Amor Vincit Omnia

"El Amor lo vence todo"

Summary:

Sin tener un día de nacido, e inocente a todo lo que le sobrevendría, este niño fue puesto bajo una maldición. La Diosa del destino, con su malvada sonrisa, lanzó un hechizo; el niño podría ser encantador, más nunca lo sabría, condenado a siempre vivir una vida que lo mantendría sucio y desaliñado, a esconder su verdadera belleza del mundo. Sólo si alguien podría llegar a amar al niño, se rompería la maldición.

Pero ¿Quién podría amar a alguien que no se amaba a sí mismo?

Notas:

Esta historia está basada en la canción de Vocaloid 'Tsumi no namae'. No me pertenece, así como tampoco los personajes de la historia, sólo me adjudicó la traducción.

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Fic escrito por: Abarero

Traducido por: Lilaluux

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Capítulo 1

Hace mucho tiempo en un reino muy, muy lejano, nació un pequeño niño.

Y aunque incontables niños nacían cada día, este niño era algo especial; porque era extraordinariamente hermoso, un rasgo que sólo crecería más y más con los días. Una bendición para su familia. Pero, hubo alguien más que se percató de este niño; la mismísima Diosa del destino, quién miro al niño y no estuvo para nada complacida cuando vio lo que el destino tenía planeado por él. Ya que esta Diosa era una diosa arrogante, una extremadamente celosa de aquellos que ella creía, podrían llegar a ser más bellos de lo que ella era.

Así que sin tener un día de nacido, e inocente a todo lo que le sobrevendría, este niño fue puesto bajo una maldición. La Diosa del destino, con su malvada sonrisa, lanzó un hechizo; el niño podría ser encantador, más nunca lo sabría, condenado a siempre vivir una vida que lo mantendría sucio y desaliñado, a esconder su verdadera belleza del mundo. Sólo si alguien podría llegar a amar al niño, se rompería la maldición.

Pero ¿Quién podría amar a alguien que no se amaba a sí mismo?

Veinte años pasaron en un parpadeo, él pasó de ser un bebé a un niño, de un niño a un adolecente, y de un adolecente a un hombre. Su familia había sido pobre, y tal como la maldición había predicho, él había pasado la mayoría de su vida vistiendo ropas gastadas y cubierto de suciedad. Pero, a pesar de tener tan desalentadora maldición sobre su cabeza, Yuuri Katsuki de hecho, había encontrado algo que amaba.

Quizás fue porque los animales nunca lo juzgaron, nunca se burlaron ni se mofaron de él. Quizás fue porque entre ellos, él se sentía encajar. Cualquiera que pudiera ser la razón, Yuuri forzó su camino de la granja a la ciudad y de la ciudad al castillo. No había un caballo al que no podía domar, ni ningún animal salvaje del que no podía hacerse amigo, o ave que no se uniera a él en un armonioso canto. Y de acuerdo a esto, el año que cumplió sus veintiún años, Yuuri recibió el gran honor de ser invitado a trabajar en el castillo para ocuparse de los establos del lugar.

Y así, a pesar de que estaba lleno de manchas de suciedad y con heno enredado en su salvaje cabello negro, Yuuri había encontrado algo de felicidad en su vida. Sin importar cuantas veces los otros niños, o incluso los adultos, le lanzaran desagradables miradas o dijeran cosas horribles sobre él, Yuuri sabía que siempre podría ir y llorar entre sus amigos animales y ellos le brindarían consuelo.

Cuando el jefe de los criados del castillo le dio una mirada y dijo que él estaba demasiado sucio como para poner un pie en el castillo, Yuuri reprimió sus lágrimas y sonrió a través de su tristeza. —Yo me quedaré en los establos, y si algo ocurre pueden encontrarme ahí.

Porque aunque la Diosa del destino lo había maldecido con no ser consciente de su verdadera belleza, su espíritu todavía irradiaba luz desde su interior. Podía ser audaz y temerario, caminar desarmado dentro del bosque y pasearse tranquilo entre las más feroces de las bestias. Y su corazón era tan amable y amoroso, que era una verdadera tragedia el que no tuviese a nadie con quien compartirlo más que con los animales bajo su cuidado.

Lejos de su familia por primera vez en su vida y rodeado de extraños, Yuuri decidió que quizás sería lo mejor si permanecía en los establos. Allí, al menos, sabía que sería bienvenido.

Las semanas pasaron, y las historias del extraño maestro de establos se extendieron de sirviente a sirviente, hasta que aquellas descabelladas historias llegaron a la familia real.

—Dicen que él es un sucio cerdo —dijo el más joven de los hijos del rey—. Me pregunto si también come del fango.

—No vayas por ahí propagando las mentiras de los sirvientes —le recriminó su padre—. Es algo que se les ha subido a la cabeza.

—¿Por qué no vamos y lo vemos por nosotros mismos? —preguntó el mayor de los hijos.

Yuri, porque también era ese el nombre del más joven de los príncipes, bufó. —¿Cómo es que vas a ver algo, Victor?

Porque Victor, el príncipe heredero, había nacido sin el sentido de la vista. Él tenía los más hermosos ojos azules, pero no podía ver nada más que luz y oscuridad.

—Llevaré a Makkachin y ella me lo dirá —tranquilizó a su hermano menor, alargando la mano para darle a su fiel mascota una caricia en su cabeza.

—Tch. Como sea. Apuesto que los sirvientes se están inventando toda esa mierda, será divertido decirles que están equivocados.

Y así fue como se decidió entre los dos hijos reales, que después de la cena de esa noche, irían a los establos y verían a ese maestro de establos por sí mismos. Su padre, receloso de que se metieran en problemas, envió a sus sirvientes a que cuidaran de ellos. Yuri, desde el momento en que salió del castillo, ya se quejaba, habían conseguido que ambos llevaran sus largas capas.

—¿Estás seguro de que estás bien con bajar los escalones hacia los establos, Victor? —preguntó Mila al mayor de los príncipes.

Asintió, con un bastón dorado en una mano y Makkachin siempre fiel en su otro lado.

—De verdad, ya he visto al maestro de establos —le estaba diciendo Georgi al otro príncipe—. Y está cubierto desde la cabeza a los pies de suciedad. No creo que alguna vez deje los establos.

—Suena como un cerdo para mí —dijo Yuri con un resoplido.

Pero Victor sólo sonrió cómplice. —No hagas un juicio antes de tomar en cuenta todos los hechos, hermano.

Entonces, sin el conocimiento de Yuuri, los dos príncipes descendieron las empinadas escaleras de piedra que conducían a la parte trasera del castillo donde se encontraban los establos. Yuuri, como siempre a la hora de la cena, estaba sentado en los establos con un brazado de vegetales, frutas y pan. A los animales a menudo se les daba mejor alimento que a él, pero eso nunca le importó. Él sabiamente había solicitado el doble de las porciones para los animales, y así tomar una pequeña parte para él. Compartía las manzanas con los caballos, las zanahorias con las ovejas y la sopa del día anterior con los cerdos. Incluso despedazaba el pan para esparcirlo por el suelo para que los pájaros pasaran a comer.

Aquello le generó algunas miradas extrañas, pero Yuuri hace mucho se había resignado a todo eso. Él era un sucio animal, por supuesto que lo despreciaban. Había escuchado los murmullos cuando había tocado la puerta de la cocina, algunas personas ni siquiera se molestaban en susurrar a sus espaldas. Pero Yuuri siempre había visto su reflejo, ya sea en los cubos con agua que el arrastraba o en el acero de su daga, y siempre pensó que de todos modos él no era la gran cosa para mirar. Él era alguien común y corriente, imposiblemente simple. Hasta el punto que probablemente era demasiado desagradable el mirarlo, era lo que había pensado de sí mismo varias veces.

—Ugh, tenían razón. ¡Mírenlo! Es un sucio cerdo —una aguda voz interrumpió sus pensamientos—. ¡E incluso está comiendo con ellos!

Yuuri suspiró. No era como si él mismo no se hubiera dicho cosas peores en sus días malos.

—Conociendo al cocinero, no me sorprendería si nuestros cerdos están comiendo mejor que algunos de los sirvientes —murmuró Mila en voz baja.

—¡Hey, tú! ¡Cerdo!

Yuuri alzó la vista ante la voz, asombrado al descubrir que pertenecía al más joven de los príncipes del reino.

Respiró hondo y se puso de pie, inclinándose de inmediato ante ellos. —¿Cómo puedo ayudarlo, Su Real Alteza?

Yuuri pudo escuchar el sonido de algo golpeando contra los escalones de piedra, pero no se atrevió a levantar su cabeza para mirar.

—¿Por qué estás tan sucio? ¿Disfrutas vivir como un cerdo?

Yuuri apretó sus puños contra sus piernas, intentando retener las lágrimas. No porque lo hubiera escuchado antes lo hacía inmune a los insultos.

—Yo tengo una pregunta mejor —interrumpió una nueva voz—. ¿Quién es realmente el sucio? ¿El sirviente que probablemente se ve forzado a vivir en los establos en los que trabaja o el muchacho que tiene el mundo a sus pies y aun así se ve en la necesidad de menospreciar a los demás?

—No es gracioso, Victor —respondió el joven príncipe con brusquedad.

—No, tu comportamiento no lo es. Quizás deberían decirle a la señorita Lilia que tus modales necesitan trabajo.

—Ugh, me voy. Georgi, Mila. Mi capa.

Yuuri pudo escuchar el sonido de las telas –ricas, probablemente de brocado o algo igualmente elegante— y el bullicio de pasos pisando fuertes las escaleras. Esperó hasta que sintió el silencio antes de levantar la cabeza.

Ante él estaba parado el otro de los príncipes, todavía de pie allí en el patio del establo, con su cabeza ladeada de modo curioso. Yuuri volvió a bajar la cabeza. Sólo porque el príncipe no podía ver no significaba que él podía…

—¿Cuál es tu nombre?

Yuuri contuvo la respiración y se urgió a si mismo a calmarse. —Yuuri, Su Real Alteza.

—Entonces, me disculpo porque mi indisciplinado hermano menor comparte un nombre contigo. Claramente, a ti te sienta mejor.

Yuuri sintió su rostro arder. Él no quería la lastima de este hombre. Aquello era casi peor que las crueles palabras que tenía que soportar.

—Me disculpo si mi nombre le causa todos estos problemas Su Real Alteza —dijo—. Usted puede llamarme de forma diferente, si lo desea.

Yuuri pudo ver como el príncipe se acercó, sus botas negras reluciendo contra la suciedad del suelo. Entonces, antes de que se pudiera dar cuenta de lo que estaba pasando, Yuuri sintió el toque de unos dedos en su barbilla, alzando su cabeza hacia arriba.

—Me gusta Yuuri —dijo el príncipe tranquilamente, sus dedos se posaron uno por uno sobre la piel de Yuuri antes de subir lentamente por sus mejillas.

—Lo siento —comenzó a retirar su toque—. Sólo estoy intentando ver cómo eres, ¿te parece bien?

—S-su Real Alteza es libre de hacer lo que desea —se las arregló para decir Yuuri, con voz temblorosa.

Se congeló, desde ya preocupado de que el rey fuese a pedir su cabeza si alguna mota de suciedad quedara impresa en el príncipe cuando regresara al castillo.

—Eso no estaría bien —murmuró—. No quiero hacer algo que te haga sentir incomodo sólo porque pienses que tienes que hacerlo.

Yuuri suspiró. —La verdad no hay mucho que ver, Su Alteza. Es como todos dicen.

Victor sacudió su cabeza. —Me gustaría tomar esa decisión por mí mismo. ¿Está bien?

Respiró profundamente, el roce del hocico de la mascota del príncipe contra su pierna le provocó una pequeña sonrisa en sus labios.

—Sí, Su Alteza.

Alargó ambas manos, cada una de ellas buscando el rostro de Yuuri hasta que la suave piel de las puntas de sus dedos rozaron sus mejillas una vez más. Una de sus manos permaneció sobre su mejilla, pero con la otra delineó trazos hacia arriba, rozando el puente de su nariz y el contorno de su ojo alrededor de sus gafas. Empezó a escarbar en el cabello de Yuuri, deteniéndose ante el crujido de heno enredado en el cabello.

—¿Heno? —preguntó—. Y suciedad seca cubriendo tu piel.

Ah, así que incluso él podía ver el desastre que era Yuuri.

—No sirve de mucho limpiarme si después voy a dormir en el heno y la suciedad y terminar sucio de nuevo —murmuró Yuuri.

—¿Tú… tú duermes aquí afuera?

—Es donde tengo permitido dormir.

Victor retiró su mano donde la tenía enredada, alargándola hasta que pudo sentir el pecho de Yuuri debajo de ella. Presionándola firme sobre su corazón.

—Ah. Ya veo.

Yuuri contuvo la respiración. Con toda certeza ahora el príncipe entendía por qué su hermano dijo lo que había dicho. Por qué los otros sirvientes no lo querían dentro del castillo. Él era un sucio animal y permanecía donde los animales permanecían.

—Entonces todos están juzgando al libro por su raída cubierta y no por lo que hay dentro —dijo Victor en voz baja—. Yuuri.

Se tensó ante el sonido de su nombre.

—La próxima semana, te llamaré para que me asistas durante mi viaje al reino vecino. Voy a darles instrucciones a mis sirvientes para que te den un baño, te limpien y vistan apropiadamente. Y todo aquel que te cause problemas desde ahora en adelante tendrá que responder ante mí. ¿Entendido?

Yuuri tragó grueso, su mente ya estaba enviando llamaradas de advertencias de que él simplemente terminaría causando problemas al príncipe. Pero no podía decirle precisamente al príncipe heredero que no…

—Yuuri, puedes hablarme con toda honestidad. Cómo puedes ver, Makkachin ya te adora.

Efectivamente. Yuuri ni siquiera había notado a la mascota sentada obedientemente a su lado.

—Y yo confió en el criterio de mi mascota más que en el de mi hermano. Si está bien contigo, ¿Puedes venir conmigo?

Era la primera vez, en toda su vida, que alguien quería que Yuuri lo acompañara. A excepción de su familia, nadie más había querido mirarlo por segunda vez.

Pensó en el mismo deseo que le había pedido a la última estrella fugaz que había visto y su pecho se contrajo.

Por favor. Por favor. ¿Puedo tener un amigo en este mundo? Eso es todo lo que quiero. Un amigo humano. Entonces ciertamente ¡pensaría que la vida es algo maravilloso!

—Se-sería un honor, asistirlo, Su Alteza.

Victor se alegró ante eso, una sonrisa brillante surcó en su rostro, y Yuuri sintió como si no pudiera pedir más que el pequeño tiempo que el príncipe le proporcionaba.

—¡Maravilloso! —Victor exclamó, una exuberancia infantil en su tono de voz que lo hacía todavía más hermoso a los ojos de Yuuri—. No puedo esperar.

Su mano se movió, trazándose sobre el corazón de Yuuri, luego descendió por su brazo hasta encontrar su mano. Victor le dio un apretón.

—Cuídate, Yuuri. Me aseguraré de que el cocinero te envié todas las mejores sobras.

Y honestamente, inseguro de que más podía decir, Yuuri se las ingenió para tartamudear un suave. —Gracias —antes de que Victor se retirara y emprendiera su camino de regreso al castillo.

Sintió una agradable calidez posarse en su pecho, sus labios curveándose en una dulce sonrisa. Él atesoraría estos breves momentos con el príncipe cada día por el resto de su vida. Sería su única alegría por siempre jamás.


Hoy les traigo esta traducción, como aporte a la temática semanal del grupo 'Victuuri is Love & Life'

Es una historia corta, consta de 3 capítulos que espero poder subir durante toda esta semana.

Espero que les haya gustado este primer capítulo, nos vemos en el próximo!

Lilaluux off!