Crueles Intenciones
Aclaración: Ninguno de los personajes de Marvel me pertenece, tampoco la historia de la película Cruel Intentions, basada en el libro Relaciones Peligrosas. Esto es solo una adaptación.
Steve se permitió sumirse en sus pensamientos durante algunos segundos, usualmente él se tomaba el tiempo necesario para buscar en su cabeza las formas adecuadas de expresar sus ideas, para que las mismas quedaran claras. Detestaba con toda su alma tener que explicar las cosas dos veces. Acomodó sus lentes de forma que estos se acoplaran correctamente a su nariz, y nuevamente colocó ambos brazos detrás de su cabeza cerrando sus ojos.
—Esto es lo que pasa señora Gilbert, de ninguna forma puedo llegar a un estado máximo de relajación. No importa que esté teniendo un momento increíble, me cuesta alcanzar ese punto de paz del que todos hablan —Steve echó su cabeza hacia atrás levemente y esbozó una sonrisa de lado, mordió su labio inferior y soltó un leve gemido involuntario—, por cierto, muchas gracias por el libro Meditaciones, lo leí completo, Marco Aurelio sin dudas lograba ver más allá.
Sobre Steve se encontraba su actual psicóloga, la cual estaba practicándole una felación, al tiempo que oía como cada semana sus problemas de niño rico y blanco como ella decía. Clarisse Gilbert era una mujer de cincuenta y cinco años, reconocida en el mundo de la psicología debido al éxito que había alcanzado. No era la mujer más guapa del mundo, pero eso al joven Rogers parecía no importarle en lo más mínimo.
Al no recibir respuesta por parte de la especialista, Steve optó por volver a cerrar los ojos y concentrarse en el momento, aunque para su desgracia el móvil de Clarisse comenzó a sonar captando la atención de ambos, que giraron sus rostros en dirección al mismo. La mujer presente intentó levantarse para responder, pero Steve la detuvo tomándola por el brazo.
—Estoy cerca de terminar, no creo que sea un buen momento para que respondas llamadas —la miró fijamente y sacó a relucir esa sonrisa matadora que podía convencer hasta al mismísimo Lucifer—. Estamos teniendo un buen momento —concluyó.
—Puede ser algo importante Steven —refutó, pero inmediatamente, cambió su expresión a una sonrisa—, pero está bien.
—Volviendo al libro de Marco Aurelio, ni siquiera sus experiencias y reflexiones lograron que pueda conectarme al menos un poco conmigo mismo —gesticuló para darle más intensión a lo que explicaba al tiempo que Clarisse retomaba su labor. Aunque no pudiera verla ya que la misma tenía su cabello rojo regado desprolijamente por su rostro, esta blanqueó sus ojos, seguramente no había algo que le importara menos que los problemas existenciales de un joven millonario—, tal vez podrías recomendarme otro —quiso continuar hablando, pero aquella sensación tan conocida como una subida en su cuerpo le indicaba exactamente lo que había previsto hacía unos momentos, intentó mantener la calma y retomar lo que estaba diciendo—, es decir... —la profesional allí, harta de seguir oyéndolo intensificó el ritmo de las caricias que estaba proporcionándole con su lengua, haciendo que éste inevitablemente reemplazara sus lamentos absurdos por jadeos.
Los llamados continuaron sin cesar, esto hacía que Steve no pudiera concentrarse del todo en lo que estaba sintiendo y eso le molestaba. Rápidamente llegó a su mente la conclusión acerca de quién podría estar llamando a Clarisse con tanta insistencia, aquella idea hizo que sonriera con satisfacción. Tomó el cabello de su compañera sujetándolo firmemente, con la intención de asegurar que no fuera a ninguna parte. Fue cuestión de unos segundos para que el mismo llegara al punto máximo de éxtasis, liberando así la tensión por completo.
—Increíble... —dijo tratando de respirar correctamente.
—Me siento halagada —respondió mirándolo fijamente aun estando sobre su cuerpo, formó un camino de besos cortos sobre su marcado abdomen hasta llegar a su pecho, Steve subió una ceja con confusión. Acercó su rostro al de él lentamente con la intención de besarlo, pero éste la tomó por los brazos haciendo que se apartara para posteriormente ponerse de pie. Nuevamente blanqueó los ojos, pensó en quejarse, pero al recordar la cifra de dinero que le sacaba por escuchar sus estúpidos problemas, decidió seguir actuando natural—. ¿Te llegó mi mail? —inquirió.
—¿Cuál mail? —respondió con evidente confusión al tiempo que se colocaba su camiseta blanca y su chaqueta negra encima—, generalmente no reviso otras cosas que no sean mensajes de la Universidad. Tienes mi número, podrías haberme escrito ahí. Por cierto, respecto a lo de tus vacaciones, no sé cómo esperas que sobreviva en tu ausencia —sonaba algo apenado.
—Solo es un mes, dulzura —dijo ella fingiendo un tono comprensivo.
—Veré en que puedo usar los 200 dólares que te pago cada semana por tus sesiones —respondió con ironía tomando un cuadro que yacía en el escritorio de la especialista, se trataba de una muchacha rubia de ojos color café—. Ella es hermosa, supongo que es tu hija —le dijo volteándose a verla un momento—, sería mi tipo de novia ideal.
La mujer no pudo evitar sentir una terrible molestia al escuchar aquellas palabras, o quizás por la forma que miraba de forma lasciva la imagen de su hija. Le quitó el cuadro de las manos y lo colocó en su lugar.
—Para tu mala suerte, mi hija está a punto de casarse con un ex soldado —dijo con orgullo—, el pobre quedó en silla de ruedas luego de una fuerte lesión en combate, sin embargo, ella lo ama tal y como es.
—Seguramente su hija se casa con él por amor, señora Gilbert —se paró frente a ella y tomó sus hombros—, y no por el hecho de que es un ex combatiente bien pago, y que además seguro recibirá una muy buena subvención por haber quedado con ese grado de discapacidad —sonrió falsamente—. Bueno, ya me toca irme. Cuídese y que le vaya excelente en sus vacaciones —se dirigió hasta la puerta, pero antes de salir se detuvo sin voltear a verla—. Y no sé si se lo he dicho antes, pero, señora Gilbert, déjeme decirle que usted tiene las piernas más maravillosas que he visto en mi vida —y finalmente salió.
Clarisse borró su sonrisa apenas Steve salió, realmente no tenía idea de cómo terminó enredándose con un niño de veintiún años con problemas tan absurdos, y que además se comportaba como un completo imbécil arrogante. Sacudió el polvo inexistente de su ropa y cerró la puerta, el maldito móvil comenzó a sonar nuevamente. Con molestia contestó la llamada y el llanto histérico de su hija hizo que alejara el iPhone de su oreja por instinto.
"¡Harold me dejó, me dejó mamá! A tan solo unos días de la boda."
"¿Qué? Dime que es una broma, ¡¿Qué estupidez hiciste ahora Jesse?!"
"Un tipo con el que me acosté le envió fotos mías desnuda en su cama, mamá. Harold me dejó, el imbécil fue capaz de dejarme."
"¿Imbécil? Imbécil eres tú Jesse, sólo a una idiota como tú se le ocurre engañarlo días antes de su boda. Debiste haber esperado, o al menos no debiste dejar que te tomara fotos. Eres una completa, ¡una verdadera idiota!"
"Lo siento mamá... Es que él fue tan increíble conmigo. Me dijo que tenía las piernas más maravillosas que había visto en su vida..."
El llanto de aquella joven nuevamente se hizo incesante, pero no fue aquello lo que hizo que Clarisse apartara el móvil de su rostro, sino la ira. Dejó caer el mismo y salió apresurada hasta la puerta de aquel edificio, al llegar a la calle pudo divisar a Steven a unos metros del lugar, se encontraba en su auto con la ventanilla baja mirándola con una enorme sonrisa.
—¡Eres un maldito Steven Rogers! —vociferó la mujer fuera de sí, los hombres encargados de la seguridad de aquel edificio la contuvieron, impidiéndole que saliera e hiciera alguna cosa de la cual luego pudiera arrepentirse—, haré tu vida pedazos, ¡tenlo por seguro pequeña mierda!
Inevitablemente la gente comenzó a acumularse y mirar con confusión aquella escena. Una chica morena bastante joven se detuvo en la acera justamente junto al auto de Steve, lo miró con una expresión confusa.
—¿Sabes que le ocurre a la señora? —preguntó divertida.
—Se ve que tuvo un mal día —levantó la mano en forma de saludo en dirección hacia su ahora ex psicóloga—, ¿pasaste por aquí de casualidad?
—Sí, eso hacía. Me dirijo hacia una reserva ecológica bastante cerca de aquí, Bear Mountain State Park —le respondió.
—Permíteme llevarte —la morena sonrió sorprendida, él miró la hora en su móvil—, y aprovechando que es mediodía, quizás podríamos almorzar —y allí apareció nuevamente esa sonrisa de su parte.
Esa misma tarde, mansión Rogers. Nueva York, Manhattan.
Natasha se encontraba leyendo cómodamente en un sofá de la sala, el paisaje repleto de verde podía admirarse a la perfección a través de los enormes cristales cercanos a donde se encontraba. Definitivamente era un lugar perfecto para estar en silencio y leer algún libro interesante, ella optó por El Alquimista. Días como ese mismo viernes en la tarde solía usar algún pijama o ropa cómoda, ya que en las noches usaba sus mejores atuendos para salir. Ese día no fue la excepción, su cabello rojo y ondulado hacía juego perfecto con ese conjunto de dormir de la misma tonalidad, su abdomen y piernas blancas quedaban completamente a la vista. Su lectura se vio interrumpida al escuchar la puerta cerrarse de forma estruendosa seguido de unos pasos que se oían cada vez más cercanos. Steve se adentró en la sala.
—¿Qué tal la cita con tu psicóloga? —preguntó la pelirroja sin apartar la vista de aquel libro.
—Excelente —aseguró él con una sonrisa.
—Sin verte puedo asegurar que tuviste una buena mañana querido hermano —decidió mirarlo por primera vez desde que llegó, él se quitó la chaqueta y tomó asiento a su lado—, me alegra.
—Cuando deseas sonar como una buena persona, por momentos resulta bastante creíble —el de ojos azules no pudo evitar pasear su mirada con descaro por la figura de Natasha, quien parecía no espantarse con aquello—. Ya dime, ¿qué quieres de mí? —soltó.
—No sabes cuánto te quiero —respondió esbozando una sonrisa maliciosa. Sin pensarlo demasiado, tomó su iPhone e hizo una breve búsqueda en él—, dame un segundo.
—Te advierto que, si tiene que ver con Tony no te ayudaré a que... —sus quejas se vieron interrumpidas en cuanto ella le ofreció su móvil, una foto de Instagram de una chica de cabello caoba y enormes ojos verdes captó toda su atención.
—Wanda Maximoff —dijo ella con seriedad. Deslizó su dedo hacia arriba haciendo que la foto pasara a otro plano y pudiera leer la descripción de la misma.
—¿Y? —cuestionó.
—Este año ingresará a nuestra Universidad, tiene diecinueve años, terminó el colegio con excelentes calificaciones —enumeró sin ánimo—. Eso no es lo que nos interesa, en las últimas líneas de su patético discurso sobre su amor por Dios, explica las razones por las cuales planea llegar virgen al matrimonio —Steve cambió su expresión al leerlo por sí mismo, hubo un silencio entre ambos—. Quiero que le quites la virginidad.
—Hecho —respondió con naturalidad entregándole su móvil.
—No te será tan fácil —tomó el mismo únicamente para cambiar la imagen deslizando el dedo hacia un lado. En dicha foto se encontraba esa misma chica compartiendo un beso con un hombre—, también dice que lleva tres años de novia con él. Ahora dime hermanito, si un hombre tan guapo e increíble como él no pudo tomar su virginidad, ¿por qué tú podrías?
—¿Y tú por qué hablas como si lo conocieras? —preguntó sarcásticamente.
Natasha blanqueó los ojos y se puso de pie dirigiéndose al ventanal, allí se cruzó de brazos. Aún se sentía muy dolida por el rechazo de aquel hombre, era la primera vez en veinte años que no podía tener al hombre que deseaba, se sentía fatal.
—Te explicaré lo que ocurrió —sus pensamientos la llevaron nuevamente a esa noche, sí, esa noche.
...
Dos semanas antes, un viernes, Natasha se dirigió a una prometedora reunión formal que organizó una de las mejores amigas de su madre. Casualmente y para su fortuna, se trataba de la tía de Vincent Miller, al cual sus más cercanos llamaban Visión debido a anécdotas de infancia que aún desconocía. Natasha fue vestida para matar, un vestido negro al cuerpo dejaba su espalda al descubierto por un elegante escote en v, el cual combinaba con unos tacones aguja de la misma tonalidad. El cabello recogido dejaba aún menos tramos de su piel a la imaginación.
Vincent era un joven alto, guapo y de ascendencia alemana, podía notarse en el tono de su cabello rubio y su piel blanquecina. El objetivo de Natasha se encontraba en medio de una conversación entretenida con otro hombre, Natasha miraba con obsesión como aquel joven acomodaba su corbata prolijamente, sin dudarlo se acercó a él.
—¿Vis? —preguntó fingiendo no estar segura.
—¿Nat? —respondió el mismo al reconocerla inmediatamente, con su cortesía usual saludó a la pelirroja con un abrazo—. Que gusto verte, no tenía idea que vendrías aquí, ¿cómo has estado?
—He estado muy bien, ¿qué hay de ti? —en ese momento una camarera pasó ofreciendo una charola de plata con copas de champaña, ambos tomaron una.
—Muy bien, aunque esta semana he estado algo ocupado haciendo los papeles de traslado, no sé si te había contado en los cientos de veces que hemos hablado por mensaje —dijo con un tono amigable causando la risa de Natasha—, pero empezaré a estudiar en la Universidad Shield —Natasha abrió los ojos con sorpresa, no podía ser cierto, ese chico tan increíble estaría en su misma Universidad, ni siquiera un sueño sería tan bueno—. Mi novia y yo decidimos continuar los estudios allí, ya que su padre ahora es nuevo directivo en ese lugar, dejaré las tierras de California para seguirle el paso.
—Yo estudio en Shield —dijo intentando ocultar el trago amargo de escucharlo hablar de su novia—, que gusto saber que dejaremos de ser amigos cibernéticos para ahora ser amigos de verdad —concluyó ella.
—Me emociona bastante la idea —Vincent pareció dejar a mitad de camino algo que planeaba decir, no quería sonar como un imbécil. Aun dudándolo un poco decidió retomar lo que decía—. Natasha, ¿el Capitán del equipo de...
—Si, es mi hermanastro —cortó de forma seca, parecía que nadie podía olvidar ni por un segundo los increíbles dotes de Steve para el deporte. Bebió un poco de champaña y acto seguido se abanicó en el rostro con su mano libre, comenzaba la hora del acting—. Vis, ¿me acompañarías a tomar un poco de aire? Mucha gente en un lugar me da algo de claustrofobia.
—Claro, claro, puedes tomar mi brazo si te hace sentir un poco más segura —le ofreció rápidamente—. Subamos por las escaleras, seguramente en el balcón no hay nadie y podrás tomar aire tranquila, no te pongas nerviosa.
—Muchas gracias... —Natasha estaba derritiéndose con la caballerosidad y atención de ese hombre. Siguiendo su sugerencia se aferró a su brazo y en su compañía subieron las escaleras dirigiéndose al balcón de aquella mansión.
Al llegar a aquel lugar podían divisar el enorme jardín de Elsa Miller, la anfitriona de la fiesta. Vincent tomó la copa de Natasha y la dejó en el suelo junto con la suya. Natasha colocó una mano en su rostro y se sujetó fuertemente a él, este la sostuvo fuertemente entre sus brazos temiendo por su estabilidad.
—Nat, lo mejor es que ya no tomes alcohol, respira aire puro y si continúas sintiéndote mal podemos avisarle a tu madre para que te lleve a un hospital —su preocupación era cada vez más evidente.
Natasha alzó su rostro y lo miró fijamente, quizás era su impresión, pero la luz de luna hacía que luciera aún más perfecto ante sus ojos. Él la miró confundido, y en respuesta ella rodeó su cuello con sus brazos para posteriormente besarlo, ladeó su rostro dispuesta a comenzar aquel juego, sin embargo, Vincent la tomó por los brazos delicadamente alejándola.
—¿Qué pasa? —preguntó ella—, estamos solos ahora, Vis.
—Natasha, sabes perfectamente que tengo novia —respondió con indignación—. Sabes que no puedo hacerle esto.
—Ella no está aquí ahora —fue lo único que respondió con tono seductor. Las miradas de ambos se conectaron y Natasha decidió usar su artillería pesada, el diseño de su vestido tenía los botones al frente, comenzó a desabrocharlos uno por uno dejando a la vista algo de sus pechos.
—Deberías respetar a tu novio —por primera vez su tono amigable había desaparecido, sonando ahora con gran seriedad—, pero por sobre todo respetarte a ti.
—¿Cuál novio? —dijo al instante, sus manos se quedaron en el mismo sitio, quedó congelada y sintiéndose lo peor.
—Conozco a Tony Stark desde que era un niño, no somos amigos, pero créeme que le tengo mucho respeto —sentenció—. También tengo respeto por mi novia, y tengo respeto por mí mismo. Es increíble que luego de la foto tan bonita que publicó seas capaz de hacerle algo así —sin cambiar la expresión seria en su rostro, Vincent se dispuso a abandonar aquel lugar dejando a Natasha completamente impactada.
La pelirroja sintió una lágrima correr por su mejilla mientras lo observaba marcharse, no era una lágrima de dolor, ni de de amor. Eran lágrimas de enojo, si había algo que le dolía era no poder salirse con su cometido. Una vez que salió del trance, limpió su lágrima con el revés de su mano y abrochó los botones de su vestido nuevamente. Tomó el móvil de su pequeña cartera y rápidamente entró al Instagram de Tony, su última actualización se trataba de una foto de ellos dos dándose un beso en Disneyland.
"Feliz primer año preciosa, te amo cada día más." Decía la descripción. Natasha apretó la mandíbula con frustración.
—Maldito imbécil... —dijo en un hilo de voz con su vista fija en la pantalla.
...
Quedó en silencio al concluir aquel relato, su mirada estaba perdida en algún lugar de aquella sala, pudo sentir el ardor de la frustración, el dolor del rechazo correr por sus venas como en ese preciso instante. Steve se puso de pie y su expresión de enojo lo decía todo, la tomó por el brazo bruscamente voltéandola hacia él.
—Natasha, ¡¿cuál es tu maldito problema?! —gritaba de forma reprimida, intentando que no fuera escuchado por su padre o madrastra— Intentaste engañar a mi mejor amigo en éste lugar.
—Ay no, no quiero imaginar como se sentiría tu novio Bucky si escuchara que llamas así a Stark —respondió irónicamente, se zafó del agarre de Steve.
—Bucky está en Rumania, muy bien y muy lejos de tus mentiras y el daño que sabes causar —dijo Steve con cierto pesar, hablar de Bucky con ella causaba un inmenso dolor en su pecho. La expresión de Natasha cambió radicalmente, se ve que él no era el único herido al escuchar aquello.
—No puedo creer que seas tan jodidamente hipócrita Steve, no puedo creer que finjas lealtad hacia tus mejores amigos cuando sabes que te mueres por mi —su expresión era de enojo y triunfo a la vez, en algún momento debía soltar aquello que pensaba, y que sabía que era así.
—¿Qué estás diciendo...? —Steve la miró fijamente, su guardia estaba totalmente baja y destruida, se sentía completamente desnudo y frágil ante ese par de ojos color esmeralda que lo observaban fijamente, ese mismo par de ojos que le robaban el sueño desde el primer momento.
—Soy la única mujer que no puedes tener —esta vez su tonalidad de voz tomó un color seductor, hizo pedazos la distancia entre ellos acariciando el rostro de Steve—, no me sorprende para nada que te obsesione la idea de tenerme en tu cama —aquellas últimas palabras las susurró a escasos milímetros de la boca de aquel pobre muchacho. Relamió sus labios mientras fijaba su vista en los de él, y sin decir más se apartó de él dejándolo con una gran confusión—. Y respecto a lo de Wanda Maximoff, olvídalo, no sé por qué creí que podrías ayudarme en esto.
—Puedo hacerlo —sentenció seco. Estaba confundido, vulnerado, pero sobre todo confundido, fingir seguridad era lo único que le quedaba.
—No lo creo —tomó asiento en el sofá y nuevamente abrió el libro con la intención de retomar su lectura.
—¿Quieres apostar? —dijo sin pensar. Logró captar la atención de su hermanastra quien clavó su vista sobre él.
—Acepto, hermanito —cerró el libro.
—Si yo gano, si yo logro acostarme con ella y quedarme con su virginidad —hizo una pausa, pensó cuidadosamente, ella ya lo había descubierto, nada tenía que perder—, tú te acostarás conmigo.
—Y si tú pierdes, yo me quedo con tu auto —le extendió su mano para sellar aquel trato.
—Es un Chevrolet Camaro de última generación —dijo subiendo una ceja, como si lo que dijo no fuera más que obvio—, que te hace pensar que me interesa tanto acostarme contigo como para apostar esa reliquia —se dio la vuelta entre carcajadas con la intención de irse de aquel lugar.
—Tendremos sexo todo un fin de semana —Natasha se puso de pie subiendo la apuesta, pero Steve no detuvo su paso—. Te dejaré ponerlo donde quieras —vociferó sin pensarlo mucho, Steve disminuyó su prisa.
—Hecho —dijo antes de voltearse y extenderle su mano. Sellaron ese trato con una sonrisa ambiciosa.
Mañana siguiente, Mansión Rogers.
Como cada mañana durante las vacaciones de verano, solían desayunar todos juntos. Michael Rogers se sentaba en el extremo de la mesa, a sus lados, su esposa Lena Romanoff y Natasha, Steve tomaba lugar en donde primero quisiera. Ya eran casi las diez de la mañana, los presentes estaban reunidos excepto el último mencionado, Michael leía su periódico mientras tomaba algo de café, los platos estaban servidos. Steve bajó las escaleras ruidosamente y se apresuró a sentarse.
—Buenos días familia —lo primero que hizo fue tomar una tira de bacon y comenzar a comer con prisa, tomó algo de jugo de naranja.
—¿Que tal estás hoy hijo? —preguntó de forma atenta el mayor, dejando el periódico a un lado.
—Excelente —le sonrió con su usual exageración—, y que bueno que preguntas, necesitaba pedirte algo —bebió un poco más de jugo haciendo una pausa —. Necesito que me dejes hacer una fiesta el fin de semana próximo, por favor —Natasha puso su atención en él.
—Claro que si hijo, confío en que no habrá ningún problema, después de todo falta poco para que comiencen las clases —Steve le dedicó una sonrisa sincera de agradecimiento.
—¿Y donde nos iremos el fin de semana? Creí que tomaríamos un descanso —expresó con cierta molestia la esposa de la casa.
—Pueden irse a Rusia a visitar a tus parientes, estaban hablando sobre eso hace unos días, ¿no? —sugirió Steve.
—Pueden irse tranquilos, prometemos cuidar la casa —añadió la pelirroja.
—Olvidé mencionarlo, obviamente no estás invitada —le respondió Steve, Lena miró con furia al muchacho y a su padre.
—¿Por qué no? —preguntó Rogers padre.
—Pues es una fiesta sorpresa de bienvenida que estoy organizando para recibir a Bucky —soltó como si nada, Natasha y su madre abrieron los ojos como platos—, el imbécil ya se aburrió de Rumania y volverá al lugar del que jamás debió irse.
—¿De verdad? —preguntó su padre con evidente alegría—, me hace muy bien saber que James volverá aquí, es como un hijo para mi, él y su familia son muy importantes —su esposa estaba conteniéndose para expresar lo mal que le caía ese muchacho, sobre todo después de ver a su hija sufrir por él durante tanto tiempo cuando decidió irse a Rumania—. ¿Cuando llegará?
—Pues... —Steve limpió la comisura de sus labios con una servilleta blanca mientras miraba la hora en la pantalla de su móvil— en unos cuarenta minutos aterriza su vuelo, lo cual significa que estoy llegando tarde al Aeropuerto —se puso de pie y sacudió su ropa, vestía un jean al cuerpo y una camiseta negra sin mangas, esperaba sorprender a su mejor amigo con su increíble transformación.
—¡Steve! Si me hubieras avisado con tiempo te habría acompañado al Aeropuerto —rió su padre.
—No te preocupes pa, lo traeré aquí para que puedas saludarlo —tomó las llaves de su auto de la mesa y salió camino a la puerta, dejando a los presentes algo sorprendidos, algunos para bien, otros para mal.
Aeropuerto internacional John F. Kennedy, 11:47 a.m.
Un hombre adulto repleto de canas junto a una mujer que se veía algo más joven, se encontraban mirando la zona de arribos internacionales. Steve llegó corriendo y se dirigió rápidamente hacia ellos esquivando a varias personas, ya que usualmente los Aeropuertos estaban repletos de gente. A unos cuantos pasos Steve caminó más lento tratando de recuperar el aire.
—Tío James —pronunció de forma agitada, el aludido y su esposa lo saludaron cálidamente.
—Steven, casi creíamos que no vendrías —palmeó la espalda del muchacho con suavidad.
—Lo siento, el tráfico los fines de semana es asqueroso —los padres de Bucky eran por momentos su familia más que la suya propia.
—¿O te despertaste tarde otra vez? —bromeó Katherine, de quien Bucky había heredado gran parte de su apariencia.
—Juro que ésta vez soy inocente —levantó sus manos riendo.
Los tres presentes continuaron hablando de cosas banales, como se encontraba la familia, los planes que tenía para éste nuevo año en la Universidad Shield, su carrera como futbolista. Steve era conocido simplemente como "el Capitán" para muchos, dentro y fuera del campo. El mayor de los tres se quedó en silencio observando con atención como un flujo de gente se acrecentaba en la puerta de arribos internacionales, Steve notó aquello y se adelantó instintivamente dejando a la pareja detrás.
Comenzó a caminar entre la gente sintiendo el mundo girar en cámara lenta, levantaba la vista una y otra vez intentando divisar a su mejor amigo, a simple vista no podía encontrar a aquel enclenque adolescente de lentes. Su vista paseaba por la gente intentando reconocer alguna cara, la búsqueda visual concluyó en cuanto un joven alto de camiseta blanca y chaqueta roja se acercaba. No podía ser cierto, ¿realmente se trataba de él? Sus dudas se vieron despejadas cuando ambos hicieron contacto visual dedicándose una sonrisa lejana, Steve corrió los metros que los separaban y de un salto abrazó, se colgó de su mejor amigo, quien soltó sus maletas para corresponder aquel abrazo significativo. A lo lejos, los Barnes veían aquella escena con sus ojos repletos de lágrimas.
—Hijo de puta, estás aquí, maldito infeliz —le dijo Steve al tiempo que palmeaba su espalda en aquel estrecho abrazo—, no tienes idea de la falta que me hiciste. Por un momento creí que estabas muerto —le dijo con ironía al tiempo que deshacían aquel abrazo.
Bucky se veía diferente, ya no era el flacucho enclenque de lentes, definitivamente Steve no era el único que se había internado en un gimnasio. Aunque no solo eso fue lo que sorprendió a Steve, ahora se vestía con estilo, ya no era un típico insulso. A su vez, Bucky tuvo exactamente la misma impresión que Steve, ya no era el delgado y bajito de su mejor amigo, incluso tenía algo de barba. Ambos estaban sorprendidos del cambio del otro.
—Y yo creí que eras más pequeño... —respondió Bucky con total honestidad.
Nota del autor: estaba viendo la película Crueles Intenciones (Juegos sexuales en latinoamérica) cuando decidí que sería una excelente historia para adaptar a nuestro querido universo cinematográfico de Marvel, basándome más que nada en Los Vengadores. Quien haya visto la película o quien haya leído el libro encontrará algunas diferencias notables, me gustaría comenzar aclarando esto.
El punto de la historia seguirá siendo el mismo, incluso si así no lo quisiera me veo forzada a modificar algunas otras cosas para lograr que pueda encajar con nuestros ya conocidos personajes. Por otra parte, hice una pequeña prueba para saber como el lector quiere leer las escenas más explícitas, si utilizar o no lenguaje soez, si ser más gráfica en escenas ya sean sexuales o demás, ya que me aterra caer en lo burdo. Espero su opinión. Si llegaste hasta aquí, muchas, muchas gracias por leer.