¡Saludos a todos los lectores de Fanfiction! Disculpen por no actualizar, debido a que hay algunos problemas a nivel vecinal en donde radico, debido al gobierno y sus mentiras, entonces eso me llevo a dejar un momento escribir, y aunando a mis actividades pues es algo cansado, pero les traigo otro capítulo de la historia, ¡Disfrútenlo!

2 de junio de 1629

Nuevamente se presentaron las visiones diabólicas, ahora me persiguen incluso en el mundo de Morfeo. Estoy en mi destartalada mesa, a la luz de una vela escribiendo el terror que viví cuando estuve con Hinata. Es de madrugada, ya que los monjes aún no se paran para hacer sus rezos matinales. Las pesadillas me asaltaron nuevamente, espantándome el poco sueño que me queda; casi no duermo y últimamente llevó más de cinco noches en vela, evitando encontrarme con esos fantasmas que pregonan su lastimo llanto de indulgencia a Dios. Mi rostro ya muestra la calavera de mi decadencia, los pómulos saltones y mis ojos hundidos solamente reflejan al cadáver viviente en su raído esplendor de lo que antes era.

Recuerdo que había pasado casi más de cinco meses, en donde al principio era felicidad y dicha, aunque, nunca hemos concretado nuestro matrimonio. Hinata al principio decía que a pesar de haberse casado conmigo, no estaba lista, ya que sus hijos requerían su atención. Al principio me sentía herido por sus palabras, pero acepté a solo abrazarla y dormir con ella. Otras veces me dormía tras la cena, antes de que Hinata entrara a nuestra cama, ya que me daba un pesado sueño que me obligaba a retirarme a nuestro aposento antes de lo previsto. No sabía en qué momento Hinata se acostaba, lo único que sabía era que al amanecer la cama estaba vacía, aunque con las frazadas fuera de su lugar en donde dormía Hinata. Era algo común en ella, ya que ella me contó que tenía la costumbre de levantarse temprano a hacerle el desayuno a su anterior esposo y a los niños. Había días que estaba en la cocina, a pesar de la servidumbre.

Las cosas iban normal, los niños eran cuidados por mi esposa o por Shizuka, quien le enseñaba a Boruto a escribir y leer, o con Himawari, con quien jugaba cuando su madre salía a hacer las dirigencias al mercado o llevaba a Fuuka con Tsunade, una mujer que tenía mucha experiencia. Su apariencia era de una mujer muy joven, podría decir que estaba en sus 30 veranos, aunque su rostro se ve muy maduro con un rombo en la frente, su cabello estaba atado en dos coletas de color rubio, algo raro. En ocasiones salíamos de paseo los cuatro, cuando no tenía actividad en el cuartel.

Un día de tantos, recibí una misiva por parte general, que necesitaba mi presencia en el cuartel, por lo que me despedí de Hinata y los niños, para trasladarme a las barracas, donde se me eligió a mi compañía para una misión importante: Trasladar al nuevo obispo que vendría de España aquí. Puebla.

Era sobrino de Madara, por lo que me trasladaría a la Villa Rica de la Vera Cruz, donde recogeríamos su ilustrísima; el viaje se llevaría al menos en un mes, donde recorreríamos el mismo camino que Hernán Cortés hasta la cuidad de Tenochtitlan. Así que fui a mi casa y me preparé para salir, despidiéndose de mi familia, aunque un me tiene intrigado el collar que cargaba Hinata. Muchas veces trate de que mi dijera quien se lo había dado, cosa que nunca me dijo, por lo que deje pasar eso y partí a mí destino.

El recorrido hasta el puerto de la Vera Cruz fue sin ningún inconveniente, el día que llegamos, una comitiva nos esperaba para recibir al Obispo que provenía de España, el barco que trasladaba a Monseñor, atracó en el puerto al mediodía. El sobrino de Madara bajo del barco, seguido de un sequito de sacerdotes que haría la labor de Dios en el nuevo Mundo, la evangelización de los indios.

El Obispo Obito Uchiha y su sequito abordaron el carruaje que los trasportarían hasta Puebla. A veces hacíamos paradas en algunos poblados y nos hospedábamos en alguna casa, otras era al aire libre, pero la intensión es que monseñor llegase con bien. Un día, nos encontrábamos cerca de la sierra, faltaba algunos días para arribar a Puebla. Fue bastante agotador el viaje, ese día. No obstante la noche estaba casi sobre nosotros por lo que tendríamos que acampar en medio del bosque, ya que había ningún pueblo cerca, y el próximo era Cholula, un pueblo en el cual, el cristianismo le ganó a la herejía al construir un templo de luz sobre un adoratorio de los indios que vencieron en antaño; sin embargo, nos encontramos en una zona donde aún está la presencia de indios salvajes que han renegado al bautizo. Por lo que debemos de estar atentos de un ataque.

Levantamos un campamento improvisado, preparamos unas carpas para Obito y su comitiva, y dispusimos algunos hombres a realizar guardia, mientras monseñor y otros descansaban para el día siguiente. Ya muy entrada la sombra de la noche, el sitio se encontraba muy tranquilo. No se escuchaba cantar nocturno del bosque. Me encontraba en la seguridad de mi tienda, aunque la inquietud de la zona no me dejaba en paz. No paso más que unos minutos que me sentía así cuando de repente sucedió algo.

El relincho de los caballos, hizo que me despertará. Pareciera como si algo los estuviese incomodando, una presencia. El grito de los hombres tratando de calmar a los animales, hizo que me levantará casi de un salto, cogí mis armas y salí a averiguar lo que sucedía.

Pude ver que los caballos estaban bastantes inquietos, mis hombres trataban de calmarlos, pero era en vano. Es como si algo los inquietará bastante.

-¿Qué sucede?- pregunté al aire, un hombre se acercó a mí, era rubio y con un parche en el ojo derecho.

-Capitán Toneri, los caballos actúan de manera extraña- me contestó, miré y efectivamente, con corceles casi derribaban a los hombres para liberarse –y no sabemos lo que los está espantando- era miedo lo que se podía ver en los caballos.

-¡Capitán Toneri! ¡Por el amor de Dios! ¿Qué sucede?- el escandalo había obligado al Obispo a salir de sus aposentos, ya que no podía dormir.

-No lo sé, su ilustrísima, es como si algo asustara a los animales- dije para que se calmará –tratamos de controlarlos- el Obispo se veía algo enojado.

-Eso espero- ya no contesté más, pues me dirigí con de los hombres para tomar las riendas de uno de los animales y tratar que se calmará. Sin embargo, la fuerza del caballo era mayúscula, ya que casi nos arrastraba. Pero empeoró cuando las hojas de los árboles y sus ramas comenzaron a moverse. El ruido causo que los animales se aterraran más y nos costará mantenerlos tranquilos.

-¡SANTISIMA VIRGEN!- exclamó Obito al ver tal manifestación. Yo lo vi mientras intentaba controlar el animal con el otro hombre.

-¡Monseñor! ¡Entre a su carpa y no salga para nada!- el hombre, que más que eso era un vil cobarde, entró a su sitio y supongo que se dispuso a rezar. El fenómeno se incrementaba, no había viento para que los inanimados arboles adquiriesen vida propia.

-¡Dios mío! ¡Veté Satanás!- el grito de desesperación que lanzó monseñor, hizo que mirase a su tienda y me llevé a desagradable sorpresa... ¡LA CARPA SE MOVIA SOLA! Algo estaba jalando la tela de la carpa donde descansaban el Obispo y sus sequitos, sino que también la del resto del campamento. No solo eso, sino que algo nos arrojaban piedras, como si quisieran que no estuviéramos ahí.

-¡Cuidado!- gritó uno de mis hombres, que tomó un arcabuz cargado y lo accionó -¡Vi algo entre los árboles!- dijo, los demás miraron hacia la espesa oscuridad.

-¡Por allá!- apuntó otro con su dedo y otro arcabucero disparó al inmenso vacío.

-¡Ahí, vi a alguien!- nuevamente dispararon, pero sin atinarle, ya que se hubiese escuchado gemido alguno de dolor, todos estábamos confundidos y con terror. Uno de los caballos relinchó muy fuerte, que empezó a avanzar, Deidara y un chico pelirrojo de nombre Sasori trataban de mantenerlo quieto, pero fue mayor el terror de la bestia que terminó por iniciar la carrera, llevándose consigo a Deidara y a Sasori a la espesura del bosque.

-¡Deidara! ¡Sasori!- grité, pero no me escucharon, ya que sus gritos eran más altos. Poco a poco el fenómeno disminuía y todo estaba calmando, incluso lo caballos.

-¡Señor!- se acercó uno de los soldados.

-Amarren bien los caballos y asegúrense del Obispo y los otros estén bien- ordené al hombre a mi mando.

-¿Qué sucederá con Deidara y Sasori? Debemos ir a buscarlo- el hombre trataba de ir a buscarlo...

-¡NO!- contesté escuetamente.

-Pero... ¡Señor!- su voz era de condolencia por ambos extraviados.

-Es demasiado arriesgado ir por ellos. El bosque está muy oscuro, además los indios pueden rondar el lugar y capturarnos. Pueden defenderse. Mañana en la mañana los buscamos con la ayuda de la luz del sol. Por ahora debemos de concentrarnos en el campamento, que no haya heridos- ordene, el soldado hizo caso y salió corriendo a comunicar mis órdenes. Reordenamos el campamento y todos estábamos en alerta por si los indios nos atacaban.

Al salir el sol, nos dispusimos a ingerir parte de nuestras provisiones, luego desmontamos el campamento y reiniciamos la marcha, no sin antes enviar unos cuantos exploradores por delante para evitar algún encuentro con los indios y buscar a Sasori y Deidara. Durante el camino, no vimos a ningún indio por la zona. Eso me daba escalofríos, ya que no podíamos bajar la guardia. Caminamos un gran trecho y nuevamente nos ganó la noche, por lo que decidimos acampar. No hubo ningún inconveniente como la vez pasada, por lo que descansamos o eso creíamos.

-¡AUXILIO!- escuché el llamado de Deidara -¡AUXILIO! ¡AAHH!- su grito era muy similar a como si lo torturaran.

-¡PIEDAD!- ahora fue el turno de Sasori, quien gritaba de forma doliente -¡POR FAVOR! ¡PIEDAD!- era como si lo torturaran. Me levanté de mi improvisada cama y salí, solo para encontrar a mis hombres con un semblante de horror.

-¡AUUUXLIO!- nuevamente se escuchó a la lejanía.

-¡Sasori! ¡Deidara! ¡¿Dondé están?!- gritó uno de nuestros hombres.

-¡POF FAVOR! ¡AYUUUUDA!- el gritó de Sasori y Deidara provenían de varios lugares a la vez.

-¿Qué está pasando? ¡Dios santísimo!- casi gritó Obitos al escuchar las dolientes e inmisericordes voces de ambos soldados.

-¡AAAHH!- ese grito desgarrador me heló hasta lo más profundo de mí ser.

-¡SANTO CIELO! ¡EN EL NOMBRE DE DIOS ALTISIMO! ¡DEJAS A ESAS POBRES ALMAS EN PAZ!- lanzó su rezó el Obispo, aunque la respuesta no fue la que deseábamos.

-¡Ja, ja, ja, ja!- unas risas se escucharon desde el éter, todos nos quedamos pasmado, algunos temblaban, otros se miraban entre sí, otros cayeron arrodillados al suelo para empezar a santiguarse y los sacerdotes simplemente rezaban para que todo terminará. El silencio llegó, y no se escuchó los alaridos en pena de Deidara y Sasori, no sabíamos de donde vinieron, ni donde estaban. Lo que recuerdo bien son esas macabras carcajadas, que parecieran que se burlaban del intento del Obispo por alejarlas, eran una mezcla entre voces de mujeres y una cavernosa. Esa noche, ningún hombre pudo dormir.

Al día siguiente, avanzamos por la vereda hacía Puebla, aunque había algo que no andaba bien; sentíamos que no avanzábamos nada por el bosque. Había veredas que antes no estaban, caminos que no llevaban a ninguna parte, es como si el bosque se convirtiera en un laberinto, similar al que entró Teseo para matar al Minotauro. Era una encrucijada que no nos llevaba a nada, a pesar de conocer la zona; a veces los caminos nos hacía caminar en círculos, otros nos dirigían a algún sitio desconocido del bosque o nos hacía perder la orientación. Los días posteriores no eran los mejores, ya que éramos asaltados por los hambrientos mosquitos, el incesante frio que se soltaba en las noches y a veces el sofocante calor en el día.

En una de nuestras incesantes marchas, nos detuvimos para descansar. No habíamos encontrado pueblo alguno para refugiarnos de las inclemencias y abastecernos; nuevamente acampamos y tuvimos que racionar lo poco que nos quedaba. Pasamos la noche sin ninguna manifestación; no fue sino al otro día al amanecer, cuando el murmullo de los hombres se hizo presente, haciéndome despertar de mi letargo nocturno. Lleno de curiosidad, me levanté de mi rústica cama y me dirigí a averiguar lo que sucedía. Los hombres se veían consternados, sus rostros reflejaban incredulidad, ya que los murmullos no se hicieron esperar, los sacerdotes oraban por algo que miraban.

-¡Dios Santo!- exclamó Obito, no sabía lo que pasaba, no fue sino hasta que vire mi mirada a un árbol, en el cual se encontraba una suerte de brujería. En las ramas del árbol colgaban una especie de muñecos hechos de varas secas, pero no solo eso, sino que había muñecos hechos de trapo y hojas clavados en los troncos de los árboles, y en el suelo donde está el campamento, estaba dibujado una especie de símbolo satánico, una estrella de cinco puntas con otros símbolos a su alrededor y un ojo en medio de la figura, junto a unas figuritas de barro de un ser alado, y lo que pareciera unas ceras.

Nadie sabía cómo es que apareció todo eso. Ya que no se escuchó ruido alguno en la noche

-¡Brujería!- escuché provenir de uno de los sacerdotes, yo no tenía palabra alguna para decir lo que era. Aunque no creía en eso, pero lo que veía no tenía una explicación. Enojado dije:

-¡Quemad todo!- di la orden a los hombres -¡No dejad nada de esta brujería!- tomé una antorcha y junto a mis hombre, quemamos lo que veníamos relacionado con la brujería, nos hombres borraron la estrella. Solamente quedo las cenizas de esos muñecos del averno. Luego tomamos nuestras cosas y procedimos nuestra diligencia. Tomamos uno de los caminos que nos sacarían del maldito bosque.

-¡Capitán! ¡Adelante hay un hombre sobre el camino!- me dijo uno de mis hombre, efectivamente, delante de nosotros divisamos a un hombre que iba caminando, aunque su caminar era errática, como si fuese un borracho, no acercamos, aunque en mi mente sentía que lo conocíamos, ya que su ropa era parecida a la de nosotros, aunque se veía muy raidas, como si fuese un vagabundo caído en la suerte, aunque nos podría ayudar a encontrar el fin de este infierno.

-¡Disculpad!- me dirigí –nos hemos perdido, ¿Podrías decirnos como salir de este bosque?- el hombre se detuvo, pero algo estaba mal, ya que tenía poco cabello, pero alcance a ver que era pelirrojo, era como si se lo hubieran arrancado de cuajo. Volteó lentamente, solo para ver algo que nos causaría una impresión que causaría un ataque al corazón; el hombre no era más que Sasori, con una mirada perdida en la nada, mantenía una sonrisa insana en su rostro, había rastro de sangre en el cuero cabelludo, ya el pelo fue arrancado desde la raíz con todo y piel. Su piel tan marchita que pareciera casi un anciano y su cuerpo muy desgarbado, como un esqueleto andante. Pero lo que más terror nos lleno era que el propio Sasori estaba enterrándose un puñal varias veces en su vientre, causando que se desangrará, pareciera que disfrutará el hacerlo. Lanzó una risa como si tuviera el espíritu de un niño que reía de una travesura.

-¡Oh por Dios!- dijeron los sacerdotes, quienes empezaban a realizar toda especie de rezo para ayudar a sacar el demonio que aquejaba a Sasori. Los hombres y yo fuimos a detenerlo de estarce lacerando. Nos costó tiempo controlarlo, ya que a pesar de su estado físico, tenía bastante fuerza.

Lo amarramos para luego subirlo al lomo de un caballo, para retomar nuestro camino, no sabemos lo que le paso los días en que estuvo perdido, pero me surge una pregunta ¿Dónde está Deidara?... Llegamos a un claro de que daba a un riachuelo, donde nos asentamos a descansar, tratamos que Sasori nos dijera que le paso y el paradero de Deidara.

-No sé, No sé... ¡Murió! ¡Murió!- era lo que decía -¡Igual yo! ¡Estoy muerto!... ¡Estoy muerto!- eso era mentira, ya que se encontraba vivo.

-¡Estas vivo!- dijo Obito -¡Dios no dejaría a uno de sus hijos morir!- rezó el Obispo.

-¡ESTOY MUERTO! ¡MUERTO! ¿Qué no ven los gusanos? ¡Apesto! Mi cuerpo se está pudriendo... miren, me falta la nariz y un parte de mi carne en mi pierna derecha- parece que estaba ante un brujería muy fuerte, ya que lo veía completo, pero él no.

-¿Que te paso a ti y a Deidara?- nuevamente pregunté, Sasori no contestaba, simplemente balbuceaba cosas que no tenía sentido, solamente decía que estaba muerto. Eso me dejó sin palabras. Decidimos dejar de intentar hacer hablar a Sasori. En el tiempo que estuvimos descansando, no dirigimos al riachuelo a conseguir algo de comida y a saciar nuestra sed; estaba tomando con mis manos la refrescante agua y llevándola a mis labios para aplacar mi sed, cuando vi algo que me dejo helado. La corriente del riachuelo me envió un mensaje de color escarlata.

-¡No puede ser!- gritó uno de los hombres.

-¡Es sangre!- dijo otro con miedo, había un rastro de esa sustancia roja que era arrastrado por el agua.

-¡Id a investigar!- ordené, mis hombres fueron, mientras encolerizado deje de beber el agua, salí del riachuelo y me sequé.

-¡Capitán! ¡Capitán!- gritó uno de mis hombres desaforadamente.

-¿Qué sucede? ¿Encontraron el origen de la sangre?- el hombre estaba pálido, temblando de miedo y su rostro reflejaba terror.

-¡S... sí! ¡Allá! A uno metros, encontramos al... algo q... que d... debe ver- dijo con dificultad, yo molesto me paré de donde estaba y le pedí que me guiará. Caminamos algunos metros y señalo al sitio del descubrimiento. Yo me dirigí y vi a mis hombres impávidos y trémulos, ya que algo fue lo que vieron. Me dirigí a uno de ellos, al igual que el otro me señalo el sitio, sin más dilación volteé. Me arrepiento de haberlo hecho, ya que lo que encontré fue lo que causo parte de mi locura.

El cuerpo de Deidara se encontraba clavado a un cruz de manera invertida a orillas del riachuelo, burlándose de nuestro señor; tenía los mismos símbolos que nos encontramos la vez pasada; su cuerpo estaba lleno de heridas entre cortes, golpes y quemaduras, como si lo hubieran torturado, lo que me impresionó en demasía fue que no estaba su rostro, fue arrancado de cuajo, haciendo que la sangre chorreara hasta el agua. Me acerqué con precaución al cuerpo martirizado de Deidara. La piel del rostro no estaba en su sitio, solamente la carne y calavera expuesta.

-¡¿Quién eres?!- escuché a uno de mis hombres decirle a alguien, por lo que me volteé y lo que vi me dejó con el corazón casi en la garganta... Frente a nosotros se hallaba una tétrica figura, una aparición fantasmal que estaba sobre el agua del riachuelo, se veía como una mujer, aunque portaba un vestido negro que acentuaba su figura a la tentación, lo que más aterraba era su cabeza, ya que era la de un cerdo peludo de los que hay en la zona, con cabello humano. Su mirada era gélida, pareciera como si nos viese como simples presas de caza y sus ojos eran rojos como la sangre. Traía una capa negra que la hacía ver más tétrica la aparición, no podía apartar mi mirada, o fue sino hasta que escuchamos unos disparos.

-¿Qué estará sucediendo en el campamento?- preguntó uno de los hombres, yo también quisiera saber.

-¡Rápido, vayan!- les dije, ellos hicieron caso más por miedo que por orden, por lo que salieron corriendo, cuando posé mi vista en esa visión de ultratumba, ya no había nada, más que el riachuelo. ¿Acaso habrá sido una impresión causada por lo de Deidara y Sasori? No lo sé, así que decidí regresar al campamento de inmediato.

Mi sorpresa al llegar fue que dos hombres estaban tirados en el suelo, uno de ellos era Sasori, que por alguna razón lo desataron y presentaba un agujero en la cabeza, mientras que el otro hombre era uno de mi edad, quien estaba sobre su propia sangre. Les pedí a mis hombres que me dijeran lo que paso. Por alguna razón que ellos desconocen, Sasori se desató y entró en un estado de locura extrema, tomando la daga de uno de los soldados amenazando si se acercaban, uno de ellos se acercó a desarmarlo, pero el Sasori fue más rápido y lo termino por degollar de un solo movimiento. Como defensa, uno de los arcabuceros le disparo en la cabeza, dejando la escena tal cual llegamos. Pasaron los días y habíamos enterrado a los hombres, el Obispo realizó una misa improvisada para despedir a nuestros compañeros caídos. Fue uno de los días que marcarían mivida para siempre.