Capítulo 4: Despedida


Los patitos tenían tres meses cuando Panchito y José tuvieron que regresar a sus respectivos países. Ambos hubieran deseado poder quedarse durante más tiempo, pero eso no era posible. La VISA estaba por vencer y se les había negado la oportunidad de extenderla por más tiempo.

—Sería más fácil conseguir la VISA si pudiéramos casarnos con alguien que tenga la nacionalidad —se quejó Panchito después de leer la negativa.

—¿Qué dices, Donald?

—Escuché de un examen, pero tendrían que tener como diez años viviendo aquí.

—Y no podría quedarme tanto tiempo, extraño a mi familia y a mi tierra natal —agregó Panchito cabizbajo.

—No me refería a eso, si tuvieras que casarte con uno de nosotros ¿cuál sería?

Pese a que Donald no estaba tomando ningún tipo de bebida, comenzó a atragantarse. Necesitó de varios minutos para poder responder. Los quería mucho a ambos, pero no estaba seguro de cómo reaccionar ante la pregunta de José y menos si hablaba en serio.

—Era broma —José les restó importancia a sus palabras —, no tiene porque ser una despedida definitiva, podemos buscar otra forma de hablar o ustedes visitar Brasil, no hay lugar tan bello como mi bella Bahía.

A Donald le hubiera gustado ser tan optimista como José, pero no podía hacerlo. El costo de las llamadas internacionales era bastante elevado y él sabía que tendría problemas para cubrirlas. Con la partida de sus amigos tendría que adquirir los servicios de una niñera pues dejar de trabajar era impensable. Sabía que podía contar con el apoyo de Daisy y de su abuela, pero también que ellas tenían una agenda ocupada, la abuela Coot tenía una granja que mantener y Daisy un trabajo más que bueno como reportera que la haría viajar con mucha frecuencia.

—No pongas esa cara —le reclamó José —, ya verás que todo saldrá bien.

Una débil sonrisa apareció en el rostro de Donald. Un fuerte abrazo por parte de Panchito y de José lo dejó sin aliento. Pese al tiempo que llevaba conociendo a ambos, había ocasiones como esa, en la que sus muestras de afecto lo tomaban por sorpresa y simplemente se queda sin palabras.

Cuando el abrazo terminó, Panchito y José se dirigieron a los tres patitos que dormían en el carrito. En ese momento lucían tranquilos, pero minutos antes habían provocado un gran alboroto. Donald necesitó de varias tinas de agua tibia para poder bañarlos y cuando José intentó alimentarlos, tiraron más de la mitad de la comida que Elvira había preparado con mucho amor para los pequeños.

—Pórtense bien y no le causen muchos problemas a su tío Donald. Es un pato gruñón, pero es bueno y los quiere más de lo que pueden imaginar.

—¡Hey! —se quejó Donald pretendiendo estar molesto. No lo estaba. Con Panchito y con José no era tan sencillo enojarse.

—No me culpes a mí, solo digo la verdad.

—Debes admitir que eres el pato más enojón del mundo.

Pasarían unas pocas semanas antes de que Donald pensara en su temperamento y que lo hiciera con preocupación. No por una broma, sino por las consecuencias y una verdad que le resultaba demasiado aterradora como para siquiera considerar enfrentar.

Panchito y José besaron las mejillas de Donald y se abrazaron una última vez antes de tomar el avión que los llevaría de vuelta a su tierra natal. Pese a la añoranza que les provocaba estar tanto tiempo lejos de casa, para ambos resultaba doloroso el tener que despedirse de sus compañeros Caballeros.

De regreso a su casa, Donald recibió una llamada de Daisy. Eso le resultó extraño pues la última vez que había hablado con ella, el día anterior, le había dicho que ese día tenía una entrevista con el famoso jugador de futbol, Perrihinho que estaría de visita en Duckburg durante sus vacaciones.

—¿Pasa algo? —le preguntó en cuanto contestó.

—Nada importante, el vuelo de Perrihinho se atrasó y pasó la entrevista para mañana. Me preguntaba si podríamos ir al cine, escuché que se estrena una película de James Pond.

—No creo que sea un buen lugar para unos patitos.

—Podrías preguntarle a la abuela Coot que cuide de ellos —insistió Daisy —, de verdad me gustaría ver esa película contigo.

Donald dudó unos segundos antes de responder. Si bien su abuela se había mudado con él para ayudarlo con el cuidado de los patitos, sabía que tenía intenciones de regresar a su granja. Confiaba en Gus, pero no se sentía del todo conforme dejándole todo el trabajo, especialmente porque sabía lo demandante que podía llegar a ser hacerse cargo de una granja. Pero también sabía que, si se negaba, Daisy le pediría a Gladstone que la acompañara y solo imaginárselos en la oscuridad del cine lo hacía enojar.

—Supongo que no le molestara cuidarlos una vez más antes de regresar a la granja.

Pese a que la abuela no se mostró molesta cuando Donald le pidió que cuidara de sus patitos, pudo notar que no estaba del todo feliz con la idea. Antes de que él llegara había estado empacando sus cosas y, aunque sus pertenencias eran pocas, le faltaba mucho por guardar, algo que no podría hacer si cuidaba de los niños.

Pese a saber que corría el riesgo de llegar tarde, Donald decidió ayudar a su abuela. Hacer enojar a Daisy era algo que deseaba evitar, pero consideraba que lo peor que podría hacer era dejar a su abuela sola, especialmente cuando ella había aceptado ayudarlo y cuando le debía tanto.

—Llegas tarde —fue lo que le dijo Daisy a modo de saludo.

—Tenía que ayudar a la abuela con su equipaje ¿sabías que mañana regresa a la granja?

—Sí, ella me lo dijo —Daisy pareció relajarse un poco —. Tienes suerte de que la película no haya comenzado. Ve a comprar las entradas y las palomitas en lo que me empolvo la nariz, que en lenguaje de chicas significa ir al baño.

Donald obedeció. Comprar lo que Daisy le había pedido le tomó más tiempo del que le hubiera gustado y es que no fue el único en querer aprovechar los minutos previos a la función para comprar algo de comer. Con cada minuto que pasaba podía sentir como su enojo aumentaba y temía que este llegara a un punto que no pudiera controlar.

—¡Hola, primo! ¿Qué haces por aquí?

Donald no necesitó voltearse para saber quién lo había saludado de forma tan animada. Su voz le resultaba inconfundible y no por las razones correctas, al menos no la mayoría. Con un dedo le señaló a Fethry el menú del local, esperando que bastara para que entendiera el mensaje.

—Ayer regresé a Duckburg, pero no pude encontrarte ¿Sabes por qué el tío Scrooge no quiso darme tu nueva dirección?

—Porque no nos hablamos —la fila avanzó y Donald también lo hizo —, ¿es que no te has enterado?

—Estaba con Moby en el mar y allá no llegan las noticias.

La mirada de Donald se posó sobre Fethry. Quería estar enojado, pero no podía estarlo con él sabiendo que era sincero. Desde que se había unido a la tripulación de Moby Duck, su primo solía estar poco tiempo en la costa y se había distanciado un poco de la familia. Si a eso se le sumaba el hecho de que Scrooge McDuck había hecho todo lo posible para que nadie se enterara de lo que había pasado con Della no era de extrañar que no lo supiera.

—Te lo diré después, ahora estoy en una cita con Daisy y no creo que sea el mejor momento para hablar.

Donald se arrepintió casi de inmediato cuando terminó de hablar. Intentó remediarlo, pero era demasiado tarde para retratarse. De no saber que a Fethry no le gustaba Daisy se habría sentido celoso, pero como lo sabía solo podía sentirse molesto al saber que su primo arruinaría sus planes.

—¿Sabes que, en una cita, tres son multitud?

—Sí, lo sé —respondió Fethry con total calma y por unos instantes Donald creyó que no le causaría problemas, ilusión que no tardó en romperse—, y también que una salida al cine se disfruta más entre amigos.

Cuando Donald y Daisy encontraron un asiento, Fethry se sentó a un lado de su primo. Ambos pretendieron ignorarlo, pero era difícil hacerlo cuando era bastante expresivo. Solía reaccionar de manera muy ruidosa cada vez que algo le resultaba divertido o lo tomaba por sorpresa, causando que más de una persona se quejara. Para Donald era un misterio por qué ningún guardia hizo nada para sacarlo del cine.

Diez minutos después de que la película comenzara, Donald comenzó a sentir sus parpados pesados y lo único que evitó que se quedara dormido fue Fethry quien lo sacudió del hombro para hacerle una pregunta sobre la película.

—¿Quién es ella?

—Es el interés amoroso de James Pond.

—¿Y James Pond es…?

—El protagonista.

Media hora después se había quedado dormido. Pese a que disfrutaba leer cómics sobre agentes secretos, las películas de James Pond estaban lejos de ser sus favoritas. Era algo que no podía explicar, simplemente le aburrían demasiado, lo cual, junto a la oscuridad del cine y su facilidad para dormir en cualquier sitio, era una mala combinación.

—¿Donald? —escuchó la voz molesta de Daisy —. ¿Te quedaste dormido?

—¿Yo? —preguntó fingiendo inocencia —. ¿Qué te hace pensar eso?

—No estabas prestando atención a la película —respondió Daisy aún más enojada.

—Trato de hacerlo, pero es difícil con Fethry haciendo preguntas a cada rato.

Ver a Daisy relajarse hizo que Donald agradeciera por la compañía de su primo. Sabía que volvería a quedarse dormido, pero también que podría usarlo como excusa para justificar su falta de atención en la película. Ni siquiera tendría que preocuparse de no roncar, pues Fethry cubriría sus sonidos.

Poco después de que la película terminara y de que dejara a Daisy en su casa, cambiaría de opinión. No porque estuviera enojado con él, después de lo mucho que lo ayudó su presencia se sentía en deuda. Lo que lo hacía querer evitarlo era la certeza de que tendría que explicarle el motivo por el que se había mudado de casa de su tío Scrooge y lo que había ocurrido con Della, temas que seguían siendo bastante sensibles para él pese al tiempo transcurrido.