Quinto premio del sorteo de las 320 historias que se celebró en Imaginación fanfiction.
Petición: Un Naruhina Yaoi en el que Naruto sufra como puerko por Hinata, que no se cosca de nada el pobre.
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Datos del fic:
Título: Crush
Pareja: Naruhina Yaoi
Estado: Terminado.
Advertencias: OOC en grandes cantidades por desgracia.
Disclaimer: Naruto no es de mi autoria ni sus personajes utilizados. La historia sí, basada en una petición.
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Crush
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Ganadora: Procrastinación
¡Gracias por participar en el sorteo!
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Dicen que todos en la vida tienen la desgracia o la suerte de tener un amor que los marca, algo inalcanzable de conseguir. Hoy en día, los más jóvenes lo llamaban Crush. Algunos lo proclamaban por redes sociales, a boca llena con sus amigas. Se suponía que tu mejor amigo o amiga deberían de por lo menos, saberlo.
También existían todo tipo de personas y muy diferentes gustos. Por ejemplo, las había que tenían un Crush desde la infancia con un chico en concreto. Otras, en vez de uno tenían millones. Otros, no pasaban por esa etapa en su vida hasta que llegaba el idóneo.
Pero tener un sentimiento así hacia una persona era algo complicado. Algunos podían llegar a caerse el tupido velo que tenían hacia esa persona y descubrir que era lo peor del mundo. Otros, comenzaban y se mantenían simplemente hacia su físico y el interior les importaba nada. Algunas personas aseguraban que habían terminado defraudadas después de conocerles.
Era un sinfín de complicaciones.
Naruto Uzumaki conocía lo que era sentirse así, pues repentinamente, al entrar en Bachillerato, se percató de que no podía apartar los ojos del delegado. Que irremediablemente al cerrar los ojos le aparecía su cara y que seguirlo con la mirada era algo que no podía evitar hacer.
NO sabía bien cómo se sentirían los demás, pero ver a Hinata Hyûga provocaba que le pesara el corazón, que algo se le encajara en la garganta con deseos de gritar y que no pudiera controlar ciertas cosas que mucha gente consideraba naturales.
Pero es que había veces que simplemente estaba sentado en la parte trasera del aula, escuchando la monótona voz de Danzo explicando algo de historia y él quería levantarse y plantarle un morreo a ese hombre. Otras, quería empotrarlo contra la pared mientras le metía la lengua hasta Cancún.
Y desde luego, estaban aquellos sueños húmedos con los que se despertaba alguna que otras veces con el hasta bien dura entre las piernas.
No podía evitarlo. Estaba completamente pillado por él.
Desde luego, Hinata Hyûga no sabía nada de que él bebía los vientos por su cuerpo —muy bien formado y marcado para la edad que tenían gracias al ejercicio físico—, que se moría por cada vez que decía su nombre cuando tenía que entregarle algo para la clase o que deseaba que sus ojos no dejaran de mirarle nunca.
Se moriría antes de contárselo.
Y no tenía nada que ver que ambos fueran hombres. No.
El problema es que tenía miedo de ser rechazado, indiferentemente de su sexualidad.
Parecía completamente fuera de su alcance. Era como si caminaran por una misma línea recta y cada vez que él estiraba la mano para tocarle, Hinata daba dos grandes pasos alejándose de sus sentimientos.
No es que lo culpara, desde luego, porque era imposible hacerlo. Debía de recordarse que Hinata no sabía nada de nada.
Ocultarlo estaba siendo bastante difícil, teniendo en cuenta que muchos de sus amigos eran mucho más observadores de lo que le gustaría, pero claramente, sus sentimientos eran suyos y su pasión inmensa por el delegado era inmaculada.
El problema era que su imaginación también lo era.
Y hasta ahora no se había considerado celoso al punto extremo. Debía de confesar que muchas veces había sentido celos cuando su primer amor no cesaba de ir detrás de su mejor amigo, pero esos celos comparados a los del presente eran muy diferentes en una cosa, porque en el tema de no ser correspondidos, era lo mismo.
La diferencia era: que muchas veces estaba en su mente.
Porque del mismo modo que uno podía llegar a imaginarse mil cosas fantásticas cuando el hermoso delegado le entregaba la tiza cuando era su turno de escribir en la pizarra —en su mundo fantasioso Naruto más de una vez había creído que estaba proponiéndole matrimonio con la tiza delante de la clase, a lo telenovela fantástica—, también podía imaginarlas cuando las acciones no iban hacia él.
Una de ellas, la más emblemática en esa esa semana —porque cada día tenía una fantasía buena y miles malas—, había sido de creer que Hinata estaba tirándole los tejos a Ino Yamanaka cuando esta se había resbalado con uno de los tubos de pintura de Sai. Hinata se había ofrecido a llevarla a la enfermería y la había cargado como princesa —, en realidad le había ofrecido su hombro y caminado a su lado—, hasta que los perdió de vista.
Él los había seguido de puntillas para averiguar si eso terminaba en algo más que unas gracias. Ino podía bien lanzarse sobre su hombre y besarle ahí mismo, porque Hinata, claro está, estaba muy bueno y daba fe de ello.
Luego se percató de que estaba pareciendo un completo acosador y, para remate, un loco.
Mientras caminaba de regreso a la clase empezó a sufrir la otra parte de aquella experiencia y era la tristeza, la depresión unida de la mano de la fea realidad.
Si Hinata y Ino estaban besándose en la enfermería: ¿Qué diablos iba a poder hacer él? Hinata no sabía que no lo amaba y dudaba que fuera a decírselo porque sabía que sería rechazado claramente. Hinata no había demostrado ningún tipo de preferencia sexual, cosa que no era el gran problema. El problema erradicaba en su amor.
¿Acaso le correspondería? ¿No podría verlo como un hombre insuficiente? Ni siquiera sacaba buenas notas, siempre estaba metido en peleas y era el más ruidoso de la clase. Alguna que otra vez le había visto hacer un gesto de impaciencia hacia él y eso le había dolido más que los puñetazos de Sasuke.
Era entonces cuando empezaba a necesitar algo de helado, clínex y alguna película estúpida que le dieran ganas de llorar hasta que los ojos se le hincharan como patatas. También meterse bajo las mantas y no salir en la vida.
Amaba a Hinata. Lo veía delante y no podía tocarlo. La angustia que eso conllevaba a veces se anidaba en su pecho como si alguien acabara de clavarle un cuchillo en el pecho y este estuviera cada vez cavando más a fondo, más profundo.
—¿Naruto?
Su voz, sí. Siempre sonaba como si los ángeles cantaran cada vez que lo decía.
—¿Naruto?
Sintió que tiraban de su chaqueta, deteniéndose para encontrarse con la mirada del otro muchacho frente a él. Miró hacia atrás.
—¿No estabas en la enfermería?
—Sí, pero Sai ha ido para ocuparse de Ino. ¿Querías algo? ¿Te duele algo?
Y ahí estaba. Algo que le encantaba y dolía por mismas cantidades. Él, amablemente, ofreciendo preguntas que serían sencillamente incómodas de responder. ¿Quería algo? Sí, a él. ¿Le dolía algo? Sí, el corazón. Y no de una forma de enfermedad física, aunque a veces pareciera que Hinata fuera y se lo arrancara para pisotearlo y devolvérselo con una sonrisa.
—¿Por qué Sai fue con Ino? —cuestionó intentando evitar responder a las preguntas como habría deseado hacer.
—Oh, creo que son pareja —respondió rascándose la mejilla.
Notó cierto rubor en sus mejillas que apenas duró. Carraspeó y le miró.
—¿Te gustaba Ino?
—No.
La persona que le gustaba era él. ¡Él!
Hinata se encogió de hombros.
—No sabría qué decirte de ser así.
—¿Por qué? ¿Nunca te has enamorado? ¿No tienes a nadie que te guste?
Las preguntas salieron atropelladamente de su boca. Al principio, Hinata levantó las manos para detenerle y después, rio. De esa forma que a él le provocaba que el corazón se le parara y que los oídos vibraran.
—¿Entre nosotros? —susurró acercándose un poco más.
Un secreto. Aquello era el cielo.
—Nunca —confesó—. Y tampoco hay nadie que me guste. No me fijo en los demás. Sean chicos o mujeres —explicó—. No hay nadie en especial.
Eso significaba que…
—Y tampoco he notado que nadie se haya fijado en mí.
Sí. Lo que se temía.
Ni siquiera le había notado.
Notice me, senpai, recordó amargamente, porque aquí hay un jodido hombre que está colado por tus huesos, imbécil.
Claro que nunca lo insultaría en la cara. Pero en ese momento, estaba entrando en otra de aquellas fases. La irritación.
Le cosquilleó en la punta de los dedos. Por un instante, se imaginó rodeándole el cuello, empujándolo contra la pared y besándolo mientras le metía la mano dentro del pantalón, para demostrarle que loco podía llegar a ponerlo.
Pero esa clase de amor asfixiante nunca le había gustado.
Sin embargo, eso no quitaba las ganas que tenía de llorar.
Se despidió de Hinata levantando la mano.
—¿Vas a fugarte las clases? —preguntó Hyûga, preocupado como buen delegado.
—Sí —respondió encogiéndose de hombros—. Cúbreme.
Necesitaba respirar, tomar aire, liberarse.
El mejor lugar siempre era aquel parque, donde le había visto por primera vez jugar corriendo tras una pelota y marcar un gol. Años después, Hinata continuaba yendo a jugar a ese mismo lugar con algunos amigos y más de una vez había visto —con placer—, la maravillosa visión de su torso desnudo gracias a la celebración de algún gol.
Se subió a uno de los árboles para refugiarse entre sus ramas y hojas y dejó que el llanto le ayudara. Podría ponerse algo de música triste que le acompañara, pero no serviría de nada.
Él ya tenía la música de su corazón y de su alma rota.
—Quizás deba de olvidarle —se dijo—. Hay muchos otros peces en el mar.
El problema, es que no quería olvidarse. No quería soltarle.
Aunque doliera. Aunque le asfixiara.
Lo amaba.
Aunque fuera inalcanzable, era su crush.
Fin
Abril 2019
Gracias por leer y comentar.