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III
DEBILIDAD
—Gracias Helena —dijo una mujer anciana—, a mi esposo le gustarán.
Helena despidió a su clienta con una sonrisa, viéndola partir con dirección al cementerio.
—Hey, hermana —habló uno de sus pequeños hermanitos—. ¿Hoy tampoco vendrá el hermano mayor?
Con un suspiro ella volvió a poner una sonrisa falsa sobre su cara para decirles lo mismo que hace dos meses.
—Ya te dije que la diosa Athena lo necesita junto a los otros Caballeros Dorados —le respondió acariciando la cabeza del pequeño.
—¿Pero cuándo volverá? —se impacientó.
¿Qué decirles?
¿Pronto? ¿Nunca? Esa pregunta siempre era difícil de responder y por lo regular pensar mucho en eso le ocasionaba originar más dudas.
¡No lo sabía! Helena no lo sabía y después de varias semanas sus esperanzas propias se habían ido al caño, sin embargo sus hermanos le habían tomado cariño al Santo y claramente si les decía que posiblemente Death Mask nunca volvería a Asgard ellos entristecerían.
Helena no podía permitir eso.
—No lo sé, los Santos Dorados siempre están peleando por la tierra. Justamente como los Dioses Guerreros.
—Pero ellos sí regresan a pasear por aquí.
Ante esa lógica, Helena no pudo evitar reír.
—Es fácil para los Dioses Guerreros visitar Asgard porque no tienen que volar en un avión para llegar hasta aquí.
—Sí, bobo —interrumpió otro de los niños—. Es como si le pidieras a un Dios Guerrero que vaya a Grecia sólo a dar un paseo.
—Podría pasar —insistió irritado.
Negando con la cabeza, Helena se puso de pie dejando que sus hermanos discutiesen entre sí y se entretuviesen con el tema de los viajes y los Caballeros de Asgard y Rodorio.
Ya había pasado mucho tiempo desde que Death Mask partió a Grecia; también desde que Helena recibió una carta devastadora que tenía como objetivo deprimirla.
¿Cómo lo sabía?
El mes pasado, el Dios Guerrero Frodi de Gullinbursti, había puesto manos a la obra en la búsqueda del infame que le había dejado aquella carta a Helena. Como un favor personal a una amiga de su amiga, el Dios Guerrero realizó por sí mismo una investigación detectivezca para dar con la cobarde.
Sí. Era una mujer.
Al parecer una antigua amante del Santo Dorado llamada Echo, se había enfrascado en la misión de buscar al hombre apenas supo de su resurrección y de su decisión de querer vivir en aquella zona hostil de Noruega.
Echo era una mujer tan desubicada que no le importó abandonar su hogar, llegar a duras penas a Asgard sólo para vivir como una vagabunda. La locura le pegó fuerte cuando se enteró rápidamente de la existencia de Helena y de todo lo que había por detrás de su relación con el Santo de Cáncer.
Al parecer a Echo no le gustó nada llegar a Asgard y enterarse de que Helena había "cambiado" a su Death Mask.
En la cárcel, Echo declaró que era fan del Santo sádico y desalmado que a nadie más agradaba; sólo a ella. Por eso ya se había decidido a matar a Helena. Menos mal que Frodi la apresó a tiempo.
Cuando Lyfia le contó a Helena todo lo que Echo había declarado saber de ella, sus hermanos y Death Mask, le tomó el hombro y le aseguró que tanto Frodi como ella no hablarían del asunto que era mejor mantenerlo cerrado. Por otro lado, Echo fue encarcelada por amenazas e intento de asesinato. También por sus notorios problemas mentales por lo que la estudiaría un especialista.
A partir de ese momento, Helena se permitió dormir en paz dado a que Echo no tenía cómplices y ya estaba muy lejos de poder salir del calabozo donde estaba.
—Helena, ¿podrías venderme un ramo de rosas? —se acercó un señor, devolviéndola al mundo real—. Mi esposa cumple años hoy y le encantan estos detalles.
—Por supuesto —dijo ella con una sonrisa. Entonces continuó su venta.
Pasó toda la tarde atendiendo pocos clientes, su florería a pesar de generar buenos ingresos, necesitaba de mucho cuidado. Su mercancía podía morir en cualquier instante y si esto pasaba significaría que no habría comida en la mesa, lo que significaría un verdadero desastre.
Los niños aún eran demasiado inocentes para entender el mundo de los adultos. Un mundo cruel del que ella personalmente saldría por la puerta trasera de no ser porque sus queridos hermanitos estaban a su lado, dándole fuerzas y motivos para seguir adelante con orgullo; sin bajar la cabeza ni una sola vez. Si no los tuviese para acompañarla, ella ya se habría rendido hace tiempo a su enfermedad debido a la pesada soledad.
Cuánto a Helena le hubiese gustado haber tenido la oportunidad de saborear su infancia y adolescencia como todos los demás. No se quejaba de su actual vida, la cual era mucho más llevadera que la anterior cuando estaba enferma, pero a veces Helena se deseaba tener cosas que jamás podría adquirir. Su juventud, era una de ellas.
Los dioses obraban de formas misteriosas. A veces muy crueles.
Cuando llegó la hora de cerrar el puesto, la nieve empezó a caer con más fuerza. Helena ordenó a los jovencitos resguardarse adentro de la bodega mientras ella levantaba todo. Desde las macetas pequeñas hasta las grandes.
Continuó con el puesto improvisado con palos de madera y trapos. Al terminar Helena se adentró de la bodega junto con sus hermanos cerrando bien la puerta.
—Nos quedaremos aquí hasta que pase el viento —sí, porque eso había sido.
De haberse avecinado una tormenta al menos una de las personas de afuera ya habría salido arrojada por la intensidad de la ventisca; eso sólo acarrearía más problemas a la pobre florista y sus hermanos.
Y pensar que la dama Hilda había tenido que rezar en el peñazco en medio de este clima durante toda su vida. Y que la señorita Lyfia seguiría también con esa labor. Obviamente, con Frodi y los nuevos Dioses Guerreros protegiendo sus espaldas para que a ningún otro dios se le ocurriese pensar que iba a serle fácil atacarla.
—Ten —le dijo su hermanita poniendo una manta sobre los hombros a Helena.
Por precaución, adentro de la bodega todos tenían sus propias mantas apartadas, mudas de ropa y un pequeño calentador que funcionaba gracias a la luz solar que se recolectaba durante días. Adentro también tenían provisiones por si se llegaba a dar la ocasión de tener que refugiarse de una tormenta durante un tiempo prolongado por lo que Helena no se preocupó por eso, sino más bien por su propia casa.
Al tener que salir a trabajar, Helena temía que en un día de estos algún ladrón pudiese forzar la entrada y dejarlos sin nada.
Obviamente el dinero lo tenía repartido para evitar perderlo todo de su sólo tajo; una mitad bajo un compartimiento bien oculto en su bodega, y la otra mitad oculta adentro de un libro viejo entre otros pocos ubicados en la alcoba de los niños.
Aun así cada vez que Helena salía de su casa, lo hacía con el corazón palpitando desbocadamente. Ser el único sostento de su familia no era algo fácil.
La vida de un asgardiano de por sí ya era complicada, más si eras una mujer sola con un trabajo humilde y cuatro bocas que alimentar sin contar la tuya.
La única parte buena es que al menos ya tenía salud…
—¿Hermanita? ¿Estás bien?
No pudo responder; las fuerzas de pronto se le fueron.
—¡Helena!
—¡Hermana!
—¡Oye!
—¡¿Qué te pasa?!
Sorpresivamente su cuerpo cayó hacia atrás cayendo rápidamente en la inconciencia.
—¡Hermana!
—CONTINUARÁ—
Lamento el capítulo tan corto, pero espero traer pronto el siguiente.
Muchas gracias por leer, ¡hasta la próxima!
También... gracias por sus reviews a:
camilo navas, Sara y Guest.
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