Capítulo VI

Hasta el límite

Han pasado meses desde la última vez.

Te sigues preguntando qué es esa sensación con la que despiertas cada mañana. Incluso te cuestionas cómo puedes seguir maniobrando sin estrellarte contra el primer muro en tu camino. Por qué todo sigue de manera acelerada a tu alrededor. Por qué el mundo no toma un respiro.

Recuerdas que no hace mucho, la compañía de teléfonos te contactó para saber si querías cambiar el equipo por uno más reciente. Cómo si de verdad le prestaras atención al aparato, no necesitas más de lo mucho que estos buitres del dinero te ofrecen. Pero todo es un constante cambio. Todo el mundo va con una fuerza de aceleración.

Y a veces te cuestionas, si no eres una rareza física en la sociedad. O por qué tu eje de movimiento es más lento. Son preguntas con poca razón, eso lo sabes bien, porque muchos te dicen que exageras.

Justo ahora sostienes una revista, un manga, mientras continuas en la sala de espera. Te parece gracioso, pero al bajar el ejemplar te das cuenta que aunque quisieras comentarlo con alguien más, todos están inmiscuidos en sus propios asuntos con el teléfono en mano.

—Yoh Asakura—llaman desde el módulo—La doctora está libre ahora.

Dejas la revista y caminas hacia el consultorio que has visitado los últimos meses.

—Adelante, Yoh—dice la mujer, acomodando sus lentes—Llegas algo tarde, esperaba que pasaras antes del paciente que acabo de dejar.

Ella espera sentada en el escritorio, mientras abre su blusa con cierta prisa.

Suspiras, presionando el botón de seguridad y te encaminas al lugar reservado en medio de sus piernas. De inmediato te besa, mientras quita tu camisa de su lugar. Ella recorre cada parte de tu anatomía, como lo quiso hacer desde la primera vez que entraste a ese consultorio. Notaste de inmediato el deseo, la necesidad en su mirada, el hambre de sentirse querida.

Escuchas sus gemidos en tu oído, los acrecientas con la ferocidad que tienen tus actos. Esta mujer termina llorando de placer en tus brazos cada vez que usas esa sabiduría innata

—Eres tan sexy—murmura contra tu boca.

Entonces sabes que es el momento idóneo para actuar. Y sin ninguna contemplación, te introduces en ese mundo. Te jactas, como él lo haría, porque sabes que lo haría. Porque era lo que hacía cuando se sentía el amo y señor.

Eres fuego.

Y no te importa si afuera llegan a escuchar el modo salvaje en que te mueves. Porque sabes que esta media hora es exclusiva para ti. Ellos ya deben sospecharlo, vas cada fin de semana. Aun así, no dejas esa faceta dominante y se la haces notar más cuando aprietas su pecho.

Tu nombre se deprende tan fácil de sus labios.

Sabes que está a punto de llegar, lo notas. Cierras los ojos, operando a la máxima capacidad física. Ella estalla, apenas reteniendo el grito que parece diluirse. Mientras tú, das unos golpes más para soltar todo el júbilo acumulado en ti.

Siempre es exhaustivo.

Pero sabes que has hecho un grandioso trabajo, cuando todo su cuerpo es gelatina.

Como siempre, la ayudas a vestirse. Una vez que ella está lista, te arreglas también. Anudas el condón y lo dejas en el cesto. Tratas de acomodarte, lo mejor posible, mientras ella te acaricia por detrás. Tal vez rogando por una segunda ronda. Ya la has complacido más de una vez en esas cuatro paredes. En esta ocasión, no sientes ese ánimo.

—¿Algún día te gustaría quedarte conmigo?

—Tienes familia—concluyes, besando su frente y alejándote.

—Sabes que estoy separada—te insiste una vez más—A mis hijos les agradarías.

Ella es bastante bonita, a pesar de tener casi cuarenta años. No por nada, terminaste en el sillón, haciéndola gozar, en lugar de contarle todo lo que te atañe. Sin embargo, no es algo que planeas alimentar en ese sentido. Ni algo que te interese seguir por ningún rubro.

—El siguiente fin de semana tengo que trabajar, vendré en dos semanas.

Cierras la puerta, no dejando espacio para una respuesta más.

Caminas por el pasillo, llegas al módulo y agendas la próxima reunión. La recepcionista anota la cita, pidiéndote que esta vez llegues temprano, aunque sabes de antemano que te recibirá en cualquier horario que lo solicites.

Te despides, advirtiendo que en el móvil te ha llegado un mensaje de tu jefa, pidiéndote que llegues con anticipación para medirte el disfraz que usarás de duende. Aun consideras extraña la visión navideña y algo ridícula, porque ni siquiera son costumbres arraigadas del país.

—A muchos les gusta—te explicó.

Quizá incluso en esos detalles se nota tu falta de empatía con el mundo.

Tal vez estás un poco desarraigado, cuando incluso dentro del auto notas lo sucio del desastre. Observas que hay dos o tres condones usados en la parte trasera. Mentalmente te reprimes ser tan vil, si sabes que tu abuela podría subir a tu vehículo cualquier día de la semana. Necesitas ser más ordenado.

Prometes aspirar y dejar todo en orden al llegar a casa.

Escuchas la radio, mientras de la nada, percibes el sonido de tu teléfono. Es una llamada de Ren. Debates entre contestar o no, decides poner el altavoz para evitar percances.

—Es raro que hagas una llamada, pero siempre es bueno saber de ti—introduces con una pequeña sonrisa.

—Quisiera decir lo mismo de ti—pronuncia Tao—Nunca contestas los mensajes, estás muy ausente.

Notas en el espejo un auto detrás, lo dejas rebasarte.

—El trabajo….

—Todos trabajamos.

—La universidad.

—Pensé que te graduabas este año.

—Me quedaba una materia pendiente—dijo en un suspiro—En dos meses, pienso que podré ser libre.

Él parece procesar la información, al menos te da cinco segundos de ventaja para estacionarte en tu casa.

—¿Irás a este viaje? Comprendo la situación del anterior, sé que no estabas muy de humor. Pero…

—Sí, lo sé—dices tomando el móvil—Siento mucho estar tan…ausente. He estado demasiado ocupado. Entre el divorcio, la mudanza y también lo de la florería, es un poco complicado todo.

Has absorbido demasiadas tareas para alguien de veintiún años.

—¿Cómo está tomando Seyram lo del divorcio?

Quisieras decirle todo, pero al mismo tiempo te contienes, no quieres causar más lástima. Ni quebrarte. Te ha costado mucho estar sereno.

—Bien, hemos ido a terapia—dices, sonriendo con ironía—Ella dice que a pesar de todo lo que está pasando, la ve tranquila.

Al menos no todo es mentira, una parte de eso es auténtica.

—Suena favorable, dentro de todo lo complicado que tienes—admitió en un tono más sutil.

Sabes que dentro de tu grupo, Ren te tiene una consideración especial, así como tú la tienes con él.

—Si es por el dinero, sabes que puedo costearlo. Iremos a escalar en California y acamparemos. Un poco de aire libre y la naturaleza te vendría bien, Yoh.

Una salida idílica, justo para ti.

—No sé, tendría que dejar terminado algunos pendientes, es… complicado.

—¿Es un: no, por adelantado? ¿Por lo menos puedes considerarlo?

Sonríes triste, a sabiendas que la negativa era más una realidad.

—Está bien, Yoh—admite Ren—Sólo no te pierdas demasiado. Todos tenemos problemas, sé que tú en especial tienes una vida algo complicada ahora. Pero es ridículo que yo lo diga, así que no te rías si te lo digo, porque lo digo en serio: también nos tienes a nosotros. Y nosotros seguimos contigo, pase lo que pase.

—Sí….gracias por eso.

Concluyes la llamada, sintiéndote algo mierda. ¿Cómo puedes ser tan mal amigo? ¿Cómo sientes hasta repulsión por comunicarte con los demás?

Te hundes en el asiento, pensando si deberías aceptar, pero todo dentro de ti grita por no hacerlo. Incluso bajas el espejo y te observas, has dejado crecer tu cabello, puedes notar la ojeras en tu rostro. El cansancio en ti es evidente y para colmo de males, recuerdas que no es por estudiar.

A veces tienes que fumar algo para evitar el desasosiego. Y no es tabaco lo que consumes.

Vuelves a ver el reflejo, sabes bien por qué no aceptas.

No eres el sujeto tranquilo de hace un año.

No eres ni el vestigio del amigo que ellos recuerdan.

Bajas del auto, no sin dejar impecable el sitio. Lo último que deseas son más cuestionamientos innecesarios. Ni excusas vacías, que solo te harán sentirte más miserable. Abres la puerta de la entrada, no hay más gatos ahí. Incluso ellos sintieron que debían buscar un nuevo corazón en otro sitio.

Te reprimes la ironía de esas palabras.

Entras en silencio y dejas una bolsa de víveres en la cocina. Acomodas todo, mientras tu abuela parece coser uno de los pantalones de tu abuelo. Pones algo de té para ella. Te acercas a la mesa de la sala, ella te recibe con una pequeña sonrisa, en parte porque le has llevado galletas de las que más le gustan.

—¿Qué tal la terapia?

—Bien, mejorando—dices, sentándote al frente—¿Cómo va mamá? ¿Hablaste con ella?

—Parece que mejor, está ayudando a tu abuelo con muchas cosas allá—dijo bebiendo del té—La recomendación de Fausto ha sido muy efectiva.

Por supuesto.

—Dice que extraña sus flores.

Mas no dice nada de ti.

—Me alegro—pronuncias apenas librando el dolor—Mamá necesitaba mucho el aire limpio.

—Sí… pensaba que tal vez deberíamos ir a verlos—dice Kino—Ha pasado más de tres meses desde la última vez que los vimos. Además, pronto será año nuevo.

Asientes, no muy convencido, pero tampoco vas a oponerte de forma tan abierta. En tus recuerdos, aun puedes ver a Keiko mirarte con anhelo. Sabes que para nadie fue fácil lo que pasó, pero esta vez tu madre no opuso nada a la velocidad con que se cayó en el abismo de tristeza.

No olvidas las noches de su llanto, hasta que te confundió con tu hermano.

Tuviste que fingir un poco para que ella comenzara a comer, para que se levantara de la cama y volviera a intentarlo.

Fausto dijo que de a poco volvería su lucidez.

Sigues esperando, con un cabello ligeramente más largo del que estás acostumbrado, a que ella vuelva a pronunciar tu nombre. Pero temes que vuelva a quebrarse al ver que no eres la persona que perdió.

—Ella sabe que murió—añade la anciana—Cada día lo asimila mejor.

Entiendes de lo que habla. Aun así, te disculpas porque quieres bañarte. En tu cómoda, el teléfono no deja de vibrar por los mensajes no leídos de tus amigos. Incluso por las notificaciones que llegan de otras redes sociales. Estás a nada de dejarlo sumergido en la tina de baño.

Mas no lo haces, sabes que de un modo u otro, este aparato ya es como una extensión más del cuerpo humano.

Reflexionas, mientras el agua cae en tu cabeza con el primer balde, recorres tu espalda adolorida por los rasguños de varias de las chicas con las que has estado. Evocas a tus compañeras de la universidad diciéndote que aunque seas callado, eres un gran amante, que ya ni les importa si las tomas en el estacionamiento o en el parque baldío del campo de fútbol.

¿Cuándo comenzaste con esa andanza?

Quizá cuando todo se volvió peor.

Cuando tu padre te confrontó y te golpeó, acusándote de robarte a su esposa.

Esa tarde, dos hombres te tomaron al salir del trabajo. No olvidas los puñetazos, como tampoco las amenazas de tu progenitor. Te tiró muchas fotografías en el rostro, sentenciándote por salir con ellas, como si fueran una alegre familia de tres integrantes. Jamás nadie te miró con tanto rencor, ni te pateó con esa saña.

—Yoh, la cena está casi lista—escuchas a la abuela en el pasillo.

Asientes, apresurando tus acciones.

Quisieras que los días sean mínimos. Que todo pase y vuelva a su cauce. Pero las cicatrices, como todas las marcas que llevas en la espalda, no se van tan fácil.

Mikihisa te acusó ante la ley de violentar contra él, fingiendo una falsa pelea. Argumentó que no podías estar cerca de la niña por tu carácter tan explosivo. Fueron investigaciones tras investigaciones, tus abuelos salieron a dar la casta por ti. Pasaste una noche detenido. Mas tu historial y perfecta conducta, fueron una clave importante para que el juez te dejara en libertad.

Adjuntaste una orden de restricción.

Ahora, acudes a terapia, tratando de demostrar que no eres una persona agresiva.

Pero en vez de tomar las sesiones, tienes sexo con tu psicóloga.

Aunado al hecho, de que no has visto a tu hermana desde entonces. Tampoco te permiten hablar con ella por teléfono, porque sigue sin poder conversar.

No eres padre, pero es como si lo fueras. Porque te preocupas por ella. Tienes que demostrarle al estado que estás bien y eres una persona aceptable para convivir con la niña. Pero ellos no se dan cuenta que también está pasando por el divorcio de sus padres, ni que se siente sola. Que eres lo más cercano que tiene como un refugio personal en medio de toda esa inmundicia.

Pero nadie lo comprende.

A pesar de lo cercano que te habías vuelto a Asanoha, ni ella argumentó a tu favor. Tal vez por el incidente que hubo en su boda y toda la mala relación posterior. O tal vez porque eso la favorecía en el divorcio, de tal manera que Mikihisa también perdió su oportunidad de luchar por la custodia. No sabes bien el motivo, porque no volviste a cruzar palabra con ella.

¿Cómo te viste involucrado en tanto?

Parece que fuiste un simple peón en una partida de ajedrez; en un mundo que opera a su propia conveniencia.

—¿Cómo va el trabajo? —pregunta Kino, trayéndote un plato de sopa.

—Vestiré de duende—le informas, mostrándole la foto que te envió tu jefa—Abriremos esos días para todas las parejas que quieran visitarnos.

—Se ve ridículo.

—Lo sé.

—Pensé que por estos meses ya dejarías ese empleo—dice tomando el primer sorbo—Pronto vas a terminar la universidad.

Es un discurso por demás conocido para ti. Incluso te atreves a realizar promesas, aludiendo que en cuanto termines todo, buscarás algo más acorde a lo que estudiaste.

—También trabajaré en año nuevo—dices recordando el esquema—Me pagarán el doble, así que tomé ese turno. Y estaba pensando que quizá deberías irte a Izumo desde Navidad.

—Pero te quedarás solo—argumenta preocupada.

Pero le sonríes tratando de darle confianza.

—Estaré bien, no te preocupes—dices optimista—Además con tanto trabajo, no quisiera que te quedaras sola esas fechas. En especial Año Nuevo, te gusta hacer las visitas al templo el primer día del año desde temprano. No te limites por mí, por favor, Abuela.

Está pensando cómo rebatirte, sin que te veas afectado por un juicio de valor. No por nada ella se quedó para hacerte compañía. Pero insistes, incluso le propones que mañana salga contigo a comprar el pasaje del tren.

Es extraño, porque terminas por comprar uno incluso para ti, el último día del año.

Comen un helado.

El día siguiente se va.

En las calles, muchas personas corren apresuradas buscando los regalos ideales. Muchos negocios ofrecen promociones, tu local no es la excepción. Y es que tan pronto llegas, ya te están implantando el gorro verde con rojo. No tienes idea cómo las costumbres de otros lugares son aceptadas con relativa facilidad en otro continente.

Contemplas tu reflejo en el espejo.

Tu abuela ya lo dijo bien: te ves ridículo.

Aun así, pintas la mejor sonrisa que tienes y sales al escenario. Porque cada vez que miras a un cliente, intentas hacerle pasar un rato ameno mientras consume en el café. Algunos te miran, otros sólo despegan apenas lo suficiente el rostro de sus móviles para indicarte lo que desean. Ellos quizá no escuchen tus recomendaciones musicales, pero siempre te esfuerzas porque obtengan lo que buscan.

Al final, las propinas compensan cada lágrima de tu cuerpo.

Y es extenuante hasta decir basta. La carga no se reduce ni un poco con el pasar de los días. Los ves conviviendo en pareja, tomándose las manos e ilustrando perfiles con fotografías melosas, para luego volver cada uno a su asunto. Siempre inmersos en ese mar que no te atreves a navegar.

No lo comprendes.

Tal vez, necesitas que alguien te lo explique con manzanas.

Llega la víspera de navidad, así que cierran un poco después de las nueve. El flujo de personas continúa. Siempre constante. Recoges las sobras de la cafetería, nunca te ha gustado desperdiciar y no tienes con quien cenar. A pesar de que tu teléfono no deja de decir lo contrario con la cantidad de mujeres que te buscan para pasar un rato interesante.

Suspiras, manejando hacia un viejo vecindario en el suburbio de Edogawa. Recuerdas las historias que Mikihisa tenía de tus abuelos en esa propiedad, a quienes —para tu pena— no pudiste conocer. Supones que es la época, porque te traslada a esa cálida mañana en que te sostenía entre sus piernas, mientras Hao y Keiko desenvolvían regalos.

Pues percibir su calor. También la felicidad que emanaban como familia. Y él relatándote breves aspectos de su niñez.

Viejos tiempos, que sabes bien, no volverán.

Te bajas de tu auto, con un par de recipientes de cartón.

Admiras la casa desde esa esquina y te aventuras a tocar el timbre. Lo haces más de tres veces, hasta que él te abre. Lleva de nuevo esa máscara, ocultando las cicatrices que ha dejado el accidente en él. Te deja pasar, sin ningún tipo de restricción.

¿Por qué lo tendría? Ya no eres un peligro. Aunque en tu interior, te sigues preguntando si esto es algo cuerdo.

La casa está sucia, bastante desaliñada, como su aspecto. Atrás quedaron los trajes de renombrados diseñadores, las amistades de gran renombre, los negocios jugosos. Mucho de eso se lo llevó el padre de Asanoha, a quien no le pareció tan buena idea que conservara el abolengo. Y que manejara su dinero. Menos cuando lo acusaba de homicidio.

En principio quisiste odiarlo. De hecho, no te costó nada hacerlo. Bastaba con recordar las doce puntadas en tu espalda y los moretones evidentes en tu rostro. Una costilla rota y la cantidad de malos pensamientos que se germinaron con la demanda. Cuando pasaste la noche en ese lugar horrible. Odiarlo era lo más natural del mundo.

¡En verdad lo era!

Luego… tuviste que pasar el proceso de divorcio, casi como si fueras parte de esas negociaciones. Viste en primera fila cómo la figura autoritaria se caía a pedazos. Cómo amaba en verdad a su hija. Las súplicas, el dolor que le causó a nivel emocional que ellas se alejaran de él. Jamás lo viste así sufriendo por tu madre. Y jamás lo viste así, tan destituido cuando tú te alejaste de él.

Y aun así, después de todo el proceso—los golpes, las secuelas que eso dejó en ti—le tendiste la mano. Cuando nadie de los que se pregonaban sus amigos lo hicieron. Colaboraste con la mudanza en ese coche viejo, que él tanto se quejaba. Lo llevaste a su chequeo médico una vez por mes. Por suerte, su seguro seguía cubriendo los daños y tenía algo de dinero ahorrado, aunque no para vivir con la holgura de antes.

Nunca te lo agradece, ni te mira más de lo necesario, porque le recuerdas a él.

Y eso duele.

—Feliz navidad—le dices, abriendo el paquete para él.

Mikihisa prende el televisor y comienza a comer lo que has llevado, sin siquiera decirte algo. Muchas veces has pensado desistir de esta tortura, pero es un susurro con la voz de Hao lo que te impide abandonarlo a su suerte.

Terminan de comer, preparas algo de té. Ambos continúan viendo la televisión en silencio. Lo único tranquilizante en eso es que ven un programa de comedia. Algo que solían mirar cada víspera de navidad. Quizá, aunque todos te digan que eres un imbécil por seguir ahí, este instante es una bocanada de aire para tu vida y significa más de lo que todos creen.

Él se levanta, sube las escaleras.

Sabes que es tu momento de irte, así que recoges todo y cierras la puerta en modo silencioso para no incomodar a nadie.

Los días siguientes transcurren con relativa calma. Recibes mensajes de tus amigos, deseándote felices fiestas. Agradeces todas las misivas y concluyes muy a tiempo tu jornada de trabajo. Eres el último en irte, en dejar impoluto ese sitio. Tu jefa te felicita por ser uno de los mejores empleados. Tú, ya no sabes qué decir. La verdad es que a veces te causa asco la indiferencia de las personas. Aun así, tratas de dar tu mayor esfuerzo.

—Feliz año, Yoh—dice brindarte una sincera sonrisa.

Intentas corresponderla, lo mejor posible. Es sólo que con el pasar de los meses, parece como si hubieses olvidado cómo hacerlo.

Suspiras, sintiendo copos de nieve del ambiente.

En las calles todo es color.

Mientras conduces a la estación del tren, recuerdas las festividades del año pasado. A Redseb pedirte que dejaras tu carta o no recibirías tus regalos. A Seyram, invitándote a jugar con ella en su sala de muñecas. A Hao…diciéndote que ha comprado un suéter feo para vestir iguales.

Muerdes tus labios, tratando de reprimir cualquier ruido en tu interior.

Estacionas el auto, bajas tu mochila del portaequipaje. En tu mente revisas todos tus pendientes. Ryu te aseguró que estaría pendiente de la florería. Cerraste todas las tomas antes de salir. Dejaste una despensa a Mikihisa el día anterior. Y no olvidaste el cargador del móvil, como siempre.

Todo suena en orden.

Abres la puerta, descubriendo el espacio semivacío.

Muestras tu boleto al encargado, pero él te remite a la ventanilla.

—Lo siento, joven—se disculpa—Debido a la tormenta de nieve en varios lugares, nuestro servicio está muy retrasado.

—Pero…. ¿entonces está cancelado?

—No, pero tardará dos horas más de lo previsto—dijo sacando la libreta—A muchos de nuestros clientes, ya les reembolsamos su boleto, las condiciones no son tan buenas para viajar, ya que debido a la tormenta, el servicio es lento.

Quizá era una señal para que no te fueras de la ciudad, aun así, dices que abordarás

A Kino no le gustará que te quedes en casa.

—Esperaré—dices, tomando tu equipaje.

Miras a tu alrededor, buscando un sitio. Pero, no te sientes del todo cómodo con la idea de no hacer nada. Tampoco es tu opción mirar el móvil. Prefieres salir a la plataforma, donde no hay nadie. Respirar aire fresco, apenas tolerable.

Suspiras, caminando todo lo largo.

Encuentras en el silencio un murmullo de ayuda, que te alienta a ver de cerca las vías.

Cierras los ojos, rememorando cada comentario irónico de tu hermano. Lo mucho que le gustaba molestarte con tu móvil antiguo. Cómo casi lo arroja por la ventana en el coche. La primera vez que te enseñó a manejar. El abrazo que compartieron unas noches antes de que se fuera de viaje.

Quizá, verías de nuevo esa figura tan carismática. Tal vez, hasta estaría rodeado de gatos. Sería gracioso que fuera así.

Comienzas a reír, pareciendo un demente, pero la idea es bastante curiosa en realidad. De pronto, el aire frío se cuela en tu garganta, recordándote que el dolor sigue latente en ti y que la risa a menudo conduce al llanto. A veces te preguntas: ¿hay un límite para sufrir? ¿Ya has tocado el tuyo? Nunca nadie te da respuestas.

Dejas tu pie suspendido en el aire encima de la vía.

Todo sería más sencillo así, si dieras un solo paso.

Realmente no eres tan indispensable para nadie. Incluso comienzas a pensar en los beneficios de tu partida.

No obstante, no eres tan valiente, regresando tu pie a puerto seguro. Introduciendo tus manos en la chaqueta, cuando notas que alguien más te está observando. De inmediato te avergüenzas, porque seguro creerá que estás loco. O llamará a sanidad para que te recojan de una buena vez y te internen en un psiquiátrico.

En verdad no lo sabes, mil ideas circulan por tu cabeza.

Pero ella solo se sienta en la banca de madera.

Su mirada es diferente al resto de las chicas. Y no tiene nada que ver con el dominante color ámbar en sus ojos. Sino en la manera que quiere leerte.

No sabes si decir algo, así que no dices nada y sigues de largo, hasta sentarte en la banca siguiente. Con suerte ella tampoco dirá nada, ni hará un comentario extra. Pasan los minutos, la nieve se hace presente en copos más grandes. Es un bonito espectáculo, dentro de toda esa hecatombe.

Suspiras, soltando gran parte de tu tensión.

Aunque no puedes sentirte del todo aliviado. Porque esa chica rubia te sigue mirando con disimulo desde lejos. Así que decides verla, ya que es muy evidente la atención en tu persona.

Comienzas a notar que su cabello no es tan largo, también que usa un abrigo color café, con botas negras largas y un gorro rojo. Es rubia y bastante bonita. Es de hecho muy parecida a alguien que tú conoces muy bien.

Ambos se miran con fijeza, sin emitir un gesto de empatía o cordialidad.

Pero todo eso cambia cuando una fría ventisca recorre la plataforma. Lo que te hace recordar que el clima es algo severo para estar tan a la intemperie. Y ni tú ni ella llevan la ropa adecuada para tolerar el clima. Ella es la primera en hacerlo notar, cuando frota varias veces sus manos, incluso soplando en ellas, dotándolas de un cálido vapor de su boca.

Es linda, debes admitirlo.

Quizá ese fue el impulso que te dio valor para pararte y caminar hacia la máquina expendedora del otro lado. Hay la posibilidad de que ella se haya marchado en el proceso de esta acción. De cualquier manera, no titubeas, introduciendo el dinero necesario para dos latas.

Metes la primera a tu chamarra. La segunda que cae la sostienes con una servilleta a su alrededor. Coges aire, porque no quieres parecer un tonto. Y caminas de vuelta, notando que ella sigue ahí, en la misma banca.

Una parte de ti rogaba porque ya no estuviera. Pero una muy remota, deseaba que permaneciera en su sitio, como ahora. En que sus manos intentaban darse calor con el movimiento.

No recuerdas cuándo fue la última vez, pero sabes que han pasado meses enteros.

Hoy, unas horas antes de finalizar el año, has vuelto a sonreír, mientras le tiendes una lata de café a una completa extraña. Es leve, pero es un gesto notable de tu parte.

Tus dedos tiemblan, en espera de su respuesta.

Ella te mira con esos ojos tan profundos e irreales y acepta la lata.

Sus manos perciben el calor, incluso en un gesto que te llama la atención, también lo lleva a su mejilla. No puedes estar más complacido por esa reacción y ni siquiera sabes bien del motivo.

—Está caliente.

Es curioso cómo dos simples palabras te hacen sentir confortable.

Así que tomas valor y te sientas a su lado, notando lo agradable que es para ella ese calor nuevo. Lo reiteras, porque no llevas más de cinco minutos ahí y ya lo sientes como algo especial.

—¿Y tú, que tomarás…—dice mirándote—…Yoh?

Continuará…


N/a: ¡Saludos a todos! Sé que no tengo perdón por abandonar esta historia tanto tiempo, pero espero poder hacerlo con mayor regularidad. Aunque debo admitir que escribir los episodios previos me requirió demasiadas emociones de melancolía y tristeza. Creo que a la fecha es una historia que me parece fluida para escribir, sino es que me parece la más sencilla de redactar. Las palabras me salen muy fácil. Y el modo es diferente, así que eso lo hace interesante.

Un millón de gracias por toda su aceptación y por seguir leyendo lo que escribo. A mí me gusta compartirlo, también me agrada de sobremanera ver el impacto que tiene en ustedes. Por eso como pequeña acotación, que me parecía gracioso que ya querían la intervención de Anna. Pues ya está aquí, ya llegó. Vienen cosas interesantes, no se lo pierdan.

Agradecimientos especiales: Alexamili, Eikabasar, Nana010, guest, Carlos29, Caande Tommasone, Tuinevitableanto, Guest, Sury, Lili, annprix1, Namahe, Rzie, Clau Asakura K.

Cuídense y nos leemos pronto

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