En nombre del rey

Capítulo 3

El día avanzaba rápidamente, el calor; dueño indiscutido del sur, se hacía palpable con cada segundo. El sol pegaba con fuerza y eso que solo era media mañana.

Kazuto había declinado la generosa oferta de los monarcas de pasar otra noche en Tolbana, decidiendo regresar esa jornada en lo posible. Tenía una orden con su rey, y no quería demorar más de lo necesario. Por supuesto, que él dispusiera eso no significaba que el viaje de vuelta iniciara pronto. Todo lo contrario… pese a que estaba preparado para partir, la despedida se hacía eterna. Entendía que la decisión de dejar ir a la princesa era difícil, pero tanto preámbulo lo inquietaba. El sol seguía avanzando en el cielo sin misericordia, por lo que otra vez volvió a ajustar las riendas.

Tiró dos, tres veces más hasta que aseguró los cierres casi con exageración, pero todo era fruto de la inquietud que sentía. Pasó la mano sobre el lomo y las oscuras crines de su querido caballo. Este relinchó levemente, como si hubiera notado la ansiedad del joven y quisiera tranquilizarle. A pesar de la risilla que se le escapó, Kazuto volvió a mirar el panorama; junto al robusto caballo blanco que el rey le había ofrecido, el alazán llevaba sobre su lomo gran parte del peso del majestuoso carruaje que se encontraba detrás. El interior ligeramente decorado y mullido, iba a ser el transporte de la joven princesa durante los cuatro días que duraría el viaje. Sintiendo como los nervios volvían a formar un incómodo nudo en el estómago ante esa perspectiva, sacudió ligeramente la cabeza. Con la mano todavía sobre el hocico de su corcel, su mirada se dirigió hacia la entrada del castillo.

Aún desde la gran distancia a la que se encontraba, fue capaz de distinguir la figuras que se recortaban bajo la sombra que ejercía el imponente palacio del reino de Tolbana. En el umbral de la gran puerta, dos mujeres se abrazaban efusivamente. El sencillo vestido borravino de la princesa la distinguía sin ninguna dificultad, contrastando con el exuberante vestido real que portaba su madre. La reina separó con delicadeza a su hija de su cuerpo y, mirándola a los ojos, Kazuto pudo ver que hablaba con ella con solemnidad. Algunas palabras de consuelo, supuso. Desde su posición, percibió que Kyouko, tras secar sus propias lágrimas y las de la joven, se llevaba las manos a la nuca. Con un movimiento de muñeca deshizo el broche de uno de sus collares y depositó la cadenilla de plata en la palma extendida de una sorprendida y reacia Asuna.

Una repentina sacudida del carro hizo que el apoyo de Kazuto se tambaleara y el joven se viera obligado a desviar la vista. Sorprendido, echó un vistazo a los caballos, creyendo que el movimiento de alguno de ellos había provocado la desestabilidad del carruaje. Sin embargo, los animales se encontraban incluso más tranquilos que él.

― El equipaje está listo, señor.

Al oír una voz intrusa hablándole, dirigió la vista hacia delante. Con una mano sobre una de las puertas del carro abierta, indicando que había sido la culpable del inesperado tambaleo, se encontraba una joven de rostro pecoso y bonito. Sus oscuros ojos estaban fijos en él. Llevaba su corto pelo recogido con algo parecido a una diadema. Vestía sencillo, pero elegante.

—¿Disculpe? —aventuró confundido al verla ahí.

—Soy la dama de compañía de la princesa —respondió con cierta petulancia. Y agregó al notar que el muchacho seguía sin comprender —Iré con ustedes.

Se golpeó mentalmente… ¿Acaso creyó por un momento que habría de viajar a solas con Asuna por cuatro días enteros y sus respectivas noches? Se sintió estúpido por haber considerado algo similar, pero decidió no exteriorizarlo. Asintió —Por supuesto, soy Kazuto.

Ella no le respondió inmediatamente y él creyó advertir que estaba luchando con algo que atravesaba su mente. Tenía la intención de decir alguna palabra amena, pero al percatarse de la rabia y la tristeza que los ojos de la mujer mostraban, al soldado se le quedó el nudo de palabras atascado en la garganta. Ella, que se había quedado mirándole sin ninguna intención de ocultar sus sentimientos.

― Es solo una niña, señor. No puedo creer que venga hasta aquí para consumar semejante desfachatez —Sin darle tiempo a una respuesta, se inclinó con educación y, tras cerrar la puerta, se dio la vuelta para marcharse de aquel aparcamiento improvisado.

Todavía con la mirada fija en la dirección que había tomado la doncella, que debía tener su edad más o menos, Kazuto se quedó pensando en las palabras recién escuchadas que habían conseguido que el nudo de su estómago volviera. ¿Entendían ellos que no era su culpa? ¿Que él solo estaba cumpliendo órdenes?. Suspiró ruidosamente, tampoco tenía mucho tiempo para pararse a pensar. Su sombra se reflejaba en el camino de piedra que llegaba hasta la entrada principal, haciéndose cada vez más larga y negra. Cuando las primeras formas oscuras llegaron al campo de visión del joven soldado, este salió de su ensoñamiento y se dio la vuelta. El sol del mediodía le dio en plena cara, y aunque picaba no fue suficiente para cegarle. Aun así, agradeció el calorcillo que raramente recibía en el norte. Iba a cerrar los ojos para perderse en la gravedad de sus deberes cuando sintió una mano sobre su hombro, reclamando su atención. Sobresaltado, alzó la vista. A su derecha se encontraba el rey, enfundado en el mismo traje elegante de antes, y mirándole con una expresión algo rara pintada en la cara.

Turbado por su presencia, Kazuto se debatió entre inclinarse como su educación le pedía o quedarse quieto para evitar que el monarca se viera obligado a apartar la mano.

― Vas a escoltar a mi hija durante días Kazuto, creo que por un momento podemos dejar la exagerada cortesía.

Maldiciéndose mentalmente por ser tan obvio, el joven asintió aún con el cuerpo rígido. El rey se rió suavemente.

― Siento la tardanza. Se que tienes ganas de partir, pero al parecer ahora es Kyouko a quien le está costando hacerse a la idea.

Al oír su voz impregnada de tristeza, Kazuto reconoció en su cara el mismo sentimiento que debía sentir en ese momento toda la familia real. El nudo se hizo más grande.

― No se preocupe, alteza. No me corre tanta prisa ― mumuró con la mayor delicadeza posible.

Consciente de la pesadumbre del muchacho, el rey apretó el agarre sobre su hombro, intentando agradecérselo de alguna manera.

El sonido de varios tacones rompió el silencio que se había formado entre los dos. El rey se dio la vuelta rápidamente, pero el joven tardó algo más en atreverse, casi sin fuerzas para enfrentarse con su misión. Sabiendo que detrás de él se encontraban la mujer a la que había estado esperando, Kazuto se tragó el malestar que había empezado a sentir y volvió la vista.

― Ya estamos listas.

Kyouko, unos pasos más adelantada que sus acompañantes, se había acercado a ellos para avisarles, con voz firme y una ligera sonrisa húmeda dibujada en sus labios, fruto de la despedida anterior.

El escolta asintió aliviado, se inclinó con respeto ante los monarcas y se alejó despacio, en dirección al carruaje. Intentando pasar desapercibido, al menos durante los siguientes diez minutos, se acercó a su caballo de nuevo. El animal le miraba con sus ojos negros muy abiertos, sin dar señales de nerviosismo o de inquietud a pesar de la novedad que le suponía cargar con un peso tan grande sobre su espalda. Irónicamente, parecía estar más decidido que su dueño.

― Señor, cuando guste podemos irnos.

La doncella de antes se encontraba junto a él, con las emociones algo más calmadas que la vez anterior. El joven suspiró. De verdad tenía ganas de poner rumbo hacia Rovia. Se aproximó a la puerta del carruaje que tenía más cerca y la abrió, cediéndole el paso a la mujer para que entrara en el vehículo. Cuando esta subió el pequeño escalón y atravesó el umbral, el joven se volvió buscando a la última pasajera.

Tomada de las manos por su madre, Asuna se encontraba a pocos metros de distancia. Sujetando todavía el pomo de la puertecilla, Kazuto no se movió de su posición y se quedó esperando pacientemente a que decidiera acercarse.

― Nos veremos en la boda, cielo. ― se despidió Kyouko tras besar la frente de su hija con cariño.

― Cuídate mucho, por favor. ― pidió el rey.

― Lo haré. Papá, mamá todo saldrá bien― prometió la joven sonriéndoles.

—Por supuesto que sí, Eugeo quedará cautivado cuando te vea… asegúrate que así sea… —la reina le guiñó un ojo en complicidad logrando que por primera vez el rostro de la muchacha tomara el color de su cabello.

—Kyouko… —el monarca regañó a su mujer, pero esta solo soltó una risilla.

La muchacha hizo una ligera reverencia y se alejó a paso lento de sus padres. Cuando llegó al carruaje, su escolta seguía esperándola, con el hueco de la puerta despejado. Ante el gesto, la princesa dirigió sus grandes ojos amielados hacia él y le sonrió con gratitud.

― Gracias. ― le dijo antes de subir al carro.

A pesar del embobamiento que le producía ver la sonrisa de la princesa, Kazuto pudo distinguir un ligero destello cerca del inicio de su escote, que había titilado ligeramente cuando Asuna se recogió el ruedo del vestido para entrar. Cerrando la puerta tras la muchacha, el soldado sacudió la cabeza sin darle importancia. Con una vergonzosa sensación de alegría, se subió al asiento de madera que se situaba en la parte delantera y tomó las riendas. Cuando se sintió bien acomodado y con los caballos atentos a sus órdenes, dirigió su mirada hacia los reyes, que le miraban con esa agridulce expresión de tristeza y benignidad.

― Cuidaré bien de ella. ― dijo con la sensación de haber dicho esa frase demasiadas veces en un mismo día.

― Lo sabemos.

― Cuando llegues a tu reino, agradeceríamos que uno de los mensajeros de Eugeo nos avisara. ― pidió Kyouko con voz suplicante.

― Así se hará, no se preocupe. ― prometió el joven asintiendo enérgicamente.

Y con un movimiento de cabeza como despedida, Kazuto atrajo las riendas hacia su cuerpo, haciendo que los dos caballos empezaran a tirar del vehículo. Solo cuando atravesaron el gran portón de la entrada del castillo, el joven se permitió relajarse, sin saber que tras la madera en la que se apoyaba, Asuna apretaba con inquietud el extremo de la cadenilla de plata que le rodeaba el cuello.

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Monótono.

Si Kazuto tenía que describir en una sola palabra el principio de su viaje de vuelta, sin duda habría elegido monótono. El tambaleo del carro y el constante ruido que hacían los cascos de los caballos al chocar contra el suelo parecía ser lo único que acompañaba al joven. Aunque lo había hecho cientos de veces en los últimos minutos, el escolta se apoyó en la madera frontal del carro que ejercía de respaldo, con la intención de intentar escuchar algo. Lo que fuera.

Ni un sonido.

Nada. Tanto silencio allí dentro le inquietaba, ya que la idea de que las pasajeras no hablaran o hablaran demasiado bajo, no le gustaba en absoluto.

El joven suspiró, dándose por vencido, y se incorporó de nuevo, alargando la mano hacia su izquierda para recoger el mapa que Eugeo le había preparado para dicha ocasión. La poca luz que daba la luna hacía difícil la lectura del pergamino, pero Kazuto consiguió dar con lo que buscaba. Unos minutos más hacia delante y podrían pasar la noche en una posada que había cerca del final del camino. El soldado agradeció mentalmente su suerte. No tenía ganas de meterse entre la espesura del bosque sin la luz del sol. Al menos no durante la primera noche.

Con un movimiento de las riendas hizo que los dos caballos aumentaran el ritmo, plegó el mapa para guardarlo, y volvió a apoyarse en la madera, alerta a cualquier sonido. De nuevo, nada. El viaje iba a ser muy largo.

Antes de lo previsto, Kazuto fue capaz de distinguir una delgada columna de humo que revelaba la localización de la posada. Desviando solo un par de veces el carro, se vio delante de un gran claro verde, algunos metros alejados del camino que habían estado siguiendo, y en el que se extendía la estancia de un tamaño superior al esperado. Poco a poco los animales fueron aminorando el paso hasta pararse, el escolta soltó las riendas con alivio y bajó del incómodo tablón de madera. Sus músculos crujieron cuando se estiró como un gato. Se sacudió las manos antes de acercarse lentamente a la puerta del vehículo y, cogiendo aire, dio un pequeño golpecito de advertencia. Luego agarró el picaporte, y abrió mirando hacia el interior.

Las dos mujeres se encontraban cara a cara, cada una sentada en un asiento diferente. Con uno de los cojines sobre su regazo, Asuna se había acomodado en el rincón mullido del otro extremo y las cortinillas semitransparentes estaban apartadas, por lo que la joven parecía bastante entretenida mirando el exterior. La doncella fue la primera en desviar la vista hacia el intruso, fijando su mirada en él con extrañeza y desdén. Solo cuando la princesa dejó olvidada la ventana y le miró, Kazuto se decidió a hablar.

― Hemos parado delante de una posada, alteza. He pensado que le vendría mejor dormir en una cama que dentro del carruaje.

― La verdad es que no me importaría pasar la noche sobre un colchón. ― bromeó la joven ― Gracias.

De repente, fue consciente de que apenas había mirado a la otra mujer desde que había abierto la puerta y, dominado por la vergüenza, se giró hacia ella.

—Muchas gracias, señor… —y añadió en ese mismo tono inerte —Me llamo Liz.

Kazuto estaba seguro de que ella le odiaba, y firmemente se oponía al destino que se cernía sobre su ama, y no se preocupaba en ocultarlo.

Inclinó la cabeza en un gesto cortés —Es… es un placer… — y ante la mirada taladrante de ambas, se tragó la vergüenza y volvió a hablar ― Voy a pedir las habitaciones, no tardaré mucho.

El leve asentimiento de las pasajeras le dio al joven la señal que necesitaba. Si más miramientos echó a andar hacia la posada.

El material que lo constituía era bastante nuevo y moderno, mejor conservado de lo que uno podía esperar de un edificio situado en un lugar como aquel, pero Kazuto no se dejó sorprender demasiado. Giró la perilla brillante y empujó la pesada puerta para poder ingresar en el interior, haciendo sonar la campanilla que colgaba en el umbral. Toda la estructura de madera, las alfombras delgadas de un color rojizo que se encontraban repartidas por toda la estancia inferior y las pequeñas lámparas de aceite que estaban colocadas de manera que no quedaba nada en sombras, daba un ambiente algo hogareño al lugar. Con el presentimiento de haber acertado, el joven se acercó al mesón barnizado que tenía enfrente para pedir las habitaciones. Detrás de la mesa, en un mueble pequeño, se encontraban recogidas un montón de llaves un tanto oxidadas, al lado de una pluma y de un tintero casi vacío.

Alargando la mano presionó la campanilla y aguardó a que lo atendieran.

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Con dos llaves en su poder se volvió hacia el umbral de la puerta descubriendo que ambas jóvenes se encontraban allí, al parecer no pudieron aguantar la curiosidad y habían ido a buscarlo.

Se acercó sonriendo ― Aquí tienen ― Kazuto alargó la mano y dejó caer una de las llaves en la palma abierta de Liz quien le agradeció con un gesto distraído ― Mi habitación estará al lado, si surge algún problema puede avisarme en cualquier momento, alteza ― dijo dirigiéndose a la pelirroja sin poder evitarlo, luego al ver que la doncella se volvía con la intención de ir a buscar el equipaje allá afuera, se le adelantó frenándola con un gesto. ― Yo me encargaré de llevar las maletas. Pueden ir subiendo para acomodarse.

Ante el asentimiento de la sirvienta, el soldado se dirigió hacia afuera y volvió minutos después con las maletas. Llegó a tiempo de ver como Liz agarraba del brazo a Asuna y la conducía por el pasillo hacia una escalera. Subió detrás de ambas contando los peldaños mentalmente, y al llegar al número veintitres, dejó las escaleras atrás y se adelantó, mirando hacia los lados en busca de las habitaciones. Cuando divisó el número 503 entallado en la parte alta de una de las pesadas puertas, se acercó y dejó el equipaje apoyado en el umbral. Eran más pesadas de lo que parecía.

Liz se acercó hacia él y metió la llave en la cerradura igual de oxidada, giró la muñeca hasta oír un click y, después, empujó hacia dentro. Con la entrada despejada, tanto Liz como Kazuto esperaron a que fuera Asuna la primera en adentrarse en el interior del cuarto y, solo entonces, se dispusieron a seguirla. El escolta recogió las maletas, las dejó en el primer sitio libre que vio y con un ligero suspiro, captó la atención de las mujeres.

― Creo que sería conveniente partir mañana temprano. ¿Habría algún problema?

― En absoluto ― habló la princesa por primera vez en toda la noche. Y aunque su voz sonaba suave había un dejo de fatiga en su hermoso rostro.

― Bien… —desvió la mirada de ella —Entonces nos reuniremos mañana a primera hora. Si hay algún problema, avisenme. Buenas noches ― se despidió, presuroso por hallarse a solas.

Con una reverencia de cortesía, Kazuto se dio la vuelta para encaminarse al pasillo y cerró la puerta tras de sí. Unos segundos después se apoyó sin cuidado en la pared, permitiéndose cerrar los ojos y relajarse durante unos breves minutos. No se había dado cuenta de lo cansado que estaba.

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La noche, al contrario de lo que había pensado Kazuto, era muy calurosa. Demasiado. A pesar de estar a varias horas de distancia del palacio Yuuki, el calor sureño parecía haberles seguido y se divertía haciendo pegajosas las sábanas. El joven se sacudió por tercera vez las delgadas mantas de encima y se incorporó, sentándose en la cama. No estaba acostumbrado a la ausencia del frío que tanto adoraba, por lo que el calor estaba causando estragos, impidiéndole conciliar el sueño. Se pasó la mano por el pelo revuelto y la nuca, en un intento de secarse el sudor, completamente agobiado por el clima a pesar de estar semidesnudo. Miró a su alrededor con la esperanza de poder refrescarse de alguna manera.

Se levantó del colchón pegajoso, se vistió los pantalones que había dejado botados al pie de la cama, y se encaminó hacia las largas cortinas de la pared frente a la cama, corriendo cada una de ellas hacia lados opuestos, descubriendo lo que él buscaba. Una puerta de cristal que daba a una pequeña terraza situada en la parte de atrás de la posada. Con mejor ánimo, Kazuto abrió la puerta transparente y salió al exterior, apoyándose en la barandilla oscura para disfrutar del ligero aire que le llegaba. Cerró los ojos y dejó que el viento eliminara el calor que había llegado a odiar en unas horas, enfriándole poco a poco todo el cuerpo. Aunque no era el frío helado del norte, Kazuto suspiró con gran alivio ante el agradable cambio de temperatura. Tan relajado estaba que el suave cliqueo de la terraza contigua pasó desapercibido para él.

Cuando creyó que su habitación había dejado de ser algo parecido a un sauna, se medio incorporó, dispuesto a volver a entrar e intentar dormir. Se estiró ruidosamente, bostezando a gusto, saliendo de su ensoñamiento y se iba a dar la vuelta cuando una voz le hizo pararse en seco.

― Buenas noches Kazuto.

El corazón le subió hasta la garganta con gran velocidad al mirar hacia su derecha con sobresalto. En la terraza que tenía al lado, Asuna le miraba con una expresión divertida. Se había quitado las horquillas del cabello y este caía, salvaje sobre sus hombros y espalda. Los tacones habían sido sustituidos por unas zapatillas planas, lo que le permitió al joven descubrir que él era algo más alto de lo que había parecido en un principio, y Asuna había dejado el largo vestido color borravino llevando un a enagua blanca que le rozaba las rodillas. Kazuto supuso que, al contrario que él, la princesa estaba más acostumbrada al excesivo calor de su tierra, por eso vestía tan ligero.

Al ver a la joven de esa manera tan natural, el escolta no pudo evitar preguntarse mentalmente si él tendría derecho a observar aquella imagen. Consciente de la respuesta desagradable, decidió abandonar sus pensamientos. Pero eso fue casi peor.

Cuando desvió la vista de la joven, su mirada se fijó en su propio cuerpo, y fue en ese momento en el que se acordó de su falta de vestimenta. Ver su torso completamente al descubierto le provocó una agria sensación de vergüenza, sentimiento que se reflejó en su cara, y que ayudo a Asuna a averiguar que le pasaba por la cabeza. Cuando se dio cuenta, se rió con diversión, a pesar del rubor que coloreó sus mejillas del mismo rojo que las de él.

Al oír la risa cantarina de la princesa, el bochorno del joven soldado aumentó y se dispuso a darse la vuelta para ir en busca de una camiseta o una chaqueta que le cubriera.

― No te preocupes ― dijo la joven al descubrir sus intenciones. ― Creo que, por esta vez, podemos prescindir de tanta educación y cortesía.

Asombrado tanto por su petición como por la forma de hablarle, Kazuto se quedó paralizado durante unos segundos, antes de volver a su posición inicial con lentitud. Al contrario, la princesa parecía completamente relajada. Había apoyado ambas manos en la barandilla y dejaba que el viento jugara con su cabello, despejándolo de su cara. Con el rostro y el cuello al descubierto, Kazuto pudo ver una cadena larga de plata que llevaba la chica recogida en su nuca con un broche. En el extremo colgaba una figurilla brillante que el joven no pudo distinguir desde su posición, debido al constante movimiento del colgante producido por la brisa nocturna. Asuna se giró hacia él con la intención de decir algo, pero al ver la cara intrigada que tenía su acompañante, siguió el rumbo de su vista. Cuando supo lo que pasaba, sonrió ligeramente y recogió el final del collar en la palma de su mano. Con dos dedos, agarró una parte de la cadena, de manera que la figura colgante quedó a la vista.

― Me lo dio mi madre antes de partir ― explicó con cierta nostalgia.

Era una pequeña lágrima semitransparente, con algunos reflejos azules, parecía ser extremadamente delicada. Kazuto la miró con curiosidad, suponiendo que sería de cristal.

― Es algo así como el emblema de mi familia ― rió Asuna.

Kazuto sonrió, sin poder evitar pensar que el colgante iba muy acorde con ella.

― Es muy bonito ― dijo.

― Y a la luz del sol es aún mejor ― indicó Asuna con entusiasmo.

Como si la luna pudiera igualar la luz solar, se giró hacia el pequeño satélite y elevó el colgante hacia él. La sonrisilla que se le había formado al soldado en la cara se fue borrando poco a poco cuando se dio cuenta de la excesiva fuerza con la que Asuna agarraba el extremo de la cadena.

― Podrá viajar hacia el sur cuando desee ... quiero decir, cuando desees ― se rectificó con esfuerzo tras la mirada reprobatoria de su compañera.

Suspirando, la princesa recogió la cadenilla ― Lo sé. No es eso lo que me preocupa.

― Puede que el sol no sea tan fuerte en el norte, pero se reflejará de la misma manera en la lágrima ― intentó bromar el chico. ― Te gustará mi reino ― agregó al notar que sus palabras no habían hecho efecto.

― En el fondo, se que me acabaré acostumbrando ― sonrió ella levemente.

Como la joven no parecía tener ninguna intención de seguir hablando, el escolta estudió su rostro, intentando averiguar aquello que la atormentaba.

― Solo espero acostumbrarme a todo lo demás ― dijo Asuna con un hilo de voz y mirándole casi con apuro.

Kazuto lo entendió casi de inmediato.

― Eugeo es un buen hombre, princesa ― animó el joven sin evitar referirse a ella con algo de educación. ― Estoy seguro de que… ambos se entenderán apenas se vean.

― Ese hombre no me quiere, Kazuto ― explicó la chica sin perder la sonrisa.

A pesar del cambio de ritmo que sufrió su pulso al oír a la princesa llamarle por su nombre, el joven la miró con entendimiento. Asuna no estaba preocupada por el cambio de hogar, la separación de sus padres, el largo viaje o la boda. Era la idea de tener que abandonar su reino por un rey al que, simplemente, le era conveniente casarse, lo que la quemaba por dentro.

Kazuto abrió la boca con la intención de decir algunas palabras que pudieran ayudar, pero lo único que consiguió fue proporcionarle a la joven una imagen bastante cómica, boqueando durante unos segundos como un pescado fuera del agua.

― Creo que voy a ir a acostarme― dijo la princesa con una sonrisa algo más sincera. ― Si Liz se despierta y me ve aquí fuera, seguro que me regañará.

― Está bien. Yo ... también voy a intentar dormir ― respondió con voz ronca.

― Nos vemos por la mañana Kazuto ― se despidió Asuna, como si le hubiera gustado decir su nombre. ― Buenas noches.

Y, con un ligero movimiento de mano y sonriendo, la chica se perdió en el interior de su habitación. En el otro lado, el soldado se quedó inmóvil, observando la terraza que se había quedado vacía. Cerró los puños inconscientemente, con un nudo en la garganta. La preocupación de Asuna le había provocado una desagradable sensación, sintiéndose casi como un verdugo al llevarla hacia un futuro que ella ni siquiera quería. Solo esperaba estar haciendo lo correcto.

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Nota:

Y hoy vengo a cumplir una tradición que se remonta por años desde que empecé a escribir… y es ¡actualizar en mi cumpleaños!

Así es, hoy 21/09 es mi cumples y pues aquí estoy, trayendo la tercera parte de este fic ^^

(A ver que no intento llamar la atención, y hacerme de grandeza ni nada similar. Es un tradición que he cumplido fielmente desde que estoy en Fanfiction y que me parece bonita continuarla aquí)
Si desean saludarme pueden hacerlo por aquí.

Hahaha Gracias por leer! Oficialmente faltan nueve días para la #kiriasuweek2017!

Sumi Chan~