Part 8. Reptar
Como todo lo que había deseado en la vida, el estrés se desvaneció de los nervios que estuvieron tensando el cuerpo entero del lobo adulto a medida que se alejaban del auditorio. Y caminando tras la cría de reptil un sentimiento de incertidumbre nació de su interior al observar el desastre que era el camaleón de pies a cabeza, y aún así mostrarse tan distante como si lo que acababa de hacer en la arena no fuera gran cosa. ¿Qué clase de vida debió llevar aquel chiquillo para atreverse a tanto sin ponerse a llorar como cualquier niño de su edad? ¿Cuán rota yacía su consciencia para haber exclamado semejante cosa a un público hambriento de violencia? La desolación y la tristeza atacaron la consciencia de Darren sólo de haber presenciado escena tan espeluznante, una de las muchas que había visto pero que superaba con creces el nivel de impacto que tuvo comparado a otras. No podía simplemente dejarlo ir sin al menos intentar resolver sus dudas y tal vez tratar de convencerlo de alejarse antes de que fuera demasiado tarde como había ocurrido con él mismo hace mucho tiempo atrás. Llegados al cuarto que le habían asignado, Leon empujó la puerta sin fuerzas, visiblemente agotado por lo recién acontecido, entonces Darren decidió este era el momento apropiado para interrogarlo antes de que fuese arrepentirse.
—Oye, niño —Leon se detuvo por mera inercia al percibir su voz—. Sabías que era una opción dejar ir a ese gorila ¿no es verdad? Siendo así ¿por qué lo hiciste?
—Lo hice... —el camaleón arrastró las palabras, evidenciando aún más el caos que estaba atravesando su psiquis en esos precisos momentos—, porque mi madre quería que lo hiciera. —Darren se reconoció perturbado por lo que escuchaba—. Pero no estará aquí más... tenía razón... ojalá pudiera abrazarme como lo hizo cuando lo maté la primera vez...
Resignado, Leon avanzó para adentrarse finalmente a la habitación, olvidando al lobo que había estado caminando tras él y que se había paralizado ante sus palabras, ignorando su existencia para entregarse a un merecido descanso siquiera sus piernas alcanzaron la posición de la cama donde se dejó caer sin molestarse en quitarse la ropa manchada. En ese instante lo único que realmente quería era dormir, no preocuparse por la sangre seca que había arruinado su ropa o por la limpieza que había sido parte de él como su habilidad natural de cambiar el color de su piel. Por una vez tenía pensado ser desordenado, no importarle nada más que su propio egoismo. Al diablo el aseo personal y al diablo su entrenamiento. Cerró los ojos y se quedó dormido al instante.
.
Asustado y sin posibilidades de escapar, Leon estuvo sujetando la cuchilla mientras sus manos y piernas le temblaban con el peso del mandato más reciente que Fedora le había encomendado. Esa criatura yacía ahí, atrapada en aquella red completamente a su merced, y a pesar de ello -pese a todas las veces que se vio obligado a presenciarlo- no quería lastimarle por su propia mano, simplemente no quería, no se sentía capaz. Escuchó a su madre gruñir momentos antes de impulsarle quedar más cerca de su objetivo: un ser que se sostenía en cuatro patas, que por lo menos superaba tres veces su tamaño y que se encontraba apresado por una maraña de cuerdas como la mente del pequeño camaleón al no encontrar otra salida más que negarse continuamente hasta lograr convencer a la reptil hembra de no hacerlo, o enfurecerla al punto de recibir un castigo por su debilidad. Todo parecía mejor que clavar su cuchilla en el cuerpo de esa criatura indefensa. Cualquiera que fuera el caso, Leon se dio cuenta que estaba perdido. Las lagrimas se acumularon bajo sus parpados y no se negó la libertad de sollozar sin apartar la mirada de enfrente.
—Que su tamaño no te intimide —recalcó Fedora observando la negación silenciosa en la mirada petrificada de su hijo quien daba un paso más cerca del animal silvestre para enseguida retroceder dos, aterrorizado—. Sólo estás perdiendo el tiempo—. Leon tragó saliva con aspereza—. ¿No escuchaste lo que dije? ¡Mátalo! —exigió.
El grito tembloroso del pequeño camaleón no tardó en emerger de su adolorida garganta, impulsandose apuñalar al ser que en respuesta al dolor se agitó, asustando a Leon en el proceso y consiguiendo hacerlo caer al suelo desconcertado antes de llorar arrepentido a causa de lo que acababa de hacer. El camaleón hembra lo miró retorcerse en el suelo.
—¡Levántate! —ordenó con firmeza, repitiendo el mandato hasta que logró detener el llanto de la aterrada cría y hacerla ponerse de pie de modo que sus escuálidas piernas no lo traicionaran y resbalara de nuevo, alineando una vez más su cuchilla delante de su pecho sin parar de temblar—. Ve directo a su garganta, haz un corte recto. O simplemente apuñala su cabeza hasta que ya no pueda jadear. Liberalo de su sufrimiento. Mátalo, Leon.
Leon obedeció aún con toda la pena sofocandole, intentó cortarle la garganta con un movimiento rápido pero sólo consiguió alterar mucho más al animal, así que optó por apuñalarle repetidas veces hasta que por fin su presa dejó de moverse. Terminada su tarea, se dejó caer sin fuerzas, traumatizado con el aroma de la sangre entrando por sus poros. Una vida era tan frágil, tan absurda, que se preguntó por qué vivían si cualquiera podía aparecer de la nada y matarles. ¿Qué sentido entonces tendría nacer si se debía morir al final? Ahí estaba él obedeciendo a su madre sin entender bien los motivos, ella que era tan fría y que no parecía respetar vida alguna. Pero entonces una sensación extraña lo rodeó, sobresaltándolo como primer reacción. La mirada de su madre era gentil, tal vez compasiva, mientras elevaba su insignificante peso por el aire en un abrazo conciliador. No decía palabra y Leon no comprendía así que comenzó a sollozar un poco antes de controlarse por sus medios, sabiendo que nada solucionaría llorar otra vez.
—¿Por qué... ? —preguntó, sintiendo que se asfixiaba—, ¿por qué debemos morir... ?
—Hace mucho tiempo no existía la muerte —relató, captando la atención de Leon al instante—, los seres eran capaces de nacer pero jamás morir, debido a ello el cosmos comenzó a llenarse de criaturas cada vez más retorcidas, las cuales, con el tiempo y las vivencias, deseaban aprender más y más, hasta que su alcance llegó al mundo de los dioses. Los dioses odiaban la ambición de los seres que Muczttemek había creado así que decidieron darles la capacidad de sentir dolor y sangrar, con el fin de controlarles dentro de sus burbujas e impedir que el equilibrio se rompiera. Y Xhamhalak sintió fascinación por ello, entonces comenzó anhelar el sabor de la sangre que percibía de nuestras dimensiones, soñaba con observar más de cerca el dolor que esos seres físicos experimentaban, así que su mellizo tomó la decisión de llevarle a uno de ellos, el cual repentinamente dejó de moverse y comenzó a podrirse en las manos de Xhamhalak. Zheyx sabía lo que su hermano había hecho así que no le importó traer a uno más cuando se lo pidió, y otro, y otro... y los demás dioses no los detuvieron en cuanto se enteraron ¿sabes por qué?
—¿Porque, de hacerlo, no conocerían sus limites? —comprendió Leon, las lagrimas en sus mejillas secándose al ritmo que su corazón se calmaba. Fedora le dedicó una mirada profunda en respuesta a sus deducciones.
—Xhamhalak se alimenta de las almas de los mortales, lo único que tú hiciste fue ofrecerle un sacrificio.
Leon se recargó en el pecho de Fedora encontrando la paz mental que necesitaba, su ansiedad curada por una explicación vaga que aludía a la historia de un dios al que los venomianos temían tanto como veneraban. Fedora no regañó a su cría por el impulso y lo mantuvo cerca del latido de su corazón con ternura, llevándolo consigo de vuelta a su hogar, lejos de los cuerpos empalados que rodeaban el territorio de su tribu y que servían de advertencia a otras aldeas rivales. Con un silbido siniestro sus sombras se desvanecieron entre los arboles del bosque muerto, llevándose el anonimato de ambos camaleones como la bruma de Xhamhalak que cubría las fauces del Voexyl.
.
Darren se mantuvo cerca de la puerta donde había dejado a Leon entrar, de brazos cruzados su mirada inquieta recorrió distintas direcciones mientras reflexionaba sobre lo ocurrido. Ya hace dos horas el edificio había cerrado, sabía que podría retirarse pero los recuerdos lo mantuvieron inmerso y renuente a irse enseguida a su propia habitación, muchas hienas habían cruzado aquellos pasillos mirándolo con cierto recelo pero él no se había inmutado siquiera; estaba claro que su forma de actuar lo había marcado como un libro abierto para todo el personal que simplemente se limitaba cumplir los mandatos. Su atención rápidamente fue absorbida por la silueta de Sika quien se aproximó a su posición sin disimular la burla en su expresión, aún así el lobo gris se comportó sereno con su presencia.
—¿Impactante, eh? —dijo apenas se detuvo junto a él—. En mucho tiempo no se había visto al público lanzar hojas de hierva roja sobre el cuadrilatero, por suerte uno de mis hombres grabó el suceso a tiempo. Estará disponible mañana en la sala si gustas verlo.
—¿Cómo puedes estar tan relajado después de lo que pasó?
—Monotonía, ¿quizás?
—No me jodas, arruinaste la inocencia de un niño —espetó en tono irritado.
—¿Qué niño inocente destroza la cabeza de un oponente en su primer combate? —quiso saber Sika, impidiendo con sus palabras que el lobo siguiera expresando su descontento sobre la situación—. Vamos, O'Donnell. Ambos sabemos que hay algo más que soberbia en ese niño, presenciaste su pelea. Era como si estuviera acostumbrado. Luchaba por su vida, es cierto, pero al mismo tiempo sabía lo que estaba haciendo. Cualquier otro camaleón hubiese muerto en cuestión de segundos pero Leon mantuvo su promesa de marcar un nuevo comienzo en la historia de la arena. Maravilloso, ¿no estás de acuerdo?
—Tu admiración me enferma —declaró el lobo, mordaz.
La hiena no hizo más que reír brevemente en respuesta antes de volverse a erguir e indicar con un gesto sus intenciones de entrar a la habitación, razón por la cual Darren se hizo a un lado. Y cuando la figura de Sika se perdió tras la puerta, el lobo finalmente se resignó a retirarse del lugar rascándose la nuca mientras se preguntaba cuánto más resistiría dentro de este negocio. Siquiera entrar, el sonido del agua recibió a la hiena, por lo cual sus orejas inconscientemente se giraron en dirección al cuarto de baño contiguo antes de darle una mirada a la cama vacía que se acomodaba a la orilla de la habitación. Avanzando un poco más al interior, descubrió el atuendo de Leon rasgado y presionado en la papelera junto a un mueble, así que Sika supuso el niño había tomado el único cambio de ropa que había en el cajón de este. Escuchó la regadera cerrarse, cortando el flujo del agua, y vió a la puerta abrirse dejando pasar a un renovado reptil cuya vestimenta apenas era la adecuada para su talla. Sika se agradeció mentalmente por haber contado con esa ropa a tiempo.
—¿Te gusta? Mi Johari lo confeccionó un día de estos —dijo señalando el traje compuesto por una camisa de manga larga color negro y unos pantalones acampanados del mismo color, los cuales eran tan ligeros que se mecían con el movimiento.
—Están bien —le cortó Leon súbitamente sin apartar la mirada de él—. ¿Qué quieres?
—Pensé que te gustaría hablar de negocios —Sika extendió el brazo ofreciendo al camaleón un sobre carmín, el cual recibió manteniendo el sigilo presente. Sika ensanchó su sonrisa mientras Leon lo inspeccionaba—. Gran espectáculo, por cierto. —Leon abrió su pago, contanto la cantidad justa mientras doblaba la parte descubierta del dinero, aunque no era la primera vez que lo veía, era la primera vez que tenía la moneda titanian en sus manos y su transparencia resplandeciente lo dejó curioso por unos minutos. —He cumplido mi palabra.
—Voy a corresponderte de la misma manera —Leon asintió, volviendo a cerrar el sobre y depositandolo encima de la cama. Sika siguió sus movimientos antes de volver hablar.
—Me alegra escuchar eso. Las hienas que intentaron cedarte en nuestro primer encuentro han vuelto a la consciencia también. Pudiste haberlos asesinado cuando descubriste la trampa pero no lo hiciste así que, por mi parte, no hay rencores.
—¿Tus hombres son importantes para ti?
—Si... supongo que lo son —contestó la hiena un poco confundido por la pregunta. Leon apartó la mirada por fin, recordando a alguien con aquella conversación; una silueta de espaldas y postura recta cuyo uniforme lustroso resaltaba el color de sus escamas doradas.
—No les haré daño a partir de ahora... —aseguró—, mientras no intenten algo más.
—Descuida, no serán necesarias las promesas. Ellos trabajan bajo mi mando, por lo tanto, fuí yo quien les pidió apuntarte con una pistola antes. En estos momentos no tienen razones para atacarte, puedes estar tranquilo en todo caso.
—¿Qué hay de esa chica? —interrogó, sorprendiendo a Eto'o con al nueva dirección en que avanzaba el tema—. ¿Hay más como ella en alguna parte de este edificio?
—¿Por qué te preocupa ahora? —El acento de Sika denotaba incomodidad.
—No he visto a muchos de mi especie desde que llegué a este planeta... me gustaría conocerlos. Quiero ver a tus esclavos —confirmó Leon.
—No estoy seguro de que yo quiera eso —alegó Eto'o—. Temo que tu exclusividad sea un problema para mantener el control de mi granja. Además, ya es tarde, no quisiera perturbar el estricto horario de descanso. —La mirada severa de Leon ayudó entender a la hiena que sus excusas no servirían para hacerlo cambiar de opinión así que con un suspiro agotado agregó—. Está bien, es mejor que lo veas con mi permiso que a que te cueles por ahí, pero no creo que sea conveniente ahora. Te llevaré allá mañana, ¿qué te parece?
— ...De acuerdo —respondió Leon tras pensarlo un momento, subiéndose a la cama y acomodando las sabanas y almohadas que la componían distraídamente—, son tus camaleones, no planeo interferir en los planes que tienes para ellos. No me interesa incitarlos a la revelión ni mucho menos liderar su escape. No es de mi incumbencia la calidad de vida que ellos han elegido tomar para sus existencias.
—Gracias, eso significa mucho para mi —replicó Sika visiblemente aliviado con la comprensión, pues un posible peligro de indisciplina potenciada acababa de ser disipada por unas cuantas palabras. Y después de lo que había visto ejercer a este camaleón sin amo, no quería probar suerte con las habilidades naturales de los reptiles que había dominado por tanto tiempo—. Te veo mañana entonces —se despidió dirigiéndose a la salida casualmente. Leon se quedó en su lugar pero no dejó pasar desapercibidos los crujidos metálicos del cerrojo al ser asegurado desde afuera. La mirada de Leon se afiló ante el acto de cobardía.
.
La mañana llegó sin demasiados contratiempos, el rocío dejado por la neblina del amanecer refrescó la jornada de las hienas que recibieron ordenes de subir a las carretas para recolectar nuevos metales lejos del pueblucho que habitaban. Entonces Eto'o ya estaba de pie observando partir a una parte de sus hombres con aburrimiento mientras mandaba llamar a Darren quien -siquiera presentarse- recibió las llaves adecuadas y fue enviado a la habitación del pequeño reptil con ordenes de llevarlo al desayuno. El lobo gris se apresuró por los pasillos al sitio donde la hiena había encerrado a su reciente adquisición sin contar con la pronta respuesta que recibiría del interino, pues Leon no había dudado empujar la puerta apenas ser abierta para finalmente encontrarse con la merecida libertad. Darren se percató con una sola mirada que el camaleón no estaba contento con su detención pero se salvó de los reclamos declarándose absuelto de culpa cuando no había estado presente y con su argumento Leon lo dejó en paz. Sin embargo, la cría de reptil no vio a Sika hasta después de un par de horas más tarde, mucho después de atender al debido desayuno -cuya preparación se tomó la libertad de espiar-, así que lo interceptó con fuerza en cuanto lo visualizó. Con pasos furiosos, Leon se plantó frente a la silueta de una relajada hiena que tuvo el descaro de saludarlo con cordialidad.
—Buenos días, señor Powalski.
—Me encerraste —aseveró en acento rencoroso.
—Disculpa mi rudeza pero no confío en ti y no iba arriesgarme a que rondaras el auditorio durante la noche, lo que menos quiero es arruinar la paz de mi negocio.
—¿Careces de sentido común? Tenemos un acuerdo —puntualizó.
—Y lo tengo presente, aún así no está de más tomar precauciones. —Leon gruñó sin mostrar los dientes pero sus venas estaban tan cerca de explotar por la cólera que lo llenaba; nunca se había sentido tan enojado—. De cualquier modo, he terminado mis compromisos matutinos. ¿Aún te interesa ver a mis camaleones?
Leon intentó guardar compostura ante tan gratificante propuesta. Era cierto que estaba tentado a golpear aquella hiena por pasarse de lista pero no podía perder esta oportunidad por culpa de su furia, ya que lo que más le importaba era ver a otros como él. Asintió, y con un gesto de su brazo Sika le señaló el camino. Un lapso de diez minutos pasó para que los dos llegaran al pie de unas escaleras ascendientes hasta llegar a un descanso que contaba con un transportador en forma de caja con sofisticadas aplicaciones eléctricas, la cual se deslizaba horizontalmente, y al parecer era el único acceso a la sala donde se detuvieron transcurridos quince segundos a bordo. Un pasillo con muros de lamina los recibió más adelante y una puerta sellada con un código de barras los detuvo. Mientras Sika presionaba los botones digitales y verificaba sus huellas dactilares, Leon le dirigió una mirada rápida a sus alrededores reconociendo las luces automáticas. Entonces ambos entraron en una habitación repleta de celdas con muros de cristal reforzado, maravillando la vista de Leon por la cantidad de reptiles que las componían. Los ocupantes reaccionaron a las presencias acercándose a los cristales o alejándose más con obvia incertidumbre, y Leon sintió un inexplicable brote de emoción al comprobar la cantidad de camaleones que había, de pronto se sentía de vuelta a su aldea natal, con la única diferencia de que ninguno de ellos vestía las características capas multicolores que sus semejantes portaban con orgullo en Venom, y en cambio, estos lagartos yacían andrajosos, delgados y quizás lo suficiente fuertes para llevar a cabo actividades que sus presuntos dueños debieran ordenar. Y al mirar un poco más a detalle, Leon fue capaz de identificar a Johari quien permanecía detrás de otros camaleones adultos, quienes supuso debían tratarse de sus progenitores.
—Buenos días, damas y caballeros —saludó Sika altivamente, paseándose como un conquistador en tierras prometidas delante de las jaulas, Leon no avanzó—, permitanme presentarles al señor Powalski, él va a formar parte del edificio a partir de ahora así que quería venir a conocerlos. Espero que sean amables con él. —Hizo un gesto para señalar a su acompañante en quien se posaron gran parte de las miradas. Leon se impulsó dar unos cuantos pasos al interior. Dedicándole una mirada burlesca a su acompañante, Sika devolvió sus pasos a la entrada para detenerse frente a él—. ¿Satisfecho?
Leon no respondió así que se alejó de la hiena admirando con más cuidado al resto de las jaulas. No se molestó en apreciar el tipo de cerrojos que lo componían, entretenido con la visión de los reptiles adultos de brillantes escamas verdes o marrones y una gran variable de marcas coloridas distribuidas por sus cuerpos. Pudo contar con la mente a cuatro crías además de Johari entre los esclavos disponibles así que no pudo evitar sentirse raro por su situación. Mientras tanto, Eto'o lo observaba, expectante por sus reacciones aunque se había resignado a la realidad de que los reptiles carecían de gestos faciales.
—Mis amos jamás mencionaron que había otros camaleones —dijo, de pronto consternado por el silencio de aquellos esclavos.
Colocó una mano sobre el cristal más próximo recibiendo una respuesta similar por parte de quien yacía del otro lado. Leon permaneció en silencio por más tiempo mientras cruzaba su mirada con aquellos ojos fríos aunque gentiles del camaleón hembra delante suyo, comparando el color marrón de su piel con aquella camaleón constructora que había visto alguna vez cuando caminaba junto a su madre a los afueras de la aldea en busca de alimento. Y este golpe de nostalgia le hizo apartar su mano al instante, sofocado por su presente. No tenía idea de que pudiese extrañar tanto sus raíces ahora que volvía a establecerse en estas tierras desérticas. Sus objetivos de supervivencia no habían cambiado pero ver a estos esclavos no estaba ayudandole a permanecer firme. Ahora que les veía de frente miles de divagaciones se adueñaban de su cerebro y los sentimientos se revolvían en su interior creando un vacío inmenso. Quería dirigirle la palabra a cualquiera de ellos, preguntarles si estaban conformes con esta vida que llevaban, si lo habían elegido o deseaban la libertad pero sabía que al hacerlo estaría faltando a su palabra y provocando inquietudes en estos seres que probablemente no conocían más allá de su esclavitud.
—¿Cuánto tiempo más quieres estar aquí? —cuestionó Sika, cruzado de brazos y recargado en el filo del contorno de la puerta.
—Es suficiente —respondió evitando volver a mirar las pupilas del camaleón hembra que aún posaba ambas palmas en el cristal que los separaba, su mirada compasiva y calma que hacían dudar al menor sobre su verdadero origen—, podemos volver afuera.
Y avanzó a la salida sin permitirse seguir admirando a los otros lagartos por temor a sumergirse en un mar de recuerdos; prefería mantenerse estoico si esto significaba dejar a los demás encargarse de sus propios asuntos ya que no le apetecía involucrarse innecesariamente. Sika bufó y se alzó de hombros con una sonrisa sin molestarse en despedirse de su granja cuando les dio la espalda siguiendo el apresurado andar de Powalski. La granja de camaleones permaneció callada y se volvió más silenciosa una vez fueron cerradas las puertas tras los talones de sus sorpresivos visitantes.