Capitulo 5. Letania

Una mirada bastó para que la reina Sheba se percatara de la distracción que perturbaba la atención de su hijo en los estudios, su profesor continuaba exponiendo la importancia del comercio y Aladdin veía al frente pero sus pupilas no atendían a su profesor particular de turno, estas yacían perdidas en pensamientos que no se exteriorizaban en su semblante más que la obvia desviación de prioridades. La joven mujer suspiró levantándose de su silla, haciendo callar a Markkio en el acto cuando avanzó hacia el peliceleste quien seguía sin advertir cambio en las circunstancias a pesar de que su madre prácticamente estaba encima. Los rayos de luz llenando los afueras no proyectaban sombras en el interior a esa hora así que no había manera de que el príncipe heredero notara a su madre con ayuda de otros medios.

—Aladdin.— El príncipe no respondió así que Sheba decidió inclinarse sobre él para tomarle un hombro con el objetivo de llamar su atención, y lo consiguió, Aladdin se había sobresaltado. —Cariño, no estás prestando atención a la clase.

—Lo siento.—Aladdin gestó una mueca, estimulada por una profunda -y conmovedora- tristeza que Sheba no pudo comprender aún con ayuda de suposiciones.

—¿Hay algo que te preocupe?— cuestionó con sincera curiosidad.

—No es nada— dijo rápidamente pero la expresión de su madre hizo comprender al pequeño que no la había convencido así que dejó salir el aire que había inhalado por reflejo, recargando su mentón sobre una de sus palmas mientras miraba a un costado suyo con aburrimiento. —Mamá, ¿crees que sea posible terminar todos mis deberes antes del atardecer?

—¿Lo dices por Judal?— intuyó amorosa.

—Hace mucho que no nos vemos así que pensaba aprovechar su visita lo más posible antes de que se marche pero con todas mis obligaciones creo que será imposible, ¿verdad?

—Bueno...—; La reina hizo una breve pausa para acomodarse en el banco acolchonado que se posaba junto a la mesa de estudios de su primogénito. —Las carretas que transportan la academia de bailarinas sin duda partirán hoy pero sólo será fuera del Palacio.— La información que le brindaba su madre sorprendió al heredero, incitándolo levantar su decaído semblante al instante mientras la miraba. —Mi amigo Ithnan, quien es un integrante de la academia, me dijo que se instalarían en una posada cerca de aquí ya que fueron contratados por nobles que asistieron a tu cumpleaños. Además tu padre les pidió que fueran la atracción principal para otras festividades en Alma Toran que se acercan así que podrás ir a visitar a Judal cuantas veces quieras, dudo que tu padre se niegue ya que Ithnan y la instructora de Judal son personas de nuestra entera confianza.

—¿¡En serio!?— exclamó Aladdin con evidente excitación antes de levantarse del asiento que ocupaba y lanzarse sobre su madre para darle un fuerte abrazo lleno del nuevo sentimiento positivo que lo regocijaba. —¡Gracias, mamá! ¡Eres la mejor!

Sheba recibió la felicidad de su hijo con una sonrisa, conmovida por la inocencia que caracterizaba a Aladdin, simplemente adoraba hacerlo sentirse bien pues él era de esa clase de niños hiperactivos que fácilmente caían en tristeza cuando algo les perturbaba, por ello siempre era un placer para la reina reanimar las energías de su querido hijo. Levantó la mirada hacia su silencioso espectador quien le devolvió la sonrisa también divertido por esta situación para darle a su reina una reverencia. Sheba se dio cuenta de pronto de un detalle al cual no prestó la mínima atención en cuanto habían iniciado las clases particulares de su hijo; este era un nuevo profesor, no recordaba haberlo visto antes. Se suponía que todos los instructores y profesores estaban registrados, era inusual que la Compañía no diera aviso de los cambios aunque era muy probable que Ugo olvidase mencionárselo a ella, la reina, sobre si este fue un intercambio de educador repentino. Obvió la respuesta y no dejó de abrazar a su pequeño, decidiendo que estaba pensando demasiado las cosas, que no debía preocuparse, pues Markkio era un profesor competente. Le devolvió la sonrisa por fin, decidiendo por lo tanto que este suceso no tenía la menor importancia.

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Cuando los rayos del atardecer creaban un efecto cobrizo sobre los muros del Palacio ya era empacado el último cargamento de las carretas. Atuendos, comida y demás artefactos finalmente yacían acomodados en el interior de cada cabina, listos para partir en cualquier momento. Judal gruñó recargando su espalda contra la rueda de una de las carretas que había ayudado llenar, sintiendo cómo sus músculos se relajaban ante el cansancio ya que la actividad había finalizado, rezando internamente porque no pusieran un ojo en él para imponerle otro trabajo parecido por ese día. Levantó la mirada al frente sin sorprenderse del todo por la silueta inconfundible de Aladdin acercándose hasta su posición pero sí que le causó una fuerte impresión reconocer a la figura pulcra y elegante que caminaba junto al sonriente príncipe. Judal no tuvo más remedio que arrodillarse ante aquella hermosa mujer de apariencia juvenil, como rutinaria muestra de respeto, pues lo que menos necesitaba ahora era dar un nuevo espectáculo cuando ya había sufrido bastante atención por parte de quienes conformaban la caravana después de enterarse que él y Aladdin se conocían de manera directa; por fortuna nadie además de él rondaba esa zona especifica del vasto patio donde descansaban las carretas antes de poner marcha a los afueras, así que le sería tarea sencilla atender a la esposa del sultán sin atraer más discordias alrededor suyo. Y esperó, quieto, un poco tenso por esta repentina presencia deteniéndose frente a él y que logró cubrirle con su delicada sombra casi por completo mientras que Aladdin se mostraba extrañado por la inusual reacción, no entendía por qué Judal llevaba a cabo una reverencia precisamente ahora. El joven príncipe miró a su madre y después a Judal antes de ser tomado de un hombro por su madre quien le pidió que les dejara a solas un momento, favor que concedió retirándose un par de metros lejos de ellos, contemplado la escena.

—Mi reina— dijo Judal en un tono un poco más grave al acostumbrado mientras se inclinaba un poco más sobre su rodilla flexionada, pretendiendo rendir tributo de manera complaciente, un hecho que a la reina Sheba intrigó tanto como le confundió e incomodó.

—Haz crecido tanto— se dio a la libertad de comentar con una ligera sonrisa adornando sus finos labios similares a la seda, abstraída con la visión del niño en sus recuerdos transformado en hombre. —No lo podía creer cuando te vi sobre el escenario, nadie nos había advertido que traerían talentos como el tuyo a nuestra celebración.

—Me honran sus palabras, amada reina.

—No necesitas ser tan cortés— evidenció Sheba convencida. —No hay forma que alguien pueda castigarte, sabes que yo jamás lo permitiría, ¿cierto? Fuiste parte de nosotros hace cinco años. Ni mi esposo ni yo olvidaríamos nunca a un integrante del Palacio.

—Como usted lo ha dicho, pertenecí a sus servicios hace mucho tiempo y he dejado de ser un sirviente digno de mirarle de frente. Aquellos que abandonan el Palacio no tienen ningún derecho de moverse a menos que se nos sea ordenado. Estoy seguro que usted sabe el castigo que le es dado a los traidores, no podría nunca pagarle su bondad de no enviarme a caminar el sendero hacia la muerte.

—Judal.— La reina pronunció el nombre del almeo como una caricia, sanadora y dulce, la clase de acento reservado tan sólo a personas muy queridas. —Por favor, levanta la cara— solicitó con calma haciendo un gesto con la mano. Aunque transcurrió algún tiempo que pareció un lapso en demasía prolongado, Judal por fin accedió alzar la mirada, permitiendo que el brillo de los rayos solares cayera sobre sus irises escarlata, acentuándose alrededor de sus contraídas pupilas cual cuenco de sangre. Sheba sintió a su cuerpo estremecer un instante, intranquila, pero este brote de incertidumbre fue desechado enseguida por una sonrisa complacida. Una sonrisa cuyo origen también era hondo y sincero. —Nosotros nunca pensamos condenarte... pueden pasar miles de noches pero siempre serás bienvenido aquí, al Palacio, con Aladdin y conmigo. Y estoy segura que también con mi amado esposo. Nunca lo olvides, eres parte de nosotros como el reino mismo, por siempre.

Judal volvió a bajar la cabeza en silencio, remarcando la postura que en ningún momento se vio rota. Aladdin no podía ver lo que estaba sucediendo en ese instante pero creyó haber vislumbrado una sonrisa en el rostro de su hermano; creyó haber sido testigo de una escena de absoluta lealtad y añoranza, fue entonces que quiso acercarse hasta su madre quien al instante se dio cuenta del propósito inicial de su joven hijo, apresurándose en cortar la reciente conversación con la familiaridad que requería la situación actual.

—Mi hijo quería hablar contigo sobre tu partida, Judal— inició incitando al pequeño peliceleste acercarse con mayor confianza. —Me habría gustado que compartieran más tiempo pero se encontraba a mitad de sus estudios.— Judal miró de reojo al aludido quien se llevó las manos al pecho, nervioso. Su actitud consiguió causarle gracia pero no se atrevió a reír frente a la reina. —Espero que puedan conversar cómodamente por el momento.

—Entonces, ¿es cierto que se van hoy?— cuestionó Aladdin con cierta pena.

—Eso me temo— respondió Judal con una sonrisa cómplice. —Me habría gustado pasar más tiempo contigo pero tendré mucho qué hacer de ahora en adelante.

—¡Mamá dijo que podríamos vernos incluso fuera del Palacio!—. Tal calurosa afirmación hizo que Judal se hiciera para atrás con sorpresa, no logrando evitar una mueca desconcertada. —¡Y que podría ir a verte cuantas veces quisiera o tuvieras tiempo!—. Aladdin esta vez se dirigió a su madre que yacía a sus espaldas, escuchándolo todo sin intervenir más, pero ante la energía del heredero sintió que estaba obligada a corresponder o negar las palabras dichas por el efusivo niño. —¿¡Verdad que si, mamá!?

—Bueno, he dicho que puedes ir a visitarle pero no será siempre... primero debemos establecer una fecha y verificar si es la conveniente para que no perturbemos las practicas de Judal tampoco. Sabes que tienes muchas clases que tomar también...

Aladdin volvió a girarse en dirección a Judal sin quebrantar el airoso espíritu de seguridad que había forjado sin pensar, de manera impulsiva asimilando la información recibida.

—¡Es mejor eso que nada! ¿¡Verdad!?—. Judal se le quedó mirando un momento más al niño, anonadado, hasta que su cerebro reunió los gestos y movimientos realizados por Aladdin para provocarle una contenida carcajada que esta vez no se evitó liberar de forma estruendosa. En respuesta, Aladdin volvió a sonrojarse y Judal a llevarse las manos al estomago, reteniendo de forma dolorosa los comentarios desconsiderados que raspaban su lengua por salir a la superficie y que, sin embargo, a costa de una fuerte voluntad -que no sabía poseía- se limitó a reírse sin pronunciar palabra, sólo señalando burlonamente al chiquillo. —¡Judal! ¡Prometiste no volver a reírte de mi!

Incapaz de articular frases hirientes, Judal acertó a golpearse una rodilla con la palma de su mano mientras con la otra seguía sujetándose el estomago. Y Sheba sintió a sus articulaciones relajarse por verlos así, con esa familiaridad propia de dos amigos libres de ataduras sociales, dándose cuenta que sus pensamientos sólo eran sospechas insulsas; Judal no era malo, no era nada más que un muchacho simple con pesadas responsabilidades de vida sobre su espalda. Sheba quería reírse de sí misma por haberle dado tanta importancia a sus falsas alarmas, un presentimiento no era más que eso: una idea sin sentido que aparece sólo porque sí, perturbando el orden con miedos insensatos. Ahora estaba más confiada.

—Judal, nos vamos— exigió Ithnan que había rodeado la carreta siguiendo indicaciones de los integrantes de la caravana sobre el paradero del único bailarín del grupo. Pero, tras percatarse de las inconfundibles presencias monarcas, paró en seco su andar realizando una reverencia discreta llena del respeto merecido. —Mi amada reina. Joven príncipe— saludó.

—Lo siento, Ithnan— replicó la joven reina apenada. —Ahora mismo hablábamos con Judal, no pensamos en que pudimos entretenerlo de acatar ordenes tuyas.

—Por favor no se disculpe, majestad. En realidad, sólo lo estaba buscando ya que pronto partiremos. Por eso, mientras tanto, pueden seguir conversando con él tanto como deseen— dicho esto, el hombre de turbante le dedicó una mirada severa al joven que aún reposaba en el suelo pero que no había tardado en dirigirle una mirada retadora. —Judal, te suplico no seas muy descortés con nuestros monarcas. Asegúrate de recordar tu lugar.

—Si, si.— Judal se mostró caprichoso pero Ithnan no insistió, sabía que no era conveniente.

—Si me disculpan, mis señores, me retiro de inmediato.

—Espera, Ithnan.— El aludido giró la cabeza sobre su hombro, mirando con intriga a la reina de Alma Toran. —Ha pasado tanto tiempo. ¿No te gustaría acompañarnos un momento a Solomon y a mi antes de irte? Estoy segura que le hará mucha ilusión volver a charlar contigo como antes, ¿qué dices?

—Si a nuestra amada reina no le es un inconveniente.— Ithnan se giró de nuevo, esta vez encarando por completo a la pequeña -en comparación a él- doncella de más alta alcurnia. Y su respuesta inspiró un fuerte brillo de emoción en los amables ojos de Sheba quien se descubría de nuevo feliz como una niña hablando con sus más preciados amigos.

—¡De ninguna manera!— dijo, motivada. —Por aquí, por favor— indicó señalando a un costado antes de mirar por última vez a su hijo. —Aladdin, no vayas hacer travesuras.

Aladdin asintió efusivo, observando como su madre se alejaba. Ithnan cruzó junto a Judal mirándole de reojo por un instante, misma mirada que Judal le devolvió con una mueca de disgusto. Entonces el bailarín se había levantado del suelo, dándole la espalda al par de desagradables siluetas que se alejaban de su rango, resistiendo, convenciéndose de que no faltaba mucho para que pudiera deshacerse de Ithnan y todos esos sujetos de la secta que le vigilaban en todo momento. Alzó la mirada y se percató de esa silueta que se había oculto tras la carreta y también de aquella sombra que había percibido tras un muro. Se concentró tanto en su ensimismamiento que no se dio cuenta de que seguía acompañándose de Aladdin hasta que este lo empujó suavemente con un abrazo. Judal bajó la mirada hasta ese rostro ligeramente sonrojado -hecho un lío por haber sido ignorado repentinamente- y sonrió.

—¿Qué haces, enano?

—Te he dicho que juguemos pero no me pusiste atención, ¿verdad?

—¿Cómo iba yo a escucharte si tienes la voz de una niña?

—¡No tengo voz de niña!

—Si la tienes— declaró apresurándose a interrumpir la replica del pequeño pues no tenía ánimos de pelearse con él por una trivialidad. —¿Qué dijiste que quieres jugar?

—No lo sé...—; Aladdin lo meditó un momento antes de dibujar una gran sonrisa en su rostro. —¡Juguemos a las escondidas! ¡Tú cuentas y vas a buscarme!— explicó echándose a correr lejos del almeo quien al instante gestó disconformidad. —¡No hagas trampa!

—Que juego tan aburrido elegiste— musitó entre-dientes.

—¡Cubrete los ojos, Judal!

—Si, si— contestó de forma perezosa, obedeciendo las indicaciones pero sólo fue por un momento pues no tardó en abrir uno de sus ojos para vigilar la dirección en que Aladdin corría. Y, asegurándose que no había sido visto por el joven príncipe, alejó sus manos del rostro decidiendo llevar a cabo algo más divertido, después de todo no había fisgones alrededor y los integrantes de la secta encargados de acosarlo no dirían nada sobre sus espontaneas acciones. Sonriendo empezó andar tras Aladdin, casi contando los pasos que realizaba para aproximarse silenciosamente hasta el ingenuo niño quien, ocupado como estaría en encontrar el escondite perfecto, no sospecharía las verdaderas intenciones de su compañero de juegos.

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Aladdin había corrido hacia los pasillos contiguos a los jardines, decidiendo introducirse dentro de los jarrones vacíos que yacían en hilera junto al muro o colocarse detrás de los de mayor tamaño, pero enseguida dedujo que tal sería un escondite muy obvio y optó buscar un sitio mejor. Se apresuró colocarse debajo de un lavadero de cemento y después salir por la parte trasera hacia los tendederos donde reposaban largas y anchas sabanas. Por una fisura entre las estructuras de tela se percató que Judal ya había terminado el conteo así que observó su flojo caminar hasta los jarrones libres de plantas, asomándose dentro de algunos mientras se sujetaba la cadera. Aladdin retuvo una risa y se deslizó cautelosamente por todas las cobijas tendidas ya que siempre había sido del pensamiento que el mejor escondite era el constante movimiento entre bloques, así sería más dinámico y no tendrían que terminar el juego tan pronto. Judal volteó a sus espaldas apenas percatándose de las suelas de los zapatos de Aladdin por debajo de las sabanas. Siguiendo los posibles escondites Judal se resolvía cuál era el lugar indicado para interceptarlo y lo encontró así que dio la vuelta en dirección opuesta, fingiendo que no lo había visto todavía. Mientras tanto Aladdin desaparecía del rango de visión de Judal para subir las escaleras más próximas, trepandolas a gatas hacia uno de los pisos en construcción que ya gozaban de azulejo y enjarre de barro. Siguió corriendo, resbalando de momentos, antes de llegar a las otras escaleras que se disponía bajar. Luego se apresuró a ocultarse tras un par de bolsas de basura grandes, retirándose a unas cortinas cubriendo un ventanal y de ahí se marchó a gran velocidad a una orilla donde reposaban figuras de animales talladas de madera en forma de totems. Ahí se detuvo para recuperar aire y calmar el palpitar de su corazón envuelto en adrenalina. Había pasado algún tiempo desde que se había divertido tanto jugando al escondite pues su amigo Ugo, el Gran Visir, tenía muy poco tiempo libre como para dedicárselo a él por lo que Aladdin había tenido que ocuparse de actividades menos físicas para salvar su entretenimiento, también por ello no podía desaprovechar la visita de Judal. Una vez concluyó poseía aliento suficiente, volvió asomarse para verificar que Judal venía en camino, volviendo a su posición en cuanto lo vislumbró en la entrada de aquel hueco de patio. Respiró y se encogió emocionado, anhelando ser encontrado mientras se debatía en echar a correr de forma inversa para hacer más ardua la tarea a Judal, mas no tuvo tiempo de decidir cuando miró a su derecha y se topó con la sonrisa de quien había rodeado el lugar para sorprenderlo en plena evasiva.

—Te encontré.— En reacción, Aladdin intentó correr pero fue capturado por Judal quien no dudó devolverlo tras las estatuas de madera, ambos cayendo de espaldas sobre la tierra repleta de hierbajos desordenados. El príncipe se revolvió y agitó entre los brazos del mayor, riendo sin parar. —¡Rindete, enano! ¡Fuí más astuto que tú!

—¡Suéltame, Judal!— demandó el peliceleste entre carcajadas. —Me encontraste y eso era todo, nunca acordamos que me convertiría en tu prisionero.

—No estaría sujetándote si no hubieses intentado huir.

—¡Ya no correré! ¡Lo juro, ya no huiré! Por eso déjame ir, Judal.— Aladdin siguió riendo divertido incluso después de haber sido soltado y rodar por la tierra para terminar con Judal sobre él, entonces sólo se preocupó por llenar de oxigeno sus pulmones, perdiendo la mirada en el rostro del otro que tampoco había dejado de sonreír, aunque su sonrisa no lucía agotada, más bien era suave, como nunca la había visto; Aladdin se preguntó si el cosquilleo en su vientre tenía un significado, pues ver esos ojos escarlata desde abajo le causaba extraños estremecimientos, en conjunto con los latidos en su pecho que no querían calmarse. Tan profundos e hipnóticos, esos iris escarlata parecían absorberlo dentro de sus fauces como un agujero negro en el cosmos. —Judal...— dijo, de pronto sin fuerzas. Y lo vio inclinarse más cerca hasta posarse a un costado suyo, respirando compasadamente. Aladdin se removió cuando sintió esa respiración contra su oído, liberando un sonido agudo de la aprensión de sus labios, el cual intensificó un poco más al percibir una mordida en la parte superior de su oreja. —¿Qué haces?— quiso saber con timidez pues Judal estaba sosteniendo el peso de su cuerpo por encima de la piel de Aladdin y esto causaba que un ligero calor corporal fuera compartido entre ambos, y tal al pequeño le causaba cierta incomodidad porque algo en su vientre respondía con desconocidos hormigueos que no eran desagradables pero tampoco se sentían bien, mas bien eran instintivos.

—Perdona, Aladdin...— susurró Judal en acento aterciopelado contra su oído, arrancando en el menor un nuevo estremecimiento—me dejé llevar.

Judal se apartó al fin, acomodándose con las piernas cruzadas contra una roca a sus espaldas. Aladdin también se levantó estirando las piernas y recargando todo su peso sobre sus brazos, sintiéndose libre pero un poco acalorado por la reciente cercanía entre los dos. Con instintiva cautela, Aladdin le dirigió una mirada a Judal, sintiendo al calor subir a su rostro una vez más. No entendía qué era lo que le pasaba pero se vio en la necesidad de juntar las piernas y rozarlas entre si con esa extraña sensación aturdiendo su cuerpo, tan incomoda que se vio obligado cambiar posición aún sin ponerse de pie. Judal lo notó pero no mencionó nada, limitándose a sonreír discretamente con el sabor a triunfo endulzando sus labios. Y Aladdin, que todavía era presa de aquella incomodidad sin nombre habitando en medio de sus piernas, se dispuso llamar la atención de su único acompañante al no conseguir tranquilizarse.

—Oye, hermano Judal...— La voz del peliceleste, aunque de bajo volumen, atrajo la mirada escarlata en su dirección. —Puedo hacerte una pregunta, ¿verdad?— se aseguró sin aguardar por una respuesta definitiva, contradictoriamente. —¿Qué nos hace diferentes?

—¿En serio me estás preguntando eso?— Judal se mostró renuente a contestar con claridad tras unos momentos de silencio total, tan solo mitigado por el cantar de los pájaros que habitaban en los frondosos arboles del jardín principal. —Debería ser obvio, incluso para ti.

—Sé que soy el príncipe pero no me refiero a una diferencia de ese tipo, quiero decir, ¿qué cambia entre nosotros con nuestra edad?

—¿Por qué?

—Mamá dijo que ahora todo es diferente.— Aladdin se desesperó al no saber de qué manera expresar sus inquietudes. Jugó con la punta de su trensa. —Dijo que... necesitas privacidades...

—¿Privacidades?— repitió Judal confundido.

—Si... porque eres mayor que yo y esas cosas, ¿qué tipo de privacidades necesitas? Mamá no quiso decirme nada sobre eso...

El joven de cabellos negros pensó un momento en las palabras del heredero del Palacio, intentando estructurar un argumento que saciara la curiosidad del chiquillo sin evocar preguntas estúpidas ya que no se sentía entusiasmado con ser paciente, esa palabra no cuadraba en su diccionario. Y luego de intercambiar unas respuestas por otras una sonrisa felina que alargó las comisuras de sus labios ocupó sus facciones en su totalidad, trayendo a su cerebro una maravillosa idea que extendería su propia diversión con Aladdin.

—Bien, si tiene que ver con comodidades...— inició, ansioso—es obvio que no puedo tolerar que alguien invada mi espacio personal, ya sabes, donde guardo mis pertenencias o cuando paso el tiempo a solas para liberar estrés. Pero, si todo es cuestión de apetitos...—; Judal se regocijó en silencio cuando se percató de lo atento que estaba Aladdin en sus palabras así que no dudó acercarse más a él, intercambiando su tono de voz por uno más sutil, casi meloso. —Lo cierto es que necesito besar chicas más que cualquier cosa.

Aladdin tragó saliva con dificultad cuando sintió que se atragantaría con esta misma, pues de pronto se había vuelto demasiado espesa dentro de su boca, después de todo comprendía a lo que Judal se refería, Alibaba y Hakuryuu no habían dejado de hablar de eso frente a él en una ocasión por lo que terminó enterándose con lujo de detalle el sin fin de sensaciones que podían experimentarse a través de ese contacto tan íntimo y se mentiría a sí mismo si no admitiera que estaba interesado, mucho más ahora ya que también le intrigaba la clase de besos que Judal pudo ejecutar con una mujer, y si era una realidad todo lo que habían dicho sus amigos sobre que no existía un sólo tipo de besos.

—Tú... ¿haz besado antes...?— cuestionó abochornado, ejerciendo un volumen adolorido, no podía creer que estuviera haciéndole esa pregunta a su hermano Judal, de frente, sin pestañear, y con los parpados temblorosos a escasos centímetros de su rostro.

—Muchas veces— dijo con una sonrisa más amplia; Aladdin esperó imaginarlo.

—¿Y c-cómo es... ?— preguntó tartamudeando.

—¿Quieres saber?— contra-cuestionó Judal, sugestivo. Y, por un instante, Aladdin tuvo el impulso de gritar, apartarse o correr pero no supo organizar sus emociones a tiempo en el momento que el mayor le soltó tremenda pregunta. No la había esperado, simplemente. Mucho menos esperó que sus pupilas se dejarían caer sobre los labios contrarios, descubriéndose tentado a tocarlos con las yemas de sus dedos. Desvió la vista sintiendo al calor subir en sus mejillas, al mismo tiempo que la sensación entre sus piernas se volvía más intensa. Judal apartó algunos mechones celestes de su frente y sus miradas hicieron contacto. Aladdin descubrió que su hermano ya no sonreía, tenía una expresión de nada en la cara, le veía pero Aladdin no sabía lo que entonces pensaba, ocupado en sostenerle la mirada de pupilas profundas, contempladoras. —Yo puedo mostrarte lo que se siente—.


Reviews Anónimos.


blue kirito: Oh, ¿en serio? Eso me apena. Yo amé a Kassim antes de amar a Judal. Pero no te preocupes, es comprensible dadas las circunstancias en el manga o anime, además mi insana percepción de amor hace que sólo pueda sentirme atraída por personajes malvados. Ay si, se espera una situación grotesca con la colaboración de Judal con Kassim, más adelante te darás cuenta. Ah, la escena de la introducción es algo que todavía no ocurre, digamos que es una especie de adelanto, por ello es seguro que la relación JuAla lentamente se volverá más retorcida con el desarrollo, por el momento, todo lo que se puede hacer es esperar. Y me pone contenta que para ti eso sea un gusto culposo. Al contrario, gracias a ti por seguir aquí... no muchos se quedan hasta el final, hehe. ¡Hasta la próxima!