Titulo: Proteger.

Resumen: "Milo odiaba ser mujer. Las mujeres no eran capaces de proteger a nadie, no sin una máscara. Entonces intentaría proteger a Saga; sino de un enemigo externo, de sí mismo."

Pareja: Saga/Female!Milo.

Fecha original de publicación: 05 de noviembre de 2017.

Comentarios: Originario del foro de SSY, para el ficsotón de dicha pareja. Estoy... orgullosa del resultado, a pesar de ser esta una ship que no manejo mucho, y de que realmente no soy la escritora con el mejor don. Decidí utilizar a las versiones de los personajes de varios Spin-offs para variar un poco: a Milo, como pueden notar, de Legend of Sactuary, a DeathMask de la Gigantomaquia, a Aioria de Episode G... y a Saga de Saintia Sho(hasta donde se puede apreciar). Personalmente pienso que la forma en la que terminó el fic hace que amerite una secuela, sin embargo, también creo que agregarle más trama sería atenerme a la posibilidad de cagarlo, algo que no quiero hacer más de lo que posiblemente ya está. Ya, es todo. いい です。


Proteger

[Ficsotón Milo & Saga]


Cuando Milo llegó al Santuario, odió con todas sus fuerzas ser una chica.

Primeramente, porque el Patriarca le dijo que no podría tener su rostro al aíre libre. Le dijeron que al entrenar como caballero, le sería imposible ser una chica, no podría preocuparse por su estética o por la forma en la que vestiría. Al entrenar como caballero, dejaría atrás el concepto de hombres y mujeres y sería un guerrero más. Está bien, no importa. Quizá de esa forma podrían tratarle como igual.

Estaba muy equivocada. Muy, muy equivocada.

No entrenaba con los aspirantes a armaduras de otros rangos, no lo tenía permitido. Ni siquiera con las amazonas, que era con quienes realmente debería pelear. Había escuchado por labios de Aioria que los entrenamientos de las mujeres eran bastante diferentes al que ella tenía con los demás aprendices de caballero dorado. Este había insistido que, a pesar de no aspirar una armadura de tan alto rango como la que le era ofrecida a ella, ciertamente su entrenamiento era brutal.

Otra cosa a la que tuvo que acostumbrarse, fue a no pedirle ayuda a nadie. A los 7 años, tuvo que aprender a hacer todo prácticamente por sí misma. El patriarca fue tan benevolente que le enseñó cosas básicas: cómo cocinar, cómo preparar la ducha, cómo lavar la ropa. A partir de ahí, tenía que hacer todo por sí misma. Y estaba bien, la sensación de no tener a niños molestos revolotear a su alrededor le parecía bastante bien. Cada que necesitaba ayuda iba con el patriarca, pues en cierta forma, sabía que sus compañeros no sabrían qué es lo que necesitaba, ya que tenían aproximadamente su misma edad y, por lo tanto, le harían correr en círculos.

Hubo un día en el que despertó cubierta de sangre. Se alarmó inmensamente, nunca en su vida le había pasado algo como esto. Sentía cómo el alma se le congelaba, pues no recordaba ninguna herida del entrenamiento del día anterior que le sacara semejante cantidad de sangre (que en realidad no era mucha, y sólo se concentraba en donde hace mucho tiempo solía mojar la cama). Al no saber qué pasaba, decidió esconder la sábana y cambiarla por otra, diciéndose que al terminar el entrenamiento ese mismo día las lavaría.

Sintiéndose sucia, se dirigió a tomar una ducha, donde inconscientemente abrió el grifo que daba al agua caliente. Se quedó ahí por un minuto y medio, quieta, y después comenzó a enjabonarse y hacer demás cosas.

Cuando el aparente sangrado no cesaba, decidió que lo mejor era notificárselo al Patriarca. A lo mejor y el hombre sabía qué es lo que le sucedía, y por qué ninguno de sus compañeros se quejaba al respecto. Se despidió de sus compañeros, esperando que no notaran la mancha que había en sus mallas. Si tenía suerte, ninguno le preguntaría también por qué repentinamente había dejado el entrenamiento. Y si es que alguno se atrevía a preguntarle, bueno, utilizaría una excusa que le vio a una mujer a un hombre una vez, y diría 'cosas de mujeres.' El hombre pareció totalmente iluminado con esa respuesta, así que debería ser suficiente también con sus compañeros.

Llegó al recinto en el que estaba el Patriarca, y saludó respetuosamente al hombre dándole una reverencia. Después de ello, comenzó a medio relatarle su problema. Afortunadamente para ella, el hombre sabía lo que le estaba pasando. Le llevó a una recámara y comenzó a buscar entre un montón de pergaminos de apariencia de no haber sido tocados desde hace miles de millones de años. Abrió uno y comenzó a explicarle del cómo el cuerpo de los hombres y el de las mujeres eran diferentes.

Milo se dio cuenta de que ahora tenía otra razón para odiar el ser mujer. Le agradeció al patriarca, obviamente, y le pidió permiso para retirarse a su templo.

Tenía quince años cuando obtuvo su armadura. Al ser una mujer, era ligeramente menos poderosa que sus compañeros, y los entrenamientos eran mucho más difíciles para ella. Sin embargo, era ágil, era inteligente. Su ataque, su técnica, era uno de los más temidos. No tenía fuerza bruta, como Aldebarán o Aioria, pero tenía ataques que iban a los puntos débiles, parecidos a los de Shaka.

Cuando iba a Rodorio, acompañada de Aioria y en ocasiones de Shaka o Aldebarán, escuchaba en el trayecto a otros caballeros hablar de ella. Sabía que lo que decían de ella era obligatoriamente malo, a pesar de no entender lo que querían decir. No entendía a qué se referían con 'ramera', ni por qué Aioria, quien era el más familiar con los otros aprendices hacía gestos cada que escuchaba eso, y les respondía con gestos todavía más groseros. Milo tenía ligeras ideas de lo que hablaban, después de todo, una mujer rodeada de hombres no era algo bonito. Cuando era niña, y cuando era aprendiz, no parecía llamar demasiado la atención, pero ahora que había madurado, ahora que tenía una figura moldeada, todos la notaban. Y al ver la máscara que cubría su rostro, decían esas cosas feas de ella.

Los únicos que estaban medianamente asentados en el santuario eran ella, Aioria, Aldebarán, Shura y Piscis. Los demás o eran traidores (como lo era Mu) o habían muerto recientemente siendo traidores (como Aioros), o lo que era el caso de los demás; estaban en otras partes del mundo, entrenando aprendices (lo que era el caso de Cáncer, Shaka, Libra y Acuario). En ocasiones los mandaba a los otros por misiones.

A ella nunca la mandaba a misiones. Sería porque al estar encubiertos no llevaban puestas sus armaduras todo el tiempo, y para ella no llevar armadura significaba no tener con qué cubrir su rostro. Al inicio, le había insistido al hombre detrás de una máscara igual a la suya que sola podía ir, que podía simplemente mandar al demonio la ley de la máscara, que era también un guerrero, y que no podía simplemente quedarse dentro del santuario como una muñequita de porcelana cubierta de veneno. Después, cuando el hombre no cedía, dejó de intentarlo y se limitaba a permanecer dentro de su templo hasta que sus compañeros regresaran.

La razón por la que había accedido a transformarse en un caballero, cuando se le dijo que era su destino, era por el prospecto de ser capaz de proteger a alguien.

Pero las mujeres no podían proteger a nadie. No sin una máscara al menos.

Cuando no había ningún caballero dorado con el que entrenar, accedía a supervisar el entrenamiento de las amazonas. Había muchas bastante prometedoras, otras simplemente parecían aterradas de que les tocase la más feroz de ellas. Cuando se hartaba de ver sólo mujeres, les decía que el entrenamiento había sido suficiente por el día y les decía que por su parte se retiraba.

Milo se sentía tan sola sin los otros caballeros dorados con los que entrenar. Había entrenado un par de veces con las amazonas, pero eran demasiado suaves. Ella estaba acostumbrada a puños diez veces menos inclementes que los de ellas, estaba acostumbrada a evadir golpes para evitar moratones, no para demostrarles lo patéticamente lentos que eran. No quería decir con ello que las aprendices fuesen débiles, simplemente que al ponerlas a entrenar sólo entre ellas, no era posible que se fortalecieran.

Así que sin realmente pensárselo, al llegar con el Patriarca soltó.

―Le reto a un duelo.

El hombre le miró con interés, Milo no estaba del todo segura de qué es lo que el hombre podría estar pensando, puesto que al igual que ella, el sumo pontífice llevaba puesta una máscara.

―¿Qué es lo que te impulsa a preguntar eso, caballero de Escorpio?

Se encogió de hombros.

―El entrenamiento con las amazonas fue aburrido. Todos los demás caballeros dorados están en misión. Creí que tal vez un combate con un veterano, me haría bien.

―Lo haces sonar como si fuese un hombre con mil años.

Milo se encogió de hombros.

―Bueno, no es hermano del anterior Patriarca si no tiene una edad parecida a la suya, ¿qué no?

La mujer casi podía divisar una sonrisa en el rostro del hombre, a pesar de la máscara que tenía cubriéndole el rostro. Después de unos segundos de espera, el hombre finalmente se levantó de su asiento y se posicionó defensivamente a un par de metros de distancia de ella. Milo soltó un silbido.

―¿Sin armadura? ¿Tan seguro está de poder ganarme?

―Esto no es más que un entrenamiento, te lo recuerdo, caballero de Escorpio. Obviamente ganaré.

Milo alzó una de sus manos, en la que comenzaba a crecer el tan temido aguijón escarlata.

―Hombre, qué confianza. Honestamente, no soy caballero dorado en vano. Los hombres del pueblo dejaron sus habladurías sobre mí hace mucho tiempo por una razón.

Comenzaron el combate después de que el hombre soltara una risa debido a su comentario. Milo debía admitir que a pesar de que el hombre no tenía su armadura, ni estaba lanzando ninguna de sus técnicas, era bastante poderoso, y era un poco difícil mantenerse a su ritmo. El hombre le asestó un golpe semejante que hizo que su máscara se despegara de su rostro. Ambos se pararon en seco al notar aquello, y el hombre evitó verla.

Demasiado tarde, el daño ya estaba hecho.

Milo se cubrió la boca con las manos, intentando que un gemido de sorpresa no saliera de esta. A pesar de que la máscara había vuelto a su rostro de nuevo, no podía moverse, ni sentir repentinamente cómo una sensación de estar desnuda frente al hombre se apoderaba de ella. Sus manos comenzaron a temblar, y esperaba una represalia venir del hombre. El hombre no dijo nada. Milo siguió estática. Sólo tenía dos opciones.

―No tengo deseos de matarle, ha sido como un padre para todos nosotros ―y había escogido la peor de ellas.

Tragó saliva, y soltó un suspiro.

―Me iré a mi templo. Pase buena tarde, Patriarca.

Al llegar a Escorpio, se quitó la armadura como si esta le quemara. Al hacerlo, pudo sentir el viento otoñal enviarle escalofríos por el cuerpo, mientras cruzaba la ventana cerca de su cama. Se sentó en esta, y se cubrió el rostro con sus manos. De todas las tonterías que podría haber cometido en toda su vida, tenía que ocurrirle la peor de ellas.

Adjudicó sus lágrimas a las hormonas. Siempre podía culpar a las hormonas cuando se sentía débil y abatida. Mejor ahora que en cualquier otro momento.

Evitó entrar al salón patriarcal por toda una semana. Aioria le había preguntado qué había pasado en su ausencia, cosa que habían hecho también los demás. Ella respondió que nada. No al menos digno de nombrar.

Finalmente harta de estar ignorando al sumo pontífice, acepta acompañar a Aioria a subir cuando el hombre pidió la presencia del caballero de Leo. Llegaron ambos, saludaron al Patriarca, y el hombre le dio al guerrero instrucciones de ir a Japón, y aniquilar a una niña llamada Saori Kido, la que se hacía pasar por la diosa Atenea. Aioria asintió con la cabeza, y pidió permiso para retirarse e ir a aniquilar a la mujer.

―Caballero de Escorpio, quédate. Hay cosas que debo discutir contigo.

Aioria notó aquello último, le dirigió una mirada que le pedía que le dijese lo que sea que el hombre hablara con ella, y después de rodarle los ojos, se giró a ver al Patriarca.

―Aceptaré el castigo que se me imponga ―dijo la mujer, sintiendo cómo su cuerpo temblaba ante la idea de morir en ese momento. Obviamente no creía a un hombre tan sabio y calculador capaz de hacerlo, a pesar de que podría simplemente irse y nunca regresar ahí. El hombre negó con la cabeza.

―Si una amazona es vista sin máscara, deberá matar, o amar al hombre que le haya visto ―recitó el Patriarca, haciendo que la presión en el estómago de Milo creciera. Fijó sus ojos en el suelo, tragó saliva y asintió con la cabeza.

―Y he dicho que nunca podré matarlo. Ha sido el hombre que nos ha criado a todos, el que nos ha salvado de la calle, quien nos ha dado nuestro destino. ¿Cómo podría pagarle de forma tan poco agradecida acabando con su vida?

El hombre asintió con la cabeza, meditativo.

―Sin embargo, tampoco creo que seas capaz de amarme.

Milo negó con la cabeza.

―He hecho una promesa al comenzar a entrenar, en la que venía que respetaría el código de amazonas. Soy un caballero dorado, ¿qué dirían las guerreras femeninas de otros rangos al ver que no respeto yo algo que ha sido acordado, cuando soy supuestamente un ejemplo a seguir?

―…no tendrían por qué enterarse.

―Y yo no sería capaz de volver a esta habitación cargando con calumnias ―alzó la mirada, observándole con determinación―. El código de amazonas no dice que es obligatorio que el sentimiento sea reciprocado, sólo que exista de parte de esta.

El Patriarca todavía se sentaba impasible. Después de estar así por minutos, soltó un suspiro, y se acercó a la mujer. Milo se sintió repentinamente intimidada. La sensación de haberse desnudado en frente del hombre todavía no se despegaba de su ser. El hombre se arrodilló frente a ella, y le quitó la máscara. La caballero de Escorpio no comentó nada, puesto que ya antes se le había caído. Al ver que la máscara le juzgaba, tragó saliva. Pasaron milenios antes de ver cómo la mano del hombre se dirigía a su rostro, y le dejaba ver el de una persona mucho más joven de la que creyó que se escondería en ello.

―En ese caso, me amarás a mí…

―…Saga ―musitó después de estar muda por muchos segundos. El hombre la observó aburrido, como si ya se esperase esa respuesta de él.

―No es una decisión que yo haya tomado. Créeme ―mencionó, al ver la traición que corría por su rostro―. Simplemente… es algo que fue hecho por mí.

―Pero… entonces, Aioros, y tu muerte… y los demás… y el Patriarca… ―negó repetidas veces con la cabeza. No, eso no estaba pasando. Saga ahora le veía como quien ve a un niño triste. Acarició su cabello, y le dio un beso en la frente.

―…no es algo de lo que me guste hablar. Si lo deseas, podré hablarte de ello. Algún día de estos. Sin embargo, necesitas descansar.

A pesar de lo que el hombre había dicho, la mente de Milo no le dio tregua y se quedó despierta hasta altas horas de la madrugada, analizando todo. Estaba quizá tan ensimismada en sus propios problemas que no notó la presencia de otro compañero metiéndose en el privado del templo. Arqueó una ceja al notarlo, y después de notar que era Shaka, se encogió de hombros. Se puso rápidamente la máscara que le habían dado cuando era aprendiz y salió de su habitación.

―Buenos días ―saludó fingiendo recién levantarse―. ¿Necesitabas permiso para subir?

―Sí, buenos días a ti también ―saludó el otro. Milo asintió rápidamente.

―Permiso concedido. ¿Tan rápido te hartaste de entrenar pupilos, acaso? ―sugirió, en un tono que pretendía ser medianamente burlesco.

Shaka negó con la cabeza. ―No precisamente. Sólo que ya les he enseñado todo lo que podría enseñarles.

―Vale, vale. No necesito detalles ―dijo, para después soltar una risa. Su compañero se limitó a sonreír ligeramente y asentir con la cabeza. Aquello hizo que Milo dejara de reír, y se limitara a sonreír―. Es lindo verte después de muchos años.

No intercambiaron más palabras, limitándose a dar un par de cabeceadas en señal de despedida. Milo se limitó a quedarse encerrada en su pieza. Shura al bajar a entrenar le preguntó si se sentía enferma, y esta respondió que no había dormido muy bien (cierto) y que necesitaba descansar (verdad a medias). El otro pareció creerse su pretexto, pues pasó de largo su templo, al igual que lo hizo Piscis, quien simplemente comentó que cuando se sintiera mejor, hablara con el Patriarca.

Cuando Shaka finalmente volvió a pedir permiso para pasar por su templo, Milo soltó un suspiro y se encogió de hombros. Todos los demás estaban entrenando, así que no había por qué pedir permiso en las casa superiores. Al llegar al salón del Patriarca, hizo una reverencia, y después de estar minutos ahí, sin tener una idea del todo segura soltó un suspiro.

―Saga.

Al alzar la vista, se sorprendió bastante al notar que el hombre no vestía los ropajes papales, como llevaba haciendo trece años. Ni siquiera cubría su rostro, o estaba sentado en el trono. Estaba a un par de pasos, en un pequeño librero, viendo pergaminos. Aparentemente su voz pareció sacarlo de una especie de ensoñación, puesto que reaccionó inmediatamente y se giró a verle. En su rostro había una expresión paralela de confusión y temor.

―Milo, mátame. Ahora que puedes. Por favor.

La mujer le observó confundida mientras se levantaba.

―No entiendo a qué te refieres, Saga. ¿Por qué habría de…?

Antes de que pudiera decir algo más, notó cómo su cabello lentamente cambiaba de color, y cómo la expresión aterrada en su rostro se alteraba por una sonrisa macabra.

―A quien estaba buscando.

Instintivamente, la guerrera dio un paso hacia atrás. Para no perder la costumbre, se hincó y le hizo una reverencia justo igual a la que hizo al entrar al recinto, bajando la vista.

―Caballero de Escorpio, Milo. A su servicio.

Lo que había en frente de ella, era una figura que imponía respeto. Era… la presencia que tuvo todos esos años del Patriarca, no Saga, quien recientemente había comenzado a aparecer, sino Arles, el hermano menor de Shion… no, el asesino de Shion.

Era pertinente, por lo tanto, que le debiera respeto. El hombre pareció satisfecho con su reacción, puesto que se acercó a ella y le hizo una seña para que se levantara. Milo le observó, en sus ojos había un brillo diferente al que había visto un día atrás, cuando el hombre le había develado su identidad. Sintió la necesidad de apartar la mirada, pero se contuvo.

―Necesitaré de todos los santos disponibles ―mencionó el hombre, mientras comenzaba a caminar a su alrededor. Inconscientemente, se irguió lo más derecha que pudo, como si de alguna forma eso le hiciese más imponente. Saga no pareció notar aquello, pues siguió hablando―. Muy pronto comenzará una guerra santa. A Aioria lo envié a una misión, a aniquilar a Saori Kido, la impostora. Nuestra diosa está triste, dice que Aioria nos ha traicionado. Deberás proteger tu templo, el templo de Escorpio.

―Lo que ordene, señor ―respondió instantáneamente, haciendo una reverencia con su cabeza y dándole la espalda al hombre.

―Ah, por cierto ―Milo se detuvo en su lugar, mientras esperaba la orden del hombre salir de sus labios―, no te sorprendas si al ganar la guerra, Saga te envía flores a tu templo.

Contrario a lo que esperó que sucedería, una inmensa tristeza se apoderó de ella. Asintió con la cabeza sin ver al hombre y salió de ahí, haciéndose a sí misma una promesa.

Las mujeres no eran capaces de proteger a nadie.

Al menos intentaría proteger a Saga, sino de un enemigo externo, de sí mismo.

Al fin y al cabo, era el hombre que amaba.


Finis.


Notas Finales;
Esto fue demasiado difícil de escribir. Fueron dos días de sentarme frente a la computadora sin tener idea de qué es lo que tenía en mente. Después de eso, fueron otros dos días de intentar mezclar medianamente bien la trama con pre-canon, algo con lo que a pesar de tener mucha licencia imaginativa, sigo sin estar muy convencida en varios aspectos. Intenté imaginarme pues a Milo. Fue difícil, con las amazonas sintiendo que era de un rango tan alto que era imposible que quisiera entrenar con ella (cuando era niña) y siendo la única mujer entre los caballeros dorados. Aunado a eso, está Saga, quien no se atrevía a decirle de su identidad más que al trío dorado y, debido al reciente accidente, Milo. Vimos en un par de escenas cómo se arrepentía terriblemente por haber tomado el santuario, haber mandado a matar a su amigo y compañero de armas y a quien fue su mentor en más que un aspecto. Intenté retratar ese aspecto con él queriendo proteger a quien quiera que estuviese cerca de él, por eso quiso hacerle la excepción a Milo de la máscara. Después de todo, nadie había visto el incidente.

Espero que no esté muy mal escrito, y que les guste. Cualquier dedazo de escritura, perdón, quería subirlo tan pronto lo tuviera para no arrepentirme y botar el documento

Y... es todo, babye.
―gem―