Es suyo, Lady Yuuki…

Si esa inocente declaración, hubiera terminado solo con la entrega de tan fino obsequio…

Pero el silencio y la forma tan única en la que aquel misterioso lord de cabello oscuro le atraía, no le habría sorprendido con su actuar inesperado, no hubiera terminado irrumpiendo en la mansión del gran y esplendido duque Akihiko, de la forma escandalosa como se dieron los hechos.

Estar en los brazos de un hombre al que apenas conocía y no se llevó una respetable primera impresión, como cualquier otro caballero, ahora bajo la pena que le invadió no pudo ceder.

••

••

—Es suyo, Lady Yuuki.

La joven abrió grande los ojos ante la declaración dada, negando torpemente con su cabeza.

—Debe haber un error, milord —estiró sus manos devolviéndolo, el objeto chocó contra el duro pecho masculino —Claramente esto le pertenece.

No hubo muestra de enojo por parte del lord ante el leve desaire, todo lo contrario, una expresión melancólica se dibujó en su semblante.

—Es un obsequio —miró hacia un costado cuando se lo dijo.

—¿Qué? —insistió en empujar levemente la caja —No puedo recibirlo.

—Por supuesto que puede —Uno de los dedos de Kazuto, tocó suavemente el objeto —Me recordó a su cabello —le explicó, por alguna razón aun no le veía a los ojos, le evitaba.

—Aprecio mucho este detalle pero ¿A qué se refiere? —preguntó asombrada, era la primera vez que se veían, no podía ser cierto que él hubiera venido a ese lugar solo para entregarle un obsequio que, según sus palabras, le recordaba a alguna parte de su cuerpo, cuando ni siquiera le conocía.

—Es del mismo color —siguió tocando ese punto incierto en la madera —Ábralo.

No sabía por qué, pero las palabras casi sin sentimiento del lord, incitaban sus sentidos a obedecerle, sentía que no le decía como una orden. Kazuto ahora se encontraba viendo la esquina superior de la caja, como indicándole que se apresurara.

—Está bien —argumentó con aire vencido. La sonrisa del joven se amplió.

Con su ayuda, pues fue él mismo quien sostuvo la madera, ella adentró sus manos para tocar con la punta de sus dedos aquella fina pieza de porcelana. Esta brillaba cual tesoro, escondida entre la cobija de heno la que evitaba sufriera algún daño, con delicadeza intentó sacarla a la luz indemne. Era pequeña, delicada. Tal y como lo pensó.

Con sumo cuidado terminó de extraer la taza, el color blanco añejo, decorado con pequeñas flores carmesí, llamó su atención de inmediato. Sonrió tímidamente al notar que, ciertamente se parecían a su cabello, sin conocerse el lord había acertado en esa comparación.

—Es hermosa… —susurró cuando de manera más minuciosa la estudió —Es de la dinastía Ming, ¿verdad? —dejó de apreciar la diminuta taza en sus manos para ver a los ojos al lord, quien desvió la mirada rápidamente, algo que hizo aumentar su curiosidad del porqué sus oscuros ojos le rehuían.

—Exacto—la sonrisa encantadora que destelló en el rostro masculino le maravilló.

—Tiene un buen gusto milord —su dedo índice acarició el borde de la porcelana, sintiendo los leves raspones de siglos de antigüedad —Tiene un gran valor, es única diría yo, un gran tesoro, muchas gracias.

—Lo cree así —habló en casi un susurro —¿No hubiera preferido un diamante o viajar a la temporada de París? Tengo entendido que se ha vuelto popular la moda occidental, entre las jóvenes de Tokio.

Asuna negó rápidamente, a lo que el joven lord mantenía floreciendo cada vez más la sonrisa en su rostro.

—La invaluable historia y la fina porcelana vale más que una infinidad de joyas o un pedazo de tierra —dijo sincera —A pesar que soy una dama, entiendo lo valioso que es este obsequio, muchos no lo ven de esa forma, pero yo… —se detuvo dubitativa y en su lugar, abrazó el delicioso objeto —Muchas gracias milord, lo atesoraré por siempre.

—Esta es solo una de muchas —se apresuró a agregar —¿Puedo mostrarle mi colección?

—¿También tiene una? Yo he visto la de lord Sugou —parpadeó al notar la mueca de dolor que apareció en el rostro del escucha.

—Él ni siquiera sabe de porcelana…

—¿Cómo? —pero este no le respondió, seguramente para darle espacio a que continuara— Pues tiene una colección pequeña, pero maravillosa… Y sonará tonto, pero cada vez que veía alguna de esas piezas, me sentía transportada a la antigüedad, pensar que algún emperador chino sostuvo una de esas tazas en sus manos es… increíble. Mi padre… —hizo una pausa sonriendo tristemente —Tenía fascinación por el arte antiguo, creo que he heredado un poco de su apego hacia ello. Y esta taza ¿conoce su historia? —con sus labios rojos besó el borde, con una sensualidad que no sabía que tenía, ni era propia de ella.

—Fue el regalo del emperador Yongle a su esposa Xu Yihua, una de las emperatrices más amadas de su era…

—¿Espera que le creas que esta pieza milenaria perteneció a una emperatriz?

—Fue una prueba de amor leal —le dijo como si recitara algo que aprendió de memoria —No puedo mentir, así que tendrá que creerme.

Ella observó con más fascinación el recipiente —Pues, es una historia muy romántica, milord —sus mejillas se encendieron —Un hombre que consigue algo de singular belleza para dársela a quien ama… —De pronto se detuvo, desconcertada ante lo que acababa de decir. Sus labios temblaron, pero volteando a verlo a él se dio cuenta que no había comprendido sus palabras. Ciertamente era un tipo singular

Kazuto notó el tono escarlata en la piel de la dama, casi igualaba a su cabello… y a las llamas que lamían las paredes exteriores de la pieza…

—Entonces ¿Le gustaría ver mi colección?

—¡Sería un placer! —el ánimo en su voz hizo que el lord de cabellos oscuros, la tomara de la mano. Acción que la sorprendió.

Sin decir palabras, Kazuto la jaló sin dañarla hacia las afueras del recinto. No sabía que estaba pasando y dudaba si preguntar sería descortés en estos momentos. Se dirigieron hacia la calle, donde pocos carruajes circulaban por la carretera empedrada.

—Espere milord, ¿se refería en este momento? —gritó un poco escandalizada al comprender las intenciones del caballero, quien con la mirada buscaba un carruaje de alquiler.

—Sí, no tiene nada de malo —sin soltarla continuó guiándola, no comprendiendo porqué la dama no estaba de acuerdo.

El terror se apoderó del cuerpo femenino, la idea de ir a una casa ajena, con un hombre que no era su prometido, y que ni siquiera conocía, no sería bien visto por la sociedad.

Los medios, no dejarían pasar la oportuidad de hacerse eco del escándalo del siglo, publicando alguna noticia amarillista en todos los periódicos de Japon. Sin duda, ella pasaría sin pena ni gloria como la heredera anónima que era, pero el centro de la atención se lo llevaría el joven lord que no soltaba su mano. Kazuto, el hermano del duque más famoso y rico del país… era ilógico que debido a su alcurnia pasara desapercibido. Ya se imaginaba los titulares: ella y él en primera plana de la edición matutina.

—Espere por favor —suplicó, ya no sabía qué decir o cómo detenerlo.

Kazuto no mostraba ademán de dejarla ir, parecía dispuesto a raptarla esa misma noche, algo que hacía que el pecho de Asuna se apretara, no de miedo, sino de otro sentimiento que activaba su corazón de alguna forma.

—Milord, deténgase, necesito regresar —insistió.

Sin responderle alzó su mano y un carruaje se detuvo frente a ellos.

Se vio obligada a abordar el vehículo, seguida de su captor que continuó sumido en el silencio, cuando la puerta se cerró de un suave golpe.

Asuna aferró más la porcelana en sus manos, llevándosela al pecho, cuando de manera lenta el transporte empezó a moverse… ya no podía escapar, ni podía gritar a la espera de que alguien llegara a rescatarle.

Sería secuestrada esa misma noche por lord Kazuto Kirigaya, el demente hermano menor del poderoso duque Akihiko, que con esa monótona mirada estaba sentado frente a ella…

••

••

El viejo mayordomo que les abrió la puerta trató de no mostrarse demasiado asombrado, mantuvo su actitud leal cuando su amo entró jalando a la joven de vistosa cabellera, quien parecía excesivamente nerviosa al adentrarse sin invitación a la mansión del poderoso duque.

Amigo de su difundo hermano en la universidad, no había tenido la oportunidad de conocerlo en persona, lo poco que supo de él fue cuando le mostró sus condolencias y la tomó bajo su ala tras el fatal suceso que le quitó a su familia. Si Akihiko necesitaba comunicarse con ella lo hacía a través de su secretario personal, y ahora a través de su hermano menor: Eugeo, gracias al lazo que tenía con Alice. Conocía de nombre a Kazuto, aunque nunca le había visto hasta el momento.

El vestido negro que llevaba puesto esa noche, era muestra del luto que todvía estaba atravesando quizás debió recordar eso antes de lanzarse a tamaño aventura.

—No quiero que nos molesten.

Kazuto le ordenó al anciano con voz seca, por lo que el mayordomo de avanzada edad, indeciso de intervenir por alguna razón, simplemente le reverenció con el respeto que se merecía cuando pasaron delante de él y se dirigieron por las escaleras hacia una de las inmensas alas con las que contaba la casa.

—Milord creo que no es una buena ocasión —intentó protestar, pues no quería toparse con el duque en el trayecto.

Conocerlo en tan impropias circunstancias no era su deseo y menos si el hermano menor era el autor intelectual de secuestrarla del teatro, donde debería de estar con su prometido.

—Akihiko no está aquí, siempre está ocupado.

Un poco de alivio llegó a ella, al menos no le daría una mala impresión al noble. No se imaginaba que pensaría por dejarse llevar tan fácil por un hombre al que ni siquiera conocía.

Asuna estudió con interés el extenso corredor por el que pasaban, mientras intentaba tomar rapidas bocanadas de aire para tratar de tranquilizarse. Las paredes estaban llenas de cuadros, todos firmados por el esposo de Alice, el artista Eugeo, quien era una amable y encantadora persona, su amiga tenia suerte de haberse casado con un hombre muy bueno y atento, que cuando la miraba con sus ojos verdes semejantes a la turquesa, parecían brillar de amor, la mirada de enamorada de su amiga le decía en forma silenciosa cuan feliz era.

Mentiría si decía que muy en el fondo, esperaba que su futura vida marital fuera igual de feliz que la de su querida amiga, quien siempre le mostró su apoyo.

—Mi prometido debe estar preocupado —susurró al pensar que si deseaba tener un matrimonio bonito, fugarse con otro hombre en medio de la noche no era lo más indicado.

El agarre en su mano se estrecho más, provocándole un poco de dolor, ante la rudeza que se manifestó por unos segundos en el joven lord.

Se detuvieron frente a una puerta, hecha de ébano, que combinaba con todo el entorno, abrumaba de lujo desmedido, uno que Asuna no había visto, ni en el tiempo que estuvo en América.

—Casarse con Nobuyuki la arruinaría —le soltó.

El par de ojos plata no la veía a ella directamente, pero la lejanía que mostraban sus ojos, no le hizo sentirse enojada por la osadía dicha hacia su prometido: un hombre bueno y amoroso, que siempre le trató de una manera cortés y respetable.

—¿Cómo puede estar seguro? —se limitó a contestar.

Estaba segura que ellos no se conocían tan profundamente como para opnar algo semejante. Luchó contra su temperamento para mantenerse serena.

—Él la hará infeliz —se llevó dos dedos a su sien y se frotó distraídamente mientras abría la puerta e ingresaba de manera apresurada, como si buscara adentro el analgésico que acabara con esa malestar que sufría.

Esa acción de nuevo. Asuna distinguió el dolor que le aquejaba.

Sin esperar invitación le siguió, preocupada al verlo sufrir de esa tortuosa maneara. La delicada taza aun descansaba en sus manos, le había gustado mucho que no deseara soltarla, era un obsequio con una hermosa historia que le hacía sentirse atrapada en la misma… aunque no entendía porqué justamente ella era la destinataría de tan lujosa pieza...

—Milord, espere un minuto —gritó, al superar la conmoción ante la repentina molestia que le aquejaba —¿A qué se refiere? —esperaba que se explicara y aclarara porque decía que había hecho una mala elección al prometerse con lord Sugou.

No hubo respuesta, solo veía la espalda fornida de Kazuto caminando en la penumbra, a falta de una lámpara de gas que iluminara la habitación, donde apenas la poca claridad de la luna que se filtraba en las cortinas le permitía ver dónde poner sus pies. Con cuidado de no tropezar y en un descuido botar y para su desgracia romper su recién adquirido regalo, le siguió a paso lento hacia la otra puerta que conectaba a otra habitación, que parecía ser el estudio del de cabellos negros.

—Nobuyuki solo quiere su dinero —dijo, cuando encendió una lámpara.

—Eso no puede ser posible —se apresuró a decir cuando le dio alcance —Lord Sugou no es ese tipo de hombre, —le defendió —Es un Vizconde, no necesita mi dinero.

Si bien el dinero que heredó tras la muerte de su familia no era mucho, sabía que muchos caballeros estaban dispuestos a cortejarla para hacerse de esos fondos. Pero Sugou era diferente, le conocía desde hace años y nunca mostró interés en algo como eso.

—El titulo es lo único que le queda, —su monótona voz resonó fuerte en la silenciosa habitación —Desde hace tiempo ha perdido la mayor parte de su fortuna en mujeres y apuestas —informó sin interés alguno, mientras se daba la vuelta —Casarse con usted es lo que le salvará de la ruina.

La dama abrió grandes los ojos, no sabía ese detalle, una cólera exhorbitante le invadió, creía en las palabras de Kazuto, no parecía que le estuviera mintiendo.

Además cuando le preguntaba sobre sus negocios él cambiaba el tema súbitamente, pero no parecía tener problemas económicos.

—No puede ser cierto, Lord Sugou nunca, —no lo podía aceptar tan fácil —Se atrevería a casarse conmigo solo por dinero…

—Sí lo haría, es capaz de otras cosas —agregó sin siquiera verle, pero la insistente mueca de dolor seguía presente en él, ya no era una simple jaqueca. Parecía una migraña en toda extensión —Además es muy vulgar y su mirada muestra que le interesa más el deseo carnal, que el bienestar de una dama, es un mal partido.

Antes de que pudiera responderle le vio caminar, reprimiendo la incomodidad de su rostro, hacia una vitrina de buen tamaño, de donde tomó una de las múltiples tazas que reposaban en el mueble, acarició la porcelana con gran devoción, como si fuera algo extremadamente preciado, logrando que su mal humor desapareciera, la admiró por varios segundos, embelesado por su belleza e historia.

—Esta tiene grabado de dragones dorados, muy buscado por los coleccionistas, al ser el símbolo de autoridad imperial, el trono imperial era llamado, trono de dragón —le explicó suave y se acercó a ella ofreciéndole la taza que le había calmado.

No muy convencida dejó la de grabados floral sobre el escritorio, para tomar con gracia el ofrecimiento de lord Kazuto que cambió de tema seguramente para que superara el shock, que había sufrido por los sobresaltos al enterarse de la verdad que aun no procesaba.

—Tiene razón, es diferente al resto, es la primera vez que veo una con esta clase de dibujos ¿Son difíciles de encontrar? —habló con poca fluidez al recordar las palabras de su difunto padre, quien mostraba interés por esas culturas.

—Sí, son bastante huídisas. Los coleccionistas no las sueltan tan fácil, pero tengo tres más, con grabados similares, están en mi casa en las afueras de la ciudad —resonó su voz, muy cerca de ella, algo que le hizo pegar un pequeño brinco.

—¿No vive aquí? —preguntó, la pena en su rostro se manifestó de manera lenta al tenerlo a pocos centímetros de ella.

—Esta mansión es de Akihiko —confesó, alejándose repentinamente, algo que Asuna agradeció —, le dio un ala de la mansión a Eugeo y otra a mí, podemos venir cuando queramos y tener nuestro propio espacio, sin que las visitas del otro nos molesten.

Trajo consigo otra de sus tazas, esta se la llevó al rostro y aspiró el limpio aroma de la porcelana. El tono carmesí en las mejillas de Asuna aumentó al recordar que hace un par de horas, había hecho lo mismo con ella.

—¿Y tiene muchas visitas a menudo? —preguntó apenada, tratando de olvidar ese peculiar saludo en el teatro.

—Usted es la primera —su voz salió algo amortiguada porque aun se encotraba la porcelana en su nariz.

Asuna se sintió avergonzada por hacer esa pregunta tonta que seguramente le había ofendido, aunque no mostraba que fue así. Era más que obvio que alguien a quien la sociedad calificaba como un demente, no tuviera visitas.

—Me siento honrada de que sea yo su primer invitada milord —agregó triste al pensar cuan solitario era, su acompañante no pareció entender su aflicción.

Pero Kazuto no parecía estar poniendo atención a lo que decía, seguía mirando las piezas del anaquel con profunda seriedad. Finamente se volvió a ella —Esta le perteneció al secretario de la corte del emperador, Zhang Juzheng quien fue capaz de crear alianzas y controlar todo a beneficio del imperio, tras su muerte nadie logró que su trabajo se mantuviera y se formaron dos grupos rivales —bajó la taza y la puso en las manos femeninas.

—Es una interesante historia —se limitó a contestar —Pero regresando al tema anterior… —respiró profundo al sentirse preparada para continuar —Me gustaría escuchar más de lo que sabe de mi prometido.

El disgusto en el rostro del lord se volvió a manifestar, pero esta vez no pareció sentirse preso de una jaqueca, quizás se debía a que veía con gran interés como ella sostenía la porcelana en sus manos.

—Es un adultero, que muy pronto vivirá en la miseria —levantó la mirada que se posó en el cabello de la dama —La fortuna que heredara al casarse con usted, Lady Yuuki es lo que le salvará, pero lo malgastará y le hará vivir de la caridad, eso si no escapa dejándola sola.

—¡No puedo creer que sería capaz huir y abandonarme! —gritó enfurecida, por conocer la máscara de caballero respetable que Sugou usaba.

Los profundos ojos acerados del lord se mantenían tan hipnotizados en su cabello que no estaba segura si le escuchó.

—Que su familia haya desaparecido, fue su tabla de salvación así se aprovecharía de la amistad que poseía con su hermano y lo poco que se conocían —la idea de enroscar los dedos a sus cabellos pasó por la cabeza, haciendo que su mano se elevara en busca de cumplir ese deseo.

—Le creó —la mano del joven se detuvo —No sé porque, pero siento que lo que me dijo es verdad —confesó.

—Yo no sé mentir —una media sonrisa se formó en el rostro del joven.

—Ya me he dado cuenta milord —una carcajada divertida acompañó su declaración al verlo aun con la mano a medio camino a atrapar de nuevo su cabello —Gracias por decirme todo, no me casaré con Sugou, romperé el compromiso y buscaré a otro caballero.

—Gracias a que Akihiko compró varios de los inventos de su padre y hermano su fortuna se ha duplicado por lo que muchos cazafortunas irán tras de usted —ni siquiera la veía a los ojos al decir esa declaración, que incluía al duque.

—¡Quiere decir que ahora no podré casarme nunca, gracias a la virtuosa acción del duque! —exclamó un poco enojada, pues no era tonta y comprendió de inmediato que ahora todos los caballeros que se acercaran a ella, le buscarían por su dinero.

—Puede casarse conmigo —ofreció bruscamente, sin quitar la atención de su cabello.

Sus manos temblaron nerviosas, soltando en el desaire la costosa porcelana de su acompañante, un grito quedó atorado en su garganta cuando, a poco de chocar contra el piso, los rápidos reflejos de Kazuto lograron evitar la tragedia.

—¿Qué ha dicho? —trató de no tartamudear al sentirse demasiada apenada, por estar a punto de cometer una ofensa y porque se sentía aturdida ante la repentina propuesta del taciturno muchacho frente a ella.

—A mi no me interesa su fortuna, así que se puede casarse conmigo —acunó la taza en su fuerte mano.

Asuna parpadeó un par de veces para tratar de procesar sus palabras, ni siquiera sabía qué responder. Cualquier joven en su posición se desmayaría de placer por obtener una proposición de uno de los mejores candidatos de Japón. Pero ella no era como el resto de las damas de sociedad; había ido a una academia de señoritas porque era lo que se esperaba que hiciera. Pero tenía una mente ágil, y demasiado libre y soñadora para la época. Pensaba casarse porque era lo que su protector, el duque, decidió. Pero desde su encuentro con el hermano menor de éste, su lado rebelde y aventurero había vuelto a resurgir, y si era cierto lo que decía de lord Sugou, no pensaba seguir con él.

Ahora repasaba la sorpresiva propuesta, y se sorprendió cuando la idea no le desagradó del todo. Aunque no sabía si él lo hacía solo por piedad, al verla desilusionada por quizás nunca contraer nupcias con alguien que le amara, o en verdad estaba loco en proponerle matrimonio a una dama sin haberla cortejado antes.

—Milord, ¿Por qué se casaría entonces conmigo? —preguntó en un hilo de voz, esperando una respuesta que justificara la tibia sensación que revoloteaba en su pecho.

Sinceramente no creía que él estaba loco, solo que quizás era más silencioso que los hombres que conocía. Decía cosas que por momentos le recordaba a su padre que era un gran soñador. Y luego, estaba ese detalle de que nunca la veía a los ojos, como si sostener sus irises fuera algo malo, ruin, pero cuando ella desviaba la mirada, sentía las aceradas pupilas masculinas recorriéndola como una llama constante. Claramente, Kazuto no estaba loco, de otra forma Alice nunca se lo hubiera presentado, y era evidente que la rubia lo adoraba. No era un demente, no. El menor de los Kirigaya era un atrayente misterio que por un leve segundo deseó resolver.

Nunca había conocido a nadie igual. Pero... lo publicado en los periódicos, cuando mostraban el asilo para dementes y todos esos seres sin alma que lo poblaban… No. Kazuto no podía ser uno de ellos.

—Su cabello es lava, si dejo que se despose con Nobuyuki dejará de arder, además sus ojos también son muy bonitos.

—Ni siquiera me ha visto a los ojos —balbuceó avergonzada por la razón expuesta, no era motivo suficiente para hablar de una boda.

En parte Asuna se sentía decepcionada, pensó que le confesaría con gran devoción que se había enamorado de ella a primera vista, que su belleza y carisma le habían atrapado para actuar de manera apresurada para tomarla y hacerla feliz por el resto de su vida. Pero nada… Kazuto no mostraba ninguna clase de sentimiento arrebatador, más que la forma monótona en la que expuso sus palabras.

—También quiero acostarme con usted —colocó la taza, junto a las otras sobre el escritorio.

—No comprendo a que se refiere milord —rió con obvia inocencia.

¿Quería que se tumbara junto a él? ¿Como cuando de pequeña se acostaba en el cesped junto a su padre y hermano para admirar el cielo, mientras su progenitor le explicaba como algún día podría inventar un aparato para poder surcar en los cielos?

—Quiero hacerla mía Lady Yuuki, y todo lo que eso conlleva, desde el aspecto físico e institucional… — la joven parpadeó sosprendida, por lo que él se le acercó hasta que casi pudo susurrar en sus oídos —Quiero hundirme en su interior y verla arder como las llamas de su cabello… Quiero degustar su piel y aquellas zonas de su cuerpo que esconde bajo el vestido… —notó la calidez inusual en las mejillas femeninas —Hasta estar dentro de ti...

Las manos de Asuna fueron directo a taparse la cara, sintiendo la pena y vergüenza arder en sus mejillas, cuando comprendió la profundidad de la declaración anterior. Lord Kazuto quería quitarle su honra, se lo dijo directo y sin titubeos, como si no fuera un escándalo lo que estaba planeando hacer.

Cualquier dama se hubiera desmayado por la indecorosa propuesta, ella misma sintió como la fuerza en sus piernas le abandonaba por unos segundos, pero se mantuvo firme para no caer inconsciente en el suelo.

—No es caballeroso que le diga eso a una dama de manera tan directa, milord —balbuceó ofendida, en la academia de señoritas le habían enseñado lo justo y necesario sobre la vida marital. La noche de bodas era un tabú para la gran mayoría de las pupilas, aunque no tanto para ella gracias a su amiga Alice. Sin embargo, su propia institutriz había hecho énfasis una y otra vez que no debía permitir que alguien se propasara con ella de niguna forma.

—Por eso quiero casarme con usted —su atención se mantenía absorta en el pecho de Asuna, que subía y bajaba en suave sesiones al respirar con dificultad —No puedo manchar su reputación, tomándola sin casarnos primero.

—¡Solo se quiere casar conmigo para llevarme a su cama! —gritó escandalizada. Su corazón no paraba de latir, todo lo contrario de sus acciones.

—Si eso deseo —la profunda voz de Kazuto resonó en sus oídos —Quiero llevarla a mi alcoba, y encadenarla a mis sábanas, a mi cuerpo...

Estaban tan cerca el uno del otro que podría tomarla en ese momento si quisiera, la rítmica melodía en su pecho no se detenía.

—No debe de hablar de manera imprudente —repitió, tratando de controlarse ella misma. La razón le decía que saliera huyendo allí, pero aquella parte curiosa, y el misterio que el joven lord de ojos plata le inspiraba, la obligaba a mantenerse clavada en ese lugar, oyendo las frases indecorosas que estaban más estipuladas para una amante que para una futura esposa —El matrimonio es algo serio —eso era lo que creía — Pero si le dijera que acepto, ¿qué haría después de cumplir su deseo? —le preguntó aguantando la vergüenza de tocar ese tema —¿Se divorciaría de mí para buscar otra esposa?

—Pienso acostarme con usted más de una vez, muchas veces en realidad —dijo, mirándola fijamente a los ojos por un fugaz segundo.

La boca de Asuna quedó ligeramente abierta ante la magnitud de aquellos hermosos ojos plateados, pero el contacto duró apenas un suspiro, de pronto estaba más concetrado en sus cerámicas que en ella. Aunque no se sentía lo suficiente ofendida como para darle una bofetada y salir huyendo, al contrario; era consciente de que si en verdad deseaba deshonrarla, podría hacerlo en esa ala de la casa con toda impunindad, y sin que nadie se enterara. Pero el joven esperaba su respuesta, como si estuviera convencido de que ella aceptaría tamaño de proposición.

—¡E-eso no es algo que deba decir tan a ligera…! —replicó finalmente moviéndose algunos centimetros de su proximidad.

Pero él la detuvo bloqueándole el paso como si adivinara sus pensamientos —No puedo mentir, lady Yuuki, quiero que sea mía —ubicó los brazos de tal forma que la inmovilizó sin tocarla —Esta misma noche puedo conseguir a un Obispo que redacte un acta especial para casarnos.

—No por favor —le detuvo poniendo sus manos en el fuerte pecho masculino.

—¿No quiere? —no parecía desilusionado sino más bien desafiante.

—No es eso milord —sus manos apretaron la ropa de Kazuto, quien dio un otro paso hacia adelante, acorralándola por fin contra el escritorio —Apenas nos conocimos hoy, aun estoy comprometida con lord Sugou y lo más importante sería un matrimonio sin amor...

—Amor… —posó sus fuertes manos sobre las de ella, quintándolas con cuidado, mientras acercaba su rostro al cuello femenino, que convenientemente estaba cubierto por la tela del vestido, que dictaban para las damas en luto —Yo no puedo amar, es imposible que lo haga.

—¿Qué no puede amar? —su cuerpo tembló cuando Kazuto subió sus labios hasta llegar a su oído.

—No sé amar y nunca podré hacerlo, Akihiko lo ha dicho también —jaló los cabellos de Asuna, cuando su rostro busco el suyo —No puedo mentirle diciendo que algún día le entregaré mi corazón, o alguna declaración semejante, porque es imposible, no quiero ilusionarla. No tengo sentimientos, los locos no los tienen.

—Todos podemos amar —su temblorosa mano se posó en la mejilla de Kazuto, para consolarlo, acariciándolo suavemente —Milord, usted no está loc. Si eso es lo que piensa…

Su voz quedó ahogada en un pequeño jadeo cuando la lengua del joven le lamió la redondez de su mejilla, la acción se repitió en varias ocasiones, donde Asuna cerró los ojos al no saber cómo responder. Sentía un ardor en todo el cuerpo, una calidez que le hacía disfrutar de lo que sea que él estaba haciendo. Se permitió rodearle el cuello, acción que no pareció molestarle al joven que seguía disfrutando de besarle la mejilla con su lengua, por lo que se aferró a él con fuerza.

Kazuto buscó sus inexpertos labios, luego de saciarse de su piel y los atrapó en un beso, el cual Asuna torpemente quiso evitar pero al final los labios diestros de su acompañante le terminaron por instruir como debía de participar en la caricia.

Con facilidad Kazuto la abrazó, levantándola del suelo. Colocó sus manos en el trasero de la muchacha, el cual acarició a gusto sobre la sedosa tea de la falda, mientras ella se entregaba por completo a él. Su diestra lengua se apoderó de la deliciosa boca femenina, arrancándole un jadeo involuntario, cuando abruptamente ingresó su lengua para danzar con la de ella.

—¡Kazuto!

El grito alarmado del hermano rubio que sin previo aviso salió de las sombras les hizo separar sus bocas.

—¿Kazuto que estás haciendo?

La sorpresa e ira combinadas en la voz fatigada del de ojos verdes pálidos, que había corrido hasta ese lugar, no daba cuenta de lo que sus ojos vieron cuando ingresó apresurado al estudio de su hermano menor.

Asuna se ruborizó de golpe, al ver al rubio atónito, con esa mirada enojada, una que nunca le había visto. Intentó bajarse de esa extraña posición que habían logrado pero Kazuto se mostró seguro de no dejarla ir aun.

Ignorando la intromisión de su hermano mayor, buscó de nuevo los labios femeninos, para continuar besándolos, esta vez con fiereza. Aunque la castaña se negó a continuar con la caricia, de igual forma el joven lord la saboreó a gusto, antes de sentirse satisfecho y bajarla con cuidado.

—¿Qué diablos Kazuto? —masculló Eugeo, pasando su mirada de la ruborizada Lady a su hermano que silencioso parecía tan tranquilo, viendo el techo del lugar.

—Esto es muy vergonzoso lord Eugeo yo simplemente…

—Lady Yuuki un carruaje le espera afuera —le interrumpió con rudeza —Su prometido —resaltó haciéndole recordar su posición —Está muy angustiado por su repentina desaparición, y ¡Dele gracias a mi esposa, que dotada de encanto y gran insistencia persuadió a lord Nobuyuki para no acompañarme o estriamos hablando de un duelo justo ahora!.

La joven parpadeó apenada por el escándalo que armó, dudó si disculparse con el rubio sería adecuado o simplemente debía irse en silencio para no enfadarlo más. Se acomodó su vestido que por ese abrazo en los aires se había desalineado.

Reverencio a lord Eugeo y empezó a caminar con rapidez para no abrumarlo más, pues su atención estaba expuesta en su hermano y no en ella.

—Lady Asuna —le detuvo el de cabellos negros, a lo que ella volteó indecisa si era lo correcto —Esto le pertenece —le acercó la porcelana que causó gran escándalo.

—Muchas gracias milord —se limitó a contestarle, mientras tomaba la preciada porcelana.

—Mi propuesta sigue en pie —le aventó esa declaración que le hizo acelerar el corazón de nuevo.

No contestó, solo le vio una vez más antes de pasar frente a Lord Eugeo, quien estaba reprimiendo su frustración para no actuar mal frente a una dama.

Cuando pegó un pie en la penumbra se dio cuenta que no solo el rubio les había descubierto, un hombre de cabellera rojiza se encontraba escondido en la oscuridad de la otra habitación, viendo todo en silencio.

Sin tratar de averiguar de quien se trataba, continúo su huida, pero se dio cuenta que inmediatamente le siguió, no preguntó el por qué, seguramente le habían encomendado escoltarla hacia donde el carruaje le esperaba.

—¡Por todos los santos, Kazuto! ¿Qué hiciste? —soltó su furia Eugeo, al notar que estaban solos.

—Sabe a miel… —se encogió de hombros y admiró sus preciadas tazas, ignorando la mirada enfadada de su hermano mayor.

—No te pregunté a qué sabe —se acercó a él —¿Ya olvidaste lo que paso la ultima vez? —le cuestiono preocupado.

—No —se limitó a contestar cuando su hermano mayor le ponía una mano en su hombro, algo que le incomodó.

—No puedes Kazuto, recuérdalo —habló dolido al notar el disgusto en el de ojos plata.

El menor calló, no emitió sonido alguno. Simplemente se quedó inmóvil, pensando en el dulce sabor que desprendía los labios y la piel de Lady Yuuki, deseando en lo profundo de sus emociones probarla de nuevo.

••

••

la vergüenza que sentía era terrible, como una fuente de calor inagotable que reverberaba en su pecho y le incendiaba las mejillas. Como si ella fuera un volcán, y el bochorno que sentía: lava. Lava.

"Su cabello es como lava ardiente, lady Yuuki"

Casi que podía oír la monótona voz del joven lord en sus pensamientos… cuando comparó su cabello con esa fuente carmesí que brotaba inmisericorde de la tierra quemando todo a su paso.

Al notar el hilo soñador de sus pensamientos se cubrió las mejillas. ¡No era el momento de ensimismarse por culpa de unas palabras bonitas!. ¡Tenía un problema mucho más grave en puerta!

—¿Asuna? —la dulce sonó desde afuera antes que el ligero golpe a la puerta cerrada de su habitación se oyera, distrayéndola de sus pensamientos. La dorada cabeza de la joven se dejó adivinar por el hueco de la puerta —¿Puedo pasar?

Le hizo una seña afirmativa en tato se sentaba en la cama. La manga de su camisón se deslizó por la lisura de su hombro, su cabello suelto, caía por su espalda, largo, mucho más que el de la anfitriona de la casa, la cual aun vestía de gala, denunciando que recién acababa de llegar del teatro.

—¿Qué pasó? —corrió a sentarse a su lado en el lecho, contemplando a su huesped

••

••

—Creí haber sido claro contigo —el duque se paseaba como animal enjaulado por la oficina que le pertenecía. Su voz sonaba dura, contenida. Cualquiera que lo conociera sabía que estaba conteniéndose para no empezar a gritar.

El escucha ni siquiera lo veía. Estaba sentado en su lugar, muy tranquilo, con expresión ausente. Postura relajada, manos sueltas sobre el escritorio.

—Le pedí que se casara conmigo.

El duque se volvió con el rostro blanco como la nieve —¿Qué has dicho?

—Le pedí que se casara conmigo.

—¡Maldición Kazuto! —estuvo a punto de golpear el muro con las manos desnudas, pero se contuvo. No necesitaba que otro Kirigaya más perdiera la cordura. Se pasó las manos por el cabello una y otra vez a medida que su respiración luchaba por aquietarse —¿Porqué hiciste una tontería como esa?

—Tú siempre dices que luche por lo que quiero —el hermano menor se giró hacia el mayor que a contraluz desde la ventana lo veía con desamparo —Ella me rechazó.

—¡Gracias a Dios tiene sentido común! ¿Por eso la secuestraste?

—No la secuestré, la traje para enseñarle mi colección… ¿sabes que tiene un pequeño conocimiento sobre arte antiguo?

—Kazuto enfócate, ¿qué te dijo ella?

—Lady Asuna decidió rechazarme porque supo el escándalo que tú armarías… no mencionó nada referente a mi locura.

—No intentes hacerme ver cómo el culpable, sabes bien que me preocupo por ti… No quiero otro episodio como… —la voz de Akihiko fue perdiendo firmeza y de pronto le dio la espalda. Pareció llevarse las manos al rostro. Y cuando habló, su voz sonó ronca —Ni Eugeo, ni yo deseamos que alguien se aproveche de ti.

—Lady Asuna ni siquiera pareció sorprendida por mi particular forma de ser. Tal y como Alice, me recibió con los brazos abiertos.

—Que se comporte de aquel modo no desmiente el hecho de que puede acercarse a ti por tu fortuna…

—La que tú duplicaste cuando decidiste entregársela en bandeja a ese vizconde.

—Kazuto —Akihiko se giró, sorprendido y furioso —Hice lo que creí mejor para ella, así como he hecho contigo.

—Es millonaria.

—Y tu fortuna dobla la de ella por varios millones.

El joven apoyó las manos en sus rodillas y por un segundo miró a los ojos oscuros de su hermano mayor con fijeza —Pues desherédame

—¡No digas tonterías!

—Lady Asuna me gusta.

—Sé que te sientes abrumado por ella, la crees fascinante —la pasividad con la que el joven de cabello negro hablaba, estaba irritando la escasa paciencia del duque. Suspiró sonoramente buscando serenarse y así continuar explicando una verdad que creía propia —Y tal y como ocurrió cuando conociste a Alice piensas que debes investigarla…

—Cuando conocí a Alice no tenía ganas de saber a qué sabe su piel si la toca el sol —

Akihiko parpadeó —O de como se sentirá su cabello enredado a mis dedos cuando le haga el amor.

—¡Kazuto! —el duque exclamó en un grito de censura.

—Siempre estás diciendo que atesoras la sinceridad en todos los que te rodean —fue la respuesta lacónica.

—Pero eso no significa que debas exponer todo lo que cruza por tu mente. Alguna vez mencioné que hay cosas que no debes decir, por decoro y buen gusto.

El joven solo parpadeó sin comprender.

—Asuna no es Quinella.

Akihiko pensó que debía sentarse sino caería sin fuerzas al suelo.