Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: Break My Heart Again – FINNEAS

Capítulo 34:

El proceso de sanar

PARTE I

"Oye, tú

Ahora me voy

¿Puedo venir más tarde esta noche?

¿O necesitas más tiempo?

(…) No puedes evitarlo si tu mente ha cambiado

Así que adelante y rompe mi corazón otra vez

(…) Sé que no es verdad cuando dices 'estoy bien'…"

Hace años no sentía tanto odio en mi ser, años que no sentía que nada importaba con tal de hacer daño.

Royce había roto todo de mí.

Sentí el impacto del bate en su brazo. Soltó un bramido de dolor.

—Mírame —ordené—. ¡Mírame!

Le levanté la cabeza con la punta del bate, arañándole la piel.

—Dime a la cara lo que le hiciste a mi chica. ¡Dilo!

Él apretó los labios, negándose con orgullo.

Apunté a su rostro y lo golpeé dos veces, lo suficiente para que botara sangre de su boca.

—¡La golpeé con una barra de metal por interponerse en mi camino! —espetó y luego se rio—. Te crees muy valiente por hacer esto con todos tus amigos, ¿eh? En especial con un maldito bate.

Acomodé mi mandíbula ante la soltura con la que decía aquella bajeza.

Tiré el bate y miré a todos los demás.

—Lárguense. Le enseñaré a este jodido loco de mierda que no debió tocarla, ¿sabes por qué? —Lo tomé de las solapas de su camisa y lo sacudí mientras tocaba su nariz con la mía, oliendo la sangre que expelía de él—. ¡Porque no solo la dañaste, hijo de puta! ¡Mataste a mi hijo! —Amenacé con el llanto pero apreté mis labios para no hacerlo.

Royce tenía los ojos muy abiertos. Sabía que lo mío no era un puto juego. Había tocado lo más sagrado para mí, algo con lo que nadie se atrevería nunca a jugar.

—Edward, dejémoselo a la policía —dijo Jonas, acercándose.

—¡Que me dejen solo, jodida mierda! —bramé, dejando de pensar—. Voy a destrozarte, ¡juro que voy a hacerlo!

Volví a lanzarlo al suelo y lo pateé. Royce volvió a escupir sangre.

—¿Quieres que deje el bate, hijo de puta? Pues bien, me tienes sin bate —le dije antes de darle un puñetazo directo en la nariz—. Ya te molí la cara una vez. Ahora nadie puede detenerme, recuerda que aún no me olvido de lo que le hiciste a mi mejor amigo y a la mujer que un día juraste querer a pesar de todo. —Le tomé los cabellos y le hice mirarme incluso cuando tenía un ojo cerrado por la hinchazón de mis golpes—. Aunque haya acabado su amor por ti, tú juraste quererla, maldito abusador de mierda, ¡que te haya engañado no te da ningún jodido derecho a haberle hecho lo que hiciste!

Lo lancé y lo pateé, liberando la rabia que me tenía tensado de pies a cabeza.

—¿Querías que lo hiciera con mis manos? Pues aquí me tienes, hijo de puta, ¡aquí me tienes!

A medida que le propinaba puñetazos, dejando ya de sentir la sensación de sus huesos faciales contra mis nudillos, Royce fue alejándose, moviendo sus manos entre temblores. Pero yo estaba enardecido, solo pensaba en Bella golpeada y en mi hijo. Quería destrozarlo…

—Edward, ya basta —pidió Jonas, tomándome de la cintura.

—¡Suéltame, carajo!

Lo empujé y tomé el bate, dispuesto a dejarlo caer una vez más en Royce, asimilando la noticia de lo que le había hecho a la mujer de mi vida.

—Espera —gimió, botando más sangre—. Espera…

Yo temblaba con el bate a centímetros de su cara. Jonas tiró el arma hacia otro lado y me tomó el rostro entre sus manos, haciendo que lo mirara a la cara.

—¡Que me mires, Edward, maldita sea! —gritó.

Respiré de manera desacompasada y lo miré, volviendo lentamente en sí.

—No eres un asesino, no te ensucies las manos, amigo, ¡no lo hagas! Te vas a arrepentir —dijo, tomándome el cuello con fuerza—. Hacer lo que planeas no te traerá devuelta a tu hijo, ¡piensa que debes estar con Bella! ¡Te necesita! Tus hijos… Tus hijos también te necesitan.

Yo botaba el aire como un toro. Estaba descontrolado.

—Yo… Yo puedo decirte algo importante. —Royce intentaba respirar, tomándose las costillas rotas.

Fui tras él y lo sacudí, provocándole más dolor.

—Dime qué —gruñí—. Dímelo ahora.

Royce iba a hablar, tomando aire de manera jadeante pero tras las viejas ventanas vi las luces de la policía.

—Vamos, Edward, tenemos que salir de aquí —me recordó Jacob.

Gruñí y lo solté, haciéndolo chocar con el suelo.

—Volveré a por ti, Royce, te lo juro —amenacé, bufando—. Te lo juro por Bella y mis hijos.

Me acomodé la chaqueta de cuero, saqué el bate y me fui, limpiando los clavos con frialdad mientras caminaba hasta mi moto. Nos desviamos de la policía, yendo a toda velocidad por las calles de Chicago. Cuando llegamos a nuestro escondite, el bar del sótano, solté la máquina y bajé el pedal con todas mis fuerzas. Bajé las escaleras y me metí al baño, giré la llave del grifo y lavé mis manos de la sangre de ese imbécil, respirando aún con dificultad.

—Amigo…

—Debiste dejarme hacerlo —solté, interrumpiéndolo.

—Hey, viejo, ¿qué clase de amigos seríamos si así fuera? ¿Eh? Ahora volverías a las rejas, dejando a tu familia a la deriva. ¿Qué pensaría Bella si despierta y no te ve? Ella te quiere contigo, maldita sea, ¡no dejes que tu cabeza caliente te controle! —me regañó.

Me aferré al filo del lavado, encontrándole el sentido a sus palabras. Sin embargo, aún me cubría la rabia.

—Algo sabe ese hijo de puta y tarde o temprano lo sabré yo, así sea metiéndome en su maldita celda —afirmé—. E iba a decírmelo, maldita sea.

Gruñí, soltando toda la rabia que me consumía.

Pero entonces pensé en mi chica. Estaba sola allá.

—Bella —susurré.

—Ella es tu prioridad, la venganza es una mierda que nos nubla, lo sabes bien —afirmó Jonas. Lo miré—. Amigo, ve con Bella.

Asentí, temblando por el llanto a medio salir.

Tomé mi casco y me subí a mi moto. Manejé tan rápido como pude, aún bufando, sintiéndome impotente por lo que nos había sucedido. Era difícil dejarlo pasar, sobre todo cuando tuve al causante entre mis manos.

En cuanto llegué al hospital, me metí a la habitación de Bella y vi que sus ojos se movían tras sus párpados cerrados, queriendo despertar.

Bella POV

Emití un quejido cuando sentí el dolor en mis costillas. Al mirar hacia mi alrededor, recordé todo demasiado rápido.

—Nena —me llamó Edward.

Lo busqué con la mirada y lo encontré contemplándome con los ojos llorosos.

Por primera vez no supe qué decirle, tampoco me salían las palabras. Había algo dentro de mí que me costaba comprender, era un dolor implantado que parecía pegado a mi pecho.

—Estoy aquí —afirmó, acariciándome los cabellos.

Yo asentí y le toqué la quijada masculina. Se veía increíblemente cansado. Demasiado.

—¿Te duele algo?

¿Cómo le explicaba que había un lugar intangible que sí, dolía, y que no sabía cómo sanar?

—Dime algo, nena —suplicó.

Tragué.

Abrí mis labios y ante la primera sílaba que quería soltar, el llanto se agrupó en mis ojos. Edward lo notó y me tomó una de las manos, besándomela. Cuando vi sus nudillos, me di cuenta de que estaban morados. Fruncí el ceño, sorprendida.

—Con permiso —dijo la doctora, entrando a la sala.

No salían palabras de mi boca, así que miré a Edward con el labio inferior temblándome.

—Buenas noches —susurró él. Tenía la voz rasposa.

—Lamento mucho tu pérdida, Isabella —añadió la profesional—, en estas circunstancias solo hay que aferrarse a la familia y los amigos. Quiero que sepas que a pesar de todo, eres una mujer sana, que no tiene secuelas ni complicaciones, puedes volver a intentarlo…

Yo dejé de escucharla, mirando hacia el frente. ¿Cómo pensaba en volver a intentarlo si me habían quitado a mi hijo? ¿Qué sabía ella de este dolor que me consumía?

—Puedes irte a casa hoy —fue lo último que oí—. En una hora te entregaremos algunos medicamentos para que puedas dormir…

Me hice a un lado, apegándome a la dura almohada y dejé que el llanto llegara. No necesitaba más palabras externas, solo quería apegarme a los recuerdos en los que soñé con mi hijo y lo ansié con todas mis fuerzas.

Cuando ella se fue, Edward me acarició el cabello con cuidado. Sin embargo, no pude decirle algo, solo miraba a mis manos y luego cerraba los ojos, una y otra vez.

Tocaron a la puerta. No miré.

—Hola, Renée —dijo Edward.

Al reincorporarme la vi, ofreciéndome sus brazos. No me moví, no me sentía yo, como si el alma se me hubiera ido del cuerpo.

—Tienes que llorar, hazlo —me susurró, besándome los cabellos y juntándome a su pecho—. Yo estoy aquí, siempre lo estaré.

Miré mi anillo de compromiso e instintivamente busqué a Edward, que tenía la mirada en el suelo. Apretaba las manos a medida que aguantaba el llanto. Quería preguntarle por qué lo hacía, por qué sus nudillos estaban morados, por qué no se acercaba y me abraza y por qué sentía que, si lo hacía, me iba a hacer pedazos.

—Con permiso —se disculpó Edward, saliendo de la sala con el ceño fruncido.

Lo miré y no pude abrir los labios y decirle que no se fuera. ¿Qué me sucedía?

—Tienes a un pequeño ángel ahora, recuérdalo siempre. Ahora tu familia te necesita, por favor, no lo olvides —decía mamá.

Contemplé sus ojos azules y arqueé las cejas, volviendo a llorar en completo silencio.

Yo quería a mi hijo conmigo, quería sentirlo, poder conocerlo… ¿Por qué había tenido que pasar esto? ¿Por qué carajos tenía que ser un infierno cuando se trataba de mis pequeños?

—¿Quieres un vaso de agua, cariño? —preguntó.

Asentí y mamá se levantó para ir a por ello. Cuando me quedé a solas, me toqué el vientre, lo que me dolió más que las costillas. Quería conocerte. Ya te amaba, ya te imaginaba…, pensaba. Me lo habían quitado de las manos, no me dieron opción a elegir, simplemente con fuerza me lo arrebataron como casi me arrebatan a Fred.

Apreté las sábanas, sintiendo la pesadilla de extrañar a alguien que no conocí ni alcancé a sentir. De haber sentido sus latidos…

—Bella —me llamó Jasper.

Alcé la mirada y lo vi, bajo el umbral de la puerta, tímido y retraído.

¿Qué hacía aquí?

—Supe hace muy poco lo que te ocurrió, yo… —Frunció el ceño—. De verdad, lo siento mucho.

Pestañeé, recordando lo amigos que eran él y… Royce King.

—Corrí de inmediato a verte. —Suspiró—. Lo siento, Bells, lo hago de corazón. —Apretó los labios—. No sé cómo ayudarte.

Solté la sábana, temblando de irritación, desesperación, rencor, dolor y todas las emociones posibles. ¿Cómo ayudarme? ¿De verdad estaba preguntando cómo ayudarme?

—¿Qué mierda haces tú aquí? —bramó Edward, justo detrás de él.

Jasper cerró los ojos unos segundos y se giró para hacerle frente.

—Solo vine a verla…

—¿Con qué derecho? —lo interrumpió, cruzándose de brazos de manera amenazante—. ¿Tú? ¿De verdad? Ve a ver a tu gran amigo, Royce…

—Yo no sabía que era capaz de…

—¿No? —Vi cómo Edward soltaba sus brazos, harto de su presencia—. ¿De verdad no sabías la clase de hombre que era ese imbécil?

Jasper alzó los brazos, dispuesto a hacerle entrar en razón pero él lo empujó, queriendo sacarlo de la habitación.

Me quité las cobijas de encima y bajé de la cama, tambaleando de a poco. A medida que me acercaba a Jasper, iba sintiendo más rabia, una que me comía por dentro de una manera casi inhumana. Sabía que no era su culpa directa, que él no había hecho lo que me hicieron pero una parte de mí tenía una rabia y un rencor acumulado que no sabía de qué manera explotar.

—Sal de aquí —le dije—, sal de este maldito lugar.

Edward se giró al escuchar mi voz y su expresión cambió.

—Cariño, ve a la cama.

—Déjame, Edward, por favor.

Lo hice a un lado y contemplé a Jasper un largo momento.

—Por Dios —susurró, mirándome los golpes en el rostro—. Bella, yo de verdad no…

—¿No qué? ¿No sabías de lo que estaba hecho Royce? ¿Eh? —le pregunté, poniéndome a llorar—. Acabo de perder a mi hijo por tu maldito amigo —gemí—, no vengas aquí a ver cómo mierda estoy si sabes todo lo que pasó.

Los ojos de Jasper se pusieron llorosos pero no le creí.

—Ya escuchaste, carajo, ¡lárgate! —bramó Edward, dispuesto a sacarlo a patadas si era necesario.

—¿Qué pasa aquí? —inquirió mi madre, entrando a la habitación con mi vaso de agua—. Por favor, basta de discusiones. Jasper, vete.

Tragué mientras lo veía darse la vuelta con los hombros caídos. Edward iba a ir tras él, quizá para decirle algo más pero yo lo hice parar, tomando parte de su camiseta.

—No —le dije, mirándolo a los ojos—. ¿Acaso te importa más ir tras él? No te necesito golpeando a los demás por mí, te necesito conmigo.

Sus ojos entristecieron de manera agria. Bajé mi mirada a su pecho y noté por primera vez unas pocas salpicaduras de sangre. Fruncí el ceño, temerosa y luego desconociendo parte de él.

—Al parecer, sea lo que sea, sí prefieres los golpes que todo lo demás —susurré, alejándome.

Renée arqueó las cejas cuando me giré, como si me regañara sutilmente por soltar mi rabia con la persona que menos lo merecía. Pero yo estaba tan enardecida con el mundo que me eché a llorar y me senté en la cama, agarrando las orillas del colchón con rabia, intentando respirar ante el dolor en mis costillas. De reojo vi a Edward parado, contemplándome, pero todo se interrumpió cuando llegó la doctora dispuesta a darme el alta al fin.

.

Terminé de abrocharme el último botón cuando Edward llegó de preparar el coche para llevarme a casa. Me costaba mucho caminar.

—¿Dónde están Agatha y Fred? —inquirí, sujetándome de mi madre.

—Están en casa. Sophie se ha quedado con ellos —susurró mamá.

Asentí.

—¿Crees que puedan quedarse contigo un par de días más? No quiero que vean que estoy golpeada.

Miré a Edward, quien mantenía las cejas arqueadas.

—Pero te extrañan, Bella —dijo él.

Se me acumularon las lágrimas.

—Me los llevaré mañana por la tarde para que puedan descansar. Edward tiene razón, ellos te extrañan mucho y no dejan de preguntar por ti.

—Claro —musité.

Ni siquiera yo quería volver a verme el rostro, la sola idea me traía tan malos recuerdos que, sumado a lo que había pasado, me sentía inmensamente infeliz.

Dentro del coche, Edward manejaba de manera tosca, como si le costara mover los músculos. A ratos miraba sus nudillos y la camiseta manchada, pero luego desviaba hacia el camino. Por la ventana veía el reflejo de sus ojos cuando me contemplaba y en los instantes en que parábamos en el semáforo, lo veía intentando tomar mi mano, gesto del que se arrepentía a los segundos, como si quisiera darme un espacio. Aquello apretó mi garganta pero algo en mí tenía tan poca iniciativa desde que había despertado que no pude decirle algo, era como si me hubieran quitado el alma y esta aún no regresaba a mi cuerpo.

—Voy a ver a los pequeños, ¿bueno? ¿Te ayudo, cariño? —me preguntó mamá, saliendo del coche para ir a mi puerta.

—Yo iré —susurró Edward—. Tranquila.

Ella asintió y se marchó a regañadientes, como si no me quisiera dejar ningún momento sola. La entendía, a Renée le costó muchísimo perdonarse porque me hizo ver cómo Charlie la maltrataba borracho y luego por no haberse dado cuenta de lo que me hacía Dimitri en su momento. Ahora, no solo yo estaba reviviendo los hechos pasados de violencia, sino también ella. Se preocupaba tanto que a veces olvidaba que… Edward estaba aquí.

—Ven conmigo —señaló, ofreciéndome su mano luego de abrir la puerta y esperarme con una inocente mirada.

Me sujeté de su cuello y me sostuvo mientras nos mirábamos. Quería abrazarme, lo veía en sus ojos, pero si lo hacía iba a dolerme. Estaba tan golpeada que sus manos en torno a mí ardían como si él me hubiera hecho daño, lo que me martirizaba.

—Me avisas si te causo daño, ¿sí? —me preguntó, bajándome con cuidado.

Se me escapó un sollozo.

—Hey, hey… —me llamó, haciendo que lo mire—. ¿Dije algo malo?

Iba a responder pero escuché que Agatha y Fred pedían salir para encontrarme.

—Tienen que quedarse adentro, hace frío. ¿Vamos a la cocina a comer algo? —escuché que decía mi madre.

—Les haré algo increíble para comer —exclamó Sophie.

El chillido de los dos cesó y yo ya no supe qué decirle a Edward.

Cuando entramos a casa, me llevó en silencio a la habitación y me acomodó en la cama. Suspiré hondo, mirando hacia el frente y él no supo que hacer hasta entonces.

—No sé de qué manera actuar, Bella —murmuró—. Juro que quiero estar contigo pero no quiero atosigarte, simplemente… quiero que sientas todo sin miedo a nada. Lo que pasamos es… tan doloroso que no sé de qué forma llevarlo ni tratarlo, no sé cómo… —Apretó los labios—. Solo siento que amarte no es suficiente.

Mis ojos se llenaron de lágrimas por enésima vez.

—¿No es suficiente? ¿Para ti no lo es?

—No me refiero a eso, nena…

—¿Entonces a qué? Porque mientras estaba sedada, incapaz de moverme, tú estabas haciendo quizá qué —susurré, mirando nuevamente sus manos y su camiseta manchada.

Tragó y miró al suelo, frunciendo el ceño.

—Me refiero a que el amarte no es suficiente para hacerte sanar y eso me colapsa, ¿o qué? ¿Crees que algo me importa más que tú?

Me tembló el labio inferior, sin saber cómo responder.

—Quizá la violencia —solté sin pensar.

Su ceño se frunció más y entrecerró sus ojos.

—Por ti sería capaz de todo, ¿o qué? ¿Crees que no sentí cómo me moría al verte inconsciente? Y luego enterarme que habíamos… —Sus escleras estaban rojas de aguantar las lágrimas.

—¿Adónde fuiste? ¿Por qué? ¡Dime qué hiciste! —gemí.

Bajó los hombros.

—Fui a buscar a Royce.

—¿Qué?

—Lo hice. Lo encontré gracias a… mis…

—A tu pandilla —nuevamente solté.

—Si quieres llamarle así. —Se rio con pesar—. Lo encontramos y también encontramos a Rose. No lo aguanté, necesito tenerlo en frente por todo lo que te había hecho.

En mi cabeza solo pensaba en ello y me levantaba los vellos del cuerpo.

—Pero yo te quería conmigo, aun cuando estaba dormida, ¡te necesitaba conmigo!

—Y yo necesitaba hacerle pagar a ese imbécil lo que te provocó. —Su rostro se crispó—. ¿O qué? ¿Crees que es fácil para mí verte a la cara y recordar cómo te encontré? ¡Me cuesta más de lo que imaginas, Isabella! —bramó—. Me remece las entrañas. Y cuando recuerdo que… —Apretó los labios.

—Todo el tiempo pienso en mi hijo, Edward, todo el maldito tiempo. Ni siquiera tengo en mente una venganza, porque no puedo…

—¿Estás queriendo decir que mi hijo no me importa? —inquirió.

Bajé la mirada. No, no era eso lo que quería decir. Jamás pensaría eso.

—Edward…

—¿Crees que no pensé en él durante mi trayecto hacia esa fábrica? ¿Que no imaginaba lo mucho que lo deseaba cuando lo tuve en frente y…? —Tragó—. ¡Esto me duele más de lo que puedo soportar, Isabella!

Me encogí al escuchar sus palabras y el alza de su voz. Tampoco me gustaba que me dijera así, lo odiaba con fervor.

—¿Qué le hiciste a Royce?

Tenía miedo por mi hombre. No quería que sus deseos de venganza hicieran que el destino me lo quitara. Ya había perdido a mi hijo, no quería perder a Edward también.

—No voy a decirte, Isabella. ¿Qué demonios importa? —Se quitó la camiseta y sacó rápidamente otra para ponérsela—. ¿Sabes qué? Es evidente que necesitas estar sola, yo… Creo que dormiré con los pequeños, no quiero ser una carga también para ti. Solo quiero que sepas una cosa. —Su voz se quebró—. Todo esto me ha matado por dentro también y verte es más difícil de lo que alguna vez imaginé. Te amo pero me siento inútil para ti.

Salió de la habitación, furioso y angustiado. Me senté de golpe en la cama, mirándola tan fría y amplia. Dolía, lo hacía de verdad. Y aunque quería gritarle que no se fuera, que yo también lo amaba y que estaba aterrada por su bienestar, que lo quería conmigo y que lo necesitaba junto a mí, nada salía de mi boca, como si no existiera algo en mi interior.

Me recosté en la cama, tocando el lado vacío y haciendo que pasara el tiempo. Lo extrañaba pero no había forma de que mi cuerpo se moviera porque en el instante en que respiraba, una parte de mí sentía el dolor intenso en mis costillas, lo que a su vez me llevaba a recordar que no tenía a mi hijo junto a mí.

Las memorias de la primera vez que lo supe hicieron que mi llanto naciera de manera automática. Nunca había estado tan feliz de saber que estaba embarazada, porque era la primera vez que pasaba por aquel proceso sabiendo que vendría a un mundo donde no solo yo lo esperaba con tanta intensidad, sino también su papá. Los recuerdos de cuán feliz estaba Edward al saber que estaba embarazada fueron como cuchillas para mí.

—Te amábamos, Puntito —susurré—. Demasiado. Es tan injusto —sollocé.

Sentí que abrieron mi puerta y yo me giré, esperando que fuera Edward. Era mamá.

—Cariño —susurró, sentándose a mi lado—. Qué decepción ver a mamá, ¿no?

Se rio, quitándole importancia.

—Sé que esperabas verlo luego de discutir —añadió.

Me limpié las lágrimas y la miré.

—¿Se escuchó?

Suspiró.

—Sí, pero descuida, hicimos que los pequeños no escucharan.

Me quedé en silencio, tocando otra vez esa zona vacía que me recordaba su ausencia.

—Él necesita respirar, pensar… Debe sentirse muy mal con todo, es normal que también culpable, herido, agotado… No solo tú has pasado por esto, mi amor.

—Lo sé —susurré, limpiándome bajo los ojos.

—Quizá lo sabes pero no logras internalizarlo —me dijo con cariño—. Tienes mucha rabia acumulada, una rabia inmensa porque te han quitado lo que una madre más ama, vas a querer explotar y eso ha pasado, explotas constantemente. Sabes que Edward no tiene culpa de nada pero estás irritable ¿y quién soy yo para negarte los sentimientos o reprochártelo? Jamás he pasado lo que has pasado tú, si pienso en ello sé que actuaría de la misma manera o peor.

—Es tan injusto, mamá, tanto —espeté con rabia—. ¿Por qué tenía que pasarme a mí? —gemí—. Yo amaba a mi bebé, los dos lo hacíamos. Solo quería conocerlo y saber que ya no lo tengo…

Me tapé el rostro para seguir llorando.

—Te traje esto —susurró, mostrándome una taza de té—. Te la hizo Edward antes de llevar a los pequeños a dormir.

La miré fijamente y suspiré.

—A pesar de todo, siguen preocupándose del otro. —Me besó la frente—. Bebe y recuerda el medicamento, necesitas dormir. Dormiré contigo, no estarás sola.

Asentí e hice lo que me pidió, tomando el comprimido y acomodándome de cara al espacio vacío de la cama mientras, de forma innata, llevaba mi mano a mi vientre.

.

Los días pasaban y la sensación de desgana me comía por dentro. Me sentía tan destrozada. Tomar los medicamentos me mantenía con un estupor insoportable, sentía que Agatha y Fred venían a verme y yo no reaccionaba. En medio de la noche tenía pesadillas en las que se repetía, una y otra vez lo mismo, Royce golpeándome, yo reconociendo que había perdido a mi hijo, Edward alejándose cada vez más de mí…

Nada tan alejado a la realidad.

Me senté en la cama, escuchando a los pequeños jugando cerca de la sala. Los dos perros rascaban a la puerta, como si quisieran entrar a verme. Restregué mis ojos y suspiré, queriendo quitarme el dolor de encima pero sin poder. En muchas ocasiones sentía una culpa descarnada, preguntándome por qué le abrí a Rose y luego arrepintiéndome de pensar así.

—Mami —exclamó Agatha, abriendo suavemente la puerta.

Tragué.

—¿Sí?

Vestía tan bonita.

—¿Puedo pasar?

Asentí.

Los perros también se metieron a la habitación, queriendo jugar conmigo. No pude corresponder.

—Mami, ¿por qué estás triste? —inquirió, subiéndose a la cama mientras le daba la espalda.

¿Cómo le explicaba?

—Mamá —saltó otra voz. Fred.

Sentí cómo se subía a la cama junto a Agatha.

—¿Vas a salir de la habitación algún día? —preguntó él con mucha inocencia.

Ni yo lo sabía.

—Solo estoy… —Suspiré—. No tengo ganas de nada.

Ambos se quedaron en silencio durante un momento.

—¿Ya no nos quieres, mami? —preguntó ella.

Me giré de inmediato.

—Jamás dejaría de amarlos, a ninguno de los dos —respondí.

—¿Entonces has dejado de querer a papá?

Tragué.

—Amo mucho a papá. —No dudé ni un segundo en mi respuesta.

—¿Y por qué papi duerme con nosotros? Ayer… lloraba mucho y cuando le preguntamos por qué lo hacía no nos quiso decir —me contó Fred.

Se me desgarró el interior pero no supe qué decir.

—¿Es por nuestro hermanito? —inquirió con suavidad.

Moví mis labios y una vez más no había palabras en mi boca.

—Abuelita Renée nos dijo, mami —añadió Agatha, arqueando las cejas—. Fred y yo lloramos con ella porque ya lo queríamos mucho, pero luego nos contó que era un ángel hermoso que nos iba a acompañar por siempre. ¿Por qué eso te pone triste? ¡Tenemos un ángel!

Acaricié sus rostros. Eran tan inocentes, tanto que sonreí.

—Un ángel en el cielo, mami, una estrella —afirmó Fred, abrazándome y besándome las mejillas.

Le correspondí, recordándome que me necesitaban. ¿Por qué no podía responder? ¿Por qué estaba tan congelada?

—¿Dónde está papá? —pregunté, inquieta.

—Papi ha ido al cuartel. Nos dijo que haría guardia extra —susurró Agatha.

—¿Cuánto lleva allá? —inquirí, preocupada.

—Dos días, mamá —dijo Fred.

Tragué con fuerza.

En medio de mis sueños largos, lo escuchaba marcharse varias veces. Todo el tiempo quería ir tras él pero mis piernas no respondían. ¿Cuánto llevaba haciendo guardias extras en el cuartel de bomberos?

El teléfono comenzó a sonar y Sophie les gritó que estaba cocinando, por lo que Fred fue tras el aparato y contestó como buen chico.

—Hola. Buenas tardes —lo escuché decir.

Volví a sonreír con suavidad y luego miré el reloj de pared. Vaya, ya pasaba de la una de la tarde.

—Maestra Jane —dijo él, muy sorprendido.

Fruncí el ceño y me levanté con cuidado, seguida de Agatha. Miré detrás del umbral de la puerta.

—Mami no está muy bien. Ajá —le hablaba y luego escuchaba—. Papi estará aquí en una hora. Claro, maestra.

¿Qué hacía llamando? ¿Qué quería esa mujer? ¿Por qué demonios quería a Edward?

—Agatha, Fred, ya está la comida —les informó Sophie.

—Mami, quiero quedarme contigo —me dijo Agatha.

—Ve. Tranquila. Necesitas comer.

—¿Vas a comer con nosotros?

Negué.

—Quiero dormir un poco más.

—Pero llevas mucho durmiendo…

—Por favor —interrumpí.

Asintió y se fue de la habitación con lentitud, mirándome todo el tiempo. Precioso y Preciosa se quedaron, como si de verdad sintieran mi necesidad por llorar.

.

Desperté de manera hosca luego de una nueva pesadilla. Desde lejos escuchaba una suave conversación, por lo que me levanté de la cama, guiada por el terror de seguir acostada después de lo que soñé.

Era una mujer y la voz de Edward.

Saber que había llegado hizo que sintiera un suave estremecimiento dentro de mí.

Abrí la puerta con suavidad mientras me acomodaba la bata sobre mi cuerpo y en el momento en que asomé mi cabeza, vi a Edward con sus pantalones de bombero, charlando con Jane, aquella maestra que pensé que estaba en el olvido. Ella sonreía mirándolo, llevando muy bien su vestido borgoña y su cabello rubio, lustroso, largo y sedoso.

—Quería saber cómo estaban y poder traer algo de las cosas que habían dejado los pequeños en el salón. La verdad, ha sido demasiado extraño no verlos desde entonces y menos a usted —declaró, cruzando una de sus piernas.

—Gracias, Jane —respondió Edward, mirándola.

Yo me contemplé frente al espejo que tenía adelante y no me reconocí. Tenía los ojos enrojecidos, hinchados y el rostro cubierto de marcas rojas por mis constantes lágrimas. Tenía el cabello alborotado y ni hablar de mi pijama. Sentía que había perdido peso y que ya no se trataba de la Isabella que salía de los problemas con fuerza y vitalidad.

No era la mujer de la que Edward se había enamorado, ¿no?

Nunca había sentido la inseguridad que percibí en este momento, viendo a una mujer que notoriamente estaba interesada en el hombre que amaba, perfecta y hermosa. ¿Qué me sucedía?

—Espero poder tener una charla más larga con usted. Aún lo recuerdo con cariño —añadió ella.

Edward la contempló y luego sonrió.

—Claro, no tengo problema alguno —respondió.

Me aclaré la garganta y los miré, de pronto sin saber qué decir. Jane se levantó del sofá y se bajó el vestido, incómoda, mientras yo miraba a Edward, que tenía los ojos muy cansados y tristes.

—Buenas tardes —dije.

—Buenas tardes —respondió ella—. Vine por… Traje algunas cosas que quedaban en el salón. Espero que… usted esté bien.

—Gracias. ¿Ya te vas… Jane?

—Sí. Solo venía a eso. Que tengan un buen día.

Edward la encaminó hasta la puerta y yo me quedé mirando con los hombros caídos. Cuando él regresó, nos miramos durante varios segundos interminables.

—¿Solo vas a hablarme cuando me veas con otra mujer? —inquirió.

Respiré hondo.

—No necesitas que lo haga —susurré.

Se rio de manera agria y luego se cruzó de brazos mientras miraba hacia el techo.

—Claro que lo necesito.

Negué.

—Estoy segura que no, compañía tienes de sobra. Me iré adentro. —Me di la vuelta, metiéndome a la habitación.

—¿Crees que tengo compañía de sobra? —me preguntó, entrando conmigo—. Pues parece que nunca entendiste que la única maldita compañía que necesito es la tuya, joder.

Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Yo…

—Basta, Bella, ¿qué quieres? ¿Que te deje aquí y me vaya a la mierda? ¿Eso quieres? Porque si eso quieres lo haré. He intentado hacer todo por ti, porque… —Su voz se quebró—. ¿Tú crees que es fácil para mí verte dormir todo el maldito día mientras Agatha y Fred preguntan por ti? ¿Y sabes qué es peor? Que siento que todo es mi culpa —gruñó, rompiendo en llanto—. Te prometí que nunca nadie iba a golpearte y solo bastó que saliera un momento, cuando me pediste que no lo hiciera, para que te encontrara de esa manera.

Arqueé las cejas.

—Y cuando intento acercarme me alejas, como si las cosas para ti no tuvieran sentido. Todo el tiempo me alejas y constantemente vuelvo a sentir que mi amor no sirve de nada, porque pareciera que quieres verme con otra mujer…

—¿De verdad crees eso?

—¡Eso intentas hacer cuando actúas ante las inseguridades! —bramó, sacándome un respingo—. Para mí esto ha sido un infierno, uno de verdad. No tolero el dolor y tengo que estar todo el tiempo trabajando para poder soltar todo o me volveré loco. Y al llegar te veo durmiendo, sintiendo que me rechazas y que… ya no me amas.

Mi rostro se quebró.

—Edward…

—Pero yo sigo siendo el maldito imbécil que usa la violencia. Y sí, quizá lo mío es la impulsividad, el rencor y las ganas de vengarme de ese hijo de puta, y puede que te resulte el ser más despreciable del mundo por ensuciarme las manos… Pero lo volvería a hacer todo el tiempo, porque lo que sentí al verte como te vi es algo… indeseable. Nunca voy a olvidarlo. Y quizá somos diferentes, mientras yo vengo de las calles, tú… —Sonrió con el dolor en las entrañas—. Ya lo dijiste una vez, te sigo pareciendo una bestia.

Bajé mis hombros. Eso no era verdad.

—Yo también perdí a mi hijo y siento que estoy perdiendo a mi novia —finalizó—. Iré a ver a Agatha y a Fred al parque.

Cuando se marchó, sentí un dolor tan intenso en mi pecho que tuve que acomodarme en la cama, apretando los edredones.

¿Qué nos pasaba? ¿Qué sucedía con nosotros? ¿Qué sucedía conmigo?

Cerré mis ojos y dejé que el llanto siguiera su curso, necesitaba expulsar todo este maldito dolor.

.

Me dolía mucho la cabeza, pero yo solo quería dormir. Aunque en realidad no podía. Desde la discusión que tuvimos Edward y yo, no dejaba de sentirme mal y de ansiarlo con fervor. Era algo muy difícil. Pensarlo me ennudecía la garganta.

Me di vueltas en la cama, sin saber cómo hacerlo. Los medicamentos no servían, eran inútiles, nada de ellos iba a traer de vuelta a mi bebé. Nada.

Tocaron a la puerta con mucha suavidad y yo miré a través de la oscuridad. De pronto, aquel sonido me hizo recordar que no quería estar sola, aunque sí lo había pedido. Ya no me entendía.

—¿Mami? —preguntaron dos voces al unísono.

Me limpié las lágrimas y me destapé.

—¿Mami estás enojada con nosotros? —preguntó Agatha, muy tímida.

Me dolió mucho escucharla.

—No, claro que no —susurré, haciéndome a un lado de la cama.

Ellos se subieron, usando sus pijamas de mameluco. Ambos me abrazaron y se quedaron junto a mí, cerca de mi barriga, lo que me destrozó en tantas partes como podía soportar.

—¿Por qué papi llora tanto? —me preguntó Fred, dándome caricias en mi rostro.

—¿Está llorando? —inquirí, reincorporándome con la garganta apretada.

Agatha asintió y siguió abrazándome.

—Dice que no lo hacía, pero yo lo vi mientras se quedaba en el jardín, fumando.

Arqueé las cejas.

—¿Papi fumando? —Me reí con suavidad—. Vaya.

—¿Ya no se quieren?

Mi barbilla tembló.

—Lo amo muchísimo, ¿cómo me preguntas eso? —susurré, corriéndole los cabellos a un lado para verle su rostro preocupado.

—¿Entonces por qué no están juntos? —inquirió Fred, continuando con sus caricias en mis mejillas.

Suspiré, porque ni siquiera yo lo sabía. Todo esto me tenía muerta por dentro, pero yo no entendía por qué, si estaba rodeada de personas que me amaban. Solo estaba enojada con el destino, enfrentada al odio que sentía por el hombre que me había quitado a mi hijo…

—No lo sé —respondí con sinceridad.

Cobijé sus caritas entre mis manos y comprendí que ellos me necesitaban, porque veían a su papi y a su mami destrozados.

—Papi te ama mucho, mucho, mucho —dijo Agatha, arqueando sus cejitas.

—Lo sé, cariño.

Fred suspiró y se acomodó mejor a mi lado.

—¿Mami?

—¿Sí?

—Es por tu barriguita, ¿no?

Mis ojos se llenaron de lágrimas, lo que fue imposible para mí de ocultarlo.

—Fred…

—Sí, es por tu barriguita, mami —insistió Agatha, tocándomela con cuidado y mucho cariño.

Tragué.

—Por favor…

—Mami, no estés triste. —Fred me sujetó el rostro con sus manos y me miró a los ojos—. Nuestro hermanito estará con nosotros siempre y nosotros te vamos a cuidar, porque te amamos, mami.

Mi barbilla tembló.

—Él está en el cielo de los bebés dijo Nana —susurró Agatha—, dice que el cielo está lleno de estrellitas y que ahí está nuestro hermanito. No estés triste, mami, nos está cuidando.

La madurez en sus palabras hizo un eco hondo en mi pecho, fue tan indescriptible que simplemente los abracé y los besé, cerrando mis ojos.

De pronto, Fred se puso a cantar una suave canción de cuna, la misma que yo solía tararearle antes de dormir, y mientras lo escuchaba hacerlo, ambos me acariciaban la barriga, como si supieran que ahí sentía el más inmenso dolor que una mujer podía experimentar.

—¿Puedo pasar? —preguntó esa voz.

Tragué.

—Papi —dijo Agatha, restregándose los ojos y bostezando de manera audible.

—Es hora de ir a dormir —afirmó él con la voz fuerte—. Es tarde.

Los dos me miraron y me dieron un beso, yéndose con Edward mientras él se mantenía con la mirada en el suelo. No me miró y cerró la puerta, dejándome en medio de la agonía de mi soledad. Me acomodé en la cama como un feto, tomándome las piernas mientras sollozaba, sintiendo la impotencia de todo lo acontecido. Todo lo que Fred y Agatha me habían dicho había quedado tan prendado en mi pecho que no podía dejar de sentirme culpable por tener este dolor tan amargo dentro de mí, era…

—Siento interrumpirte —susurró Edward, abriendo la puerta de par en par.

Yo no supe qué decir.

—Solo vengo a buscar mi ropa, sé que de alguna manera prefieres que yo no duerma contigo…

—No —solté, reincorporándome con los ojos escocidos—. No te vayas.

Su máscara de hombre fuerte se estaba quebrando y sabía que lo hacía por mí.

—Pero…

—Nada de peros, ¡nada de peros! —exclamé—. Abrázame, quiero estar contigo toda la noche, esta y las que siguen.

Tragó y sus hombros se relajaron, como si fuera aquello lo que tanto quería escuchar.

—Pensé que no querías verme —confesó.

Negué con rapidez.

—Por favor, abrázame —supliqué.

Él se sentó en la cama y yo lo abracé desde el cuello, lo que fue suficiente para que comenzara a llorar de forma tórpida y angustiosa. A Edward nadie lo había consolado, pues se había encargado de hacerlo conmigo, guardándose la furia, la congoja y el duelo.

—Ven conmigo —le pedí.

Nos acostamos juntos y él me abrazó con fuerza, rodeándome con esos brazos tatuados que tanto me encantaban. Yo escondí mi rostro en su cuello y disfruté de su olor y calor, dando rienda suelta a todo el dolor que juntos llevaríamos.

—Creí que no querías volver a dormir conmigo.

Lo miré a los ojos.

—No, jamás querría eso. Te amo, Edward.

Me acarició la mejilla y me besó la frente.

—Sé que tienes miedo y que duele, por Dios, sé que duele y que no podemos hacer nada más, pero…

—Pero está allá, cuidándonos. —Le apunté hacia la ventana, desde donde se veía el inmenso cielo—. Tal como dijo Nana…

—Y los pequeños.

Sonreí, pero entonces volví a llorar. Edward me besó los cabellos con suavidad y se apretó junto a su cuerpo.

—Te amo, nena, nunca lo olvides.

Le acaricié la barbilla y lo besé.

—Llora, mi amor, has fuerte por nosotros… tú necesitas llorar y sentir —murmuré.

Su rostro se descompuso y enseguida y agachó la mirada, rompiendo en un llanto tan desconsolado que remeció todo de mí.

—Tú también tienes derecho a sentir, eras… eras… eras su papá —gemí.

Sentí cómo me caían sus lágrimas en la cara.

—Perdón —le dije, reincorporándome.

Me miró sin entender.

—No quería decir las cosas que te dije. Perdóname, me encerré en esto. Olvidé todo lo que te estaba sucediendo a ti mientras buscabas entenderme y cuidarme —gemí—. No quiero que pienses que para mí eres un bruto que solo ocupa la violencia, no quiero que te culpes por lo que pasó, tampoco que pienses que yo… —Mi voz se destruyó en ese minuto—. Que yo quiero que me dejes de amar y que yo alguna vez lo haré.

Sonrió y me acarició el labio inferior con su pulgar.

—Me volvería loca sin ti. Perdóname.

—Golpeé a Royce, lo hice pensando que eso iba a traerme devuelta a nuestro hijo y que te quitaría el sufrimiento pero… no lo hizo. Sé que me hice en las calles, que soy y siempre Botas Rojas, porque ese hombre volvió por ti, porque haría cualquier cosa por protegerte y esta vez no pude pero… al menos le demostré que tú jamás estarás sola. —Cerró los ojos de golpe—. Quizás sí somos diferentes…

—Y aún así te amo, te amo como una loca —le dije.

—Debes entender que volvería a hacer eso por ti…

—Lo sé. Y así me enamoré de ti, siendo un rudo por fuera y un hombre dulce por dentro.

Él no soportó la distancia y juntó su frente con la mía.

—¿No me alejarás?

Negué.

—No puedo sobrellevar esto sin ti. Perdóname por todo.

—No me pidas perdón —jadeó, acariciándome la quijada—. Solo dime que me amas.

—Te amo, mi Bestia.

Sonrió y me besó el cuello.

—Y yo también te amo, nena, te amo con mi vida.

Me llevó hasta su pecho y yo me acomodé sobre él, mirándolo a los ojos.

—Es un dolor que no se quitará nunca pero contigo sé que no estoy sola —murmuré.

Me besó de forma apasionada y yo sentí que todo de mí volvía ligeramente a su sitio.

—Siempre hay un mañana, cariño, y voy a acompañarte todos los días.

Le besé la frente y lo cobijé, haciendo que esta vez él se acomodara en mi pecho.

—Necesitas soltar todo. Yo estoy contigo —le dije, acariciándole los cabellos.

Tomó una de mis manos, específicamente aquella en la que llevaba mi anillo de compromiso, y la besó con cuidado mientras cerraba sus ojos.

—Te extrañé todos estos días —afirmó.

—Yo también. Más de lo que imaginas.

Dejé que se durmiera mientras tocaba su rostro con suavidad, recordando cuánto deseaba que mi pequeño fuera como él.

Suspiré.

¿Algún día podría ser una realidad? Sabía que mi hijo era único y que ya se encontraba en un lugar mejor pero… ¿podía haber una esperanza de vivir la emoción junto a mi Bestia, una vez más?

Iba a quedarme dormida con el intenso calor de Edward, cerrando poco a poco mis ojos. Sin embargo, algo en la ventana hizo que brincara, descolocada. Me levanté con cuidado, tambaleando un poco por el sueño, y me asomé. Cuando abrí las cortinas y contemplé mejor, vi a un intruso en medio del jardín, sonriéndome con malicia.

Sentí que mi corazón se desbocó de terror.

Era Dimitri.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, o bien la primera parte. ¿Qué les ha parecido? A mí me costó mucho escribirlo, los procesos que intenté describir de seguro han sido uno de los más difíciles para mí, y dado que han estado pasándome cosas en mi vida privada que han sido muy dolorosas, creo que eso también llevó a que el escribir esta parte fuera tan difícil. Creo que antes de juzgar a Bella, debemos entenderla. Perder a su hijo fue algo que la marcó para siempre y era un duelo que no supo sobrellevar a pesar de que entendía que debía reaccionar y no podía. Bella no quiso hacerle daño a Edward pero explotaba, una y otra vez, porque no sabía qué hacer con su dolor. Y sí, lamentablemente Edward recibió todo, vaya que le costó. Él también perdió a su hijo y a pesar de que intentó hacer justicia por sus propias manos, una parte de él sabe que no es esa clase de ser humano. Las cosas para todos no han sido fáciles y a pesar de todo, los pequeños intentan ver las cosas desde su perspectiva, totalmente inocente y carente de problemas. Fue difícil pero al final Bella entendió que no estaba sola ahí, sino que con Edward, solo ellos dos podían refugiarse en el otro, ¿y no sintieron como todo se sentía mejor juntos? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de nydiac10, Maca Ugarte Diaz, Amy, Alimrobsten, Maryluna, Markeniris, isbella cullens swan, Reva4, Luisa huiniguir, Pao-SasuUchiha, lunadragneel15, Joa castillo, torrespera172, Ella Rose McCarty, Amy Lee Figueroa, jupy, Leah De Call, JMMA, Smedina, Gibel, Nat Cullen, Jade HSos, Mar91, Monica1602, Tecupi, Liduvina, Ceciegarcia, Flor Santana, AndreaSL, Damaris14, Olga Javier Hdez, Cary, sool21, somas, FlorVillu, Salve-el-atun, gmquevaraz, Techu, Alexia Lopez, Annie Cullen Massen, Fernanda21, beatrizalejandrabecerraespinoza, aliciagonzakezsalazar, joabruno, Dinorah, Lizdayanna, Claribel Cabrera, carlita16, saraipineda44, Esal, Santa, Elizabeth Marie Cullen, Nati98, Rose Hernndez, Josi, Jeli, viridianaconticruz, Alexandra Nash, kaja0507, esme575, amedina6887, camilitha cullen, beakis, Biana Ortiz, Gladys Nilda, ValeH1996, Gis Cullen, Miranda24, YessyVL13, Fallen Dark Angel 07, Marianacs, NarMaVeg, Nelly McCarthy, Anilu-Belikov, Pameva, LicetSalvatora, miop, MariaL8, Srita Cullen brandon, Aidee Bells, Jocelyn, VeroG, Melany, MaleCullen, rosycanul10, ROMINA19, dayana ramirez, Ana, nicomartin, LizMaratzza, Mayraargo25, jhanulita, Hanna, Marcela, katyta94, Mela Masen, Toy Princes, ELIZABETH, Hanna D L, Diana, Anne34, Francisca Moreno, PameHart, jessicatatiana, CazaDragones, Valentina Paez, Car Cullen Stewart Pattinson, Vero Morales, Fernanda javiera, Adriu, LuAnKa, morales13roxy, Spidermankey7, MassenSwan, natuchis2011b, PanchiiM, BellsCullen8, Beri berita, anakarinasomoza, Elmi, Danny Ordaz, danielapavezparedes, patymdn, freedom2604, dana masen cullen, Vanina Iliana, krisr0405, emma678, Ilucena928, barbya95, Abigail, Dominic Muoz Leiva, caritofornasier, Liz Vidal, Amy, Chiqui Covet, yesenia tovar 17, Kamilie Pattz-Cullen, GabySS501, morenita88, joselin cullen, AnabellaCS, TashaRosario, alejandra1987, Twilightsecretlove, Ceci Machin, maidely34, Pam Malfoy Black, BreezeCullenSwan, Noriitha, Tereyasha Mooz, Kriss, lauritacullenswan, sheep0294, tamarafala, Iza, Miryluz, maribel hernandez cullen, Jenni98isa, Bella swan dwyer, rjnavajas, Diana2GT, piligm, calia19, Rero96, Diana Hurarte, LoreVab, Brenda Cullen, Bell Cullen Hall, DannyVasquezP, Pancardo, Twilightter, Cavendano13, Valevalverdes57, Bitah, Meemii Cullen, catableu, Manu NyN, Liliana Macias, Tata XOXO, SeguidoradeChile, debynoe12, VeroPB97, Robaddict18, cavendano13, selenne88, nayelihernandez126, Lore562, Andre22-twi, Milacaceres11039, Mime Herondale, Yoliki, Coni, almacullenmasen, valentinadelafuente, NoeLiia, Marxtin, DanitLuna, simoneortiz7393, Susan, llucena928, monik, maries24, Jeli, Dillian4, DarkMak31, Reno Alvarez y Guest, espero volver a leerlas a todas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan significa mucho para mí, en especial en estos momentos, donde escribir es la única manera de botar el dolor, es invaluable el cómo me instan a seguir

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