The Miracle
AU Universo Alterno
—Ya querida —murmuró Midori con acento maternal, en tanto le acariciaba la cabeza —Deja de llorar, te lo ruego. Se me parte el corazón viéndote así.
Cuando la mucama entró a la habitación para empezar con el aseo acostumbrado, se detuvo estupefacta bajo el marco de la puerta al ver a la joven de copiosa cabellera color miel deshecha en llanto en los brazos de su ama. Al gesto melancólico de ésta, se apresuró a realizar una reverencia y retirarse con las manos vacías volviendo a cerrar la puerta.
Las copiosas lágrimas de Asuna no parecían tener fin, ni responder a la cordura, y Midori ya no sabía que tono de voz usar para hacerla entrar en razón. ¿Darle una bofetada sería una buena opción? En sus años de rebelde, solía funcionar con Kazuto... pero realmente no quería llegar a tales términos con una muchacha a la que le tenía muchísimo aprecio. Y por suerte, no fue necesario. Asuna se contuvo viendo que la dama permanecía en silencio, se limpió las últimas lágrimas con la manga de su vestido y finalmente alzó la cara. Su expresión, de hecho, fue muy impresionante.
Llevaba una hora de llanto interrumpido, y pese a ese tiempo, Midori aún no había dilucidado los detalles, pero conocía demasiado bien a su hijo como para darse cuenta que Kazuto había arruinado todo de alguna manera estúpida. Suspiró.
—Asuna, cariño, tendrás que contármelo todo desde el inicio— su voz adoptó un falso tono severo para evitar una nueva catarata de lágrimas —Pero antes, ve y lávate la cara. Hay agua fresca en la vasija y debajo toallas limpias, cuando te sientas más serena vuelve y hablaremos tranquilamente —vio que la muchacha se mordía el labio inferior y el conocido brillo acuoso resplandecía de nueva cuenta en sus pupilas —Sea lo que sea que haya ocurrido, no voy a regañarte. Debes confiar en mí ¿está bien?
Ante el tono imperativo de la dama, la joven asintió y se alejó a cumplir con el encargo. Varios minutos después apareció con su rostro limpio, pero con los ojos enrojecidos e hinchados. Se había recogido el cabello en ese peinado aburrido que siempre usaba.
—Ahora siéntate ahí y cuéntame todo desde el principio.
Asuna obedeció, se sentó en el sillón junto al lecho que Kazuto tantas veces había ocupado, y apretando las manos sobre las rodillas empezó con la historia.
Al inicioo, el relato le salió entrecortado, y conforme avanzaba con los detalles, los ojos castaños de la dama se abrían más y más de sorpresa. Cuando la pelirroja acabó de exponer su corazón, la mujer se levantó de su cómodo asiento, besó la frente de la afligida muchacha y luego hizo sonar la campanilla. A los pocos segundos, la mucama de antes hizo su aparición.
—Trae un servicio de té entero, y algunos bollos. ¿Por cierto, Suguha ya se ha despertado?
—Así es, despertó momentos después de que la señorita Asuna llegara.
—Bien, dile que venga —despidió a su empleada y moviéndose hacia las ventanas abrió las cortinas para darle paso a la luz del sol —Querida, ahora que has dejado de llorar. Te vendrá bien una taza de té y comer algo. Tu padre decía que no se pueden tomar decisiones importantes con el estómago vacío... Luego, dejaremos el resto a Sugu...
Ante la mención de su difunto padre, los ojos de Asuna volvieron a escocerle, pero se contuvo rápido. La duda de porqué involucrarían a la hermana menor de Kazuto le hizo olvidar gran parte de su sufrimiento.
La dama se volvió con expresión pensativa —Tal como entiendo; mi querido hijo, a quien acabaré desheredando pronto, te ha seducido mediante una sucia treta, haciendo afirmaciones falsas sobre mi salud. En otras palabras que estaba pronta a morir.
—No dijo que sería pronto —murmuró como si se escondiera entre sus hombros.
—¿Y todavía lo defiendes? —ocultó una sonrisa de incredulidad —No sé porque se le ocurrió inventar semejante tontería —rodó los ojos —Pudo usar otro ardid, a veces me sorprende que sea tan inteligente en los negocios, y tan necio en los asuntos del corazón... —finalizó entre dientes.
—¿Qué?
—Que ese muchacho ha usado un viejo truco, tan viejo como el universo mismo —notó como ella escondía la mirada con pena y se apresuró a añadir —No ha sido tu culpa, querida. Hoy has venido aquí porque Kazuto ha admitido que no voy a irme a la tumba... Hay que darle crédito por eso, ¿o no? Al menos quiso decirte la verdad.
—S-sí, supongo que sí —murmuró algo aturdida.
—Por cierto que gracias a eso, ya no eres una virgen —murmuró como si estuviera relatando el clima, notó la forma en la que la muchacha deseaba que la tierra la tragase —Oh vamos no te sonrojes.
Asuna balbuceó ligeramente tras esa observación y pronunció algo inentendible bajo su aliento que Midori prefirió no escuchar.
Al tiempo, la puerta volvió a abrirse y varias doncellas, depositaron sobre la mesa el servicio de té completo. Mientras Asuna servía las infusiones, la despampanante silueta de aquella morena de deslumbrante ojos azules, hizo aparición. Era una criatura bastante menuda para su edad, y si no fuera por su cuerpo curvilíneo, resaltado por creces gracias al corsé, cualquiera pensaría que se trataba de una pequeña debutante. Pero la joven tenía veinte años, tres menos que ella.
—Madre —hizo la reverencia protocolar y sonrió hacia la otra invitada —Señorita Asuna.
Dejó la taza de té sobre la mesa y respondió al saludo con una inclinación de cabeza.
—¿Qué tontería hizo Kazuto esta vez? Espero que Alice no esté involucrada en algún escándalo —se cruzó de brazos con cierto enfado.
¿Quién era Alice? Asuna frunció el entrecejo. Al parecer estaba ligada al nombre de Kazuto... pero del tiempo que ella llevaba trabajando para él, jamás la había oído nombrar.
—Suguha por favor, debes poner luz aquí, no tinieblas —la regañó la dama con expresión impaciente —Necesitamos tu buen gusto —señaló a su invitada —Mira a esta niña y dime que ves.
—Tiene un pésimo estilo de la moda. Parece tener veinte años de más.
Como si la hubiera dejado expuesta, Asuna se cubrió con sus manos y pareció ofendida. ¿Acaso no se enteraba que no era una dama de sociedad, sino una simple asistente?
—A eso me refiero, está muy apagada.
—Déjalo en mis manos madre. Le pondré luz...
Kazuto llegó tarde y ante los ojos cansados de la matrona de la familia, llevaba un aspecto de diez años mayor que los veintisiete que tenía de vida. Se encerró en la biblioteca, pidió una botella de brandy, y cuando lo tuvo, la dama no pronunció palabra al ver que se llenaba un vaso. La doncella se retiró rápidamente después de mirarlo con el ceño fruncido en desaprobación.
—¿Planeas beber hasta perder el conocimiento?
—Tal vez lo haga —se sentó en el apoyabrazos de uno de los sillones que su madre poseía y estiró con cuidado la pierna herida.
Su atractivo rostro tenía una grave expresión de desvelo. En la mejilla se le veía un tenso músculo que antes no estaba, y que latía pese a su intento de parecer tranquilo. Entre medio de los ojos, una gruesa arruga le surcaba la frente, develando la preocupación que sentía.
—¿Dices que Asuna está aquí, pero no puedo verla? —bebió y volvió a llenarse el vaso —Madame, puede que me emborrache hasta que eso me parezca sensato.
Midori lo observaba sentada frente a él en otro de los sillones, su expresión denotaba severidad. Se había armado de valor para no sentir piedad por su hijo, aunque fuera muy evidente que estaba sufriendo.
—No es buena idea, Kazuto. Ella no quiere verte.
—¿Entonces, cómo se supone que debo disculparme? —dio vueltas la botella del licor entre sus manos, pero en realidad lo que quería hacer era estrellarla contra la pared, aunque no estaba seguro de que se sintiera mejor después de hacer eso —Necesito hablar con ella.
—Asuna no tiene por qué hacer eso, Kazuto. ¿Hasta dónde la ha llevado oírte?. Creyó en tus mentiras y no tardó nada en perder su honra.
—No exageres madre, no la deshonré... —replicó intentando no mostrarse afectado, cerró los ojos conteniéndose —Si hubieras estado en mi lugar y vieras lo... terriblemente tentadora que estaba en ese momento...
—Yo hubiera actuado de otra manera —le cortó con voz petulante.
El joven bebió el trago que tenía en la mano antes de servirse otro apresuradamente —Es gracioso que no estés haciéndote responsable de algo que tú misma ocasionaste...
—¡No intentes echarme el peso de tus errores, muchacho tonto! —alzó la voz.
—Tú me diste la idea... —suspiró. Luego al ver la expresión terminante que ella le ponía, trató de sosegarse —Tienes razón, madre. El único culpable aquí soy yo por creer que tu plan era bueno.
—En verdad era bueno, solo que escogiste la peor forma de ejecutarlo... ¿Realmente debías seducirla?
Un exagerado respingo se oyó desde el costado izquierdo de la habitación, y cuando los dos ocupantes voltearon en esa dirección, descubrieron la expresión desencajada de Asuna. Sus manos habían frenado el grito que escapó de sus labios, y veía a uno y otra con actitud incrédula.
—¡Asuna! — Kazuto quiso correr hacia ella pero su pierna no le respondió de inmediato. Trastabilló ridículamente, dejando caer vaso y licor sobre la alfombra —¡Realmente no es cómo crees...!
La muchacha lo contempló algunos segundos, dudando obviamente entre si correr en su auxilio o salvar su dignidad. Se decidió por lo último, no sin antes mirarlo con pena. La estela de su vestido color púrpura junto a su perfume quedaron suspendidos algunos segundos en la habitación donde solo abundó el silencio.
—Lo siento, hijo —la dama parecía muy apenada, aunque no había hecho el menor intento de intervenir.
Kazuto haciendo uso del poco orgullo que le quedaba se puso de pie. Cojeó hasta sentarse en el sillón que ocupaba antes y volvió a tomar la botella.
—¿Qué le han hecho? ¿Suguha aprovechó para ponerla al corriente de todas mis desgracias?
—No seas melodramático. La he acogido bajo mi ala, tal y como la nobleza dicta. Le tengo gran aprecio, no ha venido aquí a pedir parte de tu fortuna, sencillamente está desesperada...
—Yo también estoy desesperado.
—Te dije que no era el momento; Asuna debe serenarse y si tú te apareces como si nada...
—Se veía distinta —la cortó, sus ojos fueron hacia la puerta algunos segundos, y repentinamente, volvió a clavarlos en los de la mujer, quien de pronto sonrió conmovida.
—Bueno, tu hermana insistió en que debía levantarle el ánimo de alguna forma. Y ella es una muchacha muy bonita... —vio que él asentía distraídamente —¿Qué ocurre?
—Quería que Asuna hiciera por mí, lo mismo que por ti, que corriera a mí por protección... no que se marchara precipitadamente —ante el amago de la dama de abrir la boca y refutarle con algún comentario sarcástico, agregó —La verdad es que no esperaba que se acostara conmigo, madre. Esperaba que se enamorara de mí; quiero que sea mi esposa, no mi amante.
—Bueno, ya tenemos claro que no te ha salido muy bien —él rodó los ojos —¿Y todo eso de pasearla por la ciudad?
—Quería estar con ella —le explicó con paciencia —Asuna no quería saber nada conmigo fuera del ámbito de su trabajo, debía acercarme de alguna forma.
—Bueno, la muchacha no está ciega. Eres un hombre atractivo y rico, un gran partido. Creo que trató de dejarte en claro que no le importaba nada de eso, querido.
—Ella no confía en mí... desde el principio no hice bien las cosas —suspiró y dejó la botella donde estaba.
Midori alzó las cejas, escéptica —No quiero saber los detalles.
—No iba a decírtelos —se sonrojó levemente —Madre, para tu tranquilidad hace mucho tiempo que no pienso en Alice.
—Eso... eso me da mucho gusto.
El joven se puso de pie, tomó su bastón y se acercó hasta ella —Ambos sabemos que cuando enviaste a Asuna a mi casa esperabas que me curara algo más que la pierna.
Los ojos de la mujer se humedecieron, pero se negó a dar mayor evidencia —Si con mi trabajo no basta, tendrás que hacer algo. Hijo, las palabras con ella ahora no funcionan. Me temo que tendrás que hacer algo más elaborado. En esta situación se requiere... elegancia.
¿Elegancia? Reflexionó Kazuto. La verdad era que ahora que sabía que Asuna estaba en un lugar seguro, podría pensar con más claridad qué hacer. Pero ¿qué sabía él de elegancia? Como mencionó su madre el día de la cena, aunque estaba acostumbrado a palpar piedras preciosas, no sería capaz de reconocer algo valioso si estaba en bruto...
¿Cómo se suponía que debía demostrarle a Asuna que la amaba sinceramente? ¿Qué prueba necesitaría para que comprendiera...?
Midori advirtió el cambio en la expresión de Kazuto. Las líneas alrededor de su boca y ojos que expresaban una amarga tensión se habían borrado, los ojos le brillaban como plata liquida. Una preciosa sonrisa de seguridad se plasmó en sus labios, haciendo que a ella se le encogiera el corazón, ante el gesto tan similar al de su marido.
—¿A dónde vas? —quiso saber cuándo él pasó junto a ella hacia la puerta. El joven solo la miró por sobre su hombro; la sonrisa más amplia pero no respondió, ni ella insistió.
Mientras lo observaba marcharse, las lágrimas le picaron los ojos. Sin duda, su hijo había entrado en razón e iba en busca de su felicidad.
Doce días después Asuna despertó por el ruido sordo de una conmoción. Se sentó en la cama, atontada, notando que ya había amanecido. Se quedó en el colchón parpadeando, pensado que tan solo había sido su imaginación y decidió volver a dormirse, cuando un temblor, seguido de un jaleo, la hizo saltar de las mantas apresuradamente.
¿Eso había sido un terremoto?
Se ciñó la bata sobre el camisón que usaba, se echó agua a la cara para borrar las brumas del sueño, y sin preocuparse por como lucia su cabello, se aventuró por el pasillo. La cabeza de Suguha, envuelta en un gracioso gorro de dormir, se asomaba desde su habitación.
—¿Eso ha sido un terremoto? —preguntó con voz adormilada.
—No lo sé —le respondió, escudriñando el pasillo. Uno de los cuadros estaba torcido, lo demás parecía intacto. Se volvió hacia la joven, pero ésta había vuelto a desaparecer dentro de su habitación. Al parecer su sueño de belleza era más importante que comprobar si la casa se estaba viniendo abajo.
Iba a volver hacia su alcoba, cuando se oyó un nuevo estruendo proveniente de la planta baja —¿Qué demonios?
—Querida, creo que será mejor que vayamos a ver qué ocurre —Midori llegó hasta ella, muy elegantemente peinada, vestida con una bata de terciopelo color granate y zapatillas doradas. Al ver la mirada curiosa de su huésped, se excusó alzando los hombros —Si tenemos que salir corriendo por nuestras vidas, quiero estar elegante.
Asuna se quedó boquiabierta por algunos segundos, luego pareció reparar en su propio aspecto y cerró lo boca. Con tanta prisa no se había calzado, su cabello seguramente saltaba en todas direcciones como pequeños relámpagos de fuego. Se lo alisó, mientras seguía a la dama escaleras abajo.
En la planta inferior se oía una mayor conmoción, gritos e incluso... ¿carcajadas?. No estaba segura. Pero por primera vez en semanas no pensó en lo desdichada que se sentía gracias a Kazuto Kirigaya.
A medio camino del descenso, la aturdida ama de llaves de Midori las saludó ansiosa. La mujer tenía el rostro enrojecido, estaba muy despeinada y literalmente se estaba estrujando las manos como si algo la hubiera sobrepasado.
—No sé qué decirle madame —se inclinó varias veces, mientras hablaba apresuradamente —Ya sabe cómo es cuando algo se le mete en la cabeza, traté de disuadirlo, pero no quiso oírme... En eso es igual a usted —volvió a inclinarse —Le dije que los pusiera a todos en la biblioteca, pero no hay suficiente espacio. Después me di cuenta de que llegaba más gente, y ahora todo el mundo sabe que llegarán más y más... No sé dónde podemos acomodarlos a todos... —al final su voz apenas resultó audible porque se quedó sin aliento. Tomó aire y prosiguió —Finalmente y con ayuda de algunas doncellas los hemos echado al jardín trasero. Va a derrumbarse la casa, se lo aseguro, con todo ese entrar y salir e ir y venir de aquí para allá —en algún ligar próximo a la sala se oyó un fuerte y estruendoso golpe —¡Eso es lo que intento decirle! ¡Ese muchacho se ha vuelto loco...! —se volvió a Asuna y la señaló con un gesto —Perdóneme por ser tan sincera, señorita, pero todo este alboroto ha sido por su culpa. Ha estado deprimida toda la semana, pareciera que nada puede alegrarle, y ahora... ¡Y ahora ese joven está cometiendo esta locura con tal de contentarla a usted! —coronando su última frase, una nueva conmoción se oyó, ocasionando que la mortificada pelirroja debiera aferrarse del barandal.
Con sorpresa miró a Midori, pero la dama asintió con expresión serena —Ella tiene razón, Asuna. Has estado muy deprimida, y mis empleados no son tontos, saben que es por culpa de mi hijo —se volvió hacia la sirvienta —Supongo que trata de decir que ese irresponsable está aquí.
—Exactamente, madame —respondió. Se oyó un grito, y ella volvió a apretarse las manos de forma frenética —Ahora les ruego que me acompañen, dentro de un minuto los echaré a todos con mi escoba.
Los ojos color miel de Asuna tenían una expresión desconcertada. Por un segundo se quedó parada en el escalón.
—Kazuto ha vuelto —susurró.
—Eso parece —la mujer la tomó de la mano y la obligó a bajar —Quizás haya venido a hablar contigo —y añadió con una risita —¿No te da curiosidad saber que ha hecho para sacar de sus cabales a todos?
—¿Dinamitar la casa? —aventuró en un susurro.
—¡Espero que no! —la empujó suavemente para que caminara al ver que intentaba detener los pasos —Vamos, no empieces a flaquear ahora.
Asuna asintió no muy convencida. Midori la miró de soslayo con ternura y murmuró para sí que luego aprovecharía desaparecer cuando no estuvieran mirándole. Les concedería toda la privacidad necesaria antes de regañar a su hijo por interrumpir sus horas de sueño.
Asuna se detuvo sin aliento en el inicio del jardín. No fue sino hasta que se llevó una mano al pecho, que se dio cuenta de lo irregular de su respiración. Había corrido como posesa por toda la casa, debía de estar más despeinada que antes.
Se ajustó el cinturón de la bata, y finalmente alzó la vista contemplando el espectáculo que se gestaba ante sus sorprendidos ojos.
Era una especie de... ¿circo?. Una multitud de personas vestidas con atuendos raros correteaban por el amplio lugar. Algunos se lustraban las botas en composé con sus atuendos de guerra, otros llevaban ruidosos instrumentos musicales; otros, los que más, vestían de gala y practicaban pasos de baile en el sendero. Las mujeres vestían como princesas con faldas amplias y vaporosas, o de sirvientas con delantales almidonados y cofias blancas en el cabello.
Una colección de animales, en su mayoría aves de diversas clases, surcaban los senderos de piedra, atravesando el campo abierto, y tratando de evitar ser devueltos a sus jaulas. Una manada de gansos devoraba una parte de los setos, mientras un cisne hundía el pico en la fuente de mármol, y en la hermosa figura tallada de un querubín se había posado un colibrí. Éste echó a volar cuando Jun quiso tomarlo en las manos.
—Maldito pájaro —lo escuchó maldecir, pero su voz fue opacada por el sonido del tambor. Varios jóvenes se ubicaron en una hilera y empezaron a practicar percusión —¿Qué hago señor Kazuto? —la voz del jovencito se elevó por sobre todo el ruido.
El extraño espectáculo llamó tanto la atención de Asuna que no reparó en él. Estaba sentado en uno de los bancos de piedra, con los codos en las rodillas y las manos en la cara, observando con disgusto y fastidio. Caminó a pasos cortos hasta donde se encontraba y se sentó a su lado, casi que Kazuto saltó al verla allí.
—Gracias... —susurró Asuna y los ojos le escocieron.
En ese momento un joven saltó el seto para atrapar a un ganso de mal carácter que no cesaba de graznar, y chocó con una de las doncellas ocasionando que ambos cayeran sobre el cesped. El grito que provocó fue tan grave como los graznidos del ganso.
—Me sorprende que sepas de que se trata... —le susurró él todavía triste por el fracaso de sus esfuerzos. Con una mano señaló la variedad de animales excitados, entre vacas, y pájaros que corrían por el jardín... destrozando todo —Se suponía que tenía que ser una presentación más solemne... y elegante.
Asuna sintió la decepción de Kazuto, se acercó vacilante, hasta que su brazo rozó el de él —Es muy elegante para mí, y me has sorprendido por supuesto —aseguró animándolo —¿Lo has planeado desde hace mucho?
—Desde el primer día que te fuiste, y hoy hace el doceavo...—la miró significativo, entre compungido y avergonzado —Mi madre me sugirió que tuviera un gesto original —se encogió de hombros —Esto es lo que he conseguido.
Asuna apretó los puños antes de rendirse y acariciarle la mejilla —Kazuto no te preocupes, me encanta —miró hacia el jardín —Los tambores resuenan.
—Sí, pero de modo caótico.
Los percusionistas intentaban rodear los gansos del otro lado, sin preocuparse en mantener un ritmo agradable.
—Allá hay nueve damas, así que supongo que esas son las ordeñadoras —señaló a algunas muchachas que correteaban a una vaca como si la vida se les fuera en ello — Siete cisnes —contó a cada uno y luego el joven le tomó la mano entrelazando sus dedos a los de ella — Seis gansos —miró alrededor —Cuatro colibrís, tres gallinas... las dos tórtolas blancas...
Midori observaba todo junto a Suguha, ambas vestidas en ropa de cama, bajo el dintel de la puerta trasera. La dama parecía ciega al desastre en su jardín, estaba con una sonrisa feliz observando a la pareja. Posiblemente luego se ocuparía del desastre en su propiedad.
—Lo has recordado casi todo — dijo Asuna sonriendo ilusionada —Esta canción me la cantaba mi padre cuando era pequeña... es muy importante para mí.
—Lo sé... Significa el mundo para ti —le besó la mano que sostenía, y la miró con sus magnéticos ojos color plata —Hay algo más... puede significar todo o nada — susurró la frase que ella le dijo en aquella ocasión.
La sonrisa en los labios de la pelirroja se desvaneció bajo la intensa mirada de Kazuto. En el jardín pareció que todos esperaron ese momento porque el sonido pareció disminuir y los que correteaban de un lado al otro se quedaron quietos, mirando.
—Yo solo quería una cosa...
Kazuto besó los labios de Asuna, deteniéndola de seguir hablando. Luego le hizo una seña al jovenzuelo que estaba a su servicio, Jun soltó un chillido de alegría y corrió hacia un costado de la casa. En un santiamén volvió a aparecer cargando un pesado fardo.
En cuanto lo dejó frente a la joven pelirroja, ella vio al pequeño árbol asomando por el cuello del saco. Era un peral.
—Kazuto...—los ojos se le hicieron agua.
Él metió la mano, y de debajo de una las ramas, extrajo un huevo y lo colocó en las temblorosas palmas femeninas.
—Ábrelo —le pidió con voz serena.
Asuna se limpió las lágrimas y se dio cuenta que no era un huevo de verdad. Era de fina porcelana y estaba tibio. Lo miró confundida.
—Es muy difícil encontrar perdices en esta época del año, incluso para mí que di vuelta cielo y tierra —suspiró —Vamos, ábrelo.
La joven tanteó la superficie del huevo, hasta que dio con el pequeño cierre de plata y lo abrió. Dentro, había un lecho de terciopelo amarillo donde descansaban cinco anillos de oro. Contuvo el aliento.
Kazuto se apoyó en su regazo para arrodillarse, sintió la firmeza del gesto por la forma en la que sujetaba su rodilla para mantener el equilibrio. Para ella no era necesario que hiciera eso, las palabras estaban dichas sin que ambos hubieran abierto la boca para soltarlas. Un gesto dice más que mil palabras. La joven sonreía con la felicidad desbordando por todos los poros.
—No sabía qué medida era la tuya, pero confío que al menos uno te irá bien —tomó aliento sin dejar de mirarla —¿Te casas conmigo Asuna?
Ella se inclinó a su lado para hacerle de soporte, en tanto le rodeaba los hombros con fuerza. Las lágrimas le caían de sus preciosos ojos de oro, pero ya no se ocupó en secarlas.
—Kazuto te amo, nunca fue por los regalos... Era por ti... tú lo eres todo para mí...
—Confieso que me costó entender lo que me provocabas, me parecías curiosa y fascinante...
Ella inclinó la cabeza —Pensé que disfrutabas haciéndome irritar.
—Necesitaba romper el hielo de alguna manera.
—¿Y no se te ocurrió otra forma de hacerlo?
—Asuna, por favor... ¿Te casas conmigo? —insistió tomando ahora su rostro entre las manos, secándole las mejillas.
—Vaya forma de pedirme matrimonio —bromeó haciéndole sufrir —Mira como luzco, mi cabello es un caos y ni siquiera visto apropiadamente.
—Tú eres demasiado inteligente para mí, debía sorprenderte de alguna forma... y que mejor que usar tus propias palabras —le rozó el labio inferior con el pulgar sin dejar de mirarla deseoso —Además eres tan hermosa... te recuerdo así amaneciendo en mi cama aquel día... —ella se sonrojó —Entonces... Asuna.
—Sí, claro que...
Por supuesto no la dejó terminar. Le comió la boca de un beso rabioso y desesperado. La afirmó contra su pecho para que se apoyara en él, y conforme la caricia moría, advirtió la voz dulce de Asuna cantándole con suavidad.
—En el primer día... mi amor me regaló una perdiz en un peral.
Nota.
Y fin! Finalmente.
Bueno Iri KiraKirinPassel amiga de mi alma te adoro. Eres lo mejor de mi mundo y no te cambio por nada. Perdón por la demora de este fic, pero aquí esta! Espero haber sido lo suficientemente cursi, como te gusta.
Debo confesar algo: la idea en si no me pertenece, sino a una colección de cuentos de navidad, y cuando la leí fue como de OMG quiero hacerla kiriasu. De allí sale la dichosa canción de navidad para niños (creo que es para niños) llamada "12 días de Navidad"
Investigué un poco porque nunca había oído algo similar, y me encantó la idea de unirlo a algo que Kiri haría por Asu sabiendo que le recordaría a su padre.
Para que entiendan todo lo que ocurría en el jardín de Midori y porqué, les copio la canción:
The Twelve Days of Christmas
El primer día después de Navidad,
Mi amor me regaló
Una perdiz en un peral.
El duodécimo día después de Navidad,
Mi amor me regaló
Doce tamborileros tocando,
Once flautistas tocando,
Diez jóvenes brincando,
Nueve damas bailando,
Ocho criadas ordeñando,
Siete cisnes,
Seis gansos,
Cinco anillos de oro,
Cuatro pájaros cantando,
Tres gallinas,
Dos tórtolas
Y una perdiz en un peral
Como dije es una canción para niños, pero me pareció hermoso que mi Kazu hiciera de todo para cumplirle cada verso sin importar estar destrozando la casa de su madre jajaja.
Gracias por leer!
Sumi~