Capítulo 29.

21 de octubre.

Gino Hernández se encontraba en su habitación intentando no perder una vez más la paciencia y dicho sea de paso también la cordura en el proceso; sus manos nuevamente le estaban jugando una mala pasada ya que, a pesar de que los medicamentos hacían su parte y sus brazos dolían mucho menos, los vendajes que tenía para contener el dolor e inmovilizarlos le dificultaban en gran medida toda actividad que el joven deseara hacer. El portero no podía ni siquiera flexionar los dedos de las manos, mucho menos poner algún tipo de fuerza o presión en ellos, por lo que era prácticamente imposible para él el sostener cualquier cosa en sus manos por muy insignificante que ésta fuera.

Su mano izquierda se encontraba vendada desde las falanges de los dedos más próximos a la palma hasta casi llegar a la altura del codo, sujetada además por la férula, lo cual le dificultaba totalmente los movimientos; en cuanto a su brazo derecho, éste estaba peor pues lo tenía vendado desde su bíceps hasta la palma, teniendo sobre las vendas una férula especial para inmovilizar el codo que le cubría todo el brazo en cuestión y con barras metálicas dentro de ésta para que no pudiera hacer ningún tipo de movimiento al tenerla puesta, siendo finalmente el brazo protegido por el cabestrillo que lo mantenía unido a su pecho, por lo que no podía hacer absolutamente nada con él.

Para Hernández era una verdadera tortura hacer hasta la actividad más básica como era flexionar y presionar los dedos sobre el control remoto para prender el televisor, o poner pasta dental en su cepillo de dientes, pero su orgullo era demasiado grande como para aceptar cualquier tipo de ayuda, independientemente de que ésta viniera de Salvatore, de Gianluigi o de cualquier otro que amablemente se ofreciera a auxiliarlo. Gino deseaba poder hacer por cuenta propia las cosas que normalmente hacía y sin ningún tipo de ayuda externa, pues se decía que tarde o temprano, o mejor dicho en sólo un par de días se quedaría solo y tendría que valerse por sí mismo; bueno no se quedaría solo pues Gianluigi continuaría estando cerca pero él no deseaba molestar a nadie con las cuestiones más básicas que se le dificultaban.

Durante el transcurso de la mañana, varios de sus compañeros platicaron sobre los múltiples y variados sitios de interés que la ciudad poseía y que lamentablemente ya no tenían el tiempo suficiente para ir a conocer; fue entonces cuando a Valentino se le ocurrió organizar una salida nocturna por los barrios más representativos de la ciudad, terminando dicha travesía en alguno de los famosos karaokes que existían en la misma.

- Es paso obligatorio si estás en Tokio el ir a un Karaoke en Shinjuku.- había comentado Valentino, a lo que los demás asintieron emocionados.

Así pues, el grupo se organizó rápidamente para programar la hora de su salida, razón por la cual Gino se encontraba en ese momento intentando alistarse para ir de paseo con el resto de sus compañeros de equipo.

Con mucho dolor, dificultad y desesperación de algún modo se las había arreglado para ducharse y sin haber conseguido secarse correctamente, había logrado deslizarse dentro de una camisa de algodón tipo polo, de color azul marino y de manga larga, la cual para su fortuna no tenía botones que abrochar, pero a la hora de ponerse los pantalones de mezclilla su suerte no fue tan buena, pues fue una verdadera tortura para él el simple hecho de poder subirlos, por lo que cansado y desesperado lo había dejado por la paz quedando el pantalón desabrochado, no habiendo podido lograr su objetivo final. El portero, cansado se preguntó cómo carajos le haría para terminar de arreglarse antes de perder la cordura y fue cuando se dijo que no iría a ningún lado, que estaba fatigado y muy harto de toda esta situación por lo que le valdría todo lo demás.

- ¡Al demonio con todo!.- exclamó el joven, exhausto y frustrado, aventándose sobre la cama.

A Gino en verdad que le desesperaba el sentirse tan inútil, no era la primera vez que se había lesionado una mano pero en esta ocasión ambas tenían fuertes lesiones y éstas acabaron siendo mucho más serias que las anteriores, por lo que habían terminado de incapacitarlo mucho más de lo que él pudo haberse imaginado; la desesperación que sentía en ese instante amenazaba con hacerle perder el control pues se hallaba al límite de su paciencia y de sus fuerzas, por lo que el sólo hecho de girar su cabeza distraídamente hacia un lado de la cama, en donde vio el cabestrillo que reposaba a la espera de ser utilizado de nuevo, le hizo sentirse tan inservible que le llevó a hacer una rabieta un tanto infantil.

El joven se sentó sobre la cama y con los dientes se desató los broches de velcro que tenía la férula de su mano izquierda y, una vez libre de ella, la aventó hacia el balcón, lo más lejos que pudo; luego, no sin dolor, con su mano libre comenzó a desatar uno a uno los velcros y broches que ataban la férula del brazo derecho para, al finalizar esa ardua labor, aventarla para que ésta fuera a parar al mismo sitio que la otra; una vez que se sintió más libre y en un acto de máxima rebeldía de su parte, Gino comenzó a deshacerse los vendajes, pero en ese momento algo atrajo su atención deteniéndose momentáneamente de su actividad, pues alguien tocó a la puerta y acto seguido ésta se abrió y se asomó Erika por el marco de la puerta, quien se veía que estaba lista para salir pues llevaba puesto un vestido blanco y corto, de manga larga con los hombros descubiertos y una abertura en la espalda.

- Perdón que entre así.- comentó la pasante, al tiempo en que ingresaba a la habitación-. Salvatore me prestó su tarjeta ya que quería ver cómo te encontrabas.

Gino miró a la joven detenidamente, olvidándose por un instante de lo demás, pero en seguida recordó lo que había estado haciendo, por lo que agachó la cabeza realmente avergonzado, lo menos que él hubiera deseado en ese instante era que ella le viera de ese modo y con esa actitud tan infantil; por su parte, la joven se sorprendió mucho por el comportamiento del portero hasta que vio sus manos y se molestó.

- ¿Qué carajos estás haciendo?.- le preguntó ella, con mirada seria.

Erika se acercó a Hernández sin esperar respuesta y se sentó sobre la cama frente a él, al tiempo en que el joven la miraba avergonzado con los vendajes semi deshechos.

- ¿Y bien, Gino Hernández, me vas a responder?.- le volvió a cuestionar la pasante, muy seria.

Gino suspiró antes de responder.

- Fue un arrebato de desesperación.- contestó el joven, finalmente-. Me frustré mucho porque no puedo hacer nada.- se sinceró con ella-. Ni siquiera puedo mover la punta de mis dedos.- comentó, extendiendo su brazo derecho e intentando mover sus dedos sin poder conseguirlo.

- ¡Por dios, Hernández! Te hace demasiado daño el convivir tanto tiempo con Salvatore.- le reprendió Erika, aunque ya había suavizado su tono-. Te has vuelto demasiado rebelde, por supuesto que no puedes mover tus manos y brazos, ése es precisamente el chiste de todo esto.- comentó, tomando su mano izquierda para terminar de desatar la venda con la intención de volverla a colocar-. Por favor, deja de estarte quitando los vendajes o le diré a Gigi que te aten a la cama en cuanto estés en Milán, a ver si así te puedes quedar quieto.

- No te atreverías.- comentó Gino, dudoso y mirándola a los ojos.

- Continúa de rebelde y verás como sí me atrevo a hacerlo.- le respondió ella, con una sonrisa divertida-. Y seguro que Gigi estará más que contento de ayudarme.

- De eso no me queda la menor duda.- bufó Hernández-. Ten por seguro que lo haría más que feliz.

- Bien, te reharé los vendajes para que termines de arreglarte.- comentó ella, comenzando a enrollar la venda.

- No pienso salir con los demás.- contestó Gino, cansado y aventándose hacia atrás, cayendo sobre las almohadas.

Al hacer ese movimiento la camisa se le subió, dejando descubierto su vientre plano con el pantalón sin abrochar, Erika se quedó sin aliento y se sonrojó al notar esa zona del cuerpo de él al descubierto, mordiéndose instintivamente el labio inferior.

- ¿Por qué no?.- preguntó la pasante, tragando saliva para continuar pero sin dejar de mirarlo.

- ¿En qué momento se le ocurrió a Valentino y a los demás hacer esta salida?.- bufó Gino, desesperado, mirando hacia el techo y sin notar la mirada de la joven-. Ni siquiera puedo con lo más básico, ¿cómo voy a poder vestirme para salir?

- Ellos sólo quieren disfrutar de los últimos momentos que tendrán en la ciudad, es lógico que quieran salir a divertirse.- comentó Erika, con dulzura.

- Eso lo sé.- respondió Hernández, luego de un gran suspiro-. Pero eso me complicó mucho a mí las cosas, yo no podría ir a ningún lado vistiendo pants deportivo.- se quejó, algo avergonzado-. Y lo demás me cuesta demasiado trabajo ponérmelo.

- Sí, ya sé que ustedes los italianos prefieren morir antes que atreverse a salir mal vestidos.- comentó Erika, riendo divertida.

- ¡Oye! Eso se trae en la sangre.- comentó Gino, riendo también y levantándose para mirarla-. El estilo es algo que no todos poseen.

- Eso es muy cierto, ahí tienes por ejemplo a Genzo Wakabayashi, que nació con nulo estilo de la moda.- comentó la joven, a lo que los dos rieron después-. Ven acá.- le llamó para que se acercara y pudiera ponerle los vendajes.

Una vez que Erika le volvió a acomodar el vendaje en la mano a Gino, se dirigió a la zona del balcón para recoger las férulas, regresando con ellas y colocándolas sobre una de las camas al tiempo en que se paraba frente a Hernández, invitándolo a hacer lo mismo.

- Anda ven, deja que te ayude.- le comentó la joven, con una dulce sonrisa y haciendo un gesto con la mano para llamarlo a su lado.

- ¿A qué?.- cuestionó él, sin comprender pues se había perdido en la sonrisa de la joven.

- Deja que te ayude a terminar de arreglarte.- comentó Erika, a lo que él sin pensarlo mucho decidió aceptar la ayuda y obedeció, parándose frente a ella.

Al ponerse de pie, el pantalón de Gino quedó sostenido únicamente por su cadera en un claro desafío de la gravedad, llamando de nuevo la atención de la chica hacia esa zona, y ocasionando que no pudiera apartar la vista del cuerpo del él; Erika se dijo que no era correcto mirarlo de esa manera pero su razón y sus ojos simplemente ya no le respondían y no podía dejar de hacerlo, él era como un imán que la atraía sin poder evitarlo.

"Concéntrate Erika y no pienses en eso", pensó la joven.

La pasante se forzó a actuar, desviando su mirada para tomar una de las férulas y centrar su atención en colocársela en su mano izquierda, gozando el contacto y acariciando suavemente el brazo para luego hacer cuidadosamente lo mismo con el brazo derecho pero por más que lo intentara evitar su mente no podía olvidar el objeto de su deseo, es decir, el portero, el cual tenía tan cerca de ella, deseando poder abrazarlo; Erika comenzó a sentir un ligero cosquilleo que se extendió por todo su ser y terminó instalándose en su estómago, sintiendo repentinamente la boca muy seca. La fragancia que emanaba de Gino bloqueaba por completo su autocontrol y mirar su cuerpo, su rostro y esos carnosos labios que se presentaban tan cerca de ella, la hacían simplemente enloquecer.

Por su parte, Gino también experimentaba los mismo deseos que Erika tenía y comenzaba a sentir que perdería la razón en cualquier momento, simplemente no podía apartar la vista de la joven y mientras ella se concentraba en colocarle las férulas en sus brazos, él se entretenía admirando cada una de las facciones de su rostro, tan delicadas pero a la vez tan apetecibles, y qué decir de su hermoso cuerpo el cual lucía realmente bien en ese vestido que llevaba puesto, desde que ella había ingresado a la habitación él había deseado poder tomarla entre sus brazos y besarla apasionadamente.

La joven finalmente perdió su batalla interna y extendió su mano, comenzando a acariciar el rostro del portero, posicionando su pulgar sobre los labios de él y acariciándolos suavemente para luego con el resto de sus dedos acariciar su mejilla y pómulo, pasando después al área detrás de su oreja, mientras Gino recargaba su rostro sobre la palma de ella; los finos dedos de la joven bajaron a lo largo de la línea del cuello de él para pasar detrás de su nuca y lentamente fue jalándolo hacia ella, arrancándole sutiles y casi imperceptibles suspiros.

Una vez que Erika tuvo el rostro de Gino a sólo unos centímetros de distancia, ella acercó el suyo y lo besó con ternura pero también con mucho deseo, acariciando con una de sus manos su cabello al tiempo en que saboreaba sus deliciosos labios; al principio del beso Gino respondió de manera dulce aunque firme pero una vez que se dejó llevar por sus sentimientos pasó a ser mucho más pasional, perdiéndose en la boca de la joven y sintiendo el mismo deseo que ella sentía en ese instante; al separarse, ambos se encontraban sin aliento, con sus corazones latiendo rápidamente e inundados de la emoción que abrigaban en ellos, habían dejado el alma en ese beso y sus miradas se encontraron para decirse sin palabras que ambos habían experimentado el mismo deseo y sentimiento.

Gino entonces pensó que ahora que se encontraban eliminados y prácticamente en el vuelo de regreso a casa, ya no había excusa para no pensar en lo que tanto le inquietaba, por lo que su mente le decía una y otra vez que era la hora de enfrentarse a algo mucho más importante para él que el torneo en sí; él debía de una buena vez por todas hablar con Erika y sincerarse con ella, declarándole sus sentimientos, él no quería perderla y no podía esperar para saber qué pasaría con ellos a partir de ahora, por lo que se armó de valor para finalmente hablar.

- Yo no he podido olvidarte.- comentó él, con voz entrecortada por la falta de aliento y con mirada anhelante-. Cada vez que nos separamos, siento que mi corazón se destroza en mil pedazos, te amo y no quiero volverte a perder.

Al escuchar las palabras del portero, la pasante experimentó una gran alegría que inundo su corazón, todos sus temores habían sido infundados, sintiéndose como una tonta por haberlos tenido en un principio; él la amaba tanto como ella lo amaba a él por lo que se le dibujó una gran sonrisa en sus labios, su felicidad era tanta que no cabía en sí, por lo que tomó el rostro del portero entre sus manos para que la mirara a los ojos y finalmente responderle.

- Gino, no me pienso separar de ti de nuevo.- comentó con una gran sonrisa de felicidad-. La razón por la que me fui a Italia fuiste tú, para estar a tu lado, porque yo también te amo y quiero estar junto a ti, si es que tú lo deseas tanto como yo.

- Por supuesto que lo deseo, es lo que más quiero en el mundo.- comentó él, rodeándola con su brazo izquierdo para acercarla y volverla a besar con toda la pasión que llevaba conteniendo por tanto tiempo.

Erika rodeó el cuello de Gino y le correspondió al beso; ambos se dejaron perder por el amor, el anhelo y el deseo que llevaban acumulándose en ellos, besándose una y otra vez y separándose sólo para tomar aliento y continuar de nuevo con la acción, encendiéndose al instante los cuerpos y las almas. Después de unos minutos estaban agitados, sus corazones latían desbocados y sus manos ardían en deseos, ellos querían pasar a la siguiente etapa, explorar sus cuerpos y hacerlos suyos. Gino ya no sólo deseaba besarla sino que también quería hacerla suya hasta que se convenciera de que esto no era un sueño, que era real y que ella se encontraba ahí con él y que así se quedaría. Por su parte Erika deseaba arrancarle la camisa de una buena vez y arrojarla lejos de ellos para luego seguir con lo demás y poder sentir la piel desnuda sobre su propia piel.

- Olvidémonos de los demás y quedémonos aquí.- comentó Gino, apretando el cuerpo de ella sobre su pecho, comenzando a besar el cuello de la joven.

- ¿Y si vienen a buscarte? Salvatore puede entrar en cualquier momento.- comentó ella, entre ligeros jadeos que comenzaba a exhalar al sentir los labios de él bajando por su clavícula.

- ¡Qué importa! Lo mandamos de regreso por donde vino.- rio él-. Además, ¿no dijiste que tú traías su tarjeta? Entonces no podrá entrar.

Por respuesta, Erika sólo sonrió y se dejó llevar sin reparo alguno, los besos eran demasiado intensos ya como para frenarse, su aroma y cercanía les hacían perder la razón, dejándose llevar finalmente por sus instintos más primitivos y entregándose por completo el uno a la otra sin contemplación. Gino odiaba no poder acariciar a Erika del modo que tanto anhelaba, sus manos solo podían hacer movimientos torpes con las férulas puestas pero se dijo que eso no lo detendría, él la deseaba y no pararía pues ya no había motivos o excusas para no tener las caricias, abrazos y besos que ambos deseaban en ese momento, los dos estaban llenos de deseos reprimidos y tenían la sensación de que ese día marcaría el inicio de un nuevo futuro juntos.

Fue la misma Erika la que le quitó las férulas y los vendajes para que Gino pudiera disfrutarla más y sin dejar de besarse y acariciarse, ambos se dejaron caer en la cama, con sus pieles en un íntimo contacto y sus lenguas entrelazadas por el deseo. Cuando finalmente ambos se fusionaron como un solo ser, Erika lanzó un gran suspiro de placer casi al mismo tiempo en que Gino lo hacía, perdiéndose ambos en el placer y en la pasión que los consumía. El mundo que giraba afuera de esa habitación dejo de importar para ellos pues en ese instante lo único que importaba para ambos era que al final podían estar juntos como tanto lo habían deseado, fundidos en uno solo y dispuestos a traspasar la última frontera del amor. Erika sentía que estaba en un sueño, no podía creer que al fin pudiera tener el cuerpo y el amor de su adorado portero italiano, mientras que Gino, a su vez, se sentía inmensamente feliz mucho más que si hubiese conseguido ganar ese mundial. En esos momentos él incluso olvidó su dolor y sus lesiones, lo único que importaba era amar y sentirse amado.

Comenzaba a obscurecer en la ciudad de Tokio y la luz que penetraba a través del ventanal en la habitación era cada vez menor, pero eso era algo que a Gino y a Erika no les importaba en absoluto pues de este modo podían disfrutar aún más de la intimidad que le sucedía al acto de amor que acababan de profesarse, los jóvenes se encontraban recostados sobre la cama, cubiertos únicamente con una sábana.

- Gracias por ser siempre mi ángel salvador.- comentó Gino, abrazando a Erika con su mano izquierda para acercarla a él y besarla con ternura.

- No tienes absolutamente nada que agradecer.- respondió ella correspondiendo al beso y replegando su cuerpo al de él para luego rodear su pecho con sus brazos-. Yo siempre estaré a tu lado y ahora que más lo necesitas seré yo quien te cuide.

- Ahora entiendo eso de que estudiabas medicina para cuidar porteros.- rio él, divertido.

- Exactamente.- respondió ella, correspondiéndole con una sonrisa-. Yo te cuidaré mientras te restableces de tus lesiones y una vez que el médico lo autorice, podríamos ir con Alessio y Fabio para que te ayuden con tus ejercicios de rehabilitación o fisioterapia.

- ¿Rehabilitación?.- cuestiono él, enarcando una ceja.

- ¡Claro!.- le respondió la joven-. Para restablecer la fuerza muscular, el movimiento de las articulaciones y la flexibilidad.

- Eso suena a que necesitaré de mucha terapia.- rio él -. Espero que no me tome tanto tiempo el regresar a jugar.

- No puedes forzar las cosas, para que no haya secuelas debes cuidarte y esperar el tiempo necesario y lo sabes.- Erika le reprendió dulcemente-. Al final será el médico quien diga cuanto tiempo pasarás inactivo.

- Lo sé, creo que en cuanto llegué a Milán deberé ir al club para que me hagan la valoración.- comentó Gino, pensativo.

- Pero mientras tanto, puedes ir a buscarme a la universidad y saldremos todos los días.- comentó Erika, feliz.

- Eso me encantará.- comentó el portero-. Y ahora sí podrás ir a visitar a Nicco, a él le encantará, tenlo por seguro.

- Eso mismo dijo Gigi hace días.- rio ella.

Gino se encontraba más que feliz; a pesar de todas las inconveniencias que tuvo, el día acabó con una experiencia que recordaría de una manera muy agradable y placentera. Justo en ese instante, el sonido de un celular repiqueteó haciéndoles saber a los jóvenes que había un mensaje de texto pendiente de leer.

- ¿Piensas verificar el destinatario?.- comentó Gino, curioso, sabiendo que no era su teléfono pues no reconoció el sonido.

- Podría ser.- respondió Erika, levantándose de la cama y jalando la sábana para cubrirse con ella al tiempo en que se levantó a buscar el dispositivo, dejando a Gino completamente desnudo.

- ¡Oye!.- protestó el portero, aunque no hizo el menor intento de cubrirse.

- Me gusta lo que veo.- comentó Erika, mirándolo con perversión.

- Y a mí me hubiera gustado que fuera al revés.- respondió él.

- Es de Elieth.- comentó Erika al sentarse junto a Gino-. Dice que ya están en Tokio y que si nos vemos antes de que nos tengamos que ir.

- Pues tendría que ser ahorita.- rio Gino-. Porque mañana a estas horas ya estaremos muy lejos de aquí.

- ¿Y qué hay de los demás, no pensabas salir con ellos?.- cuestionó la joven.

- Ellos ya deben haberse ido desde hace mucho rato.- respondió tranquilamente el portero-. De todos modos no tenía muchas ganas de ir.- agregó, encogiéndose de hombros.

- Entonces deja que me ponga de acuerdo con Eli y salimos a cenar, ¿te parece?.- comentó la joven, distraída con el teléfono.

- Me parece perfecto.- respondió él, tomando la sábana y jalándola para dejarla al descubierto, sonriendo al conseguir su cometido.

Una vez que las hermanas Shanks se pusieron de acuerdo para reunirse, Erika ayudó a Gino a vestirse para luego ella arreglarse y, una vez listos, ambos salieron de la habitación abrazados, tras lo cual se dirigieron hacia el ascensor, muy felices porque al fin volvían a estar juntos.