Disclaimer: Sailor Moon y sus personajes no me pertenecen, se los pedí prestados a Naoko Takeuchi. La historia está inspirada en la película "The Holliday". No es una adaptación. La trama, diálogos y situaciones expuestas en la historia son de mi autoría.


"Un amor de intercambio"

Por:

Kay CherryBlossom

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1. Vidas opuestas

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Central Park, Manhattan, New York

Una chica rubia y delgada de veintitrés años dio su tercera pose revoltosa en la cama. Acomodó una de sus largas y blancas piernas de modo muy poco decoroso y se tapó con su edredón blanco como la nieve. Dentro de su bolso Fendi, su celular no dejaba de sonar desde hacía media hora, pero ella lo ignoraba y luego volvía a quedarse dormida. Cuando el teléfono fijo de su cuarto empezó a escandalizar también, bufó y se tapó con uno de los almohadones de plumas. Qué fastidio tenía la gente de siempre irrumpir su sueño. Y ella no era una gente normal si no la dejaban dormir sus reglamentarias diez horas diarias. Mínimo.

—Minako —se oyó en la contestadora —. Ya sé que estás ahí. Sé que anoche llegaste a las 4:00 AM, lo vi en Instagram. ¡Sí, también la competencia de chupitos! Sé que te pusiste una joda de aquéllas y que ahora mismo me haces una seña obscena.

Mina escondió la mano entre las sábanas.

—Y también sé —continuó regañándola la voz —. Que no te presentaste al desfile de Marc Jacobs a pesar de que te lo confirmé la semana pasada. Mira, ya sé que tu vida personal no es mi asunto, pero si vas a empezar a afectarnos a todos, sería mejor que te buscases otra manager… una que sepa meditar, o tome más Xanax. Yo ya no puedo contigo. Sólo llamé para extenderte mi ren...

La chica rubia se enderezó asustada, se sacó el antifaz acolchonado que le impedía que sus ojos captasen la luz y medio ciega y torpe, gateó por la enorme cama enfundada en seda y atendió la bocina con voz graznada.

—Haruka...
—¡Ajá, así que sí estabas! —gritó la otra mujer. Una elegante rubia de aspecto andrógino y sofisticado.

—¿Cómo? ¿Me pusiste una trampa? —preguntó con el ceño fruncido.

—He tenido que aprender muchas de tus mañas si quiero sobrevivir a ti y tu mundo, Minako. Ahora, levanta ése culito caro que tienes, ven y ábreme la puerta, que ya estoy en el elevador.

Minako balbuceó maldiciones inteligibles, mientras ponía los ojos en blanco.

Ahora —repitió Haruka, y le colgó.

Mina se quedó mirando la bocina, recelosa. De acuerdo, sí había pasado toda la noche en un club nocturno muy famoso de la ciudad. Un amigo la llevó a cenar y llevó a otro amigo, y ése a otro… y todos terminaron en una de ésas fiestas privadas casi hasta el amanecer. No solía comportarse así, pero ya estaba desesperada por evadirse un rato. No quería sentir nada, pues sentir, en estos momentos, le ocasionaba un profundo dolor…

Se puso las pantuflas, la bata ligera y fue a abrirle a su amiga-empleada. Haruka sostenía un batido color verde vómito y una caja de aspirinas. Mina lo tomó con reticencia.

—Preferiría un café —dijo sentándose en la barra de la amplia cocina de su penth house.

—Yo preferiría haber seguido el consejo de mi padre y ser abogada —suspiró. ¡Anda, tenemos que borrar ésas ojeras! Iré a abrirte la ducha.

Haruka volvió sobre sus pasos cuando no oyó queja ni berrinche. Usualmente, Minako era muy problemática cuando se trataba de darle órdenes. Alegaba y renegaba y hacía las cosas a su modo. A pesar de ser una de las mejores modelos de América, también era una chica algo malcriada y caprichosa.

Pero ahora estaba terriblemente callada y seria, y ella sabía lo que significaba. Ni siquiera la resaca proyectada en su bello rostro se comparaba con lo que reflejaban sus ojos.

—Oh, vamos —le dijo Haruka sentándose en el taburete que estaba frente a ella. Le levantó el mentón y acarició su mejilla —. Eres hermosa, joven y exitosa. ¿Por qué alguien como tú se querría morir por un imbécil como Kunzite Yamamura?

—No me estoy muriendo —se ofendió Minako soltándose de sus manos.

Haruka arqueó una de sus cejas.

—Eres humana, Minako. Date el tiempo de llorar, sanar y…

¡Vaya, le hubieran pedido algo más fácil!

Ella nunca lloraba. Llorar era algo que detestaba. Ni cuando la prensa le inventó un embarazo escandaloso, ni cuando se cayó de dientes en su debut para de Victoria's Secret. Vamos, ni siquiera derramó una lágrima cuando su gato Artemis murió de viejito. Y eso que lo adoraba. Pero no es que Mina fuera insensible. Era… bueno, era una chica algo dura de roer.

—Ya te dije que…

—Te dejó.

—No me dejó, fue algo "mutuo"…

—Querida, ninguna ruptura es mutua. Siempre hay alguien que toma la decisión y al otro no le queda más que acatar. A menos que hayan dicho al mismo tiempo "Uno, dos, tres¡cortamos!" como en preescolar.

—¡De acuerdo! —bramó Minako enrojeciendo y poniéndose de pie —. Me dejó. Pero no fue por lo que tú pien...

—Por una modelo novata que anunciaba pastas dentales. Alta y flacucha como vara. ¿Qué edad tiene? ¿Diecinueve?

Minako rechinó los dientes. En realidad aquella zorrita rusa tenía dieciocho, pero para qué hacer más leña del árbol caído...

—Mira, no estoy deprimida si es lo que…

—¡Mi vida, lo encontraste haciéndole una paja en su propio despacho! Donde seguramente metió a otras...

—Haruka…

—Sólo es el socio de la mitad de los consorcios de New York. Un encantador banquero maduro, obscenamente rico y guapo que todas quieren cazar…

—Ha-ru-ka… —canturreó Mina peligrosamente.

—¡Y que para colmo ya te había escogido un anillo en Tiffany's y tuviste que devolverlo!

—¡Haruka! —interrumpió la modelo de modo mordaz —. ¿Te han dicho que eres una auténtica perra?

Ella sonrió con cortesía.

—¿Te han dicho que sólo así la gente se vuelve más fuerte?

Ambas rieron. Haruka divertida, Mina de modo algo vacío. Haruka no era la típica manager estirada, era joven, preciosa y también la habían lastimado. A sus treinta y pocos entrenaba modelos desde que había dejado de ser una. Siempre sabía que decir, siempre la cuidaba y la defendía. Pero también era brutal.

Estaba bien, su tonto corazón necesitaba brutalidad.

—Vamos, hora de irse a bañar —le invitó, y luego se retiró para hacer miles de llamadas.

Minako suspiró pesadamente y miró a su alrededor. Tenía todo lo que una mujer joven podría desear. Sus armarios desbordaban ropa y zapatos de los mejores diseñadores, sus cajones las joyas más exclusivas, su agenda estaba en espera de citas con chicos guapísimos y famosos… sin contar vivía en un apartamento que quitaba el aliento y usaba un BMW. Y aún así, no se sentía feliz. Aún con Kunzite, no lo era. Pero sí lo quería y lo admiraba, y le dolía que hubiese sido tan hijo de puta. Aún así, algo en su interior le hacía sentir que en realidad no se había perdido mucho al cortar con él…¿qué vida le hubiera esperado a su lado? Más fama, más dinero, más viajes… ser su adorno en la sociedad, pero nada más.

Se asomó por el ventanal y miró los rascacielos mientras se abrazaba a sí misma por el frío invernal. En una semana sería Navidad, y estaría otra vez sola. Sus padres, divorciados, habían re-hecho sus vidas con otras parejas y se habían olvidado de ella. Y ella se había olvidado de ellos también. Cada año, a pesar de que la invitaban a visitarlos, le surgía un viaje imprevisto, una sesión de fotos, una fiesta que no podía dejar pasar… y así igual pasaron los años, y cuando menos se daba cuenta, sólo recibía una postal tardía y ya no se acordaba tampoco lo que era poner un árbol de Navidad, colocar luces y beber chocolate en familia mientras intercambiaban regalos. Hubo un tiempo en el que juraba odiar la Navidad, pero no era así. Lo que odiaba era estar sola en Navidad.

Haruka salió a la terraza con cara de pocos amigos al ver que su jefa-niña seguía en pijama. Misma expresión cambió cuando vio a Minako virar hacia ella y sonreír con demencia.

—¿Sabes qué necesito, Haruka?

Ella arqueó sus cejas.

—¿Un vodka doble?

—¡Vacaciones! —le dijo, arrastrándola de nuevo hacia el interior del penthouse —. Tiempo para descansar, pensar…

—¿No te vas a hacer budista, verdad? Odio a los budistas. Y a los veganos. Y a los veganos budistas. Son un reverendo grano en el…

Mina parecía absorta en sus ensoñaciones y recitó mirando a la nada.

—Quiero tener tiempo para mí. Para revalidar mi vida. ¿Y qué tal si el modelaje no es lo mío? ¿Y si inicio mi carrera musical? Para eso no soy tan vieja, Seiya dice que siempre me equivoqué al elegir el modelaje. ¿O, y si mejor vuelvo a la universidad?

—¡Wow, tranquila, barracuda! —le atajó Haruka poniendo ambas manos al frente y sentándola en un sofá —. Creo que estás teniendo una...¿cómo se llama? Crisis existencial. Mira, tal vez pienses que estás muy vieja para seguir en el mercado pero hoy en día, recuerda, la belleza ya tiene muchos contextos… ¡mira todas ésas tallas extras y dientes separados! Y ni se diga de Kunzite. En unos años el tipo tendrá disyunción eréctil y tu serás una mamita deseable todavía...¿a qué sí?

—Estás siendo una perra de nuevo, Haruka.

—Perdón, ¡me sale como estornudar, sabes! No lo puedo evitar. Pero sabes a qué me refiero.

Haruka decía estupideces, pero es que estaba aterrada. Había encontrado a ésa belleza sirviendo helados en Dairy Queen en hace siete años y le había costado sangre entrenarla, promocionarla, convertirla una estrella deslumbrante. Estaba en los espectaculares gracias a ella. Y aunque Haruka era una mujer de negocios y no quería perder a su minita de oro, estaba aún menos dispuesta a perder su tiempo y su reputación. Minako Aino, su mayor descubrimiento estudiando ¿qué? ¿Historia? ¿Informática? Primero se daba un tiro.

Quizá lo mejor sería darle por su lado. Después de todo, Mina estaba loca. Y a los locos siempre hay que darles por su lado. Si no suelen ser peligrosos.

—De acuerdo —accedió dubitativa Haruka, mirando como los ojos cristalinos de Mina resplandecían como agua —. ¿Qué tal si te reservo un hotel en Bora Bora? ¿O mejor en las Bahamas? Te harán un masaje de piedras calientes que te dejará como nueva.

Ella hizo cara de fuchi, y luego juntó sus manos como en una plegaria exagerada.

—No quiero vivir en un hotel. Quiero sentirme acogida, estar en un lugar real y que me haga sentir como en casa… quiero un intercambio vacacional.

—¿Qué es eso?

Mina corrió a encender la portátil, arrastrando consigo a Haruka para mostrarle la página web.

—Lo vi en Internet. Cambias tu casa por la de otra persona, tu coche, todo. No tienes que hacer nada más que tus maletas, y claro, la otra persona también lo haría. ¿A qué es genial?

—Minako…

—¿Verdad que es asombrosa mi idea?

—Te van a estafar asombrosamente, querida.

—¿Por qué siempre eres tan pesimista? —se quejó obstinadamente mientras llenaba el formulario maniáticamente.

—Porque tú eres demasiado confiada, Minako. Kunzite es la prueba de ello. ¿Y si la persona con la que intercambies lugar resulta ser una oportunista que quiere colgarse de ti? ¿Y si te roba? ¿Si quiere hacerte daño?

Mina sonrió con malicia.

—Para eso te tengo a ti.

—¡Yo no tengo tiempo para ser niñera, tengo muchísimas cosas que hacer!

—Por eso, Haruka… te doy... ¡vacaciones! ¡ja, ja, ja!

Mientras Minako reía como histérica, Haruka palideció. Ni siquiera se acordaba que existía ésa palabra tampoco. No le gustaba la idea… nada, nada…

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Castleton, Derbyshire, England

Una dulce chica de coletas largas y piel nívea se acomodó sobre el pecho del alto y fornido hombre que dormía a su lado. Con un cariñoso movimiento en el pelo él la despertó, porque sabía que si la dejaba dormir más tiempo, les daría más del mediodía.

—¿Cómo dormiste? —preguntó él con voz masculina y grave.

Ella sonrió, aún con los ojos pegados por el sueño.

—Siempre que duermo contigo, duermo como bebé. Ojalá fuese más seguido...

Él no dijo nada, ella sintió un beso en su frente, y luego algo de frío. Se estaba levantando y apartando.

—¿Quieres café?

—No quiero café —se quejó ella somnolienta —. Quiero que te quedes.

Pero Usagi Tsukino, la chica que pedía cariñosamente su compañía, no recibió la respuesta que esperaba. Como… siempre.

—Hay que ir a trabajar —fue esta su excusa número ciento sesenta y dos. A veces era ir a correr, a veces era un compromiso, a veces una cita con el dentista… hoy, era ir a "trabajar".

—Pero hoy es la fiesta de Navidad de la compañía. Técnicamente no hay trabajo —persuadió traviesa, y pegó su pecho desnudo a la espalda de él, que ya estaba sentado en el borde de la cama buscando su ropa en el piso —. No tenemos que ir.

—Irán los dueños al brindis, Usa-ko… es importante que nos vean ahí.

—Mamo-chan… por favor —pidió de nuevo Usagi, besando su hombro. Estaba tan enamorada de ése hombre que ni siquiera podía pensar con coherencia en su presencia —. Dame gusto una vez. Que sea mi regalo.

Mamoru, como realmente se llamaba aquél atractivo ejecutivo de veintiocho años, le dio la cara a su… acompañante. Su rostro se tornó serio, más no agresivo. Usa-ko era demasiado tierna para darle un regaño. No quería lastimarla de ninguna forma… o eso creía Usagi fervientemente.

—Sabes que darán pudín en la comida —la trató de convencer.

Ella arrimó su silueta desnuda y aún caliente hacia él. Ojalá lograra retenerlo en el día de la misma manera que las horas que pasaban juntos en la noche, haciendo el amor una y otra vez hasta que amanecía.

—Podría vivir de tus besos sin problema, Mamo-chan... son tan dulces… —dijo, y lo besó. Mamoru no se apartó, le correspondió tomando su rostro y metiendo bien su lengua, saboreando cada parte de la cavidad de la chica y luego, se tomó la libertad de acariciar uno de sus pechos que colgaba sugerentemente a su alcance. Luego, en un segundo y sin problema para medirse la térmica, se despegó y comenzó a vestirse.

—Qué cursi eres, Usa-ko —rió, dejándola desconcertada —. Te veré al rato. No llegues tarde, por favor.

Usagi no tuvo tiempo de decir nada, la puerta se cerró antes que acabara de entender que Mamoru la estaba evitando. O rechazando. O ambas. No estaba segura, pero una sensación extraña y punzante le recorrió el pecho. Sintió lo mismo esta noche. Algo en sus besos, en sus caricias, incluso en la manera en la que la tomaba teniendo relaciones le hacía sentirse insegura y temerosa. No había nada que temer, creía, sólo era una estúpida comida de trabajo.

Unos maullidos irrumpieron sus negativas expectativas. Luna, su gata negra, ya reclamaba tener hambre. Usagi suspiró y la acarició.

—Tú si te quedas conmigo, ¿o es sólo por la comida?

Otro maullido demandante le dio la respuesta. Usagi resopló, se puso la bata calientita y después de darle de desayunar a su mascota, se metió a bañar.

Mientras se enjabonaba y disfrutaba del agua caliente, pensó en Mamoru. Ellos tenían una "relación" extraña desde hacía dos años. Se conocieron cuando ella entró a trabajar a una empresa de publicidad, ella asistía a Mamoru en asuntos de oficina y le llevaba su agenda. La atracción fue instantánea. Él era un tipo muy educado, ordenado e inteligente. Sabía exactamente como hacerla sentir mejor en un mal día. Por las noches, después de que se quedaban hasta tarde trabajando, Mamoru le invitaba una copa en el pub del pueblo o paseaban por Londres, cuando se podía. Así, sin darse cuenta, un día amaneció en su cama… y se enamoró como idiota. Mamoru era extraordinario en el sexo, la hacía retorcerse como poseída y al mismo tiempo sonreír como niñita. Su novio lo tenía todo, era guapísimo, galante y adecuado… con excepción de que… bueno, que no eran novios siquiera. Mamoru fue muy claro en que nadie en la compañía debía enterarse, que eso era cosa secreta entre ellos, pero nunca le explicó bien la razón. No le veía nada de malo, otras parejas salían en la misma compañía y nadie fue despedido. Además ya no era su jefe…

Tampoco conoció a su familia ni él a la de ella, ni se quedaba a comer. Ahora que lo pensaba… pocas veces incluso fue a su departamento, en la capital, siempre se quedaban en la casita de campo en la que ella vivía, a las afueras de Derbyshire.

Pero Usagi era una chica muy paciente y considerada. No quería perder a Mamoru, ni ponerse pesada con el tema de los títulos ni las formalidades y molestarlo. Mientras él se convencía en irse a vivir juntos o algo, ella era feliz, trabajaba con él, pasaba momentos hermosos con él una o dos veces por semana y lo tenía a su lado, al menos en las noches sentía que él realmente la amaba. Bueno, nunca se lo había dicho, pero sí se lo había demostrado. Le daba consejos para el trabajo y la había ayudado a instalar el calefactor, también siempre le preparaba el café y le abría la puerta del coche. ¡No parecían muchas cosas, pero eran detalles que siempre la dejaban pensando!

Pero también había otros detalles… los malos. Los que la hacían dudar y reconsiderar, y sobre todo, sentirse muy triste. Luna odiaba a Mamoru, siempre le bufaba y le mordisqueaba los pies. Y Luna era una gata muy amigable con todos, a su vecino siempre le hacía mimos y le iba a pedir comida. Era extraño que Luna no quisiera a su "pareja", como si quisiera echarlo de ahí a toda costa, o como si no confiara en él. También, varios allegados suyos le habían externado su preocupación, temían que ella fuera demasiado permisiva y complaciente con Mamoru, pero ella no atendía razones. Las entendía, pero no las aceptaba. ¿Quién más iba a conocerlo mejor que ella? Si ella hubiera detectado algo malo en Mamo-chan sería la primera en abandonarlo.

O… no.

Usagi no se vistió diferente, iba exactamente igual que para un día típico invernal donde vivía: una comarca boscosa de calles empedradas y de casitas pequeñas cerca de las montañas. Se puso sus leggins oscuros, botas gruesas y afelpadas para no derrapar en la nieve, un abrigo grueso y guantes y bufanda, ambos de lana. Sus favoritos. Tomó el tren hasta Londres y en veinticinco minutos ya estaba dentro de su mundo laboral, todo adornado con luces y moñitos rojos. Usagi adoraba la Navidad. Era su fecha favorita del año. Antes era San Valentín, pero como Mamoru no la dejaba regalarle chocolates pues lo consideraba una tradición muy infantil, pasó a ser Navidad su fecha favorita y San Valentín la dejó como en tercer o cuarto lugar, después del Halloween y Año Nuevo.

Después de trabajar medio día, todos los empleados se reunieron en el comedor. Usagi admiró el bonito árbol pensando en que, tal vez, podría convencer a Mamo-chan de que este año si pusieran uno en su casa. Él le ayudaría a adornarlo y podrían mirar televisión juntos, mientras la chimenea los calentaba. Esa sería su Nochebuena perfecta.

Mientras se bebía un ponche calientito, Ami y Rei, dos compañeras suyas con las que se llevaba muy bien, se le acercaron para charlar.

Ami fue la primera en extenderle una pequeña cajita, que resultaron ser caramelos cubiertos. Rei por su lado, le obsequió un bonito monedero. Ella les dio a cambio dos pares de guantes que ella misma había tejido con muchos piquetes.

—Siento que el regalo de este año sea tan modesto —se excusó ella algo sonrojada por la vergüenza —, es que tuve que ahorrar para…

—El regalo de Mamoru —canturreó Rei con recelo. Rei era muy sarcástica para decir las cosas, y por cierto, también odiaba a Mamoru, aunque tampoco sabía por qué. Presentía que gustaba de él y eran celos, pero no estaba segura. Aún así, sólo ellas dos sabían de su romance, Ami porque parecía una chica muy confiable y discreta, y Rei porque los había sorprendido una vez besándose en el estacionamiento y fue inevitable negarlo, pero juró que jamás diría una palabra.

—Rei —la regañó Ami y luego se dirigió a la chica rubia con simpatía —. No es nuestro asunto. A mí me encantaron, Usagi-chan. Era justo lo que necesitaba.

—¡Qué bueno! —repuso Usagi muy contenta. Se preguntó si a Mamoru le gustaría el exclusivo reloj que compró para él en una tienda departamental.

—¿Y qué planes tienen para Nochebuena? —le preguntó Rei interesada, mientras bebía su copa de vino tinto.

Usagi se rascó la nariz. Mamoru había salido tan rápido de casa que ni siquiera le había podido preguntar.

—Ahora que lo dices…

Una campanita sonó al fondo del salón y todos los asistentes prestaron atención al director general, que iba a decir unas aburridas y predecibles palabras para todos.

—¡Feliz Navidad adelantada a todos! Estamos muy felices porque tenemos dos buenas noticias además de que tenemos un año más unidos trabajando y nos ha ido muy bien en el mercado. Un ascenso y algo también muy especial. Chiba, Meioh, Furuhata, por favor pasen al frente.

Todos se sorprendieron y aplaudieron. ¡Una buena noticia que tenía que ver con Mamo-chan!

¿Qué sería? El jefe le puso una mano al hombro del joven llamado Motoki Furuhata, quien era quien tenía a su lado, y habló:

—La primera noticia es que tenemos la fortuna de anunciar un compromiso muy importante, ¡Pronto tendremos una boda, compañeros! Así que por favor feliciten primero a la señorita Setsuna, nuestra jefa de Recursos Humanos, que acaba de comprometerse y nos hace muy felices que haya conocido a su futuro esposo aquí presente, en nuestra empresa.

Una avalancha de vítores inundó el salón. Usagi abrió ojos de par en par. ¡Setsuna Meioh! No lo creía, si se lo hubieran contado por otra boca, jamás lo habría creído. Setsuna era una chica muy retraída, callada, aburrida y una adicta total al trabajo. Nunca la había visto sonreír. Ella y sus amigas solían invitarla a cenar, y jamás aceptaba… juraba que estaba amargada, o algo…

Pero no. ¡Qué increíble!

—Motoki se sacó el gordo, ¿eh? —comentó Rei en un cuchicheo burlón. Usagi se rió bajito.

Setsuna se ruborizó discretamente y dio las gracias cuando los demás dejaron de aplaudir.

—Ahora, por favor, Mamoru-san… —dijo el jefe dirigiéndose a él —. Felicidades también para ti, por supuesto.

Usagi sonrió ampliamente. ¡Iban a ascenderlo! ¿Qué sería? ¿Una dirección? ¡O a lo mejor hasta lo hacían socio de la firma! Estaba tan feliz por él. Se lo merecía, todos los días trabajaba hasta tarde, tan duro para…

—Esperamos que tú y Setsuna sean muy felices juntos, les deseamos toda la suerte del mundo. ¡Un brindis por los novios, vamos, salud!

—¡SALUUUUD! —corearon todos.

Aplausos.

Mamoru sonreía y se acercaba a Setsuna. Que lo tomó de la mano… y lo besó.

Frente a todos. Frente a ella.

Usagi se quedó estática… muda… muerta por dentro. No podía ser. Esto era como una pesadilla… la pesadilla que tanto temió tener. Y que ahora veía y presenciaba en vivo y directo, en tercera dimensión…

Parpadeó. Rei le preguntaba si estaba bien, pero no escuchaba. Sólo podía mirar a su Mamo-chan sonriendo y besando a Setsuna Meioh…que enseñaba la sortija de oro en su dedo anular a quien le preguntaba.

—¡Y también felicitemos a nuestro compañero Motoki por su nuevo ascenso! Furuhata ahora será jefe del piso de ventas!

Usagi miró, con la vista nublada por las lágrimas, como felicitaban a Motoki. En un instante, un intenso y agónico instante, Mamoru y ella intercambiaron miradas. Todo tenía sentido ahora. Las guardias hasta tarde, las citas canceladas, las escapadas en la mañana, las evasiones sentimentales…

Le sonrió, porque a pesar de todo, a pesar del inmenso dolor, de la ira y la desilusión, no sabía como odiarlo. Le echó una última mirada de despedida y salió lentamente entre la multitud, después de asegurarle a Ami y Rei que estaba bien. Nadie más la detuvo, ni nadie lo notó.

Usagi lloró lágrimas silenciosas y amargas durante todo el trayecto. Cuando al fin estuvo en casa, sola con sus pensamientos, su llanto se desbordó como río. Ocultó la cabeza entre las piernas y ahí, sobre la alfombra, se desgarró por horas. Luna se acurrucó a su lado, lamiendo sus manos. Cuando se calmó, le dio de comer y se sentó frente a su PC con la mente totalmente en blanco. No estaba muy segura de qué iba a hacer. Ni cómo iba a olvidarlo. Tampoco sabía si estaría bien, si se recuperaría… sólo sabía que si pretendía hacerlo, no podría ser ahí, con tantos recuerdos presentes.

Abrió su correo electrónico y comenzó a escribir. Quizá podría quedarse en casa de sus padres unos días... no, mejor no. No quería preocuparlos. Mientras cavilaba, una publicidad extraña llegó a su bandeja de entrada y por mecanismo la abrió. Era algo sobre intercambios vacacionales, una nueva modalidad en línea que hacían las personas para pasar la temporada. Curiosa, entró a ver y se registró. Irse unos días… lejos… muy lejos. Podía ser un absurdo error, o podía ser la solución. No quería estar en Navidad sola, en Inglaterra… no lo soportaría.

Tras navegar cerca de media hora, se encontró con una Minako Aino que vivía en otro continente y pretendía visitar Inglaterra. Su corazón palpitó ansioso, como si le llamara.

Con la mano temblorosa dio clic, y le envió un corto mensaje. En menos de un minuto, la chica, que al parecer tenía su misma edad, ya había contestado y aceptado cambiar lugares.

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Notas:

¡Holaaaaa! ¿cómo andan? Yo bien contenta porque les traigo esta cosilla nueva que se me ocurrió. Saben que siempre en estas fechas publico algo y nació esto, que será corto, pero sustancioso. :D Antes que nada:

1)No, no voy a dejar de actualizar Roomies, pero de momento sigo pensando en como continuarla, así que paciencia y comprensión por favor bebés y 2)Tuve serios problemas personas en el último mes así que necesito tiempo para estabilizarme y es por eso que mientras, les traigo este fic navideño para animarme. Ojalá les guste, no sean muy duros XD.

Ya aclaré al inicio del disclaimer… NO es una adaptación, sólo es una inspiración de su argumento porque AMO la película y así continuará, por lo que aunque la trama podía parecer predecible, será diferente y tendrá su propia esencia, como espero ya hayan notado. :)

Estaré actualizando todo el mes de diciembre para mantener vivas las festividades, ¿qué dicen? ¡Bueno, hasta el próximo!

Besos pre-navideños:

Kay