NDA: Los personajes aparecidos aquí no son de mi propiedad. Sus derechos van a Rockstar y sus respectivos creadores de la saga GTA.

—¡Te digo primo! Deberíamos salir a ese club de striptease del que te conté ayer. ¡Los senos de mujeres americanas son los mejores! Puede que sean plástico debajo de la piel... y algo falsos... ¡Pero son redonditos y muy suaves! —

El primo Roman empezó a contar de cómo gastaba el dinero de su trabajo en ir a los bares más baratos o contratar bailarinas que con sólo mostrarles un billete harían cualquier cosa.

—Roman... no tengo tiempo para eso —Respondió Bellic sin muchos ánimos. —Debo... atender ciertos asuntos.

—¿Qué es ésta vez? ¿Robar automóviles? ¿Distribuir droga para LJ?

Empezó a reírse ya que estaba borracho.

—No, Román. ¡Y habla más bajo! No sabemos quién nos puede estar escuchando... —El hombre serbio bebía algo de coñac que le fue servido por el mesero del fallecido Vlad. —Da igual. Voy a tomar algo de aire.

Él abandonó la taberna y salió a las frías calles de Liberty City. Podía sentir cómo el aire helado penetraba su chaqueta de cuero marrón y tocaba su piel.

Casi tan fría como la de susodicho ambiente que le recordaba los campos de una guerra a la que nunca se alistó.

Caminó.

Vió en las banquetas hileras de prostitutas que se le insinuaban o que sin pudor le decían cuánto cobraban una noche.

También observó a los borrachos que cayeron desmayados al suelo, atrapados en un mundo de fantasía y agarrados a su botella de alcohol tan fuerte como si su vida dependiera de ello.

Y los sujetos fumando cigarros.

Cigarros mágicos, con grandes cantidades de algo que él sabía era marihuana.

Niko se dió cuenta que salió de un infierno para entrar a otro, sólo que uno ocultaba sus verdaderas intenciones con carteles publicitarios, automóviles caros y gente falsa que inconscientemente hacía todo lo que alguna vez repudiaron.

—La vida es una mierda —Se empezó a reír al decir esa frase.

Bellic empezó a creer que el dios de la esposa de Faustin lo estaba castigando con ese supuesto regalo.

Y quizás era así.

Tal vez Dios lo condenaba a lo que más odiaba, por eso Dios lo obligaba a levantarse todos los días y volver a ensuciar sus manos con sangre que ni siquiera le pertenecía.

Una vez Niko intentó matarse, cuando las olas malditas querían tragarse su cuerpo.

Por un momento iba a dejar que el agua y él se hicieran uno.

Hundirse.

FINALMENTE tocar fondo.

Pero luchó.

Se aferró a aquello que tanto despreció y salió a flote.

El guapo hombre serbio sacó de un bolsillo de su chaqueta una cajetilla de cigarros y encendió uno.

Fumaba. Dejaba que el tabaco desapareciera junto con el aire, que no hubiera rastro de él tras ser expulsado de la sucia boca de Niko.

Él por un momento deseó ser aquél humo que no tenía nada de qué preocuparse, de quien no tenía a nadie atrás para dejar que se preocupara por él.

Le había perdido el miedo a subirse a las orillas de los puentes y caminar, a veces cantar.

De mirar abajo y ver que lo esperaba el agua negra, iluminada apenas por la luna llena.

Niko regresó a la taberna y se encontró a su primo ebrio; estaba acostado en un sofá con los pies descalzos al aire. Tampoco tenía el reloj que le había regalado la semana pasada.

Hasta le habían quitado un collar.

—¡Otra vez te robaron gordo idiota! —Niko tomó el licor que Roman había tomado y se lo echó en la cara. —¡¿Ahora qué apostaste, maldito ludópata?!

—Eh... cuántos vacitosh podía... tomar... ¿Cuántos bebí?

—¡Apenas cuatro, tonto!

—Oh diablos... al menos... ¿Y mi collar? ¡¿Dónde está mi puto collar?! ¡Esos pendejos me robaron! ¡Me robaron, Niko! ¡He sido ultrajado!

—¡Por imbécil! ¡Ya vámonos!

—Bueno primo. Ya haremos otra visita a éste agradable lugar.

Niko sonreía entrecerrando los ojos. Estaba furioso.

—Claro...