Prólogo
Después de atender numerosas llamadas, tras más de tres horas en la sala de abordaje, nadie debía esperar una sonrisa en su rostro. No cuando afuera una tormenta amenazaba con arruinar su fin de semana. Era una mierda. Ni siquiera porque su vuelo no era comercial, de qué le valía tener su propio jet si no podía lidiar con las inclemencias meteorológicas.
—Lo siento, señor Tao—dijo el piloto—Control aéreo nos notificó que no podremos ni siquiera salir del aeropuerto por el tifón.
Como predijo, el peor fin de semana de su vida. Quizá no, sería el segundo. A pesar de los años, aun tenia presente aquel macabro día.
Suspiró resignado, viendo que el viento soplaba inclemente. No había mucho que hacer, más que seguir las instrucciones del personal de seguridad. Varias personas estaban varadas, no era el único pobre diablo en esa situación. Si es que eso podía servirle de consuelo.
Escuchó vidrios romperse en las terminales más expuestas. Algunos se apresuraron a bajar al sótano, donde se situaba el refugio temporal. Sin embargo, había zonas que aun operaban con normalidad. Y para qué mentir, si sabía que era bastante quisquilloso con su paladar, como para aceptar cualquier cosa. Buscó una cafetería, no le extrañó ver una isla de Starbucks abierta. Debía ser más por concepto de la empresa, porque continuar operando en medio de toda esa catástrofe, bien podía ser catalogado como locura.
Añadiría una buena reseña, pese al nerviosismo, trataban de atender con la mejor cordialidad a sus clientes. Al menos a los tres que continuaban en la línea, antes de que decreciera la electricidad. La máquina de espresso ahora funcionaba con baja potencia. Uno se retiró al no poder obtener su frappé, otra persona eligió un emparedado. Así que cuando llegó su turno, añoraba porque regresara la energía de la máquina.
No tuvo tanta fortuna.
Le advirtieron del desperfecto, aun así se arriesgó. Sólo tuvo que esperar cerca de quince minutos junto a la barra. Aquello sólo se estaba volviendo más fastidioso a cada minuto que transcurría, hasta que de un momento a otro, la luz fue demasiado tenue.
—Espresso.
Se levantó de inmediato para tomar el vaso, hasta que su mano encontró otra tratando de obtener el mismo recipiente.
Alzó su mirada para ver a la mujer que intentaba arrebatarle su único placer en medio de la tempestad.
—Lo siento, aquí tienen el otro espresso—mencionó la barista—Anna.
Ella pareció reaccionar, soltando el vaso para tomar el otro café.
Quizá necesitó unos segundos más para reaccionar, porque de la nada ambos enmudecieron. ¿Cuánto tenía que no se veían? Quizá como diez años o más. Ambos cursaban en la misma secundaria, en un intento de su padre para conocer otra cultura. Japón fue el sitio idóneo por la calidad educativa. Tokio, su centro de operaciones. Convivió con ellos tres años, hasta que tuvo que regresar a casa. Desde entonces dejó de tener contacto con ese grupo, pero que aún mantenía en su memoria.
—Hola.
Ni siquiera intentó comunicarse con ellos de nuevo.
—Hola.
Tan escueto como lo recordaba.
No obstante, ambos dejaron la barra para buscar una mesa de madera, cerca de la isla. Pudo notar a simple vista, que también llevaba una maleta de viaje pequeña. Y una cartera colgando en su costado izquierdo.
Jamás fueron grandes conversadores.
Yoh siempre fue el punto medio para todas las relaciones de amistad. Ella fungía más como acompañante en las reuniones. Siempre callada, misteriosa. Pero incondicional a él.
Bebieron casi en forma simultánea. Después, la mueca de desagrado. Era claro que la máquina no estaba funcionando en óptimas condiciones.
—¿Sabe tan feo como el mío? —preguntó, apartando el vaso.
—Supongo, sino voy a reclamar: ¿Por qué el mío es peor que el tuyo?—contestó Anna.
Una sutil sonrisa se asomó por su rostro.
—Es bueno verte, Anna Kyouyama.
—Asakura—respondió con premura—Me casé con Yoh hace once años.
No se sorprendió en lo absoluto. A pesar del poco amor que proyectaban a los demás, siempre pensó que no había forma en que ambos se separaban. Era casi un hecho que se casarían, tendrían hijos, vivirían la eternidad unidos. Como esas historias de romance histórico. Nada podía ser más natural que ver a Yoh junto a Anna, mirándose con calidez.
—Y por lo que puedo ver—dijo, mirando el aro en su mano—Tú también te casaste.
—Hace cinco años—respondió, acariciando el objeto de oro—La conocí en una cafetería en Francia.
—¿Paris?
La ciudad del amor, como muchos la llaman.
Fue curioso que a pesar de que afuera caía un torrente de agua salvaje, adentro se estaba desenvolviendo como nunca antes. No a muchos, sino es que a nadie, les contó cómo se enamoró de su esposa. Pero algo en la mirada de Anna, le inspiró a relatarlo. No importó los minutos que tardó en detallar esa primera cita o la manera en que le pidió matrimonio estando en la cima de la torre Eiffel. Se sintió liberado, como no lo estaba desde aquella noche.
—Suena como un amor perfecto.
—Justo como el tuyo—aludió, terminando de beber aquella horrible bebida—Tuvimos un hijo: Men.
—Casi suena como Ren.
Sonrió y sacó la billetera, mostrándole una imagen donde figuraba Jeanne con el pequeño de un año de edad.
—También tengo un hijo.
—¿Sólo uno? —preguntó extrañado, motivo por el cual ella se sonrojó sin ocultarlo.
Considerando el tiempo que ellos llevaban siendo pareja, le extrañaba que no tuvieran media docena planificada.
—Sí, sólo uno: Hana—dijo, mostrándole el teléfono— Tiene cinco.
—El mío tiene cuatro.
Jamás hablaba de cosas personales con colegas. Sus contados amigos, entendían que no eran temas que quisiera tocar de la nada. Preguntaban lo básico, salían a beber una copa. Desahogaban el furor de la vida de adulto, sin entrar en muchos detalles. Con Anna pareció entablar una dinámica distinta. Quizá porque en cierta medida eran viejos conocidos.
Hablaron de los niños. Las travesuras de Hana en el colegio. Lo difícil que era para Men no ser autoritario con otros. Incluso concordaron que mucho de su mal genio era heredado por ellos mismos. Así que más que queja, figuraba como un consuelo mutuo.
—Trato de estar con él para comer, pero muchas veces no puedo llegar a tiempo. Ni siquiera para arroparlo—comentó en medio de un gran suspiro—Los niños demandan gran atención. Ellos también llegan a sentirse solos con esos descuidos.
Quizá, ése era el motivo principal por el que estaba tan enojado de estar atrapado en ese aeropuerto en Osaka.
—Sí, entiendo—dijo, acomodando un largo mechón de su cabello detrás de la oreja—Pero al menos tienes una esposa que puede ayudarte a subsanar esa falta.
Un nuevo suspiro lo acompañó.
Era el punto que siempre deseaba evitar.
—En realidad, Jun o mi madre son quienes me ayudan en ocasiones—confesó mirándola con fijeza—Tengo servidumbre, pero no es lo mismo. Desde la muerte de Jeanne, he tenido que adaptarme a las circunstancias.
Esperaba ver lástima en sus ojos, un sentimiento que solían tenerle cada vez que mencionaba su viudez. No ocurrió. Había sorpresa y algo muy parecido a la aprensión. Entonces su mano se posó sobre la suya, que aún sostenía el vaso de café.
Fue el grado de apoyo necesario.
Comenzó a contarle el suceso. Su hijo tenía casi un año y medio cuando un par de maleantes entraron a su domicilio en la noche. Él estaba de viaje. El departamento era nuevo, habían decidido que lo mejor y más práctico era vivir en una zona cercana al trabajo. Sería lo ideal para llegar a comer, pasar más tiempo juntos. No pensó que sería objeto de terceros, ni que entrarían con violencia para llevarse todos los objetos de valor.
Jeanne autorizó que vaciaran el lugar, pero cuando centraron su atención en el niño. Más al percatarse que era hijo de un importante empresario, quisieron secuestrarlo. Fue una estupidez. La policía llegó antes de que pudiesen concretar el golpe. Ella trató de defender al pequeño y murió en su intento. Una bala perforó su hombro. Perdió demasiada sangre. Apenas pudo despedirse de ella, como si anticipara su destino.
Nada fue igual.
Men era desconfiado con los extraños. Él también, pero mucho peor. Por primera vez en años, se permitió sacar esa espina de su pecho. Toda la culpa que acumulaba al no estar presente cuando ellos más lo necesitaron.
—Debo parecerte un desastre—confesó, limpiando una lágrima traicionera.
—No, sólo un hombre que perdió a una persona única en su vida y que sufre por esa pérdida—respondió Anna, acariciando su mano—Nada de eso fue tu culpa, ¿lo sabes?
—Sí.
—Tu hijo apreciará el esfuerzo que haces para que esté bien—agregó con una sutil sonrisa—No podemos estar presentes todo el tiempo, aunque quisiéramos, pero hay que hacer valer cada minuto.
Bajó la mirada, casi riendo con ironía.
—Suenas como Yoh, ¿lo sabes? —comentó melancólico, observándola suspirar— ¿Es el resultado de vivir tantos años con una persona tan optimista?
—Sí, supongo que algo me impregnó—dijo soltándolo— Él era tan… lleno de vida.
Algo en su interior se estremeció con aquellas últimas palabras.
—¿Cuándo…?—intentó formular.
—Hace tres años—respondió serena—Un accidente en auto.
Fue como si un aire frío recorriera su garganta. Hubiese querido decirle cuánto apreció todas las lecciones de vida que le dio. Lo mucho que cambió su existencia el tenerlo como amigo, todas esas sonrisas que expresaba confiado.
Recordó uno de sus últimos encuentros, cuando le contó sobre el rencor que habitaba en su corazón por la dureza de su padre hacia él.
—No puedo evitar sentirme inseguro, qué sucederá si termino siendo devorado por todo ese odio que estoy recibiendo.
A veces, la negatividad parecía ahogarlo.
—Claro que no, eso no sucederá—recordó aquel instante—Nos tienes a nosotros, tus amigos
Una lágrima descendió con el recuerdo.
—Además, hay otra forma de derrotar un corazón lleno de odio: con amor—dijo, mirándole con ilusión— Un día, Ren... también encontrarás a alguien especial con quien formarás una familia. Y después todo ese odio desaparecerá.
El día que Jeanne murió, fueron esas mismas palabras las que lo impulsaron a seguir y perdonar. Por Men, no podía sumirse en ese mismo agujero. Quiso ser mejor persona. Quizá no fue el mejor amigo, porque se alejó, pero valoró con creces la existencia de ese sujeto tan lleno de luz.
Observó a Anna sostener su respiración y volvió a tocar su mano, con la misma aprensión que tuvo con él.
— ¿Y todo está bien?
—Lo estará, debe estarlo—respondió la rubia— La vida sigue, o al menos, es lo que dice la mayoría.
Fue un extraño sentimiento el que le hizo pararse y dejar su asiento delante de ella. No sabía bien a qué obedecía ese impulso, pudo ser el brillo en sus ojos ámbar o la manera en que se aferraba a su fortaleza, lo que terminó por conmoverlo. Era algo que las palabras no podían expresar, como lo hacía su mirada. Pero de un instante a otro, la rodeó con sus brazos tan fuerte como pudo. Tan cerca que su pecho sintió su acelerado palpitar.
Nunca la conoció muy bien.
Lo único que sabía de ella, es que era la novia de uno de sus mejores amigos. Que era una chica seria, entregada y con gran carácter.
No había nada de peculiar en su modo de convivir.
Pero por primera vez, sintió que necesitaba ese vínculo. Y ella no pareció rechazarlo.
—No te preocupes, de algún modo, todo va a estar bien—dijo, tratando de no quebrarse—Eso es lo que él hubiese dicho.
—Sí, es lo que él decía—respondió agitada—Pero a veces me pregunto, ¿cómo?
Era la misma pregunta que se realizaba todos los días al despertar y que continuaba sin tener respuesta.
—Creo que es algo que sólo el tiempo nos dirá.
Continuará…
N/A: ¡Saludos! Sé que no esperaban esta nueva actualización y que de hecho estaban aguardando cualquiera de los otros. En realidad, tengo ya escrito varias cosas, en los próximos días verán de qué les hablo. Me retrasé un poco por los trabajos habituales del diario. Pero como ya escribo con más regularidad, se me hace fácil crear. Y así fue como surgió esta historia. No será muy extensa, espero actualizarla de forma continúa. Espero que les agrade y que me compartan sus opiniones. A veces es bueno varia un poco, y usaré a Hana y a Men, lo que hará nueva esa parte de la narración.
Nos veremos pronto.