando cada palabra con paciencia, como si Sarada fuese sorda o corta de mente―. Ahora―añadió, flexionando los músculos de los brazos como si estuviese dispuesto a sacarla él mismo por la fuerza si ella no obedecía.

Sarada sintió como la estupefacción daba paso al enfado. ¡¿Pero qué se creía ese imbécil?! ¡Primero lo del otro día y ahora esto! ¡Ni que fuera de su propiedad o algo! ¡Iba listo, el muy idiota!

―¿Y si no me da la gana?―replicó, retadora. Vio cómo a Boruto se le ensanchaban las fosas nasales al inspirar fuerte y ruidosamente, como buscando una paciencia que no tenía.

―Baja―reiteró, ignorando totalmente su pregunta retórica. Sarada rodó los ojos y se cruzó de brazos.

―Oblígame. ―Boruto tensó el cuello, una vena comenzando a latirle bajo la piel.

―Oye, tío, te ha dicho que no quiere. ―Hiroshi le pasó un brazo por los hombros, sonriendo arrogante a la competencia.

Chōchō se apretó el estómago con ambas manos, haciendo verdaderos esfuerzos por no reírse. ¡Pobre, pobre ingenuo! ¿Creía que tenía alguna posibilidad contra un cambiante cabreado? Eso tenía que verlo.

―¿Es su novio?―le preguntó Sora, en un susurro, mirando inseguro para la escena que se desarrollaba en la parte trasera del coche.

Chōchō se giró a mirarlo, una sonrisa bailando en sus labios.

―Algo así. Llevan un tiempo jugando al gato y al ratón, ¿sabes? Ninguno se decide y es de lo más… exasperante. ―Echó un vistazo hacia atrás y suspiró. Decidió echarle un cable a su mejor amiga―. ¡Oye, Boru-idiota! ¿No ves que estábamos a puntos de irnos por ahí con un par de bombones? ¡Saca las zarpas del coche y déjanos en paz!―Boruto giró la cabeza lentamente, clavando ahora su fría mirada azulada en Chōchō.

―¿Tú la has arrastrado a… esto? Sí, claro que has sido tú. Sarada no es tan tonta'ttebasa. ―Sarada no supo si sentirse halagada o indignada por el insulto a su mejor amiga.

―Sí, sí, lo que digas. Sabes que me amas. Hala, venga, fus fus. Vete, perro malo. ―La broma no pareció divertir a Boruto, que volvió a mirar a Sarada, clavando ahora sus ojos en el brazo que le rodeaba los delgados y redondeados hombros.

No lo soportó. Subió un pie al coche para echar su peso hacia delante, agarró las caderas de Sarada y la arrancó―literalmente―del asiento trasero del coche, rasgando en cinturón de seguridad que la mantenía sujeta y unida al asiento.

Sarada chilló, en parte por la sorpresa y en parte por su enfado. Sin hacerle el más mínimo caso, Boruto levantó su liviano peso y se la echó al hombro.

―¡¿Pero qué haces, animal?! ¡Me has dado un susto de muerte!―Ignorando sus gritos y sus intentos por liberarse, se dio la vuelta y se alejó a grandes zancadas, llevándola a ella sujeta firmemente con un brazo sobre el hombro―. ¡Boruto, te lo juro por mi vida: BÁJAME! ¡AHORA! ¡O te arrepentirás!―Algunos transeúntes se quedaron mirando curiosos la escena, unos con una ceja alzada y otros sonriendo o, directamente, riendo a carcajada limpia, sin disimular la diversión que les provocaba aquel cuadro.

Sarada siguió gritando improperios y amenazándolo, hasta que el rubio decidió detenerse y bajarla al suelo, haciendo que se le entrecortara la respiración y que a él se le escapara un bajo siseo de placer cuando su esbelto cuerpo resbaló a lo largo del suyo. Durante unos preciosos segundos, pudo sentir todas sus curvas amoldándose a su propio cuerpo, y joder que lo disfrutó.

Probablemente sería la primera y última vez que lo haría.

Dejó que ella se alejase de sus brazos, temblando y abrazándose a sí misma, las pálidas mejillas rojas de vergüenza e indignación. Él alzó una ceja, esperando que ella dijera algo.

―¿Qué? ¿No vas a darme las gracias?―Los ojos negros de la morena se levantaron hacia su rostro, incrédulos.

―¿Darte las… ¡¿Pero qué te has creído, cretino?! ¡No tenías ningún derecho!―Boruto se tensó ante sus palabras.

Sí que lo tenía, tenía todo el derecho del mundo, pensó. Pero eso Sarada no lo sabía, así que tampoco se molestó en decirlo en voz alta.

―Te ibas a ir en un coche, con dos desconocidos'dattebasa―dijo él, sintiendo la ira hirviendo nuevamente dentro de él.

No, no ira: celos; amargos, ardientes y tempestuosos celos.

Celos de que otro idiota pudiese disfrutar de lo que debería ser suyo por derecho. Celos de que otro pudiese besarla, abrazarla y tocarla del único modo en que a él le estaba vedado…

En ese momento, odiaba más que nunca a la madre de Sarada, a su tía Sakura, por condenarlos a ambos al sufrimiento. El suyo, eterno.

―¿Y? Por si no lo sabías, es algo que la gente suele hacer hoy en día.

―No tú―replicó Boruto sin pensar.

―¿Ah, no? ¡Pues estaba a punto de hacerlo! ¡Tengo derecho a pasarlo bien en mis vacaciones con quien a mí me dé la realísima gana, imbécil!―Boruto gruñó, tensando todos los músculos de su cuerpo bajo las gruesas capas de ropa que, esa vez sí, se había puesto encima para ir al pueblo.

―¿Tantas ganas tienes de perder tu virginidad?―Ante su pregunta tan directa, Sarada enrojeció y retrocedió, espantada.

―¿Q-qué dices? Y-yo no… y-yo no soy… ―Boruto resopló.

―Por favor, no hay más que verte―le soltó en tono burlón―. ¿Creías que pintarrajeándote la cara y adornando un poco las uñas ibas a despistar a alguien? Esos dos iban tras lo único que puedes ofrecerles. ―Sarada sintió que la ira y la congoja crecía a partes iguales en su interior, ganando la ira por el momento.

―¡¿Y a ti qué leches te importa?! ¡Es mi cuerpo y yo decido con quién compartirlo!―Boruto estuvo a punto de abalanzarse sobre ella, de acorralarla contra la pared del edificio que había detrás y pegar su abultada erección a su vientre, de susurrarle que él estaría encantado de cumplir con su petición si es que realmente lo deseaba.

Pero, en cambio, controló su reacción e hizo lo único que haría que Sarada se largase derechita a casa.

Porque él haría lo que fuera por mantenerla sana y salva. Incluso de sí misma y de sus malas decisiones.

―Dime una cosa. ―Sarada se cruzó de brazos y lo miró con cara de pocos amigos.

―¿Qué?―Boruto se acercó a ella y bajó la cabeza, hasta que sus labios rozaron una de sus orejas, haciéndola estremecerse con el calor de su aliento.

―¿Desde cuándo eres puta?―No lo pensó, ni siquiera midió su gesto.

Levantó una mano y la estampó con toda su fuerza en la mejilla del que, ahora mismo, consideraba el mayor cerdo de toda la historia.

―Eres un idiota. ―Se dio la vuelta y, aguantándose las lágrimas y la vergüenza que sentía, se dio la vuelta y echó a correr, directa hacia su casa.

Mientras Boruto, con la cabeza agachada y un lado de la cara latiéndole con un dolor de los mil demonios―que nada tenía que ver con el físico del reciente golpe recibido―sentía que había hecho lo contrario de lo que debería haber hecho.

Apretó los puños y, echando la cabeza hacia atrás, dejó salir un rugido teñido de toda la rabia y el dolor que lo ahogaban.

Malditos fuesen los dioses.

Odiaba su herencia sobrenatural más que nunca en esos momentos.

Solo esperaba que algún día dejase de doler.

Fin ¡En marcha!


Ay, cómo sufren los pobres... Esa bofetada me ha dolido hasta a mí.

Lo siento, Boruto, te prometo que no vas a sufrir... mucho. Solo un poquito xD.

¡Bueeeeeeeeeeeeeeeno! Sé que hacía un tiempecito ya que no nos veíamos por aquí, así que... ¿quién se alegra de que haya vuelto? ¿Me dejáis un bonito review para decirme si sí o si no? Porque, ya sabéis:

Un review equivale a una sonrisa.

¡Muchísimas gracias por el suyo a: Lila! ¡Te agradezco un montón que te tomaras unos minutos de tu tiempo para dejarme un comentario que me alegró el día! ¡De verdad: muchísimas gracias!

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores sí.

Acosadores no.

Gracias.

¡Nos leemos!

Ja ne.

bruxi.