En nombre del Rey
Capítulo 1
― ¿Majestad? ―golpeó la madera con suavidad. Esperó por algunos segundos, luego, al no recibir respuesta empujó la puerta y se asomó con cautela al amplio salón. Observó a su alrededor hasta que sus ojos de plata dieron con quien buscaba.
― ¡Kazuto! Te estaba esperando, adelante amigo. Pasa, pasa, no te quedes ahí parado.
Adentrándose por completo en la enorme habitación se acercó hacia la persona que, sonriente, lo aguardaba.
― Rey Eugeo ―saludó el joven inclinándose y haciendo una reverencia conforme exigía el protocolo ―Larga vida a su majestad el rey.
― Cuánto me alegro de verte, levántate. Espero no haberte importunado ― le devolvió el saludo, sonriendo ante su formalidad exagerada.
El rey era el monarca más joven de los países vecinos, tan solo un par de años mayor que el mismo Kazuto. Se vio obligado a hacerse cargo del trono cuando sus padres murieron. A pesar de su juventud, Eugeo hacía un excelente trabajo manteniendo las riendas sobre el reino sobre todo, alejando a potenciales enemigos de sus tierras.
Algo más alto que su acompañante, el rey dirigió sus ojos aguamarina a Kazuto, contemplándolo con una sonrisa a través de la mata de cabello rubio que le caía rozándole los párpados. Era un joven guapo, de mirar apacible y sosegado; pero cuando dictaba ordenes, su estirpe real se traslucía completamente
―Ruego a su alteza me disculpe por haberle hecho esperar.
― Tonterías, no tengo ninguna prisa. Si no hubiera querido esperar, habría mandado un mensaje urgente o te habría ido a buscar yo.
― Aun así...
― Deja de disculparte, Kazuto. Y deja de tratarme de usted. No hay nadie aquí, nadie nos está mirando. Resérvate la cortesía para otro momento, por favor. Me resulta muy raro oírte hablar así, sobre todo cuando te diriges a mí. Nos conocemos hace cuanto... ¿desde niños? Así que, por favor, resulta ridículo.
— Kazuto intentó pensar algo para objetar la reprimenda del joven rey, pero al no hallar ningún argumento decidió claudicar ante su reclamo. Relajándose, sonrió.
― No cambiarás nunca Eugeo.
― Tú tampoco. ¡Mira que hablarme así incluso cuando nos conocemos desde hace tanto tiempo! ―respondió riéndose y contagiando a su amigo.
Los dos jóvenes se conocían desde que Kazuto fue aceptado en la corte como aspirante a escudero. Por la pequeña diferencia de edad, habían coincidido en los entrenamientos donde la negativa del pelinegro de darse por vencido interesó al, entonces, pequeño príncipe. Habían congeniado desde el principio y a Eugeo le molestaba, a la vez que le divertía, que Kazuto le tratase de manera mucho más solemne, desde su coronación; por lo menos, delante de los demás.
― De todos modos, no creo que me hayas hecho venir sólo para un saludo amistoso. ¿Me equivoco? ―preguntó Kazuto un poco impaciente. Eugeo sonrió mentalmente ante la poca paciencia de su amigo.
― ¿Qué comes que adivinas? – le guiñó un ojo mostrando una mueca divertida ante su evidente conjetura― Estás en lo correcto, necesito pedirte un favor.
― ¿Un favor?
Como intentando buscar las palabras adecuadas, el rey se levantó de su cómodo trono, dio la vuelta y se dirigió hacia una mesita donde cogió una jarra de jugo de dátil. Sirvió dos vasos con toda calma.
― ¿Has oído los rumores?
― Aquí no hay rumores, alteza.
― Sí los hay. La gente habla sobre mí.
― ¿Sobre ti? ―Kazuto le miró con el ceño fruncido, bastante extrañado.
― Sí.
Eugeo se acercó con los dos vasos en las manos y le ofreció uno a su amigo. Bebió un trago y siguió hablando.
― Los reinos aledaños empiezan a estar algo... molestos.
Aquello empezaba a tener menos sentido que antes. La verdad es que nunca había oído nada malo ni de su rey ni de su país en general. Por eso, lo que acababa de revelarle Eugeo le sorprendía. El rey, sin embargo, conocedor de las tácticas y tejemanejes de sus enemigos aposentados entre la nobleza vecina, sabía que los alrededores iban a empezar a murmurar tarde o temprano.
― El mes que viene se celebrará mi cumpleaños. ¿Sabes cuántos años cumplo?
― Veinticinco, claro que lo sé. ¿Pero qué tiene que ver?
― A pesar de ser el rey más joven de toda la zona, no soy precisamente un crío. He dejado atrás los años de mi preparación y mi coronación que ya son parte del pasado. Si algo me han enseñado estos años en el trono, querido amigo, es a saber que cuando mi país necesita algo, tengo que dárselo. Cuanto antes.
― Discúlpeme su majestad– la mirada del monarca le fulminó al instante aventándole a corregirse de inmediato – quiero decir, Eugeo, sigo sin entender nada, no le veo el sentido a todo este preámbulo.
Divertido ante su impaciencia, el rey se rió ligeramente y aprovechó para hacer una pequeña pausa. Bebió un par de tragos de jugo y cuando el sabor ácido abandonó su garganta, habló de nuevo.
― Mi país necesita una reina.
Kazuto, quien había empezado a beber de su vaso por primera vez durante todo el relato, se atragantó visiblemente. Empezó a toser sin poder disimularlo.
― ¿Una... una reina? ―preguntó una vez que se calmó, para confirmar si había oído bien.
― Sí, Kazuto. Una reina. Soy un hombre que está en la edad casadera. Las otras tierras están gobernadas por reyes establecidos y éstos se preguntan por qué no tengo una esposa todavía. Hasta ahora, los rumores eran escasos y se imitaban a las altas esferas de la monarquía y nobleza próximas, por lo que no les di importancia, pero según se aproximan mis veinticinco años me he dado cuenta de que nuestro reino está haciéndose eco de aquellos rumores y preguntándose lo mismo.
Con los ojos bien abiertos, Kazuto miró a Eugeo. ¿Una esposa? ¿Una mujer allí? La idea se le hacía bastante difícil, nunca se había imaginado a su amigo como un hombre felizmente casado y con una familia. Por un momento, se preguntó si él mismo necesitaría una mujer algún día, pero el pensamiento desapareció tan rápido como hubo llegado. Él estaba bien gozando de soltería y de los privilegios que eso le confería.
― Hay algo que no entiendo ―murmuró Kazuto, después de haber logrado tomar su preciado trago de jugo.― ¿Me has llamado sólo para contarme que piensas buscar esposa?
― No, claro que no. Te he mandado llamar para decirte que ya la he encontrado.
― ¿¡Qué!?
El grito sorprendido del pelinegro hizo que su compañero se echase a reír a carcajadas sin poder evitarlo.
― ¿Qué pasa Kazuto? ¿Tan poco atractivo me consideras? ―preguntó divertido solo para mortificar a su amigo.
― Sabes que no es eso. ¿Cuándo se supone que has estado buscando mujeres? ―preguntó en un susurro como si las paredes de palacio tuvieran oídos.
La risa del joven monarca aumentó ―No he estado buscando mujeres de esa manera, en realidad ha sido más fácil de lo que pensé. De algo me sirvieron todos los consejeros que viven pululando a mi alrededor... pues fue uno de ellos quien me aconsejó e informó sobre mi posible futura esposa. Al parecer en uno de los reinos más alejados, cerca del sur en Tolbana, la familia real está conformada por los reyes y sus dos hijos. Su hijo mayor ya está casado, pero su hija menor...
―Su hija menor no.
― Exacto. La menor aún no se ha casado y sus padres considerarán cualquier propuesta de matrimonio como una oportunidad para fortalecer el reino. Después de meditarlo durante varios días, decidí que no tenía nada que perder y envié mi petición.
― ¿Les pediste a unos reyes desconocidos la mano de su hija, sin haberla visto siquiera?
Normalmente, para garantizar una buena impresión, los pretendientes acudían a territorio real y exponían personalmente su deseo, por lo que una carta se consideraba inadecuada y solía descartarse desde el principio.
― Sí. Sinceramente, no pensé que llegaría a conseguir nada pero, gracias a la gran fortuna que he heredado, mi nombre ha llegado más lejos de lo que pensaba y los reyes saben quién soy y lo mucho que puedo ofrecerle a la princesa. Una semana después de mi envío, recibí la aprobación...
― Espera, espera. ¿Me estás diciendo que estás prometido? ¿Te vas a casar?
La voz del chico había sonado un poco más aguda de lo que había pretendido. La situación era bastante sorprendente e inverosímil para Kazuto.
― Eso parece, sí ―el rey contestó sin poder evitar sonreír abochornado, disfrutando de la cara de su amigo―. Y es aquí donde apareces tú.
― ¿Yo?
― La familia real parece que quiere asegurarse de que la princesa estará en buenas manos, así que me han puesto una condición que tengo que cumplir antes de poder desposarme con ella. Debo traerla hasta aquí, garantizando su seguridad en el camino que dura entre cinco y seis días.
― ¿Y quieres que te acompañe?
― No. Me temo que no puedo dejar mi reino desprotegido, eso convertiría al país en un blanco fácil y no quiero que los padres de mi prometida piensen que abandono mis obligaciones, aun siendo consciente que una causa como esta lo merecería. De veras estaría encantado de ir personalmente si Tolbana quedara a un día de aquí, pero en estas circunstancias no puedo. Por eso te pido que vayas en mi lugar, como mi hombre de confianza y representante.
― ¿¡Qué haga qué!?
Desde que había recibido el llamado de su rey, el joven se había imaginado mil cosas diferentes por las que podría necesitar su ayuda, algunas de ellas muy preocupantes. Pero no se había preparado para esa noticia. Su amigo estaba prometido, se casaría en unas semanas y tenía que ser él mismo quien trajera a la novia, protegiéndola durante el camino.
― Ese es el favor que te pido, que tu rey y amigo te pide ―continuó el monarca al ver que Kazuto se había quedado lelo―. Cuando recibí la aceptación, escribí una carta en respuesta en la que aclaré que no iba a poder presentarme personalmente a recoger a la princesa pero que enviaría a uno de los mejores soldados de la corte para asegurar su bienestar y seguridad durante el viaje. Kazuto, eres uno de los mejores de toda la región y confío plenamente en ti. De hecho, no se me ocurre mejor opción para cumplir con esta encomienda.
― Pero... es un poco desfavorable... Soy un soldado me dedico a defender a mi país ―respondió el chico con voz baja ―No a proteger damiselas...
El rey prefirió ignorar el último comentario de su amigo y continuó.
― Eres la persona más confiable que conozco Kazuto. No puedo entregarle esta misión a nadie más. ¿No lo entiendes? Estamos hablando de mi futura esposa. Tu reina.
El joven de negros cabellos suspiró abrumado.
― Entonces, ¿me ayudarás?
El camino de ida y vuelta eran unos once días, y añadiendo que la mitad del recorrido tendría que estar con los cinco sentidos puestos en una jovencita que por sí misma no sabría defenderse, no parecía un viaje demasiado apetecible. Pero Eugeo era su rey y su amigo, sabía la respuesta que le iba a dar desde el principio.
― Sabes que sí ―dijo con una sonrisa de resignación.
Eugeo pareció no darse cuenta de aquel gesto y, si lo vio, no hizo ningún comentario. Suspiró de alivio y miró a su compañero con un gesto de alegría, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
― Te lo agradezco mucho.
― ¿Creíste que no iba a aceptar?
― Existía la mínima posibilidad.
Sin dejar que Kazuto respondiera con algún comentario bajo una pretendida ofensa por su duda, el rey se dirigió hacia su escritorio y cogió dos pergaminos de diferentes tamaños, los dos enrollados y atados con un cordón negro para evitar que se desplegaran.
― El pequeño es una misiva que he escrito para que la entregues al llegar. Es un saludo cordial para los monarcas y les explico quien eres y que no tienen de que preocuparse ―explicó entregándole al chico el primer pergamino―. El grande es el mapa norte y sur, he marcado el camino que he considerado más fácil, para que no tengas problemas sobre todo al volver aquí sabes que es conveniente no repetir el mismo recorrido.
― De acuerdo ―dijo Kazuto no muy convencido mientras cogía ambos objetos.
― He dado órdenes precisas para que preparen tu equipaje y caballo. Está todo dispuesto esperando a que te decidas a partir mañana mismo si lo deseas.
― Veo que estás bastante ilusionado de ver a tu prometida... ―se burló al ver la expresión apenada de su compañero.
― Pues no lo voy a negar, los rumores dicen que se trata de una jovencita muy agraciada.
― ¿Y si está fea?
― Pues ni modo, ya he dado mi palabra de matrimonio ―se carcajeó, luego se acercó hacia el parco de su amigo y le abrazó amistosamente ―Gracias Kazuto.
― Me alegro de poder ayudar. A pesar de la poca confianza que tienes en mí ―bromeó.
Algo más tranquilo, al ver la expresión relajada del pelinegro, Eugeo también se permitió relajarse. Con un apretón de manos y una leve inclinación, dieron por finalizada aquella reunión. Pero cuando Kazuto iba a atravesar los portones y dejar al rey de nuevo a solas en aquel cuarto real, se volvió con gesto confundido.
― Por cierto mi rey, hay algo que todavía no me ha dicho.
― ¿A no? ―se extrañó él.
— ¿Quién es la afortunada a la que debo servir de escolta? ―preguntó con un leve asomo de burla.
Su amigo se echó a reír y dirigió sus ojos aguamarinos hacia la puerta.
― Cierto amigo, se trata de la princesa Yuuki, Asuna Yuuki.
.
.