Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS ALTAMENTE SEXUALES +18


Recomiendo: I'll Never Love Again – Lady Gaga

Capítulo beteado por Melina Aragón: Beta del grupo Élite Fanfiction.

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Capítulo 58:

Quédate conmigo

PARTE II

"Desearía haber podido…

Haber podido decir adiós

Habría dicho lo que quería decir

Tal vez incluso habría llorado por ti

Si hubiese sabido que sería la última vez

Habría partido mi corazón en dos, intentando salvar un trozo de ti

No quiero sentir otra caricia, no quiero comenzar otro incendio

No quiero conocer otro beso

Ningún otro nombre saliendo de mis labios

No quiero entregarle mi corazón a un extraño

(…) Mi corazón nunca volverá a amar

(…) No quiero conocer este sentimiento a menos que seamos tú y yo

No quiero desperdiciar un solo momento

Y no quiero darle a alguien más lo mejor de mí

Preferiría esperar por ti…"

Cuando los camilleros se acercaron para moverla y la enfermera volvió a sonreír de manera triste, como si de verdad sintiera todo lo que estaba pasándonos, solté el último sollozo que podía desprender de mi cuerpo, ya sin fuerzas. La vi atravesar las puertas, yéndose, como si de pronto me la quitaran de los brazos.

—Mi Insaciable… Te estaré esperando —susurré, bajando los hombros—. ¿Cuándo podré tener noticias?

—En unas cuantas horas, todo depende de las complicaciones de la cirugía.

Asentí y con el abrigo entre mis manos, cubierto de sangre ya seca, la suya, me marché.

Afuera estaban todos esperando a mi reacción, pero no quise mirar a nadie, menos hablar, mi sola expresión debía ser suficiente. Tenía tantas ganas de seguir llorando pero algo me lo impedía. Cuando iba a irme hacia las bancas, esperando a la soledad, vi que mis padres corrían hacia mí, probablemente recién enterados de lo que había pasado. Fue entonces que no pude seguir construyendo muros y los busqué, caminando hacia ellos con la misma rapidez. Mamá me abrazó con timidez y papá me tomó los hombros y luego llevó una de sus manos a mi nuca. No los necesitaba desde que Elizabeth se fue… hasta ahora, que me sentía sin fuerzas.

Lo que siguió transcurriendo dejó de importarme, tenía la cabeza tan ocupada en pensar en Bella y en mi hija que no tenía espacio alguno para más. Muy por debajo sentía que mi madre me hablaba y que Carlisle le pedía que nos sentáramos mientras sentía las lágrimas corriendo por mi rostro. Luego Alice se acercó mientras Jasper se iba con los demás, viviendo su propia burbuja.

—Nadie sabe lo que pasó realmente, solo la encontró —susurró mi sobrina.

—Hijo, llora, es lo que necesitas —me dijo madre al oído y me cobijó como quizá en veinte años no lo hacía.

Quería gritar de miedo, de desesperación pero ni siquiera eso podía, estaba paralizado, angustiado de saber que ahora ella estaba allá. Si por mí fuera agotaría todas las instancias para borrar el tiempo, por recibir yo esas balas y ser precisamente yo quien tuviera que soportar todo esto.

—¿Por qué no estuve ahí? —le pregunté a mi madre, que ahora me miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—No te culpes —murmuró.

—Tengo tanto miedo de perderla, mamá —confesé—, si eso pasa no sé qué haré.

Me separé para limpiarme las mejillas y papá me ofreció su pañuelo, el que agradecí.

—Eso no ocurrirá. Bella es… —A mamá se le quebró la voz y vi el fuerte dolor en sus ojos—. Bella es muy fuerte. Y tienes a Lizzie, ella…

—Sí, Bella es fuerte —dijo papá, quien siempre era muy sólido, como una roca pero cuando me giré y lo contemplé, vi una mirada desolada y tan adolorida como la de mi madre.

Carlisle adoraba a Bella, la quería demasiado, como a una hija.

—Es joven, es… —Carraspeó—. Quisiera prometértelo, pero no puedo, sin embargo, sé que saldrá de esta maldita situación, porque de alguna manera está pensando en ti y en su hija. Tú la conoces mejor que nadie, sabes lo fuerte que es. Además, tal como dice Esme, tienes a Lizzie, ella igualmente te necesita.

—Quiero pensarlo, quiero imaginarme que ella me escuchó cuando le supliqué que se aferrara a nosotros —susurré—. Sí… Mi hija… Ojalá supiera dónde está, yo…

—Haremos todo lo posible por encontrarla.

Suspiré y cerré los ojos, poniendo mi nuca en la pared. Pensar en mi pequeña me comenzaba a desesperar. Tenía a mi esposa sin saber su pronóstico y si sobreviviría, mientras ella se encontraba en algún lugar que yo no conocía con personas que no iban a cuidarla. Temblé, queriendo tenerla en mis brazos, poder aferrarme a ella. Solo Lizzie podía tranquilizarme y mi pequeña no estaba…

Sentí tanta desesperación por no saber su paradero que tuve que levantarme y dar una vuelta mientras respiraba hondo, pasándome las manos por el rostro, una y otra vez, sin saber qué hacer. Tras media hora de incertidumbre, sin noticias y completamente vacío, decidí levantarme y alejarme un poco más para caminar, necesitaba despejarme. De reojo vi que mi madre quiso venir conmigo pero papá le pidió que se quedara. Lo agradecí, a ambos, por la preocupación y el criterio de permitirme un momento de soledad.

Pasé por la sala de espera en urgencias y luego me fui hacia un jardín al aire libre que estaba en medio del hospital. Hacía mucho frío, el viento parecía furioso. Había unas cuantas bancas, cercanas a faroles y grandes flores adornando el suelo. Me sentí magnetizado y caminé hacia ellas para cortar una con cuidado.

Eran azules.

Me senté en la banca más alejada, donde el silencio reinaba y el atardecer se veía más intenso desde mi posición y entonces giré la florecilla entre mi dedo pulgar e índice, mirándola detenidamente.

De pronto sentí el vibrar de mi móvil y vi que nuevamente se trataba de Leah.

—¡Dios mío, Edward! —exclamó ella—. ¡Al fin logro dar contigo!

—¿Qué ocurre? —susurré.

—Estaba muy nerviosa, tengo noticias buenas… y muy malas.

No sabía qué significaba pero para mí no había peor noticia que la que estaba viviendo ahora.

—Es Phil.

Hubo silencio.

—Huyó —soltó—. Está escapando y mis hombres van tras él, la última vez que lo vieron fue cerca de la gasolinera.

—En el barrio Wood —murmuré—Estoy en el hospital, Leah. Bella… —jadeé, siempre era difícil decirlo—. Le dispararon.

—Oh Dios… —masculló—. ¿Fue ahí que la encontraste?

Sentí un fuego abrasador en el fondo de mis entrañas y tuve que levantarme.

—En una tienda.

—Dios santo —gimió—, nadie vio a Bella, nadie…

Dejé de escucharla porque me puse a pensar en Phil Dwyer, en ese maldito monstruo, en ese imbécil que la atacó sin piedad, dejándola sola en medio de un lugar oscuro.

—Si no le hubiera tomado atención a ese presentimiento, Bella habría muerto, Leah, me la habría quitado, ¡ese hijo de perra la tiene entre la vida y la muerte ahora! ¡Quisiera encontrarlo yo mismo y poder matarlo con mis propias manos!

Ella escuchaba desatar mi ira, botando todo lo que llevaba acumulado.

—La están operando ahora, hay cincuenta por ciento de probabilidad de que no sobreviva —gemí.

—Edward lo siento tanto, no es justo…

—No, claro que no lo es. —Bufé—. Y Bella temía que fuera a hacerme algo a mí. Lo habría preferido así, ¿sabes?

—No digas eso.

—Encuéntralo, Leah, hazlo por favor, agota todo lo posible por hallarlo, no puedes permitir que esa persona siga libre, no podría soportarlo. Y… y además tiene a mi hija, Leah, ¡necesito a mi pequeña! La necesito… Estoy desesperado.

Hubo otro silencio mientras me oía sollozar.

—Edward… Tengo la sospecha de que Charlotte fue quien disparó a Bella, no Phil.

Bajé mis hombros y tragué de forma audible.

—Antes de la persecución y al momento de encontrarlos, la vimos entrar al coche con un arma mientras Renée sostenía a la pequeña, obligada a caminar por Phil.

Estaba pasmado, tan pasmado que no podía respirar. Esa mujer… Había hecho todo lo que le prometió a Bella, todo.

—En este momento estamos sacando el material de las cámaras de la tienda, esperando a dilucidar si fue ella, aunque estoy pensando que así es.

—Leah…

—La atraparemos, aunque sea lo último que haga —susurró con la voz ronca—. Edward, avísame cualquier cosa, ¿sí?

—Sí —respondí.

Cuando corté me guardé el teléfono en el bolsillo y me apegué al farol de hierro, escondiendo el rostro contra mi brazo.

—Maldito seas, Phil, ¡maldito seas! Y tú… Charlotte… —vociferé apretando mis manos—. ¡Ojalá te tuviera delante de mí sólo para hacerte pagar por lo que le hiciste! ¿Por qué tenías que aparecer? ¿Por qué?

Golpeé el farol con fuerza unas cuantas veces hasta que el dolor me hizo parar y entonces caí rendido en la banca, nuevamente consciente de que las cosas ya habían sucedido, que nada me traería a Bella devuelta más que la fe.

—Quédate conmigo —susurré.

En medio del rotundo silencio que se instauró a mi alrededor, sentí los pasos de alguien y luego una mano en mi hombro.

Di un salto.

—Descuida, soy yo —respondió Rosalie.

Ella se sentó a mi lado con cuidado y la quedé mirando, un poco sorprendido.

—No podía aguantar un minuto más allá, todo era demasiado doloroso para mí.

—No sacas mucho estando aquí tampoco, lo único que siento es eso, dolor, uno insoportable pero también incertidumbre, angustia, terror… No soy la mejor compañía en este momento, Rose.

—Lo sé pero necesitaba seguirte, necesitaba pedirte perdón —respondió.

La miré curioso.

—¿Por qué?

Tenía el rostro de perfil y miraba al fondo con las lágrimas agrupadas bajo sus ojos.

—Por haber permitido que Lizzie…

—Rose, no es necesario.

—Sí, lo es —murmuró—. No sé por qué creí que era seguro dejar pasar a ese extraño diciendo que vendía chocolates. Lo único que recuerdo es que me golpeó en la cabeza cuando mi hijo y la tuya estaban en el corral. —Comenzó a llorar—. Cuando desperté solo estaba él, llorando mientras que Lizzie… —Se tapó el rostro.

—Rose, no es tu culpa.

Se giró a mirarme y por un instante me sorprendí de ver mi propio reflejo en sus ojos azules.

—Tú lo has dicho, te golpearon y perdiste el conocimiento. Los únicos culpables son ellos, Phil y Charlotte.

Nos quedamos en un breve silencio.

—Extraño a mi nena. Bella debió ser amenazada con Lizzie, antes de perder el conocimiento me preguntó por ella, estaba intranquila. —Sonreí con tristeza—. Ella siempre me dijo que por nosotros daba la vida.

Tragué al recordar ese momento.

Ella se apretó la barriga y yo me quedé mirando cómo se aferraba a esa parte de su cuerpo. Fue inevitable que sonriera y Rosalie lo notó enseguida.

—No le hace bien que llores —susurré.

Suspiró y se rio con suavidad.

—Es un secreto. Emmett tampoco lo sabe. Y respecto a él —dijo, refiriéndose a su vientre—, supongo que debe comprender que su mamá está triste por su tía. —Se quedó en pausa—. No concibo un mundo sin alguien como Bella y nadie es como ella, tú lo sabes bien. Este mundo necesita más personas así, sería tan injusto que…

Nos quedamos en silencio, sabíamos perfectamente lo que eso significaba para nosotros.

—Pero bueno, deberías ir a descansar un poco, te ves muy agotado y aún falta mucho para saber qué va a ocurrir.

—No, no quiero irme —respondí—, si algo llega a pasar quisiera estar aquí. Le prometí que no iba a separarme de ella y eso es lo que haré, incluso en los peores momentos.

Rose sonrió.

—Solo es un descanso, te hará bien, y así te sacas… —Miró mi ropa llena de sangre y yo entonces caí en cuenta que mis manos también seguían manchadas—. Te prometo que te llamaré ante cualquier cosa, ¿sí? Tienes que estar fuerte, por favor.

Asentí, porque tenía razón, tenía que ser fuerte para lo que sea que vendría y también por mi hija.

Me despedí de ella luego de decirme que necesitaba un momento a solas y entonces caminé para despedirme de Alice y mis padres, no quería preocuparlos. Cuando llegué no estaban los Swan, solo mi familia y junto a ellos dos oficiales de policía.

—Buenas noches —dijeron los dos, moviendo la cabeza en modo de saludo.

Mis padres me miraban y Alice estaba de brazos cruzados, esperando a escuchar.

—Buenas noches —respondí de manera recelosa, frunciendo el ceño frente a ellos.

—Sr. Cullen, lamento lo que ocurrió.

—¿El hospital los llamó? —pregunté.

Los dos se miraron.

—Es protocolo, señor.

Asentí.

—Comprendo —susurré—. ¿Qué quieren saber?

Uno suspiró y se rascó la frente mientras que el otro me miraba con cara de pocos amigos.

—Usted es el esposo de la señorita Isabella Swan, ¿no es así?

Asentí.

—¿Estaba usted con ella al momento del ataque?

Negué con lentitud.

—¿Cuándo fue la última vez que la vio?

Tragué, recordando esta mañana.

—Hoy, en la mañana, luego de desayunar juntos con nuestra hija. Iría a revisar algo de su trabajo —murmuré—. No hablé con ella desde la tarde, que dejó de contestar el teléfono.

—¿Habían discutido previo a eso?

—No, claro que no. Todo estaba bien, estábamos felices. —Mi mirada se perdió, rememorando ese sentimiento intenso entre los dos.

—Pero ¿cómo fue que la encontró? Dijo que no le contestaba el teléfono.

Bufé y miré a mis padres, que escuchaban muy atentos.

—La localicé gracias a su GPS, tenía un mal presentimiento y le pedí a una amiga mía que lo hiciera. Cuando me entregó las coordenadas simplemente fui tras ella y la encontré ahí —susurré.

Los dos policías miraban de manera sospechosa, lo que estaba irritándome, parecía que estuvieran buscando un culpable, y ese era yo.

—¿Esa amiga es…?

—FBI —contesté.

Uno asintió y el otro anotó.

—Así que tiene influencias.

—Llámelo como guste, gracias a ella logré encontrarla y evité que muriera desangrada —exclamé, apretando mis manos.

—Sr. Cullen, usted tiene antecedentes de vandalismo y lesiones a terceros…

—Eso fue hace años, tenía quince o dieciséis, no recuerdo —espeté—. Espere, ¿usted cree que yo le disparé a la mujer que amo? ¿Eso cree?

—Edward, tranquilo —me dijo papá, acercándose—. Señores, creo que no es prudente indagar de esta manera, mi hijo no sería capaz. Además, el FBI está a cargo del caso.

Le toqué el hombro para que no dijera nada más y los miré a los dos con el ceño fruncido.

—Míreme, ¿cree que yo sería capaz? Estoy muriéndome por dentro, no aguanto un segundo más con la incertidumbre de saber qué pasará ¿y usted viene acá a acusarme vagamente de querer matar a la mujer de mi vida? —Tragué—. Están buscando a la persona equivocada, fue Charlotte Spencer, se los aseguro, junto a Phil Dwyer. Esos… —Apreté los labios—. Por favor, váyanse, no puedo seguir hablando ahora, de todas maneras contactaré a mi abogado y él con gusto dará las explicaciones de todo, yo no puedo en este momento.

Ellos se miraron otra vez y anotaron los nombres de inmediato.

—Nos contactaremos con usted en unos días.

Asentí de manera vaga.

—Con permiso.

Cuando se fueron, mi madre se acercó, temerosa por mi reacción.

—¿Quién es Phil? —preguntó con cuidado—. ¿Por qué hizo esto?

Suspiré, muy triste.

—No puedo hablar ahora, lo siento —susurré.

Papá asintió y le tomó la mano a mi madre para que me dejara un momento.

—¿Dónde están los demás? —me atreví a preguntar.

—A Charlie se le subió la presión y sus hijos están con él —explicó mi sobrina.

—¿Y Todd? —de pronto recordé.

—Con Sue. Él aún no sabe nada, quieren esperar a que… —Ella se calló, porque traer devuelta la posibilidad de que Bella no sobreviva a la operación era intolerable para todos, en especial frente a mí—. Sue está muy nerviosa, imagino que debe sentirse ansiosa de no saber qué pasará.

Boté el aire y asentí. Todos estábamos igual.

—Iré a mi departamento, necesito cambiarme y descansar un poco, me está comenzado a doler la cabeza —les anuncié.

—Podemos acompañarte, te haría bien estar con tu familia —comentó Alice.

Negué.

—Saben que prefiero estar solo.

Todos suspiraron y luego asintieron.

Pero, antes de decidir marcharme, vi que había una iglesia más allá, junto a la UCI.

Caminé hacia allá sin darle explicaciones a nadie y antes de dar un paso adelante a un lugar que de seguro no pisaba hacía años, tomé aire, consciente de esto. Adentro no había nadie, solo estaba la gran estatua de Jesucristo junto a la cruz y un par de figuras más, todo rodeado de velas y cartas, de seguro ante la desesperación y la fe de no perder a quienes amaban.

Y aquí estaba yo.

Me sentí muy tímido porque sabía que de alguna forma no pertenecía aquí pero finalmente me senté en la banca más cercana y cerré los ojos unos segundos. Luego, tomando aire, miré a la cara de Jesucristo y conecté con toda mi desesperación.

—Sabes que creo en ti, te maldije el día que mi hermana se marchó —murmuré—, digamos que estoy aquí de nuevo, ¿lo ves? —Suspiré—. ¿Quién soy yo para pedirte algo? Solo un hombre pecador, lo sabes bien. En mi defensa, he vivido lleno de dolor por años pero no me di cuenta de eso hasta que conocí a Bella. Lo sabes también, de seguro que sí.

Me miré las manos y luego las apreté, sin saber cómo continuar.

—He sido un mal hombre, no tengo excusas, hice cosas malas cuando apenas tenía quince años, me descontrolé y dañé —murmuré—, no actué como debí cuando mi hermana vio su vida perdida con ese hombre y entonces comencé a comportarme cada vez peor. Con el paso de los años tomé otro camino incorrecto y fue el de vivir marcado por el odio, me llené de rencor hacia Renata y con ello tomé malas decisiones, olvidándome de quienes me rodeaban, encerrándome en mí mismo. También sabes que me entrometí en la relación de mi propio primo y lo peor de todo es que no me arrepentí hasta que eso dañó a quién más me importa, tú sabes quién es.

Me tragué el nudo y proseguí.

—No soy quién para pedirte cosas, los pecadores como yo no podemos tomarnos estas atribuciones. —Suspiré—. Pero vine de todos modos, vine porque te imploro por Bella, soy capaz de cruzar la ciudad a pie solo para demostrarte lo mucho que necesito tu ayuda. No me la quites, por favor no me la quites, déjala conmigo, sabes que la amo y que estoy dispuesto a todo por Bella, sabes que no puedo sostener la idea de perderla, que mi mundo no sería el mismo sin ella, y sé que son deseos egoístas pero la amo tanto que no soporto esta vida sin su existencia, no la tolero, no la quiero.

Apreté mis manos y las acerqué a mis labios mientras agachaba la cabeza frente a la figura.

—Dame una mano y déjala conmigo, te prometo que puedo ser mejor persona de lo que he sido en todos estos años, porque lo que llevo aquí dentro es puro y lo sabes —susurré, aguantándome las lágrimas—. Por favor —lo miré—. Además… —Rompí en llanto—. Necesito a mi hija devuelta, por favor, ya es insufrible sin mi esposa, dame la oportunidad de aferrarme a mi nena, tráela conmigo. Extraño a mi hija, solo quiero abrazarla y poder cuidarla. Está sola, Dios mío, nadie está cuidándola, debe tener frío, debe… tener hambre, debe extrañarme a mí y… a su mamá.

Me quedé un buen rato preso del silencio, suplicando de manera interna lo que ya había replicado con palabras. Lo último que hice antes de darme la vuelta fue llevarme una mano al pecho, pidiendo por última vez.

—No me dejes sin ellas, por favor.

Cuando me giré vi que estaba Charlie, que de seguro había venido a lo mismo. Tal vez me había escuchado. Nos quedamos mirando y ninguno se atrevía a hablar, parecíamos dos estatuas. Pero entonces tomé la iniciativa e iba a dejarlo avanzar, lo que lo incentivó a bajar la mirada y a decirme algo.

—¿Te vas?

—Sí, necesito cambiarme y… descansar un poco.

Asintió.

—¿Estarás aquí posterior a la cirugía?

—No lo dude —respondí en voz baja.

Volvió a asentir y yo me marché.

.

Me rehusaba a dejar el hospital. Estaba clavado ahí. En medio de mi silencio miré los recuerdos en mi billetera. Primero la fotografía de Bella sonriendo frente a la fuente, en Dubái. Por Dios, se veía tan hermosa y radiante. Luego vi otra, aquella en la que nos casamos. Era inevitable no acariciar aquel recuerdo. Finalmente miré la ecografía de Lizzie, lo que me sacó un jadeo y acabé contemplando la última: la foto de los tres, cuando nuestra hija era apenas una bebé de días.

No soporté mucho y me alejé, yendo hacia mi coche.

Manejé sin rumbo por cerca de veinte minutos. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo ya estaba saliendo de Manhattan. Concéntrate, me dije.

Iba a volver a casa pero recibí una llamada. Leah.

—Leah, ¿tienes noticias? —pregunté de forma errática.

—Sí, Edward… Lizzie está con nosotros.

Solté el aire y sonreí, volviendo a llorar, esta vez de felicidad.

—La encontraron envuelta en una manta en la recepción del hospital infantil.

—¿Está bien? —pregunté, desesperado.

—Sí, está bien, los médicos la revisaron y estamos con ella. Ven rápido, no para de llorar, te extraña, a ti y a…

Se calló.

—No demoraré. Estoy ahí en menos de cinco minutos.

Apreté el acelerador, infundado de esperanza.

.

Cuando llegué al hospital y me indicaron adónde dirigirme, crucé los pasillos con rapidez hasta que encontré a Leah. Cuando nos vimos, corrí hasta que pude ver cómo sostenía a mi hija.

Solté el aire, aliviado. Lizzie estaba bien, de verdad lo estaba.

—Lizzie —la llamé, viendo su pequeña espalda.

Ella se giró, dejando de llorar. Reconocía mi voz.

—Pa-pa —dijo en voz baja.

Le sonreí y sentí que el que comenzaría a llorar sería yo.

—Mira, ahí está papá —señaló Leah, meciéndola mientras me mostraba sus dedos, abriendo y cerrando sus manos.

Tomarla fue un alivio y un respiro. Fue inevitable que hundiera mi rostro en su pequeño cuello, suspirando al tenerla conmigo y a salvo. Estaba hecho un desastre pero ella lo sostenía un poco, mi mundo mejoraba un tanto más con su sola existencia.

—Pa-pa —susurró, palpándome las mejillas.

Me reí mientras seguía llorando.

—Aquí estoy, Lizzie. Perdóname por estar lejos tantas horas.

Se restregó el rostro, molesta, hambrienta y necesitando afecto. La abracé y la apresé conmigo, no dispuesto a soltarla nunca más.

.

Llegar a casa fue muy difícil. Ver las flores y sentir el perfume de Bella por todos lados hizo que mi barbilla volviera a temblar. Corté una de las flores del jarrón y se la puse a Lizzie entre los cabellos, rememorando mis momentos con mi esposa.

—No te molesta, ¿no, cariño? —inquirí, como si fuera a escucharme.

"Si disfrutas de unas flores, pues adelante", diría ella, sonriendo de oreja a oreja.

Finalmente fruncí el ceño y pensé algo producto del miedo: ¿qué pasa si no vuelvo a escucharte?. Preferí sacudir la cabeza y meterme a la cocina.

—Ma-ma —gimió Lizzie, mirándome con un puchero.

Claro. No veía a mamá. ¿Cómo le explicaba a Lizzie, de siete meses, que mamá quizá nunca volvería?

Volví a sentir el aroma a fresas. Era como su olor natural, mezclado con las velas y algunas esencias que adoraba dejar por ahí, en especial cuando se trataba de cocinar. Fue inevitable que me perdiera entre tantos colores y manualidades, entre decoraciones y diversión. Era su mundo, lleno de alegría, la que me contagió con el paso del tiempo juntos.

De pronto sentí el ladrido de Señor Calabaza, que esperaba medio acongojado sobre el sofá. Cuando se acercó sacó la lengua, muy entusiasta y levantó las patas delanteras para posarlas sobre mis rodillas.

—Hola, pequeño —saludé—, estabas solo. Lo siento.

Él me miró a través de sus ojos negros y comenzó a emitir sonidos tristes. Sabía que algo iba mal, Bella jamás lo dejaba solo y a esta hora nosotros estaríamos aquí, juntos, luego de celebrar que ese maldito…

—¿Quieres comer algo? A Bells se le olvidó dejarte algo mientras no estaba —comenté, tragándome el nudo de la garganta por enésima vez en el día.

Vi el reloj por primera vez desde lo que había pasado y realmente me sorprendí. Ya pasaba de las nueve de la noche.

No tenía hambre, me sentía francamente revuelto. Señor Calabaza me miraba, esperando algo, cuando le di comida él no la miró y siguió esperando, lo que en definitiva significaba que esperaba verme con Bella.

—¿Te molesta si te quedas conmigo mientras ella vuelve? —le pregunté, acariciando sus mejillas regordetas.

Él dejó de enseñar su lengua y ladeó la cabeza.

—Volverá, sí, volverá —musité.

Lizzie lloraba, no quería biberón, tampoco dormir. Todo el tiempo llamaba a mamá, mirando hacia los lugares en los que ella frecuentaba llevarla: el jardín.

—Lo siento, nena, lo siento mucho —susurré—. Ya podremos estar con mamá, te lo prometo.

Le besé la frente y luego las mejillas, una y otra vez. Estuve cerca de una hora y media buscando la manera de calmarla, hasta que la envolví en la bata de Bella. Su olor estaba tan intenso que tuve que tragarme el llanto. Lizzie abrazó la prenda y aceptó el biberón, dejando la mitad, tan triste que solo se dispuso a dormir, envuelta en el aroma de mamá.

Me metí a la ducha, aprovechando el tiempo, y ahí me quedé un buen rato, mirando cómo la sangre se desprendía de mi cuerpo e iba a parar al desagüe. Apoyé mi mano en los azulejos y puse la cabeza bajo la regadera, cerrando los ojos para disfrutar, aunque fuera un poco, el calor del agua. Sentí un ligero espasmo en mi pecho frente a la angustia que me generó imaginar que ella entrara aquí conmigo; le gustaba colarse de pronto, tocándome la espalda.

Respiré hondo y seguí, manteniendo mejor la cabeza en blanco.

Salí solo con la toalla y ahí estaba el perro, sentado, esperando. Me quebró el corazón.

—Hey, ve a dormir un poco —le dije.

Pero insistía en quedarse sentado, como si Bella fuera a aparecer en cualquier momento. Yo miré a la puerta y luego fruncí el ceño.

Me vestí de manera rápida y luego me quedé de piedra, mirando el lugar. Repasé su tocador, donde siempre era un desastre y sonreí, para entonces mirar hacia las mandalas colgadas en el techo, justo de cara a la cama. Me senté de golpe en ella y posé mis manos en mis muslos, mirando hacia el suelo. De pronto di una repasada a su mesa de noche, donde estaba nuestra fotografía juntos. La tomé sin pensarlo, siempre hipnotizado por la felicidad que reflejábamos.

—Volveremos —prometí—, solo necesitas estar bien.

Suspiré.

Fui a meter mi abrigo a la lavadora, así que revisé los bolsillos por inercia. Fue hasta ahí que recordé mi regalo, esa sorpresa de esta noche. Lo guardé de inmediato y volví a nuestra habitación. Sabía que debía volver al hospital pero algo me tenía magnético aquí, sentía que de alguna forma estaba en el único lugar donde la recordaba sana y sonriente.

En el sofá que estaba al lado de la cama vi su pijama, que de seguro había lanzado apurada esta mañana. En cuanto lo tomé sentí un nudo en la garganta y lo olí, transportándome a ella, era increíble la paz que me provocaba. Entonces, con él en mano, me recosté un poco en la cama, tomando en cuenta lo cansado que estaba y cómo mi cabeza dolía, y me puse a revisar algunas fotografías que le había tomado con mi móvil. Fue inevitable que de pronto me pusiera a escuchar algunos audios que me había enviado hasta el día anterior.

¿Sigue el Sr. Gruñón siendo tan exigente con sus asistentes? ¡Dales un respiro! ¿Te veré esta noche? Ya te extraño.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Siento no haber contestado antes pero estaba envuelta en un lío con el tráfico, ¿lo ves?, ahora soy responsable tal como me lo pediste y no me distraigo al manejar, ¡incluso si se trata de ti! Iré a tu oficina esta tarde, quiero imponer mi presencia como Sra. Cullen. Te amo.

Suspiré y preferí no seguir, me estaba matando a mí mismo.

Cerré los ojos y apreté su pijama con todas mis fuerzas, pensando en lo que estaba ocurriendo con ella ahora. No quise siquiera imaginar qué debía estar pasando en esa intervención quirúrgica, mi mente podía ser mi peor enemigo.

Miré hacia el lado y vi a mi pequeña durmiente, al igual que yo, apretando la prenda de Bella. La tomé y la abracé, poniéndola sobre mi pecho. Besé sus pocos cabellos y acaricié su pequeña espalda, recordándole que siempre iba a tenerme.

Poco a poco el sueño me fue venciendo, sutil, como una ráfaga somnífera. Me sentí envuelto en una oscuridad abrumadora, como si me apretara de alguna manera. Cuando fui cobrando realidad, me vi en medio de una pradera, donde el sol brillaba como nunca. Sentía el correr de un arroyo muy cerca y el sonido de algunos animales, escondidos o en el cielo. Había flores muy coloridas, todas esparcidas con gracia.

Pensé de inmediato en ella.

—Aquí estás —me dijo una voz que no escuchaba hacía muchos años.

Me giré, asombrado.

—Elizabeth —exclamé, sin poder creerlo.

Ella se veía más grande, lo que me resultaba imposible porque…

—¿Qué haces aquí? —le pregunté perplejo.

—¿No vas a saludarme, bobo?

Lo hice, abrazándola con fuerza. Aún mantenía su olor, el que con los años se fue disolviendo de mis recuerdos. Elizabeth me tenía los brazos aferrados al cuello, con la necesidad a flor de piel. Sentía mis ojos llenos de lágrimas pero de felicidad, porque había querido verla por años. Parecía un sueño hecho realidad.

—Estás tan guapo —susurró tocándome las mejillas—. Los años te han hecho bien.

Me reí.

—Y tú estás preciosa, Elizabeth.

Sonrió con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Cómo está Alice?

Tragué.

—Enamorada, comenzando sus éxitos… —Fruncí el ceño—. Le mentí y le hice daño en su momento, lo siento, Lizzie.

Su sonrisa se hizo más ancha.

—Sé lo que ha pasado, sé que mi hija tampoco hizo bien —suspiró—. No te culpes, has sido el tío más maravilloso del mundo.

Sonreí también.

—Conozco a Bella —dijo.

Pestañeé, perplejo.

—Es la chica más adorable de la que pudiste enamorarte.

De pronto recordé mi realidad y toda felicidad mermó.

—Sí, lo sé pero mira detrás de ti.

Me giré, confundido, y la vi, mirando a los conejos que saltaban junto a las flores, lo que más amaba. Sentí que el aire volvía a mí.

—¿Ella…?

—Quiere decirte algo.

Sentí el escozor en mis ojos.

—¿Te irás?

Asintió.

—Pero solo tú no podrás verme, porque yo siempre estoy contigo, y ahora con los dos —susurró y me besó la mejilla—. Ve con Bella.

Quise tomar su mano y retenerla pero de pronto se esfumó.

Sentí una risita adorable detrás de mí y un impulso lleno de felicidad me llenó el corazón. Era Bella, riéndose mientras miraba a los animales. Corrí, sosteniendo la ansiedad por tocarla.

—Bella —la llamé y ella se giró, sorprendida de verme.

—Estás aquí. —Fue lo que alcanzó a decirme antes que yo acortara nuestras distancias y la abrazara con todas mis fuerzas.

Fue como volver a vivir. Su aroma se sentía tan intenso y su cuerpo tan cálido entre mis brazos. Ella acomodó su mejilla en mi pecho y se cobijó conmigo, respirando mi aire, como si buscara sostenerme en medio de todo el dolor.

—Necesitaba abrazarte, me moría de ganas —le dije con un nudo en la garganta.

—No te pongas triste, sabes que no me gusta —susurró con el mentón pegado a mi pecho, mirándome con sus ojos grandes y achocolatados—. Estoy contigo.

—¿Eso significa que te quedarás conmigo? —me atreví a preguntar, con la barbilla tiritándome de angustia.

Cerró los ojos y vi la emoción en las lágrimas que comenzaron a caer por su rostro.

—De cualquier forma estaré contigo, no importa cómo. Tenemos a Lizzie, siempre será así.

—No te quiero de cualquier forma, te quiero aquí, físicamente, construyendo lo que queríamos, con nuestra hija…

—Lo sé, por eso estoy aquí, en el lugar más hermoso que pude imaginar y tú conmigo.

Negué.

—Quédate, Bella, te amo, no puedo dejarte ir, te necesito a mi lado, quiero verte feliz, quiero verte lograr tus sueños ¡quiero que tú me acompañes en los míos!

Arqueó las cejas y estiró las manos a mi rostro, acariciándolo con necesidad. Yo cerré los ojos, porque demonios, extrañaba tanto sus caricias.

—Te amo, Edward, me hiciste muy feliz —masculló.

—Y lo seguiré haciendo, solo quédate, sigamos en esta aventura, por favor. Lizzie te necesita, necesita a mamá. Yo también te necesito.

Hundí mis dedos en sus cabellos y pegué mi frente a la suya.

—Quédate —dije por última vez.

Iba a besarla, ansiando su sabor pero un sonido me distrajo y de pronto me vi en la cama de Bella, alejado de esa pradera y alejado de ella. Tenía su pijama junto a mí, muy apretado entre mis manos y Señor Calabaza dormía a mis pies. Lizzie estaba incómoda, con mucha hambre, despertando conmigo.

Era mi teléfono el que sonaba.

Miré la hora y me levanté de golpe. Ya pasaba de la tres de la madrugada.

—A-aló —dije, un tanto confundido.

—Edward, hola —saludó Leah con la voz muy tensa.

—Algo malo ocurrió —fue lo único que pude decir.

Silencio.

—Leah —insistí.

Carraspeó.

—Hubo una persecución.

Boté el aire mientras tomaba mis llaves, apurado por irme al hospital.

Ese maldito sueño… ¿qué quería decirme Bella?

—¿Cómo…? ¿Persiguieron a Phil?

—Sí, Edward, estábamos detrás de él y… fue un caos.

Me quedé en silencio mientras me metía al coche y lo encendía de forma apresurada.

—¿Qué caos, Leah?

La oí tragar.

—Phil se vio acorralado y estampó el coche contra otro, incendiándose sin remedio.

Apegué mi puño contra los labios, sin saber qué pensar. Estaba perplejo.

—Se intentó rescatar a los ocupantes pero solo se logró con Renée.

Sentí un escalofríos intenso en toda mi columna.

—Entonces, Phil…

—Murió.

Pestañeé y fruncí el ceño.

—¿Qué?

Jadeé.

—Renée está en el hospital, no tenemos detalles de lo que ocurrió más allá pero estamos a la espera.

Me pasé una mano por la cara, sintiendo rabia, impotencia y desesperación, todo en una mezcla agobiante.

—No va a pagar lo que hizo —murmuré, pensando en Bella—. ¡Leah, no pagará lo que le hizo! Demonios, ¿¡por qué!?

—Phil murió gritando, Edward, parecía que el humo no lo desmayó y… finalmente sintió toda la agonía de las llamas. Sí pagó, te lo aseguro.

No quería ni imaginar aquello pero saber que así fue su muerte tampoco sirvió, porque en realidad lo que más me importaba era Bella.

—¿Charlotte…?

Suspiró.

—Escapó antes del choque. Estamos buscándola.

Hice una pausa, deseando con todo mi corazón que esa mujer no quedara libre de todo lo que nos había provocado.

—¿Supiste de ella? —me preguntó al fin.

—No, ahora voy hacia allá, tengo mucho miedo.

Suspiró.

—Estaré pendiente de cualquier cosa, Jacob quiere ir a verte pero le pedí que te dejara un momento para ti.

—Gracias. Dile que con gusto lo veo mañana en la mañana, de todos modos, dudo que me vaya de ese hospital hasta que Bella salga conmigo.

Hubo más silencio.

—Que así sea, Edward.

Bañé rápidamente a Lizzie y la cambié. Cuando se durmió, minutos después de beberse el biberón con la leche que guardábamos Bella y yo, la puse en la silla y manejé raudo hacia el único destino que me esperaba. Llegué al hospital y corrí como un loco hacia la sala, sosteniendo a mi hija en el canguro. De camino oí a dos funcionarias que venían saliendo de ahí.

—Era tan joven, es una lástima lo que pasó —dijo una.

—Entonces, ¿no resistió la operación? —le preguntó la otra.

Negó.

—No pudo con el paro cardiorrespiratorio. No quiero ni imaginarme qué dirá la familia…

No seguí escuchando, sentía náuseas y me pitaban los oídos. Me alejé y seguí corriendo hasta topar con los Swan y mi familia, que estaban frente al cirujano. Sentía que mi corazón iba a salirse por mi boca y paré, jadeante, sujetándome a la pared, dispuesto a escuchar lo que tanto temía.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Como ya vengo diciendo, siguen siendo bombas tras bombas. Es un proceso de monólogos interiores de un hombre aterrado por perder a su esposa pero también el reencuentro con las cosas del pasado, como su distancia con Dios y el acercamiento con sus padres, que lo ven sufrir como nunca antes. Su hija al fin apareció, gracias a Renée, ¿pero dónde está ella? Ya lo supimos al final del capítulo y me temo que aún ella necesita decir muchas cosas al respecto. Phil recibió su merecido de una manera brutal pero ¿no pagamos así nuestros actos? Charlotte aún necesita su escarmiento, pues no olvidemos que finalmente fue ella quien le disparó a Bella, quien sigue luchando por su vida. ¿Qué pasó al final? ¿Qué ocurrió con eso que hablaban en el hospital? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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Recuerden que quienes dejen su review recibirán un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben dejar su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

Pueden unirse a mi grupo que se llama "Fanfiction: Baisers Ardents", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar

Cariños para todas

Baisers!